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sábado, 26 de septiembre de 2020

Triunfo del Frejuli, Ezeiza, asesinato de Rucci, muerte de Perón. Reportaje a Fernando "el Pato" Galmarini, por Javier Garin.

 



 por Fernando "el Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



                 -En marzo de 1973 la fórmula del Frejuli triunfaba en las presidenciales. Aunque por muy poco no se alcanzó el 50 por ciento de los votos, el radicalismo, que salió segundo, renunció al ballotage y así quedó consagrado Cámpora. Si bien la lucha popular había sido por la vuelta de Perón, el peronismo levantaba la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder. ¿Cómo lo recordás?

                   -El 25 de mayo, día del cambio de gobierno, se acabó la clandestinidad para mí: dejé de ser Lucas y volví a ser Fernando Galmarini –dice el Pato. Y aclara-: Se acabó más o menos, porque se vivía un clima de mucha violencia y tensiones, y, aunque ya no estaba clandestino, teníamos que cuidarnos mucho.

               "Los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron impregnados de euforia, algarabía y un desorden que a muchos les parecía consustancial con un tiempo de cambio: se liberaba a los presos políticos, los edificios públicos eran ocupados por trabajadores y militantes, las marchas y movilizaciones permanentes provocaban caos en el tránsito. 

             -Pero el desorden no sólo inquietaba a sectores conservadores: también a Perón, que seguía los acontecimientos desde Puerta de Hierro con un disgusto creciente. Cámpora tuvo que viajar a Madrid a dar explicaciones sobre el rumbo que iban tomando los acontecimientos. ¿Esto era expresion del "quilombo interno" que vos mencionabas anteriormente y que ya se daba al interior de las organizaciones?

                 -En las filas de “la Tendencia”, en las que yo aún militaba –recuerda el Pato-, el comentario que bajaba desde la conducción era que el Viejo estaba “mal  informado”, que estaba “operado por la derecha del movimiento” (los sindicatos y los sectores ortodoxos) y después llegaron a decir que estaba “cercado”, y por eso adoptaba, según ellos, posiciones conservadoras. Que no eran tales, sino que eso era lo que la Tendencia quería ver.

            - Vos, ¿estuviste en Ezeiza, cuando regresó Perón el 20 de junio de 1973 y se produjeron esos enfrentamientos armados que impidieron que Perón se juntara con su pueblo?

            -Sí, sí, sí…. Te macanearía si te puedo aportar algo más de lo que todo el mundo sabe, de la puja entre el palco y las columnas de Montoneros, y el tiroteo que se armó. Allí se fue profundizando cada vez más la brecha, y ya había muertos que no los había ocasionado la dictadura –supuestamente- sino un enfrentamiento entre sectores que se decían parte del mismo movimiento, en el cual se habían infiltrado los mismos que habían sido desalojados del poder, esperando generar caos para hacer naufragar al gobierno popular y regresar. Leonardo Favio, que estuvo en el palco como todos sabemos, me contó más de una vez que estaba lleno de gente armada que él no reconocía ni sabía a quién respondían. Ahí metía la cuchara Osinde y otros personajes que sí eran de la derecha peronista, pero yo creo que además hubo mucho infiltrado que directamente venía de las fuerzas armadas derrotadas. Los servicios no se fueron nunca. Esto hay que tenerlo presente. Se fue la dictadura, pero los servicios seguían metidos en todos lados y después todo esto lo personificamos en la figura de López Rega, pero era algo mucho mayor a su persona, aunque haya sido una figura central de ese proceso. Por otro lado, también desde las organizaciones armadas se contribuyó a ese clima de violencia que conspiraba contra el éxito del Gobierno. Centenares de miles de peronistas se movilizaron para esperar a Perón. Fue una de las movilizaciones más gigantescas que se recuerden. En los alrededores del aeropuerto, alrededor del palco desde el que estaba previsto que el General saludara a su pueblo, se produjo una batalla campal. Yo marché con compañeros de la Tendencia y no había llegado al punto más caliente cuando se desataron los hechos. Después vi imágenes terribles: un muchacho que era izado por los pelos al palco, tiradores que apuntaban desde allí mismo a las columnas de la Juventud Peronista, otros que se parapetaban como podían, balas que nos silbaban cerca de nuestras cabezas.  En nuestras filas también había gente armada, y supongo que los que estaban en el lugar de la refriega, si tenían fierros, los habrán usado. En las organizaciones era vox populi que ese día seguramente habría enfrentamientos con la derecha del movimiento, de modo que estábamos preparados para el zafarrancho, aunque no imaginábamos la dimensión que iba a cobrar. Perón tuvo que aterrizar en Morón: se temía un atentado contra su vida. Poco tiempo más tarde, Cámpora presentó su renuncia y convocó a nuevas elecciones, en las que, al fin, concluiría la proscripción de Perón. La inmensa mayoría del pueblo pensaba que sólo él podía devolver orden al país y al movimiento.

                  “Toda esta división se termina de cristalizar cuando al año siguiente Perón llama a la Plaza por el primero de mayo y les dice a las columnas montoneras, que lo cuestionaban e insultaban a Isabel: “Estúpidos, imberbes”… Ese día fue el final de todo. En el medio, Rucci... A Rucci, Perón lo debe haber querido personalmente mucho, y políticamente le era muy necesario por su papel en el movimiento obrero y en la unificación de la CGT, así como en el Pacto Social que proponía Perón como un eje de gobierno.

               -Cabe recordar que Rucci tuvo un papel protagónico en la unificación de la CGT hasta poco antes dividida, y permitió armar una sola confederación, como quería Perón, que fue poderosa. Y él, al frente, le sostuvo el Pacto Social, junto con Gelbard, el Ministro de Economía, hombre proveniente de la Confederación General Económica, del empresariado nacional, y ese Pacto Social era la pata principal del plan económico de Perón, lo que le permitió recuperar el camino del crecimiento, frenar la inflación y tener pleno empleo.

                  -Así es. Sin duda fue un golpe muy grande para él, en lo personal y en lo político, el asesinato de Rucci –continúa el Pato-. Y en esa Plaza del primero de mayo de 1974 lo vuelve a reprochar de  en forma indirecta, al decir que los sindicatos “han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento..."

              -La oportunidad de ese crimen subraya el carácter de provocación que tuvo. Recordemos que ocurrió dos días después de haber ganado la elección de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos, con casi el mismo porcentaje que había sacado en la histórica elección del año 54. 

               -Fue una tocada de culo increíble a Perón –reconoce el Pato-. Fue ahogar en sangre el triunfo y la oportunidad de pacificación que se abría. Tengamos presente que Rucci no fue el único gremialista asesinado: hubo numerosos casos, desde Augusto Vandor, José Alonso, Rogelio Coria, Dirk Klosterman, Atilio López, hombres de distintas características pero todos provenientes del movimiento obrero y de mucho protagonismo en él. Pero lo de Rucci fue especial por la significación que tuvo. Rucci era un tipazo: no sólo masacran al dirigente de la CGT, sino a un peronista leal, un cuadro político y un hombre de la máxima confianza de Perón.

              -¿Lo conociste?

           -Sí. Aunque no lo había tratado mucho, yo conocía a Rucci, había conversado con él alguna que otra vez. El que me lo presentó fue el cura Mugica, que lo trataba con frecuencia, igual que a Lorenzo Miguel, a quien visitamos en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Rucci me había impresionado como una persona franca, un luchador sindical, un hombre surgido de la resistencia. Cuando me enteré que lo masacraron, mi primera reacción fue culpar a los servicios extranjeros, a “la derecha”, etc. Pero después comprendimos que las balas habían salido de otro lado. Recordamos la consigna que se cantaba en las manifestaciones de la Tendencia: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. La muerte de José Rucci fue un tiro al corazón de Perón.

              - Era la teoría de: “para negociar con Perón, tirémosle un cadáver en la mesa.” ¿Vos en ese momento seguías en Montoneros?

             -Estaba ya ayudando a formar la JP Lealtad. Nada de esto tuvo un día, fueron todos procesos. Un largo proceso de charlas, de puteadas, de discusiones.

               “Recuerdo que hubo una fuerte puja por el nombre que acompañaría a Perón en la fórmula para las presidenciales después de la renuncia de Cámpora. En la Tendencia se temía que esa puja la ganara “la derecha”: así se nombraba tanto a la conducción sindical como a una parte de la rama política y a un sector que rodeaba a Perón, cuya figura emblemática era José López Rega, su secretario personal y ministro de Bienestar Social, a quien muchos sindicaban con fundamentos como un tipo ligado a la CIA, como un agente de la CIA. Existe el comentario de que incluso Perón lo habría utilizado a “Lopecito”, como lo llamaba, para hacerles saber a los yanquis lo que él quería que supieran. Pero aclaremos que, más allá del justificado odio hacia López Rega, había una idea muy sectaria de que todo lo que no era “montonero” era “derecha”, incluido Perón. Lo mismo sucedía con la derecha, que no eran precisamente “nenes de pecho”, y en cuyas filas también había metida gente de los servicios y de las Fuerzas Armadas: todo lo que no les reportaba, para ellos eran “zurdos” y había que eliminarlos. Para muchos de estos sectores había que alimentar un quilombo permanente, porque en definitiva trabajaban para un nuevo golpe de Estado. La Tendencia quiso evitar que el vice fuera un peronista, porque sabía que en ese caso Perón elegiría uno del otro sector. Por eso, argumentando la necesidad de la unidad nacional, se presionó a favor de la fórmula Perón-Balbín, y también en algún momento se insistió con colarlo a Cámpora, a pesar de que Perón le había pedido la renuncia. El intento fracasó.

         -¿Pensás que con Balbín como vice en vez de Isabel hubiera cambiado algo?

         -Mirá. Todos comprendían que Perón estaba viejo y enfermo. Si –como de hecho ocurrió- el General moría durante su mandato, ¿qué suerte correría un sustituto radical, obligado a hacerse cargo del Poder Ejecutivo en un gobierno peronista cruzado por un millón de quilombos internos? Por eso, no acuerdo con quienes creen que ponerlo a Balbín hubiera solucionado algo en medio de semejante inestabilidad. Ni Balbín, ni Isabel, ni nadie quizás, podrían haber conducido eficazmente todo este despelote después de la muerte de Perón, no se trataba de un nombre o de otro. Si a Perón, que era el gran conductor del país, le había costado la vida intentar encauzar la situación política, es ilusorio pretender que Balbín lo hubiera conseguido. También es injusto demonizar a Isabel como se ha hecho. Isabel no era sólo la esposa de Perón, sino también su compañera de lucha política, que se había formado a su lado durante el prolongado exilio, y a la cual Perón había otorgado misiones de responsabilidad cada vez mayor. Ya volveremos sobre esto. Como sea, al fin se eligió a Isabel como compañera de fórmula, y para la Tendencia fue una derrota. Aunque en principio se evitó expresar públicamente la decepción, en las reuniones hacia adentro se sinceraba. Estábamos peleando contra una decisión avalada por Perón.

              Era una fuerte tensión interna. Sentíamos que habíamos hecho mucho para que Perón volviera al país, de modo que yo, en virtud de los lazos de solidaridad con tantos compañeros, me sentía tironeado en un sentido. Pero la verdad es que todos sabíamos que cuando Perón llegara a la Presidencia, el que llegaría no era un personaje más, sino el jefe del Movimiento Nacional Justicialista. Y teníamos que seguir sus instrucciones, su conducción. Nunca hubo un doble comando. Para el pueblo argentino había sólo una conducción. Cuando él empezó a hablar con el pueblo argentino dijo que volvía a reconstruir la Argentina en paz. “Bueno, muchachos –nos dijo-, ya pasó una etapa”. Se refería a la etapa de la Resistencia. “Ahora viene la etapa de la reconstrucción”. Y era una reconstrucción que evidentemente no se podía hacer ni a los palazos, ni a los gomazos, ni menos a los tiros. Perón dijo en ese momento que lo más destruido que tenía la sociedad argentina no eran ni sus fábricas ni sus calles, sino el hombre. Y teníamos que reconstruir al hombre argentino. La palabra del conductor pesa. Pesó sobre mí: aunque durante un tiempo me esforcé por mantener mi militancia en la “Tendencia” y la lealtad a Perón, paulatinamente esa situación se fue definiendo. Y como yo muchos. Y así fue naciendo la JP Lealtad.

              - ¿Quiénes eran la Lealtad?

               - No hubo un grupo de Lealtad. Hubo Lealtades por todos lados.

               - Pero algunos que motorizaban… Por ejemplo, el padre Galli, el cura que vos mencionaste.

             - Sí, Jorge Galli. Motorizaba mucho. Quique Padilla, un tipo que fue muy amigo mío, que se fue al exilio, después volvió y lo mataron en la puerta de su casa choreándole. Otro de nuestro grupo era el diputado Nicolás Gimenez. Otro, Dante Oberlín. Otra, Marcela Durrieu. Otro, Alejandro, Peyrou.  Otro, Ramón Canalis. Y muchos otros, no terminaría nunca de nombrarlos. Pero este era sólo un grupo, uno de los tantos que se referenciaban como JP Lealtad. A simple título de ejemplo, te puedo mencionar el grupo donde estaba Jorge Obeid, que fue de la Regional Santa Fe de la JP y con los años llegó a gobernador de su provincia. Pero hubo tantos grupos…  Se fueron armando en distintos puntos del país, hasta por necesidades del propio proceso, distintas JP Lealtad para irse de Montoneros o de otras agrupaciones cuando se enfrentaron a Perón y entroncar con el peronismo leal a Perón.

            -He oído el testimonio de que el Viejo, lejos de pretender eliminar a Montoneros mediante la represión parapolicial, como algunos le adjudican, quería vaciarlos políticamente, desautorizarlos y quitarles la gente por lo bajo, hasta que la conducción montonera quedara sin sustento. ¿Esto puede entroncar con el proceso de alejamiento que vos describís?

                -Es posible que algo de eso hubiera. Alguna bajada de línea. Porque vos fijate. El sindicalismo estaba furioso con Montoneros, no sólo era una disputa de poder, sino también la calentura por el asesinato de dirigentes obreros, por lo de Rucci. Las broncas inter-movimiento eran cada vez peores. La bronca del sindicalismo contra Montoneros dura hasta hoy. El sindicalismo había sido atacado y también respondía. Con un tiro más o un tiro menos, no lo sé. Pero para Montoneros el sindicalismo era la “burocracia sindical” mientras que para Perón era la estructura central del peronismo, su creación más importante. Por eso es que hoy día, todavía, la dirigencia del movimiento obrero "no perdona" la agresión montonera. Hubo, como se dice ahora, una “fractura", una “grieta” de la que es difícil "hablar", porque a mí me ha pasado con íntimos, muy amigos, del movimiento obrero, que no entienden razones, ...y desde sus puntos de vista, tienen motivos para este rechazo visceral. Otros  son más abiertos. Yo con Lorenzo Miguel, por ejemplo, tuve una relación especial, Lorenzo me salvó en cierta forma. Yo no sé cuánto entendía de quienes veníamos de la juventud; pero era capaz al menos de conversar. Y sin embargo, a pesar de todo ese rencor, a los que veníamos de la lucha armada a través de la JP Lealtad nos abrieron los brazos desde el movimiento obrero cuando decidimos alejarnos de Montoneros. Alguien les habrá dicho: “a los muchachos que se van de Montoneros hay que darles manija, hay que tratarlos bien”. Perón les debe haber dicho: “muchachos, no sean hijos de puta. Todo lo que llegue acá, abran los brazos y tráiganlo”. Los textiles, Lorenzo Miguel…

               -¿Creés, entonces que hubo algún pedido o bajada de línea para recibir a los cuadros que se fueran de Montoneros?

                - No tengo ninguna duda. A nuestro grupo de la Lealtad el sindicalismo nos recibió con los brazos abiertos –dice el Pato-. Adelino Romero, Secretarío General de los textiles y de la CGT, Manolo Pedreira, otro hombre importante de los textiles, y tantos otros de sectores sindicales y algunos de sectores políticos, nos dieron cabida. Textiles en ese momento era un pedazo interesante del sindicalismo. Y nos recibieron, como reyes. Y, en realidad, alguien les habrá dicho “que se queden estos, así no rompen más las pelotas”. Hoy miro esto a la distancia. Fuimos a varias reuniones en Solís e Independencia, donde todavía tienen lo que era entonces la sede central de la Asociación Obrera Textil.

                  -Volviendo a la Plaza del primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”…

                 - Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón. La siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía sufriendo el plan económico. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…

                   -¿Cómo  viviste la muerte de Perón?

                   -Todo el mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había desmejorado mucho por el viaje que hizo a Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado, cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables, como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”. Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo, mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera. Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.

         -Cuando murió Perón –dice Javier- yo tenía diez años, y recuerdo nítidamente, como si la viera,  a una vecina, Beba, madre de mi amigo, mirando la televisión y llorando a lágrima viva, inconsolablemente. Y eso me impresionó. Recuerdo muy bien las imágenes de la televisión en blanco y negro, luctuosas, de los autos oficiales desfilando … ¿Vos cómo supiste su muerte?

           - Ese día me bajé del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría para todos. Para la Patria...  

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