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viernes, 2 de octubre de 2020

CÓMO VINO EL GOLPE DE 1976: TERRORISMO DE ESTADO Y SEGUNDA RESISTENCIA- recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin


 



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin



                    

         -Con tu ida y la de otros compañeros a la JP Lealtad, ¿tuviste inconvenientes con Montoneros?

         -Fueron momentos duros, difíciles, por varios motivos. Uno, porque nos estábamos separando de compañeros a los que queríamos mucho por haber iniciado hacía años una trayectoria política común. Por otro lado, a pesar del cariño que les teníamos, nos dábamos cuenta de que eso no daba para más por los motivos que expliqué. Sufrimos algunos aprietes. Marcela en ese momento tuvo que afrontar una muy dura apretada de uno de los jefes de la organización. Entre muchos otros que padecieron situaciones similares. La historia cuenta de juzgamientos internos por traición, y desde ya amenazas de venganza por haber abandonado la orga. La cosa no venía fácil. No largamos los fierros inmediatamente porque temíamos las represalias. No era un juego, era en serio la cosa. No sabías si te mataba la triple A, los Montoneros, la cana, los servicios…

         -¿Iniciaste una actividad política abierta?

         - Sí. Muchos nos fuimos a vivir y hacer política en nuestros territorios. Fue en ese año de la muerte de Perón, pleno 1974, que hice mi bautismo de fuego como orador en un acto en San Isidro, donde también fueron oradores Norberto Gavino, sobreviviente de los fusilamientos de 1956, y en ese entonces intendente de San Isidro, el Negro Campos, intendente de San Martín vinculado a los metalúrgicos, y más tarde asesinado por Montoneros, y Abel Varela. A mucha gente del peronismo la conocía por jugar en Acasusso.

                   -¿Todavía seguías jugando al fútbol?

                   - Sí, pero ya me estaba despidiendo: recuerdo que en esos meses borrascosos de 1974, con los muchachos de Acassusso, jugamos de sparrings de la Selección Nacional. Con los años yo iba a conocer muy de cerca a algunos de los cracks de esa Selección, que no anduvo bien en el Mundial de Alemania, pero que eran grandes jugadores: Perfumo, Wolf, Fillol, Babbington, Brindisi, el “Hueso” Rubén Glaría (un amigo; años más tarde sería el primer Intendente de José C. Paz, cuando Duhalde,  siendo gobernador, dividió el distrito de General Sarmiento).

                -Hay una anécdota que siempre comentás de Perón poco antes de morir, hablando de fútbol…

                -Ah, sí. El que me la contó es justamente el Hueso Glaría al tomar unas gaseosas al final de uno de esos partidos. Contó que  lo visitó a Perón con otros jugadores de San Lorenzo y de otros clubes, algunos de los cuales iban a viajar a Alemania para jugar en el Mundial. Habían sido invitados a la casa de Gaspar Campos por Rucci. Después de un larguísimo introito de Perón, donde habló de ecología, de geopolítica, de todos los tópicos que solía tocar por esa época en todas sus reuniones, y que los jugadores a duras penas entendían, dice que Perón les preguntó quiénes iban a Alemania como mundialistas. Estaban el Ratón Ayala, el Hueso y algunos otros seleccionados. Perón les advirtió: “Tengan cuidado con los holandeses”. Y todos los jugadores pensaron que los estaba cargando, que el Viejo no entendía un joraca de futbol. ¿Los holandeses? ¿Y desde cuándo sabían jugar los holandeses? Antes del Mundial hubo un amistoso en Amsterdam donde los holandeses nos ganaron cuatro a uno. Vino el Mundial y fueron la gran sensación. El día que jugaron con Argentina nos pasaron por arriba, nos aplastaron cuatro a cero. “¡Ahí nos acordamos lo que nos había dicho el Viejo y que no le habíamos dado ni cinco de pelota!”, decía el Hueso (Risas).

         -Yo era chico y recuerdo ese partido. Me quedó grabado en la retina. Las camisetas “grises” holandesas, porque no había televisión color para ver el naranja, eran como una ola. Se defendían todos juntos y atacaban de golpe todos juntos también. Una pesadilla.

         -Bueno. Así era Perón. Siempre informado de todo. Acá algunos giles lo subestimaban.

          -En esos años entre la muerte de Perón y el golpe de Estado, ¿ocupaste algun cargo?

                - Sí –responde el Pato-. Yo estuve en dos lados. Primero en el Mercado Central de Buenos Aires en la Ricchieri. El Mercado había sido una idea de Perón ya en los años cincuenta… Como yo venía estudiando comercialización, y laburando en empresas de alimentación, me metieron ahí. Pero un día me encontré con Alejandro Yebra, que había sido técnico de la Selección Argentina de Fútbol con Cesarini, y me invitó a participar en el Gobierno en el área de Deportes. Era periodista deportivo. Fui a trabajar con él a la Secretaría de Turismo y Deporte. ¡Y ahí me pegué un embale!… ¡todo me gustaba! En medio del quilombo… Porque era todo un quilombo que seguía creciendo. El Secretario de Turismo y Deporte era el Coronel Adolfo Philippeaux, que se había sublevado en La Pampa en el 56, y que ahora, veinte años después de aquella sublevación, al ver que pasaban sobrevolando los aviones golpistas, subía a la azotea de Acción Social y les tiraba con su pistola reglamentaria. Bajaba, y estaba más tranquilo: había tiroteado un par de aviones (Risas).

           “Isabel hacía lo que podía…y no podía mucho. Era común enterarse por los diarios de los atentados políticos. Justo en el Ministerio donde yo trabajaba había estado López Rega hasta un tiempito antes de ingresar yo. López Rega manejaba la Triple A o una parte de ella, y era uno de los responsables de esa violencia con bandas parapoliciales que se había instalado. Pero ya no quedaba nadie de su gente en el Ministerio. Al “Brujo” lo rajó el movimiento obrero después del “Rodrigazo”, que fue un conjunto de medidas económicas muy perjudiciales para los trabajadores. Yo estuve en la plaza, cuando los laburantes pidieron su cabeza. Fundamentalmente las 62 organizaciones, con Lorenzo Miguel al frente… Hubo una enorme movilización para rajarlo al brujo, abiertamente enfrentado al sindicalismo. ¡Lo que lo putearon ese día! No le quedó otra que renunciar, con todo el poder y la triple A y los fierros y las bandas armadas que tenía. Por eso, cuando el movimiento obrero se para de mano, no hay violencia que valga. Y esta movida hay que reconocérsela a Lorenzo. Fue una movida muy polenta, pero tardía, para salvar, no sólo al gobierno, sino a la democracia. Isabel intentó mantenerse en el gobierno, y a pesar de los aprietes militares, se negó a renunciar. Los milicos no podían permitir una salida institucional, y estaban decididos a volver por todo y por todos. Creyeron que era la oportunidad de destruir de una vez al peronismo al haber muerto su creador

         -Cuando viste que se venía el golpe, con toda esa militancia previa que te comprometía, ¿pensaste en irte del país?

           -La verdad que no. El 23 de marzo de 1976 trabajé como habitualmente en la Subsecretaría de Deportes. Esa noche, mientras yo dormía, se llevaron detenida a la Presidenta en un helicóptero, y se inició una época nefasta en la que perdí muchísimos amigos, compañeros y ex compañeros, y en la que mi familia y yo pasamos situaciones muy jodidas. Claro que a otros les fue mucho peor. Yo estoy para contarla.

            “Me acuerdo exactamente cuatro días antes del golpe. Estaba en la casa de un compañero de San Isidro viendo el partido de la Selección contra la Unión Soviética, que se jugó bajo la nieve. Luis Belaustegui me hablaba de la posibilidad del golpe y yo no oía, o, como muchos de nosotros, no quería oír. Quería ver el partido. Ganó Argentina con gol de Kempes y una gran actuación del “loco” Gatti. El mismísimo día del golpe jugó Argentina contra Polonia y también ganó con goles de Houseman y de Scotta. No éramos conscientes de lo que se venía”.

                       "El vacío que produjo la muerte de Perón se sintió profundamente. Era una tarea sobrehumana soportar las tensiones que  inclusive a Perón le había resultado difícil contener y canalizar, agravadas por los efectos sobre la Argentina de esa etapa de la Guerra Fría en que las superpotencias desarrollaban su partida sobre el tablero del mundo usando a los pueblos como fichas."

             - El golpe de 1976 ya estaba previsto antes de que regresara la democracia. En Estados Unidos y en los círculos de la dictadura militar argentina se evaluaba con razón que impedir el regreso de Perón era imposible. Tomaron como táctica dar un paso atrás, dejar la escena a Perón y prepararse para boicotear su gobierno y dar un nuevo golpe de Estado que vendría por todo. Perón lo sabía y muchas veces advirtió a sus partidarios, y en especial al sector juvenil, que había una avanzada imperialista en América Latina –Banzer en Bolivia, dictadura militar en Brasil, golpe de Pinochet en Chile, un Perú jaqueado, golpe blando en Uruguay- y eran momentos de andar con cautela ¿Te parece que Perón no fue escuchado cuando advertía sobre este peligro? 

          -No. Muchos no lo escucharon, tal vez consideraron poco heroico cuidar la democracia y terminaron equivocando el camino. Lamentablemente a derecha e izquierda le hicieron el juego al golpe de Estado.

         -¿Era la teoría del “cuanto peor, mejor”?

         -Claro. Y cuando vino la represión ni se detuvo ni se limitó a los que estaban o estuvieron con el fierro en la mano: encarcelaron dirigentes gremiales y políticos. Intervinieron la CGT, los sindicatos, el PJ. Secuestraron, torturaron y desaparecieron compañeros a mansalva. La guerrilla –que además ya estaba militarmente derrotada cuando se produce el golpe- sirvió de excusa. El golpe fue contra el peronismo, como expresión de la democracia y la soberanía popular. Venían a hacernos pelota.

              -¿Y cómo repercutió eso en tu vida?

         -En esa época hacía un tiempo que vivía con Marcela Durrié. Fue a ella a la que vinieron a buscar una noche, no a mí. Primero fueron a la casa de mi madre. Los del Falcon subieron al departamento de mamá, en Rivadavia 195, San Isidro, con el portero. Quisieron que les dijera dónde vivíamos. Ella se hizo la tonta: “estos jóvenes, ya ni se acuerdan de visitar a la familia”, y no les informó nada. Igual alguien habrá hablado, porque varios en el vecindario sabían que Marcela estaba empleada en un sanatorio a media cuadra, y los del grupo de tareas fueron a buscarla allí, pero no la encontraron. Después fueron al Hospital de Niños de San Isidro, otro lugar en el que hacía guardias una vez por semana, y al no encontrarla tampoco, lo apretaron al Director, que se portó como los dioses, tampoco les dijo nada, se hizo el boludo. Y la verdad es que si la encontraban era boleta. Y si nos encontraban juntos, era boleta yo también. Ya vivía mi tercera hija y la primera con Marcela: Malena. Mi vieja, pobre, tuvo la iniciativa de venirse a casa en un taxi para avisar que nos estaban buscando.  “Si la siguieron, estamos listos”, pensamos con Marcela. Y nos rajamos de inmediato. Le avisé nuestro raje a un amigazo, un vecino profesor de judo, Angelito Stamboulis, y le pedí que por las noches encendiera las luces de casa, para que no nos vinieran a afanar durante la ausencia. Ángel era, además de profesor, gendarme.  Me dijo que iba a moverse y contactar gente para sacarnos de la situación en que nos encontrábamos.

         -¿Y dónde se rajaron?

         -Caminábamos mucho y dormíamos donde podíamos y, algún tiempo, lo pasamos en la zona de studs de San Isidro, donde nos cuidaban vareadores amigos, peronistas de ley. La otra vez una de mis hijas vio la película “Infancia clandestina” y me dijo que le hacía acordar algunos momentos de lo que vivimos en aquellos años.

         -¿Fue en esa época que perdieron un bebé?

         -Así es. No recuerdo exactamente las fechas, pero habrá sido por esos días que estábamos rajados y buscábamos refugio donde podíamos. Y había en San Isidro un matrimonio con hijos, unos militantes que habían pasado por la JP y luego por la JP Lealtad, y les fuimos a pedir de pasar un día o dos allí. Marcela estaba embarazada de nuevo, después de haber tenido a Malena, y era un embarazo reciente. La cuestión es que estos que creíamos compañeros se julepearon y nos dijeron que no, que no nos iban a recibir. Hoy uno puede entender el miedo que tenían, pero en ese momento fue un golpe muy duro, y fue tanto el disgusto de Marcela que ahí nomás, en la puerta de la casa de esta gente, tuvo un aborto espontáneo y perdió el bebe. Sólo nos detuvimos para que ella se higienizara, lógicamente ella era médica, sabía lo que había que hacer, y sin pedirle más nada a esta gente, nos fuimos.

         -Una situación terrible.

         -Bueno, eso ejemplifica un poco el momento que se vivía. Cada tanto llamábamos desde un teléfono público a  Angelito por novedades. Un día nos citó en la estación San Isidro. Fuimos. Nos cuenta que había estado tratando de tomar contacto con capos de un grupo de tareas que operaba en la zona, para explicarles que nosotros éramos buena gente.  Y me dice: “Pato, esta noche vienen cuatro de esos tipos a casa. Quieren hacerles preguntas. En realidad, es con Marcela con la que quieren conversar”. Nosotros estábamos muy complicados. No éramos clandestinos, no teníamos dónde ir, acabábamos de pasar por esto que te cuento, y Marcela me dice: “Vamos, Pato, Angelito es una garantía”. Así que esa noche estábamos en casa de Ángel, con él y su mujer María Rosa, esperando.

         -Qué momento.

         -¿Qué te parece? Al rato caen los tipos. De sólo mirarlos ya nos daba repugnancia: seguro que habían secuestrado, torturado y matado a amigos nuestros. Nos sentamos en el comedor. Por la ventana se alcanzaba a ver nuestra casa, que quedaba enfrente. El represor que llevaba la voz cantante (al que después bautizamos “Coquito”) era un gordo grandote y usaba una polera, aunque casi no tenía cuello. Coquito empezó el interrogatorio. Todas las luces estaban apagadas, menos una lámpara en el centro de la mesa que apuntaba a los ojos de Marcela. Coquito estaba del lado de la sombra. Los tres acompañantes junto a él. Yo estaba a un costado, con Ángel y su mujer. “¿De dónde sos, qué hacés, dónde trabajaste, dónde militás?” Pensá que estos cuatro tipos estaban interrogando a una pendeja recién recibida de médica y madre primeriza. Era muy difícil. Yo empecé a sentirme ansioso y me quise meter en la conversación para distender un poco. Me cagaron de un grito: “¡Silencio! Con usted no es. No rompa las bolas, después hablamos con usted”. Y siguió el interrogatorio como dos o tres horas más. Insoportable. Al final el gordo Coquito le dice a Angel: “No tengo las cosas claras. Ella nos va a tener que acompañar”. Yo protesté pero Marcela dijo: “Está bien, yo voy”.  Y Coquito: “Bueno, señora: la vamos a meter en el baúl, la vamos a llevar”. En ese momento reaparece en el comedor la mujer de Ángel, María Rosa, que había salido un instante, y le dice a Coquito: “Vos no te la llevás nada. Ella no va a ningún lado. El compromiso era que los interrogabas, pero no que te llevabas a alguien. ¡Acá se hacen las cosas como habíamos establecido!”. Menos mal que se plantó porque, si no, no sé cómo terminaba la cosa. Seguro que mal. Si en ese momento te chupaban, estabas jodido. Coquito le reclamó a Ángel que parara a su mujer, y al fin terminó comprometiéndose a no llevar a Marcela ni voltearnos la casa; harían una investigación complementaria y un nuevo interrogatorio allí mismo en tres o cuatro días.

         -¿Y se animaron a volver?

         -No teníamos otra. Nos volvimos a encontrar en lo de Ángel. Los tipos tenían el prontuario completo de Marcela. Lo único que parece que no sabían era su paso por Montoneros. Ella les había hablado de la Juventud Peronista, de la militancia universitaria y de su opción por la JP Lealtad.  “Está bien: no nos mintió”, explicaron.

“Zafamos gracias a Ángel y su mujer. Ellos  no eran militantes ni héroes ni nada parecido. No eran unos supuestos “tipos comprometidos” como los otros que nos rajaron de la casa. Sólo eran unos buenos vecinos, gente buena y valiente. Mis chicos varones lo conocieron a Ángel, porque nosotros seguimos siendo vecinos muchos años, y tanto Sebastián como Martín practicaron judo con él. Ya falleció.

-¿Y qué hicieron después?

-Volvimos a nuestra casa. Sentíamos un poco de cagazo, pero no teníamos otro lugar donde vivir: necesitábamos estar en familia, cuidar a Malena, que era muy chiquita, trabajar… Después de unas semanas, nos fuimos tranquilizando, pero una madrugada de verano de 1977, a eso de las 5 de la mañana, golpearon la puerta. Nos levantamos de un salto: “¡Vinieron a buscarnos!”, dije. ¿Qué íbamos a hacer? Había que abrir y ver. A pocos metros de nosotros dormía Malenita. Por la mirilla de la puerta no se veían autos ni gente. Si abría, ¿me encontraría con la cana? No quise quedarme con la duda y abrí despacito, despacito, preparado para responder a algún ataque. El tipo que estaba sentado en el jardín se puso de pie. Casi me caigo de culo: era mi amigo Quique Padilla, que acababa de fugarse de la cárcel. Entró a la casa sin saludar y nos dimos un abrazo. Después se tiró al suelo señalándose los pies: “Los tengo hechos mierda”. “Parecen dos pizzas”, dijimos. Mientras Marcela lo revisaba, él nos contó que llevaba un año preso en La Plata. Quique era sociólogo, de gran formación, y había sido un cuadro de la JP Lealtad. Su padre, gran peronista, fue de los primeros suboficiales de la Fuerza Aérea creada por Perón. A Quique lo habían detenido antes del golpe, y por eso se salvó, ya que estaba “legalizado”. “Pero me cansé de estar adentro -dijo-. El día que rajé me habían comunicado que mi condena sería de 15 años”.

-¿Y cómo pudo fugarse?

-En esas semanas había mucho fútbol de verano. Quique convenció a no sé qué autoridad del penal de permitir a los presos políticos ver un Boca-River por la televisión. El se comprometió a cebar mate para todos. Durante el partido, en alguna jugada que los distrajo, se tiró desde un segundo piso y se fugó. Necesitó siete horas para llegar a gamba desde La Plata. En el camino, en la Confitería  de Cabildo y Juramento, se encontró con su padre que le llevó sus documentos. Luego siguió viaje hasta nuestra casa. ¡Menos mal que nosotros habíamos regresado a vivir allí! Sus pies estaban destruidos por la caída y la caminata. Fueron tres días buscando hielo entre los vecinos para llenar un balde y deshincharlos. Entretanto, con otros amigos, encontramos la manera de que saliera del país. Partió en un camión de verduras del mercado concentrador de San Isidro: primero a Uruguay y después a Brasil, entre lechugas y tomates. Más tarde, no sé cómo, llegó a París. También estuvo un tiempo refugiado en casa otro compañero perseguido, Dante Oberlín, hasta que logró salir del país y terminó exiliado en Suecia.

 

sábado, 12 de septiembre de 2020

VIVIR EN CLANDESTINIDAD ANTES DEL REGRESO DE PERON, por Fernando "el pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin





Nace "el Pato" en clandestinidad

          -¿Cómo te enteraste que te buscaban?

-Faltaba poco para que el General Perón volviera a su patria. El tiempo de su llegada era un misterio. Todos algo suponían, pero era un secreto de muy pocos. Ya habían nacido Bernardita y Socorro, mis primeras dos hijas. Lo que ni siquiera imaginaba sucedió. Mi madre y una tía me esperaban para darme la noticia: "te buscan". Un beso a mis dos hijas, un puñado de pilchas y no más tiempo. El por qué quedaba para más adelante. Nadie sabe para cuándo, no hay tiempo. "Gracias vieja por avisar, cuidalas mucho, nos vemos pronto".

-¿Y en esa precariedad es que nace "el Pato"?

-Poco después de entrar en la clandestinidad, mirá vos cómo se mezcla el tema del deporte, nace el hijo mayor de mi hermana, Nicolás… Yo estaba rajado por la zona sur, por Lanús, Lomas… Y, para que no me reconocieran me había dejado los bigotes, y tenía una cédula trucha, me llamaba “Lucas Suárez”. Ya Descamisados nos habíamos fusionado con Montoneros, y ellos tenían la suficiente organización como para proveerte de documentación. Al parecer, usaban una agencia de empleos: ponían avisos en los diarios pidiendo gente para distintos puestos, con diferentes exigencias de calificación, y en las “entrevistas laborales” fotocopiaban cédulas que después eran la base de la documentación fraguada; además, en esas entrevistas se averiguaba la historia de vida de los solicitantes y con esas historias  se fabricaban coberturas para los perseguidos políticos, como era mi caso. Así es que terminé siendo “Lucas”. Allá en Lomas, con los pibes que también eran militantes, algunos de ellos de fábricas y comisiones internas, como el flaco “Patiño”, el “comanche” Figueroa, etc., jugábamos picados, porque rajado y todo no podía dejar el futbol, y ahí es cuando los muchachos futboleros me empiezan a decir “Pato”, por el dibujito animado, el “Pato Lucas”. (Risas). Yo nunca pude explicar públicamente el origen de mi apodo, que nació en la clandestinidad, hasta hace unos años. Cuando me preguntaban de dónde venía lo de “Pato”, lo justificaba diciendo que era por mi estilo de juego, que era parecido al del Pato Pastoriza,  que por eso me llamaban así. ¡Mentira! ¡Qué caradura, compararme con Pastoriza!  Así que cuando nace el hijo de mi hermana (quien andando el tiempo fue medio scrum de Los Pumas), y yo salgo como padrino, me caigo ante toda la familia con bigotes y con anteojos para que no me reconozcan, y mi familia me miraba como a un loco (Risas)… Y, claro, mi hermana y todos decían: “este está medio pelotudo” (Risas). ¡No entendían un carajo!  Por suerte no había nadie que se ocupara de seguirme, porque ese disfraz era ridículamente transparente: todos mis familiares y amigos presentes me reconocieron de inmediato. Así, nació un nuevo personaje para mí. Fui el “Pato”, y nunca más me llamaron como antes.

                -¿Y cómo te llamás vos? (Risas).

                -Fernando Nicolás.

               -Pero cuando jugabas oficialmente al futbol no podías usar la cédula trucha… Tenías que mostrar la tuya.

             -Mostraba la mía, y después, si alguien me paraba en la esquina de la cancha, mostraba la cédula trucha. Cosa que nunca me pasó, pero llevaba las dos por las dudas. Los compañeros jugadores, alguno me debe haber visto con las dos cédulas. Raúl Delucci, uno que jugaba conmigo en Acassuso, que había jugado en Ferro, un rata piola, me llamaba “el Fugitivo” por la serie de TV. (Risas).

            “Recuerdo que en esos tiempos, cuando nació el “Pato”, jugamos un partido con Defensores de Belgrano. Lo recuerdo bien, en principio, porque ese año 1972 ellos salieron campeones y ascendieron y nosotros nos fuimos al descenso, a la “D”, la última categoría de la AFA. En Defensores había un jugador que la rompía, era un delantero de colección. El técnico nos decía: “Hay que marcarlo, hay que marcarlo, no lo dejen que agarre la pelota”. ¡Qué mierda lo íbamos a marcar, si el hijo de puta hacía lo que quería! Nos golearon: le metían 3 ó 4 goles a todo el mundo y a nosotros también. El delantero imparable era René Houseman[1], que poco después, en el ´73, iba a ser campeón con uno de los grandes equipos de la historia de nuestro fútbol: el “Globito” de César Luis Menotti[2].

                    -¿Cómo era la vida en clandestinidad?

               -Te aseguro que no era nada gracioso… Yo lo cuento en forma chistosa, pero es para desdramatizar, para poder hablar de tiempos que fueron terribles. Hay hechos muy fuleros que empezaron a suceder a medida que la cosa se ponía pesada. Yo me separé, mi primera mujer no pudo aguantar que anduviéramos de aquí para allá, huyendo en nuestro exilio interno con dos hijitas a cuestas. ¿Cómo no entenderla? Arreglamos que se blanqueara, que se presentara en la Cámara Federal, el famoso “Camarón”, que se ocupaba de las cuestiones relacionadas con las organizaciones que ellos llamaban “subversivas”, para desligarse de mi militancia, de común acuerdo conmigo, porque se nos hacía insostenible seguir ambos en la clandestinidad.  Yo visitaba a mis dos primeras hijas, que entonces eran unas nenitas, mi vieja las llevaba en secreto a encontrarse conmigo; la obligaba a tomar varios colectivos a mi pobre vieja, y yo tomaba como catorce colectivos, hasta la plaza Las Heras, para poder verlas. Mi vieja no entendía qué carajo tenía que hacer escondiéndome así… Yo llegaba, las hamacaba un rato, y ella se las llevaba de nuevo. No era joda estar clandestino, estar en cana, o que te hagan pelota, como les pasó a tantos compañeros.

                  Invadido por los recuerdos, el Pato se pone serio y reflexiona:

                  -Tardé mucho tiempo en decidirme a hablar o contar estas experiencias. Y el motivo no era la pereza. Muchas de las cosas que hoy puedo recordar vuelven tras un enorme esfuerzo. Tengo que forzar la memoria para organizar largos lapsos de mi vida. Seguro a miles de compañeros, que vivieron situaciones análogas, les ocurra lo mismo.

         “Cuando uno atraviesa la clandestinidad hace un ejercicio del olvido, se esfuerza en acordarse sólo de lo indispensable. Además, está la simulación: el  amigo “Fulano” pasa a llamarse  “José”. ¿Y dónde vive “José”? Uno lo ignora y hasta ignora el apellido fingido si no se necesita el dato. El lema es: “No conocés a nadie”. El  nombre de uno pasa a ser otro, los otros son todos nombres de fantasía. Si hay que visitar el domicilio de un compañero para tratar algún tema, el dueño de casa te guiará, mientras vas en un auto con los ojos cerrados para no recordar el camino.

         “Así,  he vivido en algunos lugares  que aprendí a borrar de mi memoria.  Paso por algunos y me digo: “esto me parece conocido, yo viví por esta zona”, pero no tengo modo de precisar ese recuerdo. Yo viví, seguro, en Avellaneda, pero  hoy no podría precisar dónde, ni en qué mes de qué año.

         “Para recuperar muchos de estos recuerdos necesité años de ordenar fechas, de encuentros con compañeros que por largo tiempo no vi. Años de terapia, una cura de recuerdos ayudada por la voluntad. Me di cuenta de que el olvido estaba envuelto en viejos temores y angustias. De a poco fui reconstruyendo.

        “Después de empezar a conversar este reportaje, yo pensé que tenía todas las cosas muy claras y asumidas. Y en verdad me paso que ni tenía las cosas muy claras, ni tampoco las tenía muy asumidas como para que nada me afectara –confiesa el Pato-. En verdad, no fueron pocas las noches en este tiempo que sentí nostalgias, o no sé cuál es el término, de muchos compañeros que yo conocí, que estuvieron muy cerca mío, y que no están. Y en verdad, de sus muertes, yo me enteré muchísimo tiempo después, porque habíamos tomado caminos distintos.

       “Por ejemplo, de los compañeros con los que vivimos un tiempo en Villa Urquiza, Ricardo Dios, y la petisa Norma (no sé si Norma era su verdadero nombre, o si era un nombre de fantasía; ella estudiaba psicología; después me enteré que se había recibido de psicóloga, pero nunca más la vi), a Ricardo lo mataron, todavía no sé en qué circunstancias, ni cuando, ni dónde… Era más chico que yo, estuve con él en algún grupo…¿Cuánto estuve ahí? Tampoco me acuerdo… Y de ahí salté yo solo, porque ya mi primera mujer había comparecido ante el “Camarón, y me fui a vivir a Vicente López, a dos o tres cuadras de la Municipalidad; si yo pasase reconozco la casa: un departamento, en planta baja;  con Ángel Giorgiadis, y Teté. A Teté la volví a ver hasta el presente, y a Angelito, un pibe fenómeno, con ilusiones, con mística, lo mataron cuando estuvo detenido en la Unidad 9 de La Plata, junto a Dardo Cabo, en la última dictadura. Les aplicaron la "ley de fugas". Inventaron un intento de evasión[3]. Yo había sido su jefe operativo, y después del retorno de Perón nuestros caminos se separaron: yo me fui a la Juventud Peronista Lealtad y él siguió con Montoneros. Hace un tiempo se les rindió un homenaje, a Ángel y a Dardo, en la Unidad 9. En esa Unidad 9 convergen las dos líneas del pasado, política y futbol. Allí gestioné, hace un tiempo, que fuera la primera división de Tigre a jugar al fútbol con los internos, con mi hijo Martín que juega en ese club.

                 “¿Por qué me tengo que rajar de lo de Ángel y Teté? Porque un día, planta baja con las ventanas abiertas, estábamos en tareas organizativas, y pasa gente por la calle y nos entran a mirar de un modo sospechoso, y nos dimos cuenta enseguida. Era un momento no tan bravo como el posterior al 76, pero era una dictadura, y por precaución hicimos abandono del lugar. Poco después salto a Lomas de Zamora, donde la conozco a Norma Arrostito, que estaba buscada por todos lados. Y era, en ese momento, una mujer de unas agallas impresionantes. Y que también murió, en la ESMA. Todos con los que yo viví en esos tiempos hoy están muertos o los mataron…

              “De Angelito yo la volví a ver a Teté, su mujer, y hablé algunas veces con ella, y son cosas que no se superan. Y de Ricardo de Dios, terminé conociendo a su madre, que vivía a una cuadra de la estación Martínez… Yo caí en la casa de ellos, a hablar con la madre tiempo después, ya en época de la democracia. Con lo cual, todo esto fui recordándolo a medida que pude. Durante mucho tiempo uno niega todas estas cosas, lo esconde de sí mismo. Y a veces por necesidad, porque no podés estar rememorando todo el tiempo. Te hacés pelota.

          -¿Cómo fue que Descamisados se incorpora a Montoneros?

         -Bueno, era la lógica, pienso yo. La Argentina ya había aprendido a convivir con el fenómeno de la guerrilla urbana; actuaban muchos grupos: FAL, FAP, FAR y, desde hacía algunos meses (desde el 29 de mayo de 1970), esta organización de nombre original, Montoneros. Su primera acción conocida había tenido una enorme resonancia: habían secuestrado de su domicilio al general retirado Pedro Eugenio Aramburu[3], segundo presidente de la llamada “Revolución Libertadora”, bajo cuyo gobierno se habían producido los fusilamientos de militares y civiles peronistas y nacionalistas en 1956. Cuando surgieron a la luz pública, los Montoneros estaban rodeados por un halo de misterio. Su nombre, el lenguaje de sus comunicaciones (no menos que el hecho de tomar a Aramburu como blanco de su primer ataque), los asociaba con el peronismo y con el revisionismo histórico nacionalista. En vísperas del secuestro, fuertes versiones indicaban que Aramburu había tendido puentes y mantenido contactos con Arturo Frondizi y hasta con el propio Perón con el objeto de desplazar al general Onganía de la presidencia y abrir un proceso electoral para salir del régimen militar. En ese contexto, algunos difundieron la conjetura de que la acción de los misteriosos guerrilleros había sido inducida por el propio gobierno castrense[4]. Esas versiones no impidieron que muchísimos militantes que buscábamos que el retorno de Perón se vinculara con una fuerte reforma social, nos sintiéramos atraídos por esos misteriosos montoneros. Debo confesar que la aparición del cadáver de Aramburu  no neutralizó el magnetismo que ejercía esa fórmula que en ese momento nos parecía romántica, combativa, justiciera, redentora y peronista. Después mi visión cambió, sobre todo cuando Perón llegó al gobierno y me fui a la JP Lealtad. Es una nueva etapa.

                   “Cuando evoco aquella época, me surgen dos cosas. Primero, el cariño subsistente hacia muchos compañeros militantes que conocí y fueron parte de las organizaciones armadas, que hoy ya no están, y que se granjearon mi respeto y admiración por su compromiso militante, en el cual dieron sus vidas, más allá de la mirada crítica que hoy tengo respecto de la lucha armada, sobre todo cuando esa lucha armada se continuó una vez restablecida la democracia y retornado Perón al país, tal como anhelaban las mayorías argentinas. Por otra parte, hoy puedo analizar que esta entrega tan valiente estuvo signada, lamentablemente, por enormes errores políticos de quienes conducían, errores que andando el tiempo sirvieron como pretexto para los sectores cívico-militares que conspiraban contra el gobierno democrático de Perón y de Isabel, y que finalmente lograron instaurar la más brutal y cruel de las dictaduras tras el golpe de 1976”.

 




[1] René Orlando Houseman (1953- 2018), delantero mítico, célebre por su excepcional gambeta, fue el jugador estrella del Huracán campeón del Torneo metropolitano de 1973. Integró asimismo la Selección argentina de fútbol en los mundiales de 1973 y 1978, en que se coronó campeón. Jugó para la albiceleste 55 partidos anotando 13 goles.

.[2] Huracán, equipo chico, causó sensación con su excelente juego  en 1973 al consagrarse campeón del Torneo Metropolitano tras una gran campaña bajo la conducción del futuro DT de la selección campeona del mundo 1978, César Luis Menotti. Disputó 19 partidos ganados, 8 empatados y 5 perdidos, con 62 goles a favor y 30 en contra siendo la valla menos vencida. Lo integraban Héctor Jorge Roganti; Nelson Pedro Chabay; Jorge Carrascosa; Omar Ruben Larrosa; Francisco Faustino Russo; Alfio Basile; Daniel Alberto Buglione; René Orlando Houseman; Carlos Alberto Babington; Carlos Alberto Leone; Roque Alberto Avallay; Miguel Angel Brindisi; Eduado Enrique Quiroga; Francisco del Valle; José Rubén Scalise; Edgardo Luis Cantú; Julio Cesar Tello; Ruben Alberto Ríos; Angel Carlos Tolisano; Adolfo Kerikian; Alberto Luis Fanesi; Alfonso Dante Roma; Luis Alberto Ceballos.

[3] El general y ex presidente de facto de la Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu ( 1903 -  1970)  fue secuestrado por Montoneros el 29 de mayo de 1970, sometido a un “juicio revolucionario” por el golpe de Estado de 1955,  los fusilamientos de 1956 y el robo del cadáver de Evita, y ejecutado de un tiro por Fernando Abal Medina en el sótano de la estancia La Celma en la localidad de Timote (partido de Carlos Tejedorprovincia de Buenos Aires).Fue la presentación en sociedad de Montoneros, tal como señalara posteriormente Firmenich: "El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro ( …) La ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización."​

 [4] La versión alternativa a la que brinda Montoneros en la revista “Causa peronista” en septiembre de 1974 sobre el secuestro y asesinato de Aramburu ha sido sostenida por muchos investigadores sobre la base de las versiones que desde un principio señalaron al propio gobierno de Onganía como responsable del crimen y presentaron al núcleo fundacional de Montoneros operando a su favor. Fernandez Alvariños sostiene en su libro “ZA argentina, el crimen del siglo”, que el asesinato fue perpetrado por fuerzas paramilitares y parapoliciales de Onganía, en un operativo organizado por su Ministro del Interior, el General Francisco Imaz. Según esta versión, Aramburu habría sido asesinado en el Hospital Militar Central de Buenos Aires.

Para explicar este accionar se afirma que en esos momentos Aramburu representaba un serio problema para Onganía, ya que había iniciado conversaciones en búsqueda de un acuerdo con Perón para una salida electoral”. Asimismo, se sostiene que avanzaba un golpe militar para sustituir a Onganía, en el que habrían conspirado, entre otros, el general Agustín Lanusse, Arturo Frondizi y el propio Aramburu, a quien se propondría como futuro Presidente. Para prevenir este golpe fue que la inteligencia millitar de Oganía habría facilitado el accionar de los futuros montoneros para que lo secuestren y luego interrogarlo. El anciano general habría fallecido durante el oeprativo sin que pudieran reanimarlo en el Hospital Militar, fraguándose luego toda la historia del secuestro y ejecución para ocultar lo sucedido.

Por su parte, Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi, en la biografía “Aramburu”, afirman que Carlos Alconada, ex ministro de Aramburu, imputaba el asesinato al ministro Francisco Imaz. Y aseguran que Arturo Mor Roig, siendo ministro del Interior, habría informado a la viuda de Aramburu que no se podía seguir investigando sin que el Ejército resultara salpicado.

Sin duda, el verdadero carácter y autoría intelectual del asesinato de Aramburu quedará como un tema controversial por muchos años.

 

 

 





domingo, 28 de junio de 2020

Del “Muerte a Peron” al “Peron o Muerte”, por Aldo Duzdevich






Por Aldo Duzdevich


En octubre de 1953 un grupo de jovenes conspiradores planean matar a Peron, los lidera el joven aristocrata Diego Muniz Barreto, quien  años despues hara un giro politico sorprendente.


Atentado contra Peron.
El 15 de Octubre de octubre de 1953, los veinteañeros Diego Muniz Barreto y Mariano Narciso Castex,   se reunieron en Florida y Corrientes con un supuesto colaborador militar que les podia proporcionar armas. A el le contaron que tenian un grupo de 50 hombres entrenados, cuyo fin era matar a Peron y combatir si  se desataba una guerra civil. Contaban con fusiles mauser, ametralladoras y bombas de humo, pero necesitaban municiones 9 y 45 mm y trotyl. El plan era hacer volar a Peron, el dia 17, sobre la Avenida Alem, con un auto cargado de explosivos detonado a control remoto. Tambien volarian puentes de acceso a la Capital. Suponian que luego del asesinato estallaria una guerra civil, y si algo fallaba ya tenian preparada su fuga a Uruguay.
El “colaborador” era integrante de la division Control de Estado, de la Policia Federal quien rápidamente informo a sus superiores. El dia 16 de octubre, son detenidos Emilio Allende Posse (20años) e  Isidoro Martinez Castro (18años). Posse portaba un portafolio, con un revolver  Colt 32,  proyectiles de distintos calibres y el libro “Técnica de una traición” de Silvano Santander. El día 17 son detenidos Mariano N. Castex,  Hernan E Blackley, Gaston Garcia Miramon , Raul A Jorsiomo y Lorenzo Blanco. En poder de Blackley la policia secuestra dos carabinas  32 y un rifle Halcon de uso militar.
Castex confiesa que el jefe era Diego Muniz Barreto, pero  en el organigrama estaba el como “chief” (jefe) porque Diego era “muy temperamental”. Barreto logra eludir a la policía escapando  por una puerta disimulada en la “boisserie” de su lujoso departamento. Se refugia en la Embajada de Uruguay y luego cruza a Montevideo.
Todos los jóvenes pertenecían a familias adineradas; varios ex alumnos del Belgrano Day School (donde hoy concurre Antonia Macri). Según el informe policial tenían una organización tipo “maqui” (guerrilleros de la resistencia francesa). Usaban seudónimos y un código de alarma que era la palabra “molinari”. El día 21 fueron puestos a disposición del juzgado del Dr Miguel Rivas Arguello, la causa se caratulo:
“Actividades con el fin de atentar contra la vida el Señor Presidente de la Nacion”.
En sus primeras declaraciones,  alegaron que se estaban organizando para ser el apoyo civil, de un golpe de estado. Por indicación de sus defensores, el argumento vario a  ser grupos de autodefensa, ante las amenazas recibidas por sus familias de los  grupos peronistas.
En noviembre el Congreso sanciono una ley de anmistia N.º 14296 y el 31 de diciembre estaban todos en libertad.
Otro “comando civil”:  Florencio Arnaudo, en el 2005 confeso a Clarin : “según la teoría de Santo Tomás de Aquino, estábamos dispuestos al tiranicidio y liquidar a Perón". No es  extraño entonces, que otros discípulos de Santo Tomas: Fernando Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich, con el mismo argumento del “tiranicidio” hayan fusilado a Pedro Eugenio Aramburu el 1° de junio de 1970.
Diego Muniz Barreto y Mariano N. Castex no pudieron cumplir el objetivo de matar a Peron, pero 15 años después ambos lo van a conocer en Madrid y se van a convertir en sus seguidores.



La guerrilla de Barrio Norte
La violencia politica no comenzo en los 70.  Pero su antecedente mas cercano  se puede encontrar en los “comandos civiles” de los años 50.  Su impronta, y  su forma organizativa en células, nombres de guerra, etc., se asemejo  mucho a la guerrilla setentista. Claro, que  tenia otro color político, era antiperonista y la mayoría de sus miembros eran jóvenes de clase alta. Abundaban los doble apellidos  de Barrio Norte y San Isidro : Ruiz Moreno, De Vedia y Mitre, De las Carreras, Lanus, Sanchez Zinny, Martinez Paz, Villada Achaval, Beccar Varela, Rodriguez Larreta, Menendez Behety son algunos de los mencionados en las crónicas de la época. También es cierto, que muchos de los hijos de estos furiosos antiperonistas, quince años después, van a nutrir las filas de Montoneros y otros grupos guerrilleros.
Su debut  fue el 15 de abril de 1953 , cuando en una concentración en Plaza de Mayo pusieron bombas que dejaron 7 muertos y 90 heridos entre ellos 19 mutilados. Aclaremos que la guerrilla setentista nunca hizo este tipo de atentados  contra la población civil. Entre sus autores materiales estuvieron: Arturo Mathov, Roque Carranza, Carlos Alberto González Dogliotti, y los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse.


Diego Muniz Barreto  un niño mimado de la aristocracia
Diego nació en Mar del Plata, en 1934.  Sus bisabuelos paternos eran descendientes de familias portuguesas fundadoras de Bahía (Brasil), donde consolidaron una fortuna descomunal. Su bisabuelo materno, Emilio Vicente Bunge, compró al estado 28 mil hectáreas “ganadas en la campaña del desierto” en la zona de General Villlegas. Era una familia perteneciente a lo mas selecto de la oligarquía porteña. Diego se casó con la bellísima María Teresa J. Escalante Duhau, quien también procedía  de la alta sociedad.
Voladura de la Escuela Superior Peronista
Su exilio en Montevideo duro poco tiempo. El cuenta, que en julio del 1955 cruzó el rio en un bote de remos, con una carga de 20 kg de gelinita. Esta vez el operativo iba a tener éxito. La madrugada del 20 de julio él y su grupo llegaron a las puertas de la Escuela Superior Peronista en Avenida Corrientes y San Martin. Diego invitó al policía de guardia a tomar una cerveza en el bar de enfrente, mientras sus cómplices ingresaban con los explosivos. Los destrozos fueron totales. El director de la escuela, era el Dr Raul Mende. Su hijo Jorge Mende, fue un destacado cuadro montonero asesinado en la ESMA en noviembre de 1976.
Atentados contra policias
Ya en los meses previos al golpe de septiembre, los comandos civiles adoptaron la táctica de atentar contra policías que hacían consigna en templos y escuelas religiosas. Varios  resultaron muertos y otros sufrieron graves heridas. Los comandos se movían en jeeps desde donde abrían fuego. El 16 de agosto, la crónica periodística informaba que frente a la confitería La Biela, fueron detenidos seis adolescentes que escondían sus armas en un jeep allí estacionado. Los detenidos eran Ignacio Cornejo, Ricardo Richelet, Mariano Iturralde, Pablo Moreno, Jorge Castex y Hortensio Ibarguren. Logrando huir Diego Muniz Barreto sindicado como el organizador y proveedor de armas del grupo.
Del desengaño libertador a la dictadura de Ongania
Según cuenta su amigo Boby Roth el antiperonismo de Diego cesó con la revolución “Libertadora”. Se acercó al frondicismo y luego mediante sus contactos militares conspiró junto al sector “azul” del ejercito. En 1966  de la mano de Roth llegó al gobierno de facto del General Onganía, cuando éste ocupaba el cargo de Subsecretario Legal y Técnico. Su paso por el gobierno ira a cesar en 1968 por desacuerdo con la política económica de Krieger Vasena. Aunque  volvera a la Casa Rosada  el 8 de junio de 1970, en el momento que Lanusse obliga a Ongania a dejarle el gobierno a Levingston. Según relata su amigo Mariano Castex “Diego estaba esa noche armado con una pistola 45 y Barreto exaltado hubiese matado a Lanusse, Diego no era hombre de palabras añiñadas o amigo de autopromociones”.
Diego el mecenas de Galimberti
En 1970 Rodolfo Galimberti dirigia un grupo llamado JAEN. De tinte peronista y nacional, reconocía mas simpatías con Primo de Rivera, que con Trosky o el Che.  El primer contacto con Barreto, lo hizo Ernesto Jaurectche entonces periodista de El Economista. Galimberti era un muchacho picaro, con cintura politica, con ansias de poder y no muchos escrúpulos. Muniz Barreto se le presentaba, como una fuente de recursos económicos, pero ademas, algo que al “Galimba” lo perdia, y era su necesidad de “pertenecer” a una clase social que por su origen tano y clase mediero le estaba negado.  Por ejemplo, establecer relación con Julieta Luro Pueyrredon de Bulrrich y ponerse de novio con su joven hija “Julie” (hermana de la actual ministra). Y, para Muñiz Barreto, Galimberti era su via de acercamiento al peronismo y a Peron, para destruir a su archienemigo Agustin Lanusse (a quien estuvo dispuesto a matar de un tiro de 45).

Diego en Madrid ahora si,  “la vida por Peron”
En aquellos años un viaje a Europa era muy caro (no habían llegado las lowcost) Galimberti quería conocer a Peron y Diego financio generosamente su viaje. A Peron le cayo bien ese joven impertinente, que llegaba tarde a las citas, y se cuadraba taconeando frente a su General. Y rápidamente lo ungió como su delegado ante la naciente juventud peronista. Galimberti retribuyo a su mecenas presentándolo ante el General. “Este conspiro contra Vd en 1955, fue comando civil” lo presento “Galimba.” “Que bueno conocer viejos opositores” ...”Que gusto decirle  “compañero” --se alegro Peron y le estrecho las manos. Para Peron, no seria ni el primero ni el ultimo de sus viejos opositores, que ahora se le acercaban. El practicaba el arte de la conducción, que requiere humildad, tolerancia y empatia con el otro. Diego le habia llevado de regalo la película Rosas producida por el. El 8 de octubre del 72 Diego estuvo entre los veinte invitados al cumpleaños de General celebrado en un restaurant de Madrid. Diecinueve años habían pasado de aquel octubre del 53, en el que fracaso, su intento de matar a ese hombre, que hoy tenia sonriente frente suyo, y a quien reconocía como un gran líder.
De Montoneros al Ejercito Revolucionario del Pueblo ERP
A fines de 1972 Galimberti ingresara como aspirante dentro de la organización Montoneros. Diego va a caer preso por participar de un acto junto a su amigo “Galimba”. En Diciembre impulsado por Montoneros, Diego Muniz Barreto integra la lista de Diputados Nacionales del peronismo. Incluso filma un spot de campaña que cierra con la frase de guerra “la sangre derramada no sera negociada”. En febrero del 74 junto a otros siete diputados de la JP renuncia a su banca. Meses después, disconforme con Montoneros se acerca al troskista ERP con quienes colabora hasta el día de su asesinato.

Que parezca un accidente
El 16 de febrero en 1977, en una carnicería de Escobar, es detenido por el subcomisario Patti. Durante 20 dias es torturado y paseado por distintos centros de detención clandestina. Finalmente no se animan a desaparecerlo;  lo meten dopado a su auto y lo empujan a un cauce de agua para simular un accidente. Segun dicen Diego todavía mantenía buena relación con el general Jorge Olivera Rovere. Cada vez que le llegaba su nombre en la lista de secuestros, lo tachaba. Cuando Olivera Rovere  fue trasladado, Diego perdió protección, y no se dio cuenta.
Un hombre capaz de entregar sus bienes y su vida por un ideal.
Su amigo y cómplice del 53 Mariano N. Castex, lo recuerda asi: “Diego era una figura aventurera y controvertida. Capaz, arrebatado poseído de una arrolladora bondad y cautivante simpatia, poseía las cualidades que lo hacían necesario en la trinchera o en la vanguardia del asalto y desechable en etapas de trabajo reflexivo.”Fue un hombre capaz de entregar sus bienes y su vida por un ideal.”

El amigo de Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde lo recuerda ”Era un hombre de gran bonhomía, alegre e irónico. Era un espíritu libre y además un hombre de bien; sencillo, pero con algunos gustos refinados: uno podía decir que no era miembro de la oligarquía, pero conservaba el sentido aristocrático de la vida. De su desencanto con la autodenominada Revolución Argentina, del contacto con los detenidos políticos en la cárcel de Rawson,  terminó acercándolo al peronismo.”

El ex militante Alfredo Ossorio que compartio noches de lomo a la pimienta en su casa de Recoleta afirma: “Diego trataba el poder con mucha naturalidad, no porque lo hubiese conquistado, sino porque le venia de cuna”.

Tal vez para bien definir a Diego Muniz Barreto, sirva una cita de Peron : “Licurgo estableció en una de sus más sabias leyes ,que para mí es la más maravillosa de todas: "Hay un solo delito infamante para el ciudadano: que en la lucha en que se deciden los destinos de Esparta él no esté en ninguno de los dos bandos o esté en los dos”.
Diego equivocado o no, vivió y murió peleando en alguno de los dos bandos.

Aldo A Duzdevich
Autor de “La Lealtad-Los Montoneros que se quedaron con Peron”