Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin
Nace "el Pato" en clandestinidad
-¿Cómo te enteraste que te buscaban?
-Faltaba poco para que el General Perón volviera a su patria. El tiempo de su llegada era un misterio. Todos algo suponían, pero era un secreto de muy pocos. Ya habían nacido Bernardita y Socorro, mis primeras dos hijas. Lo que ni siquiera imaginaba sucedió. Mi madre y una tía me esperaban para darme la noticia: "te buscan". Un beso a mis dos hijas, un puñado de pilchas y no más tiempo. El por qué quedaba para más adelante. Nadie sabe para cuándo, no hay tiempo. "Gracias vieja por avisar, cuidalas mucho, nos vemos pronto".
-¿Y en esa precariedad es que nace "el Pato"?
-Poco después de entrar en la
clandestinidad, mirá vos cómo se mezcla el tema del deporte, nace el hijo mayor
de mi hermana, Nicolás… Yo estaba rajado por la zona sur, por Lanús, Lomas… Y,
para que no me reconocieran me había dejado los bigotes, y tenía una cédula
trucha, me llamaba “Lucas Suárez”. Ya Descamisados nos habíamos fusionado con Montoneros, y
ellos tenían la suficiente organización como para proveerte de documentación. Al parecer, usaban una agencia de empleos:
ponían avisos en los diarios pidiendo gente para distintos puestos, con
diferentes exigencias de calificación, y en las “entrevistas laborales”
fotocopiaban cédulas que después eran la base de la documentación fraguada;
además, en esas entrevistas se averiguaba la historia de vida de los
solicitantes y con esas historias se
fabricaban coberturas para los perseguidos políticos, como era mi caso. Así es que terminé siendo “Lucas”. Allá
en Lomas, con los pibes que también eran militantes, algunos de ellos de
fábricas y comisiones internas, como el flaco “Patiño”, el “comanche” Figueroa,
etc., jugábamos picados, porque rajado y todo no podía dejar el futbol, y ahí
es cuando los muchachos futboleros me empiezan a decir “Pato”, por el dibujito
animado, el “Pato Lucas”. (Risas). Yo nunca pude explicar públicamente el
origen de mi apodo, que nació en la clandestinidad, hasta hace unos años.
Cuando me preguntaban de dónde venía lo de “Pato”, lo
justificaba diciendo que era por mi estilo de juego, que era parecido al del Pato Pastoriza, que por eso me llamaban así. ¡Mentira! ¡Qué
caradura, compararme con Pastoriza! Así que cuando nace el hijo de mi hermana
(quien andando el tiempo fue medio scrum de Los Pumas), y yo salgo como
padrino, me caigo ante toda la familia con bigotes y con anteojos para que no
me reconozcan, y mi familia me miraba como a un loco (Risas)… Y, claro, mi
hermana y todos decían: “este está medio pelotudo” (Risas). ¡No entendían un
carajo! Por
suerte no había nadie que se ocupara de seguirme, porque ese disfraz era
ridículamente transparente: todos mis familiares y amigos presentes me
reconocieron de inmediato. Así, nació un nuevo
personaje para mí. Fui el “Pato”, y nunca más me llamaron como antes.
-¿Y cómo te llamás vos?
(Risas).
-Fernando Nicolás.
-Pero cuando jugabas
oficialmente al futbol no podías usar la cédula trucha… Tenías que mostrar la
tuya.
-Mostraba la mía, y después, si
alguien me paraba en la esquina de la cancha, mostraba la cédula trucha. Cosa
que nunca me pasó, pero llevaba las dos por las dudas. Los compañeros
jugadores, alguno me debe haber visto con las dos cédulas. Raúl Delucci, uno
que jugaba conmigo en Acassuso, que había jugado en Ferro, un rata piola, me
llamaba “el Fugitivo” por la serie de TV. (Risas).
“Recuerdo que en esos tiempos, cuando nació el “Pato”, jugamos un
partido con Defensores de Belgrano. Lo recuerdo bien, en principio, porque ese
año 1972 ellos salieron campeones y ascendieron y nosotros nos fuimos al
descenso, a la “D”, la última categoría de
-¿Cómo era la vida en clandestinidad?
-Te aseguro que no era nada
gracioso… Yo lo cuento en forma chistosa, pero es para desdramatizar, para poder hablar de tiempos que fueron terribles.
Hay hechos muy fuleros que empezaron a suceder a medida que la cosa se ponía
pesada. Yo me separé, mi primera mujer no pudo
aguantar que anduviéramos de aquí para allá, huyendo en nuestro exilio interno
con dos hijitas a cuestas. ¿Cómo no entenderla? Arreglamos
que se blanqueara, que se presentara en la Cámara Federal, el famoso “Camarón”,
que se ocupaba de las cuestiones relacionadas con las organizaciones que ellos
llamaban “subversivas”, para desligarse de mi militancia, de común acuerdo
conmigo, porque se nos hacía insostenible seguir ambos en la clandestinidad. Yo visitaba a mis
dos primeras hijas, que entonces eran unas nenitas, mi vieja las llevaba
en secreto a encontrarse conmigo; la obligaba a tomar varios colectivos a mi pobre
vieja, y yo tomaba como catorce colectivos, hasta la plaza Las Heras, para
poder verlas. Mi vieja no entendía qué carajo tenía que hacer escondiéndome así…
Yo llegaba, las hamacaba un rato, y ella se las llevaba de nuevo. No era joda
estar clandestino, estar en cana, o que te hagan pelota, como les pasó a tantos
compañeros.
Invadido por los recuerdos, el
Pato se pone serio y reflexiona:
-Tardé mucho tiempo en
decidirme a hablar o contar estas experiencias. Y el
motivo no era la pereza. Muchas de las cosas que hoy puedo recordar vuelven
tras un enorme esfuerzo. Tengo que forzar la memoria para organizar largos
lapsos de mi vida. Seguro a miles de compañeros, que vivieron situaciones
análogas, les ocurra lo mismo.
“Cuando
uno atraviesa la clandestinidad hace un ejercicio del olvido, se esfuerza
en acordarse sólo de lo indispensable. Además, está la simulación: el amigo “Fulano” pasa a llamarse “José”. ¿Y dónde vive “José”? Uno lo ignora y
hasta ignora el apellido fingido si no se necesita el dato. El lema es:
“No conocés a nadie”. El nombre de uno
pasa a ser otro, los otros son todos nombres de fantasía. Si hay que visitar el
domicilio de un compañero para tratar algún tema, el dueño de casa te
guiará, mientras vas en un auto con los ojos cerrados para no recordar el
camino.
“Así,
he vivido en algunos lugares que
aprendí a borrar de mi memoria. Paso por
algunos y me digo: “esto me parece conocido, yo viví por esta zona”, pero no
tengo modo de precisar ese recuerdo. Yo viví, seguro, en Avellaneda, pero hoy no podría precisar dónde, ni en qué mes
de qué año.
“Para recuperar muchos de estos
recuerdos necesité años de ordenar fechas, de encuentros con compañeros que por
largo tiempo no vi. Años de terapia, una cura de recuerdos ayudada por la
voluntad. Me di cuenta de que el olvido estaba envuelto en viejos temores y angustias.
De a poco fui reconstruyendo.
“Después de empezar a
conversar este reportaje, yo pensé que tenía todas las cosas muy claras y
asumidas. Y en verdad me paso que ni tenía las cosas muy claras, ni tampoco las
tenía muy asumidas como para que nada me afectara –confiesa el Pato-. En
verdad, no fueron pocas las noches en este tiempo que sentí nostalgias, o no sé
cuál es el término, de muchos compañeros que yo conocí, que estuvieron muy
cerca mío, y que no están. Y en verdad, de sus muertes, yo me enteré muchísimo
tiempo después, porque habíamos tomado caminos distintos.
“Por ejemplo, de los compañeros con los
que vivimos un tiempo en Villa Urquiza, Ricardo Dios, y la petisa Norma (no sé
si Norma era su verdadero nombre, o si era un nombre de fantasía; ella estudiaba
psicología; después me enteré que se había recibido de psicóloga, pero nunca
más la vi), a Ricardo lo mataron, todavía no sé en qué circunstancias, ni
cuando, ni dónde… Era más chico que yo, estuve con él en algún grupo…¿Cuánto
estuve ahí? Tampoco me acuerdo… Y de ahí salté yo solo, porque ya mi primera
mujer había comparecido ante el “Camarón, y me fui a vivir a Vicente López, a
dos o tres cuadras de la Municipalidad; si yo pasase reconozco la casa: un
departamento, en planta baja; con Ángel
Giorgiadis, y Teté. A Teté la volví a ver hasta el presente, y a Angelito, un
pibe fenómeno, con ilusiones, con mística, lo mataron cuando estuvo detenido en
la Unidad 9 de La Plata, junto a Dardo Cabo, en la
última dictadura. Les aplicaron la "ley de fugas". Inventaron un intento de evasión[3]. Yo
había sido su jefe operativo, y después del retorno de Perón nuestros caminos se
separaron: yo me fui a la Juventud Peronista Lealtad y él siguió con
Montoneros. Hace un tiempo se les rindió un homenaje, a Ángel y a Dardo, en la Unidad
9. En esa Unidad 9 convergen las dos líneas del pasado, política y futbol. Allí
gestioné, hace un tiempo, que fuera la primera división de Tigre a jugar al
fútbol con los internos, con mi hijo Martín que juega en ese club.
“¿Por qué me tengo que rajar
de lo de Ángel y Teté? Porque un día, planta baja con las ventanas abiertas,
estábamos en tareas organizativas, y pasa gente por la calle y nos entran a mirar de un modo sospechoso, y nos dimos cuenta enseguida. Era un momento no
tan bravo como el posterior al 76, pero era una dictadura, y por precaución hicimos abandono del lugar.
Poco después salto a Lomas de Zamora, donde la conozco a Norma Arrostito, que
estaba buscada por todos lados. Y era, en ese momento, una mujer de unas
agallas impresionantes. Y que también murió, en la ESMA. Todos con los que yo
viví en esos tiempos hoy están muertos o los mataron…
“De Angelito yo la volví a ver a Teté, su mujer, y hablé algunas veces con ella, y son cosas que no se superan. Y de Ricardo de Dios, terminé conociendo a su madre, que vivía a una cuadra de la estación Martínez… Yo caí en la casa de ellos, a hablar con la madre tiempo después, ya en época de la democracia. Con lo cual, todo esto fui recordándolo a medida que pude. Durante mucho tiempo uno niega todas estas cosas, lo esconde de sí mismo. Y a veces por necesidad, porque no podés estar rememorando todo el tiempo. Te hacés pelota.
-¿Cómo fue que Descamisados se incorpora a Montoneros?
-Bueno, era la lógica, pienso yo. La Argentina ya había
aprendido a convivir con el fenómeno de la guerrilla urbana; actuaban muchos
grupos: FAL, FAP, FAR y, desde hacía algunos meses (desde el 29 de mayo de
1970), esta organización de nombre original, Montoneros. Su primera acción
conocida había tenido una enorme resonancia: habían secuestrado de su domicilio
al general retirado Pedro Eugenio Aramburu[3], segundo presidente de la
llamada “Revolución Libertadora”, bajo cuyo gobierno se habían producido los
fusilamientos de militares y civiles peronistas y nacionalistas en 1956. Cuando
surgieron a la luz pública, los Montoneros estaban rodeados por un halo de
misterio. Su nombre, el lenguaje de sus comunicaciones (no menos que el hecho
de tomar a Aramburu como blanco de su primer ataque), los asociaba con el
peronismo y con el revisionismo histórico nacionalista. En vísperas del
secuestro, fuertes versiones indicaban que Aramburu había tendido puentes y
mantenido contactos con Arturo Frondizi y hasta con el propio Perón con el
objeto de desplazar al general Onganía de la presidencia y abrir un proceso
electoral para salir del régimen militar. En ese contexto, algunos difundieron
la conjetura de que la acción de los misteriosos guerrilleros había sido
inducida por el propio gobierno castrense[4]. Esas versiones no
impidieron que muchísimos militantes que buscábamos que el retorno de Perón se vinculara con una fuerte reforma
social, nos sintiéramos atraídos por esos misteriosos montoneros. Debo confesar
que la aparición del cadáver de Aramburu
no neutralizó el magnetismo que ejercía esa fórmula que en ese momento nos parecía
romántica, combativa, justiciera, redentora y peronista. Después mi visión cambió, sobre todo cuando Perón llegó al gobierno y me fui a la JP Lealtad. Es una nueva etapa.
“Cuando
evoco aquella época, me surgen dos cosas. Primero, el cariño subsistente hacia
muchos compañeros militantes que conocí y fueron parte de las organizaciones
armadas, que hoy ya no están, y que se granjearon mi respeto y admiración por
su compromiso militante, en el cual dieron sus vidas, más allá de la mirada
crítica que hoy tengo respecto de la lucha armada, sobre todo cuando esa lucha
armada se continuó una vez restablecida la democracia y retornado Perón al país,
tal como anhelaban las mayorías argentinas. Por otra parte, hoy puedo analizar
que esta entrega tan valiente estuvo signada, lamentablemente, por enormes
errores políticos de quienes conducían, errores que andando el tiempo sirvieron
como pretexto para los sectores cívico-militares que conspiraban contra el
gobierno democrático de Perón y de Isabel, y que finalmente lograron instaurar
la más brutal y cruel de las dictaduras tras el golpe de 1976”.
[1] René Orlando Houseman (1953- 2018), delantero mítico, célebre por su excepcional gambeta, fue el jugador estrella del Huracán campeón del Torneo metropolitano de 1973. Integró asimismo la Selección argentina de fútbol en los mundiales de 1973 y 1978, en que se coronó campeón. Jugó para la albiceleste 55 partidos anotando 13 goles.
.[2] Huracán, equipo chico, causó sensación con su excelente juego en 1973 al consagrarse campeón del Torneo Metropolitano tras una gran campaña bajo la conducción del futuro DT de la selección campeona del mundo 1978, César Luis Menotti. Disputó 19 partidos ganados, 8 empatados y 5 perdidos, con 62 goles a favor y 30 en contra siendo la valla menos vencida. Lo integraban Héctor Jorge Roganti; Nelson Pedro Chabay; Jorge Carrascosa; Omar Ruben Larrosa; Francisco Faustino Russo; Alfio Basile; Daniel Alberto Buglione; René Orlando Houseman; Carlos Alberto Babington; Carlos Alberto Leone; Roque Alberto Avallay; Miguel Angel Brindisi; Eduado Enrique Quiroga; Francisco del Valle; José Rubén Scalise; Edgardo Luis Cantú; Julio Cesar Tello; Ruben Alberto Ríos; Angel Carlos Tolisano; Adolfo Kerikian; Alberto Luis Fanesi; Alfonso Dante Roma; Luis Alberto Ceballos.
[3] El general y ex presidente de facto de la
Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu ( 1903 - 1970) fue secuestrado por
Montoneros el 29 de mayo de 1970, sometido a un “juicio revolucionario” por el
golpe de Estado de 1955, los
fusilamientos de 1956 y el robo del cadáver de Evita, y ejecutado de un tiro
por Fernando Abal Medina en el sótano de la estancia La Celma en la localidad de Timote (partido de Carlos Tejedor, provincia de Buenos
Aires).Fue la presentación
en sociedad de Montoneros, tal como señalara posteriormente Firmenich: "El
ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro ( …) La ejecución de
Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la
organización."
[4] La versión alternativa a la que brinda Montoneros en la revista “Causa peronista” en septiembre de 1974 sobre el secuestro y asesinato de Aramburu ha sido sostenida por muchos investigadores sobre la base de las versiones que desde un principio señalaron al propio gobierno de Onganía como responsable del crimen y presentaron al núcleo fundacional de Montoneros operando a su favor. Fernandez Alvariños sostiene en su libro “ZA argentina, el crimen del siglo”, que el asesinato fue perpetrado por fuerzas paramilitares y parapoliciales de Onganía, en un operativo organizado por su Ministro del Interior, el General Francisco Imaz. Según esta versión, Aramburu habría sido asesinado en el Hospital Militar Central de Buenos Aires.
Para explicar este accionar se
afirma que en esos momentos Aramburu representaba un serio problema para
Onganía, ya que había iniciado conversaciones en búsqueda de un acuerdo con
Perón para una salida electoral”. Asimismo, se sostiene que avanzaba un golpe
militar para sustituir a Onganía, en el que habrían conspirado, entre otros, el
general Agustín Lanusse, Arturo Frondizi y el propio Aramburu, a
quien se propondría como futuro Presidente. Para prevenir este golpe fue que la
inteligencia millitar de Oganía habría facilitado el accionar de los futuros
montoneros para que lo secuestren y luego interrogarlo. El anciano general
habría fallecido durante el oeprativo sin que pudieran reanimarlo en el
Hospital Militar, fraguándose luego toda la historia del secuestro y ejecución
para ocultar lo sucedido.
Por su parte, Rosendo Fraga y
Rodolfo Pandolfi, en la biografía “Aramburu”, afirman que Carlos Alconada, ex
ministro de Aramburu, imputaba el asesinato al ministro Francisco Imaz. Y
aseguran que Arturo Mor Roig, siendo ministro del Interior, habría informado a
la viuda de Aramburu que no se podía seguir investigando sin que el Ejército
resultara salpicado.
Sin duda, el verdadero carácter y
autoría intelectual del asesinato de Aramburu quedará como un tema
controversial por muchos años.
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