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lunes, 22 de junio de 2020

Juan Bautista Cabral, soldado, zambo y heroico Por Alberto Lettieri






Por Alberto Lettieri


El 3 de febrero tuvo lugar el célebre Combate de San Lorenzo, que significó el debut del General San Martín y de los Granaderos a Caballo en las lides por la Independencia Argentina. Fue la única confrontación que nuestro Libertador y el Regimiento que creó afrontaron en suelo argentino.
La historia argentina ha inmortalizado este combate, más que por su importancia real en términos de confrontación bélica -apenas duró 15 minutos y enfrentó a escasos 400 hombres entre ambos bandos-, por la acción de arrojo que convirtió en mártir a Juan Bautista Cabral, quien cubrió con su cuerpo al entonces Coronel José de San Martín, que había quedado aprisionado bajo su caballo en el campo de batalla.
Las controversias pasan por otro lado. ¿Quién era realmente Cabral? ¿Detentaba realmente el grado de Sargento, con que lo recordó la memoria oficial de la Nación? ¿Fueron realmente sus últimas palabras las que todos conocemos?
Poco es lo que se sabe sobre este mártir argentino. Nació en el municipio de Saladas, en la provincia de Corrientes, alrededor de 1789. De origen zambo – combinación entre negro africano e indígena americano, se ubicaba dentro de las castas más postergadas dentro de un sistema racista y discriminatorio. Su padre era un indígena guaraní, llamado José Jacinto, y su madre era una esclava de origen angoleño, Carmen Robledo. Al estar al servicio del estanciero Luis Cabral, adoptaron su apellido como mácula de pertenencia.
Cuando promediaba los 23 años fue incorporado a la fuerza al Ejército, por orden del Gobernador de Corrientes, Toribio de Luzuriaga. Más tarde fue enviado a Buenos Aires, y en 1813 se sumó al Segundo Escuadrón del naciente Regimiento de Granaderos a Caballo.
Según Pastor Obligado, un historiador del Siglo XIX, sus dotes le habrían permitido su ascenso a Cabo, y poco después al grado de Sargento. Bartolomé Mitre, en cambio, en su Historia de San Martín y de la Emancipación Americana, lo presenta como soldado raso, lo cual reviste mayor grado de credibilidad, ya que difícilmente un zambo podría conseguir algún tipo de ascenso en esa época, y mucho menos sin obtenerlo en el campo de batalla.
El momento culminante de su vida transcurrió durante los breves instantes en que protegió con su cuerpo a un Coronel San Martín que había quedado aprisionado bajo su caballo, que había sido impactado por el enemigo. La iconografía histórica hizo el resto, ya que no queda claro cómo se desarrolló la acción. Lo que sí sabemos es que no murió en el campo de batalla, sino poco después, en el Refectorio del Convento de San Lorenzo, utilizado a la sazón como hospital de campaña, a consecuencia de las graves heridas recibidas.
El mito sobre el Cabral se origina en una carta enviada por San Martín a la Asamblea del Año XIII, en la que destaca el arrojo de este héroe rioplatense, asignándole como palabras de despedida la frase: “Muero contento, mi General, hemos batido al enemigo”.
“No puedo prescindir de recomendar particularmente a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos.”-relataba la misiva de San Martín.
La historia oficial no dudó en convertirlo en ícono del patriotismo. Bartolomé Mitre asegura -varias décadas después- que el grado de Sargento le habría sido otorgado post mortem, por su desempeño en el combate que le costó la vida. Pero para entonces esa clase de ascensos aún no se concedían, por lo que murió como nació: pobre, sin grado militar y discriminado por la sociedad de castas.
Ahora bien, si bien la historiografía liberal estuvo dispuesta a reconocer su arrojo, lo hizo a condición de disfrazar su aspecto. La generosa iconografía que se le dedicó a Cabral lo presenta como blanco, o bien con piel oscura pero con rasgos occidentales, en lugar de respetar su color moreno y su aspecto guaranítico, ya que hubiera sido todo un contrasentido en pleno proceso de construcción del mito de la Nación blanca y occidental. Habitualmente, también, se lo presenta falleciendo en el campo de batalla, en lugar del lecho del hospital donde realmente murió. Finalmente, sobre las últimas palabras de Cabral que transmite San Martín -que sí dominaba el idioma guaraní-, no se aclara en que lengua habrían sido pronunciadas. Pero es altamente improbable que manejara el español.
Por el contrario, la Marcha de San Lorenzo, compuesta en su homenaje por Carlos Javier Benielli y Cayetano Alberto Silva es más respetuosa de la verdad histórica, al referirse a Cabral como “soldado heroico”.
La Escuela de Suboficiales del Ejército Argentino lleva el nombre de “Sargento Cabral”, tomando por ciertas las afirmaciones de Mitre sobre su ascenso post mortem. A la postre, un sargento que nunca lo fue. Un capítulo más de una historia oficial caracterizada por las falacias e imprecisiones para dar vida a un relato legitimador de un orden occidental y colonial para nuestro país.
Ni blanco, ni sargento, ni hablaba español, ni murió en el campo de batalla. Pero si un héroe criollo que entregó la vida por la causa de la Patria que anidó muy temprano en los corazones del pueblo argentino.


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