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sábado, 29 de agosto de 2020

LA MUJER QUE ESCANDALIZÓ AL BUENOS AIRES VIRREINAL, por Alberto Lettieri



Por Alberto Lettieri 




La “Perichona”, Anita Perichón o Marie Anne Périchon de Vandeuilnació en 1775 en la Isla de Reunión, un dominio colonia francés en el Océano Indico. Su familia acomodada la casó, siendo muy joven con Thomas O’Gorman, un promisorio oficial irlandés al servicio de Francia. Poco después, en 1797, el matrimonio se estableció en Buenos Aires, donde el tío de su marido,  el médico Miguel O’Gormanya residía y había sido el creador del Protomedicato, institución que regulaba las prácticas de salubridadThomas –ahora devenido en Tomás- no perdió el tiempo, y compro tierras próximas a Buenos Aires. 

Las cosas marchaban muy bien para la feliz pareja, hasta que Tomás fue encarcelado en Luján tras la Reconquista de la Ciudad, para luego tener que exiliarse en Río de Janeiro. Su esposa decidió no acompañarlo y quedarse en Buenos Aires para convertirse en la amante de Santiago de Liniers, otro francés, héroe de la gesta, y designado Virrey por el Cabildo de la Ciudad. 

El historiador, también francés, Paul Groussac, relata que el 12 de agosto de 1806, mientras Liniers avanzaba al frente de su columna victoriosa por la calle San Nicolás –hoy Corrientes-, cayó a sus pies, en su homenaje, un pañuelo perfumado y bordado. Liniers lo recogió con su espada, y al mirar a la multitud para saber quién le había hecho el presente, se encontró con el rostro iluminado de Anita. Ese fue el origen mítico de una relación apasionada, que escandalizó y provocó toda clase de comentarios en esa Gran Aldea, moralista e hipócrita.  

Para los códigos de la época, una mujer de 31 años era considerada una mujer que debía respetar ciertas normas de urbanismo y recato, más aún estando casada y siendo extranjera, y que, según dejó trascender otro historiador, Vicente Fidel López, había sido amante del General invasor, Wiliamo Beresford, lo cual –accesoriamente- la había rodeado de sospechas sobre su condición de espía inglesa. 

La proximidad con la Perichona le permitió descubrir a Liniers un mundo de placeres y diversiones que hasta entonces había ignorado. Su amante administraba un burdel al que asistían los sectores más acomodados de la sociedad, tanto nativos como extranjeros, donde no sólo se practicaba una sexualidad “europea”, sino que también era generoso el consumo de alcohol, la práctica de juegos de naipes en los que se apostaban altas sumas y, naturalmente, la negociación política. 

Un poco en sorna y otro poco por envidia, Anita fue denominada por entonces “La Virreyna”. Habitaba en concubinato la casa del Virrey, y transitaba las calles porteñas a caballo, vestida con uniforme militar y rodeada de una escolta oficial. Mientras que para los sectores populares resultaba un factor de atracción, para la elite –y sobre todo para las mujeres de la élite-, la indignación no reconocía límites. 

Cuando Napoleón invadió España, en 1808, y por medio de la “Farsa de Bayona” terminó designando como Rey español a su hermano José Bonaparte –el simpático “Pepe Botella”, en atención a su afición permanente a la bebida-, tanto Liniers como la Perichona fueron sospechados como potenciales cómplices o aliados del Gran Corso. El Virrey siguió los consejos de Maquiavelo, sobre todo aquél que aseguraba que la moral y la política transitaban por caminos paralelos y, dispuesto a defender su “buen nombre y honor” rompió el vínculo con su amante y la acusó de organizar tertulias de conspiradores en su casa. Inmediatamente la deportó a Río de Janeiro, cual ángel de la guarda súbitamente interesado en la reunión de su amante con su marido Tomás O’Gorman. Pero Anita tenía un espíritu indomable y, una vez en territorio brasileño, reinició sus tertulias, plagadas de rioplatenses, portugueses y británicos que complotaban contra el héroe de la Reconquista. 

La Perichona, como siempre, combinaba el trabajo con el placer, por lo que lejos de restablecer el vínculo filial con su marido, convirtió en su protector y amante a Lord Strangford, el embajador británico en Río de Janeiro. 

Sin embargo, poco después comenzó a caer en desgracia, al perder la protección de Strangford, y fue deportada del Brasil en un buque inglés. Las autoridades de Montevideo y de Buenos Aires rechazaron su desembarco, y sólo pudo retornar a Buenos Aires una vez producida la Revolución de Mayo, gracias a un decreto de la Junta que dispuso que “madame O’Gorman podría bajar a tierra con la condición de que no se estableciera en el centro de la ciudad, sino en la chacra de La Matanza, donde debía guardar circunspección y retiro”.

Allí la frenética animadora de las tertulias porteñas y paulistas pasó los últimos treinta años de su vida prácticamente recluida. Las noticias que recibía no eran generalmente estimulantes, ya que desde su estancia de La Matanza debió tomar conocimiento de dos ajusticiamientos de personas de su proximidad: el ex Virrey Santiago de Liniers, su antiguo amante, y Camila O’Gorman, su nieta y heredera de su espíritu rebelde. Algo demasiado peligroso en una sociedad donde la libertad siempre supuso una cualidad que despierta sospechas y sanciones.    

jueves, 16 de julio de 2020

LA INFANCIA DE JUAN JOSÉ CASTELLI, por Javier Garin






Por Javier Garin 



            Juan José Antonio Castelli y Villarino nació en Buenos Aires el 19 de julio de 1764. La ilustre ciudad rioplatense era entonces una aldea fangosa, sucia, azotada por el viento y oscura: una urbe fea y pequeña que estaba muy lejos de poder competir con ciudades hermosas como Charcas o fastuosas como Lima. Aún no había sido embellecida por los laboriosos emprendimientos del Virrey Vértiz, porque el Virreynato del Río de la Plata ni siquiera había sido creado. La cercana presencia de los portugueses, expulsados por el gobernador Ceballos de la Colonia del Sacramento y restituidos a ella el año anterior en virtud de la Paz de París,  confería al poblado una condición de frontera y precariedad. Los jesuitas, amigos de Ceballos, todavía gobernaban su vasto y sigiloso imperio teocrático en el corazón del continente, aunque en apenas tres años caería sobre ellos la orden de expulsión de Carlos III, de la mano del gobernador Buccarelli, provocando gran conmoción en el territorio del Plata, donde la Compañía de Jesús tenía algunos de sus mayores baluartes. Las pampas no habían sido arrebatadas aún a los indígenas, pese a la impaciencia con que comerciantes y terratenientes instaban a las autoridades a “extender la frontera con el indio”; y el bravo cacique Cangapol podía darse el gusto de aterrorizar a los porteños con un malón que arrasó poblaciones hasta más acá de Lujan y obligó a la naciente burguesía mercantil a refugiarse temblorosa en las iglesias. Los agentes de Inglaterra recien empezaban a tomar nota de las posibilidades que les ofrecía el contrabando en estos lares. Allá en las tierras de “arriba”, en el Perú y el Alto Perú florecía la perversa institución de la mita, y la prepotencia de los antiguos encomenderos no había sufrido aún el menor revés. El desdichado Tupac Amarú II era apenas conocido de unos pocos con el nombre de José Gabriel Condorcarqui y conservaba los miembros en sus coyunturas, porque todavía faltaban dicecisiete años para que los feroces españoles lo descuartizaran en la Plaza de Cuzco, después de obligarlo a presenciar la tortura y asesinato de toda su familia. Ningún español asustado había expresado aún su peor pesadilla: “si los indios nos ganan, serán ellos los españoles y nosotros los indios”.
                        Juan José era el hijo primogénito de don Angelo Castelli Salomón y de doña María Josefa Villarino. Su padre, veneciano de origen, había llegado a Buenos Aires unos años antes, tras embarcarse para América en el puerto de Cádiz y sobrevivir milagrosamente a un voraz naufragio.
                        Don Ángelo era médico boticario; su profesión y esfuerzo le permitieron adquirir una sólida posición económica. Su segundo apellido –Salomón- daría pie a que se tachase a su hijo Juan José de “judío” y “musulmán”, con el odio reaccionario tan característico de las oligarquías ofendidas. Tambien la ocupación de don Ángelo, despreciada por los viejos españoles –que sólo consideraban digno de un hidalgo el no trabajar en absoluto- sería motivo de burla y satíricos comentarios.  Castelli –dirían los chapetones luego de la derrota de Huaqui- se ha creído que “formar repúblicas, organizar gobiernos, dar a un estado nueva legislación, levantar ejércitos y disciplinarlos, era hacer caldos de jeringas, píldoras y eméticos en la botica de su padre”. Claro: para estos señores las altas tareas políticas y militares no eran cosa de hijos de boticarios. Algunos de los actuales críticos de Castelli siguen pensando igual, y lo tildan aun hoy de iluminado, iluso e ideologista sin contacto con la realidad.
                        Este desprecio hacia un hijo de boticario no carece de importancia. El movimiento emancipatorio americano reclutó sus dirigentes entre los hijos de los comerciantes y los doctores criollos. Ellos representaban lo nuevo en el seno de la destartalada sociedad colonial, luchando por sus derechos frente a la soberbia de los antiguos españoles, venidos de la Península con una mano atrás y otra adelante y convertidos en burócratas, terratenientes y monopolistas, pues América -al decir de Cervantes-, era el refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores”. Estos presuntos “hidalgos”, “cristianos viejos”, españoles de “sangre limpia”, que vivían de explotar a los indios, esclavos y proletarios, consideraban el trabajo como una señal de inferioridad, y la holgazanería e ignorancia como adornos de “nobleza” Tenían la idea, según describe Félix de Azara, de que “ser noble y generoso consiste en derrochar, destrozar y en no hacer nada”. La conducción de la guerra y del Estado les pertenecía “por derecho”, y el vástago de boticario que aspirase a mandar no era más que un advenedizo usurpador.
                        Pero volvamos a la familia de Juan José. Su madre, María Josefa, era hija de un rico terrateniente español proveniente de Vigo y de una santiagueña de viejo cuño. Esta última -doña Gregoria- resultaba ser hermana de don Juan González de Islas, abuelo materno de otro futuro gran patriota y revolucionario: Manuel Belgrano. Castelli y Belgrano fueron, pues, primos segundos: parentesco de gran importancia en razón de la sociedad política que ambos –más hermanos que primos- sostendrían con total lealtad hasta la muerte del primero. Juan José tenía casi seis años cuando nació Manuel, y aunque muchas veces, en los juegos infantiles de una familia que se mantenía en estrecha relación cotidiana, cuidó a su pariente más joven, la diferencia de edad impidió que entonces fueran realmente amigos. La verdadera amistad e inclaudicable alianza entre ambos primos patriotas nacería siendo ya hombres.
                        Juan José fue el mayor de siete hermanos y tuvo desde pequeño un carácter serio y grave. Fue criado con cariño, pero con severidad, por un padre que no admitía réplicas. Se le enseñó a ser muy responsable, en carácter de primogénito, y a velar por sus hermanos menores: Mónica, Joaquín, María Ventura, Francisco, María Dolores, Josefa y Rosa Micaela. Quizás de allí provenía su actitud algo paternal, protectora con sus amigos, a quienes parecía cuidar con extraño celo de las amenazas exteriores a su círculo. “Nuestro Castelli”, lo llamarían más tarde sus camaradas, entre orgullosos y cómplices, demandándole una y otra vez –con su complacencia- que les oficiara de vocero, embajador y público abogado.
                        Aunque no hay testimonios sobre su infancia, es posible deducir la severidad paterna con que fue criado de la circunstancia de haber tenido que aceptar sin apelación una carrera decidida, no por él, sino por su padre, y haber debido esperar a la muerte de éste último para seguir su verdadera vocación. Muchos años después, y ya al borde la muerte, Juan José incurriría en la misma actitud autoritaria de don Ángelo al no aceptar la voluntad de su propia hija, deseosa de casarse con una persona que no era del agrado paterno. Entonces este hombre –paladín de la libertad y el autogobierno-, escribiría, para justificar su oposición, que estaba ejerciendo un derecho “que da la naturaleza a los padres para educar y conducir sus hijos al bien verdadero y dirigiendo la libertad que tienen”. Y agregaría: “La patria potestad jamás ha dado motivo de arrepentimiento (…) La conducta contraria fue siempre funesta (…) Yo para con mis hijos tengo derechos, como ellos tienen deberes (…) Me es peculiar y privativa la inspección de mi familia y el establecimiento de mi hija”. El enemigo de todos los despotismos se negaría a oir las razones del corazón de su amada hija, de la misma manera que su padre se había negado a oir los reparos del pequeño Juan José a la carrera que le había sido impuesta, invocando la patria potestad y la obediencia filial. La naturaleza humana tiene estas contradicciones...
                        La familia habitaba en la casa paterna, en calle de las Torres esquina San Miguel, y según J.C. Chávez, tenía a su servicio “siete esclavos”, nota de distinción. Cerca de allí, en la modesta escuela del otrora convento jesuita, Juan José hizo sus primeras letras, estudiando aritmética y el catecismo bajo la severa vigilancia de un religioso que no escatimaba castigos corporales para imponer la disciplina del aula. Como muchos de sus coetáneos, aprendió desde niño a aborrecer los poco sutiles métodos educativos de la Colonia. Faltaba mucho tiempo para que la Asamblea del Año XIII prohibiera azotar a los alumnos.
                        A los trece años, Juan José ingresó al célebre Real Colegio de San Carlos, que educó a generaciones de criollos bajo el impulso inicial del “virtuoso canónigo” Juan Baltasar Maciel. Allí tuvo como condiscípulo a un joven destinado a ser amigo afectuoso, y a colaborar en todas sus iniciativas políticas con absoluta lealtad: Hipólito Vieytes. Pero su paso por esa institución fue breve. Un amigo íntimo de la familia dejó a los Castelli un importante legado dinerario con la condición de que el hijo favorecido se hiciese sacerdote. Irónicamente, el futuro revolucionario, abominado por “hereje” y “satánico”, resultó elegido por su padre para sobrellevar la carrera eclesiástica. Juan José, a disgusto pero obediente, debió marchar a la Real Universidad de Córdoba del Tucumán, separándose de su familia y de los lugares donde transcurriera su infancia. Allí cursaría, con notable desempeño, teología y filosofía, materias indispensables para la proyectada ordenación sacerdotal.

domingo, 28 de junio de 2020

La peste, por Alberto Lettieri


Por Alberto Lettieri

En 1852, 1858, 1870 y 1871 se produjeron en Buenos Aires 4 epidemias de fiebre amarilla, transmitida por el mosquito Aedes Aegypti. La última fue la peor, ya que se llevó la vida de alrededor del 8% de los habitantes de la ciudad. Las muertes diarias pasaron de un promedio de 20 a más de 500. La Asociación Médica de Buenos Aires registró una cifra de 13.614 muertos, en una ciudad habitada por 187.000 habitantes. 
Sus principales víctimas fueron inmigrantes trabajadores pauperizados que vivían hacinados en conventillos, viviendas compartidas y colectivas, en condiciones higiénicas deplorables, en cuartos estrechos donde convivían mujeres, hombres, niños y animales. La contaminación, la mala alimentación, la falta de agua potable, la imposibilidad de eliminar los excrementos y residuos y el almacenamiento de la basura dentro de la propia construcción propiciaron la expansión del foco epidémico. 
En la epidemia de 1871 los primeros focos se detectaron el 27 de enero. Los pobres debieron quedarse a convivir con la amenaza de contagioLos sectores acomodados se mudaron al norte de la ciudad, estableciéndose en quintas en las que terminaron construyendo sus lujosas residencias definitivas.  
Los gobiernos de Nación y de Provincia fuero por detrás de la peste. Cuando se decidieron a intervenir, ya era demasiado tarde. El 10 de abril decretaron feriado hasta fin de mes, cuando el paro ya era un hecho. La sociedad lo había aplicado por su cuenta. Para entonces ya se habían producido 536 muertes. 
El presidente Domingo F. Sarmiento eligió desentenderse del problema y se trasladó a la zona de Belgrano para ponerse a resguardo. La administración pública ya prácticamente había dejado de funcionar antes del decreto de suspensión de actividades. Los diarios cerraron sus puertas, a excepción de La Prensa y La Nación que restringieron sus ediciones a publicaciones de emergencia. 
En contraste con la decisión del Presidente Sarmiento de poner pies en polvorosa, la mayoría de los enfermeros, médicos y vecinos se sumaron a las desordenadas iniciativas que la sociedad tomaba por sí misma para tratar de enfrentar la epidemia. Ángel Pizzorno contabilizó 60 sacerdotes, 12médicos, 5 farmacéuticos y 4 miembros de la Comisión Popular que se creó ad hoc, entre las víctimas fatales de la peste.
A la inversa, la ciudad quedó totalmente desprovista de seguridad pública, por lo que los robos y atentados contra las personas y la propiedad se multiplicaron, aunque no tengamos estadísticas confiables al respecto, ya que los poderes públicos dejaron prácticamente de funcionar, o siguieron haciéndolo de manera muy acotada
La fiebre amarilla no fue la única epidemia que debió soportar la Argentina por entonces. En 1867-1868 se había declarado una epidemia de cólera, transmitida por los combatientes que regresaban del frente paraguayo en la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870). Una de sus víctimas fue el propio vicepresidente, Marcos Paz, lo que obligó –entre otras razones- a que el presidente Bartolomé Mitre debiera abandonar la conducción de las tropas aliadas.
La ciudad sólo contaba con 40 coches fúnebres, por lo que los cadáveres se apilaban en las esquinas en espera de su traslado, multiplicando los focos infecciososLos medicamentos –en su mayoría ineficaces- multiplicaron sus precios producto del incremento de la demanda. Como los carpinteros no daban abasto para fabricar ataúdes de madera, los cadáveres comenzaron a envolverse en traposSe utilizaron carros de basura y coches de paseo para contribuir a los traslados fúnebres, pero el Cementerio del Sur –actualmente Parque Ameghino- vió colmada su capacidad, por lo que los cadáveres comenzaron a enterrarse en fosas comunes de manera desordenada. 
Ante la absoluta prescindencia del Presidente Sarmiento, el gobierno municipal adquirió 7 hectáreas en la zona de la Chacarita de los Colegiales y creó el Cementerio del Oeste. También se dispuso el tendido de vías para que, todas las noches una formación nocturna trasladara hasta allí los cadáveres. Los porteños bautizaron a esta formación como el “Tren de la Muerte”.
La epidemia siguió multiplicándose sin cesar, hasta que la llegada de los primeros fríos del invierno comenzó a provocar la disminución del foco infeccioso. Pero no duró mucho, ya que el retorno de muchos autoevacuados provocó un nuevo pico infeccioso. 
A partir del mes de mayo, la epidemia entró en fase de descenso, y el 2 de junio no hubo ningún caso nuevo. 
El relato de Paul Groussac es muy ilustrativo sobre lo sucedido. “Por centenares sucumbían los enfermos, sin médico en su dolencia, sin sacerdote en su agonía, sin plegaria en su féretro.
El higienista Guillermo Rawson afirmaba haber visto “al hijo abandonado por el padre; he visto a la esposa abandonada por el esposo; he visto al hermano moribundo abandonado por el hermano.
A consecuencia del terrible impacto que causó esta epidemia, a partir de 1874 comenzó a construirse en Buenos Aires la red de aguas corrientes y en 1875 se organizó la recolección de residuos. Los casi 14.000 muertos, en una ciudad de 187.000 habitantes, lo habían propiciado.
Como enseñanzas quedaban que el Estado había marchado a la zaga de los acontecimientos. Su acción fue escasa y generalmente tardía, atacando a veces las causas y no las consecuencias. El gobierno del Presidente Sarmiento sólo se preocupó por su propia seguridad personal, y se desentendió de la crisis. Fue la sociedad civil la que se hizo cargo de la catástrofe, y la que pagó los costos de la falta de previsión y de la prescindencia del sector público.
La historia ha sido definida como Magister Vitae, o Maestra de la Vida. Nunca debemos desatender sus enseñanzas.

martes, 16 de junio de 2020

La reivindicación de la figura histórica del General Manuel Eduardo Arias, por el Prof. Victor Rodolfo Arias


            

             
Por Prof. Víctor Rodolfo Arias

 El general Manuel Eduardo Arias fue un héroe de la independencia nacional, desconocido en nuestro país a causa del silencio que mantuvieron la mayoría de los historiadores, sea por el desconocimiento o porque se dejaron deslumbrar por la ilustre figura del caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, jefe encargado de dirigir la defensa de la denominada “frontera norte” durante las guerras de la independenciaFueron sus padres don Francisco Arias -hijo del conquistador de la zona chaqueña Francisco Gabino Arias Rengel- y de una joven humahuaqueña cuyo nombre aún permanece desconocido.
Don Manuel Arias fue el adalid del campesinado jujeño; defensor de Orán, San Andrés y el área comprendida entre la Quebrada de Humahuaca y la Puna jujeña. Mantuvo numerosos combates contra las huestes realistas cuyas fechorías y actos de crueldad, provocaban terribles perjuicios a los jujeños; pueblo que desde el principio de la revolución adhirió a los ideales independentistas. Jujuy fue la vía principal escogida por los realistas para invadir la gobernación de Salta, y las milicias comandadas por Arias constituyeron la vanguardia patriota encargada de hostilizar y dificultar los avances a través de ataques imprevistos y la eficaz guerra de recursos.
En 1816 arribaron a Sudamérica tropas expertas en combates, que soberbias se jactaban de expulsar de la península ibérica a los franceses. El general José de La Serna fue el nuevo jefe de las huestes reales, cuyo propósito principal era atacar la retaguardia del Ejército de Los Andes para obligar a San Martín renunciar la campaña libertadora y presentar una batalla que fuera decisiva. No contaba aquel jefe español con el denuedo de los jujeños oranenses dirigidos por Arias; fueron estos los que le asestaron un duro golpe a la campaña invasora de 1817 cuando, al despuntar el alba del 1 de marzo de ese año, tomaron por sorpresa la fortificación de Humahuaca. Así lograron apoderarse de armas, municiones e importantes recursos alimenticios que eran necesarios para proseguir la campaña. El orgullo herido de La Serna lo llevó a despachar columnas para escarmentarlo y recuperar los elementos perdidos. Nada pudieron obtener Olañeta y Centeno, solo perder más hombres y caballos. La campaña libertadora de San Martín estaba asegurada.
Fueron muchos los triunfos e intervenciones de Arias durante la guerra por la independencia, mencionar cada uno de ellos haría más extenso este escrito. Su valor y patriotismo permanecieron incorruptibles. El historiador Emilio Bidondo describe el episodio donde Olañeta, en pleno combate, expresaba las más lisonjeras proposiciones para que el patriota se pasara de bando. La repuesta deArias fue pragmática: lo “despachó a tiros”. 
Quienes infundadamente lo acusan de “traidor”, se basan en el escrito del historiador Bernardo Frías –principal apologista güemesiano- este  refiere que hombres leales a Güemes interceptaron una correspondencia con “la firma de Arias” dirigida a Olañeta para entregar Salta al dominio del rey de España, acusación que el gaucho jujeño negó rotundamente. Pese a esto, fue desterrado a tierras tucumanas en donde Bernabé Aráoz lo designó jefe del ejército. El destino los hizo encontrarse nuevamente en la guerra civil: Arias el frente de las tropas tucumanas y Güemes, de las salteñas; el triunfo del primero obligó a retirase al segundo a sus tierras para controlar la revolución que estallaba en clara oposición a la guerra contra una provincia hermana, además de los empréstitos forzosos a los que eran sometidos los habitantes de la gobernación. Lcausal de la desavenencia entre Güemes y el líder jujeño debe encontrarse y ser interpretada en el contexto de la lucha de Jujuy por alcanzar su autonomía política respecto de Salta
Su figura es reconocida y valorada por los jujeños, quienes asumen el compromiso de salvaguardar el legado histórico de aquel caudillo silenciado en la historia Argentina. Afortunadamente, se ha constituido en la provincia de Jujuy el Instituto de Estudios Históricos “Gral. Manuel Eduardo Arias” presidido por el Dr. Isidoro Arzud Cruz, que lleva adelante la ardua tarea de difundir la vida de este héroe jujeño, silenciado en la historia a pesar de haber sido un baluarte de nuestra independencia.
Referencias bibliográficas:
-BIDONDO, Emilio: “La guerra de la independencia en la frontera norte” Tomo I.
-CARRILLO, Joaquín: “Jujuy, Apuntes de su historia civil”.
-FRÍAS; Bernardo: “Historia de Güemes” Tomo IV.
-INFANTE, Félix: “Manuel Eduardo Arias, su vida y su drama”.

domingo, 14 de junio de 2020

UN EPISODIO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA: DETALLES DE LA SORPRESA DE YAVI, POR NORMANDO J. SAIQUITA





                                                                                  Por Normando J Saiquita*



(ACLARACION: El presente artículo complementa el libro que el autor publicó en 2008 sobre la historia de Yavi". Nos cuenta: "En mi libro de Yavi hay un capítulo sobre esa batalla. Después de sacarlo a edición, reuní material que no conocía, fundamentalmente el Guemes Documentado.)


El 15 de noviembre de 1816 tuvo lugar la sorpresa de Yavi. En los últimos meses de 1816 el ejército realista al mando de su nuevo jefe general José de la Serna, se encontraba en Santiago de Cotagaita para iniciar una nueva invasión al Tucumán, con el objetivo de llegar a Buenos Aires y aplastar la revolución en su cuna, en un movimiento de pinzas juntamente con los realistas de Chile y de la Banda Oriental. Olañeta, jefe de la vanguardia, se estableció en Yavi y desde allí incursionaba frecuentemente sobre Abra Pampa, Santa Victoria, Humahuaca, situada en la entrada de la Quebrada del mismo nombre, y otras veces por el despoblado de Casabindo, como asimismo se introduce en el valle del Bermejo, aprovechando para eso los boquetes de la sierra de Santa Victoria.
            Es para neutralizar estos movimientos de Olañeta, previos a la invasión comandada por La Serna, que Güemes ubica en Tarija uno de sus escuadrones, al mando directo del comandante Francisco Uriondo, a quien le ordena sostenerse allí tanto como le sea posible, apoyando a los paisanos que desean pronunciarse por la revolución. Atacado posteriormente por las fuerzas superiores del general La Serna, Uriondo opta por retirarse al lugar denominado Las Salinas, y luego a Los Toldos en la selva del Baritú.
            Güemes ha tomado un hábil dispositivo de batalla. El comandante don Manuel Eduardo Arias,  que tenía su cuartel general en San Andrés, vigilaba al mismo tiempo las serranías de Santa Victoria y Yavi. Por la izquierda Güemes reforzó al coronel Campero, situado en la altiplanicie del despoblado, con algunas partidas de Dragones Infernales y gauchos a cargo del capitán Juan Antonio Rojas, nombrando segundo jefe de la división volante del coronel al comandante Quesada, quien se había retirado del ejército de Rondeau y tenía reputación de buen oficial de línea. Al centro y a lo largo de la Quebrada situó la vanguardia escalonada, confiando su mando general y el de todos los puestos avanzados al comandante don José María Pérez de Urdininea, natural del Alto Perú, y jefe valiente y entendido en la guerra.
            Campero tenía a su cargo  el sector de la Puna, bajo las órdenes directas de Güemes. En las primeras escaramuzas producidas en Abra Pampa y Santa Victoria las partidas patriotas obtuvieron algunas ventajas, las que decidieron a que Campero avanzara hasta Miraflores, próximo a la vanguardia enemiga. Los realistas abandonaron precipitadamente el pueblo deYavi, presumiblemente en un ardid de guerra. Enterado Güemes del hecho, ordenó una concentración de vanguardia a las órdenes del marqués para que iniciaran la persecución del enemigo.-
            Fernández Campero, a la cabeza de una división de 600 hombres, reforzado por los Infernales y los Gauchos de Güemes, entra triunfante en Yavi. El capitán Juan Antonio Rojas se sitúa a la entrada de la quebrada de Sococha para vigilar el camino a Tupiza. Las fuerzas patriotas se entregan a una ciega confianza, halagadas además por el saqueo de los equipajes, y abandonan todos los puestos de observación, a pesar de que Rojas había avisado que el enemigo hacía correrías por las alturas de Tojo.
            Gaspar Aramayo también había enviado un parte a Campero informando que los enemigos “trataban de cargar a Yavi”. Por último, Rojas había recibido una orden aparentemente mal redactada, de presentarse personalmente y que él creyó debía marchar con su partida, lo que dejó desguarnecida la entrada de la quebrada.
            El 15 por la mañana salieron algunos soldados de Yavi a recoger leña y cayeron prisioneros. Uno de ellos logró fugarse y alertó al campamento. Inmediatamente el enemigo apareció haciendo fuego. Desde ese momento todo fue confusión. El campo inmediato, donde pastaba lo principal de los caballos de la división, fue tomada por la caballería del jujeño realista Marquiegui, mientras unos cien infantes hacían fuego desde la loma y otros iban a dar el asalto por el lado del río. Una parte de los soldados revolucionarios que estaba a las orillas del pueblo se hizo fuerte en un cerro. Allí resistieron y les causaron “la pérdida de un oficial y algunos soldados, pero pagaron todos con su vida este temerario empeño”, dice García Camba en sus Memorias. Otra parte se reconcentró en la plaza, donde no pudieron organizarse.
            Los realistas tomaron prisioneros a treinta y seis oficiales, y otros 340 combatientes, inclusive al teniente coronel Juan José Quesada, quien había tenido una valiente participación en el combate y resultó herido de varios sablazos. Escaparon más de 100 hombres, entre ellos el comandante Luis Díaz y los capitanes Ruiz de los Llanos y Nicolás Frías.
            Honda preocupación produjo este contraste en el gobernador Güemes y el jefe del ejército patriota instalado en Tucumán don Manuel Belgrano. El primero ordena la remisión inmediata de informes y partes circunstanciados de los hechos. Luego, con visible enojo, escribe a Belgrano: “Por la adjunta copia, se instruirá vuestra excelencia del contraste que han sufrido las armas de la patria en el punto de Yavi: esto en mi concepto no ha tenido otro origen que o un descuido reprensible, o una traición la más inicua…los caminos, y avenidas, que se dirigían a aquel punto, se hallaban descubiertos…Como los enemigos hicieron su retirada por este camino (el de Sococha), y como éste y los demás estaban descubiertos, sin oposición alguna cargaron sobre Yavi…”. Recibidos mayores informes, descartará todo vestigio de una traición.

            Documentos que aparecen en la obra “Güemes Documentado” reflejan detalles de las circunstancias en que sucedieron los hechos.

            En estos documentos aparecen los diversos lugares de la zona: Yavi, La Quiaca, Sansana, Santa Victoria, Orán, Baritú, Talina, Cotagaita, Sococha, Pumahuasi, Rinconada, Puesto del Marqués, Miraflores, Berque, Mojo, Cachi, Pulpera, Chocoite, el Toro, Cangrejillos, Barrios. Y allí se registra la presencia de patriotas poco conocidos por la historia: el talineño Gaspar Aramayo, el mismo que según T. Sánchez de Bustamante reuniera a cien soldados dispersos o desertores de Vilcapugio y los remitiera al general Belgrano; el valeroso capitán don Diego Cala, fusilado en Yavi al día siguiente de la sorpresa; el oficial José Gregorio López, el teniente José Miguel Baldivieso, el correntino Juan José Quesada, los gauchos del regimiento de Infernales Juan Antonio Rojas, Pablo Latorre, Luis Díaz, Gregorio Villada, Nicolás Frías, Bonifacio Ruiz de los Llanos, el paceño José Miguel Lanza con su División de Dragones, José Mariano Iturbe, quien sería luego gobernador federal de Jujuy. Allí se detalla la persecución al coronel Campero, persecución que sólo se inició en las afueras de Yavi, y culminó varios kilómetros al sur, en el río de Barrios. Campero, como se verá en estos documentos, estuvo a un paso de evitar su apresamiento. Allí se detallan sucesos comunes en la guerra, como el hecho de que un grupo de dispersos se convirtiera en una banda de salteadores, después juzgados como tales. Y lo que se vislumbra, sobre todo, es el sencillo, humano heroísmo de los patriotas, aun en esas horas aciagas. Por ello se considera necesaria la transcripción íntegra de dos de ellos, en la que solo se ha resaltado en cursiva las partes más significativas.       

[OFICIO DE GASPAR ARAMAYO A BELGRANO]
“Hacen diez días ha que llegué de la expedición, que salió de este valle hasta la desgraciada jornada de Yavi. Después que tuve la gloria de haber ido con ocho hombres emigrados volun­tarios, de más de cincuenta que se ofrecieron, y me eligieron de comandante para dicha expedición, y se retractaron  por varios vejámenes que sufrieron, y otros motivos que alegaron; en fin yo fui con ocho hombres, conduciendo cerca de cien mulas que trajeron de auxilio de Santa María: fui auxiliado por don Pablo de la Torre, que vino haciendo las veces del señor Güemes, con cinco fusiles, y cinco mulas para dichos emigrados; llegué al punto de Miraflores, que fue el de reunión, al día siguiente que llegué a dicho punto, vino un mozo de Talina prófugo que había escapado de los muchos que apresaron, y examinándole a este, me da cuenta que en Talina están de guarnición doscientos hombres, en el acto propuse al Marqués de que aquélla guarnición debíamos de sorprenderla para lo que  me ofrecí el ir yo adelante a bombearlos, y conducirlos hasta donde estaba el enemigo sin qué fuésemos sentidos. Avino el Marqués a dicha propuesta, pero jamás puso en práctica; en una circunstancia que el general Olañeta había caminado a Tarija con setecientos hombres, y no haber en Yavi sino el primer Regimiento de Partidarios, y estar el segundo en Suipacha, por fin paramos tres semanas en el punto de Miraflores en donde se nos aniquilaron las mulas, y no se adelantó nada; por último marchamos hasta el Puesto, en donde me quitó el comandante don Luis Díaz los cinco fusiles que me auxilió don Pablo de la Torre, y un animal el mejor de los que había dado a uno de los emi­grados que iban conmigo, y trataban de dejarnos a pie: allí tuvimos la noticia de que el enemigo había desamparado Yavi, y con este motivo le propuse al Marqués mandar un bombero a Talina a saber si todavía existían allí los doscientos hombres para que fuésemos en caso de que estén a atacarlos, y me concedió el que mandase a mi mozo de bombero, y quedamos de que al otro día marcharíamos a la Abra de Pumaguasi con toda la gente a aguardar allí a dicho bombero, para que según las noticias que éste trajera, dirigir nuestras marchas, o a Talina si estuviesen los enemigos o a Yavi: este día paró el Marqués en el Puesto, y con este motivo le propuse el caminar con los ocho hombres que tenía a la Abra de Pumaguasi, y de allí quedé en hacerle chasque avisándole las noticias que trajera dicho bombero; me concedió, y caminé el día doce; volvió el bombero con la noticia de que el enemigo se había retirado de Talina,  y le di pronto aviso al Marqués, y yo marché de avanzada a la parte de Talina, con ocho hombres, y un solo fusil; el día trece llegué a Berque, que está cinco leguas mas acá de Talina, de allí en el acto mandé bomberos,a Talina, a Tupiza, a Moxo, y a todas partes, y el día catorce supe de que el enemigo no había pasado por Moxo, y antes la guarnición que estaba en Suípacha había venido a Sococha, en el acto le hago chasque al Marqués. El día catorce salió mi parte a las tres de la tarde, y tuve la dicha que el día quince antes que salga el sol, y estando todavía el Marqués en cama, llegó a mi chasque a Yavi; con este le doy parte a dicho Marqués de que el enemigo no se había retirado, y que antes trataba de avanzar a Yavi, y que no se descuide, y que estuviese muy vigilante, y no sea que lo sorprendan; entregó mi chasque el  parte, lo leyó, y dijo que lo aguardase, y que después de misa, lo despacharía, pero no tomó disposición, ninguna precaución o no dio  crédito a mi parte, o a quién sabe lo que sería; a  poco instante que salieron de misa cargó el enemigo a Yavi, y los sorprendió del modo que ya a vuestra excelencia lo habrán   informado, mi mozo escapó como pudo, y lo he venido a encon­trar aquí; mi oficio quedó sobre la mesa, y en el acto mandaron cien hombres a donde yo estaba; el día dieciséis supe dicha sorpresa a las diez  del día, y escapé, y a poco cayó la partida que iba a sorprenderme. En la avanzada de Berque  intercepté la correspondencia de una mujer, que daba cuenta exacta, al enemigo de la fuerza del Marqués; y averigüé la evidencia de un chasque que habían mandado de este Valle, el cual llegó a Talina. y de allí pasó a Yavi con un oficial, con éste daban cuenta exacta de la fuerza que tenía el Marqués, la fuerza que salió de aquí, la de Salta, y por este motivo retrogradaron los enemigos, y su­cedió dicha sorpresa pues ellos se retiraban hasta Santiago (nota: Santiago de Cotagaita); pero como supiesen el número de nuestra fuerza que era tan corta, cargaron sobre ella, ya le pasé parte al señor Güemes, del sujeto que fue de chasque, quiénes lo mandaron, y de todo un parte individual, y yo iba tomando providencias sobre el particular. También di cuenta a Salta de que el enemigo marchaba de Cotagaita a Tupiza con toda su fuerza,  y que llegó el general nuevo (nota: José de la Serna), y que trataban de bajar a Salta, aunque creo que ya habrán mudado de parecer por la derrota que ha sufrido el enemigo en Ta­rija, y aseguran que para arriba ha sufrido otra derrota por Warnes, siendo cierto todo lo que se dice puede no bajar el enemigo a Salta hasta después de las aguas, pero está en el orden que se tomen las precauciones y medidas  para aguardarlos en Salta. Ayer han llegado a este pueblo seis prisioneros de los de Yavi, éstos han escapado de Tupiza, en donde los incorporaron, y dicen lo siguiente: “Que el cuartel general es Tupiza, que allí tienen, veinticinco cañones de todo calibre; que allí iba a lle­gar la maestranza; que el general había pasado a Yavi a reparar su vanguardia, y avanzadas, y que de allí se volvía para Tupiza; que una división de los enemigos había venido hasta la Rinconada, que de allí se volvieron arreando cuanto ganado ovejuno encontraren; que decían allí que los habían derrotado en Tarija, y para arriba; que los prisioneros que tomaron en Yavi han sido ciento ocho Vallistos, doscientos peruanos (nota: soldados del Regimiento Peruano), y cincuenta entre Dra­gones e Infernales; que de los oficiales solamente a Don Diego Cala, y su teniente al otro día de la sorpresa los fusilaron; que a los ciento ocho Vallistos los han incorporado en sus tropas, de los oficiales del Valle, solamente a Rodríguez y a dos Plazas los han llevado para Santiago juntamente con los demás, que a todos los demás los han suelto, y están de paisanos en Tupiza; que de los soldados del regimiento peruano, a ciento los han mandado a Portugalete, que me supongo los destinarán para el trabajo de las minas e ingenios, que otros ciento los han mandado a Potosí juntamente con los Dragones, e Infernales; que al Marqués lo tienen preso en la cárcel de Tupiza; que les han oído hablar que después de aguas han de bajar a Salta, pero que los soldados europeos apuran de que quieren pasar luego; el enemigo ha tenido refuerzo de gente europea, y el general ha traído sesenta oficiales europeos para acomodarlos en su ejército, dicen que piensan que toda su oficialidad se componga de europeos: lo cierto es, que toda su fuerza está reunida desde Tupiza hasta Yavi, que nada dista a Salta, y las aguas no les embarazan para que se vengan, y lo que conviene es que se tomen las medidas de defensa con tiempo; aquí han de estar llegando todos los días los soldados que se deserten, quedo con el cuidado de avisarle a vuestra excelencia de continuo, aunque estoy pensando el retirar a mi familia a San Carlos, o Santa María para que allí estén más a gusto. No deje vuestra excelencia de ocuparme en cuanto guste pues mi patriotismo es inmutable, los vejámenes y desprecios de los mismos paisanos desunidos no me harán mudar de sistema, antes me harán que me una más y más hasta conseguir el fin de nuestra revolución que tantos años la sostenemos a costa de tantos sacrificios. Dios guarde a vuestra excelencia muchos años. Cachi y diciembre 10 de 1816. Gaspar Aramayo, Señor general don Manuel Belgrano.”

[CARTA DE RUIZ DE LOS LLANOS A SU TIO]
 Cachi, Noviembre 26 de 1816. Mi amadísimo tío: después de una larga serie de trabajos originados de su ausencia, ninguna comunicación, ni contesto a varias que le he dirigido, y por último, el terrible, e inesperado del 15 del presente en Yavi; me hallo en este lugar desde ayer, gracias a Dios, al que me dirigí reunido con nuestro Díaz, y el capitán Frías, con quienes me permitió la fortuna escapar; sé que usted y otras personas allegadas desearán el saber cómo he escapado, y lo demás que precedió aquel infausto día, que perdimos constantes sacrificios en ocho meses de servicio a las órdenes de nuestro marqués, comandando seis de estos las avanzadas, y en fin cuanto podía perder, a excepción de mi vida, y libertad, para evitar prolijidades; me explicaré por un diario desde que movió el dicho marqués su campo de Mira Flores a Abrapampa, que fue el día 8 del corriente; en este mismó llegó el referido Marqués a aquel destino con toda su fuerza, constando la mía, ya algunos días situa­da allí de doscientos hombres. El 9 marché con toda ella al Puesto, y en el momento destaqué partidas: l9 en CongrejilIos al mando del teniente don Gregorio Villlada; 2º en Pulpera al mando de Berresfort; 3º en Pumaguasi, al mando del Alféréz de Cala; 4º en Chocoiti al del oficial Quadros; el 10 por la mañana recibí partes de las de Pumaguasi y Pulpera, que el ene­migo estaba en movimiento en el mismo Yavi. y que por una mujer sabían trataban de salir hasta el Puesto;  inmediatamente pasé el parte correspondiente; con este motivo dispondría el coronel su marcha al Puesto; pues el 11 llegó, e inmediatamente ordenó que Lanza con su división de Dragones, e Infernales, y  yo con la mía marchásemos  a Pulpera, se efectuó aquel mismo día, y ordené yo a mis partidas que a cada una se avanzase con dirección a Yavi: el 12 muy temprano recibí parte de Berresford datado en Yavi, quien había entrado junto con Billada a dicho Yavi el día antes, y dos horas primero que éstos, el capitán Rojas quién había venido mandado por el señor Güemes; este Rojas traía su partida de quince hombres con la que pasó hasta Sococha; en este mismo día dispusimos con Lanza seguir de Pul­pera nuestra marcha para Yavi, pues ya teníamos orden para ello, así es, que la emprendimos y habiendo llegado a Barrios, dispuse el mandar dos partidas, la una a Tapia al mando de Burgos, y el capitán Saravia del Toro con la mitad de su compañía; y la otra a la Quiaca con la otra mitad al mando de su teniente Baldivieso. A las horas que éstas marcharon de aquel punto llegó el segundo Jefe Quesada, a quien inmediatamente di cuenta de todo, y lo aprobó dicho jefe; dispuso pasar en esta misma tarde a Yavi, acompañado de mí, y una escolta de Dra­gones; efectivamente pasamos y llegamos a Yavi al anochecer. Este jefe trajo instrucciones del  lº, y a lo que creo no fueron cumplidas. El 13 salieron tres oficiales con partidas, el uno que fue Berresford destacado a Rota a cuidar el camino de Tarija, y Santa Victoria, el otro fue Iturbe, quien con cuatro hombres se fue a Toro con una carta para el europeo Garner con el objeto me dijeron de traer plata y qué sé yo que otras cosas más para nuestro auxilio, y el otro que fue Villada a cuidar la encrucijada de Sampaya; aquel mismo día por la tarde llegó a Yavi un sargento de Rojas, quien traía pliegos para dicho señor Güemes, y dos bastones puño de oro, y se rugió la voz de que sables, petacas, y una cantidad de pesos se había tomado al enemigo por Rojas, o su gente; parece que estas noticias abrieron la codicia, lo cierto es, que sin pérdida de tiempo se le ofició a Rojas llamándolo, y con responsabilidad de Sococha, se vino con toda su partida, y allí mismo fue reconvenido de que a él solo se le había llamado, lo cierto es que el camino de Sococha ya no se le cubrió más, y por allí fue nuestra desgracia. Rojas en su conversación dijo que sabido que  en Toro habían ene­migos haciendo sus correrías, con esto dispuso Quesada que sa­liese Lanza con su división a proteger a su ayudante Iturbe: todo se efectuó esa misma tarde. El 14 por la mañana llegó toda nuestra fuerza con el coronel, inmediatamente le di cuenta a dicho señor de todo, en conversación que tuvimos los dos, y con todo se avino, en todo aquel día no hubo novedad. El 15 a las ocho de la mañana salieron algunos Vallistos a recoger leña, como por el  lado de Yavi Chico, y allí mismo sin separarse ni dos cuadras del  pueblo habían  tomado,  los enemigos que ya cargaban, seis de ellos prisioneros, uno escapó, y vino avisándolo a voces: yo me hallaba en casa del coronel con Quesada, don Luis Díaz, José Gregorio López, y otros varios; y como oyésemos aque­lla inesperada voz nos aterramos; pero yo, Díaz y López no en tanto grado que no atinásemos a tomar algunas providencias, así es que corrimos a nuestras casas, yo vivía en la de Campero por donde mismo venían los Cuycos, allí también Quesada, corrí, y tomé mi sable y traté de ensillar mi caballo, sólo conseguí en­frenarlo pues cuando quise ponerle jergas, y lomillo ya me hi­cieron dos tiros. Quesada pudo hacer lo mismo, y este con la sa­tisfacción que debía tener, en su caballo que no monté por consideración a él, en fin monté en pelo, y caí a la plaza; ya el enemigo se apoderó de las alturas de Tapiales, jamás pudimos conseguir formarlos,  y sí el que con algún desorden hicieran fuego.  En este estado aparéceme el Marqués me costernó su suerte, y sin advertir en la mía al oír sus exclamaciones, Ruiz qué haré, favorézcame, me desmonté, y con gran trabajo alzándolo lo cabalgué en el mío, advirtiéndole que trate de caminar hasta el alto derecho, y allí vea de formar la tropa que ya en gran número había tomado esa dirección; estando en esto, yo a pie, y con tan poca fuerza, y algo aturdido se oye una voz, nos cortan por la zanja, que es aquella que está a la izquierda, por donde se veía una columna como de seiscientos hombres sin caja y a paso redoblado, allí fueron mis apuros, y sin atender a más defensa que la de huir, lo hice con tal agitación que antes de tres cuadras ya no pude, alcancé al Marqués, y brinqué en sus ancas, diciéndole que hasta donde estaba mi tropa, no había mucha distancia me llevase, pero el hombre apenas hizo con mi peso un movimiento extraño el caballo se quiso caer, y tuve a bien apear­me, y enderezarlo, corra usted le dije, y pasó. Encuéntreme con Durán de Castro, el mozo, y como le viese en buena mula le rogué me alzase, después de algunos instantes me admitió brinqué a sus ancas, y ladeóse con recado, y todo en tal estado que cayó allí; me apeé, y lo dejé componiendo su recado, pasé ade­lante, y mi felicidad me depara la mejor de mis mulas, ensillada en poder de Alejo, aquel mozo de José Gregorio López, se la pedí,  me objetó la necesidad en que se hallaba su patrón, le contesté que ya había montado en ancas de Gaspar, y el infeliz no tuvo embarazo en dármela con todo el apero de su patrón, cuando yo me vi en ella, como la conociese ser tan buena  ya me conté libre pasé adelante, alcancé mi tropa, e hice montar al ayudante [intercalado: de Lanza] Quiroga, y con esta compañía hicimos alcance otra vez al Marqués, que en el momento que me vio exclamó segunda vez diciéndome que ya no podía sufrir en empelo en un caballo tan flaco, no tuve embarazo en cam­biarle con la mula advirtiéndole lo buena que era, lo hice mon­tar en ella, pues si eso podía, y tratamos solo de huir, ya las circunstancias no admitían otro partido, allí estábamos reunidos con el Tatito, Castro, Frías, y yo, cuando nos alcanza Díaz, y dicen apuren que nos traen muy cerca. El Tatito y Castro se separaron, y fue el medio mas seguro para que el enemigo ya sabía quiénes éramos los que huyamos por los prisioneros de atrás, revolví, y vi que venían siete hombres en persecución de cuatro que éramos, y tan inmediatos que a salvo nos venían tiro­teando dos de ellos que se adelantaban venían en los caballos de Quesada, los mismos que quedaron en mi casa, allí se cayó el Marqués no por otra cosa que por haberse criado en mejores pañales que nosotros, ayudamos a alzarlo y seguimos sufriendo un vivo tiroteo, visto lo cual desviándonos del camino hacia mano derecha, subimos con gran trabajo un cerro, mas los siete no dejaron de perseguirnos, bajamos este y pasamos al río de Barrios, y aseguro a usted que aunque ya habían quedado cinco de nuestros perseguidores arriba de cerro, dos nos traían tan  inmediatos que no distaban tres cuartos de cuadra, cada uno de estos con dos fusiles, con los que nos hacían un fuego diestro; aquí fueron los apuros del Marqués, y peor cuando encontramos una zanja como de vara y media de latitud, y onda, fui el pri­mero que salvé, y después Plaza, y Frías, quedando dicho Marqués, sin animarse a hacerlo, nos paramos, le hicimos instancia a que pasara, él se animó pero sin un esfuerzo cual lo requería el caso que no podía ser más apurado; pues con nuestra deten­ción se aproximaron los dos referidos a menos de media cuadra, y se unían ya las otros cinco, en este estado metió, la mencio­nada mula del coronel las dos manos en la zanja, y cómo esta bestia no encontró jinete que la apurase la sacó de golpe por un lado con cuyo movimiento cayó en tierra el Marqués de espaldas, inmediatamente cargaron sobre él, los enemigos intimán­dole rendición, se paró él, y contestó que estaba rendido, y los que venían atrás le hicieron un tiro, pero no le acertaron, y fueron reprendidos por el que lo rindió, el mismo que dirigió sus expresiones a nosotros, que nos rindiésemos, que seríamos perdonados a lo que sin contestarles advirtiéndole a Díaz, y Frías, me siguieron, huimos con dirección a Chiyavi, al huir nos hicieron tres tiros, y advertí nos seguían, corrimos como seis cuadras, y alcanzamos a Canero que venía  montado, le adverti­mos que apurase, y no sé cual fue el motivo, pues a poco rato advertí que llegaron a alcanzarlo los enemigos, y lo volvieron prisionero con lo que cesó nuestra persecución; ya podrá usted formar una idea de mi narración que satisfaga el deseo de saber lo sucedido, pues aún no han concluido hasta entonces los peli­gros que amenazaban, es el caso que el mismo día de nuestra desgracia marchaba para Yavi un oficial Marcó con una partida de veinte y tantos Infernales, quienes encontrando a algunos derrotados, formaron un cabo y seis de ellos el proyecto de desertarse, como lo verificaron, no puede usted figurarse el tamaño de los delitos que han cometido, sólo me ciño a decirle que des­pués que han robado, saqueado, y arrasado por donde han venido, que han sido los lugares de Cochinoca, Tambillo, en donde qui­tándole a un indio una carguita lo maniataron, y lo dejaron dis­tante del camino, lo dejaron así, Casabindo, en donde fusilaron al oficial Telles, y un soldado habiendo salvado milagrosarnente Gregorio Villada, y otro soldado, que todos cuatro iban a ser víctimas, en Abra de Barrancas en donde dieron una puñalada, y dejaron moribundo a un hombre en Corralitos donde se batieron, haciéndonos y recibiendo fuego de nosotros etcétera. A éstos nos hallamos juzgando por una comisión militar, y creo no escaparán tres o cuatro, salvando la vida los demás por con­sideraciones. Mi tío, yo sólo he salvado mi freno perdiendo todo, todo lo demás, así es, que necesito un todo espero que me mande lo poco que me queda por lo pronto, y para después del modo más posible lo preciso, en la inteligencia que yo sé que usted no lo podrá proporcionar, porque me hago el cargo de su estado; pero la Providencia no me ha negado del todo sus recursos. Nada sé de mi Barrios que es lo que más falta me hace, ojalá aparezca  por ahí, que no hay mucha dificultad, pues aquí ya nos hemos juntado con más de cincuenta fusiles, cuando creíamos todos perdidos, y por consiguiente con el duplo, o más gente; yo no pienso bajar a ésa, pues sabe usted mi amistad con Díaz, y que aquí necesito menos, fuera de que es mucha mi inclinación a esta división, y puedo serle útil con mis conocimientos y pocas luces, José Gregorio López llegó ayer, éste ha padecido muchos más trabajos que yo, y como ya se han acabado, y estamos juntos todos, parece que nos hallamos satisfechos, con esta recompensa, ya he dicho lo principal; si algo me resta, lo diré después en mis continuas correspondencias, y entregando las adjuntas, mande en la voluntad más firme de su sobrino que sus manos besa. Bonifacio Ruiz.”


Desde Jujuy Güemes remite el siguiente oficio al comandante de gauchos don Eustaquio Medina: “Aunque el desgraciado suceso de Yavi no ha sido de la entidad que yo creí al principio, sin embargo parece que es un forzoso consiguiente que el enemigo cargue sobre esta provincia (nota: la provincia de Salta se encontraba formada entonces por las actuales Jujuy y Salta) ; bajo cuyo principio es llegado el caso de que sin más demora salgan todas las familias al punto indicado en mi anterior orden, y todos los enemigos de la causa, sospechosos, o indiferentes a la de Salta con las seguridades que estime convenientes; cuidando al mismo tiempo de que en las carretas que salgan de allí, se lleven todos los útiles, o herramientas de sembrar que se pueda; y sin perjuicio de esto, se retiren al mismo punto todas las haciendas, y ganados, que pudieran servir al enemigo: sobre cuyos particulares, se espera el más pronto, y exacto cumplimiento, sin dar lugar a nuevas órdenes.
Dios guarde a vuestra señoría muchos años, Jujuy, noviem­bre 22 de 1816.
Güemes”


            Así comenzaba una nueva invasión realista, la llamada Invasión Grande, que llegaría hasta Salta y se retiraría en completa derrota en mayo de 1817, acosada por todos lados, en lo que el militar realista García Camba llamó en sus memorias “una célebre retirada”. La persecución de Güemes y sus gauchos cesó en la Puna debido a la total carencia de caballos. Solo gracias a ello el ejército invasor pudo llegar a Tupiza, hambriento y de a pie.






Bibliografía

-Güemes, Luis, Güemes Documentado, Ed. Plus Ultra, 1980, Tomo 4, págs. 97 a 110.
-Cornejo, Atilio, Historia de Güemes, Ed. Codex, 1983, págs. 217 a 222
-Rosa, José María, Historia Argentina, Ed. Oriente, 1982, Tomo 3, págs. 214 a 217.
-Sánchez de Bustamante, Teófilo, Biografías Históricas de Jujuy, Ed. Univ. Nac. de Tucumán, 1995, págs. 186/187.




*El autor es abogado, funcionario de AFIP-Dirección General de Aduanas. Publicó en el año 2008 el libro Yavi – Apuntes Históricos.