Fragmento
del reportaje: “DE BOCA Y PERONISTA” -
Conversaciones
sobre peronismo y deporte con Fernando “Pato” Galmarini. Reportaje y notas de
Javier Garin.
(La foto fue tomada durante la boda de Fernando Galmarini que celebró el Padre Mugica en junio de 1969).
-A mí, el Padre Mugica me formó –dice el Pato-. Nunca hay un solo tipo
que modele tu cabeza, pero el cura Mugica fue para mí muy importante.
-¿Cómo lo conociste?
-Jugando al fútbol. Si vos me preguntás
cómo, te digo que con una pelota en la mano… No me imagino que por otra cosa,
porque yo no era practicante religioso. A la Iglesia iba lo suficiente para
cumplir con mi colegio. Jugué mucho al fútbol con él.
-Pero ¿Dónde? ¿En qué lugar?
-Yo era muy chico, tendría no más de
17 años. Fuera de Boca, que era la pasión de los domingos, me había hecho
hincha de Excursionistas, como otros pibes del barrio. El club quedaba más o
menos cerca, y los sábados íbamos a la cancha. Seguíamos jugando, pero ya no en
la calle, sino en canchas que se armaban en terrenos baldíos, o en clubes de
barrio. Fue en esos partidos que lo conocí, jugando en un equipo que se llamaba
Curupaití, en un torneo de la Unión Argentina Amateur de Fútbol. En ese equipo jugábamos nosotros dos y
también Ricardo Pereyra Iraola y Miguel Tezanos Pinto. Y Hugo Anzorregui. Pibes
de apellidos patricios, Y yo, un pibe de barrio de clase media. Esas son las
mezclas que permite el futbol.
“Todavía no era el cura Mugica.
Era un joven seminarista. Venía a los partidos del sábado o los domingos
después de misa. Luego de un tiempo, nos
juntábamos a hacer fútbol en distintos lugares: a veces en el Seminario de
Villa Devoto, otras en la Villa de Retiro, la 31, en la que él residía de a
ratos, haciendo trabajo social. No era su domicilio permanente: turnaba algunas
noches en la villa, otras en Devoto y otras en la casa de su familia, en la
calle Arroyo y Esmeralda, un departamento de la gran puta, porque su padre
había sido Ministro de Relaciones Exteriores de Frondizi en 1958. Yo visité esa
casa. Su familia era de muy buena posición.
“Con él, jugué mucho, mucho, mucho,
en la villa 31. Todavía tengo amigos, como Alberto Orietta, que vivían entonces
en la 31, y a veces nos vemos. Ellos son los que me han ido recordando algunas
cosas. En ese entonces, la 31, que hoy es enorme, tenía cuatro o cinco barrios,
uno al lado del otro, muy ordenados. Donde Carlos está enterrado era el barrio
YPF, al lado había un barrio que se llamaba Comunicaciones, otro se llamaba
Saldías, y otros dos que no recuerdo… Pero, entre esos cinco barrios se hacían,
casi todos los fines de semana, torneos o desafíos.
-¿Y qué era lo que hacía Mugica?
¿Jugaba él? ¿Dirigía? ¿Organizaba?
-Era un zurdo de buen manejo, jugaba
de 10 y a veces de 11. Carlos, yo creo que fue un loco del fútbol, un enamorado
del fútbol. Hincha fanático de Racing. Muy jugador, muy bien entrenado, salía
siempre a correr desde su casa en calle Arroyo. Adonde tuviera que ir se iba
corriendo. Entre otros lugares, a la villa. Salía corriendo para entrenarse.
Cuando no entrenaba salía en una motito.
-¿Y él, qué edad tendría en esa época?
-Cuando lo conocí, había entrado hacía
poco al seminario de Villa Devoto. Me llevaba doce años. Donde lo invitaban a
él a jugar un partido, me enganchaba a mí, para que fuera a reforzar su equipo.
Y siempre lo invitaban, porque ya a comienzos de los sesenta debió haber sido
un tipo muy conocido.
“En
la relación con Carlos siempre estaría el fútbol presente, pero un tiempo
después de conocernos, empezamos a hablar de otras cuestiones: de la Argentina,
de la situación social, de la necesidad de comprometerse con los más humildes.
Carlos era peronista, pero no hablaba de política, sus comentarios y
reflexiones eran fundamentalmente el producto de sus elucubraciones como
cristiano y de la actitud que él esperaba de su Iglesia.
“Yo
hasta ese momento no había pensado demasiado en el compromiso social ni había
sacado conclusiones de la identidad peronista que íntimamente me atribuía. Las
charlas con Carlos avivaron ese fuego.
Al
poco tiempo de consagrarse sacerdote, siendo el año ’62, Carlos da su última
misa en la Iglesia del Socorro, a la vuelta de su casa. En la esquina de esa
Iglesia era donde yo me juntaba muchas veces con él a charlar, a confesarme, y
donde seguramente él me daba también un cacho de letra sobre el tema político…
Que no era solamente a mí, era a todos los que lo frecuentábamos. Pero yo
recuerdo especialmente esas charlas con Carlos en ese bar, frente a la Iglesia,
donde empecé a abrir los ojos. Y en esa Iglesia, su última misa, fue la semana
siguiente de que le impiden asumir la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires
al candidato peronista, Andrés Framini, que había ganado holgadamente la
elección. Y dio un sermón durísimo repudiando el acto antidemocrático. Y ese
era un barrio muy gorila, muy antiperonista.
-¿Y él ya era un tipo muy
comprometido con el peronismo?
-Debe haber sido. Empezaba el
tercermundismo en la Iglesia, impulsado por el Concilio Vaticano II. No sólo
acá, sino que eran muchos los obispos tercermundistas en toda América Latina.
Los brasileros. Helder Cámara, un obispo del norte brasilero, que era un tipo
muy polenta… Y estaba el colombiano Camilo Torres, el cura guerrillero. Eran
figuras que pesaban en la imaginación.
“Recuerdo
que un día, después de un partido en la villa 31, Carlos me propuso que lo
acompañara a Fortín Olmos. Yo no tenía idea de dónde quedaba ese lugar. “Es en
el Chaco santafesino, zona de obrajes”, me explicó. Vivían entonces muchas
familias que habían laburado en La Forestal. La Forestal se había ido, y quedó
un drama social espantoso. No sé qué más me habrá dicho, qué argumentación
habrá desarrollado: se me perdieron esos detalles. Pero me convenció y allá fui
con un amigo. Él debía reunirse con nosotros allá, pero por algún motivo
finalmente no pudo viajar y quedamos nosotros. Descubrí los obrajes, hablé
muchas noches con los hacheros de las compañías inglesas que trabajaban de sol
a sol. Carlos había llevado a varios muchachos: la mayoría eran estudiantes del
Nacional Buenos Aires, a los que él daba asistencia religiosa. Entre sus
alumnos estaban Firmenich, Ramus, Fernando Abal Medina, que también fueron a
Fortín Olmos y luego serían famosos como dirigentes montoneros.
“También en aquella localidad había
unos hermanitos de la Compañía de Jesús, que adoraban la hostia, y entonces se
pasaban horas y horas velando o rindiendo culto. Había uno que, me acuerdo,
siempre estaba en una capillita chiquitita junto al cáliz y la hostia, como en
una penitencia, durante horas, rezando. Yo no entendía muy bien eso. Pero lo
veía, y me hacía reflexionar. También había unos curas, o hermanos, franceses,
ligados a un pensador católico muy importante en esos años, Teilhard de
Chardin, que oraban parte del día y el resto trabajaban al mismo ritmo de los
hacheros. Por la noche, en fogones, nosotros hablábamos de la situación social
y del comportamiento que debía esperarse de auténticos cristianos ante ese
desafío.
- ¿Y él para qué quería que vayan?
- Porque en la Iglesia estaba la idea
de que había que conocer la pobreza. Había que vivir junto a los más humildes,
para poder conocer realmente sus vidas y sus necesidades. Había que convivir
con los demás para poder entenderlos. Por eso Carlos pasaba tanto tiempo en la
villa. Cuando su familia se mudó de la calle Arroyo a Geli y Obes, recuerdo
perfectamente el edificio en uno de los lugares más hermosos de Buenos Aires,
los padres ocupaban el segundo piso, y él se hizo un “ranchito” en la azotea. Y
ahí vivía él. Y otras veces apolillaba en la Iglesia que está en la villa 31, la cual se la hizo construir uno de
sus hermanos. Estos eran sus apolillos. Tal vez tenía otros, no lo sé.
“Toda esa actividad de ir hacia los
pobres, hacia los más necesitados, pegaba muy fuerte en la juventud de esos
años. Yo fui en el 67 a Fortín Olmos. En el 68, se iniciaron los campamentos
universitarios de trabajo. El padre Llorens, cura mendocino, muy piola también,
era uno de los que los impulsaban. Iban cientos de pibes de entonces,
estudiantes universitarios, a laburar por un mes a las provincias, a los
lugares, conviviendo con la gente que laburaba en el campo. A pintar, a
ayudarlos a levantar la zafra. A tomar conciencia de que había mucha pobreza en
este país. Digamos, este era el resumen de todo eso.
-¿Y eran pibes que venían de la
Iglesia?
-De clase media. Sí. Ligados a la Iglesia,
porque los curas te empujaban hacia ahí. Servía para salir de la cuestión
moralista de la Iglesia de esa época, que los tenía medio encerrados. Soltarse
un poco, practicar la solidaridad: pero no sólo pasaba entre los católicos.
También estaban los del Partido Comunista, por ejemplo, que organizaban tareas
solidarias para su juventud. En Fortin Olmos habrá sido uno de los pocos
lugares en que no pude jugar al futbol. Tenía que andar saltando los pajonales
para que no me picaran las víboras. (Risas)
-¿Y cómo era personalmente Mugica?
-Un tipo muy seductor, carismático.
Tenía una pinta que debe haber sido muy importante porque no faltaban hombres
entre sus fieles, pero eran muchas más las mujeres que concurrían a sus misas y
lo escuchaban extasiadas. (Risas).
“Carlos era un tipo alegre, jodón,
pero muy rígido en el aspecto moral y en el compromiso evangélico: esa cosa
dura del cristianismo, del Evangelio. Él era incapaz de transgredir las
prescripciones del Evangelio, o de la Iglesia.
-¿Lo tentaban las chicas?
-Seguramente (Risas). Pero de ahí
a dejarse llevar por la tentación, jamás que yo sepa. Yo no era vigilante del
cura, pero estuve muy cercano a él y jamás lo vi en nada.
“En el año ’68, me caso con mi
primera mujer y quien oficia el matrimonio es precisamente Carlos. Como se ve,
éramos muy amigos. Así que tengo el orgullo de decir que fui casado por el
padre Mugica.
"Fijate vos que el día de mi casamiento estuvieron presentes Horacio Mendizabal, Oscar de Gregorio, Norberto Habegger, Osvaldo Sicardi, Fernando Saavedra y otros compañeros más q recuerdo con mucho cariño. Seguramente estuvieron acompañados por sus compañeras de entonces, algunas de ellas, como todos ellos, desaparecidos durante las casi tres décadas de resistencia que afrontó el peronismo. En el momento en que llegaba a la iglesia para la ceremonia religiosa se asomó por una ventana de enfrente a la iglesia, Graciela Imaz de Ojea, que terminaba de parir a su primer hijo. A ella y a Tojo, su marido, detenidos durante muchos años, les guardó un enorme cariño a pesar de que no los volví a ver.
"Fijate vos que el día de mi casamiento estuvieron presentes Horacio Mendizabal, Oscar de Gregorio, Norberto Habegger, Osvaldo Sicardi, Fernando Saavedra y otros compañeros más q recuerdo con mucho cariño. Seguramente estuvieron acompañados por sus compañeras de entonces, algunas de ellas, como todos ellos, desaparecidos durante las casi tres décadas de resistencia que afrontó el peronismo. En el momento en que llegaba a la iglesia para la ceremonia religiosa se asomó por una ventana de enfrente a la iglesia, Graciela Imaz de Ojea, que terminaba de parir a su primer hijo. A ella y a Tojo, su marido, detenidos durante muchos años, les guardó un enorme cariño a pesar de que no los volví a ver.
“Por ese entonces, Carlos la conoció a
Lucía Cullen, una chica que luego en la dictadura fue desaparecida; y, de
Lucía, que era una piba muy hermosa, yo era también amigo. Ella vivía en
Libertad y Libertador con los padres. Me acuerdo por haber ido a su
departamento. Su viejo era juez, me parece… También, de una familia cajetilla…
Pero ella era una chica muy peronista. Muy ligada a la Iglesia, a Carlos, y a
todo el despelote, que en ese momento, era el tercermundismo. Y, yo no sé si
fue en el ’68 o en el ’69, que fuimos los cuatro de vacaciones a Necochea. Mi
primera mujer, yo, Carlos y Lucía. ¡Andá a saber por qué, y cómo terminó ahí,
Carlos! Y yo tengo la impresión de que Lucía estaba un poco metejoneada con él, pero Carlos corría más rápido que ella y la gambeteaba como un crack. Era un tipo muy estricto y nunca lo vi pecar. En otra
oportunidad Carlos se fue a ver a Racing cuando jugó contra el Celtic, en
Escocia; y después se quedó allá, un tiempo, a causa del Mayo Francés, porque
quería informarse de lo que estaba pasando con los jóvenes en Europa. Y Lucía también estuvo en Francia pero no pasó nada, porque Carlos era muy estricto consigo mismo y con su compromiso pastoral.
“Y ya en ese momento había muchos
curas que abandonaban los hábitos, como el obispo de Avellaneda, Gerónimo
Podestá, que se casó. Cuando íbamos a jugar al futbol a Villa Devoto, solía
participar otro cura amigo de Carlos, Alejandro Mayol, ¡un cura que tocaba la
viola! Este también colgó los hábitos y se casó y terminó viviendo en Villa
Martelli con su mujer, muy humildemente, porque él también era de una familia acomodada, como Carlos, pero existía esa idea muy fuerte del compromiso
social, de compartir la vida de los más humildes, como hacía Carlos en la Villa
31. Y había otros que, sin abandonar los hábitos, salían con mujeres. Pero
Carlos no aceptaba compromisos a medias. Con nada. Con los pobres, con el
Evangelio: todo tenía que ser firme. Era muy recto. Muy derecho. Y tampoco
tenía ambiciones personales. En algún momento, cuando volvió Perón, no fueron
pocos los que le dijeron: “Che, vos tenés que ser diputado”. Muchos. Y él nunca
aceptó. No le interesaba. Vos pensá que fue una de las personalidades que
acompañaron a Perón en el famoso chárter del regreso a la Argentina el 17 de
noviembre de 1972.
-¿Cómo era en el trato?
-Tenía mucha convicción, mucha
polenta para hablarte. A mí, seguramente me pegó un montón. Me hizo dar un
brinco para adelante, de la puta madre. A mí, y a mucha pendejada de entonces.
Tengo ese recuerdo de decir “este tipo a mí me dio muchas más cosas de las que
puedo enumerar”. Tengo una imagen de él como una especie de ídolo. Me formó. Me
instruyó.
-¿Qué pensaba Mugica de Perón?
-Él lo conoció al Viejo. Estuvo en
Madrid. Perón lo recibió. Han estado acá, cuando Perón regresó, en Gaspar
Campos. A Perón le tenía un respeto de la puta madre. Y yo creo que Carlos
también se fue haciendo peronista. Era de cuna muy privilegiada, su familia era
muy antiperonista. No sé si su familia también acompañó su evolución. Pero él
se hizo muy peronista.
“Mientras duró la dictadura y la
proscripción del peronismo, Carlos daba mucha máquina promoviendo la rebeldía y
justificaba la resistencia: “a la violencia de arriba, hay que combatirla con
la violencia de abajo”. Yo creo que, Carlos, tuvo algo que ver, en el caso mío,
para llegar a estar en una organización armada. Creo que tuvo que ver, no
porque me haya dicho “metete”; sino porque hacia eso nos iba conduciendo todo
el cuadro de la Iglesia rebelde, del Concilio Vaticano, de la nueva Iglesia,
más la Revolución Cubana con el Che Guevara como bandera, más el Mayo Francés,
más los curas, como Carlos, como Alberto Carbone, como Jorge Bernazza, como
Domingo Bresci, como Rodolfo Ricciardelli, como Jorge Galli, como algún otro,
que eran además peronistas, de ese peronismo tercermundista que empujaba el
retorno de Perón; todo indicaba un camino, y parecía inevitable para un tipo
joven y comprometido el querer tomar las armas.
“Ojo. Nunca Carlos dijo “muchachos
agarren los fierros”. Y fue muy contundente con el regreso de la democracia y
de Perón. A partir de ese momento, estuvo abiertamente en contra de la
violencia. Tomó clara distancia de todos sus amigos del Nacional Buenos Aires y
de cualquier ámbito que seguían predicando y practicando la lucha armada en
plena democracia. Digámoslo con total contundencia: Carlos se opuso a ese
militarismo, lo condenó con energía. Y lo manifestaba abiertamente. En la
Iglesia, en los sermones, en las charlas personales.
“Otra contradicción muy fuerte que él
tuvo con Montoneros, muchos de los cuales habían sido poco menos que sus
discípulos, fue la relación con el movimiento obrero. Para Montoneros el
movimiento obrero estaba copado por la “burocracia sindical”. Él, durante la
tercera presidencia de Perón, estaba ya muy ligado al movimiento obrero, a
Lorenzo Miguel y a José Ignacio Rucci, entre otros muchos, y reivindicaba la
organización sindical porque era la creación de Perón y de los trabajadores.
Además lo quería mucho a Rucci, así que te imaginás que repudió totalmente su
asesinato por Montoneros. En esa época Carlos estuvo durante un corto tiempo
como funcionario en el Ministerio de Bienestar Social, que era el reducto de
López Rega. Yo conocí a Rucci y a Lorenzo Miguel justamente gracias a Carlos,
porque habremos ido más de un par de veces a la UOM, que quedaba en la Calle
Cangallo. Él laburaba en Bienestar Social, pero sacaba todo lo que podía para
los barrios más humildes.
-¿Y qué choque o interna habrá habido
allí para que López Rega lo mandase a matar?
-Por lo pronto había tambien una
contradicción, en ese momento, entre el movimiento obrero y López Rega. Mugica
estaba con el movimiento obrero y eso pudo haber sellado su suerte. Él
reivindicaba la estructura sindical. Estaba lejos de Lopez Rega y lejos de
Montoneros. El final de Carlos con las organizaciones armadas fue durísimo. De
cara de perro. Yo me acuerdo, porque charlé mucho con él, y no había “tutía”.
No quería saber nada con el rumbo que habían tomado Montoneros, e hizo todo lo
posible para que tipos como yo termináramos de alejarnos de ese camino, a
través de la JP Lealtad, que fue el vehículo que a muchos que habíamos estado
en Montoneros se nos presentó para alejarnos de esa orga.
-Muchos dijeron en ese momento que a
Carlos Mugica lo mataron los montoneros. O por lo menos sospechaban de ellos a
causa de estas diferencias. Aunque hoy se afirma que lo mató Rodolfo Almirón, uno
de los hombres de López Rega y de la Triple A.
-Fueron momentos de
mucha confusión, donde era imposible saber quién te mataba, por qué te mataba,
a qué se debía la muerte… -rememora el Pato. Y agrega:- Él sabía que lo estaban
buscando para bajarlo. Un tiempo antes del asesinato, él me lo contó, habían
aparecido unos tipos en un Ford Falcon, armados con ametralladoras, en el
domicilio de los padres, en la calle Gelly y Obes, y subieron hasta la
casillita que él se había armado en la azotea. No encuentran a Carlos y lo
capturan al portero del edificio, que justo estaba en la terraza, limpiándole
la casilla. Le exigen que les diga dónde está el cura; y como el pobre tipo no
sabe, lo sostienen colgando en el vacío y amenazan con dejarlo caer a la calle.
Carlos se enteró ese mismo día y me lo comentó enseguida. “Soy boleta”, me
dijo. Pensaba que la amenaza venía del lopezrreguismo. Dejó de parar en su
“ranchito” de la terraza. A partir de ese momento, pasaba las tardes y las
noches en la villa de Retiro o iba al Seminario de Devoto. Pero obviamente,
encontrarlo era fácil. Era una cuestión de tiempo. Fijate vos, yo estuve con
Carlos el día anterior a que lo mataran en la casa de Dante Oberlin, comiendo y
charlando, en Berazategui. Y volví a estar con él el mismo día de su asesinato.
-¿Cómo fue eso?
- Me despedí de Carlos en el Club
Atalaya, que es un clubcito de acá de San Isidro, donde todavía hoy juego. Él
jugaba en un equipo, que se llamaba La Bomba. ¡Qué nombre, justito, en esos
días en que en cualquier momento alguien te hacía volar con una bomba! Me
despedí de él el mismo día, pasado el mediodía, sin imaginarme que me despedía
para siempre, que no iba a volver a verlo con vida. Y yo siempre pregunto:
¿quién jugó ese día, en el equipo de él? Pero no recuerdo si jugué con él, si
jugué en contra, o no jugué. A veces me encuentro con otros muchachos que
también jugaron, como el Bebe Acevedo, y evocamos ese 11 de mayo de 1974
nefasto, que nos marcó a todos, y no logramos ponernos de acuerdo. La cuestión
es que yo me despedí ahí. Y esa noche en el Bajo Flores, en la iglesia “San
Francisco Solano” -donde era párroco otro sacerdote del movimiento de
Sacerdotes del Tercer Mundo, el padre Jorge Vernazza-, es cuando lo matan. Esa
noche llego a mi casa y de pronto
escucho por la radio que lo habían baleado apenas terminado el oficio
religioso. Después discutían si lo había matado la izquierda o la derecha… Era
una época terrible.
“A veces me quedo pensando
por las noches en todos los compañeros y compañeras que conocí en la militancia
juvenil de aquellos años, y un enorme porcentaje fueron asesinados o
desparecidos. Es una lista interminable de ausencias..."
Muy buen reportaje Pato. Y las preguntas de Javier. Lo habíamos hablado muchas veces: hay que contar lo que vivimos, obetivamente, sin ninguna otra finalidad que los jóvenes conozcan la verdadera historia. Y, en especial, para que no se digan tantas mentiras como se están diciendo del peronismo original. El que vivimos. Felicitaciones a ambos.
ResponderBorrarSoy Norberto Zingoni el que escribió.
ResponderBorrarGracias Norberto!!! un gran saludo.
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