-En marzo de
1973 la fórmula del Frejuli triunfaba en las presidenciales. Aunque por muy
poco no se alcanzó el 50 por ciento de los votos, el radicalismo, que salió
segundo, renunció al ballotage y así quedó consagrado Cámpora. Si bien la lucha
popular había sido por la vuelta de Perón, el peronismo levantaba la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder. ¿Cómo lo recordás?
-El 25 de
mayo, día del cambio de gobierno, se acabó la clandestinidad para mí: dejé de
ser Lucas y volví a ser Fernando Galmarini –dice el Pato. Y aclara-: Se acabó
más o menos, porque se vivía un clima de mucha violencia y tensiones, y, aunque
ya no estaba clandestino, teníamos que cuidarnos mucho.
"Los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron impregnados de euforia, algarabía y un desorden que a muchos les parecía consustancial con un tiempo de cambio: se liberaba a los presos políticos, los edificios públicos eran ocupados por trabajadores y militantes, las marchas y movilizaciones permanentes provocaban caos en el tránsito.
-Pero el desorden no sólo inquietaba a sectores
conservadores: también a Perón, que seguía los acontecimientos desde Puerta de
Hierro con un disgusto creciente. Cámpora tuvo que viajar a Madrid a dar
explicaciones sobre el rumbo que iban tomando los acontecimientos. ¿Esto era expresion del "quilombo interno" que vos mencionabas anteriormente y que ya se daba al interior de las organizaciones?
-En las
filas de “la Tendencia”, en las que yo aún militaba –recuerda el Pato-, el comentario
que bajaba desde la conducción era que el Viejo estaba “mal informado”, que estaba “operado por la
derecha del movimiento” (los sindicatos y los sectores ortodoxos) y después
llegaron a decir que estaba “cercado”, y por eso adoptaba, según ellos, posiciones
conservadoras. Que no eran tales, sino que eso era lo que la Tendencia quería
ver.
- Vos, ¿estuviste en Ezeiza, cuando regresó Perón el 20 de junio de 1973
y se produjeron esos enfrentamientos armados que impidieron que Perón se juntara
con su pueblo?
-Sí, sí, sí…. Te macanearía si te
puedo aportar algo más de lo que todo el mundo sabe, de la puja entre el palco
y las columnas de Montoneros, y el tiroteo que se armó. Allí se fue
profundizando cada vez más la brecha, y ya había muertos que no los había
ocasionado la dictadura –supuestamente- sino un enfrentamiento entre sectores
que se decían parte del mismo movimiento, en el cual se habían infiltrado los
mismos que habían sido desalojados del poder, esperando generar caos para hacer
naufragar al gobierno popular y regresar. Leonardo Favio, que estuvo en el
palco como todos sabemos, me contó más de una vez que estaba lleno de gente
armada que él no reconocía ni sabía a quién respondían. Ahí metía la cuchara
Osinde y otros personajes que sí eran de la derecha peronista, pero yo creo que
además hubo mucho infiltrado que directamente venía de las fuerzas armadas
derrotadas. Los servicios no se fueron nunca. Esto hay que tenerlo presente. Se
fue la dictadura, pero los servicios seguían metidos en todos lados y después
todo esto lo personificamos en la figura de López Rega, pero era algo mucho
mayor a su persona, aunque haya sido una figura central de ese proceso. Por
otro lado, también desde las organizaciones armadas se contribuyó a ese clima
de violencia que conspiraba contra el éxito del Gobierno. Centenares de miles de
peronistas se movilizaron para esperar a Perón. Fue una de las movilizaciones
más gigantescas que se recuerden. En los alrededores del aeropuerto, alrededor
del palco desde el que estaba previsto que el General saludara a su pueblo, se
produjo una batalla campal. Yo marché con compañeros de la Tendencia y no había
llegado al punto más caliente cuando se desataron los hechos. Después vi
imágenes terribles: un muchacho que era izado por los pelos al palco, tiradores
que apuntaban desde allí mismo a las columnas de la Juventud Peronista, otros
que se parapetaban como podían, balas que nos silbaban cerca de nuestras
cabezas. En nuestras filas también había
gente armada, y supongo que los que estaban en el lugar de la refriega, si
tenían fierros, los habrán usado. En
las organizaciones era vox populi que ese día seguramente habría
enfrentamientos con la derecha del movimiento, de modo que estábamos preparados
para el zafarrancho, aunque no imaginábamos la dimensión que iba a cobrar.
Perón tuvo que aterrizar en Morón: se temía un atentado contra su vida. Poco
tiempo más tarde, Cámpora presentó su renuncia y convocó a nuevas elecciones,
en las que, al fin, concluiría la proscripción de Perón. La inmensa mayoría del
pueblo pensaba que sólo él podía devolver orden al país y al movimiento.
“Toda esta división se
termina de cristalizar cuando al año siguiente Perón llama a la Plaza por el
primero de mayo y les dice a las columnas montoneras, que lo cuestionaban e
insultaban a Isabel: “Estúpidos, imberbes”… Ese día fue el final de todo. En el
medio, Rucci... A Rucci, Perón lo debe haber querido personalmente mucho, y
políticamente le era muy necesario por su papel en el movimiento obrero y en la
unificación de la CGT, así como en el Pacto Social que proponía Perón como un
eje de gobierno.
-Cabe recordar que Rucci tuvo un
papel protagónico en la unificación de la CGT hasta poco antes dividida, y
permitió armar una sola confederación, como quería Perón, que fue poderosa. Y
él, al frente, le sostuvo el Pacto Social, junto con Gelbard, el Ministro de
Economía, hombre proveniente de la Confederación General Económica, del
empresariado nacional, y ese Pacto Social era la pata principal del plan
económico de Perón, lo que le permitió recuperar el camino del crecimiento,
frenar la inflación y tener pleno empleo.
-Así es. Sin duda fue un golpe muy
grande para él, en lo personal y en lo político, el asesinato de Rucci
–continúa el Pato-. Y en esa Plaza del primero de mayo de 1974 lo vuelve a
reprochar de en forma indirecta, al
decir que los sindicatos “han
visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el
escarmiento..."
-La oportunidad de ese crimen subraya el carácter de provocación que tuvo. Recordemos que ocurrió dos días después de haber ganado la elección de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos, con casi el mismo porcentaje que había sacado en la histórica elección del año 54.
-Fue una tocada de culo increíble a Perón –reconoce el Pato-. Fue ahogar en sangre el triunfo y la oportunidad de pacificación que se abría. Tengamos presente que Rucci no fue el único gremialista asesinado: hubo numerosos casos, desde Augusto Vandor, José Alonso, Rogelio Coria, Dirk Klosterman, Atilio López, hombres de distintas características pero todos provenientes del movimiento obrero y de mucho protagonismo en él. Pero lo de Rucci fue especial por la significación que tuvo. Rucci era un tipazo: no sólo masacran al dirigente de la CGT, sino a un peronista leal, un cuadro político y un hombre de la máxima confianza de Perón.
-¿Lo conociste?
-Sí. Aunque no lo había
tratado mucho, yo conocía a Rucci, había conversado con él alguna que otra vez.
El que me lo presentó fue el cura Mugica, que lo trataba con frecuencia, igual
que a Lorenzo Miguel, a quien visitamos en la sede de la Unión Obrera
Metalúrgica. Rucci me había impresionado como una persona franca, un luchador
sindical, un hombre surgido de la resistencia. Cuando me enteré que lo
masacraron, mi primera reacción fue culpar a los servicios extranjeros, a “la
derecha”, etc. Pero después comprendimos que las balas habían salido de otro
lado. Recordamos la consigna que se cantaba en las manifestaciones de la Tendencia:
“Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. La muerte de José
Rucci fue un tiro al corazón de Perón.
- Era la teoría de: “para
negociar con Perón, tirémosle un cadáver en la mesa.” ¿Vos en ese momento seguías
en Montoneros?
-Estaba ya ayudando a formar la JP
Lealtad. Nada de esto tuvo un día, fueron todos procesos. Un largo proceso de
charlas, de puteadas, de discusiones.
“Recuerdo que
hubo una fuerte puja por el nombre que acompañaría a Perón en la fórmula para
las presidenciales después de la renuncia de Cámpora. En la Tendencia se temía
que esa puja la ganara “la derecha”: así se nombraba tanto a la conducción
sindical como a una parte de la rama política y a un sector que rodeaba a Perón,
cuya figura emblemática era José López Rega, su secretario personal y ministro
de Bienestar Social, a quien muchos sindicaban con fundamentos como un tipo
ligado a la CIA, como un agente de la CIA. Existe el comentario de que incluso
Perón lo habría utilizado a “Lopecito”, como lo llamaba, para hacerles saber a
los yanquis lo que él quería que supieran. Pero aclaremos que, más allá del
justificado odio hacia López Rega, había una idea muy sectaria de que todo lo
que no era “montonero” era “derecha”, incluido Perón. Lo mismo sucedía con la
derecha, que no eran precisamente “nenes de pecho”, y en cuyas filas también
había metida gente de los servicios y de las Fuerzas Armadas: todo lo que no
les reportaba, para ellos eran “zurdos” y había que eliminarlos. Para muchos de
estos sectores había que alimentar un quilombo permanente, porque en definitiva
trabajaban para un nuevo golpe de Estado. La Tendencia quiso evitar que el vice
fuera un peronista, porque sabía que en ese caso Perón elegiría uno del otro
sector. Por eso, argumentando la necesidad de la unidad nacional, se presionó a
favor de la fórmula Perón-Balbín, y también en algún momento se insistió con
colarlo a Cámpora, a pesar de que Perón le había pedido la renuncia. El intento
fracasó.
-¿Pensás que con
Balbín como vice en vez de Isabel hubiera cambiado algo?
-Mirá. Todos
comprendían que Perón estaba viejo y enfermo. Si –como de hecho ocurrió- el
General moría durante su mandato, ¿qué suerte correría un sustituto radical, obligado
a hacerse cargo del Poder Ejecutivo en un gobierno peronista cruzado por un
millón de quilombos internos? Por eso, no acuerdo con quienes creen que ponerlo
a Balbín hubiera solucionado algo en medio de semejante inestabilidad. Ni
Balbín, ni Isabel, ni nadie quizás, podrían haber conducido eficazmente todo
este despelote después de la muerte de Perón, no se trataba de un nombre o de
otro. Si a Perón, que era el gran conductor del país, le había costado la vida
intentar encauzar la situación política, es ilusorio pretender que Balbín lo
hubiera conseguido. También es injusto demonizar a Isabel como se ha hecho.
Isabel no era sólo la esposa de Perón, sino también su compañera de lucha
política, que se había formado a su lado durante el prolongado exilio, y a la
cual Perón había otorgado misiones de responsabilidad cada vez mayor. Ya
volveremos sobre esto. Como sea, al fin se eligió a Isabel como compañera de
fórmula, y para la Tendencia fue una derrota. Aunque en principio se evitó
expresar públicamente la decepción, en las reuniones hacia adentro se
sinceraba. Estábamos peleando contra una decisión avalada por Perón.
“Era una
fuerte tensión interna. Sentíamos que habíamos hecho mucho para que Perón volviera
al país, de modo que yo, en virtud de los lazos de solidaridad con tantos
compañeros, me sentía tironeado en un sentido. Pero la verdad es que todos
sabíamos que cuando Perón llegara a la Presidencia, el que llegaría no era un
personaje más, sino el jefe del Movimiento Nacional Justicialista. Y teníamos
que seguir sus instrucciones, su conducción. Nunca hubo un doble comando. Para
el pueblo argentino había sólo una conducción. Cuando él empezó a hablar con el
pueblo argentino dijo que volvía a reconstruir la Argentina en paz. “Bueno,
muchachos –nos dijo-, ya pasó una etapa”. Se refería a la etapa de la
Resistencia. “Ahora viene la etapa de la reconstrucción”. Y era una
reconstrucción que evidentemente no se podía hacer ni a los palazos, ni a los
gomazos, ni menos a los tiros. Perón dijo en ese momento que lo más destruido
que tenía la sociedad argentina no eran ni sus fábricas ni sus calles, sino el
hombre. Y teníamos que reconstruir al hombre argentino. La palabra del
conductor pesa. Pesó sobre mí: aunque durante un tiempo me esforcé por mantener
mi militancia en la “Tendencia” y la lealtad a Perón, paulatinamente esa
situación se fue definiendo. Y como yo muchos. Y así fue naciendo la JP
Lealtad.
- ¿Quiénes eran la Lealtad?
- No hubo un grupo de Lealtad.
Hubo Lealtades por todos lados.
- Pero algunos que motorizaban…
Por ejemplo, el padre Galli, el cura que vos mencionaste.
- Sí, Jorge Galli. Motorizaba mucho.
Quique Padilla, un tipo que fue muy amigo mío, que se fue al exilio, después
volvió y lo mataron en la puerta de su casa choreándole. Otro de nuestro grupo
era el diputado Nicolás Gimenez. Otro, Dante Oberlín. Otra, Marcela Durrieu.
Otro, Alejandro, Peyrou. Otro, Ramón
Canalis. Y muchos otros, no terminaría nunca de nombrarlos. Pero este era sólo
un grupo, uno de los tantos que se referenciaban como JP Lealtad. A simple
título de ejemplo, te puedo mencionar el grupo donde estaba Jorge Obeid, que
fue de la Regional Santa Fe de la JP y con los años llegó a gobernador de su
provincia. Pero hubo tantos grupos… Se
fueron armando en distintos puntos del país, hasta por necesidades del propio
proceso, distintas JP Lealtad para irse de Montoneros o de otras agrupaciones
cuando se enfrentaron a Perón y entroncar con el peronismo leal a Perón.
-He oído el testimonio de que el
Viejo, lejos de pretender eliminar a Montoneros mediante la represión
parapolicial, como algunos le adjudican, quería vaciarlos políticamente,
desautorizarlos y quitarles la gente por lo bajo, hasta que la conducción
montonera quedara sin sustento. ¿Esto puede entroncar con el proceso de
alejamiento que vos describís?
-Es posible que algo de eso
hubiera. Alguna bajada de línea. Porque vos fijate. El sindicalismo estaba
furioso con Montoneros, no sólo era una disputa de poder, sino también la
calentura por el asesinato de dirigentes obreros, por lo de Rucci. Las broncas
inter-movimiento eran cada vez peores. La bronca del sindicalismo contra
Montoneros dura hasta hoy. El sindicalismo había sido atacado y también
respondía. Con un tiro más o un tiro menos, no lo sé. Pero para Montoneros el
sindicalismo era la “burocracia sindical” mientras que para Perón era la
estructura central del peronismo, su creación más importante. Por eso es que
hoy día, todavía, la dirigencia del movimiento obrero "no perdona" la
agresión montonera. Hubo, como se dice ahora, una “fractura", una “grieta”
de la que es difícil "hablar", porque a mí me ha pasado con íntimos,
muy amigos, del movimiento obrero, que no entienden razones, ...y desde sus
puntos de vista, tienen motivos para este rechazo visceral. Otros son más abiertos. Yo con Lorenzo Miguel, por
ejemplo, tuve una relación especial, Lorenzo me salvó en cierta forma. Yo no sé
cuánto entendía de quienes veníamos de la juventud; pero era capaz al menos de
conversar. Y sin embargo, a pesar de todo ese rencor, a los que veníamos de la
lucha armada a través de la JP Lealtad nos abrieron los brazos desde el
movimiento obrero cuando decidimos alejarnos de Montoneros. Alguien les habrá
dicho: “a los muchachos que se van de Montoneros hay que darles manija, hay que
tratarlos bien”. Perón les debe haber dicho: “muchachos, no sean hijos de puta.
Todo lo que llegue acá, abran los brazos y tráiganlo”. Los textiles, Lorenzo
Miguel…
-¿Creés, entonces que hubo algún
pedido o bajada de línea para recibir a los cuadros que se fueran de
Montoneros?
- No tengo ninguna duda. A
nuestro grupo de la Lealtad el sindicalismo nos recibió con los brazos abiertos
–dice el Pato-. Adelino Romero, Secretarío General de los textiles y de la CGT,
Manolo Pedreira, otro hombre importante de los textiles, y tantos otros de
sectores sindicales y algunos de sectores políticos, nos dieron cabida.
Textiles en ese momento era un pedazo interesante del sindicalismo. Y nos
recibieron, como reyes. Y, en realidad, alguien les habrá dicho “que se queden
estos, así no rompen más las pelotas”. Hoy miro esto a la distancia. Fuimos a
varias reuniones en Solís e Independencia, donde todavía tienen lo que era
entonces la sede central de la Asociación Obrera Textil.
-Volviendo a la Plaza del
primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”…
- Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las
columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos
tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón. La
siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la
movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía
sufriendo el plan económico. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese
fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que
enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que
había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos
los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la
más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y
después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…
-¿Cómo viviste la muerte de Perón?
-Todo el
mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción
difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se
abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había
desmejorado mucho por el viaje que hizo a
Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado,
cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables,
como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”.
Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo,
mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera.
Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba
mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de
la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.
-Cuando murió Perón
–dice Javier- yo tenía diez años, y recuerdo nítidamente, como si la
viera, a una vecina, Beba, madre de mi
amigo, mirando la televisión y llorando a lágrima viva, inconsolablemente. Y
eso me impresionó. Recuerdo muy bien las imágenes de la televisión en blanco y negro, luctuosas, de
los autos oficiales desfilando … ¿Vos cómo supiste su muerte?
- Ese día me bajé
del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una
atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando
llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía
con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí
hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia
angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante
la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría
para todos. Para la Patria...
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