Los artículos publicados en este blog son propiedad intelectual y responsabilidad exclusiva de sus respectivos autores.

PUBLICACIONES MAS RECIENTES (EL CONTENIDO ES RESPONSABILIDAD DE CADA AUTOR)

Mostrando las entradas con la etiqueta Independencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Independencia. Mostrar todas las entradas

sábado, 29 de agosto de 2020

LA MUJER QUE ESCANDALIZÓ AL BUENOS AIRES VIRREINAL, por Alberto Lettieri



Por Alberto Lettieri 




La “Perichona”, Anita Perichón o Marie Anne Périchon de Vandeuilnació en 1775 en la Isla de Reunión, un dominio colonia francés en el Océano Indico. Su familia acomodada la casó, siendo muy joven con Thomas O’Gorman, un promisorio oficial irlandés al servicio de Francia. Poco después, en 1797, el matrimonio se estableció en Buenos Aires, donde el tío de su marido,  el médico Miguel O’Gormanya residía y había sido el creador del Protomedicato, institución que regulaba las prácticas de salubridadThomas –ahora devenido en Tomás- no perdió el tiempo, y compro tierras próximas a Buenos Aires. 

Las cosas marchaban muy bien para la feliz pareja, hasta que Tomás fue encarcelado en Luján tras la Reconquista de la Ciudad, para luego tener que exiliarse en Río de Janeiro. Su esposa decidió no acompañarlo y quedarse en Buenos Aires para convertirse en la amante de Santiago de Liniers, otro francés, héroe de la gesta, y designado Virrey por el Cabildo de la Ciudad. 

El historiador, también francés, Paul Groussac, relata que el 12 de agosto de 1806, mientras Liniers avanzaba al frente de su columna victoriosa por la calle San Nicolás –hoy Corrientes-, cayó a sus pies, en su homenaje, un pañuelo perfumado y bordado. Liniers lo recogió con su espada, y al mirar a la multitud para saber quién le había hecho el presente, se encontró con el rostro iluminado de Anita. Ese fue el origen mítico de una relación apasionada, que escandalizó y provocó toda clase de comentarios en esa Gran Aldea, moralista e hipócrita.  

Para los códigos de la época, una mujer de 31 años era considerada una mujer que debía respetar ciertas normas de urbanismo y recato, más aún estando casada y siendo extranjera, y que, según dejó trascender otro historiador, Vicente Fidel López, había sido amante del General invasor, Wiliamo Beresford, lo cual –accesoriamente- la había rodeado de sospechas sobre su condición de espía inglesa. 

La proximidad con la Perichona le permitió descubrir a Liniers un mundo de placeres y diversiones que hasta entonces había ignorado. Su amante administraba un burdel al que asistían los sectores más acomodados de la sociedad, tanto nativos como extranjeros, donde no sólo se practicaba una sexualidad “europea”, sino que también era generoso el consumo de alcohol, la práctica de juegos de naipes en los que se apostaban altas sumas y, naturalmente, la negociación política. 

Un poco en sorna y otro poco por envidia, Anita fue denominada por entonces “La Virreyna”. Habitaba en concubinato la casa del Virrey, y transitaba las calles porteñas a caballo, vestida con uniforme militar y rodeada de una escolta oficial. Mientras que para los sectores populares resultaba un factor de atracción, para la elite –y sobre todo para las mujeres de la élite-, la indignación no reconocía límites. 

Cuando Napoleón invadió España, en 1808, y por medio de la “Farsa de Bayona” terminó designando como Rey español a su hermano José Bonaparte –el simpático “Pepe Botella”, en atención a su afición permanente a la bebida-, tanto Liniers como la Perichona fueron sospechados como potenciales cómplices o aliados del Gran Corso. El Virrey siguió los consejos de Maquiavelo, sobre todo aquél que aseguraba que la moral y la política transitaban por caminos paralelos y, dispuesto a defender su “buen nombre y honor” rompió el vínculo con su amante y la acusó de organizar tertulias de conspiradores en su casa. Inmediatamente la deportó a Río de Janeiro, cual ángel de la guarda súbitamente interesado en la reunión de su amante con su marido Tomás O’Gorman. Pero Anita tenía un espíritu indomable y, una vez en territorio brasileño, reinició sus tertulias, plagadas de rioplatenses, portugueses y británicos que complotaban contra el héroe de la Reconquista. 

La Perichona, como siempre, combinaba el trabajo con el placer, por lo que lejos de restablecer el vínculo filial con su marido, convirtió en su protector y amante a Lord Strangford, el embajador británico en Río de Janeiro. 

Sin embargo, poco después comenzó a caer en desgracia, al perder la protección de Strangford, y fue deportada del Brasil en un buque inglés. Las autoridades de Montevideo y de Buenos Aires rechazaron su desembarco, y sólo pudo retornar a Buenos Aires una vez producida la Revolución de Mayo, gracias a un decreto de la Junta que dispuso que “madame O’Gorman podría bajar a tierra con la condición de que no se estableciera en el centro de la ciudad, sino en la chacra de La Matanza, donde debía guardar circunspección y retiro”.

Allí la frenética animadora de las tertulias porteñas y paulistas pasó los últimos treinta años de su vida prácticamente recluida. Las noticias que recibía no eran generalmente estimulantes, ya que desde su estancia de La Matanza debió tomar conocimiento de dos ajusticiamientos de personas de su proximidad: el ex Virrey Santiago de Liniers, su antiguo amante, y Camila O’Gorman, su nieta y heredera de su espíritu rebelde. Algo demasiado peligroso en una sociedad donde la libertad siempre supuso una cualidad que despierta sospechas y sanciones.    

sábado, 18 de julio de 2020

NUEVOS DATOS SOBRE EL NACIMIENTO DE JUANA AZURDUY, Por Manuel Omar Armas.


por Manuel Omar Armas


Comparto con el blog de Luces y Sombras de Nuestra Historia un dato que me envió el Director del Archivo Historico de Tarija, el historiador Elias Vacaflor Dorakis.

 "El 12 de julio se recordó el natalicio de Juana Azurduy; pero por un error de un historiador de Bolivia se consignó la fecha de nacimiento de una homónima Juana Azurduy Bermudez cuando en realidad es Juana Azurdui Llanos .
 Existe un confusión sobre la verdadera fecha de nacimiento de la Heroina Juana Azurduy, hecho que originó que el Estado argentino haya promulgado la ley Nº 26.277 que  conmemora el día del nacimiento de la Teniente Coronel Juana Azurduy de Padilla.
Con el propósito de rectificar dicha fecha gracias al aporte del historiador  SUCRENSE Lic. Norberto Torres, que obtuvo la Partida Original de tan importante e histórico documento del Archivo Arquidiocesano de Sucre (Bolivia), bajo la dirección de la Señora Avelina Estrada , se transcribe el texto, que sin duda será útil para que las autoridades argentinas procedan a la rectificación pertinente.

JUANA ASURDUI

En esta Santa Iglesia de San Pedro de Tarabuco, en veintiséis de marzo de mil setecientos ochenta años. Yo, Pedro Dávalos, Teniente de Cura constándome estar bautizada, puse óleo y crisma a Juana  de dos meses, mestiza, hija legítima de Isidro Asurdui y de Juliana Llanos. Fue su Madrina Rosa Zarate a quien le advertí su obligación y parentesco espiritual, para que conste, lo firmé.
Pedro Dávalos

Transcripción de copia del original proporcionado por el Lic. Máximo Pacheco, Director del Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (Sucre, Bolivia).

Por lo tanto, convendría hacer las siguientes consideraciones:

1. Se mantuvo la grafía original
2. El año 1780 fue bisiesto
3. Juana Azurduy Llanos nació en Tarabuco (Chuquisaca), el día miércoles 26 de enero de 1780 y; bautizada, en la Iglesia del mismo pueblo, el domingo 26 de marzo del mismo año.

Tarija, 28 de julio de 2018
Elias Vacaflor Dorakis

Agregamos que algunos historiadores y páginas de internet dan como lugar de fallecimiento de Juana Azurdui, Jujuy lo cual también es erróneo. Si bien Juana estuvo en el actual territorio argentino sus actividades en el mismo fueron las siguientes:
 En 1817 baja hacia Salta. En 1819  fue a Buenos Aires a tramitar los sueldos de su fallecido esposo acompañada por su hermano. Luego en 1820 estaba en Tucumán (el gobernador Bernabé Araoz  asi lo acredita). En 1825 el gobierno de Salta le brinda ayuda para trasladarse a Chuquisaca .
Muere en Qoripata (Sucre) 25-5-1862 . Siendo sepultada en el cementerio general ese mismo día según el libro de entierros

domingo, 28 de junio de 2020

ELOGIO DE JUAN JOSÉ CASTELLI, por Javier Garin



Por Javier Garin


“Genio ilustre, que dirigió los primeros pasos de la Primera Junta, y por cuyos extraordinarios esfuerzos hemos llegado al camino en que ahora nos hallamos”. Bernardo Monteagudo

            “De Castelli hay que hablar como quería Martí de Bolívar, teniendo una montaña por tribuna, entre rayos y relámpagos, con el despotismo descabezado a los pies y un manojo de pueblos libres en el puño”. Julio Cesar Chavez.

            “Era el principal interesado en la novedad”. Virrey Cisneros.

            “Muy perverso, hijo de un boticario. Lo llamaban Pico de Oro. Predicaba la irreligión.” Faustino Ansay, español.

            “Creyó que formar repúblicas era hacer píldoras en la botica de su padre”. Pasquín español contra Castelli.

            “El expresado mi marido fue uno de los principales autores y agentes de nuestra gloriosa revolución del 25 de mayo de 1810, y el que, arrostrando todo peligro, logró con su influencia y actividad la destrucción, en aquel día célebre y digno de nuestra memoria, del antiguo gobierno español”. María Rosa Linch de Castelli.

            “Don Juan José Castelli, doctor en derecho, hombre de mucho mérito, es uno de los principales autores de esta Revolución”. Nota del periódico “Star” de Londres sobre los sucesos de Mayo.

            “Uno de los primeros cuatro hombres que empezaron a trabajar en el cambio político de estos países”. Ignacio Núñez.


                                                                      
“Sólo un pueblo habitualmente esclavo puede vivir en esa calma profunda que no es sino el sopor de la razón humana”. B. Monteagudo.

                        Ell hombre que pudo decir sin jactancia: “Yo soy la Revolución”; el llamado por Cisneros: “principal interesado en la novedad”;  aquel a quien los patriotas encomendaron en su mayor incertidumbre: “hable usted por nosotros”; el que dirigió desde las sombras y a plena luz los movimientos que condujeron al 25 de mayo de 1810; el dueño de una notable “muñeca” política, capaz de conciliar los extremos y reunir a personalidades tan antagónicas como Saavedra y Moreno detrás de un objetivo común; el cabecilla que no vaciló en sacrificar su liderazgo para ponerse al hombro una peligrosa campaña militar; el único que osó fusilar a un Virrey y a varios ilustres genocidas, sin temer las represalias; el que se atrevió a proclamar la emancipación de millones de indígenas, sometidos durante siglos a la peor esclavitud; quien renunció a todo –tranquilidad, familia y fortuna- por la Libertad de un continente; ese hombre, alma de la Revolución de Mayo, se llamó Juan José Castelli.
                        Fue uno de los individuos más inteligentes y valerosos que produjo nuestra tierra. Y fue tambien uno de los más abnegados. Ofrendó sus bienes y los de su familia, junto con la vida, en la lucha revolucionaria. Entregó en holocausto incluso su buen nombre, exponiéndose al mote de “sanguinario, inhumano y cruel”, al tomar sobre sí la dura tarea de descabezar la Contrarrevolución antes de que pudiera fortalecerse. Y sin embargo, la Historia oficial lo ha reducido a un papel subalterno, desconociendo o minimizando –cuando no condenando- su trascendental actuación. ¿No es sintomático que la primera biografía completa y seria de Castelli no la haya escrito un argentino, sino un historiador paraguayo? ¿No es sintomático que recién después de doscientos años se reclame el traslado de su estatua a la Plaza de Mayo, donde siempre debió estar? ¿No es sintomático que sus restos estén arrumbados en una tumba sin honores? Es que Castelli fue casi un nombre prohibido. Y hay razones para ello: las ideas y las líneas directrices de su conducta histórica no son de aquellas que un hombre pueda emprender impunemente. Quien se enfrenta a los poderosos de su tiempo y reivindica a los oprimidos, se habrá hecho acreedor al odio imperecedero de las oligarquías y de sus sucesores. Castelli fue, es y será un mal ejemplo...
                        En sucesivos artículos nos proponemos trazar el retrato de este héroe a quien Bernardo Monteagudo, su principal discípulo, consideraba tan celoso de la felicidad general “que el más virtuoso espartano admiraría su conducta con emulación”. No era extraño que Monteagudo lo comparase una y otra vez con los héroes de Plutarco, pues se advierte en Castelli una conjunción de virtudes que en nada desmerecen a aquellos personajes de la Antigüedad clásica. Y por eso, tal vez, no suenan desmedidas las palabras que el joven tucumano dedicó a su maestro, citando los elogios fúnebres de Cicerón a Crasso: los dioses inmortales no le quitaron la vida, sino que le concedieron la muerte, como premio a sus esfuerzos, para librarlo de las aflicciones que bien pronto envolverían a su amada Patria Americana.

lunes, 22 de junio de 2020

HUELLAS DEL CRUCE DE LOS ANDES, por Javier Garin



POR Javier Garin



Fragmento del libro El Discípulo del Diablo, vida de Monteagudo.

―"La facción es el enemigo irreconciliable de la libertad"‖. Bernardo Monteagudo

A casi siete mil metros sobre el nivel del mar se yerguen las dos cumbres hermanas del Aconcagua, unidas por el Filo del Guanaco, así llamado porque los primeros andinistas encontraron allí un esqueleto de guanaco, sin que nadie pueda explicar qué buscaba el infeliz animal a tan colosales alturas. Destino predilecto de los montañistas de todo el mundo, este cerro ya había sido escalado por los Incas, quienes no ascendían por orgullo deportivo sino como práctica religiosa comunitaria, según lo atestiguan las momias descubiertas en la llamada Pirámide -cerro cuya extraña remembranza egipcia se eleva a un costado del Aconcagua-, en el Llullaillaco y en otros grandes picos de América. Estas enormes moles eran consideradas "apu": espíritus tutelares, deidades protectoras de los pueblos incaicos, y como tales, objeto de veneración. Enajenado de la naturaleza, consumido por la codicia, la vanidad y el afán de dominio, el hombre blanco sólo las ve como obstáculos en su camino, como desafíos para medir sus fuerzas o como fuente de recursos minerales. El Aconcagua, terraza de América, es la montaña más alta del hemisferio sur y el hemisferio occidental. Sólo las cumbres del Himalaya la superan en el globo. Sus glaciares –hoy en inexorable retroceso- destellan al brillo del sol en las alturas o se ocultan bajo las grises morenas en los valles de los ríos Horcones Superior e Inferior. Su colosal Pared Sur –un abismo de casi tres mil metros que desciende a plomo desde el Filo del Guanaco hasta el Glaciar Horcones Superior- truena regularmente con los aludes de pavorosas masas de hielo. Sobrecoge contemplarla desde Plaza Francia, campamento de los andinistas más osados. Pero no es el único gigante. Lo rodean altas cumbres de extrañas formas, atravesadas por vetas de variados colores, que van desde el gris ceniciento hasta el rojo encendido o el amarillo de azufre, todas ellas desnudas, pues la gran altitud impide el desarrollo de especies vegetales. Sus laderas están ocasionalmente manchadas por nevés de "penitentes": formaciones cónicas de hielo que se levantan horizontales, más altas que un hombre, semejando peregrinos que atravesaran las pendientes escarpadas. Desde los elevados valles y desfiladeros, no es fácil precisar las alturas relativas de las montañas. Pero cuando un andinista llega a la cumbre del Aconcagua se le hace evidente su superior altitud, al contemplar toda la inmensidad de la Cordillera a sus pies, como si aquellas monstruosas elevaciones no fueran más que colinas y sierras insignificantes. Una bruma azul las envuelve y suaviza. Al tender la vista hacia oriente, verá la Cordillera diluirse en una vasta planicie. Hacia occidente, la tierra no es más que una esfera brumosa en la que le resultará imposible adivinar el mar. Sin embargo, al atardecer, desde algunos de los altos refugios, quizás desde Cambio de Pendiente, o desde las anfractuosidades por las que discurre la ruta normal de ascenso más allá de Berlín, ocasionalmente podrá el andinista divisar la línea del horizonte profundamente azul cuando se pone el sol, y entonces su imaginación llegará a comprender que ese es el gran Océano Pacífico, demasiado lejano para distinguir el menor rasgo en él. Desde allí, desde el Pacífico, provienen los vientos huracanados que azotan la cumbre, arrancándole estelas nebulosas de nieve –el temible "viento blanco"-, haciendo que se desplomen los termómetros a veinte o treinta grados bajo cero, volviendo locos los barómetros con extrañas oscilaciones en la presión atmosférica y arrastrando masas de nubes que de un momento a otro lo envuelven todo y convierten un día radiante en un infierno helado, arrebatando sin piedad las vidas de los expedicionarios desprevenidos. Más de un centenar de victimas se ha cobrado el Aconcagua a causa de estas tormentas y de los edemas cerebrales y pulmonares que ocasiona la altura.
               Precisamente las inesperadas tormentas constituían el gran terror de los viajeros en la época de la guerra revolucionaria. No era infrecuente que perecieran congelados por no haber podido hallar a tiempo alguno de los rudimentarios refugios de piedra que jalonaban el camino. Las crónicas registran muertes acaecidas incluso dentro de los refugios, al haber quedado aislados los viajeros por muchos días, agotándose sus provisiones, aún cuando era casi una obligación dejar mercaderías y leña para otros viajeros cuando uno pasaba por ellos. No faltaron los actos de canibalismo.
              Desde la cumbre del Aconcagua el escalador puede divisar dos enormes moles, casi tan imponentes como ella misma: al sur el Tupungato y al norte el Mercedario, ambas superiores a los seis mil quinientos metros. Los Andes Centrales son el sector en que se ha elevado más la Cordillera por el choque de las placas tectónicas. Sin embargo, durante siglos, cuando no existían instrumentos precisos de medición, se pensaba que el Chimborazo, en el Ecuador, era la montaña más alta del continente. A diferencia de lo que ocurre en el Alto Perú, en que Los Andes alcanzan una anchura extraordinaria, aquí la Cordillera está apretada y reducida a una pequeña franja de apenas trescientos kilómetros. Esto hace que el paso de Los Andes sea más corto que en el Alto Perú y el Perú. Fue una de las razones por las que San Martín y la Logia Lautaro, oyendo la proposición de Enrique Paillardell y Tomás Guido, o quizás inspirándose en llamado Plan de Maitland, resolvieron trasladar a estos confines la guerra revolucionaria, abandonando la idea original de Castelli de ir a Lima a través del lago Titicaca.
                   Se convirtió en un lugar común de los historiadores sanmartinianos presentar el paso de la Cordillera por el Ejército de Los Andes como una hazaña signada por las peores dificultades concebibles. Fue una de las operaciones militares más extraordinarias, mejor planeadas y más brillantemente ejecutadas de la historia. Pero, en el terreno de las dificultades geográficas, éstas son mayores en el Alto Perú, por las enormes distancias que hay que atravesar allí a altitudes similares. Los Ejércitos patriotas de Castelli, Belgrano y Rondeau, así como los ejércitos realistas que operaron desde el Perú, debieron realizar esfuerzos tremendos en territorios sin proporciones, desiertos interminables y abruptos cordones montañosos. Al fin y al cabo, la idea de San Martín de cambiar la estrategia militar e iniciar su campaña por Chile se debió, entre otras razones, a la menor dificultad relativa que el paso de Los Andes presentaba por Mendoza. Aquí el escollo era lo abrupto de la ascensión, el clima imprevisible y la estrechez de los pasos; San Martín mismo decía que "cincuenta hombres bastan para defenderlos con un mal reducto." Por tanto, debía hacerse el cruce con rapidez y sorpresa, sobreexigiendo a las tropas y animales. "En 1814 me hallaba de Gobernador en Mendoza –dirá San Martín años más tarde, evocando el tiempo posterior a la derrota de los chilenos en Rancagua-; la pérdida de éste país dejaba en peligro la Provincia a mi mando: yo la puse luego en estado de defensa, hasta que llegase el tiempo de tomar la ofensiva. Mis recursos eran escasos y apenas tenía un embrión de ejército; pero conocía la buena voluntad de los cuyanos y emprendí formarlo bajo un plan que hiciese ver hasta qué grado puede aguzarse la economía para llevar a cabo las grandes empresas. ―En 1817 el Ejército de Los Andes estaba ya organizado; abrí la campaña de Chile y el 12 de febrero mis soldados recibieron el premio de su constancia." Con palabras tan simples, concisas y modestas, evoca San Martín la extraordinaria proeza que llevó a cabo al cruzar la Cordillera y vencer a los realistas en la hacienda de Chacabuco. En carta a su amigo Tomás Guido había dicho tiempo antes: "Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos sino el atravesar estos inmensos montes". Años después recordará con más detalle: "Las dificultades que tuvieron que vencer para el paso de las cordilleras sólo pueden ser calculadas por el que las haya pasado. Las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la falta de caza y sobre todo de pastos. El ejército arrastraba 10.600 mulas de sillas y carga, 1.600 caballos y 700 reses, y a pesar de un cuidado indecible solo llegaron a Chile 4.300 muías y 511 caballos en muy mal estado, habiendo quedado el resto muerto o inutilizado en las cordilleras. Dos obuses de a 6, y diez piezas de batalla de a 4, que marchaban por el camino de Uspallata, eran conducidos por 500 milicianos con zorras, y mucha parte del camino a brazo y con el auxilio de cabrestantes para las grandes eminencias. Los víveres para veinte días que debía durar la marcha, eran conducidos a mula, pues desde Mendoza hasta Chile por el camino de los Patos no se encuentran ninguna casa ni población y tiene que pasarse cinco cordilleras. La puna o soroche había atacado a la mayor parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados, como igualmente por el intenso frío. En fin, todos estaban bien convencidos que los obstáculos que se habían vencido no dejaban la menor esperanza de retirada; pero en cambio reinaba en el ejército una gran confianza, sufrimiento heroico en los trabajos y unión y emulación en los cuerpos". Como se comprende, se debieron improvisar sobre la marcha toda clase de soluciones para facilitar el paso del Ejército por terrenos sumamente accidentados. Todavía se conserva como reliquia algun puente de piedra, construído por el ingenioso fraile patriota Beltran.
              Volvamos a nuestro mirador en la cumbre del Aconcagua. Desde ella podemos abarcar con un solo golpe de vista los caminos que siguieron dos de las principales columnas del Ejército de los Andes. Allá abajo, hacia el sur, por aquel desfiladero entre el Aconcagua y el Tupungato, por donde desagua el río Mendoza y circula en la actualidad la Ruta Internacional, ascendió fatigosamente la división mandada por Las Heras. Allá abajo, hacia el norte, en ese otro valle entre el Aconcagua y el Mercedario, surcado por las aguas cristalinas del río Los Patos, transitó el propio San Martín con O’Higgins, todo el estado mayor y la vanguardia patriota. Desde esta altura, sólo con catalejos habría sido posible distinguir las masas de los soldados y tropillas en movimiento. Al bajar de la Cordillera infligieron una aplastante derrota a los realistas, y Chile quedaba libre otra vez, aunque no asegurada su posición militar.
                   Hacia fines de 1817 ascendía por el camino de Uspallata un grupo de viajeros en mulas que se encaminaban a Santiago desde Mendoza. Entre ellos iba un joven de tez oscura y mirada penetrante, aunque ladina. Sus ojos no se maravillaban por el imponente paisaje montañoso, pues había vivido y guerreado en el Alto Perú. Tampoco lo afectaba, como a otros, el soroche o mal de Puna. Se había habituado a las grandes alturas en su juventud, aunque el brusco ascenso desde Mendoza, población ubicada a escasos metros sobre el nivel del mar, lo sofocaba ligeramente. Conocía de sus tiempos en Chuquisaca, Potosí y La Paz el mejor de los remedios: la hoja de coca, legado de los Incas, aliviadora infalible de los síntomas ocasionados por la falta de oxígeno y el descenso de la presión atmosférica; pero no pudo conseguir este bálsamo en Cuyo. El grupo había dejado atrás la parada de Villavicencio, más que rudimentaria, y tambien el modestísimo caserío de Uspallata con su iglesita ruinosa y su verde valle alfombrado de pastura. Siguieron ascendiendo día tras día al costado del río que orillaban grandes barrancos y escarpadas laderas. Las montañas se iban haciendo más y más altas, el aire más frío, las pendientes más acusadas. Ya no se veía vegetación, salvo en unos pocos parajes abrigados y bien irrigados por manantiales, donde se formaban pequeñas vegas, ideales para que las mulas repusieran sus fuerzas. Las laderas empezaban a estar manchadas de nieve: restos de una tormenta reciente. Al costado de la senda, una enorme peña coronada por una cruz marcaba el sitio en que había quedado aplastado, por un derrumbe, un peón de los que hacían el mantenimiento del camino. Los arrieros se santiguaron. Poco más adelante estaba Punta de Vacas, desde donde ya podía distinguirse la magnífica silueta del Tupungato; allí había un refugio de piedra y una nueva y forzosa parada. El camino seguía ascendiendo, sembrado de cruces de los innumerables viajeros muertos, víctimas de los repentinos temporales. Tambien blanqueaban los huesos de numerosos animales del Ejército patriota. Se llegaba al fin a Puente del Inca: singular estructura rocosa producida por un desmoronamiento y socavada en su base por las aguas del río. A poca distancia de allí los arrieros señalaron la montaña que se alzaba a la derecha, cuya toponimia indígena –Acón Kauac- tenía un significado más que expresivo: el Centinela de Piedra. Al fin se arribaba al refugio 159 159 miserable, al pie del último cerro que se debía repechar antes de Chile. Nueva parada y un ascenso infernal hasta rondar los cinco mil metros de altitud. Ese era el punto más alto del trayecto. Un refugio de ladrillo y techo abovedado, fuertemente apuntalado para resistir el peso de la nieve, salvaba al viajero de las tempestades y el frío, aunque la gran altitud hacía muy difícil conciliar el sueño, ocasionando apnea. Desde allí era todo bajada. Chile se extendía ante los ojos, siguiendo el curso del río cristalino que más adelante fluía entre cascadas de blancos penachos, ahora en dirección opuesta, hacia el Pacífico, porque se había traspasado la divisoria continental de las aguas. Se dejaba atrás la enorme sequedad mendocina y se ingresaba en las quebradas llenas de vegetación y los valles lujuriosos. Pero antes era preciso descender por una cuesta muy difícil, cubierta de nieve espesa, siguiendo los violentos zig zags del camino de mulas. Mientras bajaba, el joven viajero no podía ocultar su emoción. Iba al encuentro de los hombres que acababan de realizar la gran proeza libertadora: el triunfo de Chacabuco, expulsando por segunda vez a los españolistas. Volvía, después de una forzada ausencia, al júbilo, al peligro, a la adrenalina de las luchas sudamericanas. Quizás por el mal de altura, quizás por su agitación interior, tenía deseos de llorar. Otro refugio en Calaveras, otro más –el último- en Ojo de Agua. Ya el paisaje era esplendoroso, vivo el verdor, altos y floridos los árboles. Arroyos y riachos se descolgaban de las alturas. De pronto, una escena siniestra.
              ―¿Qué son esos huesos amontonados en aquel desfiladero?, preguntó el joven. Uno de sus acompañantes le respondió:
              ―Una guardia de godos que quiso resistir al Ejército de Los Andes. Los cóndores se ocuparon de ellos. ¡Qué le va a hacer, doctor Monteagudo! Así es la guerra.
               El joven Monteagudo –ahora un poco envejecido por los disgustos del exilio- se encogió de hombros:
               ―¿Eran españoles? Lo tienen merecido.

Juan Bautista Cabral, soldado, zambo y heroico Por Alberto Lettieri






Por Alberto Lettieri


El 3 de febrero tuvo lugar el célebre Combate de San Lorenzo, que significó el debut del General San Martín y de los Granaderos a Caballo en las lides por la Independencia Argentina. Fue la única confrontación que nuestro Libertador y el Regimiento que creó afrontaron en suelo argentino.
La historia argentina ha inmortalizado este combate, más que por su importancia real en términos de confrontación bélica -apenas duró 15 minutos y enfrentó a escasos 400 hombres entre ambos bandos-, por la acción de arrojo que convirtió en mártir a Juan Bautista Cabral, quien cubrió con su cuerpo al entonces Coronel José de San Martín, que había quedado aprisionado bajo su caballo en el campo de batalla.
Las controversias pasan por otro lado. ¿Quién era realmente Cabral? ¿Detentaba realmente el grado de Sargento, con que lo recordó la memoria oficial de la Nación? ¿Fueron realmente sus últimas palabras las que todos conocemos?
Poco es lo que se sabe sobre este mártir argentino. Nació en el municipio de Saladas, en la provincia de Corrientes, alrededor de 1789. De origen zambo – combinación entre negro africano e indígena americano, se ubicaba dentro de las castas más postergadas dentro de un sistema racista y discriminatorio. Su padre era un indígena guaraní, llamado José Jacinto, y su madre era una esclava de origen angoleño, Carmen Robledo. Al estar al servicio del estanciero Luis Cabral, adoptaron su apellido como mácula de pertenencia.
Cuando promediaba los 23 años fue incorporado a la fuerza al Ejército, por orden del Gobernador de Corrientes, Toribio de Luzuriaga. Más tarde fue enviado a Buenos Aires, y en 1813 se sumó al Segundo Escuadrón del naciente Regimiento de Granaderos a Caballo.
Según Pastor Obligado, un historiador del Siglo XIX, sus dotes le habrían permitido su ascenso a Cabo, y poco después al grado de Sargento. Bartolomé Mitre, en cambio, en su Historia de San Martín y de la Emancipación Americana, lo presenta como soldado raso, lo cual reviste mayor grado de credibilidad, ya que difícilmente un zambo podría conseguir algún tipo de ascenso en esa época, y mucho menos sin obtenerlo en el campo de batalla.
El momento culminante de su vida transcurrió durante los breves instantes en que protegió con su cuerpo a un Coronel San Martín que había quedado aprisionado bajo su caballo, que había sido impactado por el enemigo. La iconografía histórica hizo el resto, ya que no queda claro cómo se desarrolló la acción. Lo que sí sabemos es que no murió en el campo de batalla, sino poco después, en el Refectorio del Convento de San Lorenzo, utilizado a la sazón como hospital de campaña, a consecuencia de las graves heridas recibidas.
El mito sobre el Cabral se origina en una carta enviada por San Martín a la Asamblea del Año XIII, en la que destaca el arrojo de este héroe rioplatense, asignándole como palabras de despedida la frase: “Muero contento, mi General, hemos batido al enemigo”.
“No puedo prescindir de recomendar particularmente a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos.”-relataba la misiva de San Martín.
La historia oficial no dudó en convertirlo en ícono del patriotismo. Bartolomé Mitre asegura -varias décadas después- que el grado de Sargento le habría sido otorgado post mortem, por su desempeño en el combate que le costó la vida. Pero para entonces esa clase de ascensos aún no se concedían, por lo que murió como nació: pobre, sin grado militar y discriminado por la sociedad de castas.
Ahora bien, si bien la historiografía liberal estuvo dispuesta a reconocer su arrojo, lo hizo a condición de disfrazar su aspecto. La generosa iconografía que se le dedicó a Cabral lo presenta como blanco, o bien con piel oscura pero con rasgos occidentales, en lugar de respetar su color moreno y su aspecto guaranítico, ya que hubiera sido todo un contrasentido en pleno proceso de construcción del mito de la Nación blanca y occidental. Habitualmente, también, se lo presenta falleciendo en el campo de batalla, en lugar del lecho del hospital donde realmente murió. Finalmente, sobre las últimas palabras de Cabral que transmite San Martín -que sí dominaba el idioma guaraní-, no se aclara en que lengua habrían sido pronunciadas. Pero es altamente improbable que manejara el español.
Por el contrario, la Marcha de San Lorenzo, compuesta en su homenaje por Carlos Javier Benielli y Cayetano Alberto Silva es más respetuosa de la verdad histórica, al referirse a Cabral como “soldado heroico”.
La Escuela de Suboficiales del Ejército Argentino lleva el nombre de “Sargento Cabral”, tomando por ciertas las afirmaciones de Mitre sobre su ascenso post mortem. A la postre, un sargento que nunca lo fue. Un capítulo más de una historia oficial caracterizada por las falacias e imprecisiones para dar vida a un relato legitimador de un orden occidental y colonial para nuestro país.
Ni blanco, ni sargento, ni hablaba español, ni murió en el campo de batalla. Pero si un héroe criollo que entregó la vida por la causa de la Patria que anidó muy temprano en los corazones del pueblo argentino.


martes, 16 de junio de 2020

La reivindicación de la figura histórica del General Manuel Eduardo Arias, por el Prof. Victor Rodolfo Arias


            

             
Por Prof. Víctor Rodolfo Arias

 El general Manuel Eduardo Arias fue un héroe de la independencia nacional, desconocido en nuestro país a causa del silencio que mantuvieron la mayoría de los historiadores, sea por el desconocimiento o porque se dejaron deslumbrar por la ilustre figura del caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, jefe encargado de dirigir la defensa de la denominada “frontera norte” durante las guerras de la independenciaFueron sus padres don Francisco Arias -hijo del conquistador de la zona chaqueña Francisco Gabino Arias Rengel- y de una joven humahuaqueña cuyo nombre aún permanece desconocido.
Don Manuel Arias fue el adalid del campesinado jujeño; defensor de Orán, San Andrés y el área comprendida entre la Quebrada de Humahuaca y la Puna jujeña. Mantuvo numerosos combates contra las huestes realistas cuyas fechorías y actos de crueldad, provocaban terribles perjuicios a los jujeños; pueblo que desde el principio de la revolución adhirió a los ideales independentistas. Jujuy fue la vía principal escogida por los realistas para invadir la gobernación de Salta, y las milicias comandadas por Arias constituyeron la vanguardia patriota encargada de hostilizar y dificultar los avances a través de ataques imprevistos y la eficaz guerra de recursos.
En 1816 arribaron a Sudamérica tropas expertas en combates, que soberbias se jactaban de expulsar de la península ibérica a los franceses. El general José de La Serna fue el nuevo jefe de las huestes reales, cuyo propósito principal era atacar la retaguardia del Ejército de Los Andes para obligar a San Martín renunciar la campaña libertadora y presentar una batalla que fuera decisiva. No contaba aquel jefe español con el denuedo de los jujeños oranenses dirigidos por Arias; fueron estos los que le asestaron un duro golpe a la campaña invasora de 1817 cuando, al despuntar el alba del 1 de marzo de ese año, tomaron por sorpresa la fortificación de Humahuaca. Así lograron apoderarse de armas, municiones e importantes recursos alimenticios que eran necesarios para proseguir la campaña. El orgullo herido de La Serna lo llevó a despachar columnas para escarmentarlo y recuperar los elementos perdidos. Nada pudieron obtener Olañeta y Centeno, solo perder más hombres y caballos. La campaña libertadora de San Martín estaba asegurada.
Fueron muchos los triunfos e intervenciones de Arias durante la guerra por la independencia, mencionar cada uno de ellos haría más extenso este escrito. Su valor y patriotismo permanecieron incorruptibles. El historiador Emilio Bidondo describe el episodio donde Olañeta, en pleno combate, expresaba las más lisonjeras proposiciones para que el patriota se pasara de bando. La repuesta deArias fue pragmática: lo “despachó a tiros”. 
Quienes infundadamente lo acusan de “traidor”, se basan en el escrito del historiador Bernardo Frías –principal apologista güemesiano- este  refiere que hombres leales a Güemes interceptaron una correspondencia con “la firma de Arias” dirigida a Olañeta para entregar Salta al dominio del rey de España, acusación que el gaucho jujeño negó rotundamente. Pese a esto, fue desterrado a tierras tucumanas en donde Bernabé Aráoz lo designó jefe del ejército. El destino los hizo encontrarse nuevamente en la guerra civil: Arias el frente de las tropas tucumanas y Güemes, de las salteñas; el triunfo del primero obligó a retirase al segundo a sus tierras para controlar la revolución que estallaba en clara oposición a la guerra contra una provincia hermana, además de los empréstitos forzosos a los que eran sometidos los habitantes de la gobernación. Lcausal de la desavenencia entre Güemes y el líder jujeño debe encontrarse y ser interpretada en el contexto de la lucha de Jujuy por alcanzar su autonomía política respecto de Salta
Su figura es reconocida y valorada por los jujeños, quienes asumen el compromiso de salvaguardar el legado histórico de aquel caudillo silenciado en la historia Argentina. Afortunadamente, se ha constituido en la provincia de Jujuy el Instituto de Estudios Históricos “Gral. Manuel Eduardo Arias” presidido por el Dr. Isidoro Arzud Cruz, que lleva adelante la ardua tarea de difundir la vida de este héroe jujeño, silenciado en la historia a pesar de haber sido un baluarte de nuestra independencia.
Referencias bibliográficas:
-BIDONDO, Emilio: “La guerra de la independencia en la frontera norte” Tomo I.
-CARRILLO, Joaquín: “Jujuy, Apuntes de su historia civil”.
-FRÍAS; Bernardo: “Historia de Güemes” Tomo IV.
-INFANTE, Félix: “Manuel Eduardo Arias, su vida y su drama”.

domingo, 14 de junio de 2020

UN EPISODIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA: DETALLES DE LA SORPRESA DE YAVI, POR NORMANDO J. SAIQUITA





                                                                                  Por Normando J Saiquita*



(ACLARACION: El presente artículo complementa el libro que el autor publicó en 2008 sobre la historia de Yavi". Nos cuenta: "En mi libro de Yavi hay un capítulo sobre esa batalla. Después de sacarlo a edición, reuní material que no conocía, fundamentalmente el Guemes Documentado.)


El 15 de noviembre de 1816 tuvo lugar la sorpresa de Yavi. En los últimos meses de 1816 el ejército realista al mando de su nuevo jefe general José de la Serna, se encontraba en Santiago de Cotagaita para iniciar una nueva invasión al Tucumán, con el objetivo de llegar a Buenos Aires y aplastar la revolución en su cuna, en un movimiento de pinzas juntamente con los realistas de Chile y de la Banda Oriental. Olañeta, jefe de la vanguardia, se estableció en Yavi y desde allí incursionaba frecuentemente sobre Abra Pampa, Santa Victoria, Humahuaca, situada en la entrada de la Quebrada del mismo nombre, y otras veces por el despoblado de Casabindo, como asimismo se introduce en el valle del Bermejo, aprovechando para eso los boquetes de la sierra de Santa Victoria.
            Es para neutralizar estos movimientos de Olañeta, previos a la invasión comandada por La Serna, que Güemes ubica en Tarija uno de sus escuadrones, al mando directo del comandante Francisco Uriondo, a quien le ordena sostenerse allí tanto como le sea posible, apoyando a los paisanos que desean pronunciarse por la revolución. Atacado posteriormente por las fuerzas superiores del general La Serna, Uriondo opta por retirarse al lugar denominado Las Salinas, y luego a Los Toldos en la selva del Baritú.
            Güemes ha tomado un hábil dispositivo de batalla. El comandante don Manuel Eduardo Arias,  que tenía su cuartel general en San Andrés, vigilaba al mismo tiempo las serranías de Santa Victoria y Yavi. Por la izquierda Güemes reforzó al coronel Campero, situado en la altiplanicie del despoblado, con algunas partidas de Dragones Infernales y gauchos a cargo del capitán Juan Antonio Rojas, nombrando segundo jefe de la división volante del coronel al comandante Quesada, quien se había retirado del ejército de Rondeau y tenía reputación de buen oficial de línea. Al centro y a lo largo de la Quebrada situó la vanguardia escalonada, confiando su mando general y el de todos los puestos avanzados al comandante don José María Pérez de Urdininea, natural del Alto Perú, y jefe valiente y entendido en la guerra.
            Campero tenía a su cargo  el sector de la Puna, bajo las órdenes directas de Güemes. En las primeras escaramuzas producidas en Abra Pampa y Santa Victoria las partidas patriotas obtuvieron algunas ventajas, las que decidieron a que Campero avanzara hasta Miraflores, próximo a la vanguardia enemiga. Los realistas abandonaron precipitadamente el pueblo deYavi, presumiblemente en un ardid de guerra. Enterado Güemes del hecho, ordenó una concentración de vanguardia a las órdenes del marqués para que iniciaran la persecución del enemigo.-
            Fernández Campero, a la cabeza de una división de 600 hombres, reforzado por los Infernales y los Gauchos de Güemes, entra triunfante en Yavi. El capitán Juan Antonio Rojas se sitúa a la entrada de la quebrada de Sococha para vigilar el camino a Tupiza. Las fuerzas patriotas se entregan a una ciega confianza, halagadas además por el saqueo de los equipajes, y abandonan todos los puestos de observación, a pesar de que Rojas había avisado que el enemigo hacía correrías por las alturas de Tojo.
            Gaspar Aramayo también había enviado un parte a Campero informando que los enemigos “trataban de cargar a Yavi”. Por último, Rojas había recibido una orden aparentemente mal redactada, de presentarse personalmente y que él creyó debía marchar con su partida, lo que dejó desguarnecida la entrada de la quebrada.
            El 15 por la mañana salieron algunos soldados de Yavi a recoger leña y cayeron prisioneros. Uno de ellos logró fugarse y alertó al campamento. Inmediatamente el enemigo apareció haciendo fuego. Desde ese momento todo fue confusión. El campo inmediato, donde pastaba lo principal de los caballos de la división, fue tomada por la caballería del jujeño realista Marquiegui, mientras unos cien infantes hacían fuego desde la loma y otros iban a dar el asalto por el lado del río. Una parte de los soldados revolucionarios que estaba a las orillas del pueblo se hizo fuerte en un cerro. Allí resistieron y les causaron “la pérdida de un oficial y algunos soldados, pero pagaron todos con su vida este temerario empeño”, dice García Camba en sus Memorias. Otra parte se reconcentró en la plaza, donde no pudieron organizarse.
            Los realistas tomaron prisioneros a treinta y seis oficiales, y otros 340 combatientes, inclusive al teniente coronel Juan José Quesada, quien había tenido una valiente participación en el combate y resultó herido de varios sablazos. Escaparon más de 100 hombres, entre ellos el comandante Luis Díaz y los capitanes Ruiz de los Llanos y Nicolás Frías.
            Honda preocupación produjo este contraste en el gobernador Güemes y el jefe del ejército patriota instalado en Tucumán don Manuel Belgrano. El primero ordena la remisión inmediata de informes y partes circunstanciados de los hechos. Luego, con visible enojo, escribe a Belgrano: “Por la adjunta copia, se instruirá vuestra excelencia del contraste que han sufrido las armas de la patria en el punto de Yavi: esto en mi concepto no ha tenido otro origen que o un descuido reprensible, o una traición la más inicua…los caminos, y avenidas, que se dirigían a aquel punto, se hallaban descubiertos…Como los enemigos hicieron su retirada por este camino (el de Sococha), y como éste y los demás estaban descubiertos, sin oposición alguna cargaron sobre Yavi…”. Recibidos mayores informes, descartará todo vestigio de una traición.

            Documentos que aparecen en la obra “Güemes Documentado” reflejan detalles de las circunstancias en que sucedieron los hechos.

            En estos documentos aparecen los diversos lugares de la zona: Yavi, La Quiaca, Sansana, Santa Victoria, Orán, Baritú, Talina, Cotagaita, Sococha, Pumahuasi, Rinconada, Puesto del Marqués, Miraflores, Berque, Mojo, Cachi, Pulpera, Chocoite, el Toro, Cangrejillos, Barrios. Y allí se registra la presencia de patriotas poco conocidos por la historia: el talineño Gaspar Aramayo, el mismo que según T. Sánchez de Bustamante reuniera a cien soldados dispersos o desertores de Vilcapugio y los remitiera al general Belgrano; el valeroso capitán don Diego Cala, fusilado en Yavi al día siguiente de la sorpresa; el oficial José Gregorio López, el teniente José Miguel Baldivieso, el correntino Juan José Quesada, los gauchos del regimiento de Infernales Juan Antonio Rojas, Pablo Latorre, Luis Díaz, Gregorio Villada, Nicolás Frías, Bonifacio Ruiz de los Llanos, el paceño José Miguel Lanza con su División de Dragones, José Mariano Iturbe, quien sería luego gobernador federal de Jujuy. Allí se detalla la persecución al coronel Campero, persecución que sólo se inició en las afueras de Yavi, y culminó varios kilómetros al sur, en el río de Barrios. Campero, como se verá en estos documentos, estuvo a un paso de evitar su apresamiento. Allí se detallan sucesos comunes en la guerra, como el hecho de que un grupo de dispersos se convirtiera en una banda de salteadores, después juzgados como tales. Y lo que se vislumbra, sobre todo, es el sencillo, humano heroísmo de los patriotas, aun en esas horas aciagas. Por ello se considera necesaria la transcripción íntegra de dos de ellos, en la que solo se ha resaltado en cursiva las partes más significativas.       

[OFICIO DE GASPAR ARAMAYO A BELGRANO]
“Hacen diez días ha que llegué de la expedición, que salió de este valle hasta la desgraciada jornada de Yavi. Después que tuve la gloria de haber ido con ocho hombres emigrados volun­tarios, de más de cincuenta que se ofrecieron, y me eligieron de comandante para dicha expedición, y se retractaron  por varios vejámenes que sufrieron, y otros motivos que alegaron; en fin yo fui con ocho hombres, conduciendo cerca de cien mulas que trajeron de auxilio de Santa María: fui auxiliado por don Pablo de la Torre, que vino haciendo las veces del señor Güemes, con cinco fusiles, y cinco mulas para dichos emigrados; llegué al punto de Miraflores, que fue el de reunión, al día siguiente que llegué a dicho punto, vino un mozo de Talina prófugo que había escapado de los muchos que apresaron, y examinándole a este, me da cuenta que en Talina están de guarnición doscientos hombres, en el acto propuse al Marqués de que aquélla guarnición debíamos de sorprenderla para lo que  me ofrecí el ir yo adelante a bombearlos, y conducirlos hasta donde estaba el enemigo sin qué fuésemos sentidos. Avino el Marqués a dicha propuesta, pero jamás puso en práctica; en una circunstancia que el general Olañeta había caminado a Tarija con setecientos hombres, y no haber en Yavi sino el primer Regimiento de Partidarios, y estar el segundo en Suipacha, por fin paramos tres semanas en el punto de Miraflores en donde se nos aniquilaron las mulas, y no se adelantó nada; por último marchamos hasta el Puesto, en donde me quitó el comandante don Luis Díaz los cinco fusiles que me auxilió don Pablo de la Torre, y un animal el mejor de los que había dado a uno de los emi­grados que iban conmigo, y trataban de dejarnos a pie: allí tuvimos la noticia de que el enemigo había desamparado Yavi, y con este motivo le propuse al Marqués mandar un bombero a Talina a saber si todavía existían allí los doscientos hombres para que fuésemos en caso de que estén a atacarlos, y me concedió el que mandase a mi mozo de bombero, y quedamos de que al otro día marcharíamos a la Abra de Pumaguasi con toda la gente a aguardar allí a dicho bombero, para que según las noticias que éste trajera, dirigir nuestras marchas, o a Talina si estuviesen los enemigos o a Yavi: este día paró el Marqués en el Puesto, y con este motivo le propuse el caminar con los ocho hombres que tenía a la Abra de Pumaguasi, y de allí quedé en hacerle chasque avisándole las noticias que trajera dicho bombero; me concedió, y caminé el día doce; volvió el bombero con la noticia de que el enemigo se había retirado de Talina,  y le di pronto aviso al Marqués, y yo marché de avanzada a la parte de Talina, con ocho hombres, y un solo fusil; el día trece llegué a Berque, que está cinco leguas mas acá de Talina, de allí en el acto mandé bomberos,a Talina, a Tupiza, a Moxo, y a todas partes, y el día catorce supe de que el enemigo no había pasado por Moxo, y antes la guarnición que estaba en Suípacha había venido a Sococha, en el acto le hago chasque al Marqués. El día catorce salió mi parte a las tres de la tarde, y tuve la dicha que el día quince antes que salga el sol, y estando todavía el Marqués en cama, llegó a mi chasque a Yavi; con este le doy parte a dicho Marqués de que el enemigo no se había retirado, y que antes trataba de avanzar a Yavi, y que no se descuide, y que estuviese muy vigilante, y no sea que lo sorprendan; entregó mi chasque el  parte, lo leyó, y dijo que lo aguardase, y que después de misa, lo despacharía, pero no tomó disposición, ninguna precaución o no dio  crédito a mi parte, o a quién sabe lo que sería; a  poco instante que salieron de misa cargó el enemigo a Yavi, y los sorprendió del modo que ya a vuestra excelencia lo habrán   informado, mi mozo escapó como pudo, y lo he venido a encon­trar aquí; mi oficio quedó sobre la mesa, y en el acto mandaron cien hombres a donde yo estaba; el día dieciséis supe dicha sorpresa a las diez  del día, y escapé, y a poco cayó la partida que iba a sorprenderme. En la avanzada de Berque  intercepté la correspondencia de una mujer, que daba cuenta exacta, al enemigo de la fuerza del Marqués; y averigüé la evidencia de un chasque que habían mandado de este Valle, el cual llegó a Talina. y de allí pasó a Yavi con un oficial, con éste daban cuenta exacta de la fuerza que tenía el Marqués, la fuerza que salió de aquí, la de Salta, y por este motivo retrogradaron los enemigos, y su­cedió dicha sorpresa pues ellos se retiraban hasta Santiago (nota: Santiago de Cotagaita); pero como supiesen el número de nuestra fuerza que era tan corta, cargaron sobre ella, ya le pasé parte al señor Güemes, del sujeto que fue de chasque, quiénes lo mandaron, y de todo un parte individual, y yo iba tomando providencias sobre el particular. También di cuenta a Salta de que el enemigo marchaba de Cotagaita a Tupiza con toda su fuerza,  y que llegó el general nuevo (nota: José de la Serna), y que trataban de bajar a Salta, aunque creo que ya habrán mudado de parecer por la derrota que ha sufrido el enemigo en Ta­rija, y aseguran que para arriba ha sufrido otra derrota por Warnes, siendo cierto todo lo que se dice puede no bajar el enemigo a Salta hasta después de las aguas, pero está en el orden que se tomen las precauciones y medidas  para aguardarlos en Salta. Ayer han llegado a este pueblo seis prisioneros de los de Yavi, éstos han escapado de Tupiza, en donde los incorporaron, y dicen lo siguiente: “Que el cuartel general es Tupiza, que allí tienen, veinticinco cañones de todo calibre; que allí iba a lle­gar la maestranza; que el general había pasado a Yavi a reparar su vanguardia, y avanzadas, y que de allí se volvía para Tupiza; que una división de los enemigos había venido hasta la Rinconada, que de allí se volvieron arreando cuanto ganado ovejuno encontraren; que decían allí que los habían derrotado en Tarija, y para arriba; que los prisioneros que tomaron en Yavi han sido ciento ocho Vallistos, doscientos peruanos (nota: soldados del Regimiento Peruano), y cincuenta entre Dra­gones e Infernales; que de los oficiales solamente a Don Diego Cala, y su teniente al otro día de la sorpresa los fusilaron; que a los ciento ocho Vallistos los han incorporado en sus tropas, de los oficiales del Valle, solamente a Rodríguez y a dos Plazas los han llevado para Santiago juntamente con los demás, que a todos los demás los han suelto, y están de paisanos en Tupiza; que de los soldados del regimiento peruano, a ciento los han mandado a Portugalete, que me supongo los destinarán para el trabajo de las minas e ingenios, que otros ciento los han mandado a Potosí juntamente con los Dragones, e Infernales; que al Marqués lo tienen preso en la cárcel de Tupiza; que les han oído hablar que después de aguas han de bajar a Salta, pero que los soldados europeos apuran de que quieren pasar luego; el enemigo ha tenido refuerzo de gente europea, y el general ha traído sesenta oficiales europeos para acomodarlos en su ejército, dicen que piensan que toda su oficialidad se componga de europeos: lo cierto es, que toda su fuerza está reunida desde Tupiza hasta Yavi, que nada dista a Salta, y las aguas no les embarazan para que se vengan, y lo que conviene es que se tomen las medidas de defensa con tiempo; aquí han de estar llegando todos los días los soldados que se deserten, quedo con el cuidado de avisarle a vuestra excelencia de continuo, aunque estoy pensando el retirar a mi familia a San Carlos, o Santa María para que allí estén más a gusto. No deje vuestra excelencia de ocuparme en cuanto guste pues mi patriotismo es inmutable, los vejámenes y desprecios de los mismos paisanos desunidos no me harán mudar de sistema, antes me harán que me una más y más hasta conseguir el fin de nuestra revolución que tantos años la sostenemos a costa de tantos sacrificios. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Cachi y diciembre 10 de 1816. Gaspar Aramayo, Señor general don Manuel Belgrano.”

[CARTA DE RUIZ DE LOS LLANOS A SU TIO]
 Cachi, Noviembre 26 de 1816. Mi amadísimo tío: después de una larga serie de trabajos originados de su ausencia, ninguna comunicación, ni contesto a varias que le he dirigido, y por último, el terrible, e inesperado del 15 del presente en Yavi; me hallo en este lugar desde ayer, gracias a Dios, al que me dirigí reunido con nuestro Díaz, y el capitán Frías, con quienes me permitió la fortuna escapar; sé que usted y otras personas allegadas desearán el saber cómo he escapado, y lo demás que precedió aquel infausto día, que perdimos constantes sacrificios en ocho meses de servicio a las órdenes de nuestro marqués, comandando seis de estos las avanzadas, y en fin cuanto podía perder, a excepción de mi vida, y libertad, para evitar prolijidades; me explicaré por un diario desde que movió el dicho marqués su campo de Mira Flores a Abrapampa, que fue el día 8 del corriente; en este mismó llegó el referido Marqués a aquel destino con toda su fuerza, constando la mía, ya algunos días situa­da allí de doscientos hombres. El 9 marché con toda ella al Puesto, y en el momento destaqué partidas: l9 en CongrejilIos al mando del teniente don Gregorio Villlada; 2º en Pulpera al mando de Berresfort; 3º en Pumaguasi, al mando del Alféréz de Cala; 4º en Chocoiti al del oficial Quadros; el 10 por la mañana recibí partes de las de Pumaguasi y Pulpera, que el ene­migo estaba en movimiento en el mismo Yavi. y que por una mujer sabían trataban de salir hasta el Puesto;  inmediatamente pasé el parte correspondiente; con este motivo dispondría el coronel su marcha al Puesto; pues el 11 llegó, e inmediatamente ordenó que Lanza con su división de Dragones, e Infernales, y  yo con la mía marchásemos  a Pulpera, se efectuó aquel mismo día, y ordené yo a mis partidas que a cada una se avanzase con dirección a Yavi: el 12 muy temprano recibí parte de Berresford datado en Yavi, quien había entrado junto con Billada a dicho Yavi el día antes, y dos horas primero que éstos, el capitán Rojas quién había venido mandado por el señor Güemes; este Rojas traía su partida de quince hombres con la que pasó hasta Sococha; en este mismo día dispusimos con Lanza seguir de Pul­pera nuestra marcha para Yavi, pues ya teníamos orden para ello, así es, que la emprendimos y habiendo llegado a Barrios, dispuse el mandar dos partidas, la una a Tapia al mando de Burgos, y el capitán Saravia del Toro con la mitad de su compañía; y la otra a la Quiaca con la otra mitad al mando de su teniente Baldivieso. A las horas que éstas marcharon de aquel punto llegó el segundo Jefe Quesada, a quien inmediatamente di cuenta de todo, y lo aprobó dicho jefe; dispuso pasar en esta misma tarde a Yavi, acompañado de mí, y una escolta de Dra­gones; efectivamente pasamos y llegamos a Yavi al anochecer. Este jefe trajo instrucciones del  lº, y a lo que creo no fueron cumplidas. El 13 salieron tres oficiales con partidas, el uno que fue Berresford destacado a Rota a cuidar el camino de Tarija, y Santa Victoria, el otro fue Iturbe, quien con cuatro hombres se fue a Toro con una carta para el europeo Garner con el objeto me dijeron de traer plata y qué sé yo que otras cosas más para nuestro auxilio, y el otro que fue Villada a cuidar la encrucijada de Sampaya; aquel mismo día por la tarde llegó a Yavi un sargento de Rojas, quien traía pliegos para dicho señor Güemes, y dos bastones puño de oro, y se rugió la voz de que sables, petacas, y una cantidad de pesos se había tomado al enemigo por Rojas, o su gente; parece que estas noticias abrieron la codicia, lo cierto es, que sin pérdida de tiempo se le ofició a Rojas llamándolo, y con responsabilidad de Sococha, se vino con toda su partida, y allí mismo fue reconvenido de que a él solo se le había llamado, lo cierto es que el camino de Sococha ya no se le cubrió más, y por allí fue nuestra desgracia. Rojas en su conversación dijo que sabido que  en Toro habían ene­migos haciendo sus correrías, con esto dispuso Quesada que sa­liese Lanza con su división a proteger a su ayudante Iturbe: todo se efectuó esa misma tarde. El 14 por la mañana llegó toda nuestra fuerza con el coronel, inmediatamente le di cuenta a dicho señor de todo, en conversación que tuvimos los dos, y con todo se avino, en todo aquel día no hubo novedad. El 15 a las ocho de la mañana salieron algunos Vallistos a recoger leña, como por el  lado de Yavi Chico, y allí mismo sin separarse ni dos cuadras del  pueblo habían  tomado,  los enemigos que ya cargaban, seis de ellos prisioneros, uno escapó, y vino avisándolo a voces: yo me hallaba en casa del coronel con Quesada, don Luis Díaz, José Gregorio López, y otros varios; y como oyésemos aque­lla inesperada voz nos aterramos; pero yo, Díaz y López no en tanto grado que no atinásemos a tomar algunas providencias, así es que corrimos a nuestras casas, yo vivía en la de Campero por donde mismo venían los Cuycos, allí también Quesada, corrí, y tomé mi sable y traté de ensillar mi caballo, sólo conseguí en­frenarlo pues cuando quise ponerle jergas, y lomillo ya me hi­cieron dos tiros. Quesada pudo hacer lo mismo, y este con la sa­tisfacción que debía tener, en su caballo que no monté por consideración a él, en fin monté en pelo, y caí a la plaza; ya el enemigo se apoderó de las alturas de Tapiales, jamás pudimos conseguir formarlos,  y sí el que con algún desorden hicieran fuego.  En este estado aparéceme el Marqués me costernó su suerte, y sin advertir en la mía al oír sus exclamaciones, Ruiz qué haré, favorézcame, me desmonté, y con gran trabajo alzándolo lo cabalgué en el mío, advirtiéndole que trate de caminar hasta el alto derecho, y allí vea de formar la tropa que ya en gran número había tomado esa dirección; estando en esto, yo a pie, y con tan poca fuerza, y algo aturdido se oye una voz, nos cortan por la zanja, que es aquella que está a la izquierda, por donde se veía una columna como de seiscientos hombres sin caja y a paso redoblado, allí fueron mis apuros, y sin atender a más defensa que la de huir, lo hice con tal agitación que antes de tres cuadras ya no pude, alcancé al Marqués, y brinqué en sus ancas, diciéndole que hasta donde estaba mi tropa, no había mucha distancia me llevase, pero el hombre apenas hizo con mi peso un movimiento extraño el caballo se quiso caer, y tuve a bien apear­me, y enderezarlo, corra usted le dije, y pasó. Encuéntreme con Durán de Castro, el mozo, y como le viese en buena mula le rogué me alzase, después de algunos instantes me admitió brinqué a sus ancas, y ladeóse con recado, y todo en tal estado que cayó allí; me apeé, y lo dejé componiendo su recado, pasé ade­lante, y mi felicidad me depara la mejor de mis mulas, ensillada en poder de Alejo, aquel mozo de José Gregorio López, se la pedí,  me objetó la necesidad en que se hallaba su patrón, le contesté que ya había montado en ancas de Gaspar, y el infeliz no tuvo embarazo en dármela con todo el apero de su patrón, cuando yo me vi en ella, como la conociese ser tan buena  ya me conté libre pasé adelante, alcancé mi tropa, e hice montar al ayudante [intercalado: de Lanza] Quiroga, y con esta compañía hicimos alcance otra vez al Marqués, que en el momento que me vio exclamó segunda vez diciéndome que ya no podía sufrir en empelo en un caballo tan flaco, no tuve embarazo en cam­biarle con la mula advirtiéndole lo buena que era, lo hice mon­tar en ella, pues si eso podía, y tratamos solo de huir, ya las circunstancias no admitían otro partido, allí estábamos reunidos con el Tatito, Castro, Frías, y yo, cuando nos alcanza Díaz, y dicen apuren que nos traen muy cerca. El Tatito y Castro se separaron, y fue el medio mas seguro para que el enemigo ya sabía quiénes éramos los que huyamos por los prisioneros de atrás, revolví, y vi que venían siete hombres en persecución de cuatro que éramos, y tan inmediatos que a salvo nos venían tiro­teando dos de ellos que se adelantaban venían en los caballos de Quesada, los mismos que quedaron en mi casa, allí se cayó el Marqués no por otra cosa que por haberse criado en mejores pañales que nosotros, ayudamos a alzarlo y seguimos sufriendo un vivo tiroteo, visto lo cual desviándonos del camino hacia mano derecha, subimos con gran trabajo un cerro, mas los siete no dejaron de perseguirnos, bajamos este y pasamos al río de Barrios, y aseguro a usted que aunque ya habían quedado cinco de nuestros perseguidores arriba de cerro, dos nos traían tan  inmediatos que no distaban tres cuartos de cuadra, cada uno de estos con dos fusiles, con los que nos hacían un fuego diestro; aquí fueron los apuros del Marqués, y peor cuando encontramos una zanja como de vara y media de latitud, y onda, fui el pri­mero que salvé, y después Plaza, y Frías, quedando dicho Marqués, sin animarse a hacerlo, nos paramos, le hicimos instancia a que pasara, él se animó pero sin un esfuerzo cual lo requería el caso que no podía ser más apurado; pues con nuestra deten­ción se aproximaron los dos referidos a menos de media cuadra, y se unían ya las otros cinco, en este estado metió, la mencio­nada mula del coronel las dos manos en la zanja, y cómo esta bestia no encontró jinete que la apurase la sacó de golpe por un lado con cuyo movimiento cayó en tierra el Marqués de espaldas, inmediatamente cargaron sobre él, los enemigos intimán­dole rendición, se paró él, y contestó que estaba rendido, y los que venían atrás le hicieron un tiro, pero no le acertaron, y fueron reprendidos por el que lo rindió, el mismo que dirigió sus expresiones a nosotros, que nos rindiésemos, que seríamos perdonados a lo que sin contestarles advirtiéndole a Díaz, y Frías, me siguieron, huimos con dirección a Chiyavi, al huir nos hicieron tres tiros, y advertí nos seguían, corrimos como seis cuadras, y alcanzamos a Canero que venía  montado, le adverti­mos que apurase, y no sé cual fue el motivo, pues a poco rato advertí que llegaron a alcanzarlo los enemigos, y lo volvieron prisionero con lo que cesó nuestra persecución; ya podrá usted formar una idea de mi narración que satisfaga el deseo de saber lo sucedido, pues aún no han concluido hasta entonces los peli­gros que amenazaban, es el caso que el mismo día de nuestra desgracia marchaba para Yavi un oficial Marcó con una partida de veinte y tantos Infernales, quienes encontrando a algunos derrotados, formaron un cabo y seis de ellos el proyecto de desertarse, como lo verificaron, no puede usted figurarse el tamaño de los delitos que han cometido, sólo me ciño a decirle que des­pués que han robado, saqueado, y arrasado por donde han venido, que han sido los lugares de Cochinoca, Tambillo, en donde qui­tándole a un indio una carguita lo maniataron, y lo dejaron dis­tante del camino, lo dejaron así, Casabindo, en donde fusilaron al oficial Telles, y un soldado habiendo salvado milagrosarnente Gregorio Villada, y otro soldado, que todos cuatro iban a ser víctimas, en Abra de Barrancas en donde dieron una puñalada, y dejaron moribundo a un hombre en Corralitos donde se batieron, haciéndonos y recibiendo fuego de nosotros etcétera. A éstos nos hallamos juzgando por una comisión militar, y creo no escaparán tres o cuatro, salvando la vida los demás por con­sideraciones. Mi tío, yo sólo he salvado mi freno perdiendo todo, todo lo demás, así es, que necesito un todo espero que me mande lo poco que me queda por lo pronto, y para después del modo más posible lo preciso, en la inteligencia que yo sé que usted no lo podrá proporcionar, porque me hago el cargo de su estado; pero la Providencia no me ha negado del todo sus recursos. Nada sé de mi Barrios que es lo que más falta me hace, ojalá aparezca  por ahí, que no hay mucha dificultad, pues aquí ya nos hemos juntado con más de cincuenta fusiles, cuando creíamos todos perdidos, y por consiguiente con el duplo, o más gente; yo no pienso bajar a ésa, pues sabe usted mi amistad con Díaz, y que aquí necesito menos, fuera de que es mucha mi inclinación a esta división, y puedo serle útil con mis conocimientos y pocas luces, José Gregorio López llegó ayer, éste ha padecido muchos más trabajos que yo, y como ya se han acabado, y estamos juntos todos, parece que nos hallamos satisfechos, con esta recompensa, ya he dicho lo principal; si algo me resta, lo diré después en mis continuas correspondencias, y entregando las adjuntas, mande en la voluntad más firme de su sobrino que sus manos besa. Bonifacio Ruiz.”


Desde Jujuy Güemes remite el siguiente oficio al comandante de gauchos don Eustaquio Medina: “Aunque el desgraciado suceso de Yavi no ha sido de la entidad que yo creí al principio, sin embargo parece que es un forzoso consiguiente que el enemigo cargue sobre esta provincia (nota: la provincia de Salta se encontraba formada entonces por las actuales Jujuy y Salta) ; bajo cuyo principio es llegado el caso de que sin más demora salgan todas las familias al punto indicado en mi anterior orden, y todos los enemigos de la causa, sospechosos, o indiferentes a la de Salta con las seguridades que estime convenientes; cuidando al mismo tiempo de que en las carretas que salgan de allí, se lleven todos los útiles, o herramientas de sembrar que se pueda; y sin perjuicio de esto, se retiren al mismo punto todas las haciendas, y ganados, que pudieran servir al enemigo: sobre cuyos particulares, se espera el más pronto, y exacto cumplimiento, sin dar lugar a nuevas órdenes.
Dios guarde a vuestra señoría muchos años, Jujuy, noviem­bre 22 de 1816.
Güemes”


            Así comenzaba una nueva invasión realista, la llamada Invasión Grande, que llegaría hasta Salta y se retiraría en completa derrota en mayo de 1817, acosada por todos lados, en lo que el militar realista García Camba llamó en sus memorias “una célebre retirada”. La persecución de Güemes y sus gauchos cesó en la Puna debido a la total carencia de caballos. Solo gracias a ello el ejército invasor pudo llegar a Tupiza, hambriento y de a pie.






Bibliografía

-Güemes, Luis, Güemes Documentado, Ed. Plus Ultra, 1980, Tomo 4, págs. 97 a 110.
-Cornejo, Atilio, Historia de Güemes, Ed. Codex, 1983, págs. 217 a 222
-Rosa, José María, Historia Argentina, Ed. Oriente, 1982, Tomo 3, págs. 214 a 217.
-Sánchez de Bustamante, Teófilo, Biografías Históricas de Jujuy, Ed. Univ. Nac. de Tucumán, 1995, págs. 186/187.




*El autor es abogado, funcionario de AFIP-Dirección General de Aduanas. Publicó en el año 2008 el libro Yavi – Apuntes Históricos.