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viernes, 2 de octubre de 2020

CÓMO VINO EL GOLPE DE 1976: TERRORISMO DE ESTADO Y SEGUNDA RESISTENCIA- recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin


 



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin



                    

         -Con tu ida y la de otros compañeros a la JP Lealtad, ¿tuviste inconvenientes con Montoneros?

         -Fueron momentos duros, difíciles, por varios motivos. Uno, porque nos estábamos separando de compañeros a los que queríamos mucho por haber iniciado hacía años una trayectoria política común. Por otro lado, a pesar del cariño que les teníamos, nos dábamos cuenta de que eso no daba para más por los motivos que expliqué. Sufrimos algunos aprietes. Marcela en ese momento tuvo que afrontar una muy dura apretada de uno de los jefes de la organización. Entre muchos otros que padecieron situaciones similares. La historia cuenta de juzgamientos internos por traición, y desde ya amenazas de venganza por haber abandonado la orga. La cosa no venía fácil. No largamos los fierros inmediatamente porque temíamos las represalias. No era un juego, era en serio la cosa. No sabías si te mataba la triple A, los Montoneros, la cana, los servicios…

         -¿Iniciaste una actividad política abierta?

         - Sí. Muchos nos fuimos a vivir y hacer política en nuestros territorios. Fue en ese año de la muerte de Perón, pleno 1974, que hice mi bautismo de fuego como orador en un acto en San Isidro, donde también fueron oradores Norberto Gavino, sobreviviente de los fusilamientos de 1956, y en ese entonces intendente de San Isidro, el Negro Campos, intendente de San Martín vinculado a los metalúrgicos, y más tarde asesinado por Montoneros, y Abel Varela. A mucha gente del peronismo la conocía por jugar en Acasusso.

                   -¿Todavía seguías jugando al fútbol?

                   - Sí, pero ya me estaba despidiendo: recuerdo que en esos meses borrascosos de 1974, con los muchachos de Acassusso, jugamos de sparrings de la Selección Nacional. Con los años yo iba a conocer muy de cerca a algunos de los cracks de esa Selección, que no anduvo bien en el Mundial de Alemania, pero que eran grandes jugadores: Perfumo, Wolf, Fillol, Babbington, Brindisi, el “Hueso” Rubén Glaría (un amigo; años más tarde sería el primer Intendente de José C. Paz, cuando Duhalde,  siendo gobernador, dividió el distrito de General Sarmiento).

                -Hay una anécdota que siempre comentás de Perón poco antes de morir, hablando de fútbol…

                -Ah, sí. El que me la contó es justamente el Hueso Glaría al tomar unas gaseosas al final de uno de esos partidos. Contó que  lo visitó a Perón con otros jugadores de San Lorenzo y de otros clubes, algunos de los cuales iban a viajar a Alemania para jugar en el Mundial. Habían sido invitados a la casa de Gaspar Campos por Rucci. Después de un larguísimo introito de Perón, donde habló de ecología, de geopolítica, de todos los tópicos que solía tocar por esa época en todas sus reuniones, y que los jugadores a duras penas entendían, dice que Perón les preguntó quiénes iban a Alemania como mundialistas. Estaban el Ratón Ayala, el Hueso y algunos otros seleccionados. Perón les advirtió: “Tengan cuidado con los holandeses”. Y todos los jugadores pensaron que los estaba cargando, que el Viejo no entendía un joraca de futbol. ¿Los holandeses? ¿Y desde cuándo sabían jugar los holandeses? Antes del Mundial hubo un amistoso en Amsterdam donde los holandeses nos ganaron cuatro a uno. Vino el Mundial y fueron la gran sensación. El día que jugaron con Argentina nos pasaron por arriba, nos aplastaron cuatro a cero. “¡Ahí nos acordamos lo que nos había dicho el Viejo y que no le habíamos dado ni cinco de pelota!”, decía el Hueso (Risas).

         -Yo era chico y recuerdo ese partido. Me quedó grabado en la retina. Las camisetas “grises” holandesas, porque no había televisión color para ver el naranja, eran como una ola. Se defendían todos juntos y atacaban de golpe todos juntos también. Una pesadilla.

         -Bueno. Así era Perón. Siempre informado de todo. Acá algunos giles lo subestimaban.

          -En esos años entre la muerte de Perón y el golpe de Estado, ¿ocupaste algun cargo?

                - Sí –responde el Pato-. Yo estuve en dos lados. Primero en el Mercado Central de Buenos Aires en la Ricchieri. El Mercado había sido una idea de Perón ya en los años cincuenta… Como yo venía estudiando comercialización, y laburando en empresas de alimentación, me metieron ahí. Pero un día me encontré con Alejandro Yebra, que había sido técnico de la Selección Argentina de Fútbol con Cesarini, y me invitó a participar en el Gobierno en el área de Deportes. Era periodista deportivo. Fui a trabajar con él a la Secretaría de Turismo y Deporte. ¡Y ahí me pegué un embale!… ¡todo me gustaba! En medio del quilombo… Porque era todo un quilombo que seguía creciendo. El Secretario de Turismo y Deporte era el Coronel Adolfo Philippeaux, que se había sublevado en La Pampa en el 56, y que ahora, veinte años después de aquella sublevación, al ver que pasaban sobrevolando los aviones golpistas, subía a la azotea de Acción Social y les tiraba con su pistola reglamentaria. Bajaba, y estaba más tranquilo: había tiroteado un par de aviones (Risas).

           “Isabel hacía lo que podía…y no podía mucho. Era común enterarse por los diarios de los atentados políticos. Justo en el Ministerio donde yo trabajaba había estado López Rega hasta un tiempito antes de ingresar yo. López Rega manejaba la Triple A o una parte de ella, y era uno de los responsables de esa violencia con bandas parapoliciales que se había instalado. Pero ya no quedaba nadie de su gente en el Ministerio. Al “Brujo” lo rajó el movimiento obrero después del “Rodrigazo”, que fue un conjunto de medidas económicas muy perjudiciales para los trabajadores. Yo estuve en la plaza, cuando los laburantes pidieron su cabeza. Fundamentalmente las 62 organizaciones, con Lorenzo Miguel al frente… Hubo una enorme movilización para rajarlo al brujo, abiertamente enfrentado al sindicalismo. ¡Lo que lo putearon ese día! No le quedó otra que renunciar, con todo el poder y la triple A y los fierros y las bandas armadas que tenía. Por eso, cuando el movimiento obrero se para de mano, no hay violencia que valga. Y esta movida hay que reconocérsela a Lorenzo. Fue una movida muy polenta, pero tardía, para salvar, no sólo al gobierno, sino a la democracia. Isabel intentó mantenerse en el gobierno, y a pesar de los aprietes militares, se negó a renunciar. Los milicos no podían permitir una salida institucional, y estaban decididos a volver por todo y por todos. Creyeron que era la oportunidad de destruir de una vez al peronismo al haber muerto su creador

         -Cuando viste que se venía el golpe, con toda esa militancia previa que te comprometía, ¿pensaste en irte del país?

           -La verdad que no. El 23 de marzo de 1976 trabajé como habitualmente en la Subsecretaría de Deportes. Esa noche, mientras yo dormía, se llevaron detenida a la Presidenta en un helicóptero, y se inició una época nefasta en la que perdí muchísimos amigos, compañeros y ex compañeros, y en la que mi familia y yo pasamos situaciones muy jodidas. Claro que a otros les fue mucho peor. Yo estoy para contarla.

            “Me acuerdo exactamente cuatro días antes del golpe. Estaba en la casa de un compañero de San Isidro viendo el partido de la Selección contra la Unión Soviética, que se jugó bajo la nieve. Luis Belaustegui me hablaba de la posibilidad del golpe y yo no oía, o, como muchos de nosotros, no quería oír. Quería ver el partido. Ganó Argentina con gol de Kempes y una gran actuación del “loco” Gatti. El mismísimo día del golpe jugó Argentina contra Polonia y también ganó con goles de Houseman y de Scotta. No éramos conscientes de lo que se venía”.

                       "El vacío que produjo la muerte de Perón se sintió profundamente. Era una tarea sobrehumana soportar las tensiones que  inclusive a Perón le había resultado difícil contener y canalizar, agravadas por los efectos sobre la Argentina de esa etapa de la Guerra Fría en que las superpotencias desarrollaban su partida sobre el tablero del mundo usando a los pueblos como fichas."

             - El golpe de 1976 ya estaba previsto antes de que regresara la democracia. En Estados Unidos y en los círculos de la dictadura militar argentina se evaluaba con razón que impedir el regreso de Perón era imposible. Tomaron como táctica dar un paso atrás, dejar la escena a Perón y prepararse para boicotear su gobierno y dar un nuevo golpe de Estado que vendría por todo. Perón lo sabía y muchas veces advirtió a sus partidarios, y en especial al sector juvenil, que había una avanzada imperialista en América Latina –Banzer en Bolivia, dictadura militar en Brasil, golpe de Pinochet en Chile, un Perú jaqueado, golpe blando en Uruguay- y eran momentos de andar con cautela ¿Te parece que Perón no fue escuchado cuando advertía sobre este peligro? 

          -No. Muchos no lo escucharon, tal vez consideraron poco heroico cuidar la democracia y terminaron equivocando el camino. Lamentablemente a derecha e izquierda le hicieron el juego al golpe de Estado.

         -¿Era la teoría del “cuanto peor, mejor”?

         -Claro. Y cuando vino la represión ni se detuvo ni se limitó a los que estaban o estuvieron con el fierro en la mano: encarcelaron dirigentes gremiales y políticos. Intervinieron la CGT, los sindicatos, el PJ. Secuestraron, torturaron y desaparecieron compañeros a mansalva. La guerrilla –que además ya estaba militarmente derrotada cuando se produce el golpe- sirvió de excusa. El golpe fue contra el peronismo, como expresión de la democracia y la soberanía popular. Venían a hacernos pelota.

              -¿Y cómo repercutió eso en tu vida?

         -En esa época hacía un tiempo que vivía con Marcela Durrié. Fue a ella a la que vinieron a buscar una noche, no a mí. Primero fueron a la casa de mi madre. Los del Falcon subieron al departamento de mamá, en Rivadavia 195, San Isidro, con el portero. Quisieron que les dijera dónde vivíamos. Ella se hizo la tonta: “estos jóvenes, ya ni se acuerdan de visitar a la familia”, y no les informó nada. Igual alguien habrá hablado, porque varios en el vecindario sabían que Marcela estaba empleada en un sanatorio a media cuadra, y los del grupo de tareas fueron a buscarla allí, pero no la encontraron. Después fueron al Hospital de Niños de San Isidro, otro lugar en el que hacía guardias una vez por semana, y al no encontrarla tampoco, lo apretaron al Director, que se portó como los dioses, tampoco les dijo nada, se hizo el boludo. Y la verdad es que si la encontraban era boleta. Y si nos encontraban juntos, era boleta yo también. Ya vivía mi tercera hija y la primera con Marcela: Malena. Mi vieja, pobre, tuvo la iniciativa de venirse a casa en un taxi para avisar que nos estaban buscando.  “Si la siguieron, estamos listos”, pensamos con Marcela. Y nos rajamos de inmediato. Le avisé nuestro raje a un amigazo, un vecino profesor de judo, Angelito Stamboulis, y le pedí que por las noches encendiera las luces de casa, para que no nos vinieran a afanar durante la ausencia. Ángel era, además de profesor, gendarme.  Me dijo que iba a moverse y contactar gente para sacarnos de la situación en que nos encontrábamos.

         -¿Y dónde se rajaron?

         -Caminábamos mucho y dormíamos donde podíamos y, algún tiempo, lo pasamos en la zona de studs de San Isidro, donde nos cuidaban vareadores amigos, peronistas de ley. La otra vez una de mis hijas vio la película “Infancia clandestina” y me dijo que le hacía acordar algunos momentos de lo que vivimos en aquellos años.

         -¿Fue en esa época que perdieron un bebé?

         -Así es. No recuerdo exactamente las fechas, pero habrá sido por esos días que estábamos rajados y buscábamos refugio donde podíamos. Y había en San Isidro un matrimonio con hijos, unos militantes que habían pasado por la JP y luego por la JP Lealtad, y les fuimos a pedir de pasar un día o dos allí. Marcela estaba embarazada de nuevo, después de haber tenido a Malena, y era un embarazo reciente. La cuestión es que estos que creíamos compañeros se julepearon y nos dijeron que no, que no nos iban a recibir. Hoy uno puede entender el miedo que tenían, pero en ese momento fue un golpe muy duro, y fue tanto el disgusto de Marcela que ahí nomás, en la puerta de la casa de esta gente, tuvo un aborto espontáneo y perdió el bebe. Sólo nos detuvimos para que ella se higienizara, lógicamente ella era médica, sabía lo que había que hacer, y sin pedirle más nada a esta gente, nos fuimos.

         -Una situación terrible.

         -Bueno, eso ejemplifica un poco el momento que se vivía. Cada tanto llamábamos desde un teléfono público a  Angelito por novedades. Un día nos citó en la estación San Isidro. Fuimos. Nos cuenta que había estado tratando de tomar contacto con capos de un grupo de tareas que operaba en la zona, para explicarles que nosotros éramos buena gente.  Y me dice: “Pato, esta noche vienen cuatro de esos tipos a casa. Quieren hacerles preguntas. En realidad, es con Marcela con la que quieren conversar”. Nosotros estábamos muy complicados. No éramos clandestinos, no teníamos dónde ir, acabábamos de pasar por esto que te cuento, y Marcela me dice: “Vamos, Pato, Angelito es una garantía”. Así que esa noche estábamos en casa de Ángel, con él y su mujer María Rosa, esperando.

         -Qué momento.

         -¿Qué te parece? Al rato caen los tipos. De sólo mirarlos ya nos daba repugnancia: seguro que habían secuestrado, torturado y matado a amigos nuestros. Nos sentamos en el comedor. Por la ventana se alcanzaba a ver nuestra casa, que quedaba enfrente. El represor que llevaba la voz cantante (al que después bautizamos “Coquito”) era un gordo grandote y usaba una polera, aunque casi no tenía cuello. Coquito empezó el interrogatorio. Todas las luces estaban apagadas, menos una lámpara en el centro de la mesa que apuntaba a los ojos de Marcela. Coquito estaba del lado de la sombra. Los tres acompañantes junto a él. Yo estaba a un costado, con Ángel y su mujer. “¿De dónde sos, qué hacés, dónde trabajaste, dónde militás?” Pensá que estos cuatro tipos estaban interrogando a una pendeja recién recibida de médica y madre primeriza. Era muy difícil. Yo empecé a sentirme ansioso y me quise meter en la conversación para distender un poco. Me cagaron de un grito: “¡Silencio! Con usted no es. No rompa las bolas, después hablamos con usted”. Y siguió el interrogatorio como dos o tres horas más. Insoportable. Al final el gordo Coquito le dice a Angel: “No tengo las cosas claras. Ella nos va a tener que acompañar”. Yo protesté pero Marcela dijo: “Está bien, yo voy”.  Y Coquito: “Bueno, señora: la vamos a meter en el baúl, la vamos a llevar”. En ese momento reaparece en el comedor la mujer de Ángel, María Rosa, que había salido un instante, y le dice a Coquito: “Vos no te la llevás nada. Ella no va a ningún lado. El compromiso era que los interrogabas, pero no que te llevabas a alguien. ¡Acá se hacen las cosas como habíamos establecido!”. Menos mal que se plantó porque, si no, no sé cómo terminaba la cosa. Seguro que mal. Si en ese momento te chupaban, estabas jodido. Coquito le reclamó a Ángel que parara a su mujer, y al fin terminó comprometiéndose a no llevar a Marcela ni voltearnos la casa; harían una investigación complementaria y un nuevo interrogatorio allí mismo en tres o cuatro días.

         -¿Y se animaron a volver?

         -No teníamos otra. Nos volvimos a encontrar en lo de Ángel. Los tipos tenían el prontuario completo de Marcela. Lo único que parece que no sabían era su paso por Montoneros. Ella les había hablado de la Juventud Peronista, de la militancia universitaria y de su opción por la JP Lealtad.  “Está bien: no nos mintió”, explicaron.

“Zafamos gracias a Ángel y su mujer. Ellos  no eran militantes ni héroes ni nada parecido. No eran unos supuestos “tipos comprometidos” como los otros que nos rajaron de la casa. Sólo eran unos buenos vecinos, gente buena y valiente. Mis chicos varones lo conocieron a Ángel, porque nosotros seguimos siendo vecinos muchos años, y tanto Sebastián como Martín practicaron judo con él. Ya falleció.

-¿Y qué hicieron después?

-Volvimos a nuestra casa. Sentíamos un poco de cagazo, pero no teníamos otro lugar donde vivir: necesitábamos estar en familia, cuidar a Malena, que era muy chiquita, trabajar… Después de unas semanas, nos fuimos tranquilizando, pero una madrugada de verano de 1977, a eso de las 5 de la mañana, golpearon la puerta. Nos levantamos de un salto: “¡Vinieron a buscarnos!”, dije. ¿Qué íbamos a hacer? Había que abrir y ver. A pocos metros de nosotros dormía Malenita. Por la mirilla de la puerta no se veían autos ni gente. Si abría, ¿me encontraría con la cana? No quise quedarme con la duda y abrí despacito, despacito, preparado para responder a algún ataque. El tipo que estaba sentado en el jardín se puso de pie. Casi me caigo de culo: era mi amigo Quique Padilla, que acababa de fugarse de la cárcel. Entró a la casa sin saludar y nos dimos un abrazo. Después se tiró al suelo señalándose los pies: “Los tengo hechos mierda”. “Parecen dos pizzas”, dijimos. Mientras Marcela lo revisaba, él nos contó que llevaba un año preso en La Plata. Quique era sociólogo, de gran formación, y había sido un cuadro de la JP Lealtad. Su padre, gran peronista, fue de los primeros suboficiales de la Fuerza Aérea creada por Perón. A Quique lo habían detenido antes del golpe, y por eso se salvó, ya que estaba “legalizado”. “Pero me cansé de estar adentro -dijo-. El día que rajé me habían comunicado que mi condena sería de 15 años”.

-¿Y cómo pudo fugarse?

-En esas semanas había mucho fútbol de verano. Quique convenció a no sé qué autoridad del penal de permitir a los presos políticos ver un Boca-River por la televisión. El se comprometió a cebar mate para todos. Durante el partido, en alguna jugada que los distrajo, se tiró desde un segundo piso y se fugó. Necesitó siete horas para llegar a gamba desde La Plata. En el camino, en la Confitería  de Cabildo y Juramento, se encontró con su padre que le llevó sus documentos. Luego siguió viaje hasta nuestra casa. ¡Menos mal que nosotros habíamos regresado a vivir allí! Sus pies estaban destruidos por la caída y la caminata. Fueron tres días buscando hielo entre los vecinos para llenar un balde y deshincharlos. Entretanto, con otros amigos, encontramos la manera de que saliera del país. Partió en un camión de verduras del mercado concentrador de San Isidro: primero a Uruguay y después a Brasil, entre lechugas y tomates. Más tarde, no sé cómo, llegó a París. También estuvo un tiempo refugiado en casa otro compañero perseguido, Dante Oberlín, hasta que logró salir del país y terminó exiliado en Suecia.

 

domingo, 5 de julio de 2020

LA MUERTE DE PERON - SEMBLANZAS DE CÁMPORA E ISABEL - Por Fernando "Pato" Galmarini entrevistado por Javier Garin



Fragmento del reportaje y testimonio histórico "DE BOCA Y PERONISTA”
(Conversaciones sobre peronismo y deporte
con Fernando “Pato” Galmarini. Corrección y notas de Javier Garin.)



             -Por estos días recordamos la muerte de Perón. ¿Qué te viene a la memoria de aquella época?
             - Los momentos finales del último gobierno de Perón quedaron en el recuerdo de muchísimos argentinos por sus dos últimos actos públicos. 
             - ¿La Plaza del primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”?
             - Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón y por lo tanto nos quedamos en la plaza. 
-La siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía sufriendo el plan económico. ¿Te acordás? 
               -Sí. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…
-¿Cómo  viviste la muerte de Perón?
        -Todo el mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había desmejorado mucho por el viaje que hizo a Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado, cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables, como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”. Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo, mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera. Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.
         -Cuando murió Perón -recuerda Javier-, yo tenía diez años, y una vecina, Beba, madre de mi amigo de la infancia, mirando la televisión, lloraba a lágrima viva. Me impresionó que llorara tanto por alguien que no era de su familia. Tambien recuerdo las imágenes de televisión en blanco y negro de los autos oficiales desfilando con el cuerpo… ¿Vos cómo supiste su muerte?
           - Ese día me bajé del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría para todos. Para la Patria...  
           -Ese último gobierno de Perón fue importante  en logros pero duró unos pocos meses, y estuvo enmarcado por la experiencia previa de los 49 días de presidencia de Cámpora y el gobierno de Isabel hasta su derrocamiento por la dictadura militar. Vos dijiste en otra parte del reportaje que había habido mucha dureza dentro del peronismo a la hora de juzgar al Cámpora e Isabel. ¿A qué te referís?
               -A mí me parece –responde el Pato- que los peronistas hemos sido, por momentos, muy duros, aún entre nosotros y con nuestra propia historia. Porque, así como decimos que Cámpora no fue un estadista, ni se pareció a Perón, debemos reconocer que fue un compañero absolutamente leal a Perón; por eso fue Presidente de la Cámara de Diputados allá por el ’48 al ´52, delegado de Perón y en 1973 Presidente de la Nación. Yo estuve en su casa en una oportunidad.
                   -¿Cómo fue eso?
               -Lo visité con Guillermo Ball Lima, que era un compañero nuestro de Pergamino, antes de que se fuera al exilio. Después de haber dejado la presidencia, y antes del 24 de Marzo, él siguió viviendo modestamente en su casa de San Andrés de Giles, y Ball Lima me invitó a ir y lo conocí. Tampoco recuerdo bien qué habremos hablado, pero sí que me dejó la impresión muy fuerte de que era un compañerazo.
               -¿En qué época fue?
             - Y, eso debe haber sido en el ’74 o ’75. Antes del golpe del ’76, porque cuando sobrevino la dictadura él se vio obligado a asilarse en la embajada de México durante unos tres años, hasta que le permitieron salir del país, pues estaba gravemente enfermo de cáncer, y viajó a Méjico donde murió.
            “Bueno, los cuentos que se hacían de Cámpora, iban desde que era un cobarde hasta que se había dejado manejar por la Tendencia en contra de Perón… Llegaban a decir, para criticarlo, que cuando él tiene que escapar de la cárcel en 1957, en Usuhaia, junto a Jorge Antonio, Patricio Kelly, el bebe Cooke, Gomis y Espejo, para sacarlo hubo que empujarlo porque no quería. El mismo Cooke le decía a Perón que no había que contar con él porque no era combativo. Después pasó de ser un "cagón" en la cárcel a un "revolucionario corajudo". Yo no sé si fue una cosa, o la otra, o ninguna de las dos. Seguramente lo que ha pasado con estos ataques o exaltaciones a Cámpora,  es que cada uno en una etapa mide las cosas de distinta manera… Pero de lo que estoy seguro es de que fue un compañero leal de Perón. No tengo ninguna duda.
                  -Fuiste a la casa y ¿cómo lo viste?
                 - Me atendió bárbaro. Era un tipo bonachón, muy peronista, muy dado. Yo lo había visto muchas veces en actos, pero nunca había estado con él. Me pareció un compañerazo. Habló mucho de Perón…
                - ¿Qué hablaba de Perón?
         - Él hablaba de la majestuosidad de Perón… En esto coincidía con muchos testimonios de otros peronistas que también lo habían tratado al General. Yo no conozco ningún peronista de la época del primer Perón, que haya hablado mal de él. Después alguno te pudo haber dicho “le gustaban las mujeres”, o algun chisme personal. Pero nadie hablaba mal en cosas importantes. Al contrario, todos me han hablado de un enorme respeto por su capacidad intelectual y su valentía individual. Entre ellos, está quien fue su jefe de seguridad en la época de la resistencia, Andrés López. Decía que, en muchos casos, había que decirle tres veces “Che, tené cuidado porque la bomba está por venir”, “el quilombo está por llegar”, y el Viejo era duro de aceptar estas cosas. Como que creía que nada le iba a pasar. Y por estas cosas y por otras Cámpora lo admiraba mucho.
                “Después, hay algunos, no del peronismo sino de afuera, que han dicho de Perón que era incapaz de pelear por sus ideas, de pelear por otras armas que no fueran sus ideas. Y esto es absolutamente mentira. Compañeros que han contado que han vivido los últimos tramos del gobierno del ’55, dicen que Perón no tenía ningún temor por su vida, sino que él no quería una guerra civil.Tenía la idea de España en la cabeza donde murieron un millón de personas.
                - Escuché a un periodista muy allegado a Perón en España contar que una vez fueron al Valle de los Caídos, y Perón se emocionó, y lo tomó del brazo y le dijo: “La política no vale un solo muerto”.
                 -¡Ah mierda, qué anécdota! –exclama Galmarini, conmovido-. Yo creo en eso.
             "Cuando fue lo de su primer retorno en Ezeiza, que los milicos lo encierran, en un momento él dice: “Bueno, bueno, vamos”. Y toma la valija, y sale. Entonces, los milicos le apuntan, y lo podrían haber matado…
             - Si lo tocaban era un desastre.
             - Pero puso el pecho. En un momento así, vos podés hacer todo el análisis político, pero un milico nervioso, se le escapa un tiro y te mató. No hay cagones allá arriba, si no, no llegás a una posición encumbrada en la política- observa Galmarini-. Así que Cámpora tenía gran admiración por Perón hasta su último día, más allá de quienes lo quisieron poner en las antípodas.
            -Después, la leyenda que trataron de establecer en estos años era de un Cámpora que era una alternativa revolucionaria a un Perón conservador o fascista, ¿vos qué opinás?
                -¡Una gilada! A Cámpora lo acorraló el momento histórico, no Perón. Él aceptó lo que Perón le indicó en ese momento. No le costó nada a Perón decirle “che, tomatelas”. Lo contó Solano Lima, y otros tipos que han estado muy cerca en los momentos finales de Cámpora, cuando Perón se dio cuenta de que ya no podía seguir eludiendo ser Presidente de la Nación. Y Cámpora le dijo: “Tomá el gobierno, es tuyo, vayamos a elecciones”.
                - Por lo pronto no tenía la capacidad de liderazgo de Perón, y bueno, tal vez se exigía demasiado de él en esos momentos. Tampoco creía que podía desarrollar ese liderazgo ni se lo propuso.
              -Y otro símil a esto –continúa el Pato- fue Oscar Bidegain, el ex gobernador de la Provincia de Buenos Aires, a quien también conocí. Estuve en su casa muchos años después, conocí a su mujer y a sus hijas, a las que tuve gran cariño. A Bidegain y su mujer los conocí en el  Gran Hotel de Azul, hace mucho tiempo. Yo estaba con unos compañeros del peronismo, en Azul, con Barberena, que fue intendente, y con otros compañeros charlando. Y entra ahí, ya muy veterano, Bidegain, de la mano de su mujer, “Toni”, una señora adorable. Ella era española, creo. Y yo me di cuenta que ninguno de los compañeros que estábamos en la mesa se levantaron a saludarlo. Más allá de que me habían contado la historia de Bidegain, de que había sido parte de las formaciones especiales, de los montoneros, qué se yo, a mí me pareció que era un compañero de Perón, que había sido diputado y uno de los iniciadores en la Provincia de Buenos Aires de lo que fue el peronismo original. No entendía que lo tuvieran así estigmatizado. Yo me levanté, y lo fui a saludar. La mujer, hasta hace un tiempo, cuando la veía, me agradecía por el gesto. Pero no solo eso, sino que después fuimos a la casa, y con Duhalde lo nombramos ciudadano ilustre de la Provincia, y le fui a entregar la declaración a la mujer, y a recordarlo en el cementerio, cuando falleció.
Galmarini, en carácter de Ministro de Gobierno bonaerense con Eduardo Duhalde,  entrega a a la viuda de Bidegain la declaración de ciudadano ilustre
 El día que yo le fui entregar este reconocimiento a Bidegain, estuvo conmigo Juan Carlos Dante Gullo, el Canca; tengo la foto, ahí en la casa. Pero, tiempo después, se le hizo otro homenaje, ya bajo otro gobierno, y no me invitaron al palco. Ahí estaban los más conspicuos hombres de la lucha popular y prolongada, de los cuales muchos no fueron ni populares, ni deben saber nada de la cosa prolongada, y menos de la lucha. Nunca los vi ni tirar con una gomera (risas). Gloria, la hija, ingresó a trabajar en el Banco Provincia como un reconocimiento a su padre por parte de Duhalde. 
                      "También, durante la época de Duhalde le hicimos un enorme homenaje a Cámpora, en el cementerio de su pueblo, donde él está todavía. Y yo veo las fotos hoy, y la verdad que me pasa lo mismo que con Bidegain, había pocos de los duros de hoy. ¡No estaban por ninguna parte!


Homenaje a Héctor Campora en el cementerio de  San Andrés de Giles. El Pato habla junto a Duilio Brunello, Julio mera Figueroa, Juan Carlos Dante Gullo y Jorge Vázquez.
             Salvando las distancias, ese mismo maltrato de algunos hacia otros compañeros yo mismo lo viví, cuando cierto personaje retiró una placa conmemorativa de la inauguración del Ce.N.A.R.D. (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) que pusimos en marcha en fines de 1992, y como a algunos no les gustaban los nombres que estaban en esa placa directamente la eliminaron. Cunado se lo reclamé al responsable, no fue más guapo, se cagó en las patas.
            "Así es cómo fue el peronismo en algunos casos: maltratadores de nosotros mismos…
             - A  Bidegain lo demonizan después de que Perón lo obliga a renunciar, en 1974, y ahí queda estigmatizado como “montonero y subversivo”. Lo responsabilizan por el copamiento del Regimiento de Azul, en febrero de 1974, un hecho llevado adelante por el ERP, no por Montoneros, pero corrió la sospecha de que había habido excesiva tolerancia del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Perón se lo reprochó públicamente en ese discurso por cadena nacional en que se presenta ante las cámaras con uniforme para solidarizarse con las víctimas militares del copamiento - dice Javier.
              -Pero hay que entender que a Bidegain se le fue de las manos, como se les iba de las manos a todos –alega el Pato - Porque en realidad Bidegain no puede haber estado involucrado en el copamiento del Regimiento de Azul. Era responsable político como Gobernador y nada más. Se le habrá escapado de las manos, como se le escapó también al viejo Cámpora, y como le costó una enormidad a Perón intentar encauzar, y no pudo tampoco. Era inordenable. Y si no lo pudo ordenar Perón…
             -En medio de la “guerra fría”, -observa Javier- es difícil pensar que las grandes potencias iban a permitir que se consolide un gobierno popular e independiente. Si sacamos ese aspecto del análisis, no  entendemos lo que decía Perón, de que “la política nacional es política provincial, y la verdadera política es la política internacional”.
                - En este mismo camino, en esta misma circunstancia, evalúo a Isabel Perón –agrega el Pato-. El peronismo, en ese momento, decía: “Y, Evita hubo una sola. Vos no sos Evita”… Y la puteaban porque no era Evita, porque Evita debió haber sido vicepresidenta y no lo fue, e Isabel sí.
                   -¿Y sobre Isabel qué podés decir?
                  - No conozco pormenores, pero no fue una mujer que se fue a tomar sol a la playa del sur de España…
                 "Seguramente, Isabel hizo lo que pudo. Cuando muere Perón, ella queda en medio de un tremendo despelote. Y debe haber dicho: "si pego cuatro gritos, me muestro enérgica, tal vez logro algo de orden". Pero no le hubiesen dado ni cinco de pelota, ni aunque hubiera gritado cuatro horas por día, porque era imposible eso. Entonces, a partir de eso, porque quiso parecerse, según algunos, o muchos, a Evita, o porque no pudo conducir lo que era inconducible, Isabel fue denostada.
                -Lo que más le achacan no es no ser Evita, sino el poder que tomó López Rega y con él la Triple A.
                 -Bueno, una vez más, hay que recordar que para muchos López Rega era un operador de la CIA. Fuera de esta sospecha, que es muy probable –dice Galmarini- para ella debe haber sido alguien de confianza, alguien que estuvo muchos años con ella y con Perón en el exilio. ¿Adónde se iba a respaldar?  Si a vos en el peronismo hoy te cuesta saber quién te garca y quién no, imaginate en ese momento.
                   -De hecho, cuando Oyarbide pide la extradición de Isabel por la causa de la Triple A –recuerda Javier-, allá en España dicen que no hay pruebas para involucrarla en la planificación de los atentados de la Triple A. Tal vez sabía o no sabía, pero es muy difícil de probar judicialmente. La resolución de la justicia española es bastante razonable desde el punto de vista jurídico.
               -Acá hay algo contradictorio –dice el Pato-. Por un lado, dicen que no tenía capacidad, y por el otro, que era capaz de planificar una represión parapolicial en masa. Me parece un disparate pensar que Isabel pudo haber planificado las operaciones de la Triple A...
                  -¿Y por qué considerás vos, a través de los años, que Perón la pudo haber puesto a ella, o haber dado el visto bueno para que sea su vicepresidenta?
                - Si yo soy Perón, que obviamente no lo soy, hago lo mismo que él. No le voy a dar el poder, en ese momento, a alguien que tampoco hubiese podido, ni siquiera empezar a conducir al peronismo, como era Ricardo Balbín. Yo creo que lo que hizo Perón, era inevitable. En el medio de ese quilombo, cualquier persona era discutida por todo el mundo. Dicen que Perón intentó decir que no a la fórmula con Isabel. Decía que el nepotismo se condena hasta en el África. No sé si habrá sido una frase de ocasión o un rechazo sincero. Pero al final terminó optando por Isabel.
                   -En realidad lo de Balbín tenía también otros inconvenientes. Porque, suponiendo que  lo hubiera puesto de vicepresidente, también quedaba el país sin oposición democrática. La única oposición habría sido la de afuera del sistema institucional. O la guerrilla o los golpistas
                   - No era solamente el peronismo, porque en el radicalismo también se resistía la postulación de Balbín –dice el Pato-. Alfonsín era uno de los que lideraban esa oposición interna. No podemos olvidar el fuerte componente antiperonista del radicalismo, como de otras fuerzas políticas, que nunca pusieron el grito en el cielo cuando estaban cercenados los derechos políticos de los peronistas. Poco les había importado nuestra proscripción, el exilio de Perón, que nos intervinieran el PJ y la CGT, salvo para los momentos en que necesitaban nuestros votos. Entonces, no es que sólo Alfonsín se oponía al acuerdo de Balbín y Perón sino que dentro del radicalismo estaba muy enraizado el rechazo a Perón y la complicidad con las maniobras proscriptivas.
                 -Volviendo a Isabel…
                -Isabel, yo creo haber sido un reivindicador suyo.
                "A mí me parecía que era una mujer con la que habíamos sido injustos, porque yo la había conocido presa, y muchísimos años después de eso estuve en el Mecidor (que es la casa del gobernador de Neuquén, donde la llevaron cuando la sacaron de Casa de Gobierno) y hablé con la mujer que la atendió allí durante su cautiverio en poder de los milicos; y ella me contó que durante todo el tiempo que estuvo allá, no la dejaron salir ni siquiera al jardín: "Mire, llegó con nada –contaba esta señora-. Al día siguiente yo tuve que ir a comprarle la bombacha y las medias al pueblo. No tenía nada. No hizo ningún reproche, no me dijo nada en contra de nadie, no dijo nada".  No estaba solo yo escuchando a esta señora, estaba con el Beto Pierri. Y la mujer reivindicó la dignidad de Isabel. Una mujer que nunca nos dijo que fuera peronista, sólo que era una laburanta del Mecidor. Reivindicó la dignidad que mantuvo Isabel todo ese tiempo que ella la estuvo cuidando.
                “Es claro que Isabel no era Perón, y tal vez no haya tenido un talento político sobresaliente, pero acompañó a Perón en los momentos más difíciles en el extranjero, vino al país en misiones jodidas, cuando había que bancárselo al nene de Vandor, cuando tuvo que ir a Mendoza, y no sabía si no le metían un cohetazo. Había que estar ahí. Dicen que Perón, en el exilio, se la pasó como un millonario, pero es una gran mentira. Ella lo bancó en ese exilio que no era un exilio dorado como dijeron. Y estuvo allá con él todos esos años. Así que yo, contrariamente a lo que se piensa, la reivindico.
                  "Porque a muchos de los que hoy son detractores de Isabel, nunca los vi en una celda, nunca estuvieron en cana... Cuando la cosa estaba más o menos jodida, se las tomaron. Yo, frente a estas cosas, tengo mis reservas. Si hay un tipo al que le veo agallas, que ha peleado, y no la quiere a Isabel, yo lo escucho porque puso las pelotas. Ahora, cuando hay otros que son la supuesta inteligencia peronista, que hablan libremente de todo y nunca pelearon por nada, su opinión me merece escaso respeto.    
                   “Yo creo que fue una maltratada de muchos sectores del peronismo en términos generales. Cuando Isabel estaba detenida en San Vicente, la fui a ver a la Quinta acompañando a Julio Arriola, que era su abogado. Ahí conocí lo que había sido la Quinta que Perón le había comprado a Mercante, y donde hoy están los restos del General y donde algún día debemos llevar los de Evita. Pero en ese momento no era una quinta sino un matorral por lo abandonada que estaba. Ahí la conocí a Isabel. Habremos estado dos horas. Estaba todo custodiado, estaba presa,  los canas, y las fuerzas armadas compartían la custodia,  porque había sido presidenta, y no querían que alguien la mate, que le pase algo. Así que fueron un par de cafés los que me invitó Isabel. Habló muchísimo, de su vida en el exilio, del peronismo. Y fue, la verdad, muy amable. El gesto adusto de Isabel en la presidencia, este gesto duro, tiene que ver con los momentos que se vivían. Pero en privado era amable. Con Isabel hablamos mucho aquella vez de la historia del peronismo. No sé cuánto sabía ella, aunque debía conocer bastante, porque al lado del Viejo era imposible no aprender.
      “Pero lo que más recuerdo, lo que me quedó grabado –y tal vez lo más importante que hablamos para un boquense- fue cuando le pregunté: “¿Y su marido, al final, de quién era hincha?” (Risas). Y ella me dijo, “No diga nada, pero Perón era de Boca”.
     -Al fin se develó el misterio.
     -Bueno, ya Antonio Cafiero solía comentar que él también había oído a Perón confesar que era de Boca. Pero inútil insistir: todos creían que Perón era de su equipo. Empezando por los de Racing. Porque en su tiempo Cereijo, ministro de Perón, facilitó la construcción del estadio. Vas a la cancha de Tigre, y los hinchas veteranos te dicen: “Perón, era nuestro” (Risas). Y vas a la de Atlanta, y resulta que era de Atlanta… (Risas).
-Como Carlitos Gardel…
    -Si, además le daban los carnet de vitalicio, de socio honorario. Y él era de todos. Para no quedar mal con nadie… ¡El era argentino! (risas).
            -En algún momento, ya en el retorno a la democracia, quien se mostraba cercano a Isabel era Menem, ¿no es cierto?
                -Si- asiente Galmarini-: Menem fue alguna vez a Madrid a conversar con ella. Lo que hizo ella, tal vez, fue no dejarse usar por ninguno de los que la iban a ver para posicionarse políticamente. Esto fue una cosa importante en ella. A Carlos Menem tal vez lo quiere, porque ella estuvo cuando Carlos asumió como Presidente. La vi por última vez el día de la asunción de Menem, porque yo también asumía como Secretario de Deporte. 
              -También estuvo cuando asumió Alfonsín.
              -En todos los países serios, los ex presidentes están los asunciones... Después, si no la invitaron más o no quiso venir, ya no lo sé. Tengo entendido que no quiso recibir más a nadie.
CONTINUARÁ

Asunción de Menem, jura del Pato Galmarini como Secretario de Deportes de la Nación. Isabel Perón, poco visible en la foto, se encuentra a la derecha.