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jueves, 16 de julio de 2020

El renunciamiento de Evita, por Alberto Lettieri




Por Alberto Lettieri


Entre el 22 y el 31 de agosto de 1951 se produjo el célebre “renunciamiento” de Evita. Para los más de dos millones de participantes del Cabildo Abierto del Justicialismo organizado por la CGT el 22 de agosto, la velada renuncia de Evita a la candidatura a la vicepresidencia propuesta por la CGT, bajo el lema “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la patria” tuvo un efecto devastador.
Una especie de baño de realidad que revelaba con toda su crudeza a los ojos de las grandes mayorías populares que el poder de veto que conservaban aquellos sectores que tradicionalmente se habían auto-proclamado como dueños de la Argentina se mantenía intacto. Para Juan Domingo Perón, y para el régimen democrático, en cambio, el renunciamiento de Evita se presentaba como la prenda de paz que prometía aflojar las tensiones y garantizar la continuidad de la vida institucional en nuestro país. Aunque tales expectativas se revelarían como ingenuas rápidamente. 
Abrumada por la impotencia y la enfermedad, que soportaba heroicamente en silencio, para postergar el sufrimiento que inevitablemente invadiría a sus “descamisados”, Evita solicitó unos días más a la multitud anhelante para comunicar lo que finalmente sería su “irrevocable decisión” de renunciar al honor conferido por los trabajadores y el pueblo de su patria, en un sentido discurso transmitido por la cadena nacional de radiodifusión, el 31 de agosto de 1951:
“Ya en aquella misma tarde maravillosa que nunca olvidarán ni mis ojos y mi corazón yo advertí que no habría cambiado mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto.
Ahora quiero que el pueblo argentino conozca por mí misma las razones de mi renuncia indeclinable. En primer lugar declaro que esta determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por eso es totalmente libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva.
Porque el 17 de Octubre formulé mi voto permanente, ante mi propia conciencia: ponerme íntegramente al servicio de los descamisados, que son los humildes y los trabajadores; tenía una deuda casi infinita que saldar con ellos. Yo creo haber hecho todo lo que estuvo en mis manos para cumplir con mi voto y mi deuda. No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola ambición, una sola y gran ambición personal: que de mí se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita.”
Evita había ofrecido su tributo a su líder, a su compañero y a su hombre, respaldando una decisión antipática para el pueblo argentino, a los fines de evitar un baño de sangre.
Las circunstancias eran adversas y Perón había elegido el tiempo a la sangre para avanzar en el camino de la revolución nacional. ¿Cuál sería el precio a pagar por esa concesión, que podía ser leída tanto como una maniobra política efectiva y humanitaria cuanto como una demostración efectiva de los límites de la democracia y del modelo de justicia social en la Argentina de mediados del Siglo XX?
La respuesta sólo se conocería con el paso del tiempo. Pronto los sectores antipopulares demostrarían su desprecio por el pueblo argentino, a través del atentado en los subtes y el bombardeo de Plaza de Mayo. Claramente, el antiperonismo militante prefería la sangre antes que el tiempo. 
“Yo no soy más que una mujer del pueblo argentino –puntualizaba Evita ese 22 de agosto de 1951, una descamisada de la Patria, pero una descamisada de corazón, porque siempre he querido confundirme con los trabajadores, con los ancianos, con los niños, con los que sufren, trabajando codo a codo, corazón a corazón con ellos para lograr que lo quieran más a Perón y para ser un puente de paz entre el general Perón y los descamisados de la Patria.”
Para esas clases propietarias, Perón era la expresión de un orden peligroso, temido, pero orden institucional al fin. El referente de un Estado interventor y multiplicado que garantizaba la redistribución y la inclusión social de los desposeídos. Pero Evita… Evita era la esencia visceral de la revolución plebeya, de allí las pasiones enfrentadas que despertaba.  
“Ellos –la oligarquía, profetizaba Evita- no perdonarán jamás que el General Perón haya levantado el nivel de los trabajadores, que haya creado el Justicialismo, que haya establecido que en nuestra Patria la única dignidad es la de los que trabajan. Ellos no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado todo lo que desprecian: los trabajadores, que ellos olvidaron; los niños y los ancianos y las mujeres, que ellos relegaron a un segundo plano.
Ellos, que mantuvieron al país en una noche eterna, no perdonarán jamás al general Perón por haber levantado las tres banderas que debieron haber levantado ellos hace un siglo: la justicia social, la independencia económica y la soberanía de la Patria.”
Para concluir: 
“Yo siempre haré lo que diga el pueblo, pero yo les digo a los compañeros trabajadores que así como hace cinco años dije que prefería ser Evita antes de ser la esposa del presidente, si ese Evita era dicho para calmar un dolor en algún hogar de mi Patria, hoy digo que prefiero ser Evita, porque siendo Evita sé que siempre me llevarán muy dentro de su corazón. ¡Qué gloria, qué honor, a qué más puede aspirar un ciudadano o una ciudadana que al amor del pueblo argentino!”
Evita y su renunciamiento. Una decisión excepcional en nuestra historia que terminó de instalarla, para siempre, en el corazón de su pueblo.

miércoles, 15 de julio de 2020

OTROS RECUERDOS DEL PRIMER PERONISMO, por Fernando "Pato" Galmarini, entrevista y textos de Javier Garin






"Puto y ladrón, queremos a Perón".

por Fernando "Pato" Galmarini, entrevista y textos de Javier Garin



"Puto y ladrón, queremos a Perón".

        Ya hemos dicho que el Pato se reconoce orgullosamente como “de Boca y Peronista”. “Como el propio Perón”, agrega. Y promete que fundamentará irrefutablemente la filiación boquense del General.
     -La frase “de Boca y peronista” -cuenta el Pato- se la oí decir muchas veces a Antonio Cafiero. Y antes de él, a un sacerdote tercermundista que, al igual que Carlos Mugica, fue -para muchos de mi generación- un referente político y espiritual: el Padre Jorge Galli."  Un sacerdote de Pergamino que jugó un papel importante en la conformación de la JP Lealtad y en el alejamiento del Pato y de otros jóvenes de la tendencia revolucionaria, tras el asesinato de Rucci. “El padre Jorge Galli era un fenómeno –cuenta-. Un tipazo. Amigo de Carlos Mugica, pero de origen más popular. Fuimos muy cercanos. A veces el padre Jorge lo chicaneaba amistosamente a Carlos Mujica y le decía: “vos sos un cajetilla”. Porque, claro, el padre Jorge era de una familia muy humilde y muy peronista. Le gustaba el futbol y era fanático de Boca. Y siempre me decía: soy de Boca y peronista.”
          El Pato no sabe muy bien de dónde le viene esa filiación político-futbolera. Casi seguro, por el contacto con los chicos del barrio, de la calle Arenales. “Ahí, en los picados, yo me hice boquense, no me preguntes por qué… Mi viejo era hincha de Independiente, y me enloquecía con ir a ver al Rojo: me hablaba de los infinitos goles de Arsenio Erico y de las míticas apiladas y gambetas de Vicente De la Mata; con él vi a Micheli, Ceconatto, Bonelli; Grillo y Cruz. Pero entre el piberío de los picados Boca tenía más predicamento, creo yo. Y a partir de los siete años, más o menos, me habré hecho hincha de Boca, aunque mi viejo me tirara para el lado de Avellaneda. No era por exitismo: Boca había salido campeón cuando yo tenía un año y dos años, y después recién volvió a ganar un campeonato en 1954, tras una década. Tengo grabada la formación de Boca campeón para siempre: arquero Musimessi; Colman y Edwards; Lombardo, Mouriño y Pescia; Nardiello, Baiocco, Borello, Rosello, y el “turco” Markarian. A Musimessi le decían “el guardavallas cantor”, porque cantaba unos chamamés más malos que el diablo; incluso grabó un disco que yo de pibe tenía en formato de 78; años después lo conocí cuando trabajó con Rousselot en la Municipalidad de Morón. También conocí a Edwards cuando armamos la Secretaría de Deportes de Nación. Y a Pepino Morello lo conocí en una estación de servicio de zona sur muchísimos años después”.
                   - ¿Es cierto que, entre las cosas buenas que te dejó la militancia política, te diste el gusto de tratar con muchos de los ídolos deportivos de la Argentina?
.                    - Sí, Javier. Tuve la suerte de conocer en persona a los cinco más grandes deportistas del siglo XX, según la elección del Círculo de Periodistas Deportivos de 1999, a saber: Diego Armando Maradona, Juan Manuel Fangio, Carlos Monzón, Guillermo Vilas y Roberto De Vicenzo. Además de ellos, tuve oportunidad de conversar muchísimas veces, y en algunos casos mantener amistad, con importantes figuras, desde Prada a Nicolino Locche, desde César Menotti a Salvador Bilardo, Gabriela Sabattini, Hugo Porta, Osvaldo Suarez, Reynaldo Borno, y desde ya numerosos futbolistas, el “loco” Gatti, el “pato” Fillol, Juan Simón, Norberto Alonso, mi amigo el “Hueso” Glaría… Hasta me puse la gloriosa camiseta de Boca en un partido a beneficio”, dice, y promete contarnos todo esto en detalle más adelante.
         Su adhesión al peronismo también nació en el barrio y en los picados. “Mi viejo era un profesional de clase media, y mi vieja, ama de casa. Cuando vino el peronismo, mi familia no fue de las que lo celebraron, sino más bien de las que se limitaron a admitirlo. En mi casa no se hablaba de política. Mi viejo laburaba como bioquímico en el Ministerio de Agricultura. Fue reservista. Yo me acuerdo que tenía el birrete, que les daban a todos los laburantes, y que los hacían desfilar. Y a algunos les gustaba, y a muchos no les gustaba. No era antiperonista, pero le desagradaban las imposiciones. Por ejemplo, que lo obligaran a llevar brazalete negro por la muerte de Evita [1], aunque íntimamente lamentara su pérdida. Pero si vos me preguntás dónde habré escuchado las cosas primeras de Perón, debe ser con los pibes de la calle, jugando a la pelota. Y en los Torneos Evita. Entre mis amigos del fútbol callejero sentí fuerte la tristeza que provocó la muerte de Evita. Me acuerdo de esos días en que en las radios sólo se escuchaba música sacra y a las 20:25 se recordaba diariamente el momento de su fallecimiento. Creo que durante varios días hasta dejamos la pelota archivada y nos dedicamos a la bolita o las figuritas para no hacer bochinche. Ahora, ¿yo era peronista? ¡No lo sé! ¡Yo qué sé qué era! Futbol y peronismo eran cosas que se respiraban. En el ambiente futbolero se respiraba mucho peronismo. Era más que una postura política. Era una forma de ser. Para muchos, ser peronista era como me contó la hija del “Mono” Gatica, Eva, que solía decir su padre: “yo de política no entiendo nada, yo soy peronista”.
-Tengo una imagen muy, muy fuerte –prosigue el Pato- donde de nuevo se mezclan para mí la política y el deporte, Boca y Perón, como ha sido una constante a lo largo de mi vida. Los gorilas habían instalado miles de mentiras sistemáticas para destruir el prestigio de Perón después de su derrocamiento[2]. Lo acusaron de ladrón de los dineros públicos. Y pusieron en circulación todo género de infamias destinadas a presentarlo como un pervertido, persiguiendo a las jovencitas de la Unión de Estudiantes Secundarios, o asegurando que Perón era homosexual. En su amor por el boxeo, había traído a la Argentina grandes pugilistas norteamericanos, entre ellos Archie Moore, y salieron a decir que éste se acostaba con Perón. Y había un muñequito movible, que yo tuve en mis manos (y debe haber habido muchos dando vuelta) que representaba a un boxeador negro, como Archie Moore, y un tipo vestido de general como Perón, y cuando lo apretabas de abajo, el boxeador tenía sexo con el general. Esto circulaba entre los adultos, pero también lo veíamos los pibes. ¡Los gorilas de entonces eran peores que ahora! La palabra “Evita” había sido prohibida, igual que las palabras “Perón”, “peronismo”, “justicialismo”, “descamisado”… ¡Igual que la marcha peronista, su escudo, las efigies de sus fundadores! Ese gobierno que se llamaba a sí mismo “libertador” y que proclamaba “la democracia” había emitido un decreto ley –número 4161- tan  infame como ridículo, con el que pretendía expropiarnos la palabra y borrarnos los recuerdos”[3].
           Pero el pueblo no creía en las infamias y las daba vuelta. El Pato se emociona al recordar la lealtad de las hinchadas futboleras hacia Perón en los primeros años de la proscripción. Allá en la Bombonera, donde ningún decreto de prohibición dictatorial de nombrar a Perón tenía vigencia, donde no lograban calar los escribas pagados para difamar y ensuciar al líder proscripto, donde caducaban todas las represiones y se liberaban los impulsos vedados en la Argentina “oficial”, la hinchada daba rienda suelta a su peronismo y su rebeldía. La multitud informe, incontenible, exuberante, prorrumpía en cánticos reivindicativos. Y la Bombonera temblaba, y todas las canchas temblaban, y se oía por largo rato el retumbar ensordecedor del pueblo, burlándose de los dictadores, sin perder el tiempo en refutar sus agravios, tomando sus mismas mentiras como bandera:
“Puto-y-ladrón,
queremos-a-Perón.”
“Puto-y-ladrón,
queremos-a-Perón.”
         “Porque el peronismo es así –dice el Pato-. Y Boca también es así. Puro tumulto, puro corazón, puro pueblo. Y por eso soy como decía el Padre Galli. De Boca y peronista.”

                                               


  Infancia en el primer peronismo:
                   La nostalgia del Pato Galmarini por el primer peronismo se mezcla en su memoria con la natural nostalgia que todos sentimos por nuestra infancia. La alegre despreocupación infantil, la inocencia y los juegos, la edad dorada de la niñez, la cariñosa protección de los padres, el cuidado y afecto de un padre justo, pero también “compinche”, que luego perdería a edad demasiado temprana: todo ello coincidió felizmente, para él y para los chicos de su tiempo, con uno de los períodos de mayor esplendor y primacía popular en la historia argentina.
                   Tras la Década Infame se abrió en el país un tiempo de afirmación nacional, de crecimiento económico y de redistribución de la riqueza que impactó en el bienestar de los sectores populares. Este auge estuvo vinculado, por una parte, con un nuevo concepto introducido por los hombres que asumieron el gobierno –entre los que descollaba el entonces coronel Perón-, y en parte por el aprovechamiento inteligente de una coyuntura internacional. El nuevo concepto fue el de planificación. Los sectores más inteligentes del gobierno surgido de la Revolución de 1943 se propusieron administrar planificadamente los distintos aspectos de la vida argentina, para realizar potencialidades hasta entonces inexploradas: su instrumento y usina de ideas fue el Consejo Nacional de Posguerra, que tuvo a su cargo el cometido de pensar el mundo, y la forma de inserción argentina en él, en el escenario existente y en el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial[4]. Por primera vez se hablaba de manera sistemática de geopolítica y de planificación económica y social, haciendo amplio uso de las estadísticas. La coyuntura internacional fue, precisamente, la de la gran contienda bélica entre las potencias del Eje y los Aliados, conflagración monstruosa en la que se debatían millones de combatientes y que insumía esfuerzos y recursos de los principales Estados de cinco continentes. Argentina se empeñó en mantener la neutralidad casi hasta el final. Esta decisión, duramente criticada por los países aliados –y fuertemente combatida por los Estados Unidos a través de un aguerrido y soberbio representante diplomático, el embajador Spruille Braden, quien pasó a convertirse en el símbolo viviente del intervencionismo norteamericano-, dio sin embargo al país la oportunidad de un inédito desarrollo. La guerra obligó a la sustitución de importaciones, con la consiguiente expansión de la actividad industrial y el fortalecimiento del mercado interno; en pocos años, Argentina dejó atrás la exclusividad asfixiante de la producción agrícola-ganadera –propia del modelo tradicional agroexportador afianzado por la división internacional del trabajo desde la segunda mitad del siglo XIX-; la actividad se diversificó; se fortaleció un proletariado urbano cada vez más numeroso y bien organizado; el Estado asumió un decidido rol interventor en la economía; mediante la Justicia Social se procuró corregir desigualdades. Los sectores más vulnerables y postergados –los campesinos, los trabajadores rurales, los trabajadores industriales, los niños, los ancianos, las mujeres- recibieron una protección legal y social inédita hasta entonces. Fue la versión criolla del Estado de Bienestar, sostenida políticamente en la alianza de Perón con el movimiento obrero organizado: base social de su consagración como líder popular nacional durante la jornada del 17 de octubre de 1945, y razón principal de su triunfo electoral del 24 de febrero de 1946, en las primeras elecciones libres y democráticas que se celebraron casi dieciséis años después del golpe de Estado al presidente Yrigoyen[5].
                   En paralelo a todo este proceso de expansión económica y reparación social, el país vivió un auge en todos los aspectos de la vida nacional, y un renacimiento del espíritu patriótico, el orgullo y la autoestima. La Argentina de los años cuarenta y primera mitad de los cincuenta era un país joven que se sentía llamado a grandes destinos; que confiaba en sus propias fuerzas; que miraba al futuro sin temor y esperaba de él la ocasión de nuevos desarrollos y triunfos. Este optimismo era fogoneado desde el gobierno y sostenido en hechos positivos y reales: la capacidad y la inventiva hallaban expresión en la producción industrial, en la obtención de logros tecnológicos, la realización de importante obra pública, el desarrollo y fabricación de automóviles, locomotoras, aviones, barcos, hasta los primeros intentos de aprovechamiento de la energía nuclear. En el terreno cultural, fue también el auge de diversas formas de la cultura popular: el tango tuvo su época dorada; el folklore conquistó el respeto y la estimación; la radiofonía copó los hogares instalando decenas de estrellas de radioteatros –de ese medio surgió precisamente Evita-; el cine argentino, exportado a toda América, conoció su momento de gloria. Nada parecía imposible para una Argentina que se ponía de pie sin miedo ni complejos ante el mundo.
                   Aquellos años vieron también el ocaso e irremontable declinación del dominio político, económico y cultural de Inglaterra. La Segunda Guerra Mundial significó el principio del fin del más grande imperio mundial que los ingleses habían sabido construir en los últimos siglos, derrotando a sus rivales, y que tenía en Argentina una semicolonia, un país teóricamente “independiente” desde el punto de vista político, pero en la práctica subordinado a sus mandatos económicos, y cuyas áreas estratégicas estaban controladas por los capitales británicos. Los lazos de la sujeción imperialista al dominio británico habían sido denunciados por Lisandro de la Torre en jornadas ominosas en el Senado de la Nación[6], y por Raúl Scalabrini Ortíz[7] y los hombres de FORJA[8] en densos e irrefutables ensayos y en enérgicas proclamas políticas, hasta entonces caídas en saco roto. Pero mientras Inglaterra decaía, Estados Unidos se levantaba, robustecido por el triunfo en la Segunda Guerra Mundial, afianzado en su autoproclamada intención hegemónica a nivel mundial y especialmente en relación a América Latina, a la que siempre había mirado como su “patio trasero”, aunque sin poder consumar sino hasta entonces la extensión de su dominio a todo el continente. La sustitución gradual del dominio británico menguante por la naciente hegemonía norteamericana abrió una brecha en el esquema de dominación del sur del continente, que fue muy bien aprovechado por Perón para intentar un gobierno autodeterminado y procurar extender una influencia independiente a otros países de la región. Fue la época del renacer del americanismo, del sueño del ABC: la alianza estratégica de Argentina, Brasil y Chile en la construcción de una gran potencia sudamericana bioceánica, capaz de disputar su lugar en el mundo con los más poderosos[9]. Sueño boicoteado por los intereses imperiales y nunca concretado. Fue también el comienzo de la Guerra Fría: del mundo repartido en Yalta entre el imperio bifronte anglosajón y el imperio comunista ruso, realidad geopolítica  la que el General Perón respondió con un aporte original y pionero: la “Tercera Posición”.
                   En ese país, cuya versión idealizada procuró Perón teorizar en el Congreso de Filosofía de Mendoza mediante la proclamación de la “Comunidad Organizada”[10], los valores que dominaban eran los de la solidaridad, la protección y el cuidado; la confrontación y la lucha eran sustituidos, al menos teóricamente, por la colaboración en aras de un proyecto común de Nación. Las tres banderas que debían unir al pueblo habían sido delineadas por Perón en casi todos sus discursos: Justicia Social, Soberanía Polìtica e Independencia Económica. En la realidad concreta, este ideal cooperativo, cuasi idílico, nunca tuvo un definido correlato, pues la vida política estuvo signada por momentos de una fuerte confrontación interna, expresada en las elecciones de 1946 por la disputa entre el naciente Justicialismo y la Unión Democrática –expresión unitaria de todas las vertientes del antiperonismo- y en lo sucesivo manifestada a través de resistencias, levantamientos e incluso atentados de los sectores contrarios al gobierno. 
                   Pero la dureza de los enfrentamientos políticos no se manifestaba en la vida cotidiana sino como un eco lejano de disturbios incomprensibles para los niños. Ellos vivían otra realidad, una vida social en la cual el gobierno había proclamado –y procuraba sostener en hechos y en políticas sociales, educativas, sanitarias y deportivas- que eran “los únicos privilegiados”. Era el tiempo de los Torneos Evita, que marcaron a fuego la infancia del Pato, como ha contado en un capítulo anterior.
                       "Era una Argentina distinta" - reflexiona. Un país que empezaba a dejar atrás la desnutrición infantil y las enfermedades endémicas, hijas del desinterés del Estado, que aplicaba a los niños las políticas sanitarias del Dr. Carrillo[11], en cuyos barrios no se conocía la droga, la delincuencia ni la inseguridad, cuyas poblaciones carcelarias disminuían en virtud de los efectos benéficos de la Justicia Social. Hoy parece mentira todo aquello –se lamenta el Pato-. Cuando lo contás, quienes no lo vivieron creen que exagerás, que estás verseando…”
                   Sobre la vida nacional se erguían como arquetipos las figuras de Perón y Evita: padres simbólicos de una nación joven, tan joven que aún reclamaba –en su imaginario reforzado por la propaganda oficial- la guía de un padre benévolo y justo y de una madre que prodigaba su amor incondicional a los más necesitados.
                   -Esa época -dice el Pato- fue también uno de los mayores momentos de esplendor en el deporte. Y yo lo viví como pibe, como amante del deporte y como deportista aficionado. 
                          De ese tema, preferido del Pato, nos ocuparemos en la próxima entrega.

CONTINUARÁ






[1] Eva Perón falleció en Buenos Aires el 26 de julio de 1952, víctima del cáncer, a los 33 años. La CGT dispuso tres días de paro y el gobierno decretó treinta días de duelo nacional obligatorio, e hizo conmemorar diariamente en las radios el momento de su “paso a la inmortalidad”. Su cuerpo fue velado en la Secretaría de Trabajo y Previsión hasta el 9 de agosto y trasladado al Congreso y luego a la CGT en medio de una multitud de más de dos millones de personas. Embalsamado, permaneció en la CGT hasta el derrocamiento de Perón, cuando fue secuestrado por un comando de la marina y hecho desaparecer durante 14 años, en un vano intento de evitar que se convirtiera en un símbolo de unidad y lucha del pueblo peronista.
[2][2] Campaña de desprestigio montada oficialmente a partir del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955.

[3]  Decreto ley 4161, sancionado el 5 de marzo de 1956 por el dictador Pedro Eugenio Aramburu, firmado por este junto al vicepresidente y todos los ministros de la autodenominada “Revolución Libertadora”. Instrumento de la política de “desperonización” promovida por dicha dictadura, en él  se prohibía “la utilización de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas, artículos y obras artísticas (...)representativas del peronismo", e incluía una lista palabras prohibidas, tales como "peronismo", "peronista", " justicialismo", "justicialista", "tercera posición", la Marcha peronista, los discursos de Perón y Evita y hasta la sola mención del “nombre propio del presidente depuesto", "o el de sus parientes”. La infracción se penaba con prisión de treinta días a seis años no excarcelables, multa e inhabilitación para ejercer cargos públicos y sindicales, la clausura provisional o permanente de empresas y la disolución de personas jurídicas, partidos o sindicatos.
[4] El Consejo Nacio0nal de Posguerra fue creado por iniciativa del entonces vicepresidente Peron el 25 de agosto de 1944 como órgano consultivo de la vicepresidencia, designándose como su secretario general al Dr. Figuerola, acompañado por el coronel Domingo Mercante, de Estrada y otros, así como representantes de todos los ministerios, secretarías y organismos del gobierno a find e asegurar una visión integral. Debía trabajar sistemáticamente  fijando objetivos estratégicos y planificando políticas, , tanto en lo económico como en lo social, así como definir el perfil de desarrollo industrial y el lugar geopolítico de la Argentina en el mundo, previendo la inminente finalización de la Segunda Guerra Mundial. “Si bien los problemas sociales han sido con frecuencia abordados sin tener en cuenta la conexión que guardan con los demás factores que integran el complejo económico nacional, las excepcionales circunstancias del momento presente exigen que marchen firme y prudentemente orientados hacia la consecuencia de un objetivo común, claramente precisados y con un vigoroso impulso perseguido –dicen los considerandos del decreto- (…) la desarticulación provocada por la guerra en la economía mundial requiere igualmente prever las soluciones aplicables a las necesidades apremiantes de posguerra”. Y agrega que el Estado debe “perfeccionar los conocimientos técnicos, aumentar el rendimiento, mejorar de modo efectivo las condiciones de trabajo o de vida de los trabajadores, fomentar el progreso de la clase media y estimular el capital privado en cuanto constituye un elemento activo de la producción y contribuye al bienestar común” Perón, en sus “Memorias”, añade que creó este organismo para “estudiar cómo haríamos para que no nos robaran, como había sucedido en 1918, cuando los vencedores no nos pagaron un centavo por los productos con los que los habíamos abastecido”. La idea de planificación y el uso de las estadísticas parecen haber sido propuestas fuertemente a Perón por su colaborador en la Secretaría de Trabajo y previsión y experto en relaciones laborales el Consejo de su colaborador el catalán José Miguel Francisco Luis Figuerola y Tresols (BarcelonaEspaña1897 - Buenos AiresArgentina1970


[5] 6 de septiembre de 1930.

[6] Las denuncias del Senador santafesino Lisandro de la Torre, fundador del Partido Demócrata Progresista y candidato presidencial, acerca de los negociados del gobierno conservador con los intereses británicos en torno al comercio de las carnes y las concesiones otorgadas a estos últimos, produjeron un escándalo considerable que concluyó con el asesinato del senador electo por Santa Fe, Enzo Bordabehere en pleno recinto del Senado por un matón vinculado al gobierno.

[7] La expresión más notable de estas ideas es el ensayo “Polìtica británica en el Río de la Plata”, de Raúl Scalabrini Ortiz.
[8] La Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina fue una agrupación política integrada por militantes radicales yrigoyenistas -Arturo JauretcheHomero ManziOscar y Guillermo MeanaLuis DellepianeGabriel del MazoAtilio García MellidJorge Del Río y Darío Alessandro (padre)-  que preanunció en buena medida algunos de los tópicos sostenidos por Perón.
[9] La unión estratégica de Argentina, Brasil y Chile (ABC) fue una de las propuestas geopolíticas más recordadas del General perón, que postulaba la acción conjunta de estos tres países como eje vertebrador de la unidad continental para así resistir la imposición de hegemonías extracontinentales. La iniciativa no pudo concretarse debido a las resistencias internas en los otros dos países socios.
[10] El Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza se celebró en esta ciudad entre el miércoles 30 de marzo y el sábado 9 de abril de 1949, y fue el marco elegido por Perón para exponer, durante la sesión de clausura, sus tesis acerca de la Comunidad Organizada, luego publicadas en forma de libro.
[11] El médico e investigador santiagueño Ramón Carrillo (1906-1956) fue el más grande sanitarista argentino y uno de los principales ministros de Perón, responsable de las exitosas e innovadoras políticas sanitarias de aquellos gobiernos. Falleció exiliado en Belén do Pará a consecuencia de las persecuciones a que fue sometido despudes del derrocamiento de Peròn.


lunes, 29 de junio de 2020

"DE BOCA Y PERONISTA" - Introducción de Antonio Cafiero - Reportaje a Fernando "Pato" Galmarini por Javier Garin -






 DE BOCA Y PERONISTA 
(PRIMERA PARTE)
 Reportaje a Fernando "Pato" Galmarini por Javier Garin -

El Pato (el de bigotes) cumple el sueño del pibe y juega para Boca en un amistoso.
.........................

A modo de introducción
"LA HISTORIA DEL PERONISMO NO SÓLO HAY QUE HACERLA, TAMBIÉN HAY QUE ESCRIBIRLA"

Palabras de Antonio Cafiero

 El presente prólogo fue escrito por Cafiero hace algunos años, después de leer los primeros esbozos de los recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini. En la foto se los ve a ambos con la camiseta de Boca en un amistoso (el Pato en cuclillas).


         Creo que podemos afirmar, sin que se nos asigne una visión facciosa o parcial, que el peronismo, como el radicalismo, constituye una corriente histórica profunda de la política argentina. No ha sido, como en sus orígenes preveían algunos críticos, un fenómeno pasajero que se acabaría tan pronto fuera desalojado del poder y separado de su líder y creador. No: el peronismo sobrevivió en el llano, atravesó con dignidad, sacrificio, paciencia, resistencia y lucha el extenso desierto de la persecución y la proscripción, recuperó sus derechos; volvió al gobierno; fue nuevamente desplazado por la violencia; aprendió a perder elecciones y aprendió a recuperarse de esa novedosa experiencia; se renovó; volvió a ganar…, en fin, ya cuenta con varias décadas de vida y tiene, si Dios quiere y los peronistas ayudamos, mucha vida por delante.
         A lo largo de esta trayectoria, millones de peronistas han aportado a la experiencia y la historia del movimiento. Y quizás entendimos sesgadamente la intención de Perón, cuando nos decía que “mejor que decir es hacer”. “Decir” puede ser una forma del “hacer”. Perón mismo lo tenía claro, y su obra intelectual es una prueba de ello. La militancia, en tanto, ha estado tan ocupada en producir cosas que se descuidó un poco la reflexión y el registro de las experiencias.
         La historia del movimiento no sólo hay que hacerla: también hay que escribirla, para que nutra a las generaciones presentes y futuras. Como estoy convencido de esto, siempre les pido a los compañeros que cultiven la memoria, la registren y la publiquen.
         Hablamos mucho con el querido Pato Galmarini de este tema. Y como soy insistente, al menos con él he tenido éxito. En los recuerdos del Pato se cruzan su amor por el deporte y su compromiso con el país; podemos ver cómo vivían el naciente peronismo muchos pibes de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado; vemos pasar a jóvenes heroicos, a militantes sacrificados, a personajes entrañables como el cura Mugica y a tantos otros. Como no se trata de un libro de teorías abstrusas, sino una colección de recuerdos personales, el resultado es un pedacito de vida argentina.
         Yo espero que muchos otros sigan el ejemplo de Galmarini. La historia, al fin de cuentas, es (o debería ser) la resultante de todas las memorias.
ANTONIO CAFIERO.

1) "Al tronar de las bombas. La supresión de los Torneos Evita", 
por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje y texto por Javier Garin.

                   Año 1955.  Es el dieciséis de junio al mediodía. Nadie sabe aún que ese día pasará a la historia como una fecha luctuosa, criminal. Aunque hace fresco y hay una esporádica llovizna, un grupo de chicos del barrio de Palermo se encuentran jugando un picado en la calle Arenales, entre lo que es hoy Scalabrini Ortiz y Malabia. “Era una calle empedrada, donde pasaba un auto por hora. Las calles estaban tomadas, entonces, por los pibes y la pelota. En vez de piquetes, había partidos de futbol. Jugábamos todo el día, ocupando la cuadra a nuestro antojo, haciendo los arcos con dos montoncitos de ropa de cada punta en la calzada; y cuando los vecinos protestaban por los gritos o por algún pelotazo en las persianas, el policía del barrio, familiarmente apodado “el vigi”, nos tocaba el silbato. Ese silbato se respetaba más que el de cualquier referí. El partido se cortaba, y nos trasladábamos para seguir jugando a la plaza que estaba en la esquina de mi casa, la Plaza Intendente Casares”, recuerda Fernando Galmarini, quien a la sazón tenía unos trece años de edad.
                   El “picado” era una maravillosa mezcla de clases sociales, hermanadas por el amor a la pelota: el hijo del doctor gambeteaba junto al hijo del portero, del albañil o del dueño de la bicicletería “El Indio”, lindera a la casa del Pato. Los chicos de una familia de clase media convivían en el picado con los hijos de laburantes del único conventillo de la cuadra. No había “grieta política” entre los pibes, pero de vez en cuando había algunas trompadas, producto de un gol inventado o de un penal no cobrado.
         De pronto, grandes y repetidos estruendos. Gente que empieza a correr. Los pibes hacen un alto sin comprender lo que sucede.
        -¡Vamos a mi terraza!, propone el Pato.
         Entran al edificio de Arenales 3859, en cuyo primer piso, departamento B, vivía la familia Galmarini, y suben corriendo los cinco restantes que los separan de la azotea, desde donde se divisa la ciudad.
          En todas las terrazas había gente mirando –recuerda el Pato-. Estábamos no muy lejos de Plaza de Mayo y no sabíamos que en ese mismo momento, allí, estaba muriendo gente por las bombas: trabajadores que habían concurrido en respaldo del gobierno, oficinistas, transeúntes circunstanciales, y hasta niños de un autobús escolar que tuvieron la desgracia de ser alcanzados por el criminal ataque. Se escuchaban las detonaciones y los ruidos de los aviones de la Marina de Guerra sublevados contra el presidente constitucional Juan Perón, a quien querían matar a cualquier costo, sin importarles las vidas de quienes se encontraban en las inmediaciones; y se veían las columnas de humo elevarse en el cielo. Años después, me enteré que también habían bombardeado otros lugares, como el cuartel de La Tablada y la residencia presidencial, el Palacio Álzaga Unzué, en Austria y Las Heras; y que una bomba había caído en Las Heras y Pueyrredón, y que hubo muertos allí también, no sólo en la Plaza de Mayo.
               Aunque ni el Pato ni sus amigos del picado lo supieran, ese día se empezaba a modificar el curso de la historia. Un grupo de militares y civiles opositores a Perón intentaba asesinarlo y derrocar su gobierno mediante el bombardeo y ametrallamiento aéreo, matando a más de trescientas personas e hiriendo a más de setecientas. La sociedad, tal como el Pato y sus amigos la habían conocido, no volvería a ser la misma. Faltaban pocos días para que Perón finalmente cayera bajo otro golpe de Estado, esta vez exitoso.
                        La época de oro del peronismo, de la “comunidad organizada” y la Justicia Social, que había empezado a delinearse a partir del 4 de junio de 1943 (1), que hizo eclosión el 17 de octubre de 1945 (2), que tuvo como hito la Constitución de 1949 (3), con los derechos laborales y sociales, el acceso de los trabajadores a todos los niveles de la educación, incluso universitaria, el voto femenino, el dominio estratégico de los recursos naturales y las fuentes de energía, la Independencia Económica, las grandes obras públicas, la política sanitaria dirigida por Ramón Carrillo, la acción social de la Fundación Eva Perón, los ferrocarriles nacionalizados, la flota mercante, la búsqueda de la unidad latinoamericana, y tantos otros logros, y en la que aquellos pibes de barrio -y todos los pibes del país- eran los “únicos privilegiados”, comenzaba a extinguirse. Venían otros tiempos. De proscripción y resistencia para el peronismo y de nostalgia para el piberío deportista.
              -¿Cómo se reflejaron estos cambios en la percepción sencilla de un niño de aquellos años?
               -Un ejemplo -responde el Pato-. Los Torneos Infantiles Evita, todo un símbolo de la política deportiva y social del peronismo, serían eliminados poco tiempo después. Aquellos torneos formaban parte de nuestra pequeña felicidad cotidiana. Ya de grandes comprobamos que estaban destinados a perdurar en la memoria de todos, como las conquistas de la justicia social. Pero en aquel momento sólo nos ganó la angustia y el presentimiento de que se estaba destruyendo un modo de vida, mediante un ataque artero e injusto. Lo que para los pibes de mi época fue una pérdida muy grande, no sólo deportiva, simbolizaba al mismo tiempo otras grandes pérdidas que la sociedad sufría en otros ámbitos, en el mundo del trabajo, en la economía, en todo. Aquello quiso ser el fin de la Comunidad Organizada y su reemplazo por el retorno a la vieja Argentina para pocos”.
                 


Los Torneos Evita marcaron a miles de niños enseñándoles el amor al deporte. El Pato es el tercero desde la izquierda de su equipo "Mundo Infantil".

            -¿Cuál era la importancia de esos torneos tan famosos?
           - Promovían el deporte, la contención, la formación moral. Eran mucho más que justas deportivas. En salud, por ejemplo, dicen los viejos peronistas que fue su ministro, Ramón Carrillo, quien intervino activamente en el armado de los Torneos Infantiles Evita. Estos torneos, en los cuales jugaron miles de pibes a partir de 1948 hasta el golpe de 1955, tenían como premisa y fundamento no solo el jugar, sino que era exigencia del Estado Nacional, y de los Estados provinciales, que todos los chicos que disputaran en ellos, fuesen sometidos a un chequeo médico, como parte del control sanitario y de la revolución de Carrillo en la salud de Argentina. El antiperonismo dijo después que en esos torneos adoctrinaban a los pibes. Nada que ver.  No había nadie adoctrinando a los pibes ni mucho menos. Sólo se les daba la oportunidad de jugar organizadamente, de competir con otros pibes del país…”
                - ¿Cómo fue que participaste?
               - Como miles de pibes. Yo era muy chico… Me di cuenta, años después, de lo que había significado para mí. Yo jugué mucho en la calle, en la esquina de mi casa. Y ahí, un día, nos reclutó un tipo, no recuerdo si a todos o a algunos, para jugar en el equipo “Mundo Infantil”, que era el nombre de una revista de aquellos años. Había una revista Mundo Infantil, otra Mundo Deportivo, otra Mundo Peronista, etc. Mi equipo era Mundo Infantil, y me acuerdo lo felices que éramos los pibes con jugar en esos torneos. ¡Basta ver la foto del equipo Mundo Infantil! … ¡Qué cosa tan linda!  En cada equipo te daban las camisetas, los pantalones, y las medias. Y todos lo íbamos a buscar a los locales de la Fundación Eva Perón, donde había miles de juegos de camisetas, miles de juegos de pelotas. Cada equipo se iba con su camiseta, para jugar los torneos en todo el país. Imaginate lo que habrá sido eso…  Yo he charlado de esto muchísimas veces en reuniones con amigos míos, muy amigos, como el Cabezón Sívori, que fue uno de los grandes jugadores argentinos y comenzó jugando en los torneos Evita en San Nicolás. Él era de allí.  O con el Toscano Rendo … Antonio Valentín Angelillo… Vicente de la Mata… Tipos de mi edad, que fueron jugadores excepcionales, que llegaron a primera e incluso fueron estrellas, no como yo, (risas) ¡y empezaron jugando en los torneos infantiles Evita! ¿Te das cuenta?
             “Esto ha quedado, aunque lo quisieron borrar. Es un sello del peronismo. Hoy todavía cuando se organizan torneos infantiles,siempre salta alguno que dice: “pongámosle Evita”. Incluso hace poco Tinelli me contó, en Showmatch, que él había jugado en la segunda versión de los torneos Evita que se hizo en los años setenta. Porque en el ’73, con la vuelta de Perón, se volvieron a hacer. Y luego nosotros en los noventa, tomando aquel modelo, hicimos los Torneos Juveniles Bonaerenses, y fuimos varias veces al programa de Tinelli, y él contó ahí que había participado en los Evita de los años setenta. ¡Y Diego Maradona jugó en estos torneos, con los Cebollitas, en el 74 o 75, cuando él ya estaba jugando en Argentinos Juniors! Pero los juegos infantiles Evita, los originales, comenzaron en 1948, patrocinados por la Fundación Eva Perón. Al principio fueron campeonatos infantiles de fútbol, pero después incluyeron otras disciplinas, atletismo, natación, básquet… ¡Ahora, imagínate el daño que habrá sido para los pibes desarticular aquello cuando cayó Perón!”
                -¿Qué significó que los eliminaran?
             -Ahí se empezó a notar lo que significaba la caída del peronismo hasta en los detalles más pequeños de la vida cotidiana. Porque la persecución a los deportistas peronistas fue indignante, pero tal vez no se percibía con claridad para el que no estaba en ese mundo. Pero en los torneos Evita estaban los pibes de todos los barrios de la República. Y al año siguiente del derrocamiento no hubo más torneos Evita, porque no se podía mencionar a Evita, estaba prohibido su nombre por decreto…
         - Si hubiera habido voluntad política de mantenerlos podrían haberlos rebautizado...
            -¡Es que ahí estaba el quid!  No los querían. O no le otorgaban al fomento del deporte la importancia que le dio Perón. O no les interesaba hacer felices a los pibes. O querían simplemente borrar todo lo que había caracterizado al peronismo. Aun cambiándoles el nombre, seguían siendo los torneos Evita. Eran un recuerdo del peronismo que había que eliminar. Fue una cosa de lo más perversa, porque no solamente hicieron lo que hicieron, fusilaron,  persiguieron, censuraron, proscribieron al peronismo, impidieron al pueblo votar, intervinieron el PJ, los gremios, la CGT, reprimieron huelgas, destrozaron todo, ¡sino que también a los pibes nos cagaron parte de nuestra alegría!...
               "Pero el tiro les salió por la culata -reflexiona el Pato-. A muchos de nosotros, pibes entonces, el deporte nos había comprado el corazón y los sueños. Unos años más tarde los chicos que habíamos visto de lejos ese criminal bombardeo comenzamos a entender los cuentos de los mayores y a  reclamar nuestro lugar en la pelea que estaban dando los mayores para que Argentina volviera a ser una patria con dignidad para su pueblo. Fue una paradoja de la historia, porque, contrariamente a lo que hubieran querido los enemigos de Perón, todo aquello tuvo como fruto la incorporación de nuevas generaciones a la lucha por el retorno, una lucha que comenzó la misma noche en que echaban a Perón. Quienes imaginaron que Perón tendría un destino similar a San Martín o a don Juan Manuel de Rosas, es decir, morir en el exilio, si antes no podían asesinarlo, calcularon mal. Esta vez, el pueblo peronista, conducido por su líder, volvería 17 años más tarde, y poco después sería por tercera vez presidente de la Nación."






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CONTINUARÁ...

Notas: [1] Fecha del golpe de Estado militar que derrocó al Presidente Ramón Castillo, puso fin a la denominada “Década Infame” gobernada mediante la corrupción y el fraude electoral, y elevó a la Presidencia sucesivamente a los generales Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell. El principal ideólogo y articulador de este movimiento fue el coronel Juan Perón, quien, primero desde el GOU y luego desde la Secretaría de Trabajo y Previsión logró articular a distintos sectores detrás de un proyecto común, promoviendo junto a los sindicatos un cambio legislativo y social que dignificó a los trabajadores urbanos y rurales y fue la base social que lo catapultó a la Presidencia en 1946.

[2] El 17 de octubre, una de las más grandes y significativas puebladas de la historia argentina, es considerado unánimemente como la verdadera fundación política del peronismo, a partir de la movilización de los trabajadores a Plaza de Mayo para reclamar la liberación del coronel Perón, destituido de su cargo y preso en la Isla Martín García. Es también considerada como la expresión pública de la alianza de Perón con los trabajadores, a quienes reconoció como “la columna vertebral” de su movimiento.

[3] La Constitución de 1949, o constitución peronista, fue una reforma constitucional extraordinaria que promovió el primer gobierno de Perón y que tuvo en el jurista Arturo Sampay  a uno de sus principales ideólogos. Fue un ejemplo del denominado “constitucionalismo social”, caracterizado por incluir en las cartas constitucionales los derechos sociales, como complemento de los derechos individuales del constitucionalismo clásico: típica expresión normativa de la concepción peronista de la Justicia Social, con un Estado activamente presente para corregir las desigualdades y proteger a los más vulnerables. Fue derogada mediante bando militar tras el derrocamiento de Perón y nunca pudo ser restablecida.