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domingo, 14 de agosto de 2022

LOS OPOSITORES A LA GUERRA DEL PARAGUAY: Por Javier Garin

 


 


por Javier Garin



Una metáfora de Cándido López y una reflexión de Alberdi

 

Los notables cuadros del veterano de la Guerra del Paraguay Cándido López, describiendo minuciosamente desembarcos, cruces de ríos, campamentos, batallas, tienen características compositivas uniformes: un punto de vista elevado sobre el horizonte que toma distancia de la escena, una intención panorámica, una descripción de la naturaleza presentada como imponente, y las masas humanas que aparecen perdidas en el conjunto.

No es, como se ha pretendido, que Cándido minimice la presencia humana por una presunta indiferencia hacia los hombres, pues los detalles de las escenas humanas evidencian una simpatía ingenua del pintor-soldado por sus camaradas. Roa Bastos llega a atribuirle ficcionalmente una tesitura crítica de la guerra, que tampoco surge en forma expresa de los lienzos. Propongo interpretarlos como una metáfora simbólica de lo que sucedió en la Guerra del Paraguay, y lo que sucede en casi toda guerra. En el panorama general de los estadistas, generales y estrategas, los hombres no interesan, no son nada, son apenas detalles, insectos que pululan y que serán aplastados si resulta necesario, como las multitudes hormigueantes de Cándido López.

Como somos tan propensos a maniqueísmos y grietas de distinto tipo, en que los buenos están de un lado y los malos del otro (ya sea que creamos el mito liberal de que Mitre y compañía eran el progreso, o el mito nacionalista según el cual el bueno el Mariscal Lopez era la encarnación de la tierra), me gustaría plantear un maniqueísmo diferente, herencia de mis ancestros anarquistas. En toda guerra hay el bando de los que mandan (presidentes, emperadores, generales, congresos, estrategas, etc.) y el bando de los que no tienen poder y terminan siendo la carne de cañón de las batallas, la soldadesca. Esta no es una grieta tan seductora ni tan útil a las ideologías del poder, pero es muchísimo más real.

 

Los cuadros de Cándido Lopez reflejan de manera irónica y metafórica, lo pequeños que son y lo poco que interesan los hombres de carne y hueso a las elites que disputan sus objetivos geoestratégicos. Pero al mismo tiempo, al examinar el detalle de los lienzos por debajo de la línea separatriz (también simbólica) del horizonte, se ve la vida del soldado, sus pasiones y costumbres, sus entretenimientos, sus agonías y su muerte. Justamente aquello que los que mandan no ven ni quieren que se vea.

              El Evangelio de San Juan pone en boca de Caifás el paradigma perverso de la razón de Estado: “es mejor que muera un hombre a que muera el pueblo”.[1] Pero en las guerras este paradigma se invierte aún más trágicamente: el pueblo debe morir para que los gobernantes y las elites se salven o realicen sus propósitos de poder o enriquecimiento. En la guerra del Paraguay esto es muy visible, porque los combatientes -incluso niños, como en la oprobiosa matanza de Acosta Nú (16 de agosto de 1869), ¡y perdón si no considero heroico el holocausto de niños!- son sacrificados de una manera tan brutal que las historias oficiales siempre han preferido ocultar ese “detalle” del sufrimiento humano.

La filosofía de la historia hegeliana ha intentado dar un sentido a estas tragedias, al dictaminar el curso progresivo de la historia. Todo ocurre por una razón final que es el progreso de la humanidad. Llevado torpemente al terreno de la economía por el marxismo vulgar, ese progreso está representado por el avance del capitalismo y el reemplazo a sangre y fuego de las economías precapitalistas. Releyendo la biografía de Alem, veterano de la Guerra del Paraguay, escrita por el marxista Alvaro Yunque, leí sin sorpresa el consabido párrafo marxista vulgar: la Guerra del Paraguay era inevitable (nos dice) porque era inevitable el avance progresivo del capitalismo internacional. La actitud inflexible de Mitre frente al mariscal paraguayo en la entrevista de Tayaiytí Corá (12 de septiembre de 1866) no es, para el autor citado, la actitud de un canalla apegado al libreto del Tratado de la Triple Alianza, sino que “representaba la industria en gran escala, el comercio del mundo, y López sólo la artesanía, el comercio primitivo”. [2] ¿Se entiende aquí también la metáfora de Cándido López? Los hombres concretos nunca importan para estas visiones deshumanizantes, las mismas que justificaron los genocidios de Stalin por el triunfo del comunismo, etapa final de la humanidad. Más realista, el antihegeliano Schopenauer creía que la historia no tiene ningún propósito ni se justifica por ningún progreso: no es más que una sucesión interminable de matanzas sin redención posible.

Por eso, hemos de arrancar esta reflexión con una cita de quien será uno de los protagonistas de esta exposición: Juan Bautista Alberdi. Proponiendo una educación “para la Paz”, Alberdi combatía la “idolatría militar” y el “culto de los guerreros” que falsea la historia para presentar las conquistas de los pueblos como el producto de algún aventurero militar más o menos afortunado. Se oponía a la glorificación de los generales y reclamaba la glorificación de los héroes civiles, de los civilizadores y los benefactores de la Humanidad. “Los pueblos son los árbitros de la gloria, ellos la dispensan, no los reyes”, sostiene, y agrega que, en vez de las estatuas “con que los reyes glorifican a los cómplices de sus devastaciones, los pueblos tienen el derecho de erigir estatuas de los gloriosos vencedores de la oscuridad, del espacio, del abismo, de los mares, de la pobreza, de las fuerzas naturales puestas al servicio del hombre”; los “nobles héroes de la ciencia, en lugar de los bárbaros héroes del sable”; “los que extienden, ayudan, realizan, dignifican la vida, no los que la suprimen so pretexto de servirla; los que cubren de alegría, de abundancia, de felicidad a las naciones, no los que las incendian, destruyen, empobrecen, enlutan y sepultan.”[3]

 

LA GUERRA PERPETUA DEL BRASIL CONTRA EL RIO DE LA PLATA

 

Ahora bien: esto que sucede en toda Guerra, ¿por qué en el caso del Paraguay fue especialmente irritativo para la población del Río de la Plata?

Hay una razón histórica y cultural profunda. Una razón que no siempre nos resulta comprensible a primera vista hoy, en que la historiografía y la educación escolar han oscurecido hasta borrarlas nociones que entonces eran muy claras.

Para la conciencia común del pueblo rioplatense, distinta de la de las elites, Paraguay no era una nación ajena a la argentina, como no lo era Uruguay. Entre los pueblos que habitaban las antiguas colonias españolas, lo que hoy consideramos naciones separadas por fronteras, Estados e idiosincrasias, hasta bien entrada la segunda mitad del siglo diecinueve era una sola nación continental. Los Estados nacionales debieron hacer ingentes esfuerzos para descuartizarla en la conciencia común de la gente, como recuerdo en mi libro “El discípulo del Diablo, Vida de Monteagudo”. Y si esto es cierto para todo el continente, lo es aún más para el Río de la Plata, para los habitantes del ex Virreinato. Compartían una identidad profunda que se había afianzado en la lucha contra un enemigo histórico: el Brasil.

Los portugueses habían expandido sus dominios hacia el oeste y hacia el sur, más allá de la línea meridional del Tratado de Tordesillas (7 de junio de 1494), a costa de hostilizar y hacer una guerra permanente y solapada. Esta guerra nunca cesó, ni siquiera con el Tratado de Madrid (13 de enero de 1750), en que Portugal consolidó sus transgresiones territoriales. Prosiguió en forma subterránea contra las poblaciones que alguna vez conformaron el Virreinato del Río de la Plata, y que debía en parte su propia creación a consideraciones militares de defensa frente a los planes expansionistas de Brasil.

Las fazendas de Sao Pablo se nutrieron durante siglos de la mano de obra esclava de los indígenas guaraníes tomados prisioneros en las acciones de las bandeirantes contra las misiones jesuíticas. También en esas hostilidades permanentes los indígenas desarrollaron algunos métodos de guerra de resistencia, entre ellos el de abandonar las misiones y replegarse en la selva dejando tierra arrasada. Estos conflictos tuvieron uno de sus puntos álgidos en la batalla de Mbororé (11 de marzo de 1641), en que los bandeirantes fueron estrepitosamente derrotados por los indios de las Misiones.[4]

La orden de Madrid de entregar las Siete Misiones a Portugal en virtud del Tratado de Madrid desencadenó una sublevación popular e indígena: la Guerra Guaranítica. La geopolítica se topó con la resistencia de los pueblos afectados que no querían ser esclavizados por los portugueses.[5]

La expulsión de los jesuitas, acusados de instigadores de esa guerra, hizo un gran favor a la corte portuguesa, tema que trato en extensión en mi libro Anticristo.

Las cortes de Madrid y Lisboa trazaban sesudos planes para intentar controlar el recurso hídrico, concretamente, el Río de la Plata y sus afluentes. Por eso fue una guerra larvada y manifiesta permanente la que se sostuvo con los portugueses durante siglos. El celebérrimo Virrey Cevallos llegó a tal por sus brillantes servicios militares contra los portugueses, y reafirmó sus lauros combatiéndolos también como virrey.

La forma en que se percibía este enfrentamiento en Buenos Aires y en los pueblos interiores era muy diferente. En mi libro sobre Monteagudo señalo que podía resultar tolerable en Buenos Aires hacer tratativas con la Infanta Carlota en Rio de Janeiro, tal como intentó Belgrano, mientras que el mote de “carlotista” dado a Goyeneche en Chuquisaca y la sospecha de una negociación con los portugueses fue uno de los detonantes de la Revolución del 25 de mayo de 1809 en esa ciudad altoperuana: tanto era el odio que en el interior despertaba el Brasil.[6]

Producida la independencia, las elites porteñas fracasan en su intento por disciplinar a la provincia del Paraguay, y Belgrano es derrotado en la campaña militar que le encomienda la Primera Junta, no sin dejar a salvo, al menos, la amistad y fraternidad sobre la base de un compromiso mutuo de no agresión. Durante años Rosas se niega a reconocer la independencia de Paraguay para defender la integridad territorial rioplatense, sin que ello constituya un estado de belicosidad. Las diferencias del Paraguay con el gobierno de Rosas son las mismas que las de las provincias litoraleñas: la cuestión del puerto, de la aduana y de la navegación de los ríos, especialmente del Paraná. Las mismas que sublevaron a Urquiza y que estuvieron a punto de provocar el levantamiento del caudillo santafesino Estanislao Lopez.

       Advirtamos que uno de los polemistas contra la política mitrista en Paraguay, el liberal antirrosista uruguayo Juan Carlos Gomez, defendía aún en plena guerra, en 1869, la idea de la “necesaria, inevitable reconstrucción del antiguo virreinato del Río de la Plata, y ella le daba motivo para increpar á la política nacional argentina, que no impidió la segregación de la Provincia Oriental después de la guerra con el Brasil en 1825, como formulaba cargos contra la política que no pudo evitar la separación de hecho de la provincia del Paraguay, después de 1811. “Si no se hubieran separado esos dos estados de la Unión Argentina, seríamos hoy una gran nación, que tendría por capital Montevideo, y habríamos suprimido dos episodios sangrientos en nuestra historia— la guerra con el Brasil, que terminó con los tratados de 1828 y la guerra desoladora del Paraguay”.[7]

                Distinto era el caso con Brasil. A pesar de que Inglaterra intentó por su propia política exterior evitar el enfrentamiento entre el Río de la Plata y el Imperio del Brasil, las diferencias de intereses, tradiciones culturales, idiosincrasias, regímenes, eran abismales. Los pueblos recién independizados eran republicanos, profesaban los toscos inicios de una democracia caudillesca y se había declarado la libertad de vientres. Brasil era la sede de un imperio europeo, colonial, esclavista, absolutista, antiigualitario.

La guerra del Brasil fue un episodio más de esa guerra secular que sumó nuevos rencores, especialmente por la derrota diplomática que siguió al triunfo militar argentino.

Otro de los protagonistas de nuestra exposición de hoy, Carlos Guido y Spano, hijo del secretario de Mariano Moreno e inseparable amigo de San Martín: el general Tomás Guido, nos brinda un testimonio. Cuando Tomás fue embajador en Río de Janeiro, el pequeño Carlos conoció la Corte y el mundo de la diplomacia brasileña. En su Autobiografía manifiesta su rechazo a cualquier alianza de Argentina con Brasil, a pesar de haber pasado, según dice, los mejores años de su vida en aquel país. Se declara enemigo de “la política imperial” respecto del Plata y denuncia el expansionismo brasilero que quiere llevar sus límites del Amazonas al Río de la Plata: “hizo falta toda la energía del gobierno y la prensa para que nuestro poderoso vecino no nos llevase por delante -cuenta, y agrega-: (…) No son malas tarascadas, entretanto, las que ha dado a la República Oriental; y en cuanto al Paraguay, no ha parado hasta verle exánime”.[8]

La guerra del Paraguay ocurre en el momento en que se están consolidando los Estados Nacionales y las elites intentan a lo largo y ancho de América disolver el espíritu de unidad y fomentar una conciencia nacionalista-localista hasta entonces poco vigorosa. Es el momento en que se empiezan a escribir las Historias nacionales separadas. Mitre es parte importante de ese momento político-cultural, como historiador, lo mismo que lo es como político porteño.

Desde la Revolución Hispanoamericana, hubo dos corrientes, una continentalista y otra localista, esta última fomentada por Inglaterra.  Las burguesías comerciales de los puertos, socias de Inglaterra, boicoteaban los esfuerzos continentalistas por dos motivos: económicos, ya que su negocio consistía en el comercio con la nación hegemónica, y políticos, toda vez que sus supremacías locales se hubieran diluido en el marco más amplio de la unidad continental. El abandono de la idea continentalista se produjo en la segunda mitad del siglo XIX como política de las oligarquías de los distintos países. Fue entonces cuando se construyeron los “grandes mitos nacionales”, se instituyeron los “próceres y padres de la Patria”, se impulsó la conformación de una conciencia nacionalista fragmentaria, se procuró ocultar en la enseñanza el carácter continental de los procesos y se pugnó por convertir en reales las fronteras imaginarias entre los pueblos. Diversas guerras entre hermanos y absurdos conflictos limítrofes signaron la consolidación del “falso nacionalismo”. Este proceso, en nuestro país, no se llevó a cabo sin resistencias. Cupo al más genuino representante de la oligarquía porteña, Bartolomé Mitre, ejecutarlo en la política y en la “ciencia” histórica. La Guerra del Paraguay fue uno de sus hitos. Los últimos restos del partido federal se opusieron, y el veterano caudillo Felipe Varela levantó casi solitariamente la bandera de la unidad latinoamericana. Pero es necesario insistir que esa bandera no parecía todavía algo descabellado, sino el fruto de un natural sentimiento de pertenencia. Sentimiento tan fuerte y arraigado que fue preciso asolar territorios en guerras intestinas para aniquilarlo. Hasta un representante de los intereses de las clases hegemónicas como Sarmiento estaba todavía influido por él cuando en 1865 comete la imprudencia de participar, como embajador argentino, aunque sin poderes y en contra de las instrucciones de su propio gobierno, en el Segundo Congreso Americano realizado en Lima con la finalidad de reafirmar los lazos entre estados hispanoamericanos, mereciendo la enérgica reprimenda del Presidente Mitre, mucho más consciente de lo que le convenía a Buenos Aires. Los mitristas no querían saber nada con “el americanismo a lo Rosas del General Castilla” (líder peruano que había motorizado la convocatoria).[9]

 

LA POSTURA DE ALBERDI

 

Un intelectual de las elites, pero brillante en sus percepciones, como Juan Bautista Alberdi (digamos de pasada que fue el más genuino representante del federalismo jurídico y doctrinario) señalaba en su libro “El Crimen de la Guerra” (1869): “El atraso, la barbarie, la opresión, están representadas en Sudamérica por la espada y por el elemento militar”. Si la guerra es desastrosa y absurda en todas partes, lo es más aún en Sudamérica. “Las dieciséis repúblicas que la pueblan –razona Alberdi- hablan la misma lengua, son de la misma raza, profesan la misma religión, tienen la misma forma de gobierno, el mismo sistema de pesas y medidas, la misma legislación civil, las mismas costumbres, y cada una posee cincuenta veces más territorio que el que necesita”. Sus argumentos en contra de la guerra son también contra el absurdo de haber dividido el continente en una multitud de Estados fragmentarios.[10] También debemos decir que fue el primero en sostener la tesis de que la guerra del Paraguay era en realidad la guerra del Brasil contra el Paraguay, a la que el gobierno argentino se había sumado por motivos de política interna, inclinándose ante los intereses geoestratégicos del Brasil.

             Es conocida la postura de Halperin Donghi, que considera a la Guerra del Paraguay un efectivo catalizador del Estado Nacional argentino.[11] Alberdi la ve de otra manera, por completo diferente: la guerra del Paraguay (además de ser la guerra del Brasil contra el Paraguay) es la continuación de la guerra civil argentina, vale decir la guerra de Buenos Aires contra las provincias para mantener el control del puerto y los recursos aduaneros, utilizando en este caso una alianza con el enemigo histórico rioplatense. En su obra Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil” (1865), define a la guerra del Paraguay como un instrumento de la oligarquía porteña para consolidar su dominio sobre las provincias, destruir el espíritu de resistencia mediante el desgaste en los campos de batalla y conservar así el monopolio de las rentas aduaneras. [12]

La prensa mitrista defenestraba a Alberdi calificándolo traidor a la Patria y le reprochaba que criticaba la alianza de Mitre con los brasileros cuando él mismo había apoyado la alianza de Urquiza con Brasil para derrocar a Rosas. Sin embargo, desde el punto de vista de Alberdi, su postura no era contradictoria, porque en todos los casos él había defendido a las provincias contra el predominio de Buenos Aires. Para que triunfaran las provincias, debía ser derrotado Buenos Aires, tanto en la política de Rosas como en la de Mitre, que se presentaban como antagonistas pero que coincidían en el sometimiento y subordinación de las provincias a Buenos Aires y el control de la Aduana y el tráfico comercial.

                        Por eso escribe en una de sus cartas o artículos de opinión: La política actual del general Mitre no tiene sentido común si se le busca únicamente por su lado exterior. Otro es el aspecto en que debe ser considerada. Su fin es completamente interior. No es el Paraguay, es la República Argentina. (…) No es una nueva guerra exterior, es la vieja guerra civil ya conocida entre Buenos Aires y las provincias argentinas, si no en las apariencias, al menos en los intereses y miras positivas que la sustentan.[13] Y en otra parte escribe: “Las manifestaciones de simpatía por el Paraguay durante la guerra no han sido insultos a la República Argentina, sino la protesta dolorosa y oportuna contra una alianza que hacía de los pueblos argentinos los instrumentos del Brasil en ruina de sí mismos: han sido una forma necesaria de oposición, impuesta al patriotismo argentino por la bastarda alianza brasilera. He aquí todo el secreto argentino de mis simpatías por el Paraguay en esta lucha: no significan sino un medio de ayudar al éxito de la causa argentina. Mis escritos desagradan a Buenos Aires, no porque favorecen al Paraguay, sino porque defienden el interés argentino”.[14]

                   Por tales razones, ante la impopularidad que significaba la guerra contra el Paraguay, la prensa oficialista hizo hincapié, inicialmente, en que se trataba de una guerra defensiva por la agresión que supuso el envío de tropas paraguayas a Uruguay a través de territorio argentino y la toma de dos buques. Como parte de esa estrategia comunicacional, vino en paralelo la demonización de Solano Lopez como tirano irredimible. En una tercera instancia vino el ataque y descalificación hacia el pueblo paraguayo en su conjunto, presentado como esclavizado e ignorante y descalificado hasta étnicamente. Sin embargo, nunca se logró que la guerra fuera popular en Argentina, salvo en un primer momento y en la ciudad de Buenos Aires.

 

LA DOBLE MANIFESTACION DE LA OPOSICION A LA GUERRA.

 

Hubo una oposición que no llegaba a plasmarse en la prensa, pero que aparece registrada en múltiples hechos populares, en cartas privadas y en registros de episodios, que demuestran la resistencia al reclutamiento y a la participación en la guerra. León Pomer recoge un apunte ilustrativo, una de esas anécdotas reveladoras: el recibo de un herrero por la confección de un par de centenares de grillos para “los voluntarios” que debían marchar al Paraguay.[15] Tambien se menciona el fusilamiento “por sorteo” de sublevados en Catamarca. [16]

   Comprometido por motivos políticos con el apoyo a la guerra, el general Urquiza debió enfrentar dos episodios propios de la transición de la sociedad caudillesca a la sociedad disciplinaria: los gauchos convocados se le desbandaron y se escaparon a los montes. La primera desbandada fue la de Basualdo, el 3 de julio de 1865, día en que desertaron tres mil reclutas aprovechando la momentánea ausencia de Urquiza. El caudillo entrerriano fue repetidamente advertido por López Jordan, por el coronel Juan Luis González y hasta por su propio hijo Justo Carmelo, de que los paisanos entrerrianos no querían participar de la guerra. Una nueva convocatoria logró reunir 6000 reclutas, a pie, (pues Urquiza había vendido todos los caballos a Brasil), y el 8 de noviembre la división de Gualeguaychú desertó en masa, y pronto la imitaron los demás.  Esta vez se ordenó fusilar sin miramientos a los desertores capturados con el auxilio de los soldados brasileños y uruguayos

Estos incidentes redujeron considerablemente la participación entrerriana en la guerra, limitada a partir de entonces a los negocios de venta de provisiones y a la incorporación de dos batallones de infantería, que fueron embarcados en Concepción por Urquiza en persona bajo amenaza de volarles la cabeza in situ a los que se resistieran.[17]

               De similar tenor fue la sublevación cuyana. Ante la neutralización del partido federal, aparecieron expresiones políticas residuales que, no obstante, expresan una acción de resistencia organizada. Tal el caso del federal urquicista Felipe Varela, quien desde Chile, alentado ideológicamente por el círculo intelectual de la Unión Americana, organiza una campaña sobre Cuyo a fines de 1866 con la ayuda de 150 soldados chilenos mal armados. En concomitancia con su accionar se produce en Mendoza la sublevación de los Colorados, tropas que se niegan a partir a la Guerra del Paraguay y destituyen al gobernador. La rebelión se extiende rápidamente a San Juan, La Rioja, San Luis, Catamarca y cuenta con la simpatía de las autoridades cordobesas. Varela lanza el 10 de diciembre de 1866 en Jáchal su famosa proclama, en la que sostiene que el glorioso pabellón de mayo quedó en las “ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre” y ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero BellacoTuyutyCuruzú y Curupayty, quedando la nación “empeñada en más de cien millones y comprometido su alto nombre”.  "Tal es el odio que aquellos fratricidas porteños tienen a los provincianos, que muchos de nuestros pueblos han sido desolados, saqueados y asesinados por los aleves puñales de los degolladores de oficio: Sarmiento, Sandes, Paunero, Campos, Irrazával y otros varios dignos de Mitre." Agrega que: “nuestro programa es la práctica estricta de la constitución jurada, del orden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas americanas."[18]  En poco tiempo Varela pasó de 150 soldados chilenos prestados a reunir casi 5.000 montoneros y unos cuantos centenares de indios ranqueles: la fuerza federal más importante desde la batalla de Pavón. La posibilidad de que esta rebelión se volviera incontenible obligó a Mitre a abandonar la jefatura de los ejércitos aliados en el Paraguay y regresar a Rosario para organizar la represión interna. La derrota federal de Pozo de Vargas comenzó a revertir el cuadro, que luego quedaría reducido a una guerra de guerrillas de los federales contra los ejércitos mitristas, y concluiría con la retirada de Varela a Bolivia.

                En la provincia de Corrientes, que fue tocada de cerca por la guerra, hubo un grupo considerable de correntinos, de clase alta, relacionados con la política y el comercio, que apoyaron la causa paraguaya, y a los que se llamó yerbócratas  o paraguayistas. Esos correntinos no consideraban a Paraguay un enemigo por vínculos históricos y geográficos, y se sentían también agredidos por la política liberal porteña. Muchos de ellos serían, luego de finalizada la guerra, juzgados como traidores a la patria.[19]

 

LA OPOSICIÓN INTELECTUAL

 

            En las entonces llamadas “clases ilustradas” y en la prensa, hubo distintos grados de oposición. Si bien los periódicos expresan inicialmente apoyo a la guerra en su mayor parte, no faltaron voces disidentes, que se fueron haciendo más numerosas y atrevidas a medida que la guerra se prolongaba, y sobre todo a partir de Curupaytí y de la revelación del tratado secreto que dio pie a la triple alianza, revelando que el plan de atacar al Paraguay era anterior a las provocaciones de Lopez.

              El más ilustre opositor intelectual a la guerra del Paraguay fue Alberdi, que lo hizo en varios planos complementarios:

1) Mediante la polémica directa con el mitrismo en sus cartas públicas o artículos contra la guerra. El publicista argentino escribió, en total, entre 1865 y 1869, seis ensayos sobre el tema: “Las disensiones de las Repúblicas del Plata y las maquinaciones del Brasil” (1865); “Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil” (1865) ; “La crisis de 1866 y los efectos de la guerra de los aliados en el orden económico y político de las repúblicas del Plata” (1866); “Tratado de la Alianza contra el Paraguay” (1866) “Las dos guerras del Plata y su filiación en 1867” (1867) y “El Imperio del Brasil ante las democracias de América” (1869).[20]

2) Alberdi mantuvo además una correspondencia privada con distintos actores, como el diplomático paraguayo Gregorio Benites, con quien tenía amistad, y a quien aconsejaba sobre cómo abordar la comunicación de la guerra ante las potencias europeas, llegando a proponer que se instigara la sublevación de los esclavos en territorio brasilero. Es dable señalar que el propio Benites reconoce que Alberdi no pretendía recompensa alguna, que actuaba por interés patriótico y que sólo esperaba que, si el Paraguay resultaba triunfante, ayudaría a la Argentina en la lucha contra la tiranía de Buenos Aires.[21]  En carta del del 20 de octubre de 1868 lo instruye sobre el modo de aprovechar políticamente la cuestión de la esclavitud para “paralizar el ascendiente dominador del Brasil”. Sostiene que hay que hacer con ese Imperio “lo que él hace con nosotros: llevarle a su seno la agitación y el conflicto. La ocasión es la revolución de España, y el terreno, la cuestión de la esclavitud. Abolir la esclavitud de los negros, es crear nuestro ejército republicano de vanguardia en el corazón del Brasil. Ud. puede hacer mucho en este sentido. Es un digno trabajo de los diplomáticos de la América republicana en París.” [22]

·3)Compuso asimismo una de sus obras más notables como aporte de teorización contra la guerra con puntos en contacto con Grocio y con la Paz Perpetua de Kant: “El crimen de la Guerra”, que fue escrita en 1869 pero recién se publicó en 1895 (veintiséis años después) en el volumen II de los Escritos póstumos, con considerables adulteraciones y hasta la eliminación de párrafos enteros. Si bien esta obra no se refiere expresamente a la guerra del Paraguay, fue directamente inspirada en aquella contienda y escrita con motivo de ella. Es un libro tan notable que con razón se dijo que si hubiera sido publicado en Europa y no en Argentina habría dado a su autor renombre universal. En él hizo una exposición sistemática de los argumentos jurídicos, morales y económicos en contra de la guerra y expresó su visión sobre las relaciones entre los Estados. Es la obra de un gran pacifista, de un humanista convencido y de un hombre comprometido con su tiempo. Es la condenación de la guerra en todas sus formas, de la guerra como práctica internacional, del culto de la guerra y de las glorias militares, de la santificación de las matanzas y los crímenes que la guerra trae aparejados. Alberdi se revela, además, como un gran teórico del Derecho Internacional, un precursor. Anticipando soluciones que tardarían décadas en alcanzarse, previó la organización de una Sociedad de Naciones, la conformación de una Justicia Internacional que castigara a los responsables del crimen de la guerra y la protección internacional de los derechos humanos. “El crimen de la guerra –dice al comienzo de su libro-. Esta palabra nos sorprende sólo en fuerza del grande hábito que tenemos de esta otra, que es la realmente incomprensible y monstruosa: el derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra.” “Estos actos son crímenes por las leyes de todas las naciones del mundo. La guerra los sanciona y los convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización”. Más adelante agrega: “La guerra es un modo que usan las naciones de administrarse la justicia criminal unas a otras con esta particularidad, que en todo proceso cada parte es a la vez juez y reo, fiscal y acusado, es decir, el juez y el ladrón, el juez y el matador.” Alberdi se opone al contrasentido de que existan dos derechos, uno que rige a los individuos castigando sus crímenes y otro que rige a los Estados, santificando los crímenes de guerra. “Si el derecho es uno –argumenta- ¿puede la guerra, que es un crimen entre los particulares, ser un derecho entre las naciones?.” La guerra, advierte Alberdi, “consume la riqueza nacional”, es un “factor de despoblación”, una “causa de crisis económica”. “Por grande que sea el mal que la guerra haga al enemigo, mayor es el mal que hace al país propio”. “La guerra puede ser fértil en victorias, en adquisiciones de territorios, de preponderancias, de aliados sumisos y útiles; ella cuesta siempre la pérdida de su libertad al país que la convierte en hábito y costumbre”. El primer efecto de la guerra es “un cambio en la constitución interior del país en detrimento de su libertad, es decir, de la participación del pueblo en el gobierno de sus cosas”. Así “todo país guerrero acaba por sufrir la suerte que él pensó infligir a sus enemigos”. Su poder no pasará a manos del extranjero, “pero saldrá siempre de sus manos para quedar en las de esa especie de Estado en el Estado, en las de ese pueblo aparte y privilegiado que se llama el ejército. La soberanía nacional se personifica en la soberanía del ejército y el ejército hace y mantiene los emperadores que el pueblo no puede evitar”. “El soldado romano se hacía vestir, alimentar y alojar por el trabajo del extranjero sometido, mientras que el soldado moderno recibe ese socorro en la gran mayoría del pueblo de su propia nación, convertida en tributaria del ejército, es decir, de un puñado privilegiado de sus hijos; el menos digno de serlo, como sucede a menudo con toda aristocracia.”. La guerra trae consigo “la ciencia y el arte de la guerra, el soldado de profesión, el cuartel, la caserna, el ejército, la disciplina, y a la imagen de este mundo excepcional y privilegiado se forma y moldea poco a poco la sociedad entera”. Las glorias militares, insiste Alberdi, “tienen por precio la libertad”. La guerra sólo es justa cuando tiene como objetivo la liberación nacional. “Lejos de ser un crimen, la guerra de la independencia de Sud América fue un grande acto de justicia por parte de ese país”. No obstante lo cual, atribuye la libertad de América a un movimiento general de la civilización y a una conquista de los pueblos, no al acierto de los generales, “exaltados por la vanidad nacional”. Otra forma eficaz de desalentar las guerras consiste en responsabilizar a sus autores. “Las guerras serán más raras a medida que la responsabilidad de sus efectos se haga sentir en todos los que las promueven y suscitan”. “La responsabilidad penal será al fin el único medio eficaz de prevenir el crimen de la guerra, como lo es de todos los crímenes en general. Mientras los autores del crimen de la guerra gocen de inmunidad y privilegios para perpetrarlo en nombre de la justicia y de la ley, la guerra no tendrá ninguna razón para dejar de existir”. El castigo de la falta “podrá ser capaz de contener a los que encienden con tanta facilidad las guerras sólo porque están seguros de la impunidad”. Y cuando la sanción penal no es posible, debe aplicarse indefectible la sanción moral: “Yo sé que no es fácil castigar a un asesino que dispone de un ejército de quinientos mil cómplices armados y victoriosos; pero si el castigo material no puede alcanzarlo por encima de sus bayonetas, para el castigo moral de la opinión pública no hay baluartes ni fortalezas que protejan al culpable”. “Las guerras serían menos frecuentes si los que las hacen –los jefes de las naciones- tuvieran que exponer su vida... La irresponsabilidad directa y física es lo que las multiplica... Si la guerra es un crimen, el primer culpable de ese crimen es el soberano que la emprende... Si estos actos son el homicidio, el incendio, el saqueo, el despojo, los jefes de las naciones en guerra deben ser declarados, cuando la guerra es reconocida como injusta, como verdaderos asesinos, incendiarios, ladrones, expoliadores, etc.” Alberdi lleva sus concepciones contra la guerra a la proposición de un orden internacional fundado en la existencia de un “pueblo-mundo”. “Si hay un pueblo que está llamado a realizar perpetuamente el gobierno de sí mismo (self government), es ese pueblo compuesto de pueblos que llamamos el género humano”. El conjunto de las naciones, prevé Alberdi, se organizará paulatinamente conformando una sociedad universal, celebrando Congresos o parlamentos internacionales y dictando las leyes que rijan a los Estados en sus relaciones. Ello no será obra solamente de las ideas, sino de los factores cohesivos entre las naciones, el comercio, las comunicaciones, el intercambio pacífico. En esa nueva organización se constituirán Tribunales de Justicia internacional para dirimir los conflictos, aplicar el Derecho Internacional y castigar a los culpables de las guerras de agresión. Alberdi prevé la consagración internacional de los Derechos Humanos al sostener que “las personas favoritas del derecho internacional son los Estados; pero como estos de componen de hombres, la persona del hombre no es extraña al derecho internacional”. El derecho internacional “es un derecho del hombre como lo es del Estado; y si él puede ser desconocido y violado en detrimento del hombre lo mismo que del Estado, tanto puede invocar su protección el hombre individual como puede invocarla el Estado”. Cuando uno o muchos individuos “son atropellados en sus derechos internacionales, es decir, de miembros de la sociedad de la humanidad, aunque sea por el gobierno de su país, ellos pueden, invocando el derecho internacional, pedir al mundo que lo haga respetar en sus personas, aunque sea contra el gobierno de su país”. La evolución del derecho internacional no hizo más que confirmar el acierto de ese gran humanista práctico y pacifista militante.[23]

            Alberdi también cantó la alabanza del ejército paraguayo, sosteniendo que era el pueblo en armas. Es “superior al del Brasil porque se compone de ciudadanos, no de aventureros, de esclavos y de hombres venales. Esos ciudadanos son libres en el mejor sentido, en cuanto viven de sus medios, no del Estado. El que tiene un pedazo de tierra, un techo, una familia, y debe a su trabajo el sustento de su vida, ese hombre es señor de si mismo, es decir, libre en el mejor sentido. Diez libertades de la palabra no valen una libertad de la acción, y solo es libre en realidad el que vive de lo suyo. Todo soldado paraguayo sabe leer, y raro es el que no sabe escribir y contar. (…) Aunque la paz ha sido la regla de su vida, las armas y el arte militar han sido un objeto constante de cultivo. Amenazados y desconocidos siempre en su independencia, los paraguayos han vivido, desde mil ochocientos diez, con la idea que tendrían que abrirse paso por las armas para salir del bloqueo geográfico que eles imponía la aspiración de Buenos Aires a reconquistar una antigua provincia argentina. La guerra, sin embargo, no ha sido industria para el paraguayo; ha sido un simple deber de honor, la religión del patriotismo. Su ejército modesto, no abunda en generales ni coroneles, como en otras repúblicas, y los sueldos son insignificantes. En su casa, en el ejército, en la paz, en la guerra, en su país, o prisionero en país extranjero, el paraguayo tiene la conciencia de lo que es, un ciudadano que vive de sus medios, no de estipendio del Estado. (…) Comparad con el soldado del Paraguay el soldado de Brasil, por el lado de las condiciones que dejamos señaladas, y veréis que nada es más lógico que lo que está sucediendo en esa inacabable guerra. El soldado imperial, encargado de dar libertad al ciudadano del Paraguay, no es él mismo un ciudadano, es un súbdito de un monarca. No solo carece de propiedad sino que él mismo fue la propiedad de su amo el día precedente, y si ha dejado de ser cosa, no es para ser ciudadano, ni ejercer las libertades de tal (…). En el Brasil, en que la tierra es el patrimonio de una minoría oligárquica y el sustento del hombre, como en África, es eventual o contingente, esa clase abunda más que en México y en Chile. De ahí sale la gran masa de sus ejércitos (…) La pequeña República (de Holanda) triunfó del más grande de los imperios modernos, porque el poder no está en el número de los soldados, sino en el temple de las almas, en la conciencia fuerte de la justicia de su causa, en la abnegación y el desinterés patriótico. Ese recurso abunda en Paraguay y falta en Brasil”[24]

Juan María Gutiérrez ejemplifica el malestar de la intelectualidad argentina en cartas privadas donde sostiene “La Argentina está comprometida en una guerra estéril bajo todos los conceptos (…) Estamos metidos en un berenjenal del que, derrotados o victoriosos, nos acaremos sino males más o menos próximos”[25]. El coronel Alvaro Barros, de destacada actuación contra los indios, se pregunta: “Algunos actos secretos de provocación produjeron el ataque a  armado contra dos buques argentinos”, pero una vez arrojado el invasor de Corrientes,”¿Qué intereses hicieron continuar la guerra…?”  Entre los intelectuales y plumas de la época que se pronunciaron contra la guerra del Paraguay destacan: Carlos Guido y Spano, Olegario V. Andrade, Miguel Navarro Viola, José Hernández.[26]

Guido y Spano tomó valientemente la defensa del Paraguay y la condenación de la guerra, al punto de que Mitre ordenó su arresto. Su hermoso poema “Nenia” reflejaba de manera poderosa la desolación del país vencido.

¡Llora, llora urutaú

en las ramas del yatay,

ya no existe el Paraguay

donde nací como tú ­

¡llora, llora urutaú!

 

¡En el dulce Lambaré

feliz era en mi cabaña;

vino la guerra y su saña

no ha dejado nada en pie

en el dulce Lambaré!

 

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

Todo en el mundo he perdido;

en mi corazón partido

sólo amargas penas hay ­

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay![27]

La prensa mitrista se burlaba de estos versos de alto impacto, diciendo que ni Guido Spano había nacido en el Paraguay, ni el yatay tiene ramas ni el Paraguay ha dejado de existir. Pero la belleza del poema le ha merecido el destino que Manuel Machado consideraba el máximo honor de las coplas: el volverse anónimo a fuerza de ser popular.

En su muy valiente libro “El Gobierno y la Alianza” (1866)[28], hace un repaso objetivo de todos los antecedentes de la guerra, comenzando con la intervención en el Uruguay, y desarrolla con profusión de argumentos su opinión condenatoria de la guerra, de la administración Mitre y de la alianza con el Brasil.

Otro poeta, Olegario V. Andrade, que había sido protegido de Urquiza y secretario personal del presidente de la NaciónSantiago Derqui, fundó en 1864 el periódico El Porvenir, en el que criticaba con acidez la política porteña y sobre todo la Guerra del Paraguay. Dos años después publicó el folleto “Las dos políticas: consideraciones de actualidad”[29], donde retoma el tema alberdiano de las divergencias insalvables entre los intereses porteños y los del interior del país. Poco después Mitre clausuró “El porvenir”, obligando a Andrade a mudarse a Buenos Aires para publicar en El Pueblo Argentino. En sus campañas periodísticas denuncia que la triple Alianza "derriba por fin con `el hacha de la iniquidad, las puertas de un pueblo hermano y se sienta sobre sus escombros, como el genio de la desolación`"[30]. Escribe “formidables alegatos contra la política de represión a las provincias y de alianza con el Imperio del Brasil contra Paraguay”  comparables a los que escribía Alberdi en Europa [31] …)Presenta el martirio de Paysandú a manos de los ejércitos y escuadras de Brasil y Uruguay como una premonición, un símbolo heroico, que es también la representación de la resistencia del viejo federalismo provinciano a las políticas de Buenos Aires.  “En Paysandú está el sepulcro de Leónidas” -escribe, y agrega: - “La sombra de Leandro Gómez vaga por los aires demandando venganza”. En su poema, “A Paysandú”, escribe:

¡Sombra de Paysandú!

¡Sombra gigante que velas los despojos de la gloria!

Urna de las reliquias del martirio, ¡espectro vengador!

¡Sombra de Paysandú! ¡lecho de muerte,

donde la libertad cayó violada!

¡Altar de los supremos sacrificios, santuario del valor! [32]

Y más adelante:

 Las bombas estallaron con hórrido estampido,

dejando tras sus huellas sangrienta claridad;

el polvo de las ruinas se eleva enrojecido,

y gritan los esclavos: “¡Viva Su Majestad!”[33]

En cuanto a José Hernández, ya su hermano Rafael había luchado junto con otros argentinos en la defensa de Paysandú, desobedeciendo la consigna neutralista de Urquiza. Herido en cómbale, Rafael se refugió en la isla de Caridad, hasta donde llegó su hermano José, acompañado de Carlos Guido y Spano.[34] El autor del Martin Fierro también condenó la guerra y denunció abiertamente sus inconfesables fines desde las páginas de El Eco de Corrientes (1867), fundado por él, con el apoyo del gobernador Evaristo López, y prosiguió su campaña anti mitrista en las columnas de El Río de la Plata de Buenos Aires (1869), periódico que funda con la colaboración de las plumas de Guido y Spano, Agustín de Vedia, Navarro Viola, Vicente Quesada, Estanislao Zeballos y Mariano Pelliza. Allí vuelve a cuestionar la guerra del Paraguay rebatiendo los argumentos porteñistas y belicistas e intima al presidente Sarmiento a que ponga fin a esa contienda única en los anales de Sudamérica (…) que nos ha arrebatado millares de argentinos, brazos robustos que la patria reclamaba para su bienestar y progreso, esperanzas halagüeñas de inteligencia y de vida” (El Río de la Plata, Buenos Aires, 24 de agosto de 1869, editorial). Vuelve sobre el tema días después (27 de agosto), en estos términos: “Pero ya que los sucesos han seguido su curso; ya que el gobierno no ha creído que debía romper la herencia tradicional de su antecesor hagamos votos porque el desenlace de la contienda le induzca a buscar el camino de la reparación”[35]. Más tarde, en un discurso legislativo definió categóricamente: “Mitre ha sido la entidad más funesta que han conocido estos países... él pobló de cadáveres nuestras campañas con sangrientas intervenciones armadas; holló la soberanía de las provincias con atentatorias y farisaicas intervenciones pacificas; consintió la barbarie, de que ha sido objeto el partido federal; hizo enmudecer la prensa libre, desterrando a los que levantaban su voz para pedir justicia contra los atentados; sancionó el Tratado de la Triple Alianza, contra las conveniencias y contra el sentimiento nacional; precipitó al país a la guerra con el Paraguay, y ha permanecido tres años al frente del ejército para hacer conocer su impericia e incapacidad militar (...)”[36]

El connotado publicista uruguayo Juan Carlos Gómez, distinguido miembro del liberalismo rioplatense, dirige el 15 de diciembre de 1869 una carta pública a Bartolomé Mitre e inicia una polémica resonante con éste sobre causas y fines de la guerra del Paraguay. Gomez repudiaba lo que él llamaba “tiranía de López”, pero advertía Mitre valientemente: “Los proveedores y los mercachifles le baten palmas” (a Mitre), pues dicen que “hoy nadamos en oro y vamos á ceñir el laurel del triunfo á la sien de nuestros bravos. Pero la polvareda de los intereses y de los egoismos  (…) va á ser disipada pronto”. Dirige a Mitre varios cargos entre ellos, haber reducido “á los pueblos del Plata á un papel secundario, de meros auxiliares de la acción de la monarquía brasilera”; ésta “ha hecho su obra, y no la nuestra: deja establecida su conveniencia y suprimida la nuestra en el Paraguay”; se ha adulterado la lucha, “la hemos convertido, de guerra á un tirano, en guerra á un pueblo; hemos dado al enemigo una noble bandera para el combate; le hemos engendrado espíritu de causa; le hemos creado una gloria imperecedera, que se levantará siempre contra nosotros”; “hemos perpetrado el martirio de un pueblo que en presencia de la dominación extranjera, simbolizada por la monarquía brasilera y no de la revolución que hubiera simbolizado sólo la república de los pueblos del Plata, se ha dejado exterminar hombre por hombre, mujer por mujer, niño por niño, como se dejan exterminar los pueblos varoniles que defienden su independencia y sus hogares” “La afianza acabará; pero el pueblo paraguayo no se acabará, y la defensa heroica del Paraguay ha de ser allí la gran bandera”, sostiene. [37]

 En Europa existió también una importante propaganda periodística como resultado del esfuerzo que desplegaron los cuatro países beligerantes a través de sus agentes para la captación de opiniones,[38] y de la que participaron polemistas europeos como Eliseo Reclus -cuyos artículos fueron publicados en La Revue des Deux Mondes-, Claude La Poëpe /Charles Expilly, Theodore Mannequinn y Thomas Hutchintson, a favor de la causa paraguaya.[39] Reclus, uno de los más célebres geógrafos del siglo XIX, además de notorio teórico y militante anarquista, denunciaría: “Después de la guerra, casi toda la superficie del Paraguay, que dejó de ser ocupada, entró en el dominio público. Dueño de esta inmensa propiedad nacional, el gobierno la puso en venta, a tanto la legua cuadrada, según el valor de las tierras y la proximidad de los mercados. Los especuladores argentinos, ingleses y norteamericanos, se echaron sobre la presa, sin respectar siquiera las pequeñas porciones donde las familias guaraníes cultivaban el suelo de generación en generación, sin que hubiera tenido jamás de tener que hacer constar sus títulos de propiedad… en pocos años los vastos territorios fueron adjudicados a propietarios ausentes, y en adelante ningún campesino paraguayo podrá cavar el suelo en la patria sin pagar renta a los banqueros de Nueva York, Londres, o Ámsterdam”.[40]

              Un último episodio para concluir con la tónica indicada al comienzo. Una breve mención en una carta de un viajero inglés entreabre una puerta a otro tipo de resistencia a la guerra: la conformación de un campamento de desertores escapados de todos los ejércitos: el llamado “Quilombo del Gran Chaco”. La noticia de este singular fenómeno proviene de la carta XXIII del viajero, cónsul itinerante y espía inglés Richard F. Burton (1821-1890), el celebérrimo traductor de “Las mil y una noches” y el “Kamasutra”, quien, testigo de la guerra y visitante ilustre, cuenta: “del lado opuesto del Río Paraguay, el del Gran Chaco, se ha fundado un amplio quilombo o establecimiento de fugitivos, donde brasileños y argentinos, orientales y paraguayos viven juntos en mutua amistad y en enemistad con el resto del mundo y la guerra”.[41] Esta curiosa noticia ha sido recreada como disparador en una iniciativa de autores provenientes de los países involucrados en la contienda, para reflexionar a través de la ficción sobre la guerra (Augusto Roa Bastos, Alejandro Maciel, Omar Prego Gadea y  Eric Nepomuceno)[42]. No sabemos qué fue de aquella gente, fugitivos de la guerra, rebeldes a la masacre y a los mandones de turno, iniciadores de una suerte de utópica república pacifista, un quilombo de esclavos autoliberados, un falansterio de veteranos hartos de matanzas, en medio del monte chaqueño. Al menos por un tiempo, los destinados a ser carne de cañón se rebelaron al destino que les había impuesto la geopolítica y sus estrategas.



[1] Juan, 11:50

[2] Yunque, Alvaro, “Leandro N. Alem, el hombre de la multitud”, Bs. As. 1984, Centro Editor de América Latina.

[4] Garin, Javier A., “Anticristo, historia de una profecía jesuítica sudamericana” (2018, Bs. As. Dunken, ver capítulos Sobre las ruinas de los jesuitas, pag. 63 y sig., y La conspiración antijesuítica mundial, pags. 75 y sig.

[5] Idem

[6] iGarin, Javier, “El discípulo del diablo, vida de Monteagudo”, capítulo: “El aprendiz de Saint Just”

[7] Polémica de la Triple Alianza : correspondencia cambiada entre el Gral. Mitre y el Dr. Juan Carlos Gómez... (formato PDF),  Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017; Publicación original: La Plata : Imp...La Mañana, 1897

[8] Guido y Spano,. Carlos, “Autobiografía, carta confidencial a un amigo que comete la indiscreción de publicarla”, Buenos Aires, 1879, en Biblioteca Virtual Universal, 2006.

[9] Tales consideraciones provienen de Garin, Javier A. “El último perón”, Buenos Aires, Dunken, 2014, capítulo 18, “Prócer de la unidad latinoamericana.

[10] Alberdi, Juan B., “El crimen de la guerra”, párrafos extractados de Garin, Javier A, “Manual popular de Derechos humanos”, Buenos Aires, Ciccus, 2012, paginas 197/201

[11] HALPERÍN DONGHI, T. (1982): Una Nación para el desierto argentino, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, Biblioteca Básica Argentina.

[12] Alberdi, Juan B, “Los intereses argentinos en la guerra del Paraguay con el Brasil” (1865)

[13] Alberdi, Juan B. citado por Pomer Leon en “La guerra del Paraguay: estado, política y negocios”, Ed.Colihue.

[14] Alberdi, Juan B, Obras completas, tomo VII, Bs. As., La Tribuna Nacional, 1887

[15] Pomer León, La Guerra del Paraguay, Centro Editor de América Latina, 1971. Cita un recibo de un herrero catamarqueño del 5 de noviembre de 1867, al gobernador Maubecin, que textualmente dice: “Recibí del gobierno de la provincia de Catamarca, la suma de 40 pesos bolivianos, por la construcción de 200 grillos para los voluntarios catamarqueños, que marchan a la guerra contra el Paraguay.”

[16] Armando Raúl Bazán – La Pena de Muerte por Sorteo en Catamarca, citado en http://www.lagazeta.com.ar/voluntarios.htm

[18] Baratta Victoria M, La Guerra del Paraguay y la construcción de la identidad nacional, Sb editorial.

 

[19] Brezzo Liliana M.; La guerra de la Triple Alianza en los límites de la ortodoxia: mitos y tabúes”,

Revista Universum Nº 19 Vol.1 :10 - 27, 2004

 

 

 

[20] Brezzo, Liliana M. (UCA / CONICET). (2007). Los mecanismos de exaltación de Juan Bautista Alberdi en Paraguay: entre las responsabilidades nacionalistas y el revisionismo histórico. XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel de Tucumán.

[21] Brezzo, Liliana M., en https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/la-propaganda-paraguaya-en-europa-durante-la-guerra-grande-1508406.html

[22] Epistolario inédito (1864-1883): Agosto 1864-octubre 1871 Juan Bautista Alberdi, Gregorio Benítes

Academia Paraguaya de Historia, 2006 – pagina 261.

[23] Alberdi, Juan B., “El crimen de la guerra”, párrafos extractados de Garin, Javier A, “Manual popular de Derechos humanos”, Buenos Aires, Ciccus, 2012, paginas 197/201 ..

[24] Juan Bautista Alberdi, citado por O´Leary, Juan, Historia de la guerra de la Triple Alianza”, p.90

[25] Yunque Alvaro, op cit, tomo 1, pag.94.

[26] Ramirez Brachi, Dardo, LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA COMO TEMA POLÍTICO E IDEOLÓGICO EN JUAN BAUTISTA ALBERDI. P 152

[27] GUIDO Y SPANO , CARLOS poema Nenia.

[28] GUIDO Y SPANO , CARLOS , El gobierno y la alianza , consideracio . nes políticas . Buenos Aires , 1866 . H. D.

[29] Olegario Víctor Andrade, José Hernández, “Las dos políticas, consideraciones de actualidad”,Editorial Devenir, 1957

[30] https://www.telam.com.ar/notas/201408/74475-guerra-de-la-triple-alianza-paraguay-historia-francisco-solano-lopez.html

[31] Artículos históricos-políticos (1863-1868). Recopilados y publicados con un prólogo por el Dr. Félix E. Etchegoyen. Buenos Aires, Lajouane, 1919; Ruiz Diego, “OLEGARIO VÍCTOR ANDRADE, POESÍA Y POLÍTICA” en Andrade, Olegario V., obra poética completa, pag. 224, disponible en https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/texto_andrade.pdf

[32] Andrade, Olegario V., obra poética completa, pag. 224, disponible en https://www.buenosaires.gob.ar/sites/gcaba/files/texto_andrade.pdf

[33] Op cit., pag 226

[34] Ver Rela Walter, “Artículos periodísticos de José Hernández en «La Patria» de Montevideo (1874)”, en Biblioteca Virtual Cervantes.

[35] Rivera, Enrique, op. Cit. José Hernández y la guerra del Paraguay, Buenos Aires, Indoamérica, 1004., p. 96 y ss. Véase colección de El Río de lo Plata en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, n.º 30.669..

[36] 3 Hernández, José. “Prosas y oratoria parlamentarias”. Ed. Rafael Oscar Ielpi. Buenos Aires. Editorial Biblioteca. Afio 1974. Pág. 83., citado por Ramirez Braschi, Dardo, “LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA COMO TEMA POLÍTICO E IDEOLÓGICO EN JUAN BAUTISTA ALBERDI”, disponible en internet.

[37] Polémica de la Triple Alianza : correspondencia cambiada entre el Gral. Mitre y el Dr. Juan Carlos Gómez... (formato PDF),  Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2017; Publicación original: La Plata : Imp...La Mañana, 1897

[38]Johansson, María Lucrecia, “Detrás de las noticias: vínculos entre diplomáticos y prensa europea durante la guerra del Paraguay”, Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.19 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2017 *

[39] Brezzo, Liliana M., 150 años de la guerra del Paraguay: nuevos enfoques teóricos y perspectivas historiográficas. Primera parte, en www.scielo.org.ar

[40] (Reclus, Eliseo: “Paraguay”.pág. 87 – García Mellid, Atilio, Proceso a los falsificadores de la Historia del Paraguay. t.II.pág.478)

[41] Burton Richard F, “Cartas desde los campos de batalla del Paraguay”, Libreria El Foro, 1998.

[42] Roa Bastos y otros,  “Los conjurados del quilombo del Gran Chaco”, Alfaguara 2001.