Por Alberto Lettieri
El 3 de febrero tuvo lugar el célebre Combate
de San Lorenzo, que significó el debut del General San Martín y de los
Granaderos a Caballo en las lides por la Independencia Argentina. Fue la única
confrontación que nuestro Libertador y el Regimiento que creó afrontaron en
suelo argentino.
La historia argentina ha inmortalizado este
combate, más que por su importancia real en términos de confrontación bélica
-apenas duró 15 minutos y enfrentó a escasos 400 hombres entre ambos bandos-,
por la acción de arrojo que convirtió en mártir a Juan Bautista Cabral, quien
cubrió con su cuerpo al entonces Coronel José de San Martín, que había quedado
aprisionado bajo su caballo en el campo de batalla.
Las controversias pasan por otro lado. ¿Quién
era realmente Cabral? ¿Detentaba realmente el grado de Sargento, con que lo
recordó la memoria oficial de la Nación? ¿Fueron realmente sus últimas palabras
las que todos conocemos?
Poco es lo que se sabe sobre este mártir
argentino. Nació en el municipio de Saladas, en la provincia de Corrientes,
alrededor de 1789. De origen zambo – combinación entre negro africano e
indígena americano, se ubicaba dentro de las castas más postergadas dentro de
un sistema racista y discriminatorio. Su padre era un indígena guaraní, llamado
José Jacinto, y su madre era una esclava de origen angoleño, Carmen Robledo. Al
estar al servicio del estanciero Luis Cabral, adoptaron su apellido como mácula
de pertenencia.
Cuando promediaba los 23 años fue incorporado
a la fuerza al Ejército, por orden del Gobernador de Corrientes, Toribio de
Luzuriaga. Más tarde fue enviado a Buenos Aires, y en 1813 se sumó al Segundo
Escuadrón del naciente Regimiento de Granaderos a Caballo.
Según Pastor Obligado, un historiador del
Siglo XIX, sus dotes le habrían permitido su ascenso a Cabo, y poco después al
grado de Sargento. Bartolomé Mitre, en cambio, en su Historia de San Martín
y de la Emancipación Americana, lo presenta como soldado raso, lo cual
reviste mayor grado de credibilidad, ya que difícilmente un zambo podría
conseguir algún tipo de ascenso en esa época, y mucho menos sin obtenerlo en el
campo de batalla.
El momento culminante de su vida transcurrió
durante los breves instantes en que protegió con su cuerpo a un Coronel San
Martín que había quedado aprisionado bajo su caballo, que había sido impactado
por el enemigo. La iconografía histórica hizo el resto, ya que no queda claro
cómo se desarrolló la acción. Lo que sí sabemos es que no murió en el campo de
batalla, sino poco después, en el Refectorio del Convento de San Lorenzo,
utilizado a la sazón como hospital de campaña, a consecuencia de las graves
heridas recibidas.
El mito sobre el Cabral se origina en una
carta enviada por San Martín a la Asamblea del Año XIII, en la que destaca el
arrojo de este héroe rioplatense, asignándole como palabras de despedida la
frase: “Muero contento, mi General, hemos batido al enemigo”.
“No puedo prescindir de recomendar
particularmente a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de
Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes
que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos.”-relataba
la misiva de San Martín.
La historia oficial no dudó en convertirlo en
ícono del patriotismo. Bartolomé Mitre asegura -varias décadas después- que el
grado de Sargento le habría sido otorgado post mortem, por su desempeño en el
combate que le costó la vida. Pero para entonces esa clase de ascensos aún no
se concedían, por lo que murió como nació: pobre, sin grado militar y
discriminado por la sociedad de castas.
Ahora bien, si bien la historiografía liberal
estuvo dispuesta a reconocer su arrojo, lo hizo a condición de disfrazar su
aspecto. La generosa iconografía que se le dedicó a Cabral lo presenta como
blanco, o bien con piel oscura pero con rasgos occidentales, en lugar de
respetar su color moreno y su aspecto guaranítico, ya que hubiera sido todo un
contrasentido en pleno proceso de construcción del mito de la Nación blanca y
occidental. Habitualmente, también, se lo presenta falleciendo en el campo de
batalla, en lugar del lecho del hospital donde realmente murió. Finalmente,
sobre las últimas palabras de Cabral que transmite San Martín -que sí dominaba
el idioma guaraní-, no se aclara en que lengua habrían sido pronunciadas. Pero
es altamente improbable que manejara el español.
Por el contrario, la Marcha de San Lorenzo,
compuesta en su homenaje por Carlos Javier Benielli y Cayetano Alberto Silva es
más respetuosa de la verdad histórica, al referirse a Cabral como “soldado
heroico”.
La Escuela de Suboficiales del Ejército
Argentino lleva el nombre de “Sargento Cabral”, tomando por ciertas las
afirmaciones de Mitre sobre su ascenso post mortem. A la postre, un sargento
que nunca lo fue. Un capítulo más de una historia oficial caracterizada por las
falacias e imprecisiones para dar vida a un relato legitimador de un orden
occidental y colonial para nuestro país.
Ni blanco, ni sargento, ni hablaba español, ni
murió en el campo de batalla. Pero si un héroe criollo que entregó la vida por
la causa de la Patria que anidó muy temprano en los corazones del pueblo
argentino.
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