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domingo, 20 de septiembre de 2020

Luchas y amores en cladestinidad. Arrostito, Nell y Cullen. ¿Cómo nace La JP lealtad? Reportaje a Fernando "el pato" Galmarini por Javier Garin

 


Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin



 

             -Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?

   - Fue cuando estuve clandestino en la zona sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu. Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla. Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos,  en afiches de “persona buscada por la justicia”. ¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?     

                      - Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.

              -A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República…  Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes. 

                -¿Y qué podés contar de José Luis Nell?

               -Otro mito de aquellos años, de trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra. Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”. Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento, mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo

              -¿Y ella?

              -¿Lucía? Una chica militante, un ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También era bastante linda, muy linda. Una belleza.

             "Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después. 

             "No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.

                No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar. 

              -¿Y cómo fue que conociste a Marcela Durrieu, tu segunda mujer?

            -Esa es una historia muy larga. 

             -Contala.

             -Yo estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros …

                 -¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?

                 -Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos, hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón. ¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).

              En fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos “Viva Perón”. Era evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón crecía inconteniblemente. Salimos de la comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.

                   -¿La posta sanitaria?

                  -Sí. Ya estábamos mejor organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.

                   -¿Y qué pasó?

                   -La cita era en una pizzería que tenía su historia: la Real, de Avenida Mitre, donde unos años antes habían baleado de muerte a un dirigente metalúrgico combativo, Rosendo García. La historia que cuenta Rodolfo Walsh. Bueno. La médica que estaba a cargo de la posta era una piba jovencita y noté que era muy linda. Yo estaba solo en esa época. Estaba separado. De modo que aquella noche invernal observé muy interesado a la compañera médica, pero por supuesto me comporté como un cuadro disciplinado: rendí un informe rápido, nos fuimos en el colectivo 93 a Retiro, ella con su botiquín y yo con los fierros, cada cual por su lado. Sólo volví a encontrarla varias semanas después, en un campamento de la organización que tenía a mi cargo, y por las noches empezamos a intimar. Poco tiempo después, estábamos viviendo juntos. Ella era Marcela Durrieu, y compartimos más de veinte años desde entonces. Tuvimos tres hijos: Malena, Sebastían y Martín.

               -¿Y cuándo se dieron cuenta de qué Perón realmente volvería?

            -El año 1972 es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al  17 de noviembre, fecha en que Perón regresó, se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que terminó venciendo la proscripción”.

              "Frente a la casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”-  destinado a aislar al régimen de Lanusse y a garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos básicos entre partidos que pronto serían  gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”, resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno militar  convocó a elecciones presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El gobierno militar dictó una cláusula que exigía  un tiempo  de permanencia en la Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia” y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus hombres cerca de él.

          -Desde el punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?

             -Los militantes más ingenuos –dice el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes, desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros, mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho, que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso. Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más, viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal. Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.

              -Cuando vienen de hablar con Perón, ¿vienen decepcionados?

               -Claro. Eran los tres, los capos de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.

               -¿“Reforma o revolución” era la discusión en ese momento?

                -Ahí yo sí recuerdo que tenía, tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y este compañero dijo: “No, no, hermano. No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.

               -Pero ¿cómo era ese debate?

                -Como eran todas cosas clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la discusión ya estaba ahí.

             -¿La discusión consistía en que algunos planteaban que había que superarlo a Perón?

             -Exacto. Y los compañeros más lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir, discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.

           -O sea, bastante antes del asesinato de Rucci.

            -Sí. Empezó. No es que se rompió, pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez, el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.

                - Y con el tema del ERP, del PRT…

                - Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx, a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”! (Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.

                En este punto de la charla con el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones, armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno, eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”. “Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”. Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad, ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones pretendían no darse por enterados.

              - Yo creo que a Perón,  viendo todo esto a la distancia, las organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante que la organización armada.

                -Si lo miramos sólo como el proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?  

               -Claro. Cuando Perón hablaba de la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón: “te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble!  Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados del conjunto de la sociedad.

              - ¿Vos lo percibías, así?

                -Al final, sí.                             

               - Es decir, ¿cada vez más estaban en el microclima?

               - Era cada vez más fierro y menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.

               “El proceso importante y masivo, fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....

              -Ellos eran la vanguardia.

              -Claarooo. Ellos eran (algunos bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el "Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels, Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario, unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros, mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no Perón los que iban a conducir.

               “Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones en cuanto a convocatoria.  En verdad, esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que englobaba a todo. Y le daba una  mística. En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos en unas movilizaciones impresionantes.

             -Querría que expliques más la formación de la JP Lealtad.

              -La Lealtad fueron los peronistas que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista.  No fue algo ordenado y único. Así como la formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín. Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.

             - ¿Ese fenómeno se profundiza con el asesinato de Rucci por Montoneros?

              - No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad, lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.

lunes, 29 de junio de 2020

"DE BOCA Y PERONISTA" - Introducción de Antonio Cafiero - Reportaje a Fernando "Pato" Galmarini por Javier Garin -






 DE BOCA Y PERONISTA 
(PRIMERA PARTE)
 Reportaje a Fernando "Pato" Galmarini por Javier Garin -

El Pato (el de bigotes) cumple el sueño del pibe y juega para Boca en un amistoso.
.........................

A modo de introducción
"LA HISTORIA DEL PERONISMO NO SÓLO HAY QUE HACERLA, TAMBIÉN HAY QUE ESCRIBIRLA"

Palabras de Antonio Cafiero

 El presente prólogo fue escrito por Cafiero hace algunos años, después de leer los primeros esbozos de los recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini. En la foto se los ve a ambos con la camiseta de Boca en un amistoso (el Pato en cuclillas).


         Creo que podemos afirmar, sin que se nos asigne una visión facciosa o parcial, que el peronismo, como el radicalismo, constituye una corriente histórica profunda de la política argentina. No ha sido, como en sus orígenes preveían algunos críticos, un fenómeno pasajero que se acabaría tan pronto fuera desalojado del poder y separado de su líder y creador. No: el peronismo sobrevivió en el llano, atravesó con dignidad, sacrificio, paciencia, resistencia y lucha el extenso desierto de la persecución y la proscripción, recuperó sus derechos; volvió al gobierno; fue nuevamente desplazado por la violencia; aprendió a perder elecciones y aprendió a recuperarse de esa novedosa experiencia; se renovó; volvió a ganar…, en fin, ya cuenta con varias décadas de vida y tiene, si Dios quiere y los peronistas ayudamos, mucha vida por delante.
         A lo largo de esta trayectoria, millones de peronistas han aportado a la experiencia y la historia del movimiento. Y quizás entendimos sesgadamente la intención de Perón, cuando nos decía que “mejor que decir es hacer”. “Decir” puede ser una forma del “hacer”. Perón mismo lo tenía claro, y su obra intelectual es una prueba de ello. La militancia, en tanto, ha estado tan ocupada en producir cosas que se descuidó un poco la reflexión y el registro de las experiencias.
         La historia del movimiento no sólo hay que hacerla: también hay que escribirla, para que nutra a las generaciones presentes y futuras. Como estoy convencido de esto, siempre les pido a los compañeros que cultiven la memoria, la registren y la publiquen.
         Hablamos mucho con el querido Pato Galmarini de este tema. Y como soy insistente, al menos con él he tenido éxito. En los recuerdos del Pato se cruzan su amor por el deporte y su compromiso con el país; podemos ver cómo vivían el naciente peronismo muchos pibes de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado; vemos pasar a jóvenes heroicos, a militantes sacrificados, a personajes entrañables como el cura Mugica y a tantos otros. Como no se trata de un libro de teorías abstrusas, sino una colección de recuerdos personales, el resultado es un pedacito de vida argentina.
         Yo espero que muchos otros sigan el ejemplo de Galmarini. La historia, al fin de cuentas, es (o debería ser) la resultante de todas las memorias.
ANTONIO CAFIERO.

1) "Al tronar de las bombas. La supresión de los Torneos Evita", 
por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje y texto por Javier Garin.

                   Año 1955.  Es el dieciséis de junio al mediodía. Nadie sabe aún que ese día pasará a la historia como una fecha luctuosa, criminal. Aunque hace fresco y hay una esporádica llovizna, un grupo de chicos del barrio de Palermo se encuentran jugando un picado en la calle Arenales, entre lo que es hoy Scalabrini Ortiz y Malabia. “Era una calle empedrada, donde pasaba un auto por hora. Las calles estaban tomadas, entonces, por los pibes y la pelota. En vez de piquetes, había partidos de futbol. Jugábamos todo el día, ocupando la cuadra a nuestro antojo, haciendo los arcos con dos montoncitos de ropa de cada punta en la calzada; y cuando los vecinos protestaban por los gritos o por algún pelotazo en las persianas, el policía del barrio, familiarmente apodado “el vigi”, nos tocaba el silbato. Ese silbato se respetaba más que el de cualquier referí. El partido se cortaba, y nos trasladábamos para seguir jugando a la plaza que estaba en la esquina de mi casa, la Plaza Intendente Casares”, recuerda Fernando Galmarini, quien a la sazón tenía unos trece años de edad.
                   El “picado” era una maravillosa mezcla de clases sociales, hermanadas por el amor a la pelota: el hijo del doctor gambeteaba junto al hijo del portero, del albañil o del dueño de la bicicletería “El Indio”, lindera a la casa del Pato. Los chicos de una familia de clase media convivían en el picado con los hijos de laburantes del único conventillo de la cuadra. No había “grieta política” entre los pibes, pero de vez en cuando había algunas trompadas, producto de un gol inventado o de un penal no cobrado.
         De pronto, grandes y repetidos estruendos. Gente que empieza a correr. Los pibes hacen un alto sin comprender lo que sucede.
        -¡Vamos a mi terraza!, propone el Pato.
         Entran al edificio de Arenales 3859, en cuyo primer piso, departamento B, vivía la familia Galmarini, y suben corriendo los cinco restantes que los separan de la azotea, desde donde se divisa la ciudad.
          En todas las terrazas había gente mirando –recuerda el Pato-. Estábamos no muy lejos de Plaza de Mayo y no sabíamos que en ese mismo momento, allí, estaba muriendo gente por las bombas: trabajadores que habían concurrido en respaldo del gobierno, oficinistas, transeúntes circunstanciales, y hasta niños de un autobús escolar que tuvieron la desgracia de ser alcanzados por el criminal ataque. Se escuchaban las detonaciones y los ruidos de los aviones de la Marina de Guerra sublevados contra el presidente constitucional Juan Perón, a quien querían matar a cualquier costo, sin importarles las vidas de quienes se encontraban en las inmediaciones; y se veían las columnas de humo elevarse en el cielo. Años después, me enteré que también habían bombardeado otros lugares, como el cuartel de La Tablada y la residencia presidencial, el Palacio Álzaga Unzué, en Austria y Las Heras; y que una bomba había caído en Las Heras y Pueyrredón, y que hubo muertos allí también, no sólo en la Plaza de Mayo.
               Aunque ni el Pato ni sus amigos del picado lo supieran, ese día se empezaba a modificar el curso de la historia. Un grupo de militares y civiles opositores a Perón intentaba asesinarlo y derrocar su gobierno mediante el bombardeo y ametrallamiento aéreo, matando a más de trescientas personas e hiriendo a más de setecientas. La sociedad, tal como el Pato y sus amigos la habían conocido, no volvería a ser la misma. Faltaban pocos días para que Perón finalmente cayera bajo otro golpe de Estado, esta vez exitoso.
                        La época de oro del peronismo, de la “comunidad organizada” y la Justicia Social, que había empezado a delinearse a partir del 4 de junio de 1943 (1), que hizo eclosión el 17 de octubre de 1945 (2), que tuvo como hito la Constitución de 1949 (3), con los derechos laborales y sociales, el acceso de los trabajadores a todos los niveles de la educación, incluso universitaria, el voto femenino, el dominio estratégico de los recursos naturales y las fuentes de energía, la Independencia Económica, las grandes obras públicas, la política sanitaria dirigida por Ramón Carrillo, la acción social de la Fundación Eva Perón, los ferrocarriles nacionalizados, la flota mercante, la búsqueda de la unidad latinoamericana, y tantos otros logros, y en la que aquellos pibes de barrio -y todos los pibes del país- eran los “únicos privilegiados”, comenzaba a extinguirse. Venían otros tiempos. De proscripción y resistencia para el peronismo y de nostalgia para el piberío deportista.
              -¿Cómo se reflejaron estos cambios en la percepción sencilla de un niño de aquellos años?
               -Un ejemplo -responde el Pato-. Los Torneos Infantiles Evita, todo un símbolo de la política deportiva y social del peronismo, serían eliminados poco tiempo después. Aquellos torneos formaban parte de nuestra pequeña felicidad cotidiana. Ya de grandes comprobamos que estaban destinados a perdurar en la memoria de todos, como las conquistas de la justicia social. Pero en aquel momento sólo nos ganó la angustia y el presentimiento de que se estaba destruyendo un modo de vida, mediante un ataque artero e injusto. Lo que para los pibes de mi época fue una pérdida muy grande, no sólo deportiva, simbolizaba al mismo tiempo otras grandes pérdidas que la sociedad sufría en otros ámbitos, en el mundo del trabajo, en la economía, en todo. Aquello quiso ser el fin de la Comunidad Organizada y su reemplazo por el retorno a la vieja Argentina para pocos”.
                 


Los Torneos Evita marcaron a miles de niños enseñándoles el amor al deporte. El Pato es el tercero desde la izquierda de su equipo "Mundo Infantil".

            -¿Cuál era la importancia de esos torneos tan famosos?
           - Promovían el deporte, la contención, la formación moral. Eran mucho más que justas deportivas. En salud, por ejemplo, dicen los viejos peronistas que fue su ministro, Ramón Carrillo, quien intervino activamente en el armado de los Torneos Infantiles Evita. Estos torneos, en los cuales jugaron miles de pibes a partir de 1948 hasta el golpe de 1955, tenían como premisa y fundamento no solo el jugar, sino que era exigencia del Estado Nacional, y de los Estados provinciales, que todos los chicos que disputaran en ellos, fuesen sometidos a un chequeo médico, como parte del control sanitario y de la revolución de Carrillo en la salud de Argentina. El antiperonismo dijo después que en esos torneos adoctrinaban a los pibes. Nada que ver.  No había nadie adoctrinando a los pibes ni mucho menos. Sólo se les daba la oportunidad de jugar organizadamente, de competir con otros pibes del país…”
                - ¿Cómo fue que participaste?
               - Como miles de pibes. Yo era muy chico… Me di cuenta, años después, de lo que había significado para mí. Yo jugué mucho en la calle, en la esquina de mi casa. Y ahí, un día, nos reclutó un tipo, no recuerdo si a todos o a algunos, para jugar en el equipo “Mundo Infantil”, que era el nombre de una revista de aquellos años. Había una revista Mundo Infantil, otra Mundo Deportivo, otra Mundo Peronista, etc. Mi equipo era Mundo Infantil, y me acuerdo lo felices que éramos los pibes con jugar en esos torneos. ¡Basta ver la foto del equipo Mundo Infantil! … ¡Qué cosa tan linda!  En cada equipo te daban las camisetas, los pantalones, y las medias. Y todos lo íbamos a buscar a los locales de la Fundación Eva Perón, donde había miles de juegos de camisetas, miles de juegos de pelotas. Cada equipo se iba con su camiseta, para jugar los torneos en todo el país. Imaginate lo que habrá sido eso…  Yo he charlado de esto muchísimas veces en reuniones con amigos míos, muy amigos, como el Cabezón Sívori, que fue uno de los grandes jugadores argentinos y comenzó jugando en los torneos Evita en San Nicolás. Él era de allí.  O con el Toscano Rendo … Antonio Valentín Angelillo… Vicente de la Mata… Tipos de mi edad, que fueron jugadores excepcionales, que llegaron a primera e incluso fueron estrellas, no como yo, (risas) ¡y empezaron jugando en los torneos infantiles Evita! ¿Te das cuenta?
             “Esto ha quedado, aunque lo quisieron borrar. Es un sello del peronismo. Hoy todavía cuando se organizan torneos infantiles,siempre salta alguno que dice: “pongámosle Evita”. Incluso hace poco Tinelli me contó, en Showmatch, que él había jugado en la segunda versión de los torneos Evita que se hizo en los años setenta. Porque en el ’73, con la vuelta de Perón, se volvieron a hacer. Y luego nosotros en los noventa, tomando aquel modelo, hicimos los Torneos Juveniles Bonaerenses, y fuimos varias veces al programa de Tinelli, y él contó ahí que había participado en los Evita de los años setenta. ¡Y Diego Maradona jugó en estos torneos, con los Cebollitas, en el 74 o 75, cuando él ya estaba jugando en Argentinos Juniors! Pero los juegos infantiles Evita, los originales, comenzaron en 1948, patrocinados por la Fundación Eva Perón. Al principio fueron campeonatos infantiles de fútbol, pero después incluyeron otras disciplinas, atletismo, natación, básquet… ¡Ahora, imagínate el daño que habrá sido para los pibes desarticular aquello cuando cayó Perón!”
                -¿Qué significó que los eliminaran?
             -Ahí se empezó a notar lo que significaba la caída del peronismo hasta en los detalles más pequeños de la vida cotidiana. Porque la persecución a los deportistas peronistas fue indignante, pero tal vez no se percibía con claridad para el que no estaba en ese mundo. Pero en los torneos Evita estaban los pibes de todos los barrios de la República. Y al año siguiente del derrocamiento no hubo más torneos Evita, porque no se podía mencionar a Evita, estaba prohibido su nombre por decreto…
         - Si hubiera habido voluntad política de mantenerlos podrían haberlos rebautizado...
            -¡Es que ahí estaba el quid!  No los querían. O no le otorgaban al fomento del deporte la importancia que le dio Perón. O no les interesaba hacer felices a los pibes. O querían simplemente borrar todo lo que había caracterizado al peronismo. Aun cambiándoles el nombre, seguían siendo los torneos Evita. Eran un recuerdo del peronismo que había que eliminar. Fue una cosa de lo más perversa, porque no solamente hicieron lo que hicieron, fusilaron,  persiguieron, censuraron, proscribieron al peronismo, impidieron al pueblo votar, intervinieron el PJ, los gremios, la CGT, reprimieron huelgas, destrozaron todo, ¡sino que también a los pibes nos cagaron parte de nuestra alegría!...
               "Pero el tiro les salió por la culata -reflexiona el Pato-. A muchos de nosotros, pibes entonces, el deporte nos había comprado el corazón y los sueños. Unos años más tarde los chicos que habíamos visto de lejos ese criminal bombardeo comenzamos a entender los cuentos de los mayores y a  reclamar nuestro lugar en la pelea que estaban dando los mayores para que Argentina volviera a ser una patria con dignidad para su pueblo. Fue una paradoja de la historia, porque, contrariamente a lo que hubieran querido los enemigos de Perón, todo aquello tuvo como fruto la incorporación de nuevas generaciones a la lucha por el retorno, una lucha que comenzó la misma noche en que echaban a Perón. Quienes imaginaron que Perón tendría un destino similar a San Martín o a don Juan Manuel de Rosas, es decir, morir en el exilio, si antes no podían asesinarlo, calcularon mal. Esta vez, el pueblo peronista, conducido por su líder, volvería 17 años más tarde, y poco después sería por tercera vez presidente de la Nación."






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CONTINUARÁ...

Notas: [1] Fecha del golpe de Estado militar que derrocó al Presidente Ramón Castillo, puso fin a la denominada “Década Infame” gobernada mediante la corrupción y el fraude electoral, y elevó a la Presidencia sucesivamente a los generales Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell. El principal ideólogo y articulador de este movimiento fue el coronel Juan Perón, quien, primero desde el GOU y luego desde la Secretaría de Trabajo y Previsión logró articular a distintos sectores detrás de un proyecto común, promoviendo junto a los sindicatos un cambio legislativo y social que dignificó a los trabajadores urbanos y rurales y fue la base social que lo catapultó a la Presidencia en 1946.

[2] El 17 de octubre, una de las más grandes y significativas puebladas de la historia argentina, es considerado unánimemente como la verdadera fundación política del peronismo, a partir de la movilización de los trabajadores a Plaza de Mayo para reclamar la liberación del coronel Perón, destituido de su cargo y preso en la Isla Martín García. Es también considerada como la expresión pública de la alianza de Perón con los trabajadores, a quienes reconoció como “la columna vertebral” de su movimiento.

[3] La Constitución de 1949, o constitución peronista, fue una reforma constitucional extraordinaria que promovió el primer gobierno de Perón y que tuvo en el jurista Arturo Sampay  a uno de sus principales ideólogos. Fue un ejemplo del denominado “constitucionalismo social”, caracterizado por incluir en las cartas constitucionales los derechos sociales, como complemento de los derechos individuales del constitucionalismo clásico: típica expresión normativa de la concepción peronista de la Justicia Social, con un Estado activamente presente para corregir las desigualdades y proteger a los más vulnerables. Fue derogada mediante bando militar tras el derrocamiento de Perón y nunca pudo ser restablecida. 

domingo, 28 de junio de 2020

RECORDANDO AL PADRE MUGICA JUNTO A FERNANDO "EL PATO" GALMARINI.


Fragmento del reportaje: “DE BOCA Y PERONISTA” -
Conversaciones sobre peronismo y deporte con Fernando “Pato” Galmarini. Reportaje y notas de Javier Garin.

(La foto fue tomada durante la boda de Fernando Galmarini que celebró el Padre Mugica en junio de 1969).

                  -A mí, el Padre Mugica me formó –dice el Pato-. Nunca hay un solo tipo que modele tu cabeza, pero el cura Mugica fue para mí muy importante.
       -¿Cómo lo conociste?
        -Jugando al fútbol. Si vos me preguntás cómo, te digo que con una pelota en la mano… No me imagino que por otra cosa, porque yo no era practicante religioso. A la Iglesia iba lo suficiente para cumplir con mi colegio. Jugué mucho al fútbol con él.
        -Pero ¿Dónde? ¿En qué lugar?
         -Yo era muy chico, tendría no más de 17 años. Fuera de Boca, que era la pasión de los domingos, me había hecho hincha de Excursionistas, como otros pibes del barrio. El club quedaba más o menos cerca, y los sábados íbamos a la cancha. Seguíamos jugando, pero ya no en la calle, sino en canchas que se armaban en terrenos baldíos, o en clubes de barrio. Fue en esos partidos que lo conocí, jugando en un equipo que se llamaba Curupaití, en un torneo de la Unión Argentina Amateur de Fútbol.  En ese equipo jugábamos nosotros dos y también Ricardo Pereyra Iraola y Miguel Tezanos Pinto. Y Hugo Anzorregui. Pibes de apellidos patricios, Y yo, un pibe de barrio de clase media. Esas son las mezclas que permite el futbol.
                       “Todavía no era el cura Mugica. Era un joven seminarista. Venía a los partidos del sábado o los domingos después de misa.  Luego de un tiempo, nos juntábamos a hacer fútbol en distintos lugares: a veces en el Seminario de Villa Devoto, otras en la Villa de Retiro, la 31, en la que él residía de a ratos, haciendo trabajo social. No era su domicilio permanente: turnaba algunas noches en la villa, otras en Devoto y otras en la casa de su familia, en la calle Arroyo y Esmeralda, un departamento de la gran puta, porque su padre había sido Ministro de Relaciones Exteriores de Frondizi en 1958. Yo visité esa casa. Su familia era de muy buena posición. 
                    “Con él, jugué mucho, mucho, mucho, en la villa 31. Todavía tengo amigos, como Alberto Orietta, que vivían entonces en la 31, y a veces nos vemos. Ellos son los que me han ido recordando algunas cosas. En ese entonces, la 31, que hoy es enorme, tenía cuatro o cinco barrios, uno al lado del otro, muy ordenados. Donde Carlos está enterrado era el barrio YPF, al lado había un barrio que se llamaba Comunicaciones, otro se llamaba Saldías, y otros dos que no recuerdo… Pero, entre esos cinco barrios se hacían, casi todos los fines de semana, torneos o desafíos.
          -¿Y qué era lo que hacía Mugica? ¿Jugaba él? ¿Dirigía? ¿Organizaba?
         -Era un zurdo de buen manejo, jugaba de 10 y a veces de 11. Carlos, yo creo que fue un loco del fútbol, un enamorado del fútbol. Hincha fanático de Racing. Muy jugador, muy bien entrenado, salía siempre a correr desde su casa en calle Arroyo. Adonde tuviera que ir se iba corriendo. Entre otros lugares, a la villa. Salía corriendo para entrenarse. Cuando no entrenaba salía en una motito.
    -¿Y él, qué edad tendría en esa época?
      -Cuando lo conocí, había entrado hacía poco al seminario de Villa Devoto. Me llevaba doce años. Donde lo invitaban a él a jugar un partido, me enganchaba a mí, para que fuera a reforzar su equipo. Y siempre lo invitaban, porque ya a comienzos de los sesenta debió haber sido un tipo muy conocido.
              “En la relación con Carlos siempre estaría el fútbol presente, pero un tiempo después de conocernos, empezamos a hablar de otras cuestiones: de la Argentina, de la situación social, de la necesidad de comprometerse con los más humildes. Carlos era peronista, pero no hablaba de política, sus comentarios y reflexiones eran fundamentalmente el producto de sus elucubraciones como cristiano y de la actitud que él esperaba de su Iglesia.
              “Yo hasta ese momento no había pensado demasiado en el compromiso social ni había sacado conclusiones de la identidad peronista que íntimamente me atribuía. Las charlas con Carlos avivaron ese fuego.
Al poco tiempo de consagrarse sacerdote, siendo el año ’62, Carlos da su última misa en la Iglesia del Socorro, a la vuelta de su casa. En la esquina de esa Iglesia era donde yo me juntaba muchas veces con él a charlar, a confesarme, y donde seguramente él me daba también un cacho de letra sobre el tema político… Que no era solamente a mí, era a todos los que lo frecuentábamos. Pero yo recuerdo especialmente esas charlas con Carlos en ese bar, frente a la Iglesia, donde empecé a abrir los ojos. Y en esa Iglesia, su última misa, fue la semana siguiente de que le impiden asumir la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires al candidato peronista, Andrés Framini, que había ganado holgadamente la elección. Y dio un sermón durísimo repudiando el acto antidemocrático. Y ese era un barrio muy gorila, muy antiperonista.
          -¿Y él ya era un tipo muy comprometido con el peronismo?
           -Debe haber sido. Empezaba el tercermundismo en la Iglesia, impulsado por el Concilio Vaticano II. No sólo acá, sino que eran muchos los obispos tercermundistas en toda América Latina. Los brasileros. Helder Cámara, un obispo del norte brasilero, que era un tipo muy polenta… Y estaba el colombiano Camilo Torres, el cura guerrillero. Eran figuras que pesaban en la imaginación.
                   “Recuerdo que un día, después de un partido en la villa 31, Carlos me propuso que lo acompañara a Fortín Olmos. Yo no tenía idea de dónde quedaba ese lugar. “Es en el Chaco santafesino, zona de obrajes”, me explicó. Vivían entonces muchas familias que habían laburado en La Forestal. La Forestal se había ido, y quedó un drama social espantoso. No sé qué más me habrá dicho, qué argumentación habrá desarrollado: se me perdieron esos detalles. Pero me convenció y allá fui con un amigo. Él debía reunirse con nosotros allá, pero por algún motivo finalmente no pudo viajar y quedamos nosotros. Descubrí los obrajes, hablé muchas noches con los hacheros de las compañías inglesas que trabajaban de sol a sol. Carlos había llevado a varios muchachos: la mayoría eran estudiantes del Nacional Buenos Aires, a los que él daba asistencia religiosa. Entre sus alumnos estaban Firmenich,  Ramus,  Fernando Abal Medina, que también fueron a Fortín Olmos y luego serían famosos como dirigentes montoneros.
         “También en aquella localidad había unos hermanitos de la Compañía de Jesús, que adoraban la hostia, y entonces se pasaban horas y horas velando o rindiendo culto. Había uno que, me acuerdo, siempre estaba en una capillita chiquitita junto al cáliz y la hostia, como en una penitencia, durante horas, rezando. Yo no entendía muy bien eso. Pero lo veía, y me hacía reflexionar. También había unos curas, o hermanos, franceses, ligados a un pensador católico muy importante en esos años, Teilhard de Chardin, que oraban parte del día y el resto trabajaban al mismo ritmo de los hacheros. Por la noche, en fogones, nosotros hablábamos de la situación social y del comportamiento que debía esperarse de auténticos cristianos ante ese desafío.
      - ¿Y él para qué quería que vayan?
         - Porque en la Iglesia estaba la idea de que había que conocer la pobreza. Había que vivir junto a los más humildes, para poder conocer realmente sus vidas y sus necesidades. Había que convivir con los demás para poder entenderlos. Por eso Carlos pasaba tanto tiempo en la villa. Cuando su familia se mudó de la calle Arroyo a Geli y Obes, recuerdo perfectamente el edificio en uno de los lugares más hermosos de Buenos Aires, los padres ocupaban el segundo piso, y él se hizo un “ranchito” en la azotea. Y ahí vivía él. Y otras veces apolillaba en la Iglesia que está en la  villa 31, la cual se la hizo construir uno de sus hermanos. Estos eran sus apolillos. Tal vez tenía otros, no lo sé.
          “Toda esa actividad de ir hacia los pobres, hacia los más necesitados, pegaba muy fuerte en la juventud de esos años. Yo fui en el 67 a Fortín Olmos. En el 68, se iniciaron los campamentos universitarios de trabajo. El padre Llorens, cura mendocino, muy piola también, era uno de los que los impulsaban. Iban cientos de pibes de entonces, estudiantes universitarios, a laburar por un mes a las provincias, a los lugares, conviviendo con la gente que laburaba en el campo. A pintar, a ayudarlos a levantar la zafra. A tomar conciencia de que había mucha pobreza en este país. Digamos, este era el resumen de todo eso.
           -¿Y eran pibes que venían de la Iglesia?
            -De clase media. Sí. Ligados a la Iglesia, porque los curas te empujaban hacia ahí. Servía para salir de la cuestión moralista de la Iglesia de esa época, que los tenía medio encerrados. Soltarse un poco, practicar la solidaridad: pero no sólo pasaba entre los católicos. También estaban los del Partido Comunista, por ejemplo, que organizaban tareas solidarias para su juventud. En Fortin Olmos habrá sido uno de los pocos lugares en que no pude jugar al futbol. Tenía que andar saltando los pajonales para que no me picaran las víboras. (Risas)
         -¿Y cómo era personalmente Mugica?
          -Un tipo muy seductor, carismático. Tenía una pinta que debe haber sido muy importante porque no faltaban hombres entre sus fieles, pero eran muchas más las mujeres que concurrían a sus misas y lo escuchaban extasiadas. (Risas).
          “Carlos era un tipo alegre, jodón, pero muy rígido en el aspecto moral y en el compromiso evangélico: esa cosa dura del cristianismo, del Evangelio. Él era incapaz de transgredir las prescripciones del Evangelio, o de la Iglesia.
            -¿Lo tentaban las chicas?
             -Seguramente (Risas). Pero de ahí a dejarse llevar por la tentación, jamás que yo sepa. Yo no era vigilante del cura, pero estuve muy cercano a él y jamás lo vi en nada.
                     “En el año ’68, me caso con mi primera mujer y quien oficia el matrimonio es precisamente Carlos. Como se ve, éramos muy amigos. Así que tengo el orgullo de decir que fui casado por el padre Mugica. 
                     "Fijate vos que el día de mi casamiento estuvieron presentes Horacio Mendizabal, Oscar de Gregorio, Norberto Habegger, Osvaldo Sicardi, Fernando Saavedra y otros compañeros más q recuerdo con mucho cariño. Seguramente estuvieron acompañados por sus compañeras de entonces, algunas de ellas, como todos ellos, desaparecidos durante las casi tres décadas de resistencia que afrontó el peronismo. En el momento en que llegaba a la iglesia para la ceremonia religiosa se asomó por una ventana de enfrente a la iglesia, Graciela Imaz de Ojea, que terminaba de parir a su primer hijo. A ella y a Tojo, su marido, detenidos durante muchos años, les guardó un enorme cariño a pesar de que no los volví a ver.
            “Por ese entonces, Carlos la conoció a Lucía Cullen, una chica que luego en la dictadura fue desaparecida; y, de Lucía, que era una piba muy hermosa, yo era también amigo. Ella vivía en Libertad y Libertador con los padres. Me acuerdo por haber ido a su departamento. Su viejo era juez, me parece… También, de una familia cajetilla… Pero ella era una chica muy peronista. Muy ligada a la Iglesia, a Carlos, y a todo el despelote, que en ese momento, era el tercermundismo. Y, yo no sé si fue en el ’68 o en el ’69, que fuimos los cuatro de vacaciones a Necochea. Mi primera mujer, yo, Carlos y Lucía. ¡Andá a saber por qué, y cómo terminó ahí, Carlos! Y yo tengo la impresión de que Lucía estaba  un poco metejoneada con él, pero Carlos corría más rápido que ella y la gambeteaba como un crack. Era un tipo muy estricto y nunca lo vi pecar. En otra oportunidad Carlos se fue a ver a Racing cuando jugó contra el Celtic, en Escocia; y después se quedó allá, un tiempo, a causa del Mayo Francés, porque quería informarse de lo que estaba pasando con los jóvenes en Europa. Y Lucía también estuvo en Francia pero no pasó nada, porque Carlos era muy estricto consigo mismo y con su compromiso pastoral.
             “Y ya en ese momento había muchos curas que abandonaban los hábitos, como el obispo de Avellaneda, Gerónimo Podestá, que se casó. Cuando íbamos a jugar al futbol a Villa Devoto, solía participar otro cura amigo de Carlos, Alejandro Mayol, ¡un cura que tocaba la viola! Este también colgó los hábitos y se casó y terminó viviendo en Villa Martelli con su mujer, muy humildemente, porque él también era de una familia acomodada, como Carlos, pero existía esa idea muy fuerte del compromiso social, de compartir la vida de los más humildes, como hacía Carlos en la Villa 31. Y había otros que, sin abandonar los hábitos, salían con mujeres. Pero Carlos no aceptaba compromisos a medias. Con nada. Con los pobres, con el Evangelio: todo tenía que ser firme. Era muy recto. Muy derecho. Y tampoco tenía ambiciones personales. En algún momento, cuando volvió Perón, no fueron pocos los que le dijeron: “Che, vos tenés que ser diputado”. Muchos. Y él nunca aceptó. No le interesaba. Vos pensá que fue una de las personalidades que acompañaron a Perón en el famoso chárter del regreso a la Argentina el 17 de noviembre de 1972.
         -¿Cómo era en el trato?
          -Tenía mucha convicción, mucha polenta para hablarte. A mí, seguramente me pegó un montón. Me hizo dar un brinco para adelante, de la puta madre. A mí, y a mucha pendejada de entonces. Tengo ese recuerdo de decir “este tipo a mí me dio muchas más cosas de las que puedo enumerar”. Tengo una imagen de él como una especie de ídolo. Me formó. Me instruyó.
         -¿Qué pensaba Mugica de Perón?
          -Él lo conoció al Viejo. Estuvo en Madrid. Perón lo recibió. Han estado acá, cuando Perón regresó, en Gaspar Campos. A Perón le tenía un respeto de la puta madre. Y yo creo que Carlos también se fue haciendo peronista. Era de cuna muy privilegiada, su familia era muy antiperonista. No sé si su familia también acompañó su evolución. Pero él se hizo muy peronista.
           “Mientras duró la dictadura y la proscripción del peronismo, Carlos daba mucha máquina promoviendo la rebeldía y justificaba la resistencia: “a la violencia de arriba, hay que combatirla con la violencia de abajo”. Yo creo que, Carlos, tuvo algo que ver, en el caso mío, para llegar a estar en una organización armada. Creo que tuvo que ver, no porque me haya dicho “metete”; sino porque hacia eso nos iba conduciendo todo el cuadro de la Iglesia rebelde, del Concilio Vaticano, de la nueva Iglesia, más la Revolución Cubana con el Che Guevara como bandera, más el Mayo Francés, más los curas, como Carlos, como Alberto Carbone, como Jorge Bernazza, como Domingo Bresci, como Rodolfo Ricciardelli, como Jorge Galli, como algún otro, que eran además peronistas, de ese peronismo tercermundista que empujaba el retorno de Perón; todo indicaba un camino, y parecía inevitable para un tipo joven y comprometido el querer tomar las armas.
            “Ojo. Nunca Carlos dijo “muchachos agarren los fierros”. Y fue muy contundente con el regreso de la democracia y de Perón. A partir de ese momento, estuvo abiertamente en contra de la violencia. Tomó clara distancia de todos sus amigos del Nacional Buenos Aires y de cualquier ámbito que seguían predicando y practicando la lucha armada en plena democracia. Digámoslo con total contundencia: Carlos se opuso a ese militarismo, lo condenó con energía. Y lo manifestaba abiertamente. En la Iglesia, en los sermones, en las charlas personales.
                 “Otra contradicción muy fuerte que él tuvo con Montoneros, muchos de los cuales habían sido poco menos que sus discípulos, fue la relación con el movimiento obrero. Para Montoneros el movimiento obrero estaba copado por la “burocracia sindical”. Él, durante la tercera presidencia de Perón, estaba ya muy ligado al movimiento obrero, a Lorenzo Miguel y a José Ignacio Rucci, entre otros muchos, y reivindicaba la organización sindical porque era la creación de Perón y de los trabajadores. Además lo quería mucho a Rucci, así que te imaginás que repudió totalmente su asesinato por Montoneros. En esa época Carlos estuvo durante un corto tiempo como funcionario en el Ministerio de Bienestar Social, que era el reducto de López Rega. Yo conocí a Rucci y a Lorenzo Miguel justamente gracias a Carlos, porque habremos ido más de un par de veces a la UOM, que quedaba en la Calle Cangallo. Él laburaba en Bienestar Social, pero sacaba todo lo que podía para los barrios más humildes.
        -¿Y qué choque o interna habrá habido allí para que López Rega lo mandase a matar?
          -Por lo pronto había tambien una contradicción, en ese momento, entre el movimiento obrero y López Rega. Mugica estaba con el movimiento obrero y eso pudo haber sellado su suerte. Él reivindicaba la estructura sindical. Estaba lejos de Lopez Rega y lejos de Montoneros. El final de Carlos con las organizaciones armadas fue durísimo. De cara de perro. Yo me acuerdo, porque charlé mucho con él, y no había “tutía”. No quería saber nada con el rumbo que habían tomado Montoneros, e hizo todo lo posible para que tipos como yo termináramos de alejarnos de ese camino, a través de la JP Lealtad, que fue el vehículo que a muchos que habíamos estado en Montoneros se nos presentó para alejarnos de esa orga.
           -Muchos dijeron en ese momento que a Carlos Mugica lo mataron los montoneros. O por lo menos sospechaban de ellos a causa de estas diferencias. Aunque hoy se afirma que lo mató Rodolfo Almirón, uno de los hombres de López Rega y de la Triple A.
            -Fueron momentos de mucha confusión, donde era imposible saber quién te mataba, por qué te mataba, a qué se debía la muerte… -rememora el Pato. Y agrega:- Él sabía que lo estaban buscando para bajarlo. Un tiempo antes del asesinato, él me lo contó, habían aparecido unos tipos en un Ford Falcon, armados con ametralladoras, en el domicilio de los padres, en la calle Gelly y Obes, y subieron hasta la casillita que él se había armado en la azotea. No encuentran a Carlos y lo capturan al portero del edificio, que justo estaba en la terraza, limpiándole la casilla. Le exigen que les diga dónde está el cura; y como el pobre tipo no sabe, lo sostienen colgando en el vacío y amenazan con dejarlo caer a la calle. Carlos se enteró ese mismo día y me lo comentó enseguida. “Soy boleta”, me dijo. Pensaba que la amenaza venía del lopezrreguismo. Dejó de parar en su “ranchito” de la terraza. A partir de ese momento, pasaba las tardes y las noches en la villa de Retiro o iba al Seminario de Devoto. Pero obviamente, encontrarlo era fácil. Era una cuestión de tiempo. Fijate vos, yo estuve con Carlos el día anterior a que lo mataran en la casa de Dante Oberlin, comiendo y charlando, en Berazategui. Y volví a estar con él el mismo día de su asesinato.
           -¿Cómo fue eso?
          - Me despedí de Carlos en el Club Atalaya, que es un clubcito de acá de San Isidro, donde todavía hoy juego. Él jugaba en un equipo, que se llamaba La Bomba. ¡Qué nombre, justito, en esos días en que en cualquier momento alguien te hacía volar con una bomba! Me despedí de él el mismo día, pasado el mediodía, sin imaginarme que me despedía para siempre, que no iba a volver a verlo con vida. Y yo siempre pregunto: ¿quién jugó ese día, en el equipo de él? Pero no recuerdo si jugué con él, si jugué en contra, o no jugué. A veces me encuentro con otros muchachos que también jugaron, como el Bebe Acevedo, y evocamos ese 11 de mayo de 1974 nefasto, que nos marcó a todos, y no logramos ponernos de acuerdo. La cuestión es que yo me despedí ahí. Y esa noche en el Bajo Flores, en la iglesia “San Francisco Solano” -donde era párroco otro sacerdote del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, el padre Jorge Vernazza-, es cuando lo matan. Esa noche llego a mi casa  y de pronto escucho por la radio que lo habían baleado apenas terminado el oficio religioso. Después discutían si lo había matado la izquierda o la derecha… Era una época terrible.
                           “A veces me quedo pensando por las noches en todos los compañeros y compañeras que conocí en la militancia juvenil de aquellos años, y un enorme porcentaje fueron asesinados o desparecidos. Es una lista interminable de ausencias..."