“Fue en aquellos años de lo que algunos llaman “la primera resistencia”,
en la época posterior al golpe de 1955, que se fue
modelando mi ser peronista –reflexiona el
Pato. Y agrega:- Aunque no sé si es correcto
hablar de una “primera resistencia”, porque en verdad podemos sostener que hubo
una continuidad de la resistencia frente a los intentos por eliminar al
peronismo y todo lo que éste representaba que se prolongó hasta bien entrada la
década del ochenta, con el breve intervalo del regreso de Perón…”
Fue entonces que tuvo lugar el
fin de su infancia, el comienzo de su adolescencia y juventud, la muerte de su
padre, sus primeros trabajos para ganarse el pan y ayudar a su familia, sus
primeras incursiones en el mundo del futbol como deportista y sus primeras
aventuras como militante político en medio de la proscripción del peronismo.
Todo esto aparece mezclado en sus recuerdos. El tiempo feliz de la infancia
había coincidido con el tiempo feliz del primer peronismo. Esta segunda etapa
de su vida era de luchas, de conflictos: los conflictos propios de la
adolescencia y el crecimiento aunados a los conflictos de una Argentina
desgarrada por el autoritarismo y la violencia represiva.
“Lo primero
que me viene a la memoria al pensar en aquellos años, ya en parte lo conté: son
aquellos días dramáticos del bombardeo de 1955, las noticias de tantos
argentinos muertos por la metralla y las bombas, la gente alterada en las
terrazas; unos meses después,
ya caído Perón, la historia de los fusilamientos y los crímenes de junio de
1956[1].
Estos últimos hechos los fui conociendo y comprendiendo con el paso del tiempo
y la gente que traté en la militancia, que me fue explicando lo que había
sucedido”.
Pero también evoca sus amigos del
barrio, y el amor por el deporte que compartió con su padre: “Yo siempre digo que gracias a Perón y al
deporte peronista me hice muy amigo de mi viejo, por todo lo que compartí con
él, pues él era un amante del deporte, había jugado al futbol en los torneos
interuniversitarios, jugaba conmigo para enseñarme a patear, hasta un mes antes
de su fallecimiento jugábamos siempre a la pelota-paleta en la cancha de los
Zubeldía en Bulnes y Córdoba, e incluso fue al regresar de una de esas noches
de deporte que se descompuso y nunca pudo recuperarse. Y además de todo esto, siempre,
desde pibe, él me llevaba a todas partes a presenciar competencias deportivas:
al Luna Park, a las canchas de futbol de los grandes clubes, la Bombonera y la
cancha de Racing recién estrenada, al velódromo, al autódromo, etc. Recuerdo
una de las miles de veces que fui con mi viejo al Luna Park: peleaban Eduardo
“K.O.” Lausse versus Ubaldo Sacco; en el primer round, el zurdo Lausse le mete
un piñazo y lo deja fuera de combate; hace poco le pedí a Eva, la hija de Gattica que me confirmara datos de esta pelea, y me dijo que tuvo lugar el 31 de 1958, con Perón ya derrocado, pero nuestro amor por el deporte venía de los tiempos de Perón y la manija que le había dado a todo lo deportivo; y mirá lo que son las vueltas de la vida:
pasan los años y conocí a ambos rivales: Lausse nos acompañó mucho en
actividades político-deportivas, y siendo yo Secretario de Deportes, lo conozco
a Sacco, que por entonces era entrenador y entre sus pupilos lo tenía a su hijo
Uby Sacco, que fue campeón del mundo. “Yo vi tu pelea con Lausse”, le digo a
Ubaldo padre, y me contesta: “Me sentó de culo, me mató, nunca supe dónde
carajo estaba”. Esto me lo contó mientras íbamos caminando por Mar del Plata a
visitarlo a su hijo el campeón, que estaba detenido por un hecho que le
imputaban, tiempo antes de que muriera.
“Esto es lo que tiene el deporte, que
fortalece lazos familiares y desarrolla solidaridades y amistades. Todas esas
imágenes –y tantas otras que se abren en la infancia y la adolescencia- fueron
puertas al sentimiento y a la cultura del pueblo, de donde surge el peronismo”.
Cuando cae Perón se
precipitan las venganzas y violencias. El interés del pato por la política no
nace de inmediato, sino mucho más adelante. Tal vez las injusticias que le tocó presenciar
de los tiempos de proscripción hayan influido: “A mí me parece que todo eso, en mi balero, debe haber quedado. Más
adelante, con estas imágenes borrosas guardadas en un cachito de mi cabeza, más
los pibes del barrio, lo de la pelota… Yo algo debo haber escuchado de estos
pibes, del sentimiento popular peronista ¿No? La tristeza, la bronca, el final
de los Evita, todo esto en mí debe haber pesado. Sobre todo cuando lo conocí al
cura Mugica.”
¿Cómo era ese peronismo de la
resistencia? “Era algo absolutamente
inorgánico. Esto no es una definición mía, es parte de lo que vi y de lo que me
contaron quienes fueron protagonistas de la resistencia, que fue muy heroica y
tiene un rico anecdotario. En ese momento, el peronismo debe haber sido
difícil, si ahora es difícil… Porque yo no tengo conciencia de los primeros
años en los que me decía peronista, no entendía mucho, pero sí entendía que no
había una estructura orgánica en el peronismo. Lo único orgánico eran las
órdenes de Perón a sus delegados que después se bajaban a todas partes. Muchos
peronistas se encontraban, uno fue después sabiendo, no tanto en Capital sino
en las provincias. Había mucho más peronismo, como ahora se sabe, en la
Provincia de Buenos Aires que en la Capital. Pero en la Capital, te
encontrabas, por ejemplo, con unos compañeros que se reconocían por la florcita
de “no me olvides” que llevaban en la solapa como señal identificatoria.
Después, estaban las misas por Eva Perón, que eran un gran lugar de encuentro… A fines del ’55, y muy claro lo recuerdan los
que militaban entonces, fue el afano del cadáver de Evita de la sede de la CGT,
donde descansaban sus restos. Esto no fue una simple anécdota sino un agravio
muy profundo que sufrimos los peronistas. Entró una patota de las fuerzas
armadas a las trompadas a la CGT, ahí estaban Framini –compañero a quien
conocí, y entonces secretario general de la Asociacion Obrera Textil, y de la
CGT hasta su intervención- y un compañero de apellido Natalini, de Luz y
Fuerza; los atacaron, cerraron el cajón donde reposaba Evita y se la llevaron.
Ahora han restaurado el lugar donde estaba el cajón en la CGT. Hicieron
desaparecer por años el cuerpo de Evita, lo tuvieron en Italia, en un
cementerio de Milán, bajo el nombre de fantasía “María Maggi de Magistris”, para que
nadie pudiera ubicarla. Recién a comienzos de los setenta, cuando Perón estaba
por volver, le devuelven el cadáver, se lo llevan los militares a Puerta de
Hierro con signos de deterioro. Bueno,
otra barrabasada. Le afanan el cadáver a su marido, y al pueblo argentino, lo
esconden durante años… Fue la primer desaparecida, decimos los peronistas, y el
primer desaparecido varón fue Felipe Vallese, obrero metalúrgico secuestrado en
1962”.
Tanta persecución, tantas
vejaciones, y las que diariamente se vivían en los barrios, en los sindicatos,
en todas partes, especialmente con la instauración del Plan Conintes, lejos de
desalentar al pueblo peronista, incentivaban la resistencia. “La
militancia era un tumulto. ¡Era inordenable esto! Por eso es que les rompimos
el orto a nuestros verdugos. No había una conducción centralizada (salvo Perón
en el exilio) ni líneas de mando. Era casi espontáneo. La resistencia florecía
por todas partes. Te cerraban una unidad básica, y decías: “Qué carajo me
importa”… Cerraban el PJ, y abrían casas… ¿No? ¡Era imposible para los milicos,
no lo entendía ni la KGB esto!” –se ríe.
¿En qué consistía la militancia
en esa época? “En encuentros, diaritos
mimeografiados que se hacían en los barrios y se distribuían de mano en mano,
en los mensajes de Perón que llegaban desde el exilio de vez en cuando en
cartas o en grabaciones, en actos de sabotaje en todas partes, robo de armas en
armerías para hipotéticos levantamientos futuros… Reuniones. Muchas reuniones. Y mucha pertenencia…” ¿Había debate? “¡Todo el día! Para los que recién empezábamos, era hablar más al pedo
que otra cosa (risas). No se sabía ni lo que había que hacer, pero
servía para mantenerse unidos, para sentirse parte…”
Hubo
momentos en los cuales la cosa se tranquilizaba y después se agitaba de nuevo. Cuando Arturo Frondizi llegó a la presidencia, en 1958, el
Pato cursaba la escuela secundaria. El fútbol seguía siendo todavía su pasión
principal, pero no le faltaban antenas para percibir un cambio de clima. “En esos años empezó una revisión de los
odios que habían prevalecido. Frondizi[2]
hablaba de desarrollo y también de
integración política: había llegado a la Casa Rosada por un acuerdo con Perón[3]
y había prometido devolver los gremios y la CGT (que estaban intervenidos) al
movimiento obrero.” Cumplió durante un tiempo. Trató de hacer equilibrios
políticos para eludir las constantes amenazas de golpes de estado, amagó con
permitir la participación electoral del peronismo y finalmente se vio obligado
a anular las elecciones, cuando ganó Framini la gobernación de Buenos Aires[4],
medida que no evitó su derrocamiento. Pero también con Frondizi se instauró el
plan Conintes, que fue un plan general de represión interna por medio de las
Fuerzas Armadas para sofocar toda protesta o movilización social. Era una
aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional que promovía Estados Unidos[5].
Recordemos que Frondizi, además de incumplir sus propuestas nacionalistas en
materia de petróleo, tuvo como ministro de Economía al ultraliberal Álvaro
Alsogaray, y como operador político a Rogelio Frigerio. Pronto se comprendió
que iba a traicionar el apoyo recibido en las urnas por parte del peronismo.
“Oí muchas
anécdotas de aquel período de lucha en relación al Frigorífico Lisandro de la
Torre, al cual Frondizi quería privatizar y fue fuertemente resistido por las
bases obreras. En aquel frigorífico trabajaba un jovencito que se llamó Saúl
Ubaldini.[6]
“Un hito de la
resistencia por parte de los trabajadores fue la aparición de las 62
Organizaciones Peronistas, nacidas ante la convocatoria del Congreso
Normalizador Patrón Laplacette[7].
Allí se empieza a articular el movimiento obrero como un eje de la resistencia.
En las clases
medias, inclusive en muchos hogares que habían combatido a Perón, comenzaba a
manifestarse una desilusión con las promesas democratistas del
antiperonismo. Sobre todo entre los
jóvenes, cundía la decepción ante esos “demócratas” que proscribían a una
porción significativa del pueblo. Había una búsqueda de nuevos horizontes, un
nacionalismo que se manifestaba, por ejemplo, en un masivo acercamiento al
folklore. “Un impulso por encontrar las
raíces, que se expresaba en el interés por la historia (Félix Luna vendía
decenas de miles de ejemplares de la revista Todo es Historia) y en el auge del
revisionismo, que venía de Forja, de Jauretche, de Scalibrini Ortíz. La
revolución cubana[8]
tiñó de romanticismo revolucionario a mi generación, mientras el marxismo
soviético iniciaba una crisis con las revelaciones de Kruschev sobre los
crímenes de Stalin[9]
y con los enfrentamientos entre la Unión Soviética y China. Todo parecía estar
en discusión. Me acuerdo que se hablaba mucho del “diálogo entre católicos y
marxistas”. Ya
estaba con bastante fuerza el tercermundismo en la Iglesia, porque esto arrancó
con Juan XXIII, con
el Concilio Vaticano II[10].
Tengo poca memoria de los primeros años de este movimiento, pero después fue
una cosa muy influyente, en la Argentina y en el mundo. Acá hizo mucha fuerza.
Así que, si sumás los curas y obispos tercermundistas, la revolución cubana,
los movimientos de liberación que fueron naciendo en toda América Latina, en el
África, en Asia, Perón en el exilio, el peronismo proscripto e inorgánicamente
confabulado para que vuelva Perón, ¡todo contribuía a hacer del país un
hervidero!
“En 1966 cayó otro gobierno civil, el de
Arturo Illia[11]:
otra tentativa de gobernar excluyendo al peronismo. Adrede lo califico como
“civil” y no “democrático” porque fue una presidencia montada sobre la
proscripción de Perón y de nuestro movimiento. Con esto no quiero poner en duda
el patriotismo de Illia, su honestidad o la nobleza de sus aspiraciones. Pero
sufría ese pecado de origen de la proscripción de Perón, y fue electo con un
magro veintidós por ciento del electorado. Esto se agravó cuando, por apriete de
los militares y de Estados Unidos, solicitó a la dictadura militar brasileña
que detuviera en El Galeao el avión en que Perón intentaba regresar a la
Argentina y lo despachara compulsivamente de nuevo a Madrid. Así como la
anulación de los comicios provinciales de 1962 no evitó la caída de Frondizi,
gestos como este de Illia tampoco impidieron su desplazamiento. En junio de
1966 usurpaba la presidencia el general Onganía[12]
y, a las pocas semanas se producía la
“noche de los bastones largos”, cuando fue intervenida la Universidad de Buenos
Aires y se inició un terrible vaciamiento académico. En medio de todo esto,
crecía el descontento y la politización de los jóvenes, que veíamos que
constantemente se cercenaban los derechos del pueblo”.
Y siempre la sombra de Perón exiliado en
Madrid, como un recordatorio permanente. Al respecto comenta el Pato: “Justamente el otro día estábamos en un cumpleaños
de un viejo dirigente sindical, Juan José Minnicilo. Conversando allí con él y
Oraldo Britos (dirigente sindical ferroviario, y diputado y senador por San
Luis), Juan José contaba que él fue uno de los que le llevaban guita a Perón a
Puerta de Hierro, para ayudarlo a mantenerse en el exilio. Se la enviaba el
movimiento obrero. Juntaban la guita, a él se la daban en la UOM, normalmente
se lo daba Vandor, pero le decía: “Traemelo firmado, pibe”, para que ninguno
metiera la mano y algo se quedara por el camino (Risas). Minnicillo llegaba
allá con el bolsito y le decía a Perón: “General, no se enoje ¿Me lo puede firmar?”
(Risas). Y, claro, esto pasaba mientras en el país a Perón lo trataban de “puto
y ladrón”, decían que se había choreado todo. Pero nadie, hoy en día, te puede
decir si Perón tenía algún mango de él, o vivía gracias a la ayuda del
movimiento obrero. Porque además no le pagaban ni la pensión, ni la jubilación.
Le habían bajado todo. No existía. Hasta la Iglesia, decían, lo había
excomulgado. Estaba en pelotas y sin documentos (risas). Pero acá todos te
decían “¿Y cómo vive allá, en Madrid, en ese barrio de la gran puta?”. Y en
realidad, cuando se instaló ahí no era un barrio sino medio descampado en las
afueras de Madrid. Durante años fue un centro de peregrinación de personajes
políticos que iban a visitarlo en el exilio. Pero ya no existe más la casa, la
vendieron”.
Sintetizar la resistencia del
peronismo es para el Pato empresa muy difícil: “hay miles, y miles, y miles de cuentos; cada uno tiene un cuento
distinto, de lo que hizo cada uno en su pueblo, en su barrio, en su manzana, en
su sector”. Y no había una conducción centralizada en el terreno. “Sí algunos grupos más ordenados, como el
caso del MRP (Movimiento Revolucionario Peronista), que conducía Pancho Gaitán.
Después hubo tipos, como Cacho El Kadri, Caride, Jorge Ruli, José Luis Nell,
los Rearte, otros… Estos tipos eran los
ídolos del momento para nosotros los pibes. Uno leía u oía, te contaban de
sus hazañas, la provocación al régimen, algunos hechos que empezaban a circular
de boca en boca, y se convertían en verdaderos mitos. ¡Hubo un loco, en el buen sentido, Osvaldo
Agosto, que robó el sable corvo de San Martín para llevárselo a Perón de
trofeo! Imaginate. Y Perón, que era
milico, cuando supo del sable corvo se puso de la nuca y dijo: “ni se les
ocurra traérmelo a Madrid” (Risas). Y le ordenó al coronel Filipeau que lo
hiciera restituir a las autoridades”.
“¡Pero fue todo una historia! Porque
se convertía todo en mito. En estos años –rememora el Pato- en la resistencia peronista, aparece un tipo
que se llamó José Luis Nell, yo lo conocí tiempo después por el nombre de “Raúl”.
Él estaba inicialmente en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)[13],
aunque después todo confluye en Montoneros. Él fue uno de los que afanó el
Policlínico Bancario[14]
para financiar la actividad de la resistencia: otro gran hecho mítico de la
época. Un compañero que empezó a sonar mucho fue Dardo Cabo[15],
hijo de un gran dirigente metalúrgico, Armando. Este muchacho participó en el
desvío de un avión de línea a Malvinas como acto de reivindicación de la soberanía argentina en las islas: otro hecho
mítico de la resistencia”.
Sobre el surgimiento paulatino
de las organizaciones armadas peronistas, durante la proscripción el Pato tiene
la impresión de que fue “un paso más en
la resistencia peronista, desde un inicio desorganizado hacia una creciente
organización. Digamos, que esto vino gestándose en el tiempo; que nació de la
escasa pero creciente organización que tuvo el peronismo, desde el ’55 en
adelante, siempre reprimido, que pasó por milicos que se quisieron organizar y
los cagaron a tiros; compañeros que se quisieron organizar y terminaron todos
encanados… Algunos de los compañeros que nombré, y otros no mencionados, en
algún momento de su militancia pasaron por la experiencia de estas
organizaciones armadas”.
¿Cómo vivía el Pato esos sucesos? Admite
que al principio ese clima lo tocaba de costado: “yo estaba dedicado a laburar. Mi viejo había muerto y en casa la
situación económica era de bastante estrechez. El que había sostenido
económicamente a la familia era mi padre. Mamá vendió el departamento de
Capital y nos fuimos a vivir a la casa de mi abuela, en San Isidro. Salí a
trabajar ni bien terminé la secundaria en el Colegio San Fernando.
Afortunadamente, pude contar con muchos amigos que mi viejo había dejado en los
lugares por donde había pasado, muchos de ellos vinculados a la industria de la
alimentación. Mi primer empleo fue en “La Martona”, en la casa central, que
quedaba por Solís y Caseros. Entré como empleado administrativo, mientras hacía
el trámite para exceptuarme del servicio militar, como único hijo varón de
madre viuda. Después trabajé en Nestlé, en el sector de comercialización. En
homenaje a mi viejo, me ofrecieron una beca en la Universidad Argentina de la
Empresa, que quedaba en Libertad y Alvear. Mi vida se convirtió en un ajetreo
constante, porque al trabajo y el estudio se sumaban la política y el fútbol,
dos actividades que no estaba dispuesto
a abandonar. En casa de mi abuela también vivían unos tíos con siete hijos
varones. Mamá, mi hermana y yo nos acomodamos allí. Yo madrugaba muchísimo,
viajaba en tren a Retiro, seguía en subte o colectivo, cumplía mi horario en
Nestlé, me hacía tiempo para estudiar algo, iba a la UADE, trasnochaba con los
amigos de la política o los del fútbol”.
Por esos días, el Pato jugaba fútbol
“donde lo agarrara el desafío”. Una
vez fue a probarse a Racing donde un “
Fue a los
24 años que el Pato intentó ser jugador profesional en Excursionistas. Al año
siguiente, 1968, volvió a Estudiantes con Pizarro, pero éste dejó el club dos o
tres meses después para dirigir Chacarita. “El
nuevo DT era Jorge Elmer Banki, un húngaro que había llegado a la Argentina
poco después de la guerra. Y yo estaba fusilado: ir a los entrenamientos era un
sacrificio enorme, porque el club me quedaba muy a trasmano. Un día el húngaro
me llevó aparte y me preguntó de qué jugaba. Como tenía tonada de extranjero,
uno no entendía bien si hablaba en serio o para verduguear. ¿Cómo no iba a
saber si él mismo me puso de 8? Se lo dije. “Se equivoca –me respondió- Usted
no juega de nada. Usted dedíquese a estudiar y a trabajar, que tiene mejor
porvenir en eso que en el fútbol” (risas). ¡Y me rajó! Cosas de la vida, años
después me vino a ver cuando yo era Secretario de Deportes de la Nación. ¡Se ve
que no le guardaba rencor, porque incluso hice el prólogo de un libro suyo!”
¿Y qué
hizo entonces? “Yo estaba empeñado en
seguir jugando porque no me desalenté y me fui a Pergamino, a “Douglas Haig”.
Me entrenaba por mi cuenta y viajaba para jugar. Una vez, siendo Secretario de Deporte de la
Nación, anduve por aquellos pagos, y muchos se acordaban de verme llegar a
jugar con el bolso lleno del diario de la CGT de los Argentinos, que repartía a
otros militantes, acompañado a veces por el mismísimo Padre Mugica. Futbol y
política, política y fútbol… Con todo esto mi cabeza debe haber sido un gran quilombo… Yo no sé cómo
no me estalló. (Risas) Yo dudaba dónde quedarme: si con el fútbol, el hombre
nuevo, el cura Mugica, las utopías, el peronismo…”
Se quedó con el peronismo. Con la
política. “La política era entonces un
tsunami, un ventarrón que te llevaba por delante. Yo, en esos años, fana de
Boca y del deporte, ya iba un poco menos a la cancha. Me acuerdo, sí, de que
Boca salió campeón en el ’62 porque estuve en la cancha el día que le ganamos a
River, que Roma le atajó el penal a Delén… Y que Valentín le hizo el gol, de
penal, a Carrizo. Y fui con amigos, que todavía se acuerdan de ese día. Fue en
el año ’62, y yo tenía 19 años. En el 64 Boca volvió a ser campeón. Y, en todo eso, se me aparece la figura de
Carlos, el cura, que fue mi referente después de que murió mi viejo,
imaginate.
Empezó a conocer a muchos
peronistas de la zona norte, de la JP. “Era
un bolonqui en cuanto a su organización. Si vos me decís: “Quiénes eran los
tipos”… ¡Era un desorden! Pero sí me acuerdo de haber estado varias veces en el
Cementerio de Olivos, donde está todavía enterrado Juan José Valle, el general
que se levantó en 1956 y que fue cobardemente fusilado por Aramburu. Me acuerdo
que iba Lorenzo Pepe, Norberto Gabino, el “rengo” López, el gordo Teodoro
Barbieri, unos cien compañeros a rendirle homenaje…” El Pato evoca a Norberto Gabino como un personaje también
mítico, unos años mayor, uno de los que salvaron la vida casi milagrosamente en
el fusilamiento en los basurales de José León Suarez, en la “Operación Masacre”.
“Después siguió en la resistencia, y
también militó con nosotros, aunque era mucho mayor. ¡Era un tipazo! Gabino fue
intendente de San Isidro en 1973, en el retorno de Perón, un ejemplo para
nosotros, y murió hace veinte años. Vivía cerca, en una casa muy distinta a lo
que son hoy las casas de los intendentes. Una casa común en un barrio de
laburantes. Hace unos años fui, toqué timbre, y me dijeron: “Sí, acá vivió”… Y
ese día de los fusilamientos logró salvarse también uno de los Lisazo”.
También conoció a otros peronistas de la zona norte de entonces: Jorge Donofrio
padre; el Nene Viviant, que fue intendente de San Fernando; Alberto Campos, que
fue delegado de Perón e Intendente de San Martin, y en 1975 cae asesinado
por Montoneros cerca de las piletas que
él mismo había hecho construir, próximas a José León Suarez; el “rengo
Lopecito”, que fue intendente de Vicente López... “En el peronismo de zona norte había muchos
compañeros jóvenes y otros de generaciones anteriores, muy comprometidos con la
resistencia, entre ellos Julio Troxler (otro sobreviviente de los
fusilamientos, más tarde subjefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires en
la época del retorno de Perón, acompañando al coronel César Díaz). Y Teodoro
Barbieri. Un militante, y amigo entrañable también, fue el Gordo
Barbieri, que paraba en el Muqui, un boliche donde íbamos a tomar café. El
gordo era el centro de todas las reuniones, porque era un tipo pesado. Tenía
una herrería, que la hizo mierda (la guita), por el retorno de Perón. No fue el
único. Hacían mierda su guita, para defenderlo a Perón, para rebelarse,
digamos, para militar. Y el gordo, era un fenómeno. Y a ese, años después,
cuando vino la dictadura de Videla, lo levantaron: lo fueron a buscar al Muqui,
y el gordo salió corriendo, cruzó Maipú, lo engancharon en la vereda de
enfrente, en una concesionaria de autos, y nunca más apareció. Unos días antes
había estado en la casa nuestra, con Marcela Durrieu, mi segunda mujer, y
conmigo... pero eso fue durante la segunda resistencia, muchos años después.
¡Cuántos han muerto, y a cuántos mataron a través de los años!”
“Otro personaje que conocí en aquella época fue Julio Migliozzi, que
tambien iba al Muqui, militaba en San Martín y fue diputado en el 73, y
compañero mío de bancada en el regreso de la democracia. Fue uno de los
gestores de la recaudación del dinero para la compra de la casa de Gaspar
Campos, donde se alojó Perón en su regreso a la Argentina. Cuento
todo esto para que se entienda la valentía y compromiso de aquellos compañeros
que hacían todas estas cosas sin importarles la proscripción y la persecución,
pues su único objetivo era el regreso de Perón y consecuentemente la
democracia. Por eso es importante que las nuevas generaciones no olviden
aquellas luchas”.
Y el Pato navegaba aún entre la
militancia y el fútbol. Le viene a la memoria una anécdota: “En junio del ´67
decidimos hacer una volanteada en
Lavalle, la calle de los cines. Queríamos hacer ruido unos días antes de que se
cumpliera un nuevo aniversario de los fusilamientos del 9 de junio de 1956. Nos teníamos que encontrar a las 8 de la
noche en el Bar Suárez. Recuerdo a algunos de los que estuvieron allí: Horacio
Mendizábal, Norberto Habergger, el Sordo Oscar De Gregorio, Osvaldo Sicardi y
la que sería muy pronto su mujer, Cristina Ruiz: todos ellos desaparecidos
durante la dictadura militar. Estábamos en el Suárez, con panfletos hasta las
pelotas, cuando entra una brigada
policial y cierran el bar. Nos piden documentos, nos palpan y, claro, ¡marche
preso! Además de los volantes teníamos las bombas panfleteras, que sólo eran
petardos para llamar la atención y hacer volar los papeles. Todos derechito a la Comisaría 1ª de Capital.
Eso fue un jueves a las ocho de la noche. Pasan las horas, pasa el viernes y
muchos de los que estaban en el calabozo iban saliendo. El sábado a la mañana
el único pelotudo que seguía preso era yo, y tenía que jugar para mi club.
Llamé al agente y le expliqué: “Mire, jefe, tengo que salir rápido. Juego al
fútbol esta tarde” “-¿Dónde?” “-En Excursionistas.” El tipo salió y volvió
enseguida: “Lo llama el comisario”. Me
abrió la puerta y me acompañó hasta la jefatura. El comisario me miró de arriba
abajo: “¡Así que vos jugas al fútbol! Lo hubieras confesado al entrar”, me
dijo. Y al vigilante que me acompañaba: “Llévalo”. ¡Es esa cosa milagrosa que
tiene el fútbol! Piénsese que vivíamos
bajo un gobierno militar. El comisario no sólo me soltó de inmediato, sino que
me hizo trasladar en un patrullero hasta Excursionistas, en Pampa y Miñones.
Recuerdo haberle pedido al chofer que me dejara a una cuadra de la cancha. ¡Me
daba vergüenza llegar al partido en un patrullero! (risas)”
[1]
A raíz del levantamiento peronista del General Juan José Valle contra la
dictadura militar de entonces, el 9 de junio de 1956 la autodenominada
“Revolución Libertadora”, entonces encabezada por el General Pedro Eugenio
Aramburu y por el Almirante Isaac Rojas, llevó a cabo fusilamientos públicos y
clandestinos de militares y civiles peronistas. En esa acción fueron ejecutados
doce civiles en los basurales de José León Suárez, de los cuales cinco murieron
en el acto y siete lograron sobrevivir y escapar. Asimismo se dispuso la
ejecución otras siete personas en Lanús. Entre
el 9 y el 12 de junio de 1956, veintisiete civiles y militares fueron pasados
por las armas. El general Valle fue fusilado públicamente el 12 en la
Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Los fusilamientos de José León Juárez
fueron relatados por el periodista y escritor Rodolfo Walsh en su libro más
célebre: “Operación masacre”. La “Revolución Libertadora” pasó a conocerse
popularmente como “Revolución Fusiladora”.
[2] Luego de la dictadura de la “Revolución
Fusiladora”, tras la derogación de la Constitución de 1949 por bando militar, y
la reforma constitucional de 1957, en las siguientes elecciones –con el
peronismo proscripto- fue elegido presidente el líder de la Unión Cívica
Radical Intransigente (UCRI), Dr. Arturo Frondizi (1908-1995). Gobernó entre el 1 de mayo de 1958 y el 29 de
marzo de 1962, cuando fue derrocado por otro golpe militar y sustituido por
José María Guido. Su gobierno se vio atravesado por múltiples contradicciones y
constantes amenazas de golpe y planteamientos militares, así como enfrentado
con importantes conflictos sindicales. Intelectual muy formado, fue impulsor
del denominado “desarrollismo”, que procuraba un nuevo modo de inserción
económica en el mundo de la posguerra favoreciendo el ingreso de capitales
extranjeros. Su proyecto de apariencia
modernizadora no tardó en convertirse en una nueva frustración.
[3]
El “Pacto Perón-Frondizi”, pese a haber sido negado con insistencia, fue un
hecho notorio y determinante que aseguró el triunfo de Frondizi en las
elecciones. Se cristalizó a través de una serie de
reuniones en Caracas y en Ciudad Trujillo, con intervención del frondicista
Rogelio Frigerio. Mediante dicho pacto, Perón resolvió dar su apoyo a Frondizi
desde el exilio, aconsejando a los peronistas darle su voto y con ello el
triunfo electoral, y a cambio Frondizi se comprometía a cumplir catorce puntos
que incluían preservar los sindicatos y la CGT, derogar los decretos de proscripción y restituir bienes.
Frondizi se hizo célebre por el sucesivo incumplimiento de los numerosos y contradictorios
compromisos que asumía con distintos sectores, y sólo cumplió parcialmente el
pacto con Perón: sancionó la ley n.º 14.455 que establecía un nuevo modelo
sindical y una amnistía para los peronistas, pero sin permitirles presentarse a
elecciones libremente.
[4] Andrés Framini, (1914 - 2001), dirigente peronista de
extracción sindical proveniente de la Asociacion Obrera Textil y directivo de
la CGT, fue electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires en las elecciones
del 18 de marzo de 1962 bajo el lema “Framini- Angladamainia-anglada, perón a
la Rosada”. No pudo asumir pues su triunfo fue desconocido por el presidente
Frondizi debido a las presiones militares, lo que no impidió que él propio
Frondizi fuera derrocado algunos días después.
Quedaba demostrado que si se restablecía la democracia plena, el
peronismo seguía siendo imbatible.
[5] El 14 de marzo de
1960 el gobierno de Arturo Frondizi puso en marcha el Plan Conintes (Conmoción
Interna del Estado) dando lugar a una ola de persecuciones, allanamientos y
arrestos en todo el país para derrotar la conflictividad obrera, con
intervención directa de las Fuerzas Armadas en la seguridad interior, por
aplicación de la denominada Doctrina de Seguridad Nacional que por aquellos
años impulsaba Estados Unidos en América Latina, a través de la Escuela de las
Américas, en el marco de la guerra fría, con el propósito declarado de
involucrar a las fuerzas militares de los países sudamericanos en el objetivo
hemisférico de “combatir el comunismo”, apelando para ello a métodos de
“contrainsurgencia” que iban desde la represión clásica hasta la desaparición
forzada de personas y las torturas, como sucedería masivamente en sucesivas
dictaduras militares. El objetivo del Plan Conintes decretado por Frondizi,
aunque sin llegar a los extremos
represivos que luego se volverían moneda corriente, era terminar con la
conflictividad obrera que obstaculizaba sus planes de gobierno.
[6] El 15 de enero de 1959, Frondizi acordó la privatización del frigorífico
Lisandro de la Torre. Los nueve mil obreros del frigorífico y los vecinos de
Mataderos se levantaron durante varios días para enfrentar la entrega, y
forzaron la declaración de una huelga general. La resistencia fue tan grande
que Frondizi presentó el movimiento como una acción subversiva. El Gobierno
utilizó todos los resortes para sofocarla. Durante el mes de febrero se
reanudaron las tareas en el establecimiento con rompehuelgas. El 20 de febrero
fue detenido Sebastián Borro, uno de los principales dirigentes. A fines de
febrero solo tres mil obreros trabajaban en el frigorífico. Con cinco mil
despedidos, el Gobierno anunció, a mediados de 1960, que se había efectivizado
la venta del frigorífico a la CAP.
[7] Efectivamente,
las 62 Organizaciones Peronistas surgen como respuesta organizativa frente all Congreso normalizador de la CGT convocado en agosto de
1957 por la Revolución Libertadora.
[8] El 1° de enero de 1959
las fuerzas del Ejército Rebelde encabezadas por Fidel Castro ingresan
triunfales en Santiago de Cuba provocando la huida precipitada del dictador
Fulgencio Batista a EE.UU y dando comienzo al gobierno castrista,
originariamente de tendencia nacionalista y pronto volcado hacia el comunismo.
La influencia de este acontecimiento resulta imposible de exagerar en América
Latina, brindó inspiración a los movimientos guerrilleros y facilitó la paranoia
anticomunista de la guerra fría, sirviendo
de inmejorable excusa para la difusión ilimitada de la Doctrina de Seguridad
Nacional estadounidense en todo el continente americano.
[9] En 1956, el nuevo líder de la Unión Soviética, secretario del
Comité Central del Partido Comunista ruso, Nikita Kruschev, brinda un informe
secreto sobre los excesos y
crímenes del fallecido líder máximo José Stalin, dando comienzo al proceso de
“desestalinización”, que signiificó una considerable convulsión ideológica en
el mundo comunista y que condujo a una hasta entonces inédita crítica del culto
a la personalidad y la dictadura estalinista. Luego del XX Congreso del PCUS se
le dio estado público.
[10] Juan XXIII (1881-1963), llamado Angelo
Giuseppe Roncalli y conocido como el "Papa bueno", fue elegido Sumo Pontífice el 28 de octubre de 1958 en
sustitución de Pío XII. Inició
la modernización doctrinaria y litúrgica de la Iglesia Católica con la
convocatoria del Concilio Vaticano II el 21 de enero de 1959. Con este
concilio, que se celebró el 11 de octubre de 1962, instó a promover la
adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos, reemplazando el latín de los
oficios religiosos por las lenguas populares,
y propendiendo a una inserción social más activa de los creyentes con los
problemas de su tiempo. Medió en la “crisis de los misiles” de Cuba entre
Estados Unidos y la URSS para evitar la guerra nuclear, y promovió el diálogo
político e interreligioso. Publicó ocho encíclicas que marcaron un cambio
sustancial en la vida de la Iglesia. Fue canonizado por el Papa Francisco.
[11] Arturo Umberto Illia (1900 – 1983) fue Presidente de la Nación Argentina entre el 12 de octubre de 1963 y el 28 de junio de 1966, siendo derrocado por un golpe de Estado militar. Su
desempeño se vio opacado por la falta de legitimidad de origen, ya que fue
electo bajo la proscripción del peronismo y mientras estaba detenido Arturo
Frondizi. Aunque
llevó adelante políticas económicas nacionalistas, procurando la anulación de
los contratos petroleros de Frondizi, fomentando la industria nacional y la
educación, aumentó el PBI, bajó la desocupación, disminuyó la deuda externa, y sancionó la ley de Salario
Mínimo, Vital y Móvil y la Ley de Medicamentos, entre otras medidas, no
pudo consolidarse como gobernante debido a la debilidad de su base política, lo
que facilitó su derrocamiento.
[12] Juan Carlos
Onganía (1914-1995) encabezó el gobierno de facto autotitulado “Revolución
Argentina” entre el 29 de junio de 1966 y el 8 de junio de 1970 en que fue removido. Su
dictadura, teñida de cierto corte corporativista, se caracterizó por una
política económica oscilante entre un inicial nacionalismo y el liberalismo más
ortodoxo; una fuerte represión cultural, de la que la censura artística e
informativa y la “noche de los bastones largos” –golpe tiránico contra la
libertad de enseñanza en las universidades- fueron ejemplos claros; un
moralismo conservador; una alianza esporádica con sectores sindicales; y una
absurda vocación de eternizarse. Golpeado por levantamientos populares -de los
cuales fue el “Cordobazo” el más notorio-, por la aparición de las guerrillas,
y particularmente por el secuestro y asesinato
del general Pedro Eugenio Aramburu por Montoneros, fue obligado
por sus camaradas a renunciar de modo humillante y en forma personal en la sede
del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.
[13] Las Fuerzas
Armadas Peronistas (FAP) fueron creadas en 1968 bajo la conducción de Envar Cacho El
Kadri. Su aparición se produjo el 17 de
septiembre de ese año con la fallida operación de Taco Ralo, Tucumán. Tuvo varias divisiones a partir de 1972.
[14] Asalto ejecutado el 29 de agosto de 1963 por una banda que mató a dos empleados,
hirió a tres y huyó con el
equivalente a aproximadamente a
100 000 dólares. Parte del botín se destinó al financiamiento de la
organización guerrillera Tacuara. Aunque inicialmente atribuido a delincuentes comunes, se supo más tarde la
filiación política de los autores, al ser identificados tras gastar algunos
argentinos billetes provenientes del robo en un cabaret de París. Casi todos
los participantes fueron detenidos. Algunos participaron luego en otras
organizaciones guerrilleras.
[15] Dardo Cabo (1941-1977), hijo del
sindicalista Armando Cabo, comenzó su militancia muy joven en el Movimiento
Nacionalista Tacuara, del
que luego se separó- El 28 de septiembre de 1966 dirigió el Operativo Cóndor, secuestrando con otros 17 militantes un
avión de Aerolíneas Argentinas, desviado hacia las islas Malvinas, y plantando la bandera argentina en las islas. Más tarde fue parte de
Descamisados, que se fusionaría con Montoneros. Detenido por la última dictadura militar,
permaneció a disposición del PEN en la unidad 9 de La Plata, hasta
que el 8 de enero de 1977 fue fusilado en un simulacro de fuga.
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