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sábado, 26 de septiembre de 2020

Triunfo del Frejuli, Ezeiza, asesinato de Rucci, muerte de Perón. Reportaje a Fernando "el Pato" Galmarini, por Javier Garin.

 



 por Fernando "el Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



                 -En marzo de 1973 la fórmula del Frejuli triunfaba en las presidenciales. Aunque por muy poco no se alcanzó el 50 por ciento de los votos, el radicalismo, que salió segundo, renunció al ballotage y así quedó consagrado Cámpora. Si bien la lucha popular había sido por la vuelta de Perón, el peronismo levantaba la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder. ¿Cómo lo recordás?

                   -El 25 de mayo, día del cambio de gobierno, se acabó la clandestinidad para mí: dejé de ser Lucas y volví a ser Fernando Galmarini –dice el Pato. Y aclara-: Se acabó más o menos, porque se vivía un clima de mucha violencia y tensiones, y, aunque ya no estaba clandestino, teníamos que cuidarnos mucho.

               "Los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron impregnados de euforia, algarabía y un desorden que a muchos les parecía consustancial con un tiempo de cambio: se liberaba a los presos políticos, los edificios públicos eran ocupados por trabajadores y militantes, las marchas y movilizaciones permanentes provocaban caos en el tránsito. 

             -Pero el desorden no sólo inquietaba a sectores conservadores: también a Perón, que seguía los acontecimientos desde Puerta de Hierro con un disgusto creciente. Cámpora tuvo que viajar a Madrid a dar explicaciones sobre el rumbo que iban tomando los acontecimientos. ¿Esto era expresion del "quilombo interno" que vos mencionabas anteriormente y que ya se daba al interior de las organizaciones?

                 -En las filas de “la Tendencia”, en las que yo aún militaba –recuerda el Pato-, el comentario que bajaba desde la conducción era que el Viejo estaba “mal  informado”, que estaba “operado por la derecha del movimiento” (los sindicatos y los sectores ortodoxos) y después llegaron a decir que estaba “cercado”, y por eso adoptaba, según ellos, posiciones conservadoras. Que no eran tales, sino que eso era lo que la Tendencia quería ver.

            - Vos, ¿estuviste en Ezeiza, cuando regresó Perón el 20 de junio de 1973 y se produjeron esos enfrentamientos armados que impidieron que Perón se juntara con su pueblo?

            -Sí, sí, sí…. Te macanearía si te puedo aportar algo más de lo que todo el mundo sabe, de la puja entre el palco y las columnas de Montoneros, y el tiroteo que se armó. Allí se fue profundizando cada vez más la brecha, y ya había muertos que no los había ocasionado la dictadura –supuestamente- sino un enfrentamiento entre sectores que se decían parte del mismo movimiento, en el cual se habían infiltrado los mismos que habían sido desalojados del poder, esperando generar caos para hacer naufragar al gobierno popular y regresar. Leonardo Favio, que estuvo en el palco como todos sabemos, me contó más de una vez que estaba lleno de gente armada que él no reconocía ni sabía a quién respondían. Ahí metía la cuchara Osinde y otros personajes que sí eran de la derecha peronista, pero yo creo que además hubo mucho infiltrado que directamente venía de las fuerzas armadas derrotadas. Los servicios no se fueron nunca. Esto hay que tenerlo presente. Se fue la dictadura, pero los servicios seguían metidos en todos lados y después todo esto lo personificamos en la figura de López Rega, pero era algo mucho mayor a su persona, aunque haya sido una figura central de ese proceso. Por otro lado, también desde las organizaciones armadas se contribuyó a ese clima de violencia que conspiraba contra el éxito del Gobierno. Centenares de miles de peronistas se movilizaron para esperar a Perón. Fue una de las movilizaciones más gigantescas que se recuerden. En los alrededores del aeropuerto, alrededor del palco desde el que estaba previsto que el General saludara a su pueblo, se produjo una batalla campal. Yo marché con compañeros de la Tendencia y no había llegado al punto más caliente cuando se desataron los hechos. Después vi imágenes terribles: un muchacho que era izado por los pelos al palco, tiradores que apuntaban desde allí mismo a las columnas de la Juventud Peronista, otros que se parapetaban como podían, balas que nos silbaban cerca de nuestras cabezas.  En nuestras filas también había gente armada, y supongo que los que estaban en el lugar de la refriega, si tenían fierros, los habrán usado. En las organizaciones era vox populi que ese día seguramente habría enfrentamientos con la derecha del movimiento, de modo que estábamos preparados para el zafarrancho, aunque no imaginábamos la dimensión que iba a cobrar. Perón tuvo que aterrizar en Morón: se temía un atentado contra su vida. Poco tiempo más tarde, Cámpora presentó su renuncia y convocó a nuevas elecciones, en las que, al fin, concluiría la proscripción de Perón. La inmensa mayoría del pueblo pensaba que sólo él podía devolver orden al país y al movimiento.

                  “Toda esta división se termina de cristalizar cuando al año siguiente Perón llama a la Plaza por el primero de mayo y les dice a las columnas montoneras, que lo cuestionaban e insultaban a Isabel: “Estúpidos, imberbes”… Ese día fue el final de todo. En el medio, Rucci... A Rucci, Perón lo debe haber querido personalmente mucho, y políticamente le era muy necesario por su papel en el movimiento obrero y en la unificación de la CGT, así como en el Pacto Social que proponía Perón como un eje de gobierno.

               -Cabe recordar que Rucci tuvo un papel protagónico en la unificación de la CGT hasta poco antes dividida, y permitió armar una sola confederación, como quería Perón, que fue poderosa. Y él, al frente, le sostuvo el Pacto Social, junto con Gelbard, el Ministro de Economía, hombre proveniente de la Confederación General Económica, del empresariado nacional, y ese Pacto Social era la pata principal del plan económico de Perón, lo que le permitió recuperar el camino del crecimiento, frenar la inflación y tener pleno empleo.

                  -Así es. Sin duda fue un golpe muy grande para él, en lo personal y en lo político, el asesinato de Rucci –continúa el Pato-. Y en esa Plaza del primero de mayo de 1974 lo vuelve a reprochar de  en forma indirecta, al decir que los sindicatos “han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento..."

              -La oportunidad de ese crimen subraya el carácter de provocación que tuvo. Recordemos que ocurrió dos días después de haber ganado la elección de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos, con casi el mismo porcentaje que había sacado en la histórica elección del año 54. 

               -Fue una tocada de culo increíble a Perón –reconoce el Pato-. Fue ahogar en sangre el triunfo y la oportunidad de pacificación que se abría. Tengamos presente que Rucci no fue el único gremialista asesinado: hubo numerosos casos, desde Augusto Vandor, José Alonso, Rogelio Coria, Dirk Klosterman, Atilio López, hombres de distintas características pero todos provenientes del movimiento obrero y de mucho protagonismo en él. Pero lo de Rucci fue especial por la significación que tuvo. Rucci era un tipazo: no sólo masacran al dirigente de la CGT, sino a un peronista leal, un cuadro político y un hombre de la máxima confianza de Perón.

              -¿Lo conociste?

           -Sí. Aunque no lo había tratado mucho, yo conocía a Rucci, había conversado con él alguna que otra vez. El que me lo presentó fue el cura Mugica, que lo trataba con frecuencia, igual que a Lorenzo Miguel, a quien visitamos en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Rucci me había impresionado como una persona franca, un luchador sindical, un hombre surgido de la resistencia. Cuando me enteré que lo masacraron, mi primera reacción fue culpar a los servicios extranjeros, a “la derecha”, etc. Pero después comprendimos que las balas habían salido de otro lado. Recordamos la consigna que se cantaba en las manifestaciones de la Tendencia: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. La muerte de José Rucci fue un tiro al corazón de Perón.

              - Era la teoría de: “para negociar con Perón, tirémosle un cadáver en la mesa.” ¿Vos en ese momento seguías en Montoneros?

             -Estaba ya ayudando a formar la JP Lealtad. Nada de esto tuvo un día, fueron todos procesos. Un largo proceso de charlas, de puteadas, de discusiones.

               “Recuerdo que hubo una fuerte puja por el nombre que acompañaría a Perón en la fórmula para las presidenciales después de la renuncia de Cámpora. En la Tendencia se temía que esa puja la ganara “la derecha”: así se nombraba tanto a la conducción sindical como a una parte de la rama política y a un sector que rodeaba a Perón, cuya figura emblemática era José López Rega, su secretario personal y ministro de Bienestar Social, a quien muchos sindicaban con fundamentos como un tipo ligado a la CIA, como un agente de la CIA. Existe el comentario de que incluso Perón lo habría utilizado a “Lopecito”, como lo llamaba, para hacerles saber a los yanquis lo que él quería que supieran. Pero aclaremos que, más allá del justificado odio hacia López Rega, había una idea muy sectaria de que todo lo que no era “montonero” era “derecha”, incluido Perón. Lo mismo sucedía con la derecha, que no eran precisamente “nenes de pecho”, y en cuyas filas también había metida gente de los servicios y de las Fuerzas Armadas: todo lo que no les reportaba, para ellos eran “zurdos” y había que eliminarlos. Para muchos de estos sectores había que alimentar un quilombo permanente, porque en definitiva trabajaban para un nuevo golpe de Estado. La Tendencia quiso evitar que el vice fuera un peronista, porque sabía que en ese caso Perón elegiría uno del otro sector. Por eso, argumentando la necesidad de la unidad nacional, se presionó a favor de la fórmula Perón-Balbín, y también en algún momento se insistió con colarlo a Cámpora, a pesar de que Perón le había pedido la renuncia. El intento fracasó.

         -¿Pensás que con Balbín como vice en vez de Isabel hubiera cambiado algo?

         -Mirá. Todos comprendían que Perón estaba viejo y enfermo. Si –como de hecho ocurrió- el General moría durante su mandato, ¿qué suerte correría un sustituto radical, obligado a hacerse cargo del Poder Ejecutivo en un gobierno peronista cruzado por un millón de quilombos internos? Por eso, no acuerdo con quienes creen que ponerlo a Balbín hubiera solucionado algo en medio de semejante inestabilidad. Ni Balbín, ni Isabel, ni nadie quizás, podrían haber conducido eficazmente todo este despelote después de la muerte de Perón, no se trataba de un nombre o de otro. Si a Perón, que era el gran conductor del país, le había costado la vida intentar encauzar la situación política, es ilusorio pretender que Balbín lo hubiera conseguido. También es injusto demonizar a Isabel como se ha hecho. Isabel no era sólo la esposa de Perón, sino también su compañera de lucha política, que se había formado a su lado durante el prolongado exilio, y a la cual Perón había otorgado misiones de responsabilidad cada vez mayor. Ya volveremos sobre esto. Como sea, al fin se eligió a Isabel como compañera de fórmula, y para la Tendencia fue una derrota. Aunque en principio se evitó expresar públicamente la decepción, en las reuniones hacia adentro se sinceraba. Estábamos peleando contra una decisión avalada por Perón.

              Era una fuerte tensión interna. Sentíamos que habíamos hecho mucho para que Perón volviera al país, de modo que yo, en virtud de los lazos de solidaridad con tantos compañeros, me sentía tironeado en un sentido. Pero la verdad es que todos sabíamos que cuando Perón llegara a la Presidencia, el que llegaría no era un personaje más, sino el jefe del Movimiento Nacional Justicialista. Y teníamos que seguir sus instrucciones, su conducción. Nunca hubo un doble comando. Para el pueblo argentino había sólo una conducción. Cuando él empezó a hablar con el pueblo argentino dijo que volvía a reconstruir la Argentina en paz. “Bueno, muchachos –nos dijo-, ya pasó una etapa”. Se refería a la etapa de la Resistencia. “Ahora viene la etapa de la reconstrucción”. Y era una reconstrucción que evidentemente no se podía hacer ni a los palazos, ni a los gomazos, ni menos a los tiros. Perón dijo en ese momento que lo más destruido que tenía la sociedad argentina no eran ni sus fábricas ni sus calles, sino el hombre. Y teníamos que reconstruir al hombre argentino. La palabra del conductor pesa. Pesó sobre mí: aunque durante un tiempo me esforcé por mantener mi militancia en la “Tendencia” y la lealtad a Perón, paulatinamente esa situación se fue definiendo. Y como yo muchos. Y así fue naciendo la JP Lealtad.

              - ¿Quiénes eran la Lealtad?

               - No hubo un grupo de Lealtad. Hubo Lealtades por todos lados.

               - Pero algunos que motorizaban… Por ejemplo, el padre Galli, el cura que vos mencionaste.

             - Sí, Jorge Galli. Motorizaba mucho. Quique Padilla, un tipo que fue muy amigo mío, que se fue al exilio, después volvió y lo mataron en la puerta de su casa choreándole. Otro de nuestro grupo era el diputado Nicolás Gimenez. Otro, Dante Oberlín. Otra, Marcela Durrieu. Otro, Alejandro, Peyrou.  Otro, Ramón Canalis. Y muchos otros, no terminaría nunca de nombrarlos. Pero este era sólo un grupo, uno de los tantos que se referenciaban como JP Lealtad. A simple título de ejemplo, te puedo mencionar el grupo donde estaba Jorge Obeid, que fue de la Regional Santa Fe de la JP y con los años llegó a gobernador de su provincia. Pero hubo tantos grupos…  Se fueron armando en distintos puntos del país, hasta por necesidades del propio proceso, distintas JP Lealtad para irse de Montoneros o de otras agrupaciones cuando se enfrentaron a Perón y entroncar con el peronismo leal a Perón.

            -He oído el testimonio de que el Viejo, lejos de pretender eliminar a Montoneros mediante la represión parapolicial, como algunos le adjudican, quería vaciarlos políticamente, desautorizarlos y quitarles la gente por lo bajo, hasta que la conducción montonera quedara sin sustento. ¿Esto puede entroncar con el proceso de alejamiento que vos describís?

                -Es posible que algo de eso hubiera. Alguna bajada de línea. Porque vos fijate. El sindicalismo estaba furioso con Montoneros, no sólo era una disputa de poder, sino también la calentura por el asesinato de dirigentes obreros, por lo de Rucci. Las broncas inter-movimiento eran cada vez peores. La bronca del sindicalismo contra Montoneros dura hasta hoy. El sindicalismo había sido atacado y también respondía. Con un tiro más o un tiro menos, no lo sé. Pero para Montoneros el sindicalismo era la “burocracia sindical” mientras que para Perón era la estructura central del peronismo, su creación más importante. Por eso es que hoy día, todavía, la dirigencia del movimiento obrero "no perdona" la agresión montonera. Hubo, como se dice ahora, una “fractura", una “grieta” de la que es difícil "hablar", porque a mí me ha pasado con íntimos, muy amigos, del movimiento obrero, que no entienden razones, ...y desde sus puntos de vista, tienen motivos para este rechazo visceral. Otros  son más abiertos. Yo con Lorenzo Miguel, por ejemplo, tuve una relación especial, Lorenzo me salvó en cierta forma. Yo no sé cuánto entendía de quienes veníamos de la juventud; pero era capaz al menos de conversar. Y sin embargo, a pesar de todo ese rencor, a los que veníamos de la lucha armada a través de la JP Lealtad nos abrieron los brazos desde el movimiento obrero cuando decidimos alejarnos de Montoneros. Alguien les habrá dicho: “a los muchachos que se van de Montoneros hay que darles manija, hay que tratarlos bien”. Perón les debe haber dicho: “muchachos, no sean hijos de puta. Todo lo que llegue acá, abran los brazos y tráiganlo”. Los textiles, Lorenzo Miguel…

               -¿Creés, entonces que hubo algún pedido o bajada de línea para recibir a los cuadros que se fueran de Montoneros?

                - No tengo ninguna duda. A nuestro grupo de la Lealtad el sindicalismo nos recibió con los brazos abiertos –dice el Pato-. Adelino Romero, Secretarío General de los textiles y de la CGT, Manolo Pedreira, otro hombre importante de los textiles, y tantos otros de sectores sindicales y algunos de sectores políticos, nos dieron cabida. Textiles en ese momento era un pedazo interesante del sindicalismo. Y nos recibieron, como reyes. Y, en realidad, alguien les habrá dicho “que se queden estos, así no rompen más las pelotas”. Hoy miro esto a la distancia. Fuimos a varias reuniones en Solís e Independencia, donde todavía tienen lo que era entonces la sede central de la Asociación Obrera Textil.

                  -Volviendo a la Plaza del primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”…

                 - Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón. La siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía sufriendo el plan económico. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…

                   -¿Cómo  viviste la muerte de Perón?

                   -Todo el mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había desmejorado mucho por el viaje que hizo a Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado, cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables, como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”. Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo, mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera. Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.

         -Cuando murió Perón –dice Javier- yo tenía diez años, y recuerdo nítidamente, como si la viera,  a una vecina, Beba, madre de mi amigo, mirando la televisión y llorando a lágrima viva, inconsolablemente. Y eso me impresionó. Recuerdo muy bien las imágenes de la televisión en blanco y negro, luctuosas, de los autos oficiales desfilando … ¿Vos cómo supiste su muerte?

           - Ese día me bajé del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría para todos. Para la Patria...  

domingo, 20 de septiembre de 2020

Luchas y amores en cladestinidad. Arrostito, Nell y Cullen. ¿Cómo nace La JP lealtad? Reportaje a Fernando "el pato" Galmarini por Javier Garin

 


Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin



 

             -Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?

   - Fue cuando estuve clandestino en la zona sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu. Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla. Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos,  en afiches de “persona buscada por la justicia”. ¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?     

                      - Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.

              -A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República…  Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes. 

                -¿Y qué podés contar de José Luis Nell?

               -Otro mito de aquellos años, de trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra. Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”. Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento, mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo

              -¿Y ella?

              -¿Lucía? Una chica militante, un ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También era bastante linda, muy linda. Una belleza.

             "Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después. 

             "No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.

                No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar. 

              -¿Y cómo fue que conociste a Marcela Durrieu, tu segunda mujer?

            -Esa es una historia muy larga. 

             -Contala.

             -Yo estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros …

                 -¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?

                 -Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos, hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón. ¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).

              En fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos “Viva Perón”. Era evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón crecía inconteniblemente. Salimos de la comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.

                   -¿La posta sanitaria?

                  -Sí. Ya estábamos mejor organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.

                   -¿Y qué pasó?

                   -La cita era en una pizzería que tenía su historia: la Real, de Avenida Mitre, donde unos años antes habían baleado de muerte a un dirigente metalúrgico combativo, Rosendo García. La historia que cuenta Rodolfo Walsh. Bueno. La médica que estaba a cargo de la posta era una piba jovencita y noté que era muy linda. Yo estaba solo en esa época. Estaba separado. De modo que aquella noche invernal observé muy interesado a la compañera médica, pero por supuesto me comporté como un cuadro disciplinado: rendí un informe rápido, nos fuimos en el colectivo 93 a Retiro, ella con su botiquín y yo con los fierros, cada cual por su lado. Sólo volví a encontrarla varias semanas después, en un campamento de la organización que tenía a mi cargo, y por las noches empezamos a intimar. Poco tiempo después, estábamos viviendo juntos. Ella era Marcela Durrieu, y compartimos más de veinte años desde entonces. Tuvimos tres hijos: Malena, Sebastían y Martín.

               -¿Y cuándo se dieron cuenta de qué Perón realmente volvería?

            -El año 1972 es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al  17 de noviembre, fecha en que Perón regresó, se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que terminó venciendo la proscripción”.

              "Frente a la casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”-  destinado a aislar al régimen de Lanusse y a garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos básicos entre partidos que pronto serían  gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”, resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno militar  convocó a elecciones presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El gobierno militar dictó una cláusula que exigía  un tiempo  de permanencia en la Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia” y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus hombres cerca de él.

          -Desde el punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?

             -Los militantes más ingenuos –dice el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes, desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros, mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho, que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso. Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más, viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal. Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.

              -Cuando vienen de hablar con Perón, ¿vienen decepcionados?

               -Claro. Eran los tres, los capos de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.

               -¿“Reforma o revolución” era la discusión en ese momento?

                -Ahí yo sí recuerdo que tenía, tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y este compañero dijo: “No, no, hermano. No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.

               -Pero ¿cómo era ese debate?

                -Como eran todas cosas clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la discusión ya estaba ahí.

             -¿La discusión consistía en que algunos planteaban que había que superarlo a Perón?

             -Exacto. Y los compañeros más lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir, discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.

           -O sea, bastante antes del asesinato de Rucci.

            -Sí. Empezó. No es que se rompió, pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez, el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.

                - Y con el tema del ERP, del PRT…

                - Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx, a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”! (Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.

                En este punto de la charla con el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones, armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno, eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”. “Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”. Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad, ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones pretendían no darse por enterados.

              - Yo creo que a Perón,  viendo todo esto a la distancia, las organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante que la organización armada.

                -Si lo miramos sólo como el proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?  

               -Claro. Cuando Perón hablaba de la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón: “te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble!  Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados del conjunto de la sociedad.

              - ¿Vos lo percibías, así?

                -Al final, sí.                             

               - Es decir, ¿cada vez más estaban en el microclima?

               - Era cada vez más fierro y menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.

               “El proceso importante y masivo, fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....

              -Ellos eran la vanguardia.

              -Claarooo. Ellos eran (algunos bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el "Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels, Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario, unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros, mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no Perón los que iban a conducir.

               “Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones en cuanto a convocatoria.  En verdad, esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que englobaba a todo. Y le daba una  mística. En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos en unas movilizaciones impresionantes.

             -Querría que expliques más la formación de la JP Lealtad.

              -La Lealtad fueron los peronistas que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista.  No fue algo ordenado y único. Así como la formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín. Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.

             - ¿Ese fenómeno se profundiza con el asesinato de Rucci por Montoneros?

              - No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad, lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.

sábado, 12 de septiembre de 2020

VIVIR EN CLANDESTINIDAD ANTES DEL REGRESO DE PERON, por Fernando "el pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin





Nace "el Pato" en clandestinidad

          -¿Cómo te enteraste que te buscaban?

-Faltaba poco para que el General Perón volviera a su patria. El tiempo de su llegada era un misterio. Todos algo suponían, pero era un secreto de muy pocos. Ya habían nacido Bernardita y Socorro, mis primeras dos hijas. Lo que ni siquiera imaginaba sucedió. Mi madre y una tía me esperaban para darme la noticia: "te buscan". Un beso a mis dos hijas, un puñado de pilchas y no más tiempo. El por qué quedaba para más adelante. Nadie sabe para cuándo, no hay tiempo. "Gracias vieja por avisar, cuidalas mucho, nos vemos pronto".

-¿Y en esa precariedad es que nace "el Pato"?

-Poco después de entrar en la clandestinidad, mirá vos cómo se mezcla el tema del deporte, nace el hijo mayor de mi hermana, Nicolás… Yo estaba rajado por la zona sur, por Lanús, Lomas… Y, para que no me reconocieran me había dejado los bigotes, y tenía una cédula trucha, me llamaba “Lucas Suárez”. Ya Descamisados nos habíamos fusionado con Montoneros, y ellos tenían la suficiente organización como para proveerte de documentación. Al parecer, usaban una agencia de empleos: ponían avisos en los diarios pidiendo gente para distintos puestos, con diferentes exigencias de calificación, y en las “entrevistas laborales” fotocopiaban cédulas que después eran la base de la documentación fraguada; además, en esas entrevistas se averiguaba la historia de vida de los solicitantes y con esas historias  se fabricaban coberturas para los perseguidos políticos, como era mi caso. Así es que terminé siendo “Lucas”. Allá en Lomas, con los pibes que también eran militantes, algunos de ellos de fábricas y comisiones internas, como el flaco “Patiño”, el “comanche” Figueroa, etc., jugábamos picados, porque rajado y todo no podía dejar el futbol, y ahí es cuando los muchachos futboleros me empiezan a decir “Pato”, por el dibujito animado, el “Pato Lucas”. (Risas). Yo nunca pude explicar públicamente el origen de mi apodo, que nació en la clandestinidad, hasta hace unos años. Cuando me preguntaban de dónde venía lo de “Pato”, lo justificaba diciendo que era por mi estilo de juego, que era parecido al del Pato Pastoriza,  que por eso me llamaban así. ¡Mentira! ¡Qué caradura, compararme con Pastoriza!  Así que cuando nace el hijo de mi hermana (quien andando el tiempo fue medio scrum de Los Pumas), y yo salgo como padrino, me caigo ante toda la familia con bigotes y con anteojos para que no me reconozcan, y mi familia me miraba como a un loco (Risas)… Y, claro, mi hermana y todos decían: “este está medio pelotudo” (Risas). ¡No entendían un carajo!  Por suerte no había nadie que se ocupara de seguirme, porque ese disfraz era ridículamente transparente: todos mis familiares y amigos presentes me reconocieron de inmediato. Así, nació un nuevo personaje para mí. Fui el “Pato”, y nunca más me llamaron como antes.

                -¿Y cómo te llamás vos? (Risas).

                -Fernando Nicolás.

               -Pero cuando jugabas oficialmente al futbol no podías usar la cédula trucha… Tenías que mostrar la tuya.

             -Mostraba la mía, y después, si alguien me paraba en la esquina de la cancha, mostraba la cédula trucha. Cosa que nunca me pasó, pero llevaba las dos por las dudas. Los compañeros jugadores, alguno me debe haber visto con las dos cédulas. Raúl Delucci, uno que jugaba conmigo en Acassuso, que había jugado en Ferro, un rata piola, me llamaba “el Fugitivo” por la serie de TV. (Risas).

            “Recuerdo que en esos tiempos, cuando nació el “Pato”, jugamos un partido con Defensores de Belgrano. Lo recuerdo bien, en principio, porque ese año 1972 ellos salieron campeones y ascendieron y nosotros nos fuimos al descenso, a la “D”, la última categoría de la AFA. En Defensores había un jugador que la rompía, era un delantero de colección. El técnico nos decía: “Hay que marcarlo, hay que marcarlo, no lo dejen que agarre la pelota”. ¡Qué mierda lo íbamos a marcar, si el hijo de puta hacía lo que quería! Nos golearon: le metían 3 ó 4 goles a todo el mundo y a nosotros también. El delantero imparable era René Houseman[1], que poco después, en el ´73, iba a ser campeón con uno de los grandes equipos de la historia de nuestro fútbol: el “Globito” de César Luis Menotti[2].

                    -¿Cómo era la vida en clandestinidad?

               -Te aseguro que no era nada gracioso… Yo lo cuento en forma chistosa, pero es para desdramatizar, para poder hablar de tiempos que fueron terribles. Hay hechos muy fuleros que empezaron a suceder a medida que la cosa se ponía pesada. Yo me separé, mi primera mujer no pudo aguantar que anduviéramos de aquí para allá, huyendo en nuestro exilio interno con dos hijitas a cuestas. ¿Cómo no entenderla? Arreglamos que se blanqueara, que se presentara en la Cámara Federal, el famoso “Camarón”, que se ocupaba de las cuestiones relacionadas con las organizaciones que ellos llamaban “subversivas”, para desligarse de mi militancia, de común acuerdo conmigo, porque se nos hacía insostenible seguir ambos en la clandestinidad.  Yo visitaba a mis dos primeras hijas, que entonces eran unas nenitas, mi vieja las llevaba en secreto a encontrarse conmigo; la obligaba a tomar varios colectivos a mi pobre vieja, y yo tomaba como catorce colectivos, hasta la plaza Las Heras, para poder verlas. Mi vieja no entendía qué carajo tenía que hacer escondiéndome así… Yo llegaba, las hamacaba un rato, y ella se las llevaba de nuevo. No era joda estar clandestino, estar en cana, o que te hagan pelota, como les pasó a tantos compañeros.

                  Invadido por los recuerdos, el Pato se pone serio y reflexiona:

                  -Tardé mucho tiempo en decidirme a hablar o contar estas experiencias. Y el motivo no era la pereza. Muchas de las cosas que hoy puedo recordar vuelven tras un enorme esfuerzo. Tengo que forzar la memoria para organizar largos lapsos de mi vida. Seguro a miles de compañeros, que vivieron situaciones análogas, les ocurra lo mismo.

         “Cuando uno atraviesa la clandestinidad hace un ejercicio del olvido, se esfuerza en acordarse sólo de lo indispensable. Además, está la simulación: el  amigo “Fulano” pasa a llamarse  “José”. ¿Y dónde vive “José”? Uno lo ignora y hasta ignora el apellido fingido si no se necesita el dato. El lema es: “No conocés a nadie”. El  nombre de uno pasa a ser otro, los otros son todos nombres de fantasía. Si hay que visitar el domicilio de un compañero para tratar algún tema, el dueño de casa te guiará, mientras vas en un auto con los ojos cerrados para no recordar el camino.

         “Así,  he vivido en algunos lugares  que aprendí a borrar de mi memoria.  Paso por algunos y me digo: “esto me parece conocido, yo viví por esta zona”, pero no tengo modo de precisar ese recuerdo. Yo viví, seguro, en Avellaneda, pero  hoy no podría precisar dónde, ni en qué mes de qué año.

         “Para recuperar muchos de estos recuerdos necesité años de ordenar fechas, de encuentros con compañeros que por largo tiempo no vi. Años de terapia, una cura de recuerdos ayudada por la voluntad. Me di cuenta de que el olvido estaba envuelto en viejos temores y angustias. De a poco fui reconstruyendo.

        “Después de empezar a conversar este reportaje, yo pensé que tenía todas las cosas muy claras y asumidas. Y en verdad me paso que ni tenía las cosas muy claras, ni tampoco las tenía muy asumidas como para que nada me afectara –confiesa el Pato-. En verdad, no fueron pocas las noches en este tiempo que sentí nostalgias, o no sé cuál es el término, de muchos compañeros que yo conocí, que estuvieron muy cerca mío, y que no están. Y en verdad, de sus muertes, yo me enteré muchísimo tiempo después, porque habíamos tomado caminos distintos.

       “Por ejemplo, de los compañeros con los que vivimos un tiempo en Villa Urquiza, Ricardo Dios, y la petisa Norma (no sé si Norma era su verdadero nombre, o si era un nombre de fantasía; ella estudiaba psicología; después me enteré que se había recibido de psicóloga, pero nunca más la vi), a Ricardo lo mataron, todavía no sé en qué circunstancias, ni cuando, ni dónde… Era más chico que yo, estuve con él en algún grupo…¿Cuánto estuve ahí? Tampoco me acuerdo… Y de ahí salté yo solo, porque ya mi primera mujer había comparecido ante el “Camarón, y me fui a vivir a Vicente López, a dos o tres cuadras de la Municipalidad; si yo pasase reconozco la casa: un departamento, en planta baja;  con Ángel Giorgiadis, y Teté. A Teté la volví a ver hasta el presente, y a Angelito, un pibe fenómeno, con ilusiones, con mística, lo mataron cuando estuvo detenido en la Unidad 9 de La Plata, junto a Dardo Cabo, en la última dictadura. Les aplicaron la "ley de fugas". Inventaron un intento de evasión[3]. Yo había sido su jefe operativo, y después del retorno de Perón nuestros caminos se separaron: yo me fui a la Juventud Peronista Lealtad y él siguió con Montoneros. Hace un tiempo se les rindió un homenaje, a Ángel y a Dardo, en la Unidad 9. En esa Unidad 9 convergen las dos líneas del pasado, política y futbol. Allí gestioné, hace un tiempo, que fuera la primera división de Tigre a jugar al fútbol con los internos, con mi hijo Martín que juega en ese club.

                 “¿Por qué me tengo que rajar de lo de Ángel y Teté? Porque un día, planta baja con las ventanas abiertas, estábamos en tareas organizativas, y pasa gente por la calle y nos entran a mirar de un modo sospechoso, y nos dimos cuenta enseguida. Era un momento no tan bravo como el posterior al 76, pero era una dictadura, y por precaución hicimos abandono del lugar. Poco después salto a Lomas de Zamora, donde la conozco a Norma Arrostito, que estaba buscada por todos lados. Y era, en ese momento, una mujer de unas agallas impresionantes. Y que también murió, en la ESMA. Todos con los que yo viví en esos tiempos hoy están muertos o los mataron…

              “De Angelito yo la volví a ver a Teté, su mujer, y hablé algunas veces con ella, y son cosas que no se superan. Y de Ricardo de Dios, terminé conociendo a su madre, que vivía a una cuadra de la estación Martínez… Yo caí en la casa de ellos, a hablar con la madre tiempo después, ya en época de la democracia. Con lo cual, todo esto fui recordándolo a medida que pude. Durante mucho tiempo uno niega todas estas cosas, lo esconde de sí mismo. Y a veces por necesidad, porque no podés estar rememorando todo el tiempo. Te hacés pelota.

          -¿Cómo fue que Descamisados se incorpora a Montoneros?

         -Bueno, era la lógica, pienso yo. La Argentina ya había aprendido a convivir con el fenómeno de la guerrilla urbana; actuaban muchos grupos: FAL, FAP, FAR y, desde hacía algunos meses (desde el 29 de mayo de 1970), esta organización de nombre original, Montoneros. Su primera acción conocida había tenido una enorme resonancia: habían secuestrado de su domicilio al general retirado Pedro Eugenio Aramburu[3], segundo presidente de la llamada “Revolución Libertadora”, bajo cuyo gobierno se habían producido los fusilamientos de militares y civiles peronistas y nacionalistas en 1956. Cuando surgieron a la luz pública, los Montoneros estaban rodeados por un halo de misterio. Su nombre, el lenguaje de sus comunicaciones (no menos que el hecho de tomar a Aramburu como blanco de su primer ataque), los asociaba con el peronismo y con el revisionismo histórico nacionalista. En vísperas del secuestro, fuertes versiones indicaban que Aramburu había tendido puentes y mantenido contactos con Arturo Frondizi y hasta con el propio Perón con el objeto de desplazar al general Onganía de la presidencia y abrir un proceso electoral para salir del régimen militar. En ese contexto, algunos difundieron la conjetura de que la acción de los misteriosos guerrilleros había sido inducida por el propio gobierno castrense[4]. Esas versiones no impidieron que muchísimos militantes que buscábamos que el retorno de Perón se vinculara con una fuerte reforma social, nos sintiéramos atraídos por esos misteriosos montoneros. Debo confesar que la aparición del cadáver de Aramburu  no neutralizó el magnetismo que ejercía esa fórmula que en ese momento nos parecía romántica, combativa, justiciera, redentora y peronista. Después mi visión cambió, sobre todo cuando Perón llegó al gobierno y me fui a la JP Lealtad. Es una nueva etapa.

                   “Cuando evoco aquella época, me surgen dos cosas. Primero, el cariño subsistente hacia muchos compañeros militantes que conocí y fueron parte de las organizaciones armadas, que hoy ya no están, y que se granjearon mi respeto y admiración por su compromiso militante, en el cual dieron sus vidas, más allá de la mirada crítica que hoy tengo respecto de la lucha armada, sobre todo cuando esa lucha armada se continuó una vez restablecida la democracia y retornado Perón al país, tal como anhelaban las mayorías argentinas. Por otra parte, hoy puedo analizar que esta entrega tan valiente estuvo signada, lamentablemente, por enormes errores políticos de quienes conducían, errores que andando el tiempo sirvieron como pretexto para los sectores cívico-militares que conspiraban contra el gobierno democrático de Perón y de Isabel, y que finalmente lograron instaurar la más brutal y cruel de las dictaduras tras el golpe de 1976”.

 




[1] René Orlando Houseman (1953- 2018), delantero mítico, célebre por su excepcional gambeta, fue el jugador estrella del Huracán campeón del Torneo metropolitano de 1973. Integró asimismo la Selección argentina de fútbol en los mundiales de 1973 y 1978, en que se coronó campeón. Jugó para la albiceleste 55 partidos anotando 13 goles.

.[2] Huracán, equipo chico, causó sensación con su excelente juego  en 1973 al consagrarse campeón del Torneo Metropolitano tras una gran campaña bajo la conducción del futuro DT de la selección campeona del mundo 1978, César Luis Menotti. Disputó 19 partidos ganados, 8 empatados y 5 perdidos, con 62 goles a favor y 30 en contra siendo la valla menos vencida. Lo integraban Héctor Jorge Roganti; Nelson Pedro Chabay; Jorge Carrascosa; Omar Ruben Larrosa; Francisco Faustino Russo; Alfio Basile; Daniel Alberto Buglione; René Orlando Houseman; Carlos Alberto Babington; Carlos Alberto Leone; Roque Alberto Avallay; Miguel Angel Brindisi; Eduado Enrique Quiroga; Francisco del Valle; José Rubén Scalise; Edgardo Luis Cantú; Julio Cesar Tello; Ruben Alberto Ríos; Angel Carlos Tolisano; Adolfo Kerikian; Alberto Luis Fanesi; Alfonso Dante Roma; Luis Alberto Ceballos.

[3] El general y ex presidente de facto de la Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu ( 1903 -  1970)  fue secuestrado por Montoneros el 29 de mayo de 1970, sometido a un “juicio revolucionario” por el golpe de Estado de 1955,  los fusilamientos de 1956 y el robo del cadáver de Evita, y ejecutado de un tiro por Fernando Abal Medina en el sótano de la estancia La Celma en la localidad de Timote (partido de Carlos Tejedorprovincia de Buenos Aires).Fue la presentación en sociedad de Montoneros, tal como señalara posteriormente Firmenich: "El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro ( …) La ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización."​

 [4] La versión alternativa a la que brinda Montoneros en la revista “Causa peronista” en septiembre de 1974 sobre el secuestro y asesinato de Aramburu ha sido sostenida por muchos investigadores sobre la base de las versiones que desde un principio señalaron al propio gobierno de Onganía como responsable del crimen y presentaron al núcleo fundacional de Montoneros operando a su favor. Fernandez Alvariños sostiene en su libro “ZA argentina, el crimen del siglo”, que el asesinato fue perpetrado por fuerzas paramilitares y parapoliciales de Onganía, en un operativo organizado por su Ministro del Interior, el General Francisco Imaz. Según esta versión, Aramburu habría sido asesinado en el Hospital Militar Central de Buenos Aires.

Para explicar este accionar se afirma que en esos momentos Aramburu representaba un serio problema para Onganía, ya que había iniciado conversaciones en búsqueda de un acuerdo con Perón para una salida electoral”. Asimismo, se sostiene que avanzaba un golpe militar para sustituir a Onganía, en el que habrían conspirado, entre otros, el general Agustín Lanusse, Arturo Frondizi y el propio Aramburu, a quien se propondría como futuro Presidente. Para prevenir este golpe fue que la inteligencia millitar de Oganía habría facilitado el accionar de los futuros montoneros para que lo secuestren y luego interrogarlo. El anciano general habría fallecido durante el oeprativo sin que pudieran reanimarlo en el Hospital Militar, fraguándose luego toda la historia del secuestro y ejecución para ocultar lo sucedido.

Por su parte, Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi, en la biografía “Aramburu”, afirman que Carlos Alconada, ex ministro de Aramburu, imputaba el asesinato al ministro Francisco Imaz. Y aseguran que Arturo Mor Roig, siendo ministro del Interior, habría informado a la viuda de Aramburu que no se podía seguir investigando sin que el Ejército resultara salpicado.

Sin duda, el verdadero carácter y autoría intelectual del asesinato de Aramburu quedará como un tema controversial por muchos años.