Contexto 1800-1820
Por Alberto
Lettieri
Entre 1800
y 1820 el contexto político internacional dio un giro decisivo. En los inicios
del período, la expansión napoleónica estaba en pleno auge, provocando
profundos cambios en el contexto europeo. Varias monarquías y principados
cambiaron de manos, en beneficio de parientes o de actores que contaban con el
favor de Napoleón. Europa se asemejaba a una coctelera, con Estados que sufrían
redefiniciones territoriales, cambios en sus autoridades o, directamente, eran
borrados del mapa.
Las
consecuencias de este arrebatador proceso excedieron largamente al continente
europeo, ya que varias de sus naciones eran importantes imperios coloniales que
extendían sus dominios a lo largo del planeta. La centralidad de la guerra
europea obligó a la mayoría a descuidar esos dominios, permitiendo así dar
rienda suelta a los sentimientos independentistas que afloraban en la mayoría
de ellos. Cuando la deposición de los reyes y príncipes propiciada por el
Imperio Napoleónico se concretaba, a menudo se ponían en cuestión los Pactos
Coloniales respectivos, que asociaban la fidelidad de los pueblos a una
dinastía determinada. “¿Debe
seguirse la suerte de España o resistir en América? -se preguntaba Monteagudo
en 1808-. Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está
impedido de reinar; luego las Indias deben gobernarse a sí mismas.”
Pese a su
supremacía en la confrontación terrestre, el mundo ultramarino le quedó
definitivamente negado a Napoleón en 1805, cuando el Almirante Nelson hizo
añicos a la flota franco-española. Como represalia, impuso un bloqueo económico
al comercio inglés en el continente europeo, que tuvo un efecto inverso al
buscado, ya que liberó los mares para los británicos y propició el contrabando.
En los dos años subsiguientes, los ingleses intentaron sin éxito apoderarse del
Río de la Plata. Los criollos tomaron conciencia allí de que los sentimientos
independentistas no eran una utopía.
En 1807
Napoleón tomó Lisboa y la monarquía portuguesa huyó al Brasil. En 1808 depuso al
Rey Alfonso XII de España, para reemplazarlo por su hermano Luis Bonaparte.
España era uno de los grandes centros de contrabando británico, que contrloaba el
Puerto de Cádiz y el paso estratégico de Gibraltar. La rebelión anti-francesa
estallò inmediatamente, organizara por Juntas de Gobierno que, además, mantuvieron
los lazos políticos con el mundo colonial.
Los
británicos, encantados con las políticas de Napoleón, explotaban el comercio
internacional sin competencia y aceleraban su revolución industrial. Si bien lideraban
la lucha contra Napoleón, les resultaba conveniente que Europa no pudiera
resolver su propio laberinto. Por esto enviaban armas, dinero y tropas a los
españoles, y hasta obtuvieron algunas victorias militares importantes en 1808 que
obligaron intervenir personalmente a Napoleón.
Mientras
tanto, el frente oriental europeo le estallaba. Austríacos y rusos obligaron a
que Napoleón abandonara España en 1809. Finalmente, tomó la decisión de invadir
Rusia en 1812. Fue su peor decisión estratégica. Si bien conquistó Moscú, sólo
se encontró con una ciudad abandonada, sin alimentos para abastecer a sus
tropas, agobiadas por el frío y los ataques relámpago de guerrillas.
En el Río
de la Plata, la deposición de los Borbones españoles había favorecido el
incremento del contrabando entre
porteños, portugueses e ingleses, ante la vista gorda que hacían los Virreyes
designados por las Juntas Españolas. Pero la caída de la última Junta que
subsistía en España planteó un problema de legitimidad del lazo colonial. El
Cabildo Abierto del 25 de mayo de 1810
dispuso la creación de un gobierno propio, aunque se evitó sancionar la
independencia. Todo el mundo colonial español estalló por entonces, aunque con
suerte diversa, ya que privilegios de las clases propietarias estaban asociados
a la continuidad del vínculo colonial.
Los
criollos americanos jugaban el juego de la independencia con un ojo puesto en
Europa. La continuidad de la gesta napoleónica favorecía las emancipaciones americanas,
pero las señales eran muy preocupantes. En Buenos Aires, la Asamblea del Año
XIII, terminó naufragando luego de un inicio auspicioso. Tras la derrota de
Napoleón en Leipzig en 1813 las tropas francesas evacuaron España. El 11 de
abril de 1814 Napoleón abdicó, amenazado por todos los flancos.
Sus
vencedores se reunieron en el Congreso de Viena para recomponer las fronteras
europeas, reponer a las monarquías desplazadas y resolver controversias sobre
sus dominios. La ofensiva de potencias europeas para recuperar sus dominios era
inminente. Algunos proponían convertir al Río de la Plata en Protectorado
Británico, aunque se optó por enviar a Europa a Sarratea, Belgrano y Rivadavia, con instrucciones de garantizar la
“independencia política de este Continente, o a lo menos la libertad civil de
estas Provincias”, negociando una monarquía constitucional con Fernando VII o
con otro príncipe o princesa europeo o norteamericano, sin descartarse la
opción republicana.
El 20 de marzo de
1815 Napoleón recuperó el control de Francia. Fue una ilusión de 100 días que
terminó en Waterloo. Los tiempos apremiaban. El 29 de junio de 1815, las
provincias del Litoral proclamaron la Independencia en el Congreso de los
Pueblos Libres. Un año después el Congreso de Tucumán, que incluyó al resto de
las provincias del Río de la Plata, sancionar la Independencia de España y de toda dominación extranjera,
tras escuchar atentamente el informe de la situación que aportó un Belgrano que
retornó de Europa sobre la fecha de inicio.
Si bien las
pretensiones españolas continuaron, las acciones lideradas por José de San
Martín y por Simón Bolívar cerrarían el ciclo de las independencias unos años
más tarde. Pero la América emancipada continuaría atravesada por las guerras
civiles durante muchísimo tiempo. En el plano internacional, Inglaterra se
llevó la parte del león de la derrota de Napoleón, con manos libres para
profundizar su revolución industrial y explotar la supremacía que ejercía en el
comercio internacional. Y así, mientras Europa continuaba con sus disputas
tradicionales y su reordenamiento político, los Estados Unidos comenzaban a
aparecer en el horizonte como el gigante en formación dispuesto a extender sus
dominios sobre el resto del continente y más allá de sus mares. En 1823 la
Doctrina Monroe –“América para los Americanos”-, dejó en claro estas
pretensiones.