"Puto y ladrón, queremos a Perón".
por Fernando "Pato" Galmarini, entrevista y textos de Javier Garin
"Puto y ladrón, queremos a Perón".
Ya hemos dicho que el
Pato se reconoce orgullosamente como “de
Boca y Peronista”. “Como el propio Perón”, agrega. Y promete que
fundamentará irrefutablemente la filiación boquense
del General.
-La
frase “de Boca y peronista” -cuenta el Pato- se la oí decir muchas veces a Antonio Cafiero. Y antes de él, a un sacerdote
tercermundista que, al igual que Carlos Mugica, fue -para muchos de mi generación- un referente político y espiritual: el Padre Jorge Galli." Un
sacerdote de Pergamino que jugó un papel importante en la conformación de la JP
Lealtad y en el alejamiento del Pato y de otros jóvenes de la tendencia
revolucionaria, tras el asesinato de Rucci. “El
padre Jorge Galli era un fenómeno –cuenta-. Un tipazo. Amigo de Carlos Mugica, pero de origen más popular. Fuimos
muy cercanos. A veces el padre Jorge lo chicaneaba amistosamente a Carlos
Mujica y le decía: “vos sos un cajetilla”. Porque, claro, el padre Jorge era de
una familia muy humilde y muy peronista. Le gustaba el futbol y era fanático de
Boca. Y siempre me decía: soy de Boca y
peronista.”
El Pato no sabe muy bien de dónde le viene esa filiación
político-futbolera. Casi seguro, por el contacto con los chicos del barrio, de
la calle Arenales. “Ahí, en los picados,
yo me hice boquense, no me preguntes por qué… Mi viejo era hincha de
Independiente, y me enloquecía con ir a ver al Rojo: me
hablaba de los infinitos goles de Arsenio Erico y de las míticas apiladas y
gambetas de Vicente De la Mata; con él vi a Micheli, Ceconatto, Bonelli; Grillo
y Cruz. Pero entre el piberío de los picados Boca tenía más predicamento,
creo yo. Y a partir de los siete años, más o menos, me habré hecho hincha de
Boca, aunque mi viejo me tirara para el lado de Avellaneda. No era por exitismo: Boca había salido campeón cuando yo
tenía un año y dos años, y después recién volvió a ganar un campeonato en 1954,
tras una década. Tengo grabada la formación de Boca campeón para siempre:
arquero Musimessi; Colman y Edwards; Lombardo, Mouriño y Pescia; Nardiello,
Baiocco, Borello, Rosello, y el “turco” Markarian. A Musimessi le decían “el
guardavallas cantor”, porque cantaba unos chamamés más malos que el diablo;
incluso grabó un disco que yo de pibe tenía en formato de 78; años después lo
conocí cuando trabajó con Rousselot en la Municipalidad de Morón. También
conocí a Edwards cuando armamos la Secretaría de Deportes de Nación. Y a Pepino
Morello lo conocí en una estación de servicio de zona sur muchísimos años
después”.
- ¿Es cierto que, entre las cosas buenas que te dejó la militancia
política, te diste el gusto de tratar con muchos de los ídolos deportivos
de la Argentina?
. - Sí, Javier. Tuve la suerte de
conocer en persona a los cinco más grandes deportistas del siglo XX, según la
elección del Círculo de Periodistas Deportivos de 1999, a saber: Diego Armando
Maradona, Juan Manuel Fangio, Carlos Monzón, Guillermo Vilas y Roberto De
Vicenzo. Además de ellos, tuve oportunidad de conversar muchísimas veces, y en
algunos casos mantener amistad, con importantes figuras, desde Prada a Nicolino
Locche, desde César Menotti a Salvador Bilardo, Gabriela Sabattini, Hugo Porta,
Osvaldo Suarez, Reynaldo Borno, y desde ya numerosos futbolistas, el “loco”
Gatti, el “pato” Fillol, Juan Simón, Norberto Alonso, mi amigo el “Hueso”
Glaría… Hasta me puse la gloriosa camiseta de Boca en un partido a beneficio”,
dice, y promete contarnos todo esto en detalle más adelante.
Su adhesión al peronismo también nació
en el barrio y en los picados. “Mi viejo
era un profesional de clase media, y mi vieja, ama de casa. Cuando vino el
peronismo, mi familia no fue de las que lo
celebraron, sino más bien de las que se limitaron a admitirlo. En mi
casa no se hablaba de política. Mi viejo laburaba como bioquímico en el Ministerio
de Agricultura. Fue reservista. Yo me acuerdo que tenía el birrete, que les
daban a todos los laburantes, y que los hacían desfilar. Y a algunos les
gustaba, y a muchos no les gustaba. No era antiperonista, pero le desagradaban
las imposiciones. Por ejemplo, que lo obligaran a llevar brazalete negro por la
muerte de Evita [1],
aunque íntimamente lamentara su pérdida. Pero si vos me preguntás dónde habré
escuchado las cosas primeras de Perón, debe ser con los pibes de la calle,
jugando a la pelota. Y en los Torneos Evita. Entre mis amigos del fútbol callejero sentí
fuerte la tristeza que provocó la muerte de Evita. Me acuerdo de esos días en que en las radios sólo se
escuchaba música sacra y a las 20:25 se recordaba diariamente el momento de su
fallecimiento. Creo que durante varios días hasta dejamos la pelota archivada y
nos dedicamos a la bolita o las figuritas para no hacer bochinche. Ahora,
¿yo era peronista? ¡No lo sé! ¡Yo qué sé qué era! Futbol y peronismo eran cosas que se respiraban. En el ambiente
futbolero se respiraba mucho peronismo. Era más que una postura política. Era
una forma de ser. Para muchos, ser peronista era como me contó la hija del
“Mono” Gatica, Eva, que solía decir su padre: “yo de política no entiendo nada,
yo soy peronista”.
-Tengo una imagen muy,
muy fuerte –prosigue el Pato- donde de nuevo se mezclan para mí la política y
el deporte, Boca y Perón, como ha sido una constante a lo largo de mi vida. Los
gorilas habían instalado miles de mentiras sistemáticas para destruir el
prestigio de Perón después de su derrocamiento[2].
Lo acusaron de ladrón de los dineros públicos. Y pusieron en circulación todo
género de infamias destinadas a presentarlo como un pervertido, persiguiendo a
las jovencitas de la Unión de Estudiantes Secundarios, o asegurando que Perón
era homosexual. En su amor por el boxeo, había traído a la Argentina grandes
pugilistas norteamericanos, entre ellos Archie Moore, y salieron a decir que
éste se acostaba con Perón. Y había un muñequito movible, que yo tuve en mis
manos (y debe haber habido muchos dando vuelta) que representaba a un boxeador
negro, como Archie Moore, y un tipo vestido de general como Perón, y cuando lo
apretabas de abajo, el boxeador tenía sexo con el general. Esto circulaba entre
los adultos, pero también lo veíamos los pibes. ¡Los gorilas de entonces eran
peores que ahora! La palabra “Evita” había sido prohibida, igual que las palabras
“Perón”, “peronismo”, “justicialismo”, “descamisado”… ¡Igual que la marcha
peronista, su escudo, las efigies de sus fundadores! Ese gobierno que se
llamaba a sí mismo “libertador” y que proclamaba “la democracia” había emitido
un decreto ley –número 4161- tan infame
como ridículo, con el que pretendía expropiarnos la palabra y borrarnos los
recuerdos”[3].
Pero el pueblo no creía en las
infamias y las daba vuelta. El Pato se emociona al recordar la lealtad de las hinchadas
futboleras hacia Perón en los primeros años de la proscripción. Allá en la
Bombonera, donde ningún decreto de prohibición dictatorial de nombrar a Perón
tenía vigencia, donde no lograban calar los escribas pagados para difamar y
ensuciar al líder proscripto, donde caducaban todas las represiones y se
liberaban los impulsos vedados en la Argentina “oficial”, la hinchada daba
rienda suelta a su peronismo y su rebeldía. La multitud informe, incontenible,
exuberante, prorrumpía en cánticos reivindicativos. Y la Bombonera temblaba, y
todas las canchas temblaban, y se oía por largo rato el retumbar ensordecedor
del pueblo, burlándose de los dictadores, sin perder el tiempo en refutar sus
agravios, tomando sus mismas mentiras como bandera:
“Puto-y-ladrón,
queremos-a-Perón.”
“Puto-y-ladrón,
queremos-a-Perón.”
“Porque
el peronismo es así –dice el Pato-. Y
Boca también es así. Puro tumulto, puro corazón, puro pueblo. Y por eso soy
como decía el Padre Galli. De Boca y peronista.”
La
nostalgia del Pato Galmarini por el primer peronismo se mezcla en su memoria
con la natural nostalgia que todos sentimos por nuestra infancia. La alegre
despreocupación infantil, la inocencia y los juegos, la edad dorada de la
niñez, la cariñosa protección de los padres, el cuidado y afecto de un padre justo,
pero también “compinche”, que luego perdería a edad demasiado temprana: todo
ello coincidió felizmente, para él y para los chicos de su tiempo, con uno de
los períodos de mayor esplendor y primacía popular en la historia argentina.
Tras
la Década Infame se abrió en el país un tiempo de afirmación nacional, de
crecimiento económico y de redistribución de la riqueza que impactó en el bienestar de los sectores populares. Este auge estuvo
vinculado, por una parte, con un nuevo concepto introducido por los hombres que
asumieron el gobierno –entre los que descollaba el entonces coronel Perón-, y
en parte por el aprovechamiento inteligente de una coyuntura internacional. El
nuevo concepto fue el de planificación. Los sectores más inteligentes del
gobierno surgido de la Revolución de 1943 se propusieron administrar
planificadamente los distintos aspectos de la vida argentina, para realizar
potencialidades hasta entonces inexploradas: su instrumento y usina de ideas
fue el Consejo Nacional de Posguerra, que tuvo a su cargo el cometido de pensar
el mundo, y la forma de inserción argentina en él, en el escenario existente y
en el inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial[4].
Por primera vez se hablaba de manera sistemática de
geopolítica y de planificación económica y social, haciendo amplio uso de las estadísticas. La coyuntura internacional fue, precisamente,
la de la gran contienda bélica entre las potencias del Eje y los Aliados, conflagración
monstruosa en la que se debatían millones de combatientes y que insumía
esfuerzos y recursos de los principales Estados de cinco continentes. Argentina
se empeñó en mantener la neutralidad casi hasta el final. Esta decisión,
duramente criticada por los países aliados –y fuertemente combatida por los
Estados Unidos a través de un aguerrido y soberbio representante diplomático,
el embajador Spruille Braden, quien pasó a convertirse en el símbolo viviente
del intervencionismo norteamericano-, dio sin embargo al país la oportunidad de
un inédito desarrollo. La guerra obligó a la sustitución de importaciones, con
la consiguiente expansión de la actividad industrial y el fortalecimiento del
mercado interno; en pocos años, Argentina dejó atrás la exclusividad asfixiante
de la producción agrícola-ganadera –propia del modelo tradicional
agroexportador afianzado por la división internacional del trabajo desde la
segunda mitad del siglo XIX-; la actividad se diversificó; se fortaleció un
proletariado urbano cada vez más numeroso y bien organizado; el Estado asumió
un decidido rol interventor en la economía; mediante la Justicia Social se
procuró corregir desigualdades. Los sectores más vulnerables y postergados –los
campesinos, los trabajadores rurales, los trabajadores industriales, los niños,
los ancianos, las mujeres- recibieron una protección legal y social inédita
hasta entonces. Fue la versión criolla del Estado de Bienestar, sostenida
políticamente en la alianza de Perón con el movimiento obrero organizado: base
social de su consagración como líder popular nacional durante la jornada del 17
de octubre de 1945, y razón principal de su triunfo electoral del 24 de febrero
de 1946, en las primeras elecciones libres y democráticas que se celebraron casi
dieciséis años después del golpe de Estado al presidente Yrigoyen[5].
En
paralelo a todo este proceso de expansión económica y reparación social, el
país vivió un auge en todos los aspectos de la vida nacional, y un renacimiento
del espíritu patriótico, el orgullo y la autoestima. La Argentina de los años
cuarenta y primera mitad de los cincuenta era un país joven que se sentía llamado a grandes destinos; que confiaba en sus propias fuerzas; que miraba
al futuro sin temor y esperaba de él la ocasión de nuevos desarrollos y
triunfos. Este optimismo era fogoneado desde el gobierno y sostenido en hechos
positivos y reales: la capacidad y la inventiva hallaban expresión en la
producción industrial, en la obtención de logros tecnológicos, la realización
de importante obra pública, el desarrollo y fabricación de automóviles,
locomotoras, aviones, barcos, hasta los primeros intentos de aprovechamiento de
la energía nuclear. En el terreno cultural, fue también el auge de diversas
formas de la cultura popular: el tango tuvo su época dorada; el folklore
conquistó el respeto y la estimación; la radiofonía copó los hogares instalando
decenas de estrellas de radioteatros –de ese medio surgió precisamente Evita-;
el cine argentino, exportado a toda América, conoció su momento de gloria. Nada
parecía imposible para una Argentina que se ponía de pie sin miedo ni complejos
ante el mundo.
Aquellos
años vieron también el ocaso e irremontable declinación del dominio político,
económico y cultural de Inglaterra. La Segunda Guerra Mundial significó el
principio del fin del más grande imperio mundial que los ingleses habían sabido
construir en los últimos siglos, derrotando a sus rivales, y que tenía en
Argentina una semicolonia, un país teóricamente “independiente” desde el punto
de vista político, pero en la práctica subordinado a sus mandatos económicos, y
cuyas áreas estratégicas estaban controladas por los capitales británicos. Los
lazos de la sujeción imperialista al dominio británico habían sido denunciados
por Lisandro de la Torre en jornadas ominosas en el Senado de la Nación[6], y
por Raúl Scalabrini Ortíz[7] y
los hombres de FORJA[8] en
densos e irrefutables ensayos y en enérgicas proclamas políticas, hasta
entonces caídas en saco roto. Pero mientras Inglaterra decaía, Estados Unidos
se levantaba, robustecido por el triunfo en la Segunda Guerra Mundial,
afianzado en su autoproclamada intención hegemónica a nivel mundial y
especialmente en relación a América Latina, a la que siempre había mirado como
su “patio trasero”, aunque sin poder consumar sino hasta entonces la extensión
de su dominio a todo el continente. La sustitución gradual del dominio
británico menguante por la naciente hegemonía norteamericana abrió una brecha
en el esquema de dominación del sur del continente, que fue muy bien
aprovechado por Perón para intentar un gobierno autodeterminado y procurar
extender una influencia independiente a otros países de la región. Fue la época
del renacer del americanismo, del sueño del ABC: la alianza estratégica de
Argentina, Brasil y Chile en la construcción de una gran potencia sudamericana
bioceánica, capaz de disputar su lugar en el mundo con los más poderosos[9].
Sueño boicoteado por los intereses imperiales y nunca concretado. Fue también
el comienzo de la Guerra Fría: del mundo repartido en Yalta entre el imperio
bifronte anglosajón y el imperio comunista ruso, realidad geopolítica la que el General Perón respondió con un
aporte original y pionero: la “Tercera Posición”.
En
ese país, cuya versión idealizada procuró Perón teorizar en el Congreso de
Filosofía de Mendoza mediante la proclamación de la “Comunidad Organizada”[10],
los valores que dominaban eran los de la solidaridad, la protección y el
cuidado; la confrontación y la lucha eran sustituidos, al menos teóricamente,
por la colaboración en aras de un proyecto común de Nación. Las tres banderas
que debían unir al pueblo habían sido delineadas por Perón en casi todos sus
discursos: Justicia Social, Soberanía Polìtica e Independencia Económica. En la
realidad concreta, este ideal cooperativo, cuasi idílico, nunca tuvo un
definido correlato, pues la vida política estuvo signada por momentos de una
fuerte confrontación interna, expresada en las elecciones de 1946 por la
disputa entre el naciente Justicialismo y la Unión Democrática –expresión
unitaria de todas las vertientes del antiperonismo- y en lo sucesivo
manifestada a través de resistencias, levantamientos e incluso atentados de los
sectores contrarios al gobierno.
Pero la dureza de los enfrentamientos
políticos no se manifestaba en la vida cotidiana sino como un eco lejano de
disturbios incomprensibles para los niños. Ellos vivían otra realidad, una vida
social en la cual el gobierno había proclamado –y procuraba sostener en hechos
y en políticas sociales, educativas, sanitarias y deportivas- que eran “los
únicos privilegiados”. Era el tiempo de los Torneos Evita, que marcaron a fuego la infancia del Pato, como ha contado en un capítulo anterior.
"Era una Argentina distinta" - reflexiona. Un país que empezaba a dejar atrás la desnutrición
infantil y las enfermedades endémicas, hijas del desinterés del Estado, que
aplicaba a los niños las políticas sanitarias del Dr. Carrillo[11],
en cuyos barrios no se conocía la droga, la delincuencia ni la inseguridad,
cuyas poblaciones carcelarias disminuían en virtud de los efectos benéficos de
la Justicia Social. “Hoy parece mentira
todo aquello –se lamenta el Pato-. Cuando
lo contás, quienes no lo vivieron creen que exagerás, que estás verseando…”
Sobre
la vida nacional se erguían como arquetipos las figuras de Perón y Evita:
padres simbólicos de una nación joven, tan joven que aún reclamaba –en su
imaginario reforzado por la propaganda oficial- la guía de un padre benévolo y
justo y de una madre que prodigaba su amor incondicional a los más necesitados.
-Esa época -dice el Pato- fue también uno de los mayores momentos de esplendor en el deporte. Y yo lo viví como pibe, como amante del deporte y como deportista aficionado.
De ese tema, preferido del Pato, nos ocuparemos en la próxima entrega.
CONTINUARÁ
[1] Eva Perón falleció en
Buenos Aires el 26 de julio de 1952, víctima del cáncer, a los 33 años. La CGT
dispuso tres días de paro y el gobierno decretó treinta días de duelo nacional
obligatorio, e hizo conmemorar diariamente en las radios el momento de su “paso
a la inmortalidad”. Su cuerpo fue velado en la Secretaría de Trabajo y
Previsión hasta el 9 de agosto y trasladado al Congreso y luego a la CGT en medio de una
multitud de más de dos millones de personas. Embalsamado, permaneció en la CGT
hasta el derrocamiento de Perón, cuando fue secuestrado por un comando de la
marina y hecho desaparecer durante 14 años, en un vano intento de evitar que se
convirtiera en un símbolo de unidad y lucha del pueblo peronista.
[2][2] Campaña de desprestigio
montada oficialmente a partir del golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955.
[3] Decreto ley 4161, sancionado el 5 de marzo de 1956 por el dictador Pedro Eugenio Aramburu, firmado por este junto al
vicepresidente y todos los ministros de la autodenominada “Revolución
Libertadora”. Instrumento de la política de “desperonización” promovida por
dicha dictadura, en él se prohibía “la
utilización de imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas,
doctrinas, artículos y obras artísticas (...)representativas del
peronismo", e incluía una lista palabras prohibidas, tales como "peronismo", "peronista",
" justicialismo", "justicialista",
"tercera posición", la Marcha peronista, los discursos de Perón y
Evita y hasta la sola mención del “nombre propio del presidente depuesto",
"o el de sus parientes”. La infracción se penaba con prisión de treinta
días a seis años no excarcelables, multa e inhabilitación para ejercer cargos
públicos y sindicales, la clausura provisional o permanente de empresas y la
disolución de personas jurídicas, partidos o sindicatos.
[4] El Consejo Nacio0nal de Posguerra fue creado por iniciativa del
entonces vicepresidente Peron el 25 de agosto de 1944 como órgano consultivo de
la vicepresidencia, designándose como su secretario general al
Dr. Figuerola, acompañado por el coronel Domingo Mercante, de Estrada y
otros, así como representantes de todos los ministerios, secretarías y
organismos del gobierno a find e asegurar una visión integral. Debía trabajar
sistemáticamente fijando objetivos estratégicos
y planificando políticas, , tanto en lo económico como en lo social, así como
definir el perfil de desarrollo industrial y el lugar geopolítico de la
Argentina en el mundo, previendo la inminente finalización de la Segunda Guerra
Mundial. “Si bien los
problemas sociales han sido con frecuencia abordados sin tener en cuenta la
conexión que guardan con los demás factores que integran el complejo económico
nacional, las excepcionales circunstancias del momento presente exigen que
marchen firme y prudentemente orientados hacia la consecuencia de un objetivo
común, claramente precisados y con un vigoroso impulso perseguido –dicen los
considerandos del decreto- (…) la desarticulación provocada por la guerra en la
economía mundial requiere igualmente prever las soluciones aplicables a las
necesidades apremiantes de posguerra”. Y agrega que el Estado debe “perfeccionar
los conocimientos técnicos, aumentar el rendimiento, mejorar de modo efectivo
las condiciones de trabajo o de vida de los trabajadores, fomentar el progreso
de la clase media y estimular el capital privado en cuanto constituye un
elemento activo de la producción y contribuye al bienestar común” Perón,
en sus “Memorias”, añade que creó este organismo para “estudiar cómo haríamos para que no
nos robaran, como había sucedido en 1918, cuando los vencedores no nos pagaron
un centavo por los productos con los que los habíamos abastecido”. La idea de
planificación y el uso de las estadísticas parecen haber sido propuestas
fuertemente a Perón por su colaborador en la Secretaría de Trabajo y previsión
y experto en relaciones laborales el Consejo de su colaborador el catalán José
Miguel Francisco Luis Figuerola y Tresols (Barcelona, España, 1897 - Buenos Aires, Argentina, 1970)
[5] 6 de septiembre de 1930.
[6] Las denuncias del Senador
santafesino Lisandro de la Torre, fundador del Partido Demócrata Progresista y
candidato presidencial, acerca de los negociados del gobierno conservador con
los intereses británicos en torno al comercio de las carnes y las concesiones
otorgadas a estos últimos, produjeron un escándalo considerable que concluyó
con el asesinato del senador electo por Santa Fe, Enzo Bordabehere en pleno
recinto del Senado por un matón vinculado al gobierno.
[7] La expresión más notable
de estas ideas es el ensayo “Polìtica británica en el Río de la Plata”, de Raúl
Scalabrini Ortiz.
[8] La Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina fue una agrupación política integrada por militantes radicales yrigoyenistas -Arturo Jauretche, Homero Manzi, Oscar
y Guillermo Meana, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Atilio
García Mellid, Jorge Del Río y Darío Alessandro (padre)- que preanunció en buena medida algunos de los
tópicos sostenidos por Perón.
[9] La unión estratégica de
Argentina, Brasil y Chile (ABC) fue una de las propuestas geopolíticas más
recordadas del General perón, que postulaba la acción conjunta de estos tres
países como eje vertebrador de la unidad continental para así resistir la
imposición de hegemonías extracontinentales. La iniciativa no pudo concretarse
debido a las resistencias internas en los otros dos países socios.
[10] El Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza se celebró en esta ciudad entre el miércoles 30 de marzo y el sábado 9 de
abril de 1949, y fue el marco elegido por Perón para exponer, durante la sesión
de clausura, sus tesis acerca de la Comunidad Organizada, luego publicadas en
forma de libro.
[11] El médico e investigador santiagueño Ramón Carrillo (1906-1956) fue el más grande
sanitarista argentino y uno de los principales ministros de Perón, responsable
de las exitosas e innovadoras políticas sanitarias de aquellos gobiernos.
Falleció exiliado en Belén do Pará a consecuencia de las persecuciones a que
fue sometido despudes del derrocamiento de Peròn.