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domingo, 25 de octubre de 2020

UBALDINI, MALVINAS Y LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA, por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin

 



Por Fernando  "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin

 


         -Sigamos con Ubaldini y la CGT Brasil, Pato.

         -Esa CGT Brasil nunca fue, a juicio mío, justamente reivindicada –opina el Pato-. Creo que no se la conoció porque el peronismo, en ese momento, no tenía una conducción única...

         -Pero yo recuerdo de leer, en los diarios de la época, sobre la CGT Brasil. Se hablaba mucho. Hoy tal vez no se la recuerde tanto, pero entonces era algo importante. Contame sobre Saúl.

         -Era un peronista clásico, que sabía que había que pelear, iba y peleaba. No era el conductor de la totalidad del peronismo, ni tampoco el estratega, pero fue un compañero reconocido por todos que terminó siendo un jefe sindical de envergadura.  Provenía de un gremio pequeño, no de una de las organizaciones importantes.  Saúl pegó un salto, en todo sentido, desde que llegó a la conducción. Le costaba mucho, en un primer momento, conducir aún las reuniones de la CGT Brasil. Esto era más charlado y conducido por Roberto García, por José Rodríguez, por el Gallego Pérez, por Roberto Digón. Estaba la víbora Rabiti, que era de ferroviarios. Eran todos tipos pesados...

         -¿Y cómo hacía para destacar Saúl?

         -Tuvo un imán con la gente. Una cosa muy especial. Pero los primeros actos de CGT Brasil no era solamente él quien hablaba. Hablaba también Roberto García, y varias veces, incluido un acto enorme en 9 de Julio, habló Osvaldo Borda. Después él se fue recortando, pero porque la gente lo fue identificando con esta CGT. Las marchas a San Cayetano también fueron movilizaciones importantes que no iban solamente a agradecerle al santo o a pedirle laburo, eran una forma de protesta pacífica.

         -Estaba muy bien pensado. ¿Cómo hacían para reprimir una marcha que va a pedirle a un santo? Si vos vas a hacer quilombo de otra naturaleza es más fácil para reprimir, en cambio una marcha a un santo...

         -Y por supuesto que hubo toda una resistencia sindical sorda, casi desde la clandestinidad. Muchos de los que estuvieron en cana, por ejemplo Cesar Loza, mandaban frenar barcos que venían a descargar y el movimiento obrero argentino le pedía al movimiento obrero internacional: “muchachos, frenen los barcos para Argentina”. Y en esos momentos es como que Saúl fue concentrando toda esa representación. Yo, muchísimos años después, fui diputado con Saúl, compañeros de bloque en el Congreso.

         -¿En qué época fue eso?

         -Con Menem.

         -¡Ah claro! Él fue diputado en los '90.

         - Cuando vino la democracia, y después de todas las luchas sindicales en la dictadura y en el gobierno de Alfonsín, Saúl pensó que ese cariño enorme que le tenía la gente, por ser Secretario General de esa CGT, se trasladaría a los votos. Esto varias veces le ha pasado al movimiento obrero, esa confusión entre la representación sindical y la representación política, que son dos cosas muy, muy diferentes, tal como el mismo Perón había señalado. Entonces, quiso ser gobernador. Yo era ministro de Duhalde, en ese momento, y Duhalde me dijo: "che, decile a Saúl que no haga pelotudeces... Si él quiere ser diputado es una cosa, pero como candidato a gobernador no va a ir bien”. Fuimos varios a hablar con Saúl, pero no entendió razones. Entonces, se presentó como candidato a gobernador y sacó un porcentaje ínfimo de votos.

         -Sí, me acuerdo.

         -Esta es la enorme diferencia que tiene el partido obrero de cualquier país con el movimiento peronista. Una cosa fue el Saúl del “Pan, Paz y Trabajo”, de las movilizaciones a San Cayetano en la dictadura, que eran enormes, y de los paros bajo el gobierno de Alfonsín, y otra cosa fue cuando el movimiento obrero quiso asumir la representación política, a través de él, o quiso él, sin darse cuenta porque era muy peronista, transformarse en la expresión política de los trabajadores. Y el peronismo es otra cosa: su representación excede a la de los trabajadores porque es un movimiento nacional, no un partido obrero. El peronismo nunca tuvo un Presidente proveniente del movimiento obrero: sí ministros, legisladores y gobernadores, y hasta un vice como Ruckauf, que venía del Sindicato del Seguro, donde fue secretario adjunto.

                   -Qué más recordás de Ubaldini.

         -Hincha de Huracán, fana de Huracán, fui algunas veces a la cancha con él. Y muy tanguero. Los sábados a la noche Saúl bailaba tango. Un tipazo. Y lo vi morir. Murió en el año 2006. Lo fui a ver cuando ya estaba en el sanatorio Mitre, y ¿sabés a quién le dije que me acompañe, y fue conmigo? ¡A Leonardo Favio!

             Me cuesta mucho contarlo por la tristeza del desenlace, porque Saúl ya estaba en sus últimos momentos y Leonardo también estaba muy enfermo. Me encontré con Leonardo en La Biela, paré un taxi. Desde la mesa en la que estábamos tomando el café, hasta el taxi, tardó un montonazo, estaba ya muy deteriorado y con muchas dificultades para moverse. En la bajada del taxi de Leonardo al Sanatorio Mitre, aparecieron los camilleros creyendo que venía a internarse. Yo les dije "no, hermano, lo vamos a ver a Saúl". La mujer de Ubaldini, que después alguna vez me llamó, estuvo presente. Y en el cuarto, ni te cuento. Parecían dos veteranos de guerra (y lo eran), uno estaba enganchado y cableado por todos lados, y él otro, la visita, tampoco daba más, pobre. ¡Pero se despidieron!

          ¡Fue muy emocionante ese momento en que estuvieron juntos! Porque Leonardo lo amaba a Saúl, y Saúl lo amaba a Favio, como los amaba la gente peronista, eran dos enormes y entrañables peronistas. Han sido dos personajes fenomenales de nuestra historia, ¡qué lástima!...”

         -Pero ¡qué escena la que estás contando!

         -Y ese hombre que te estoy contando fue Saúl Ubaldini –dice el Pato con emoción-. Un tipo que en los momentos más difíciles encarnó la lucha contra la dictadura militar. Y yo creo que aún hoy se lo recuerda con gran cariño. Cuando vos nombrás en cualquier acto o reunión a Saúl o a Rucci, a pesar de los años transcurridos, la gente los recuerda con un enorme respeto.

         “Voy a decir algo más. Muchos hoy se llenan la boca acusando a los sindicalistas de enriquecimiento, de mafiosos. Habrá de todo, pero sobre algunos a los cuales yo he conocido, puedo atestiguar que tuvieron vidas austeras y fueron perseguidos en algún momento. Sobre Lorenzo Miguel te puedo asegurar que su casa de la calle Murguiondo en Villa Lugano distaba mucho de ser lujosa: era una casa modesta en un barrio modesto. Roberto García, otro tipo insigne del sindicalismo argentino, dirigente obrero, diputado nacional, vivía modestamente en una casa del barrio Saavedra. César Loza vive hoy en Alte Brown con absoluta austeridad. Y Saúl Ubaldini, lo mismo: un tipo que vivió la última etapa de su vida en la azotea de la CGT, donde había unas habitaciones, después de haber sido el dirigente más poderoso y representativo, en determinado momento, del movimiento obrero argentino, y legislador nacional. Y estos nombres son sólo ejemplos, sin entrar a analizar todo lo que ha hecho el sindicalismo por el bienestar de los trabajadores argentinos.

               -En el final de la dictadura ¿la evolución del peronismo pasaba más por lo sindical que por el ala política?

    -Sí.  es más, yo tengo la impresión de  que, si Peron no hubiese armado esta estructura enormemente sólida que es el movimiento obrero argentino, no sé si el movimiento peronista habría perdurado. El peronismo se ha recostado mucho en el accionar del sindicalismo.                           

            -De hecho, la oposición a Alfonsín se planteaba desde la vía sindical  principalmente, ya que el peronismo atravesaba la crisis de su renovación.

            -Sí. Y en la época de los militares, de los distintos golpes militares, en realidad quien ha puesto el cuero, los recursos, la organización, ha sido (fundamentalmente) el movimiento obrero. Por supuesto también hay muchos dirigentes del peronismo no sindical que se han esmerado en armar esto, pero el basamento central de las derrotas de los gobiernos militares ha sido el propio sindicalismo. Reconociendo el papel determinante que en la última dictadura también jugaron los organismos de derechos humanos, Madres y Abuelas. El PJ no fue un sello, pero más o menos, porque nunca supimos darle el rol que según Peron debía cumplir; el peronismo no sindical, el peronismo político, siempre estuvo muy recostado en la rama sindical. Hoy todavía insistimos en el armado de una rama política, y cuando uno va a hablar con la dirigencia sindical, en verdad sucede cuestionarse en nombre de quién está hablando, cuál es su representatividad, frente a un sector permanente de la vida nacional, dirigentes sindicales que tienen representación, estructura, afiliados, obra social; tienen lo que Peron les dio, y lo que ellos construyeron. No sé si el peronismo tiene claro el fenómeno que es, porque en el mundo se sabe de este movimiento y se lo respeta.

Un sindicalista tiene que aprender de política, economía, administración social.  Vos haces una Unidad Básica y somos todos peronistas, pero si estás en un sindicato, hay un radical, un comunista, un socialista, y tenes que bancártela, no los podés echar, tenés que conducir la diversidad. Por eso la formación de un dirigente sindical es muy importante. Vos lo sentís cuando entrás en un sindicato. Se nota la solidez de las estructuras gremiales. Ahora, la fortaleza del peronismo esta allí, y sin embargo la gente que vota a un dirigente gremial en su gremio, no lo votaría tal vez en una lista de diputado nacional –señala el Pato.

           - Claro, lo que contabas de Ubaldini: lo querían como representante de los trabajadores pero no como líder político.

       - Esto entonces es muy fuerte, yo no sabría describir esta cosa sólida que impulsó Peron. Si después de estos más de setenta años el movimiento de Perón sigue vigente (es más, es uno de los pocos que han quedado en pie de todos los que conformaban el Movimiento de Países no Alineados), es fundamentalmente por su idea constructiva. A ver: ¿por qué no duró Mao, o Haya de la Torre, o Getulio Vargas, o el MNR de Paz Estenssoro, o De Gaulle o el Mariscal Tito? Ellos les dieron cosas a los laburantes, sin dudas, pero no les dieron la estructura y las herramientas que les permitieron ser ellos. Hoy el movimiento obrero tiene autonomía, y así como puede apoyar a un gobierno, puede al poco tiempo retirarle el apoyo o tomar medidas de fuerza, de acuerdo a sus intereses. Algunos sindicatos hasta llegaron a hacerle huelgas al propio Perón, sin dejar de ser peronistas.

            -Además, cuando él lleva adelante temas como la unidad latinoamericana, movimiento del Tercer Mundo y otros posicionamientos internacionales, también hace eje fundamental en el sindicalismo para trabajar lo que llamaba la “unión de los pueblos” por debajo de los gobiernos. Ejemplo, el ATLAS (Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas).

                   -Así es. Sin embargo, aunque Perón dice: “esta es la estructura central del peronismo”, ella no es todo. Porque no se limitó a hacer un partido obrero. La pulseada entre Perón y Cipriano Reyes, en los albores del peronismo, muchas veces los libros o los periodistas te la cuentan como una pelea personalista, pero era algo mucho más profundo. Si Cipriano Reyes hubiera ganado la pulseada, habríamos sido un partido laborista, un partido sindical. Fue una pelea entre dos ideas de construcción política y de país distintas, dos ideologías. Ganó Perón y ganó la idea de un movimiento nacional: algo que contenía a los sindicatos pero no se limitaba a ellos, una concepción no clasista, de colaboración social, conciliación de clases, para construir una Argentina nueva, donde estaban los sindicatos, los empresarios, los distintos sectores de la vida nacional. El peronismo necesita ámbitos donde se haga política general, donde se discuta la totalidad del país, las políticas de Estado, además de las necesidades de los sectores.

         - Había una concepción nítidamente sindical o purista, como la de los sindicalistas clásicos o los anarcosindicalistas que rechazaban asociar la vida sindical a un movimiento político partidario. Perón impulsa otra concepción.

         -Así es. Peron les dijo: ustedes no agoten su acción en el mero reclamo salarial o laboral –opina el Pato-. Los insta a involucrarse políticamente en forma activa. Y los incluye en las listas, en los ejecutivos y en la representación en general.

         - El sindicato argentino es un sindicato libre, a diferencia de la Carta de Lavoro italiana en que era parte del Estado, o sea, está controlado por el Estado pero es libre, es una organización del pueblo, ¿no te parece?.

            -Sí –conviene el Pato-. Los sindicalistas que más entienden te dicen: el Estado no nos va a imponer quién es el jefe de la CGT, o cómo hacemos nuestra tarea, ese es un problema nuestro.

            “Y el tema del peronismo político después de Perón, incluyo a la rama femenina, es que no supimos entender que no solamente los que hablan de política, los que pintan paredes y militan en las calles, tienen que estar en la listas; no hemos sido capaces de agrandar este sector con todo lo que son otros peronistas que no les gusta estar todo el día debatiendo de política en la unidad básica. El sector de los intelectuales, por ejemplo, que son tipos absolutamente imprescindibles para fortalecer no solo el país sino el propio peronismo: no ha habido agrupaciones que convoquen a la intelectualidad del peronismo, que no es poca. O cuando las ha habido resultaron no ser lo que se esperaba de ellas o fueron marginadas. Esto es malo desde el sector político del peronismo y también es malo desde aquellos que pueden aportar –intelectuales, científicos, deportistas, etc.- y no lo hacen esperando que los convoquen.

         -Todo esto que vos estas expresando, ¿en dónde ha quedado en el presente?

         - Los más de setenta años de presencia del peronismo en la vida nacional siguen vigentes. La permanente mención que se hace de Perón y su movimiento por toda clase de dirigentes, incluso totalmente ajenos al peronismo, incluso contrarios al peronismo, demuestra que es un fenómeno insoslayable. Esto no sólo pasa en el ámbito nacional sino en el resto del continente y en algunos países de otros continentes. Desde Fidel Castro a Chavez, a Evo Morales, a Correa, a Lula, a tantos y tantos dirigentes de distintas extracciones ideológicas, no pudieron dejar de tener presente la referencia de Perón.

           -Volviendo a los 80, al fin de la dictadura y regreso de la democracia. ¿Y la manifestación del 82, que fue una movida tan importante?

         -Fue muy grande, porque ahí salían varios de la cana después de 5 o 6 años, entre ellos también estaba Lorenzo, Diego Ibañez del SUPE, Rogelio Papagno, muchísimos otros que se comieron varios años presos –evoca el Pato.

         -Hubo una provocación de los servicios de inteligencia y un grupo de tareas mató a un manifestante.

   - Sí,  y también nos recagó a palos la policía. En la avenida 9 de julio fue muy duro. Y los servicios estaban mezclados por todos lados, provocaban, generaban quilombo. El día treinta de marzo pasó todo esto, en una movilización impresionante del movimiento obrero, al que se sumaron otros sectores, políticos y sociales, organismos de derechos humanos encabezados por Perez Esquivel (quien participó de alguna reunión de la CGT Brasil invitado en calidad de Premio Nobel), y hasta los oficinistas del centro que tiraban cosas contra la cana desde las ventanas de los edificios. Las bolitas de los rulemanes que se arrojaban al piso hacían rodar a los caballos de la Montada. Fue un quilombazo, con el país parado y presos a granel.

                   Y el día dos la dictadura, ya tambaleante, invade Malvinas y nos mete en guerra con los ingleses. Galtieri y las Fuerzas Armadas no tuvieron mejor idea que lanzar una guerra absurda, aunque por una causa sentida, para intentar frenar lo que ya era inevitable: el final de la dictadura militar, que ha sido la última de ese ciclo nefasto de golpes de Estado. El 2 a la mañana, cuando ya se había anunciado que los barquitos zarpaban para allá y estaba llamando Galtieri a Plaza de Mayo, Lorenzo Miguel, Saul Ubaldini, todos, resolvieron inmediatamente concurrir. Hablé con Juan Minichillo que era el jefe de las agrupaciones gremiales peronistas, y me dijo “llamalo a Lorenzo”;  hablé con Lorenzo a su casa por teléfono y me indicó: “todos a Plaza de Mayo, ni una palabra más”, porque se trataba de una reivindicación soberana sobre las Malvinas, una causa nacional. En esa Plaza nos juntamos todos: peronistas, antiperonistas, comunistas antiimperialistas, de todos, por la profunda convicción de que “las Malvinas son argentinas”.

         -¿Vos recordás si hubo en esos momentos alguna mirada crítica hacia esta aventura militar?

         -En los primeros momentos, que yo recuerde, no. Había un apoyo a una causa histórica y no se tenía suficiente información sobre la respuesta militar que podía llegar a tener Inglaterra. Seguramente habrá habido sectores que sí disponían de mucha información, pero el común de la gente pensaba que se recuperaba una parte integrante de nuestro territorio usurpada por Inglaterra. Después se empezó a comprender en qué nos habíamos embarcado, aunque había una distorsión informativa. Y la civilidad no tenía ninguna ingerencia en la toma de decisiones.

              -Después de la derrota militar en Malvinas se agotó el tiempo de la dictadura y se entró en pleno proceso de transición hacia la democracia. ¿Cómo es que el peronismo decide su fórmula presidencial para competir en 1983?

         -Esa fórmula se decidió en un grupo chico donde tuvo mucho peso Lorenzo Miguel, acompañado por Diego Ibañez, Fernando Donaires y Fito Ponce, de las 62 organizaciones -rememora el Pato-. Por el sector político recuerdo a Antonio Cafiero, Ítalo Luder, Angel Federico Robledo, Deolindo Felipe Bittel, Raúl Matera, y no sé si muchos más, porque no teníamos tiempo o condiciones de hacer un proceso realmente democrático de selección de candidatos, por lo que había sucedido al peronismo, perseguidos y encarcelados muchos de sus dirigentes. Y el candidato a Presidente resultó Luder, y no Antonio Cafiero, que también aspiraba a esa nominación: esa fue la segunda pulseada que pierde Antonio para llegar a la candidatura presidencial; la primera había sido en el 73 con Cámpora.  Lorenzo decidió apoyar a Luder y trató de convencer a Herminio Iglesias de que no fuera el candidato a gobernador en la Provincia de Buenos Aires y sí que fuera Antonio Cafiero. Lorenzo decía, yo lo escuché años después explicar su razonamiento, “que había que apoyar a Luder porque Cafiero era un hombre muy ligado al sindicalismo, y especialmente a las 62 organizaciones; y el movimiento obrero lo iba a condicionar demasiado, y necesitábamos un Presidente que fuera capaz de decir que no y tomar distancia del sector sindical”.

          -Esto demuestra que Lorenzo no pensaba mezquinamente desde lo sectorial sino desde el conjunto.

        - Y ahí, en esa misma reunión, se le propuso a Antonio: “vos sos el candidato a Gobernador de la Provincia de Buenos Aires”. Y él, tal vez despechado, no quiso, y quedó Herminio como candidato a Gobernador. Entonces Lorenzo intenta convencerlos, tanto a Antonio como a Herminio, de modificar esa postura e insistir con la candidatura a Gobernador de Cafiero. Manda a varios operadores, y yo fui uno de ellos. Fui a verlo a Herminio a su lecho de enfermo, pues recién lo habían operado de apéndice en un sanatorio de Constitución, y después de hablar un rato el tipo accede a bajarse y ser el vicegobernador de Antonio. Vuelvo con Lorenzo, le cuento el resultado de mi misión y me manda a la casa de Antonio para comunicarle que Herminio accedía. Llego a lo de Antonio, le cuento todo lo hablado, y me responde que no, que él no estaba dispuesto. Esa misma noche va Antonio al programa de televisión de Nestaudt y Grondona, y lo anuncia públicamente, se ve que estaba muy enojado, y anuncia su rechazo a la candidatura a gobernador.

         “Muchos que lo apoyaban se molestaron con esa decisión. Una semana después, ya pensándolo en frío, y ante la insistencia de varios dirigentes políticos y sindicales, Antonio revé su postura. Hay una reunión donde varios lo van a ver a Herminio para tratar de convencerlo de nuevo, porque ya había puesto los cañones a la gobernación. Va Manolo Quindimil, va Roberto García, va Antonio y algunos más; esto fue el día anterior a un congreso que se hizo en La Plata de congresales provinciales, y Herminio les dijo estas palabras: “Antonio, ya te lo ofrecí, vos ibas a ser gobernador y yo vice, y vos no quisiste porque estuviste diciendo que yo te iba a pisar con un auto para quedarme con la gobernación. Yo no te iba a pisar un carajo, pero ahora no se te ocurra ir a La Plata porque desde Avellaneda hasta La Plata hago correr un río de sangre” (risas). Ahora, la preocupación que se pasó en ese hotel de la esquina en Lavalle y Pellegrini donde estaba el bunker de Antonio fue muy importante. Y al día siguiente fuimos a acompañar a los congresales, y la verdad, Herminio tenía una buena sintonía con varios factores de poder la Provincia de Buenos Aires y con el Juzgado Federal con competencia electoral, que en ese entonces encabezaba el doctor De la Serna, y asistió su secretaria al Congreso; y fue muy duro su desarrollo como sucedía en esos encuentros del peronismo de entonces, y además nos derrotaron políticamente, con el beneplácito de la autoridad electoral.   Yo me acuerdo de ese día porque estando después del congreso en el hotel Corregidor, bunker cafierista, me anunciaron la muerte de mi vieja en San Isidro. Y conste que Herminio no fue un necio intransigente en este caso. Él aceptó cuando yo fui a decirle que Lorenzo le pedía que se corriera, debe haber pensado “Lorenzo tiene razón, vamos a poner a este compañero que es un referente histórico”, pero en este caso el que lo entendió tarde fue Cafiero. Herminio era un tipo con olfato. Había sido un buen intendente de Avellaneda y lo querían mucho, pero claro, cuando vos movilizás estructura, recursos y gente, después es jodido bajarse.

            “Antonio había armado una mesa chica, donde sobresalía Darío Alessandro padre, Roberto García, Roberto Digón y otros. Y la interna prosiguió. Esto estaba traducido fuertemente en la totalidad del peronismo. Acto anterior a las elecciones en cancha de Velez: durísimo, fue un acto sindical que armaron las 62, cerraba Lorenzo Miguel, habló Dolores Dominguez, habló Saul, todo bien, y cuando va a hablar Lorenzo, no pudo: se armó una batahola importante en su contra,  y muchos sectores lo abuchearon. A pesar de toda su influencia y poder, en esos momentos no pudo poner la cara en un acto político electoral. Era parte de una puja interna, donde se dirimía el poder del peronismo y había una fuerte resistencia de muchos hacia lo que representaban las 62.

                   -¿Al final, esa candidatura a gobernador terminó siendo el final político de Herminio Iglesias e influyendo en la derrota del PJ?

                   -Visto desde hoy, debimos haberlo previsto, pero no fuimos capaces de advertirlo en ese momento, como tampoco fuimos capaces de comprender cuánto nos perjudicaban esas luchas internas tan descarnadas y que la sociedad ya no aceptaba, porque quería una convivencia en paz. La quema del cajón por Herminio en el acto de cierre de campaña del Justicialismo en el Obelisco representó todo lo que la sociedad no quería volver a ver. En ese gran acto, Herminio quema un ataúd que trajeron unos militantes con la bandera radical. La culpa, en todo caso, fue colectiva y no de Herminio exclusivamente. Lo que para algunos parecía una travesura tonta, visto por televisión era algo violento, agresivo...  Evidentemente la gente recordó el '73, el '74, el '75..., toda esa violencia que se quería dejar atrás. Y así, casi sin darnos cuenta, perdimos la elección. No supimos leer lo que la sociedad estaba demandando en 1983, que era democracia, paz, justicia; y Alfonsín en cambio lo entendió.

              “Mucho tiempo después, siendo yo Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, y habiendo establecido una relación muy estrecha con Estela de Carlotto en momentos en que el gobierno provincial estaba armando una Secretaría de Derechos Humanos (que personalmente le ofrecí encabezar a Emilio Mignone en su domicilio, y que no aceptó), Estela me hizo el siguiente planteo: “yo no entiendo cómo ustedes, los peronistas, que tienen el ochenta por ciento de los muertos y desaparecidos producto de la represión ilegal, fueron incapaces de tomar la decisión política, durante la campaña de Luder en el 83, de anunciar ante la sociedad el juzgamiento de los genocidas”.  Y tenía razón. No lo hicimos, no lo comprendimos. Había mucho rencor de distintos sectores del peronismo y el sindicalismo contra lo que habían representado las organizaciones armadas, especialmente Montoneros: el asesinato de Vandor, de Rucci, de Kloosterman, de José Alonso, del Negro Campos y tantos otros. Alfonsín sí lo comprendió, se hizo cargo de la demanda de los derechos humanos y nos ganó. A la distancia hay que reconocer y felicitar lo actuado por Alfonsín -el “Nunca Más”, el Juicio a las Juntas-, en ese período tan difícil de la recuperación democrática.

martes, 20 de octubre de 2020

RESISTENCIA SINDICAL Y POPULAR DURANTE LA ÚLTIMA DICTADURA, por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin

 



Reportaje a Fernando "Pato" Galmarini, por Javier Garin




 

-Después de de haber sufrido tantos peligros en esa primera etapa de la dictadura, ¿cómo se las arreglaron para continuar?

Llegamos a la conclusión de que teníamos que habituarnos a nuestras prevenciones y evitar que nos impidieran vivir. Teníamos que encontrar trabajos más normales, mejor pagos que las changas mías y las guardias que Marcela cumplía. Yo tardé un tiempito en conseguirme un laburo como periodista deportivo. El oficio lo había empezado a aprender en la secretaría de Turismo y Deportes. Mi primer trabajo fue en “La Deportiva” de Editorial Codex, de nuevo gracias a Alejandro Yebra. El Gordo José Luis Mitri y Silvio Scholnicov eran mis jefes. Después me enganché  con Oscar Gañete Blasco y Yiyo Arangio en Radio Argentina. Y a través de esos contactos conseguí entrar en Diario Popular.

La primera huelga que se le hace a la dictadura fue el 27 de abril de 1979, ¡fecha histórica! Por supuesto, no fui a trabajar. Militaba en una corriente peronista del gremio de prensa, la Agrupación Scalabrini Ortiz que orientaban Pascual Albanese y Rodolfo Audi, y era cuestión de honor peronista adherir al paro. Ese día cayeron muchos compañeros presos: Roberto García (del sindicato de taxis), Saúl Ubaldini, Osvaldo Borda del caucho, César Loza de portuarios, Roberto Digón de tabacos, José Rodriguez de SMATA, Horacio Alonso de Judiciales, entre muchos otros: todos ellos estaban en la dirección de una CGT que no era reconocida por el gobierno militar, la “CGT-Brasil”. Uno de los que estuvo encanado más tiempo fue Roberto García, al que llamaban “El áspero”, porque era duro y discutidor con todo el mundo. En cierta oportunidad que yo había caído preso, García y el futbol me hicieron zafar.

-¿Cómo fue eso?

          - Me detuvieron junto a otros en la sede del sindicato de Panaderos de San Fernando. En ese tiempo los locales gremiales eran hogares para todos los compañeros: yo en la zona norte no hacía militancia sindical, sino territorial. Teníamos una reunión con la rama gremial regional pero alguien nos batió, cayó la cana, rodeó la manzana, nos sacaron del sindicato, nos metieron a patadas en el orto en un colectivo 60 requisado y nos mandaron detenidos a la Primera de San Fernando a los veinticuatro que habíamos estado en la reunión; a Antonio Montero, que era secretario general de los textiles de zona norte, el “Gordo” Marto de jardineros, Juan Carlos Massó, que encabezaba a los plásticos de la región y Omar Marinucci, entre otros. Allí nos tuvieron quince días y nos interrogaron.  A nuestros familiares les decían que estábamos a disposición del Poder Ejecutivo.  Se movieron los muchachos de la conducción nacional de la CGT para que nos soltaran, al igual que el “Piru” Norberto Zingoni, abogado y ex - puntero izquierdo del Defensores de Belgrano de Ángel Labruna que salió campeón. Roberto García nos acompañó mucho durante la detención: estaba a punto de viajar a una reunión de la CIOLS ( una de las centrales mundiales de los trabajadores) y amenazó con denunciar el hecho internacionalmente. El comisario de San Fernando, que después supimos que era peronista, nos trataba relativamente bien. Una tarde dejó que nos pasaran al calabozo una torta que había traído Marcela, con 24 velitas, una por cada preso, con el escudo peronista. Encendimos las velitas, y antes de soplarlas, nos soltamos con la marchita. Cuando nos oyó, el comisario apareció a las puteadas: “¡Pedazo de pelotudos! Les dejé pasar la torta para que la comieran, no para que me hicieran una unidad básica en la comisaría.” (Risas).

          “Venía una comisión de buchones o servicios y nos interrogaban sobre política y sindicalismo: no nos tenían fichados como guerrilleros. Pero yo temía que saltaran mis antecedentes. Un día que me estaban cagando a preguntas veo a un tipo que no hablaba y me miraba fijamente. Y ahí ya empezaron a preguntarme sobre la década del 60, sobre los años 70, y me la vi fulera. La cosa se alargaba. Tanto, que arriba, los otros 23 presos, viendo que yo no volvía en un tiempo prudencial, se pusieron a gritar y batir palmas en protesta. Los tipos ni se inmutaban. De repente, el que me observaba sin hablar dijo: “Yo a Usted lo conozco”

         -Uy, qué garrón.

         -Sí, eso pensé, pero me hice el boludo y dije que no lo recordaba. Por decir algo, comenté: “En una de esas me conoce por los diarios”. “¿Por qué? ¿Acaso es famoso, usted?” “Es que juego al fútbol, mal pero juego…” Al tipo le cambió la cara. “¡Claro! –dijo- ¡Usted jugaba en Estudiantes de Buenos Aires!”. El interrogador resultó ser hincha de ese club, y creo que hasta dirigente era. Y tenía mi cara por aquellos tres meses que yo jugué en el club, entre que me llevó Federico Pizarro y me echó Elmer Banki. Así fue cómo zafé. A los dos días nos dejaron en libertad a todos. Por eso digo que, además de la presión de los amigos gremialistas como Roberto García y de las gestiones legales del Dr. Zingoni, ¡esa vez también me salvó el fútbol!

         -¿Empezaste a hacer periodismo gremial?

         -Sí, para la época que cae preso Roberto García. El día que lo trasladaban para tomarle declaración en un juzgado, uno de los muchachos del Diario Popular, Julio Calle, secretario de redacción,  me dice: “Desde ahora vos vas a hacer Gremiales. Y tu primera nota va a ser entrevistarlo a García cuando lo llevan esposado”.  Claro, Julio sabía que yo estaba todos los días en las sedes sindicales y en la CGT Brasil, y eso me daba una chance de hacer notas inalcanzables para otros. Así que allá fui, acompañado por un “chasirete”, como se decía entonces a los reporteros gráficos. En Tribunales aparece García esposado y escoltado por dos o tres agentes. Yo le dije al pibe que estaba conmigo: “Vos metéle, sacá fotos”. Me acerqué a Roberto y le dije alguna pavada: “Roberto, ¿cómo andás?” y él me respondía cualquier otra pavada, mientras mi fotógrafo gatillaba, y los pobres policías trataban de sacarme, y yo decía en voz alta: “Libertad de prensa, libertad de prensa”. La cosa es que volvimos con las fotos. No había reportaje, pero en Diario Popular lo importante eran las fotos. Y allí aparecieron.

         -¿Y cómo viviste el Mundial de Futbol?

         -Había, por supuesto, un debate.  ¿Había que apoyar o no a la Selección? ¿Los triunfos iban a favorecer o no a Videla? Yo creo que lo que uno nunca debe perder es el sentido común. Ese debate que se daba entre militantes no tenía eco en el pueblo: a nadie se le ocurría que gritar los goles de Kempes o de Bertoni, o las atajadas del Pato Filloll o las guapeadas de Passarella, tuviesen algo que ver con  darle respaldo a la dictadura. A todos ellos con el tiempo los conocí, y con muchos terminé siendo amigo.

         -Me han contado sobrevivientes de centros clandestinos de detención que cuando jugaba Argentina se paraban las torturas y los propios detenidos oían el partido que estaban mirando los represores y festejaban los goles.

         -Es el sentimiento. No se puede con el sentimiento futbolero –dice el Pato-. El fútbol y la dictadura marchaban por canales separados, por más que quisieran utilizarlo. Hace un tiempo, hablaba de estos temas con César Luis Menotti, que fue el técnico de la selección campeona del ´78, el mundial que se jugó en la dictadura. El “flaco” me decía que él tenía una hipótesis no comprobada, y que era que cuando la gente sale no hay cómo pararla, y que cuando en el 78 salieron a festejar el campeonato, nunca más volvieron a sus casas, porque así se recobró la calle.

         -Eso puede parecer una sobrevaloración del rol del futbol.

         -No lo sé, pero sí fue un festejo monumental, muchísima gente por el Obelisco, Corrientes, Nueve de Julio, y eso no fue ningún respaldo a la dictadura. Es más: la euforia popular era tan grande que fuimos al Obelisco en un camión del barrio, y Marcela estaba con nueve meses de embarazo, a los cinco días nació mi hijo Sebastian. A los pocos meses ya estaba el movimiento obrero en la calle, así que, en principio parecería una teoría plausible.

         Al año siguiente, se jugó el Mundial Juvenil de Japón, también dirigía la Selección el flaco Menotti, y otra vez salimos campeones del mundo esa vez con una actuación genial de Diego Maradona y de Ramón Díaz que la rompieron. Y mi amigo Juan Simón jugó de 2, espectacular.

         -Pero más allá de que el pueblo festejara legítimamente, la dictadura hizo todo lo posible por utilizar el deporte para tapar sus crímenes. En 1979Ese mismo año visita la Argentina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para recibir denuncias y constatar in situ las graves violaciones de derechos humanos que llevaba adelante la dictadura. Allí se orquesta una gran operación mediática para sostener que las acusaciones eran parte de una “campaña antiargentina”, e incluso vuelven a querer utilizar el futbol. Me acuerdo que el relator de futbol más famoso de esa época, el gordo Muñoz, que al parecer tenía vínculos con la Armada, cuando transmitía los partidos de fútbol llamaba a defender la dictadura bajo el lema “los argentinos somos derechos y humanos”. Se dice que los comunicadores de la dictadura convocaban a la barra de Boca y otras hinchadas a patotear a quienes iban a hacer denuncias a la CIDH por los desaparecidos. Un amigo mío que tenía un hermano desaparecido me contó que donde estaba recibiendo las denuncias la CIDH y había colas de familiares de desaparecidos esperando que los atiendan, caen de golpe unos colectivos llenos de barrabravas y les quieren pegar. Y mi amigo se pone a hablar con los barrabravas diciéndoles: “Yo vengo a buscar  a mi hermano, que está desaparecido, imaginate que te hubieran llevado un hermano tuyo, ¿qué querés que haga?”. Y ahí los barrabravas se frenaron un poco y pudo evitar que le dieran una paliza.

         -Sin duda que la dictadura usaba esos artilugios –acuerda el Pato-. Eran tiempos de mucho miedo y terror y, también, de desconocimiento de la real situación. Yo como peronista me siento orgulloso de lo que hicimos para denunciar a la dictadura. Herminio Iglesias y Deolindo Felipe Bittel, entre otros compañeros peronistas, se presentaron en nombre del PJ ante Patricia Derian, la Subsecretaria de Derechos Humanos de Jimmy Carter en una de sus visitas, con un documento redactado por Alberto Iribarne y otros, en el que se manifestaban las transgresiones a los derechos humanos que el peronismo conocía como nadie, en carne propia. Presos, muertos y desaparecidos a montones. Muchísimos de los que ahora se rasgan las vestiduras con los derechos humanos y que han denostado a nuestro movimiento, en esos momentos estaban guardados, ni asomaban. En cambio fueron Herminio, Bittel y los nuestros quienes dieron la cara.

         El otro tema, que me parece escasamente planteado o yo no lo leí, es la diferencia entre los primeros 18 años de resistencia y los segundos siete años. Además del mayor salvajismo de los milicos, la otra diferencia fue de quién conducía al peronismo. Porque en una y en otra época, lo que a mí me queda claro es que quienes enfrentaron a las dictaduras fueron fundamentalmente los peronistas. Y que, además, les ganaron. Yo muchas veces digo, y no lo digo en joda sino en serio, que el peronismo tuvo la osadía, la valentía, la honradez de haberle ganado a Aramburu y Rojas, a Onganía, Levingston y Lanusse. Porque les ganamos. Ahora, esto fue más fácil porque estaba Perón conduciendo, que no era poca cosa. Más allá de que cada uno en el país hacía lo que le parecía, todo encajaba dentro de una estrategia general.

            “La segunda etapa de la resistencia, contra Videla y compañía, fue de un coraje desordenado. Un coraje absolutamente desordenado, porque no había nadie que condujera. El PJ estaba proscripto, el sindicalismo durante muchos años estuvo preso y con la CGT intervenida. Todos en cana. La voz que autorizaba ¿Quién era? Nadie. Entonces, ¿cómo se logró? Porque tampoco fue que toda la sociedad salió a pelear al día siguiente del golpe. Salió a pelear un sector del peronismo y algunos pocos más. Sin olvidarnos del papel fundamental que jugaron las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo y los organismos de derechos humanos.

          “Además, tenías enemigos por todos lados. Primero te llegaba la bala y después tenías que descubrir quién te cagaba  a tiros. Si eran los montos, la triple A, Videla... ¡No sabías! El cura, que te daba la comunión ¡te mandaba en naca! Además, les consultabas a los más conspicuos hombres del peronismo y no sabían qué decir. Sabían menos que yo. ¡Sabían menos que nosotros!

          -¿No había referencias?

         -Y ahí, yo creo que la referencia más sólida que hubo fue la construcción de los 25 (los veinticinco gremios que estaban más enfrentados con la dictadura, los más contestarios), después la CGT Brasil (donde se nuclearon esos gremios combativos), las regionales...

         -¿La CGT Brasil era la de Saúl Ubaldini?

         -Sí, pero había muchos otros dirigentes detrás. Esto fue lo que, en buena medida, aglutinó a buena parte del movimiento obrero y de la militancia no sindical.

        -¿Y la que estaba enfrentada con la dictadura, digamos? Porque había otros sectores sindicales entongados o menos combativos.

         - Claro. Triaca era una de las cabezas de los gremialistas que, nucleados en la “CGT Azopardo”, habían consolidado un vínculo con los genocidas. Él, Cavalieri, Baldasini… Hubo mucho quilombo con esta gente, estábamos muy enfrentados con ellos. Recuerdo que una vez estuvo Triaca en el casamiento de una de las hijas de Antonio Cafiero, donde estábamos invitados de distintos sectores del peronismo, y ahí nomás Marcela Durrieu y Loly Dominguez, entonces mujer de Roberto Digón, se acercaron a Triaca y le dijeron de todo, y el tipo se terminó retirando del lugar. Este era el grado de enfrentamiento interno que había. Triaca y la CGT Azopardo eran muy repudiados por quienes estábamos en la CGT Brasil. Era una fractura muy seria dentro del peronismo.

        -Ahora, te pregunto, haciendo de abogado del Diablo, cuando Alfonsín en las elecciones de 1983 acusa a Lorenzo Miguel de tener un acuerdo con los militares ¿qué había de cierto en eso? ¿Era un invento de campaña?

         -Mirá, yo creo que un tipo que se comió varios años preso, con total dignidad, como Lorenzo, tenía hasta la legitimidad de poder dialogar en algunos casos sin que se piense que estaba traicionando. El sindicalismo tiene, además, la obligación de preservar sus estructuras, porque son estructuras permanentes de los trabajadores y del país. Entonces, Lorenzo (que fue un tipazo), creo que debe haber hablado con todos los que quisieron hablar con él. Esto de ninguna manera significaba que claudicaba, significaba que lo conocían y que él hablaba. Así como pudo hablar, y siguió hablando, para preservar su obra social, su sindicato, la CGT, y las pelotas, ¡también salvó la vida de muchos compañeros! Y te digo Lorenzo en nombre de muchísimos más, como Saúl, Roberto García, José Rodríguez... A mí, inclusive, Lorenzo me ayudó a zafar cuando Luis Palma, un hombre de los servicios que estaba con el interventor del Sindicato de Prensa, me apretó mal un día, diciéndome que yo seguía siendo “potencialmente subversivo” y que no debía volver a pisar el gremio. Yo le comenté este apriete a Juan José Minnicilo, y éste me acompañó a hablar con Lorenzo. No sé qué hizo Lorenzo en ese momento pero nunca más me volvieron a joder.

         “En la guerra de Vietnam estaban cagándose a tiros y en París funcionaba una mesa permanente de debate entre estadounidenses y vietnamitas. Es decir, había compañeros que dialogaban. Es lógico que hubiera compañeros que dialogaban. Es parte de la dinámica de la pelea. Lo que pasa es que en 1983, en esa campaña y esa acusación de Alfonsín, la discusión era otra, si se los juzgaba a los milicos represores o si se les permitía la autoamnistía, y en eso nos equivocamos. No Lorenzo, sino varios, y no vimos lo que quería la sociedad, que pretendía saber la verdad y que se hiciera justicia, no le encontramos la salida... Pero demonizar a un tipo me parece injusto... Todos los compañeros de los cuales Alfonsín decía que habían hecho un pacto estuvieron varios años presos. Y no la habían pasado bien, estuvieron en el barco, en prisiones.

           -Pero Alfonsín no discutía eso, sino que decía que había un pacto para el futuro.

           -No lo sé. Pero esto tiene que ver con lo que recién decíamos, por ahí está mal y nosotros tendríamos que haber sido más duros, porque finalmente los que pusimos la inmensa mayoría de los muertos, exiliados, torturados y desaparecidos fuimos el peronismo. Otros tuvieron también sus muertos, pero tenían muchísimos más funcionarios, embajadores, intendentes, en el gobierno militar. En la etapa anterior de la resistencia también había pasado esto: a los que nos corrían éramos nosotros, y los que mechaban funcionarios eran ellos.

          “Uno es más condescendiente cuando estuviste en el frente de batalla y pasó, que aquellos que la vieron desde la tribuna. Esto no quiere decir que nosotros no digamos "nos equivocamos en esto", pero también puede pasar, ¿no?, que vengan a dar lecciones de combatividad tipos que en esa época apoyaban a Videla, como el PC, o los socialistas, o que se hacían los boludos...

             “Hay dos fechas que no aparecieron de un día para el otro sino que fueron armándose: la huelga del 79 y la movilización del 82, además de todas las huelgas sectoriales o quites de colaboración y movidas en los lugares de trabajo. El 27 de abril de 1979, el movimiento, y muchos compañeros y sectores, decidieron hacerle el primer paro a la dictadura, como te decía, y los que cayeron presos eran todos peronistas.

         - Recordá ese momento, que es poco mencionado, porque más se recuerda el paro del '82.

         -El 27 de abril fue una decisión tomada por la jefatura, la mesa directiva, de la CGT Brasil. Pero después se fue extendiendo al país a través de las regionales y de las agrupaciones gremiales encolumnadas en la CGT Brasil que se iban de a poco constituyendo por todo el país. Fue un paro impresionante, donde no faltaron movilizaciones pequeñas en algunos lugares. Pensemos que era en plena dureza de la represión. Y así y todo se le dio un fuerte golpe a la dictadura porque el paro se sintió. Y mucho. Y les dolió. Y no fue gratis, muchos dirigentes gremiales fueron encanutados. Y muchos trabajadores de fábrica, comisiones internas y cuerpos de delegados también.

         -¿A José Rodríguez no lo acusaban de cierta connivencia con los milicos?

           -A él y a otros. Por los desaparecidos que hubo en las empresas multinacionales del automotor. Pero acusar es fácil. Hay que ponerse en el contexto de lo que pasaba en esos años.

         “El primer local de la CGT Brasil funcionó en el sindicato de camioneros, cuyo secretario general era Ricardo Pérez. Él puso el lugar para que empezaran a reunirse los 25, año '77 o '78. Y en el sindicato de Ricardo Pérez, un día yo estaba, de pedo, con las agrupaciones gremiales de peronistas que conducía Juan José Minichillo, con él, Víctor de Gennaro, Jesús González, Alberto Pasaracua, muchos de ellos secretarios generales de sus gremios después... Como estaban los gremios intervenidos, esa CGT se formó con sindicatos no intervenidos y con agrupaciones gremiales.

         -Si estaba todo intervenido ¿Cómo se armaba?

         -Con las agrupaciones. Que no tenían representación sindical, pero de hecho funcionaban como entidades gremiales. Por ejemplo, en aquella CGT Brasil estaba Saúl Ubaldini, que ni siquiera era secretario general de cerveceros porque lo pusieron a Saúl para no poner al secretario general, que era Barilache, para que no le intervinieran el sindicato. Para el caso de la UOM, estaban presos Guerrero y Lorenzo, entonces ¿quién iba a la CGT Brasil? Hugo Curto, que era la agrupación azul de metalúrgico. Yo en esa época tuve un cambio, una inflexión, el final de una etapa en lo personal, si se quiere.

         -Contalo.

         -Me viene a la memoria un hecho que es como un símbolo personal y político. En el año 1980, yo ya militaba a fondo en el plano político y sindical, y con Marcela enterramos las pistolas 9 milímetros que nos acompañaban desde los momentos de la resistencia anterior. Durante años, después de haber dejado atrás a las organizaciones armadas, mantuvimos aquellas armas a mano, por si pasaba algo. Y pasaron muchísimas cosas, y hubo una violencia terrible, pero a comienzos de los 80, aunque todavía existía –ya atenuada- la represión del Proceso, decidimos que no tenía demasiado sentido conservar un arma, y entonces, en el fondo de casa, en San Isidro, hicimos un pozo; me ayudó un compañero que es el que la había construido, Jorge Cardozo; y allí las enterramos, envueltas en plástico, con una caja de balas. También enterramos documentos, escritos y libros. Nuestros hijos conocieron la historia mucho tiempo después, cuando ya estaban en la universidad. Y un día decidieron recuperar ese fragmento de nuestro pasado. Sebastián, Martín y Jorge Cardozo (el mismo que nos había ayudado a enterrar) cavaron en el lugar indicado y encontraron las armas, las balas ya oxidadas y los libros ilegibles, como un testimonio o reliquia de la historia familiar.

         -¿No fue también para esa época que viajaste a Yugoslavia?

         -Sí. Ese mismo año de 1980 fundamos  el Centro de Estudios Leopoldo Marechal, en calle Liniers 28 de San Isidro, por donde pasaron en plena dictadura muchísimos peronistas a expresar su punto de vista y a conectarse con los compañeros de la zona norte. Italo Luder, Antonio Cafiero, Saúl Ulbaldini, Carlos Grosso, Lorenzo Miguel, Carlos Menem. Las conferencias eran excusas; queríamos empezar a nuclear a nuestro movimiento. En paralelo, la actividad gremial: yo estaba en el núcleo de conducción de la Scalabrini, pese a que mi mayor cuota de militancia era territorial. En esa condición me tocó representar al movimiento obrero argentino nada menos que en la 1era. Conferencia Sindical Mundial sobre el Desarrollo que se realizó en Belgrado, organizada por el Mariscal Tito, líder de Yugoslavia y del Movimiento de Países No Alineados.

         - ¿Y cómo sucedió eso?

         -La invitación la recibió Saúl Ubaldini en la CGT Brasil, porque el peronismo tenía un liderazgo mundial en materia de Tercera Posición. Éramos un invitado ineludible. Saúl y los otros muchachos dijeron: “Bueno, vamos. ¿Pero quiénes?” Muchos estaban encanutados y otros proscriptos. Otros no querían ausentarse del país, porque en cualquier momento podía pasar algo y preferían estar cerca de sus organizaciones. Los dirigentes más importantes estaban seguros de que si viajaban a Belgrado serían sancionados y sus sindicatos golpeados. Eso explica por qué yo, que no era nadie, terminé viajando a Yugoslavia con Víctor De Gennaro. Como no representábamos a sindicatos, sino a agrupaciones, estábamos en una situación menos vulnerable. Víctor fue como Secretario General de la agrupación ANUSATE, de los trabajadores del Estado, y yo, por la Agrupación Scalabrini Ortiz de trabajadores de prensa. Así, frente a todos los movimientos obreros del Tercer Mundo, tuve el honor de dar el discurso por la Argentina. Ese discurso que yo leí, lo escribimos entre tres: Víctor, yo mismo y Quique Padilla, que se acercó desde París donde vivía exiliado. Eran puras citas de Perón. Cuando lo leí, estaba tan nervioso que en esa parte donde Perón dice: “Seamos todos artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie”, la palabra “artífices” no me salía ni en pedo, decía “artíficus” o “atrífices” o qué sé yo qué mierda, mientras Quique y Víctor, en vez de ayudarme, se cagaban de risa. En ese congreso nos trataron muy bien por representar al movimiento obrero argentino. Explicamos las condiciones en las que se vivía en el país, la situación del peronismo, el sindicalismo, la represión del Proceso. El peronismo era muy respetado allá en tiempos de Tito. Nos apiolamos que Perón había trascendido largamente a la Argentina. Paseando por Belgrado me acerqué a la vidriera de una librería y vi … ¡libros de Perón en yugoslavo!

             “La experiencia de ese viaje fue inolvidable. Pero para mí tuvo su costo. Cuando volví, Harguindeguy, Ministro del Interior de la dictadura, apuró al diario para que me rajaran. Me llamó el secretario de redacción y dijo: “Se armó lío, Pato”. Quedé afuera. Conseguí algunas changas periodísticas, pero mi principal ocupación era la política. El gobierno militar parecía pinchado, se hablaba ya mucho sobre la posibilidad de que se retiraran. Los gremios empujaban fuerte, y Saúl Ubaldini jugaba un papel fundamental con Lorenzo Miguel sosteniendo esa estrategia.

viernes, 2 de octubre de 2020

CÓMO VINO EL GOLPE DE 1976: TERRORISMO DE ESTADO Y SEGUNDA RESISTENCIA- recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin


 



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin



                    

         -Con tu ida y la de otros compañeros a la JP Lealtad, ¿tuviste inconvenientes con Montoneros?

         -Fueron momentos duros, difíciles, por varios motivos. Uno, porque nos estábamos separando de compañeros a los que queríamos mucho por haber iniciado hacía años una trayectoria política común. Por otro lado, a pesar del cariño que les teníamos, nos dábamos cuenta de que eso no daba para más por los motivos que expliqué. Sufrimos algunos aprietes. Marcela en ese momento tuvo que afrontar una muy dura apretada de uno de los jefes de la organización. Entre muchos otros que padecieron situaciones similares. La historia cuenta de juzgamientos internos por traición, y desde ya amenazas de venganza por haber abandonado la orga. La cosa no venía fácil. No largamos los fierros inmediatamente porque temíamos las represalias. No era un juego, era en serio la cosa. No sabías si te mataba la triple A, los Montoneros, la cana, los servicios…

         -¿Iniciaste una actividad política abierta?

         - Sí. Muchos nos fuimos a vivir y hacer política en nuestros territorios. Fue en ese año de la muerte de Perón, pleno 1974, que hice mi bautismo de fuego como orador en un acto en San Isidro, donde también fueron oradores Norberto Gavino, sobreviviente de los fusilamientos de 1956, y en ese entonces intendente de San Isidro, el Negro Campos, intendente de San Martín vinculado a los metalúrgicos, y más tarde asesinado por Montoneros, y Abel Varela. A mucha gente del peronismo la conocía por jugar en Acasusso.

                   -¿Todavía seguías jugando al fútbol?

                   - Sí, pero ya me estaba despidiendo: recuerdo que en esos meses borrascosos de 1974, con los muchachos de Acassusso, jugamos de sparrings de la Selección Nacional. Con los años yo iba a conocer muy de cerca a algunos de los cracks de esa Selección, que no anduvo bien en el Mundial de Alemania, pero que eran grandes jugadores: Perfumo, Wolf, Fillol, Babbington, Brindisi, el “Hueso” Rubén Glaría (un amigo; años más tarde sería el primer Intendente de José C. Paz, cuando Duhalde,  siendo gobernador, dividió el distrito de General Sarmiento).

                -Hay una anécdota que siempre comentás de Perón poco antes de morir, hablando de fútbol…

                -Ah, sí. El que me la contó es justamente el Hueso Glaría al tomar unas gaseosas al final de uno de esos partidos. Contó que  lo visitó a Perón con otros jugadores de San Lorenzo y de otros clubes, algunos de los cuales iban a viajar a Alemania para jugar en el Mundial. Habían sido invitados a la casa de Gaspar Campos por Rucci. Después de un larguísimo introito de Perón, donde habló de ecología, de geopolítica, de todos los tópicos que solía tocar por esa época en todas sus reuniones, y que los jugadores a duras penas entendían, dice que Perón les preguntó quiénes iban a Alemania como mundialistas. Estaban el Ratón Ayala, el Hueso y algunos otros seleccionados. Perón les advirtió: “Tengan cuidado con los holandeses”. Y todos los jugadores pensaron que los estaba cargando, que el Viejo no entendía un joraca de futbol. ¿Los holandeses? ¿Y desde cuándo sabían jugar los holandeses? Antes del Mundial hubo un amistoso en Amsterdam donde los holandeses nos ganaron cuatro a uno. Vino el Mundial y fueron la gran sensación. El día que jugaron con Argentina nos pasaron por arriba, nos aplastaron cuatro a cero. “¡Ahí nos acordamos lo que nos había dicho el Viejo y que no le habíamos dado ni cinco de pelota!”, decía el Hueso (Risas).

         -Yo era chico y recuerdo ese partido. Me quedó grabado en la retina. Las camisetas “grises” holandesas, porque no había televisión color para ver el naranja, eran como una ola. Se defendían todos juntos y atacaban de golpe todos juntos también. Una pesadilla.

         -Bueno. Así era Perón. Siempre informado de todo. Acá algunos giles lo subestimaban.

          -En esos años entre la muerte de Perón y el golpe de Estado, ¿ocupaste algun cargo?

                - Sí –responde el Pato-. Yo estuve en dos lados. Primero en el Mercado Central de Buenos Aires en la Ricchieri. El Mercado había sido una idea de Perón ya en los años cincuenta… Como yo venía estudiando comercialización, y laburando en empresas de alimentación, me metieron ahí. Pero un día me encontré con Alejandro Yebra, que había sido técnico de la Selección Argentina de Fútbol con Cesarini, y me invitó a participar en el Gobierno en el área de Deportes. Era periodista deportivo. Fui a trabajar con él a la Secretaría de Turismo y Deporte. ¡Y ahí me pegué un embale!… ¡todo me gustaba! En medio del quilombo… Porque era todo un quilombo que seguía creciendo. El Secretario de Turismo y Deporte era el Coronel Adolfo Philippeaux, que se había sublevado en La Pampa en el 56, y que ahora, veinte años después de aquella sublevación, al ver que pasaban sobrevolando los aviones golpistas, subía a la azotea de Acción Social y les tiraba con su pistola reglamentaria. Bajaba, y estaba más tranquilo: había tiroteado un par de aviones (Risas).

           “Isabel hacía lo que podía…y no podía mucho. Era común enterarse por los diarios de los atentados políticos. Justo en el Ministerio donde yo trabajaba había estado López Rega hasta un tiempito antes de ingresar yo. López Rega manejaba la Triple A o una parte de ella, y era uno de los responsables de esa violencia con bandas parapoliciales que se había instalado. Pero ya no quedaba nadie de su gente en el Ministerio. Al “Brujo” lo rajó el movimiento obrero después del “Rodrigazo”, que fue un conjunto de medidas económicas muy perjudiciales para los trabajadores. Yo estuve en la plaza, cuando los laburantes pidieron su cabeza. Fundamentalmente las 62 organizaciones, con Lorenzo Miguel al frente… Hubo una enorme movilización para rajarlo al brujo, abiertamente enfrentado al sindicalismo. ¡Lo que lo putearon ese día! No le quedó otra que renunciar, con todo el poder y la triple A y los fierros y las bandas armadas que tenía. Por eso, cuando el movimiento obrero se para de mano, no hay violencia que valga. Y esta movida hay que reconocérsela a Lorenzo. Fue una movida muy polenta, pero tardía, para salvar, no sólo al gobierno, sino a la democracia. Isabel intentó mantenerse en el gobierno, y a pesar de los aprietes militares, se negó a renunciar. Los milicos no podían permitir una salida institucional, y estaban decididos a volver por todo y por todos. Creyeron que era la oportunidad de destruir de una vez al peronismo al haber muerto su creador

         -Cuando viste que se venía el golpe, con toda esa militancia previa que te comprometía, ¿pensaste en irte del país?

           -La verdad que no. El 23 de marzo de 1976 trabajé como habitualmente en la Subsecretaría de Deportes. Esa noche, mientras yo dormía, se llevaron detenida a la Presidenta en un helicóptero, y se inició una época nefasta en la que perdí muchísimos amigos, compañeros y ex compañeros, y en la que mi familia y yo pasamos situaciones muy jodidas. Claro que a otros les fue mucho peor. Yo estoy para contarla.

            “Me acuerdo exactamente cuatro días antes del golpe. Estaba en la casa de un compañero de San Isidro viendo el partido de la Selección contra la Unión Soviética, que se jugó bajo la nieve. Luis Belaustegui me hablaba de la posibilidad del golpe y yo no oía, o, como muchos de nosotros, no quería oír. Quería ver el partido. Ganó Argentina con gol de Kempes y una gran actuación del “loco” Gatti. El mismísimo día del golpe jugó Argentina contra Polonia y también ganó con goles de Houseman y de Scotta. No éramos conscientes de lo que se venía”.

                       "El vacío que produjo la muerte de Perón se sintió profundamente. Era una tarea sobrehumana soportar las tensiones que  inclusive a Perón le había resultado difícil contener y canalizar, agravadas por los efectos sobre la Argentina de esa etapa de la Guerra Fría en que las superpotencias desarrollaban su partida sobre el tablero del mundo usando a los pueblos como fichas."

             - El golpe de 1976 ya estaba previsto antes de que regresara la democracia. En Estados Unidos y en los círculos de la dictadura militar argentina se evaluaba con razón que impedir el regreso de Perón era imposible. Tomaron como táctica dar un paso atrás, dejar la escena a Perón y prepararse para boicotear su gobierno y dar un nuevo golpe de Estado que vendría por todo. Perón lo sabía y muchas veces advirtió a sus partidarios, y en especial al sector juvenil, que había una avanzada imperialista en América Latina –Banzer en Bolivia, dictadura militar en Brasil, golpe de Pinochet en Chile, un Perú jaqueado, golpe blando en Uruguay- y eran momentos de andar con cautela ¿Te parece que Perón no fue escuchado cuando advertía sobre este peligro? 

          -No. Muchos no lo escucharon, tal vez consideraron poco heroico cuidar la democracia y terminaron equivocando el camino. Lamentablemente a derecha e izquierda le hicieron el juego al golpe de Estado.

         -¿Era la teoría del “cuanto peor, mejor”?

         -Claro. Y cuando vino la represión ni se detuvo ni se limitó a los que estaban o estuvieron con el fierro en la mano: encarcelaron dirigentes gremiales y políticos. Intervinieron la CGT, los sindicatos, el PJ. Secuestraron, torturaron y desaparecieron compañeros a mansalva. La guerrilla –que además ya estaba militarmente derrotada cuando se produce el golpe- sirvió de excusa. El golpe fue contra el peronismo, como expresión de la democracia y la soberanía popular. Venían a hacernos pelota.

              -¿Y cómo repercutió eso en tu vida?

         -En esa época hacía un tiempo que vivía con Marcela Durrié. Fue a ella a la que vinieron a buscar una noche, no a mí. Primero fueron a la casa de mi madre. Los del Falcon subieron al departamento de mamá, en Rivadavia 195, San Isidro, con el portero. Quisieron que les dijera dónde vivíamos. Ella se hizo la tonta: “estos jóvenes, ya ni se acuerdan de visitar a la familia”, y no les informó nada. Igual alguien habrá hablado, porque varios en el vecindario sabían que Marcela estaba empleada en un sanatorio a media cuadra, y los del grupo de tareas fueron a buscarla allí, pero no la encontraron. Después fueron al Hospital de Niños de San Isidro, otro lugar en el que hacía guardias una vez por semana, y al no encontrarla tampoco, lo apretaron al Director, que se portó como los dioses, tampoco les dijo nada, se hizo el boludo. Y la verdad es que si la encontraban era boleta. Y si nos encontraban juntos, era boleta yo también. Ya vivía mi tercera hija y la primera con Marcela: Malena. Mi vieja, pobre, tuvo la iniciativa de venirse a casa en un taxi para avisar que nos estaban buscando.  “Si la siguieron, estamos listos”, pensamos con Marcela. Y nos rajamos de inmediato. Le avisé nuestro raje a un amigazo, un vecino profesor de judo, Angelito Stamboulis, y le pedí que por las noches encendiera las luces de casa, para que no nos vinieran a afanar durante la ausencia. Ángel era, además de profesor, gendarme.  Me dijo que iba a moverse y contactar gente para sacarnos de la situación en que nos encontrábamos.

         -¿Y dónde se rajaron?

         -Caminábamos mucho y dormíamos donde podíamos y, algún tiempo, lo pasamos en la zona de studs de San Isidro, donde nos cuidaban vareadores amigos, peronistas de ley. La otra vez una de mis hijas vio la película “Infancia clandestina” y me dijo que le hacía acordar algunos momentos de lo que vivimos en aquellos años.

         -¿Fue en esa época que perdieron un bebé?

         -Así es. No recuerdo exactamente las fechas, pero habrá sido por esos días que estábamos rajados y buscábamos refugio donde podíamos. Y había en San Isidro un matrimonio con hijos, unos militantes que habían pasado por la JP y luego por la JP Lealtad, y les fuimos a pedir de pasar un día o dos allí. Marcela estaba embarazada de nuevo, después de haber tenido a Malena, y era un embarazo reciente. La cuestión es que estos que creíamos compañeros se julepearon y nos dijeron que no, que no nos iban a recibir. Hoy uno puede entender el miedo que tenían, pero en ese momento fue un golpe muy duro, y fue tanto el disgusto de Marcela que ahí nomás, en la puerta de la casa de esta gente, tuvo un aborto espontáneo y perdió el bebe. Sólo nos detuvimos para que ella se higienizara, lógicamente ella era médica, sabía lo que había que hacer, y sin pedirle más nada a esta gente, nos fuimos.

         -Una situación terrible.

         -Bueno, eso ejemplifica un poco el momento que se vivía. Cada tanto llamábamos desde un teléfono público a  Angelito por novedades. Un día nos citó en la estación San Isidro. Fuimos. Nos cuenta que había estado tratando de tomar contacto con capos de un grupo de tareas que operaba en la zona, para explicarles que nosotros éramos buena gente.  Y me dice: “Pato, esta noche vienen cuatro de esos tipos a casa. Quieren hacerles preguntas. En realidad, es con Marcela con la que quieren conversar”. Nosotros estábamos muy complicados. No éramos clandestinos, no teníamos dónde ir, acabábamos de pasar por esto que te cuento, y Marcela me dice: “Vamos, Pato, Angelito es una garantía”. Así que esa noche estábamos en casa de Ángel, con él y su mujer María Rosa, esperando.

         -Qué momento.

         -¿Qué te parece? Al rato caen los tipos. De sólo mirarlos ya nos daba repugnancia: seguro que habían secuestrado, torturado y matado a amigos nuestros. Nos sentamos en el comedor. Por la ventana se alcanzaba a ver nuestra casa, que quedaba enfrente. El represor que llevaba la voz cantante (al que después bautizamos “Coquito”) era un gordo grandote y usaba una polera, aunque casi no tenía cuello. Coquito empezó el interrogatorio. Todas las luces estaban apagadas, menos una lámpara en el centro de la mesa que apuntaba a los ojos de Marcela. Coquito estaba del lado de la sombra. Los tres acompañantes junto a él. Yo estaba a un costado, con Ángel y su mujer. “¿De dónde sos, qué hacés, dónde trabajaste, dónde militás?” Pensá que estos cuatro tipos estaban interrogando a una pendeja recién recibida de médica y madre primeriza. Era muy difícil. Yo empecé a sentirme ansioso y me quise meter en la conversación para distender un poco. Me cagaron de un grito: “¡Silencio! Con usted no es. No rompa las bolas, después hablamos con usted”. Y siguió el interrogatorio como dos o tres horas más. Insoportable. Al final el gordo Coquito le dice a Angel: “No tengo las cosas claras. Ella nos va a tener que acompañar”. Yo protesté pero Marcela dijo: “Está bien, yo voy”.  Y Coquito: “Bueno, señora: la vamos a meter en el baúl, la vamos a llevar”. En ese momento reaparece en el comedor la mujer de Ángel, María Rosa, que había salido un instante, y le dice a Coquito: “Vos no te la llevás nada. Ella no va a ningún lado. El compromiso era que los interrogabas, pero no que te llevabas a alguien. ¡Acá se hacen las cosas como habíamos establecido!”. Menos mal que se plantó porque, si no, no sé cómo terminaba la cosa. Seguro que mal. Si en ese momento te chupaban, estabas jodido. Coquito le reclamó a Ángel que parara a su mujer, y al fin terminó comprometiéndose a no llevar a Marcela ni voltearnos la casa; harían una investigación complementaria y un nuevo interrogatorio allí mismo en tres o cuatro días.

         -¿Y se animaron a volver?

         -No teníamos otra. Nos volvimos a encontrar en lo de Ángel. Los tipos tenían el prontuario completo de Marcela. Lo único que parece que no sabían era su paso por Montoneros. Ella les había hablado de la Juventud Peronista, de la militancia universitaria y de su opción por la JP Lealtad.  “Está bien: no nos mintió”, explicaron.

“Zafamos gracias a Ángel y su mujer. Ellos  no eran militantes ni héroes ni nada parecido. No eran unos supuestos “tipos comprometidos” como los otros que nos rajaron de la casa. Sólo eran unos buenos vecinos, gente buena y valiente. Mis chicos varones lo conocieron a Ángel, porque nosotros seguimos siendo vecinos muchos años, y tanto Sebastián como Martín practicaron judo con él. Ya falleció.

-¿Y qué hicieron después?

-Volvimos a nuestra casa. Sentíamos un poco de cagazo, pero no teníamos otro lugar donde vivir: necesitábamos estar en familia, cuidar a Malena, que era muy chiquita, trabajar… Después de unas semanas, nos fuimos tranquilizando, pero una madrugada de verano de 1977, a eso de las 5 de la mañana, golpearon la puerta. Nos levantamos de un salto: “¡Vinieron a buscarnos!”, dije. ¿Qué íbamos a hacer? Había que abrir y ver. A pocos metros de nosotros dormía Malenita. Por la mirilla de la puerta no se veían autos ni gente. Si abría, ¿me encontraría con la cana? No quise quedarme con la duda y abrí despacito, despacito, preparado para responder a algún ataque. El tipo que estaba sentado en el jardín se puso de pie. Casi me caigo de culo: era mi amigo Quique Padilla, que acababa de fugarse de la cárcel. Entró a la casa sin saludar y nos dimos un abrazo. Después se tiró al suelo señalándose los pies: “Los tengo hechos mierda”. “Parecen dos pizzas”, dijimos. Mientras Marcela lo revisaba, él nos contó que llevaba un año preso en La Plata. Quique era sociólogo, de gran formación, y había sido un cuadro de la JP Lealtad. Su padre, gran peronista, fue de los primeros suboficiales de la Fuerza Aérea creada por Perón. A Quique lo habían detenido antes del golpe, y por eso se salvó, ya que estaba “legalizado”. “Pero me cansé de estar adentro -dijo-. El día que rajé me habían comunicado que mi condena sería de 15 años”.

-¿Y cómo pudo fugarse?

-En esas semanas había mucho fútbol de verano. Quique convenció a no sé qué autoridad del penal de permitir a los presos políticos ver un Boca-River por la televisión. El se comprometió a cebar mate para todos. Durante el partido, en alguna jugada que los distrajo, se tiró desde un segundo piso y se fugó. Necesitó siete horas para llegar a gamba desde La Plata. En el camino, en la Confitería  de Cabildo y Juramento, se encontró con su padre que le llevó sus documentos. Luego siguió viaje hasta nuestra casa. ¡Menos mal que nosotros habíamos regresado a vivir allí! Sus pies estaban destruidos por la caída y la caminata. Fueron tres días buscando hielo entre los vecinos para llenar un balde y deshincharlos. Entretanto, con otros amigos, encontramos la manera de que saliera del país. Partió en un camión de verduras del mercado concentrador de San Isidro: primero a Uruguay y después a Brasil, entre lechugas y tomates. Más tarde, no sé cómo, llegó a París. También estuvo un tiempo refugiado en casa otro compañero perseguido, Dante Oberlín, hasta que logró salir del país y terminó exiliado en Suecia.