Los artículos publicados en este blog son propiedad intelectual y responsabilidad exclusiva de sus respectivos autores.

PUBLICACIONES MAS RECIENTES (EL CONTENIDO ES RESPONSABILIDAD DE CADA AUTOR)

Mostrando las entradas con la etiqueta guerrilla peronista. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta guerrilla peronista. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de octubre de 2020

CÓMO VINO EL GOLPE DE 1976: TERRORISMO DE ESTADO Y SEGUNDA RESISTENCIA- recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin


 



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin



                    

         -Con tu ida y la de otros compañeros a la JP Lealtad, ¿tuviste inconvenientes con Montoneros?

         -Fueron momentos duros, difíciles, por varios motivos. Uno, porque nos estábamos separando de compañeros a los que queríamos mucho por haber iniciado hacía años una trayectoria política común. Por otro lado, a pesar del cariño que les teníamos, nos dábamos cuenta de que eso no daba para más por los motivos que expliqué. Sufrimos algunos aprietes. Marcela en ese momento tuvo que afrontar una muy dura apretada de uno de los jefes de la organización. Entre muchos otros que padecieron situaciones similares. La historia cuenta de juzgamientos internos por traición, y desde ya amenazas de venganza por haber abandonado la orga. La cosa no venía fácil. No largamos los fierros inmediatamente porque temíamos las represalias. No era un juego, era en serio la cosa. No sabías si te mataba la triple A, los Montoneros, la cana, los servicios…

         -¿Iniciaste una actividad política abierta?

         - Sí. Muchos nos fuimos a vivir y hacer política en nuestros territorios. Fue en ese año de la muerte de Perón, pleno 1974, que hice mi bautismo de fuego como orador en un acto en San Isidro, donde también fueron oradores Norberto Gavino, sobreviviente de los fusilamientos de 1956, y en ese entonces intendente de San Isidro, el Negro Campos, intendente de San Martín vinculado a los metalúrgicos, y más tarde asesinado por Montoneros, y Abel Varela. A mucha gente del peronismo la conocía por jugar en Acasusso.

                   -¿Todavía seguías jugando al fútbol?

                   - Sí, pero ya me estaba despidiendo: recuerdo que en esos meses borrascosos de 1974, con los muchachos de Acassusso, jugamos de sparrings de la Selección Nacional. Con los años yo iba a conocer muy de cerca a algunos de los cracks de esa Selección, que no anduvo bien en el Mundial de Alemania, pero que eran grandes jugadores: Perfumo, Wolf, Fillol, Babbington, Brindisi, el “Hueso” Rubén Glaría (un amigo; años más tarde sería el primer Intendente de José C. Paz, cuando Duhalde,  siendo gobernador, dividió el distrito de General Sarmiento).

                -Hay una anécdota que siempre comentás de Perón poco antes de morir, hablando de fútbol…

                -Ah, sí. El que me la contó es justamente el Hueso Glaría al tomar unas gaseosas al final de uno de esos partidos. Contó que  lo visitó a Perón con otros jugadores de San Lorenzo y de otros clubes, algunos de los cuales iban a viajar a Alemania para jugar en el Mundial. Habían sido invitados a la casa de Gaspar Campos por Rucci. Después de un larguísimo introito de Perón, donde habló de ecología, de geopolítica, de todos los tópicos que solía tocar por esa época en todas sus reuniones, y que los jugadores a duras penas entendían, dice que Perón les preguntó quiénes iban a Alemania como mundialistas. Estaban el Ratón Ayala, el Hueso y algunos otros seleccionados. Perón les advirtió: “Tengan cuidado con los holandeses”. Y todos los jugadores pensaron que los estaba cargando, que el Viejo no entendía un joraca de futbol. ¿Los holandeses? ¿Y desde cuándo sabían jugar los holandeses? Antes del Mundial hubo un amistoso en Amsterdam donde los holandeses nos ganaron cuatro a uno. Vino el Mundial y fueron la gran sensación. El día que jugaron con Argentina nos pasaron por arriba, nos aplastaron cuatro a cero. “¡Ahí nos acordamos lo que nos había dicho el Viejo y que no le habíamos dado ni cinco de pelota!”, decía el Hueso (Risas).

         -Yo era chico y recuerdo ese partido. Me quedó grabado en la retina. Las camisetas “grises” holandesas, porque no había televisión color para ver el naranja, eran como una ola. Se defendían todos juntos y atacaban de golpe todos juntos también. Una pesadilla.

         -Bueno. Así era Perón. Siempre informado de todo. Acá algunos giles lo subestimaban.

          -En esos años entre la muerte de Perón y el golpe de Estado, ¿ocupaste algun cargo?

                - Sí –responde el Pato-. Yo estuve en dos lados. Primero en el Mercado Central de Buenos Aires en la Ricchieri. El Mercado había sido una idea de Perón ya en los años cincuenta… Como yo venía estudiando comercialización, y laburando en empresas de alimentación, me metieron ahí. Pero un día me encontré con Alejandro Yebra, que había sido técnico de la Selección Argentina de Fútbol con Cesarini, y me invitó a participar en el Gobierno en el área de Deportes. Era periodista deportivo. Fui a trabajar con él a la Secretaría de Turismo y Deporte. ¡Y ahí me pegué un embale!… ¡todo me gustaba! En medio del quilombo… Porque era todo un quilombo que seguía creciendo. El Secretario de Turismo y Deporte era el Coronel Adolfo Philippeaux, que se había sublevado en La Pampa en el 56, y que ahora, veinte años después de aquella sublevación, al ver que pasaban sobrevolando los aviones golpistas, subía a la azotea de Acción Social y les tiraba con su pistola reglamentaria. Bajaba, y estaba más tranquilo: había tiroteado un par de aviones (Risas).

           “Isabel hacía lo que podía…y no podía mucho. Era común enterarse por los diarios de los atentados políticos. Justo en el Ministerio donde yo trabajaba había estado López Rega hasta un tiempito antes de ingresar yo. López Rega manejaba la Triple A o una parte de ella, y era uno de los responsables de esa violencia con bandas parapoliciales que se había instalado. Pero ya no quedaba nadie de su gente en el Ministerio. Al “Brujo” lo rajó el movimiento obrero después del “Rodrigazo”, que fue un conjunto de medidas económicas muy perjudiciales para los trabajadores. Yo estuve en la plaza, cuando los laburantes pidieron su cabeza. Fundamentalmente las 62 organizaciones, con Lorenzo Miguel al frente… Hubo una enorme movilización para rajarlo al brujo, abiertamente enfrentado al sindicalismo. ¡Lo que lo putearon ese día! No le quedó otra que renunciar, con todo el poder y la triple A y los fierros y las bandas armadas que tenía. Por eso, cuando el movimiento obrero se para de mano, no hay violencia que valga. Y esta movida hay que reconocérsela a Lorenzo. Fue una movida muy polenta, pero tardía, para salvar, no sólo al gobierno, sino a la democracia. Isabel intentó mantenerse en el gobierno, y a pesar de los aprietes militares, se negó a renunciar. Los milicos no podían permitir una salida institucional, y estaban decididos a volver por todo y por todos. Creyeron que era la oportunidad de destruir de una vez al peronismo al haber muerto su creador

         -Cuando viste que se venía el golpe, con toda esa militancia previa que te comprometía, ¿pensaste en irte del país?

           -La verdad que no. El 23 de marzo de 1976 trabajé como habitualmente en la Subsecretaría de Deportes. Esa noche, mientras yo dormía, se llevaron detenida a la Presidenta en un helicóptero, y se inició una época nefasta en la que perdí muchísimos amigos, compañeros y ex compañeros, y en la que mi familia y yo pasamos situaciones muy jodidas. Claro que a otros les fue mucho peor. Yo estoy para contarla.

            “Me acuerdo exactamente cuatro días antes del golpe. Estaba en la casa de un compañero de San Isidro viendo el partido de la Selección contra la Unión Soviética, que se jugó bajo la nieve. Luis Belaustegui me hablaba de la posibilidad del golpe y yo no oía, o, como muchos de nosotros, no quería oír. Quería ver el partido. Ganó Argentina con gol de Kempes y una gran actuación del “loco” Gatti. El mismísimo día del golpe jugó Argentina contra Polonia y también ganó con goles de Houseman y de Scotta. No éramos conscientes de lo que se venía”.

                       "El vacío que produjo la muerte de Perón se sintió profundamente. Era una tarea sobrehumana soportar las tensiones que  inclusive a Perón le había resultado difícil contener y canalizar, agravadas por los efectos sobre la Argentina de esa etapa de la Guerra Fría en que las superpotencias desarrollaban su partida sobre el tablero del mundo usando a los pueblos como fichas."

             - El golpe de 1976 ya estaba previsto antes de que regresara la democracia. En Estados Unidos y en los círculos de la dictadura militar argentina se evaluaba con razón que impedir el regreso de Perón era imposible. Tomaron como táctica dar un paso atrás, dejar la escena a Perón y prepararse para boicotear su gobierno y dar un nuevo golpe de Estado que vendría por todo. Perón lo sabía y muchas veces advirtió a sus partidarios, y en especial al sector juvenil, que había una avanzada imperialista en América Latina –Banzer en Bolivia, dictadura militar en Brasil, golpe de Pinochet en Chile, un Perú jaqueado, golpe blando en Uruguay- y eran momentos de andar con cautela ¿Te parece que Perón no fue escuchado cuando advertía sobre este peligro? 

          -No. Muchos no lo escucharon, tal vez consideraron poco heroico cuidar la democracia y terminaron equivocando el camino. Lamentablemente a derecha e izquierda le hicieron el juego al golpe de Estado.

         -¿Era la teoría del “cuanto peor, mejor”?

         -Claro. Y cuando vino la represión ni se detuvo ni se limitó a los que estaban o estuvieron con el fierro en la mano: encarcelaron dirigentes gremiales y políticos. Intervinieron la CGT, los sindicatos, el PJ. Secuestraron, torturaron y desaparecieron compañeros a mansalva. La guerrilla –que además ya estaba militarmente derrotada cuando se produce el golpe- sirvió de excusa. El golpe fue contra el peronismo, como expresión de la democracia y la soberanía popular. Venían a hacernos pelota.

              -¿Y cómo repercutió eso en tu vida?

         -En esa época hacía un tiempo que vivía con Marcela Durrié. Fue a ella a la que vinieron a buscar una noche, no a mí. Primero fueron a la casa de mi madre. Los del Falcon subieron al departamento de mamá, en Rivadavia 195, San Isidro, con el portero. Quisieron que les dijera dónde vivíamos. Ella se hizo la tonta: “estos jóvenes, ya ni se acuerdan de visitar a la familia”, y no les informó nada. Igual alguien habrá hablado, porque varios en el vecindario sabían que Marcela estaba empleada en un sanatorio a media cuadra, y los del grupo de tareas fueron a buscarla allí, pero no la encontraron. Después fueron al Hospital de Niños de San Isidro, otro lugar en el que hacía guardias una vez por semana, y al no encontrarla tampoco, lo apretaron al Director, que se portó como los dioses, tampoco les dijo nada, se hizo el boludo. Y la verdad es que si la encontraban era boleta. Y si nos encontraban juntos, era boleta yo también. Ya vivía mi tercera hija y la primera con Marcela: Malena. Mi vieja, pobre, tuvo la iniciativa de venirse a casa en un taxi para avisar que nos estaban buscando.  “Si la siguieron, estamos listos”, pensamos con Marcela. Y nos rajamos de inmediato. Le avisé nuestro raje a un amigazo, un vecino profesor de judo, Angelito Stamboulis, y le pedí que por las noches encendiera las luces de casa, para que no nos vinieran a afanar durante la ausencia. Ángel era, además de profesor, gendarme.  Me dijo que iba a moverse y contactar gente para sacarnos de la situación en que nos encontrábamos.

         -¿Y dónde se rajaron?

         -Caminábamos mucho y dormíamos donde podíamos y, algún tiempo, lo pasamos en la zona de studs de San Isidro, donde nos cuidaban vareadores amigos, peronistas de ley. La otra vez una de mis hijas vio la película “Infancia clandestina” y me dijo que le hacía acordar algunos momentos de lo que vivimos en aquellos años.

         -¿Fue en esa época que perdieron un bebé?

         -Así es. No recuerdo exactamente las fechas, pero habrá sido por esos días que estábamos rajados y buscábamos refugio donde podíamos. Y había en San Isidro un matrimonio con hijos, unos militantes que habían pasado por la JP y luego por la JP Lealtad, y les fuimos a pedir de pasar un día o dos allí. Marcela estaba embarazada de nuevo, después de haber tenido a Malena, y era un embarazo reciente. La cuestión es que estos que creíamos compañeros se julepearon y nos dijeron que no, que no nos iban a recibir. Hoy uno puede entender el miedo que tenían, pero en ese momento fue un golpe muy duro, y fue tanto el disgusto de Marcela que ahí nomás, en la puerta de la casa de esta gente, tuvo un aborto espontáneo y perdió el bebe. Sólo nos detuvimos para que ella se higienizara, lógicamente ella era médica, sabía lo que había que hacer, y sin pedirle más nada a esta gente, nos fuimos.

         -Una situación terrible.

         -Bueno, eso ejemplifica un poco el momento que se vivía. Cada tanto llamábamos desde un teléfono público a  Angelito por novedades. Un día nos citó en la estación San Isidro. Fuimos. Nos cuenta que había estado tratando de tomar contacto con capos de un grupo de tareas que operaba en la zona, para explicarles que nosotros éramos buena gente.  Y me dice: “Pato, esta noche vienen cuatro de esos tipos a casa. Quieren hacerles preguntas. En realidad, es con Marcela con la que quieren conversar”. Nosotros estábamos muy complicados. No éramos clandestinos, no teníamos dónde ir, acabábamos de pasar por esto que te cuento, y Marcela me dice: “Vamos, Pato, Angelito es una garantía”. Así que esa noche estábamos en casa de Ángel, con él y su mujer María Rosa, esperando.

         -Qué momento.

         -¿Qué te parece? Al rato caen los tipos. De sólo mirarlos ya nos daba repugnancia: seguro que habían secuestrado, torturado y matado a amigos nuestros. Nos sentamos en el comedor. Por la ventana se alcanzaba a ver nuestra casa, que quedaba enfrente. El represor que llevaba la voz cantante (al que después bautizamos “Coquito”) era un gordo grandote y usaba una polera, aunque casi no tenía cuello. Coquito empezó el interrogatorio. Todas las luces estaban apagadas, menos una lámpara en el centro de la mesa que apuntaba a los ojos de Marcela. Coquito estaba del lado de la sombra. Los tres acompañantes junto a él. Yo estaba a un costado, con Ángel y su mujer. “¿De dónde sos, qué hacés, dónde trabajaste, dónde militás?” Pensá que estos cuatro tipos estaban interrogando a una pendeja recién recibida de médica y madre primeriza. Era muy difícil. Yo empecé a sentirme ansioso y me quise meter en la conversación para distender un poco. Me cagaron de un grito: “¡Silencio! Con usted no es. No rompa las bolas, después hablamos con usted”. Y siguió el interrogatorio como dos o tres horas más. Insoportable. Al final el gordo Coquito le dice a Angel: “No tengo las cosas claras. Ella nos va a tener que acompañar”. Yo protesté pero Marcela dijo: “Está bien, yo voy”.  Y Coquito: “Bueno, señora: la vamos a meter en el baúl, la vamos a llevar”. En ese momento reaparece en el comedor la mujer de Ángel, María Rosa, que había salido un instante, y le dice a Coquito: “Vos no te la llevás nada. Ella no va a ningún lado. El compromiso era que los interrogabas, pero no que te llevabas a alguien. ¡Acá se hacen las cosas como habíamos establecido!”. Menos mal que se plantó porque, si no, no sé cómo terminaba la cosa. Seguro que mal. Si en ese momento te chupaban, estabas jodido. Coquito le reclamó a Ángel que parara a su mujer, y al fin terminó comprometiéndose a no llevar a Marcela ni voltearnos la casa; harían una investigación complementaria y un nuevo interrogatorio allí mismo en tres o cuatro días.

         -¿Y se animaron a volver?

         -No teníamos otra. Nos volvimos a encontrar en lo de Ángel. Los tipos tenían el prontuario completo de Marcela. Lo único que parece que no sabían era su paso por Montoneros. Ella les había hablado de la Juventud Peronista, de la militancia universitaria y de su opción por la JP Lealtad.  “Está bien: no nos mintió”, explicaron.

“Zafamos gracias a Ángel y su mujer. Ellos  no eran militantes ni héroes ni nada parecido. No eran unos supuestos “tipos comprometidos” como los otros que nos rajaron de la casa. Sólo eran unos buenos vecinos, gente buena y valiente. Mis chicos varones lo conocieron a Ángel, porque nosotros seguimos siendo vecinos muchos años, y tanto Sebastián como Martín practicaron judo con él. Ya falleció.

-¿Y qué hicieron después?

-Volvimos a nuestra casa. Sentíamos un poco de cagazo, pero no teníamos otro lugar donde vivir: necesitábamos estar en familia, cuidar a Malena, que era muy chiquita, trabajar… Después de unas semanas, nos fuimos tranquilizando, pero una madrugada de verano de 1977, a eso de las 5 de la mañana, golpearon la puerta. Nos levantamos de un salto: “¡Vinieron a buscarnos!”, dije. ¿Qué íbamos a hacer? Había que abrir y ver. A pocos metros de nosotros dormía Malenita. Por la mirilla de la puerta no se veían autos ni gente. Si abría, ¿me encontraría con la cana? No quise quedarme con la duda y abrí despacito, despacito, preparado para responder a algún ataque. El tipo que estaba sentado en el jardín se puso de pie. Casi me caigo de culo: era mi amigo Quique Padilla, que acababa de fugarse de la cárcel. Entró a la casa sin saludar y nos dimos un abrazo. Después se tiró al suelo señalándose los pies: “Los tengo hechos mierda”. “Parecen dos pizzas”, dijimos. Mientras Marcela lo revisaba, él nos contó que llevaba un año preso en La Plata. Quique era sociólogo, de gran formación, y había sido un cuadro de la JP Lealtad. Su padre, gran peronista, fue de los primeros suboficiales de la Fuerza Aérea creada por Perón. A Quique lo habían detenido antes del golpe, y por eso se salvó, ya que estaba “legalizado”. “Pero me cansé de estar adentro -dijo-. El día que rajé me habían comunicado que mi condena sería de 15 años”.

-¿Y cómo pudo fugarse?

-En esas semanas había mucho fútbol de verano. Quique convenció a no sé qué autoridad del penal de permitir a los presos políticos ver un Boca-River por la televisión. El se comprometió a cebar mate para todos. Durante el partido, en alguna jugada que los distrajo, se tiró desde un segundo piso y se fugó. Necesitó siete horas para llegar a gamba desde La Plata. En el camino, en la Confitería  de Cabildo y Juramento, se encontró con su padre que le llevó sus documentos. Luego siguió viaje hasta nuestra casa. ¡Menos mal que nosotros habíamos regresado a vivir allí! Sus pies estaban destruidos por la caída y la caminata. Fueron tres días buscando hielo entre los vecinos para llenar un balde y deshincharlos. Entretanto, con otros amigos, encontramos la manera de que saliera del país. Partió en un camión de verduras del mercado concentrador de San Isidro: primero a Uruguay y después a Brasil, entre lechugas y tomates. Más tarde, no sé cómo, llegó a París. También estuvo un tiempo refugiado en casa otro compañero perseguido, Dante Oberlín, hasta que logró salir del país y terminó exiliado en Suecia.

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

Luchas y amores en cladestinidad. Arrostito, Nell y Cullen. ¿Cómo nace La JP lealtad? Reportaje a Fernando "el pato" Galmarini por Javier Garin

 


Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin



 

             -Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?

   - Fue cuando estuve clandestino en la zona sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu. Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla. Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos,  en afiches de “persona buscada por la justicia”. ¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?     

                      - Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.

              -A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República…  Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes. 

                -¿Y qué podés contar de José Luis Nell?

               -Otro mito de aquellos años, de trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra. Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”. Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento, mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo

              -¿Y ella?

              -¿Lucía? Una chica militante, un ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También era bastante linda, muy linda. Una belleza.

             "Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después. 

             "No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.

                No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar. 

              -¿Y cómo fue que conociste a Marcela Durrieu, tu segunda mujer?

            -Esa es una historia muy larga. 

             -Contala.

             -Yo estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros …

                 -¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?

                 -Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos, hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón. ¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).

              En fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos “Viva Perón”. Era evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón crecía inconteniblemente. Salimos de la comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.

                   -¿La posta sanitaria?

                  -Sí. Ya estábamos mejor organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.

                   -¿Y qué pasó?

                   -La cita era en una pizzería que tenía su historia: la Real, de Avenida Mitre, donde unos años antes habían baleado de muerte a un dirigente metalúrgico combativo, Rosendo García. La historia que cuenta Rodolfo Walsh. Bueno. La médica que estaba a cargo de la posta era una piba jovencita y noté que era muy linda. Yo estaba solo en esa época. Estaba separado. De modo que aquella noche invernal observé muy interesado a la compañera médica, pero por supuesto me comporté como un cuadro disciplinado: rendí un informe rápido, nos fuimos en el colectivo 93 a Retiro, ella con su botiquín y yo con los fierros, cada cual por su lado. Sólo volví a encontrarla varias semanas después, en un campamento de la organización que tenía a mi cargo, y por las noches empezamos a intimar. Poco tiempo después, estábamos viviendo juntos. Ella era Marcela Durrieu, y compartimos más de veinte años desde entonces. Tuvimos tres hijos: Malena, Sebastían y Martín.

               -¿Y cuándo se dieron cuenta de qué Perón realmente volvería?

            -El año 1972 es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al  17 de noviembre, fecha en que Perón regresó, se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que terminó venciendo la proscripción”.

              "Frente a la casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”-  destinado a aislar al régimen de Lanusse y a garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos básicos entre partidos que pronto serían  gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”, resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno militar  convocó a elecciones presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El gobierno militar dictó una cláusula que exigía  un tiempo  de permanencia en la Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia” y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus hombres cerca de él.

          -Desde el punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?

             -Los militantes más ingenuos –dice el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes, desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros, mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho, que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso. Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más, viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal. Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.

              -Cuando vienen de hablar con Perón, ¿vienen decepcionados?

               -Claro. Eran los tres, los capos de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.

               -¿“Reforma o revolución” era la discusión en ese momento?

                -Ahí yo sí recuerdo que tenía, tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y este compañero dijo: “No, no, hermano. No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.

               -Pero ¿cómo era ese debate?

                -Como eran todas cosas clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la discusión ya estaba ahí.

             -¿La discusión consistía en que algunos planteaban que había que superarlo a Perón?

             -Exacto. Y los compañeros más lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir, discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.

           -O sea, bastante antes del asesinato de Rucci.

            -Sí. Empezó. No es que se rompió, pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez, el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.

                - Y con el tema del ERP, del PRT…

                - Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx, a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”! (Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.

                En este punto de la charla con el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones, armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno, eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”. “Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”. Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad, ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones pretendían no darse por enterados.

              - Yo creo que a Perón,  viendo todo esto a la distancia, las organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante que la organización armada.

                -Si lo miramos sólo como el proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?  

               -Claro. Cuando Perón hablaba de la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón: “te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble!  Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados del conjunto de la sociedad.

              - ¿Vos lo percibías, así?

                -Al final, sí.                             

               - Es decir, ¿cada vez más estaban en el microclima?

               - Era cada vez más fierro y menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.

               “El proceso importante y masivo, fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....

              -Ellos eran la vanguardia.

              -Claarooo. Ellos eran (algunos bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el "Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels, Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario, unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros, mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no Perón los que iban a conducir.

               “Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones en cuanto a convocatoria.  En verdad, esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que englobaba a todo. Y le daba una  mística. En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos en unas movilizaciones impresionantes.

             -Querría que expliques más la formación de la JP Lealtad.

              -La Lealtad fueron los peronistas que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista.  No fue algo ordenado y único. Así como la formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín. Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.

             - ¿Ese fenómeno se profundiza con el asesinato de Rucci por Montoneros?

              - No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad, lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.

sábado, 12 de septiembre de 2020

VIVIR EN CLANDESTINIDAD ANTES DEL REGRESO DE PERON, por Fernando "el pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin





Nace "el Pato" en clandestinidad

          -¿Cómo te enteraste que te buscaban?

-Faltaba poco para que el General Perón volviera a su patria. El tiempo de su llegada era un misterio. Todos algo suponían, pero era un secreto de muy pocos. Ya habían nacido Bernardita y Socorro, mis primeras dos hijas. Lo que ni siquiera imaginaba sucedió. Mi madre y una tía me esperaban para darme la noticia: "te buscan". Un beso a mis dos hijas, un puñado de pilchas y no más tiempo. El por qué quedaba para más adelante. Nadie sabe para cuándo, no hay tiempo. "Gracias vieja por avisar, cuidalas mucho, nos vemos pronto".

-¿Y en esa precariedad es que nace "el Pato"?

-Poco después de entrar en la clandestinidad, mirá vos cómo se mezcla el tema del deporte, nace el hijo mayor de mi hermana, Nicolás… Yo estaba rajado por la zona sur, por Lanús, Lomas… Y, para que no me reconocieran me había dejado los bigotes, y tenía una cédula trucha, me llamaba “Lucas Suárez”. Ya Descamisados nos habíamos fusionado con Montoneros, y ellos tenían la suficiente organización como para proveerte de documentación. Al parecer, usaban una agencia de empleos: ponían avisos en los diarios pidiendo gente para distintos puestos, con diferentes exigencias de calificación, y en las “entrevistas laborales” fotocopiaban cédulas que después eran la base de la documentación fraguada; además, en esas entrevistas se averiguaba la historia de vida de los solicitantes y con esas historias  se fabricaban coberturas para los perseguidos políticos, como era mi caso. Así es que terminé siendo “Lucas”. Allá en Lomas, con los pibes que también eran militantes, algunos de ellos de fábricas y comisiones internas, como el flaco “Patiño”, el “comanche” Figueroa, etc., jugábamos picados, porque rajado y todo no podía dejar el futbol, y ahí es cuando los muchachos futboleros me empiezan a decir “Pato”, por el dibujito animado, el “Pato Lucas”. (Risas). Yo nunca pude explicar públicamente el origen de mi apodo, que nació en la clandestinidad, hasta hace unos años. Cuando me preguntaban de dónde venía lo de “Pato”, lo justificaba diciendo que era por mi estilo de juego, que era parecido al del Pato Pastoriza,  que por eso me llamaban así. ¡Mentira! ¡Qué caradura, compararme con Pastoriza!  Así que cuando nace el hijo de mi hermana (quien andando el tiempo fue medio scrum de Los Pumas), y yo salgo como padrino, me caigo ante toda la familia con bigotes y con anteojos para que no me reconozcan, y mi familia me miraba como a un loco (Risas)… Y, claro, mi hermana y todos decían: “este está medio pelotudo” (Risas). ¡No entendían un carajo!  Por suerte no había nadie que se ocupara de seguirme, porque ese disfraz era ridículamente transparente: todos mis familiares y amigos presentes me reconocieron de inmediato. Así, nació un nuevo personaje para mí. Fui el “Pato”, y nunca más me llamaron como antes.

                -¿Y cómo te llamás vos? (Risas).

                -Fernando Nicolás.

               -Pero cuando jugabas oficialmente al futbol no podías usar la cédula trucha… Tenías que mostrar la tuya.

             -Mostraba la mía, y después, si alguien me paraba en la esquina de la cancha, mostraba la cédula trucha. Cosa que nunca me pasó, pero llevaba las dos por las dudas. Los compañeros jugadores, alguno me debe haber visto con las dos cédulas. Raúl Delucci, uno que jugaba conmigo en Acassuso, que había jugado en Ferro, un rata piola, me llamaba “el Fugitivo” por la serie de TV. (Risas).

            “Recuerdo que en esos tiempos, cuando nació el “Pato”, jugamos un partido con Defensores de Belgrano. Lo recuerdo bien, en principio, porque ese año 1972 ellos salieron campeones y ascendieron y nosotros nos fuimos al descenso, a la “D”, la última categoría de la AFA. En Defensores había un jugador que la rompía, era un delantero de colección. El técnico nos decía: “Hay que marcarlo, hay que marcarlo, no lo dejen que agarre la pelota”. ¡Qué mierda lo íbamos a marcar, si el hijo de puta hacía lo que quería! Nos golearon: le metían 3 ó 4 goles a todo el mundo y a nosotros también. El delantero imparable era René Houseman[1], que poco después, en el ´73, iba a ser campeón con uno de los grandes equipos de la historia de nuestro fútbol: el “Globito” de César Luis Menotti[2].

                    -¿Cómo era la vida en clandestinidad?

               -Te aseguro que no era nada gracioso… Yo lo cuento en forma chistosa, pero es para desdramatizar, para poder hablar de tiempos que fueron terribles. Hay hechos muy fuleros que empezaron a suceder a medida que la cosa se ponía pesada. Yo me separé, mi primera mujer no pudo aguantar que anduviéramos de aquí para allá, huyendo en nuestro exilio interno con dos hijitas a cuestas. ¿Cómo no entenderla? Arreglamos que se blanqueara, que se presentara en la Cámara Federal, el famoso “Camarón”, que se ocupaba de las cuestiones relacionadas con las organizaciones que ellos llamaban “subversivas”, para desligarse de mi militancia, de común acuerdo conmigo, porque se nos hacía insostenible seguir ambos en la clandestinidad.  Yo visitaba a mis dos primeras hijas, que entonces eran unas nenitas, mi vieja las llevaba en secreto a encontrarse conmigo; la obligaba a tomar varios colectivos a mi pobre vieja, y yo tomaba como catorce colectivos, hasta la plaza Las Heras, para poder verlas. Mi vieja no entendía qué carajo tenía que hacer escondiéndome así… Yo llegaba, las hamacaba un rato, y ella se las llevaba de nuevo. No era joda estar clandestino, estar en cana, o que te hagan pelota, como les pasó a tantos compañeros.

                  Invadido por los recuerdos, el Pato se pone serio y reflexiona:

                  -Tardé mucho tiempo en decidirme a hablar o contar estas experiencias. Y el motivo no era la pereza. Muchas de las cosas que hoy puedo recordar vuelven tras un enorme esfuerzo. Tengo que forzar la memoria para organizar largos lapsos de mi vida. Seguro a miles de compañeros, que vivieron situaciones análogas, les ocurra lo mismo.

         “Cuando uno atraviesa la clandestinidad hace un ejercicio del olvido, se esfuerza en acordarse sólo de lo indispensable. Además, está la simulación: el  amigo “Fulano” pasa a llamarse  “José”. ¿Y dónde vive “José”? Uno lo ignora y hasta ignora el apellido fingido si no se necesita el dato. El lema es: “No conocés a nadie”. El  nombre de uno pasa a ser otro, los otros son todos nombres de fantasía. Si hay que visitar el domicilio de un compañero para tratar algún tema, el dueño de casa te guiará, mientras vas en un auto con los ojos cerrados para no recordar el camino.

         “Así,  he vivido en algunos lugares  que aprendí a borrar de mi memoria.  Paso por algunos y me digo: “esto me parece conocido, yo viví por esta zona”, pero no tengo modo de precisar ese recuerdo. Yo viví, seguro, en Avellaneda, pero  hoy no podría precisar dónde, ni en qué mes de qué año.

         “Para recuperar muchos de estos recuerdos necesité años de ordenar fechas, de encuentros con compañeros que por largo tiempo no vi. Años de terapia, una cura de recuerdos ayudada por la voluntad. Me di cuenta de que el olvido estaba envuelto en viejos temores y angustias. De a poco fui reconstruyendo.

        “Después de empezar a conversar este reportaje, yo pensé que tenía todas las cosas muy claras y asumidas. Y en verdad me paso que ni tenía las cosas muy claras, ni tampoco las tenía muy asumidas como para que nada me afectara –confiesa el Pato-. En verdad, no fueron pocas las noches en este tiempo que sentí nostalgias, o no sé cuál es el término, de muchos compañeros que yo conocí, que estuvieron muy cerca mío, y que no están. Y en verdad, de sus muertes, yo me enteré muchísimo tiempo después, porque habíamos tomado caminos distintos.

       “Por ejemplo, de los compañeros con los que vivimos un tiempo en Villa Urquiza, Ricardo Dios, y la petisa Norma (no sé si Norma era su verdadero nombre, o si era un nombre de fantasía; ella estudiaba psicología; después me enteré que se había recibido de psicóloga, pero nunca más la vi), a Ricardo lo mataron, todavía no sé en qué circunstancias, ni cuando, ni dónde… Era más chico que yo, estuve con él en algún grupo…¿Cuánto estuve ahí? Tampoco me acuerdo… Y de ahí salté yo solo, porque ya mi primera mujer había comparecido ante el “Camarón, y me fui a vivir a Vicente López, a dos o tres cuadras de la Municipalidad; si yo pasase reconozco la casa: un departamento, en planta baja;  con Ángel Giorgiadis, y Teté. A Teté la volví a ver hasta el presente, y a Angelito, un pibe fenómeno, con ilusiones, con mística, lo mataron cuando estuvo detenido en la Unidad 9 de La Plata, junto a Dardo Cabo, en la última dictadura. Les aplicaron la "ley de fugas". Inventaron un intento de evasión[3]. Yo había sido su jefe operativo, y después del retorno de Perón nuestros caminos se separaron: yo me fui a la Juventud Peronista Lealtad y él siguió con Montoneros. Hace un tiempo se les rindió un homenaje, a Ángel y a Dardo, en la Unidad 9. En esa Unidad 9 convergen las dos líneas del pasado, política y futbol. Allí gestioné, hace un tiempo, que fuera la primera división de Tigre a jugar al fútbol con los internos, con mi hijo Martín que juega en ese club.

                 “¿Por qué me tengo que rajar de lo de Ángel y Teté? Porque un día, planta baja con las ventanas abiertas, estábamos en tareas organizativas, y pasa gente por la calle y nos entran a mirar de un modo sospechoso, y nos dimos cuenta enseguida. Era un momento no tan bravo como el posterior al 76, pero era una dictadura, y por precaución hicimos abandono del lugar. Poco después salto a Lomas de Zamora, donde la conozco a Norma Arrostito, que estaba buscada por todos lados. Y era, en ese momento, una mujer de unas agallas impresionantes. Y que también murió, en la ESMA. Todos con los que yo viví en esos tiempos hoy están muertos o los mataron…

              “De Angelito yo la volví a ver a Teté, su mujer, y hablé algunas veces con ella, y son cosas que no se superan. Y de Ricardo de Dios, terminé conociendo a su madre, que vivía a una cuadra de la estación Martínez… Yo caí en la casa de ellos, a hablar con la madre tiempo después, ya en época de la democracia. Con lo cual, todo esto fui recordándolo a medida que pude. Durante mucho tiempo uno niega todas estas cosas, lo esconde de sí mismo. Y a veces por necesidad, porque no podés estar rememorando todo el tiempo. Te hacés pelota.

          -¿Cómo fue que Descamisados se incorpora a Montoneros?

         -Bueno, era la lógica, pienso yo. La Argentina ya había aprendido a convivir con el fenómeno de la guerrilla urbana; actuaban muchos grupos: FAL, FAP, FAR y, desde hacía algunos meses (desde el 29 de mayo de 1970), esta organización de nombre original, Montoneros. Su primera acción conocida había tenido una enorme resonancia: habían secuestrado de su domicilio al general retirado Pedro Eugenio Aramburu[3], segundo presidente de la llamada “Revolución Libertadora”, bajo cuyo gobierno se habían producido los fusilamientos de militares y civiles peronistas y nacionalistas en 1956. Cuando surgieron a la luz pública, los Montoneros estaban rodeados por un halo de misterio. Su nombre, el lenguaje de sus comunicaciones (no menos que el hecho de tomar a Aramburu como blanco de su primer ataque), los asociaba con el peronismo y con el revisionismo histórico nacionalista. En vísperas del secuestro, fuertes versiones indicaban que Aramburu había tendido puentes y mantenido contactos con Arturo Frondizi y hasta con el propio Perón con el objeto de desplazar al general Onganía de la presidencia y abrir un proceso electoral para salir del régimen militar. En ese contexto, algunos difundieron la conjetura de que la acción de los misteriosos guerrilleros había sido inducida por el propio gobierno castrense[4]. Esas versiones no impidieron que muchísimos militantes que buscábamos que el retorno de Perón se vinculara con una fuerte reforma social, nos sintiéramos atraídos por esos misteriosos montoneros. Debo confesar que la aparición del cadáver de Aramburu  no neutralizó el magnetismo que ejercía esa fórmula que en ese momento nos parecía romántica, combativa, justiciera, redentora y peronista. Después mi visión cambió, sobre todo cuando Perón llegó al gobierno y me fui a la JP Lealtad. Es una nueva etapa.

                   “Cuando evoco aquella época, me surgen dos cosas. Primero, el cariño subsistente hacia muchos compañeros militantes que conocí y fueron parte de las organizaciones armadas, que hoy ya no están, y que se granjearon mi respeto y admiración por su compromiso militante, en el cual dieron sus vidas, más allá de la mirada crítica que hoy tengo respecto de la lucha armada, sobre todo cuando esa lucha armada se continuó una vez restablecida la democracia y retornado Perón al país, tal como anhelaban las mayorías argentinas. Por otra parte, hoy puedo analizar que esta entrega tan valiente estuvo signada, lamentablemente, por enormes errores políticos de quienes conducían, errores que andando el tiempo sirvieron como pretexto para los sectores cívico-militares que conspiraban contra el gobierno democrático de Perón y de Isabel, y que finalmente lograron instaurar la más brutal y cruel de las dictaduras tras el golpe de 1976”.

 




[1] René Orlando Houseman (1953- 2018), delantero mítico, célebre por su excepcional gambeta, fue el jugador estrella del Huracán campeón del Torneo metropolitano de 1973. Integró asimismo la Selección argentina de fútbol en los mundiales de 1973 y 1978, en que se coronó campeón. Jugó para la albiceleste 55 partidos anotando 13 goles.

.[2] Huracán, equipo chico, causó sensación con su excelente juego  en 1973 al consagrarse campeón del Torneo Metropolitano tras una gran campaña bajo la conducción del futuro DT de la selección campeona del mundo 1978, César Luis Menotti. Disputó 19 partidos ganados, 8 empatados y 5 perdidos, con 62 goles a favor y 30 en contra siendo la valla menos vencida. Lo integraban Héctor Jorge Roganti; Nelson Pedro Chabay; Jorge Carrascosa; Omar Ruben Larrosa; Francisco Faustino Russo; Alfio Basile; Daniel Alberto Buglione; René Orlando Houseman; Carlos Alberto Babington; Carlos Alberto Leone; Roque Alberto Avallay; Miguel Angel Brindisi; Eduado Enrique Quiroga; Francisco del Valle; José Rubén Scalise; Edgardo Luis Cantú; Julio Cesar Tello; Ruben Alberto Ríos; Angel Carlos Tolisano; Adolfo Kerikian; Alberto Luis Fanesi; Alfonso Dante Roma; Luis Alberto Ceballos.

[3] El general y ex presidente de facto de la Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu ( 1903 -  1970)  fue secuestrado por Montoneros el 29 de mayo de 1970, sometido a un “juicio revolucionario” por el golpe de Estado de 1955,  los fusilamientos de 1956 y el robo del cadáver de Evita, y ejecutado de un tiro por Fernando Abal Medina en el sótano de la estancia La Celma en la localidad de Timote (partido de Carlos Tejedorprovincia de Buenos Aires).Fue la presentación en sociedad de Montoneros, tal como señalara posteriormente Firmenich: "El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro ( …) La ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización."​

 [4] La versión alternativa a la que brinda Montoneros en la revista “Causa peronista” en septiembre de 1974 sobre el secuestro y asesinato de Aramburu ha sido sostenida por muchos investigadores sobre la base de las versiones que desde un principio señalaron al propio gobierno de Onganía como responsable del crimen y presentaron al núcleo fundacional de Montoneros operando a su favor. Fernandez Alvariños sostiene en su libro “ZA argentina, el crimen del siglo”, que el asesinato fue perpetrado por fuerzas paramilitares y parapoliciales de Onganía, en un operativo organizado por su Ministro del Interior, el General Francisco Imaz. Según esta versión, Aramburu habría sido asesinado en el Hospital Militar Central de Buenos Aires.

Para explicar este accionar se afirma que en esos momentos Aramburu representaba un serio problema para Onganía, ya que había iniciado conversaciones en búsqueda de un acuerdo con Perón para una salida electoral”. Asimismo, se sostiene que avanzaba un golpe militar para sustituir a Onganía, en el que habrían conspirado, entre otros, el general Agustín Lanusse, Arturo Frondizi y el propio Aramburu, a quien se propondría como futuro Presidente. Para prevenir este golpe fue que la inteligencia millitar de Oganía habría facilitado el accionar de los futuros montoneros para que lo secuestren y luego interrogarlo. El anciano general habría fallecido durante el oeprativo sin que pudieran reanimarlo en el Hospital Militar, fraguándose luego toda la historia del secuestro y ejecución para ocultar lo sucedido.

Por su parte, Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi, en la biografía “Aramburu”, afirman que Carlos Alconada, ex ministro de Aramburu, imputaba el asesinato al ministro Francisco Imaz. Y aseguran que Arturo Mor Roig, siendo ministro del Interior, habría informado a la viuda de Aramburu que no se podía seguir investigando sin que el Ejército resultara salpicado.

Sin duda, el verdadero carácter y autoría intelectual del asesinato de Aramburu quedará como un tema controversial por muchos años.