Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin
-Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?
- Fue cuando estuve clandestino en la zona
sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos
en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu.
Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla.
Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos, en afiches de “persona buscada por la justicia”.
¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían
clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían
salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma
Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía
clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella
hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo
habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía
retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?
- Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.
-A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República… Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes.
-Otro mito de aquellos años, de
trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había
estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra.
Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico
Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”.
Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en
alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después
aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los
que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta
Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía
que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia
impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo
mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento,
mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se
incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su
exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos
en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía
y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a
intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le
hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había
nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía
cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su
recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio
mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un
día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de
Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la
silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se
despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así
murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo
-¿Y ella?
-¿Lucía? Una chica militante, un
ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la
secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba
el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También
era bastante linda, muy linda. Una belleza.
"Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después.
"No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.
No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar.
-Esa es una historia muy larga.
-Contala.
-Yo
estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de
nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la
Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril
Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos
y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que
estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer
eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si
nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos
ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los
taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los
tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más
peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros
…
-¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?
-Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos,
hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el
significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de
noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón.
¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las
ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas
ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).
“En
fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos
“Viva Perón”. Era
evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón
crecía inconteniblemente. Salimos de la
comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.
-¿La posta sanitaria?
-Sí. Ya estábamos mejor
organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar
contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún
herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para
levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.
-¿Y qué pasó?
-La cita era en una pizzería que tenía su
historia:
-El año 1972
es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo
político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas
en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a
Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba
el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al 17 de noviembre, fecha en que Perón regresó,
se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que
sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo
de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el
movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los
intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que
terminó venciendo la proscripción”.
"Frente a la
casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había
siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y
propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”- destinado a aislar al régimen de Lanusse y a
garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos
básicos entre partidos que pronto serían
gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”,
resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín,
asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno
militar convocó a elecciones
presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la
voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer
condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución
Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda
vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse
para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que
reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El
gobierno militar dictó una cláusula que exigía
un tiempo de permanencia en la
Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba
cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del
FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia”
y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus
hombres cerca de él.
-Desde el
punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados
a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después
dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?
-Los militantes más ingenuos –dice
el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso
lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes,
desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente
también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y
los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros,
mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa
paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho,
que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de
todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso.
Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía
acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía
en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar
algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón
tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al
poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más,
viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con
Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal.
Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que
eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los
integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo
describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.
-Cuando vienen de hablar con
Perón, ¿vienen decepcionados?
-Claro. Eran los tres, los capos
de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una
única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio
Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.
-¿“Reforma o revolución” era la
discusión en ese momento?
-Ahí yo sí recuerdo que tenía,
tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero
proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y
este compañero dijo: “No, no, hermano.
No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se
empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la
muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.
-Pero ¿cómo era ese debate?
-Como eran todas cosas
clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé
cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir
sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones
armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían
venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya
no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la
impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para
ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en
el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la
discusión ya estaba ahí.
-¿La discusión consistía en que
algunos planteaban que había que superarlo a Perón?
-Exacto. Y los compañeros más
lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que
Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la
conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba
equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y
además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir,
discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero
cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron
el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos
encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que
saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo
fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.
-O sea, bastante antes del asesinato
de Rucci.
-Sí. Empezó. No es que se rompió,
pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una
única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más
peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez,
el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.
- Y con el tema del ERP, del
PRT…
- Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran
antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las
fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y
los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y
tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que
yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más
vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx,
a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”!
(Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando
estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí
simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos
familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.
En este punto de la charla con
el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es
cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones,
armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban
mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones
ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más
alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las
organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la
juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar
hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno,
eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”.
“Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba
de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una
organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe
retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también
la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos
llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”.
Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias
populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó
el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente
instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad,
ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo
explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones
pretendían no darse por enterados.
- Yo creo que a Perón, viendo todo esto a la distancia, las
organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio
toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad
creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque
desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante
que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era
juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los
otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el
marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se
rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante
que la organización armada.
-Si lo miramos sólo como el
proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino
en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de
Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?
-Claro. Cuando Perón hablaba de
la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las
organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que
también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas
y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud
del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar
después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y
decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te
daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente
del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón:
“te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se
cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble! Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras
palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como
propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del
movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos
y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados
del conjunto de la sociedad.
- ¿Vos lo percibías, así?
-Al final, sí.
- Es decir, ¿cada vez más
estaban en el microclima?
- Era cada vez más fierro y
menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía
estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y
haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un
círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.
“El proceso importante y masivo,
fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la
Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no
al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las
organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso
general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....
-Ellos eran la vanguardia.
-Claarooo. Ellos eran (algunos
bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos
documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el
"Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo
no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a
entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de
la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels,
Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario,
unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era
contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros,
mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le
afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no
Perón los que iban a conducir.
“Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de
Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización
juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones
en cuanto a convocatoria. En verdad,
esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que
englobaba a todo. Y le daba una mística.
En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos
en unas movilizaciones impresionantes.
-Querría que expliques más la
formación de la JP Lealtad.
-La Lealtad fueron los peronistas
que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá
llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es
el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del
movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas
organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas
organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista. No fue algo ordenado y único. Así como la
formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín.
Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una
diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la
política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no
integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de
la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.
- ¿Ese fenómeno se profundiza con
el asesinato de Rucci por Montoneros?
- No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes
la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias
crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad,
lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros
éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con
la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un
ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico
de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas
estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.