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sábado, 10 de octubre de 2020

JESUS, PREDICADOR DE LA QUINTA SECTA JUDÍA. Por Javier Garin.

 



Por Javier Garin.



1)    Nacionalismo versus universalismo en el antiguo Israel

         Toda la historia del antiguo Israel se encuentra marcada por la tensión entre nacionalismo y universalismo.

          Estas dos orientaciones antagónicas del espíritu judío impregnan las sagradas escrituras, plagadas de textos contradictorios que confrontan entre sí.

           El antiguo nacionalismo judío, de naturaleza político-religiosa, pero también con una fuerte base racial, es un fenómeno tan notable que no exageraríamos si atribuyéramos a los judíos la partida de nacimiento del nacionalismo fanático que ha infestado el mundo con sus guerras, crueldades y atrocidades hasta el presente.

          No es casual que la aparición de los Estados nacionales en Europa se haya producido en consonancia con el redescubrimiento y revalorización del Antiguo Testamento gracias a Lutero y los protestantes.

              El nacionalismo exclusivista de base racial del judaísmo antiguo -que proclama a Israel el pueblo elegido, que recibe de Dios terribles mandatos de exterminio contra los pueblos enemigos, a los cuales se debe pasar a degüello inmisericorde, que prohíbe el matrimonio con no judíos y que adopta toda clase de normas para asegurarse mantener a los judíos aparte de los otros pueblos en sus costumbres, sus hábitos alimentarios, sus rituales de circuncisión, sus prohibiciones de contaminación, etc.- tiene orígenes históricos precisos y comprensibles, en los que se trasuntan las fantasías compensatorias de un pueblo pobre, amenazado y con frecuencia sometido por imperios vecinos mucho más poderosos.

        A su vez, el universalismo judío aparece también como una reacción frente a la situación de precariedad y amenaza permanente en que sobrevivía el pueblo judío, vinculado a la dispersión geográfica y a la necesidad de insertarse en el mundo.

            Desde la invasión asiria, una parte del pueblo judío dejó de habitar la tierra de David, y en la época de Jesús, la mitad aproximada de la población judía mundial vivía fuera de Israel, formando colonias en Persia, Siria, el Asia Menor, las islas del mar Egeo, Chipre, Alejandría y Roma. Los judíos fuera de Judea estaban más o menos integrados a las sociedades en que vivían; tenían sus sinagogas y acogían en ellas a muchos paganos incircuncisos, a quienes se conocía con el nombre de  “hombres temerosos de Dios”, porque se acercaban a Jehová sin ser judíos y sin convertirse plenamente. Había, pues, ya antes del cristianismo, un proselitismo judío muy intenso entre los paganos.

              La lamentación permanente por las “diez tribus perdidas de Israel”, el exilio babilónico, la invasión helenística y luego romana, la fundación del reino nacionalista de los Macabeos, la erección del Segundo Templo por Herodes el Grande con la finalidad de restablecer en Jerusalén el centro del judaísmo, las tentativas de diversos gobernantes por quebrantar la identidad judía para someterlos, desde Antíoco IV Epífanes -que pretendió erradicar sin éxito la religión judía- hasta el propio Herodes- quien a la par que reedificaba el templo intentaba “helenizar” a los judíos para hacerlos más manejables-: todo ello constituye el marco en que se desarrolla un judaísmo tensionado entre la reivindicación nacionalista y la aspiración de universalidad.

            Los otros pueblos reconocían a los judíos una espiritualidad profunda, y varios historiadores romanos dan cuenta de que éstos habían conseguido convencer a las otras naciones del Mediterráneo oriental de que tenían una comunicación especial con Divinidad y una misión mesiánica. Dice Tácito: en su “Historia, 1; V, número 13: “Era universal la creencia en antiguas profecías, según las cuales el Oriente iba a prevalecer, y que de la Judea saldrían los señores del mundo”. Suetonio, en la “Historia de Vespasiano”, IV, afirmaba: “ Todo el Oriente resonaba con la antigua y constante opinión de que el destino había decretado que, en esta época, la Judea daría señores al Universo.”

            Para los nacionalistas judíos, Dios había prometido un Mesías nacionalista que no sólo liberaría a Israel del yugo extranjero sino que sometería a todas las otras naciones a la dominación israelí, poniendo a sus enemigos como "estrado de sus pies". Para los universalistas judíos de la escuela de Hilel o de las sinagogas fundadas en ciudades paganas y acostumbradas a convivir con los no judíos, la idea era muy diferente: el Mesías redimiría a los judíos y a toda la Humanidad, y la misión mesiánica del pueblo de Israel no consistía en dominar a los otros pueblos, sino en revelarles el conocimiento del único Dios verdadero. Jesús pertenecía a esta tendencia antinacionalista y universalista, y sus seguidores así lo pusieron de manifiesto al adoptar, mucho tiempo después, la palabra católico, que significa universal.

2)    Las “cuatro sectas filosóficas” según Flavio Josefo.

              Esta tensión atraviesa toda la sociedad judía en tiempos de Jesús y se expresa también en lo que Flavio Josefo, en “Antigüedades judías”, ha llamado las “escuelas o sectas filosóficas” de pensamiento judío.

             No se trata de verdaderas corrientes de pensamiento, como las había en el mundo grecorromano, sino de expresiones del fenómeno sectario y de la aguda lucha de clases que corroía una sociedad profundamente dividida.

            La contienda política y social, dado el carácter profundamente religioso del pueblo judío, y su constitución como teocracia, debía forzosamente expresarse como pelea de sectas e interpretaciones  religiosas.

           Nos dice Flavio Josefo al respecto: “Desde muy antiguo había entre los judíos tres sectas filosóficas nacionales: la de los esenios, la de los saduceos y la tercera que se denominaba de los fariseos.”

            La clase alta sacerdotal y oligárquica, en estrecha alianza con la monarquía herodiana y con el dominador romano, eran los saduceos. Flavio Josefo los define así:

“Los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo; y se limitan a la observancia de la ley. A su juicio es una virtud discutir con los maestros que se consideran sabios. Su doctrina sólo es seguida por un pequeño número, aunque son los primeros en dignidad. No realizan acto especial ninguno; si alguna vez llegan a la magistratura, contra su voluntad, y por necesidad, se atienen a las opiniones de los fariseos, ya que el pueblo no toleraría otra cosa.”

          Los Sumos Sacerdotes se pretendían descendientes de Sadoc, que fue el primero de ellos. Poco a poco, después del exilio de Babilonia, el Sumo Sacerdote fue adquiriendo mayor relevancia política. Bajo el reinado de Herodes y de los romanos, el Sumo Sacerdote era nombrado y destituido por el rey o el gobernador romano, y para asegurarse su sujeción, las vestiduras ceremoniales eran guardadas por la autoridad política. Hubo 28 Sumos Sacerdotes entre los años 37 a C y 70 dC., que conformaban una rígida aristocracia sacerdotal, la cual, además de poseer poder y riquezas, ejercía sus funciones litúrgicas y su control sobre el Templo de Jerusalén. El Sumo Sacerdote, cuyo cargo era de duración anual, pero renovable, era el único que podía acceder al Sancta Sanctorum del Templo una vez al año para el Yom Kippur. Así como las sinagogas eran la sede del poder de los fariseos, el Templo de Jerusalen lo era de los saduceos. La familia de Anás, suegro de Caifás, ocupó el sumo sacerdocio durante buena parte de los años precedentes a la destrucción del Templo.

               Los saduceos aprovechaban su elevada posición para acaparar negocios y acumular riquezas. Todas las actividades del Templo con sus complejos rituales, sus sacrificios de animales que eran vendidos en las inmediaciones del mismo Templo, les eran provechosas. El impuesto que se debía pagar para acceder a los beneficios del Templo no sólo proveía de recursos directos sino también indirectos, pues los judíos venidos de todas partes del mundo, con multiplicidad de monedas, debían cambiarlas con los cambistas que tenían sus mesas de dinero junto a los vendedores de animales sacrificiales. Sin duda, para acceder a convertirse en uno de los mercaderes del Templo a que aluden los Evangelios era indispensable tener una buena “palanca” saducea: tales comerciantes eran invariablemente parientes y protegidos de las familias saduceas, y proveían, en calidad de coimas o contribuciones, cuantiosos aportes con los cuales el aspirante a Sumo Sacerdote podía comprar su cargo anual a las autoridades romanas. Además, a ellos les estaban confiadas actividades muy lucrativas, como la percepción de los tributos, actividad que delegaban en los repudiados y miserables “publicanos”, de baja condición.

            Esta confusión entre los intereses privados de los saduceos y el manejo público del Templo y de importantes resortes del Estado, como el tribunal del Sanedrín –cuyo control compartían con los fariseos-, aparece expresada por el hecho de que el Sumo Sacerdote emérito y presidente del Sanedrín, Anás, suegro de Caifás, tenía una cárcel en su casa, adonde llevaba a los revoltosos, y en la que fue encerrado Jesús mientras él terminaba de cenar. Allí mismo los prisioneros eran interrogados y sometidos a torturas, pared de por medio de la residencia familiar de Anás.

            Se comprende, entonces, que la intervención de Jesús echando a los mercaderes a latigazos y arrojando sus mercaderías y monedas al suelo, no fue un simple acto de enojo ante un ultraje religioso, sino un ataque directo a la clase de los saduceos, al cuestionar su manejo del Templo y perjudicar los negocios de sus comerciantes protegidos.

           El principal interés de los saduceos era la conservación del orden religioso, político y social. Sus riquezas, privilegios y hasta su misma existencia, dependían del favor de los romanos. Y para merecer ese favor necesitaban ofrecer a los romanos un ambiente de tranquilidad social y estabilidad, toda vez que la Tierra Prometida era desde siempre un territorio de abundantes y frecuentes convulsiones.

            Cuando el Sumo Sacerdote Caifás, cerebro de la captura y posterior ejecución de Jesús, sostiene su tesis –harto repetida por gobiernos y oligarquías de todos los tiempos- de que “es preferible que muera un hombre y no que perezca el pueblo” - argumento conocido como “la razón de estado”-, en realidad está expresando que la actividad proselitista de Jesús podría llegar a comprometer, en algún momento, si no se lo detenía a tiempo, la tambaleante estabilidad de la sociedad judaica, lo que, en su visión, traería aparejada la represión romana contra los judíos, o cuando menos –pero no por eso menos importante- la pérdida de los privilegios saduceos por su inoperancia en garantizar el único servicio que el Imperio romano esperaba de ellos: la paz social.

             Los saduceos no creían en la inmortalidad del alma, ni en resurrección ni en ángeles, y ello se debe a que eran seguidores literales de la Torá y no admitían la autoridad de los profetas ni ninguna de las adiciones de la evolución posterior de la religión judía. Desdeñaban las enseñanzas y reglas instituidas por los fariseos y atribuidas a la “tradición”, pues reconocer estas fuentes de fe y de derecho equivalía a dar a los fariseos un poder que ellos pretendían reservado a sí mismos. No obstante, estaban obligados a contemporizar con los fariseos, debido a la enorme popularidad de estos últimos. Además de estas razones políticas, existían razones meramente sociales para sus posturas religiosas. Como dominantes oligárquicos con acceso a bienes y los goces de la vida mundana, los saduceos habían adoptado una visión epicúrea; pensaban que los placeres deben disfrutarse en esta vida, pues no hay otra, y desdeñaban toda forma de ascetismo.

            Los Fariseos eran, por el contrario, la secta de mayor arraigo y simpatía entre la población. Con el tiempo pasarían a constituir todo el judaísmo, pues los rabinos del Talmud se reconocen como sus descendientes. Pero en aquellos años no expresaban más que una parte del pueblo judío, si bien la más numerosa. No constituían una masa uniforme: estaban divididos en escuelas y corrientes diversas, aunque sin duda no eran el conjunto de hipócritas, mentirosos y ladinos personajes que nos pintan los Evangelios, escritos cuando ya estaba avanzado el proceso de separación del cristianismo respecto del judaísmo.  Que el principal blanco de los ataques de Jesús resulten ser precisamente los fariseos, no debe llamarnos a engaño,  pues la confección de los Evangelios coincide con la puja creciente entre los judíos seguidores de Jesús –llamados “judeocristianos”- y los fariseos anticristianos que pronto darían lugar al judaísmo rabínico.

            De hecho, Pablo se declaraba abiertamente fariseo, y muchos estudiosos opinan que Juan el Bautista y Jesús formaban parte de un movimiento renovador dentro del fariseísmo, cercano a las enseñanzas del gran maestro fariseo Hilel. Hace muchas décadas ha quedado descartada la hipótesis, popular en el siglo XIX, de que Jesús hubiese pertenecido a la secta esenia. Hoy parece indudable para muchos estudiosos, que por su formación y pensamiento habría sido un reformador fariseo, opinión que no compartimos.

            Dice Flavio Josefo: “Los fariseos viven parcamente, sin acceder en nada a los placeres. Se atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de más edad, ajenos a aquella arrogancia que contradice lo que ellos introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la voluntad del hombre, para que éste se incline por la virtud o por el vicio. Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de todo esto disfrutan de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo perteneciente a la religión, súplicas y sacrificios, se lleva a cabo según su interpretación. Los pueblos han dado testimonio de sus muchas virtudes, rindiendo homenaje a sus esfuerzos, tanto por la vida que llevan como por sus doctrinas.”

           Como puede notarse a simple vista, sus doctrinas eran muy semejantes a las sostenidas por Jesús y los cristianos primitivos. Jesús aparece como cuestionador de ciertos aspectos del fariseísmo dominante, como el rígidos formalismo, el legalismo y el cumplimiento compulsivo de rituales de todo orden, pero no aparece como un enemigo de todas las doctrinas fariseas ni mucho menos. Una de las críticas de Jesús contra los fariseos coincide curiosamente con los reproches que hacían los saduceos: que aquellos, con su tradición y sus reglas interpretativas, habían distorsionado la Ley. Dice Jesús que el fariseísmo introdujo mandamientos de hombres en vez de los mandamientos de Dios.

          Dentro del fariseísmo había dos escuelas de gran vigor contemporáneas a Jesus: la Casa de Hilel y la Casa de Shamai, que seguian a dos rabinos rivales. Ambas escuelas compartían la fe en la Torá, los preceptos relacionados al Templo y los sacrificios, la forma de fijar las festividades del calendario y la creencia  en la inmortalidad del alma y en la resurrección de los muertos, pero diferían en muchas interpretaciones de la Halajá, es decir, del conjunto de reglas judías elaboradas por el movimiento fariseo a partir de la Torá (escrita) y de la tradición oral, que incluye 613 minuciosos “mitzvot” o mandamientos. Se puede caracterizar a estas dos Casas o escuelas como dos partidos dentro del fariseísmo: Hilel representaba los sectores más liberales, compasivos y dispuestos a una apertura; Shamai era el preferido de los conservadores, ortodoxos y cerrados.

             Es de señalar que entre los saduceos y los fariseos existía una pugna sorda que en algunos momentos de la historia anterior había sido tremendamente sangrienta. Bajo el reinado de a Alejandro Janneo, éste, apoyado por los saduceos, reprimió cruelmente las sublevaciones fariseas, matando a dos mil en una sublevación, ocho mil en otra y cincuenta mil en una tercera. Finalmente, crucificó a tres mil fariseos después de haberlos obligado a ver cómo degollaba a sus mujeres y sus hijos. Los reyes posteriores restablecieron a los fariseos, y los que eran particularmente inteligentes, como Herodes, aprovechaban la rivalidad entre saduceos y fariseos para fortalecer a un grupo y debilitar al otro según les conviniera. En tiempos de Jesús, saduceos y fariseos de clase alta habían arribado a un modus vivendi mutuamente conveniente, pero los fariseos pobres odiaban yd espreciaban furiosamente a los saduceos.

               El tercer grupo mencionado por Flavio Josefo no era numéricamente importante, constituía una ínfima minoría, pero se hacía notar por su fuerte valor simbólico y su fama de santidad: los esenios. Entre las muchas objeciones que pueden plantearse al intento decimonónico de emparentar a Jesús con esta secta, resalta el hecho de que Jesús defendía la importancia de la participación en la vida social mientras que los esenios se consideraban a sí mismos por completo apartados del mundo. Mientras Jesús se mezclaba con los pecadores, los esenios se autosegregaban para evitar toda contaminación; mientras Jesús defendía el matrimonio y reivindicaba a las mujeres, los esenios practicaban el celibato y eran profundamente misóginos. Más bien se asemejan a los posteriores anacoretas y monjes medievales y no al Jesús predicante que recorre los caminos llevando la buena nueva entre publicanos y prostitutas.

            “Los esenios –dice Flavio Josefo- consideran que todo debe dejarse en las manos de Dios. Enseñan que las almas son inmortales y estiman que se debe luchar para obtener los frutos de la justicia. Envían ofrendas al Templo, pero no hacen sacrificios, pues practican otros medios de purificación. Por este motivo se alejan del recinto sagrado, para hacer aparte sus sacrificios. Por otra parte son hombres muy virtuosos y se entregan por completo a la agricultura. Hay que admirarlos por encima de todos los que practican la virtud, por su apego a la justicia, que no la practicaron nunca los griegos ni los bárbaros, y que no es una novedad entre ellos, sino cosa antigua. Los bienes entre ellos son comunes, de tal manera que los ricos no disfrutan de sus propiedades más que los que no poseen nada. Hay más de cuatro mil hombres que viven así. No se casan, ni tienen esclavos, pues creen que lo último es inicuo, y lo primero conduce a la discordia; viven en común y se ayudan mutuamente. Eligen a hombres justos encargados de percibir los réditos y los productos de la tierra, y seleccionan sacerdotes para la preparación de la comida y la bebida.”

            El descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto y las excavaciones arqueológicas del sitio de Qunram, que se considera un asentamiento de la comunidad esenia, consolidan la idea de que se trataba de comunidades de fieles varones, misóginos, apartados del mundo, seguidores de un antiguo "Maestro de Justicia", profesantes del desprecio del cuerpo y precursores de las órdenes monásticas.

                      En tiempos en que Jesús y su pariente Juan el Bautista eran niños, cobró ímpetu un cuarto grupo, que es en realidad una corriente dentro del fariseísmo: los zelotes. El primer líder destacado de este grupo, Judas, era también de Galilea y provocó serias convulsiones sociales. Dice Flavio Josefo: “Sus seguidores imitan a los fariseos, pero aman de tal manera la libertad que la defienden violentamente, considerando que sólo Dios es su gobernante y señor. No les importa que se produzcan muchas muertes o suplicios de parientes y amigos, con tal de no admitir a ningún hombre como amo. Puesto que se trata de hechos que muchos han comprobado, he considerado conveniente no agregar nada más sobre su inquebrantable firmeza frente a la adversidad; no temo que mis explicaciones sean puestas en duda, sino que al contrario temo que mis expresiones den una idea demasiado débil de su gran resistencia y su menosprecio del dolor. Esta locura empezó a manifestarse en nuestro pueblo bajo el gobierno de Gesio Floro, durante el cual, por los excesos de sus violencias, determinaron rebelarse contra los romanos.”

               Eran rebeldes nacionalistas, expresión renovada del antiquísimo nacionalismo judío, y se distinguían por la apelación al uso de la violencia. Aunque el fundador de este movimiento, Judas el Galileo, logró sacudir la región con una prédica subversiva -que reclamaba la soberanía de Dios, rechazaba el Imperio Romano y negaba el pago de tributos-, ese primer alzamiento terminó con dos mil judíos crucificados, preanunciando todos los fracasos posteriores de los zelotes, que llevarían al pueblo de Israel al precipicio. Flavio Josefo es especialmente duro con este grupo ya que los responsabiliza del fatal alzamiento judío que culminó con la destrucción del Templo por los romanos en el año 70 de nuestra era. Entre sus prácticas se contaban los atentados de diversa índole, incluyendo los asesinatos individuales de romanos llevados adelante por expertos manejadores de la “sica”, una pequeña daga de la que se deriva el nombre de sicario.

        Un punto en que el movimiento zelote se aproxima a Jesús es su reivindicación de los pobres y humillados. Entre los seguidores de Jesús hubo zelotes y también se nos cuenta en los propios Evangelios que algunos de los discípulos., como Pedro en el huerto de los Olivos, estaban armados. Sin embargo, Jesús no predicó jamás el nacionalismo estrecho de los zelotes ni propugnó el uso de la fuerza.  La trágica experiencia de su paisano Judas el Galileo debió impresionar fuertemente a Jesús, convenciéndolos de la inutilidad e inconveniencia de la lucha violenta e inclinándolo a abrazar un acendrado pacifismo.

           Constantemente los adversarios de Jesús intentaban emparentarlo con Judas el Galileo, y pretendían comprometerlo en el rechazo de la autoridad romana y del pago de los tributos: trampas que Jesús habitualmente eludía con éxito.

           Por fuera de estos grupos políticos, sociales y religiosos más o menos organizados, una parte del pueblo vivía sumida en la miseria y la ignorancia, producto de su profundo sometimiento: se los llamaba “Am haaretz”, “la gente de la tierra”, y eran campesinos pobres, esclavos y proletarios. Hacia ellos se dirigen algunas de las prédicas de los primitivos cristianos, como lo muestra la Epístola de Santiago, el hermano de Jesús.

3)    Juan el Bautista, Jesús y la quinta secta judía

        Aunque Flavio Josefo no menciona a los seguidores de Jesús como una secta judía diferenciada de las restantes, hay razones para afirmar que Jesús no pertenecía a ninguna de las cuatro sectas existentes, sino que se propuso fundar un movimiento diferenciado dentro del judaísmo de su tiempo.

          Los argumentos de quienes aseveran que Jesús no quiso fundar ninguna nueva religión sino reformar el judaísmo parecen sólidos y se sustentan en claros pasajes evangélicos, teniendo a su favor la interpretación misma de los primeros cristianos, a quienes más tarde se denominaría “judeocristianos”.

            No obstante, es indudable que, sin romper con el judaísmo de que era fiel creyente, Jesús sí se propuso constituir una secta o escuela independiente, que cuestionaba y controvertía algunas de las creencias sustentadas por las restantes sectas. Seguía en esto los pasos de Juan el Bautista, de quien podemos legítimamente considerarlo un discípulo superador.

         Como los zelotes, reivindicaba a los pobres contra los ricos, y en ello se distinguía claramente de los saduceos libertinos y de los fariseos opulentos. Como los fariseos, creían en la inmortalidad del alma y la resurrección, y rechazaba el materialismo epicúreo de los saduceos. Como los saduceos, cuestionaba el obsesivo ritualismo fariseo y su tendencia a instituir “mandamientos de hombres”. Como los esenios, veía con buenos ojos la comunidad de bienes y el desprecio de las riquezas. Pero las diferencias que mantenía con cada uno de estos grupos son tantas y tan profundas que es lícito sostener que formaba parte de un quinto movimiento naciente, cuyas características principales eran: la creencia en la inmortalidad del alma, la esperanza mesiánica, la visión apocalíptica, el rechazo de las riquezas, la reivindicación de las mujeres, la exaltación de los pobres, el rechazo del mercantilismo del templo, la defensa del matrimonio, la inserción social plena en vez del apartamiento, la prédica utópica del reino de los cielos, la condenación de la violencia, el desprecio por el poder temporal. Las doctrinas de Jesús aparecen como expresión  de un espiritualismo que no obstante no rechaza ni contrapone lo corporal, y una religiosidad que no renuncia a modificar la realidad social pero desconfía profundamente del Estado, una suerte de anarquismo que busca liberar al hombre de las cadenas de las falsas creencias, la idolatría y el culto al dinero y al poder.

martes, 25 de agosto de 2020

¿UN HERMANO DE JESÚS FUE EL PRIMER JEFE DE LA IGLESIA? Por Javier Garin

 


Por Javier Garin


           El proceso de divinización de Jesús comenzó inmediatamente después de su muerte en la cruz, tras un breve período de perplejidad y desconcierto entre sus seguidores, que esperaban verlo triunfar de sus enemigos como el Mesías anunciado. 

    Pronto, sin embargo, el duelo y la decepción fueron reemplazados por la creencia de que Jesús había resucitado, y con ello se sentaron las bases del desarrollo del cristianismo, primero como secta judía disidente y luego como nueva religión emancipada de su matriz israelita. 

       En pocas décadas, el Jesús de carne y hueso fue sustituido por la construcción teológica e intelectual del Cristo. 

             Jesús, en tanto hombre, podía tener padres biológicos y hermanos, pero en tanto Cristo debía ser hijo de una virgen, pues Isaías había dicho: "Por eso el Señor mismo os dará un signo: mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y lo pondrá por nombre Emanuel. (Isaías 7:14).

            Sin embargo, los primeros Evangelios, al ser escritos al poco tiempo de la muerte de Jesús, conservan admirablemente muchos rasgos de su humanidad, anteriores a su elevación teológica. 

             La naturalidad y sencillez con que los tres evangelios sinópticos abordan la vida de Jesús constituye una prueba de su autenticidad como documentos históricos, pues, aún cuando sus textos sufrieron muchas interpolaciones y cambios a manos de los sucesivos copistas, han resguardado informaciones vitales que no siempre se ajustan a los dogmas elaborados con posterioridad por los teólogos y autoridades eclesiásticas. 

             Incluso el tardío Evangelio de Juan, que ofrece una elaborada teología ausente en sus antecedentes, sigue conservando, por la transmisión directa del anciano Juan, preciosas aportaciones de la vida de Jesús. 

           Tengamos presente que es criterio comunmente aceptado que los Evangelios se inspiran a su vez en fuentes anteriores perdidas, por lo que su testimonio parte del conocimiento directo de Jesús, más allá de las adiciones incorporadas con fines proselitistas, para convencer a los judíos de que realmente había sido el Mesías.

            La divinización progresiva de Jesús llevó, entre otros efectos secundarios, a invisibilizar su familia de sangre en aras de la consagración del segundo dogma mariano, el de la virginidad perpetua de María, el cual, según Meier, "no llegó a ser doctrina común hasta la segunda mitad del siglo IV" (Meier, John P. (1997). Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico. Tomo I: Las raíces del problema y de la persona. Pamplona: Verbo Divino, (6.ª edición) p. 333)

             Sin embargo a los primeros escritores cristianos la posible existencia de hermanos de Jesús no pareció afectarles, y en el siglo II el apologista cristiano Tertuliano polemiza con Marción en defensa de la naturaleza humana de Jesús utilizando, precisamente, como argumento el que tuviera hermanos. (ver Tertuliano, Adversus Marcionem).

Contra la creencia de que Jesús fue hijo único de María, existen numerosos testimonios evangélicos y extra evangélicos que hablan de cuatro hermanos y al menos dos hermanas.

Uno de ellos, Santiago el Justo, ejerció una autoridad eclesiástica superior, equiparable  a un primitivo Papa. Así surge de múltiples relatos de los primeros siglos, que contradicen asimismo la tesis del papado fundacional de Pedro.

             Santiago el Justo es mencionado por Pablo de Tarso en la epístola a los Gálatas: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días; pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo el hermano del Señor” Gálatas 1:18-19.

Todo indica que este Santiago, o Jacobo (“Sancti Iacob”), no debe ser confundido con los apóstoles Santiago el Mayor y el Menor, a quienes Mateo llama “hijo de Zebedeo” e "hijo de Alfeo” (Mateo 10, 2-3). Es claro que Pablo no lo consideraba un apóstol, pues dice que sólo vio a Pedro y a ningún otro de los apóstoles.

Que podría haber sido realmente el hermano de Jesús, o al menos medio hermano,  y no un “hermano espiritual” lo indica el historiador judío Flavio Josefo. Éste, no siendo cristiano, no tenía motivos para llamar "hermano de Jesús" a alguien que no lo fuera de sangre. En su relato, nos dice que el sumo sacerdote saduceo Ananías “llamó a juicio al hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, cuyo nombre era Santiago, y con él hizo comparecer a varios otros”, para condenarlos a muerte (“Antigüedades judías”)

La actuación de Santiago el Justo fue decisiva en el Primer Concilio de la Iglesia, celebrado en Jerusalén en el año 50 de nuestra era. En esos tiempos, el cristianismo ni siquiera había empezado a diferenciarse del judaísmo y era más bien una secta conformada por los judíos que creían que Jesús era el Mesías. Aún no había iglesias sino sinagogas; el día de reposo era el Sabbat y no el domingo -que fue inventado posteriormente por los cristianos romanos-; y el mayor número de fieles de Jesús eran judíos de Judea o judíos helenizados de las ciudades del mar Egeo, Siria y el Asia Menor, quienes observaban la ley mosaica, se abstenían de las comidas impuras y sometían a sus hijos varones a la circuncisión.

Justamente el problema de la circuncisión, cirugía ritual harto peligrosa para los adultos a causa de las infecciones y por demás dolorosa, fue el motivo central de ese Concilio, donde se discutió la actividad apostólica de Pablo y de Bernabé, quienes promovían la aceptación de pleno derecho en la fe de los acólitos incircuncisos. Fue el primer acto político de la iglesia cristiana primitiva destinado a favorecer la introducción de creyentes no judíos en la incipiente grey.

Cuenta Lucas en los Hechos de los Apóstoles que Santiago resolvió el Concilio después de oír a todos (incluido a Pedro), diciendo: “Yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo (Sabbat).”

La expresión que Lucas atribuye a Santiago, llamado el hermano de Jesús : “yo juzgo”,  indica que  tenía autoridad para juzgar. El texto en griego antiguo lo expresa de una manera todavía más rotunda como “yo resuelvo” o “yo sentencio”. Es necesario comprender que no se trató de una decisión acordada entre todos los cristianos, sino de la resolución de un diferendo entre quienes sostenían, como Pablo y Bernabé, que no se debía obligar a los gentiles a circuncidarse, y quienes afirmaban que era preciso exigir a todos la circuncisión. Al tener la última palabra  sobre el diferendo, Santiago actuaba como la máxima autoridad.

La atribución de primera autoridad eclesiástica a Pedro, “el primer Papa”, es una construcción política posterior, destinada a afianzar la primacía del obispo de Roma como cabeza de la Iglesia, por institución directa de Cristo. Efectivamente, si fuera cierto que el primer jefe de la iglesia era Pedro y no Santiago el Justo, llamado el hermano de Jesús, ¿por qué razón fue Santiago quien dictó sentencia  en el concilio de Jerusalén? ¿Por qué no fue Pedro? Podemos suponer que sus cualidades personales -hombre de gran piedad- y su condición de hermano de Jesús lo convertían en un personaje no controvertido.

Si bien puede admitirse que Pedro era la figura de mayor peso e influencia entre los apóstoles, ninguno de estos asumió la jefatura de la Iglesia de Jerusalén, sino que escogieron a Santiago el Justo para tal ministerio. Así lo expresa Clemente de Alejandría en el sexto libro de su Hypotyposes, donde se lee que Santiago el Justo fue elegido como obispo de Jerusalén por Pedro, Santiago el Mayor y Juan, Es posible que prefirieran designarlo en razón de su presunto parentesco para dedicarse ellos plenamente al apostolado. En idéntico sentido se expresan Hegesipo, en el quinto libro de sus Comentarios (“Después de los apóstoles, Santiago el hermano del Señor, de sobrenombre el Justo, fue nombrado jefe de la Iglesia en Jerusalén”);  Eusebio de Cesarea, primer historiador de la Iglesia.  ("Santiago, hermano del Señor, a quien los apóstoles habían confiado el asiento episcopal en Jerusalén");San Jerónimo, aunque sin indicar parentesco: ("ordenado por los apóstoles obispo de Jerusalén (...) gobernó la iglesia de Jerusalén treinta años".

Cirilo de Jerusalén, en el siglo V, todavía sostiene que “Jesús se apareció a Santiago, su propio hermano y el primer obispo de esta parroquia”.

Textos apócrifos antiguos, como los dos Apocalipsis de Santiago encontrados en Nag Hammadi, el Evangelio de Tomás y el Evangelio de los hebreos aseguran que Santiago fue el sucesor designado, ya no por los apóstoles, sino directamente por Jesús.

El obispo Clemente de Roma escribe en una carta del siglo I que Santiago es llamado “obispo de obispos, que gobierna Jerusalén, la Santa Asamblea de los Hebreos, y todas las asambleas en todas partes”. Obispo de obispos significa Papa.

Es decir que podemos en cierta forma considerarlo el verdadero primer jefe de la iglesia, ya que el centro del cristianismo no estaba aún en Roma sino en Jerusalén, y por eso el obispo de Jerusalén gobernaba “todas las asambleas en todas partes”.

En el año 70 de nuestra era, el general Tito arrasa a sangre y fuego Jerusalén para reprimir el alzamiento de los judíos y destruye el Templo. Es a partir de entonces que el peso principal de la naciente iglesia se desplaza fuera de la ciudad santa.

¿Cómo murió? Lo mataron los saduceos. Según Flavio Josefo, este asesinato político-religioso fue planeado por el saduceo Ananías, sumo sacerdote, quien convocó al Sanedrín en momentos en que estaba vacante el cargo del procurador de Judea y acusó a “Santiago, hermano de Jesús, quien era llamado Cristo, y a algunos otros” de haber “transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.” (Antigüedades judías, 20.9.1)

Otros, como Clemente de Alejandría, afirman que lo tiraron del pináculo del Templo de Jerusalén y luego lo remataron a mazazos.  

Hegesipo relata que los escribas y fariseos colocaron a Santiago en el pináculo del templo, para que convenza a la multitud de que Jesús no era el Cristo, y como Santiago, en vez de negarlo, lo afirmó, lo arrojaron desde lo alto, y comenzaron a apedrearlo, porque no fue muerto por la caída, y uno de ellos, que era batanero, le dio el golpe de gracia con un mazo en la cabeza.

“Vinieron, pues, en grupo a Santiago, y le dijeron: «Nosotros te rogamos que frenes al pueblo, porque se han extraviado en sus opiniones acerca de Jesús, como si él fuera el Cristo. Te rogamos persuadas a todos los que han venido aquí para el día de la Pascua, en relación con Jesús. Porque todos escuchamos tu palabra; ya que nosotros y todo el pueblo damos testimonio de que tú eres justo y no haces acepción de personas. Así pues, persuade a la multitud para que no yerre acerca de Cristo. Pues todo el pueblo y nosotros te obedecemos. Mantente en pie sobre el pináculo del templo, para que desde esa altura todo el pueblo te vea y oiga tus palabras. Ya que por la Pascua se unen todas la tribus, incluyendo a los gentiles."

Santiago el Justo declaró lo contrario de lo que le pedían los fariseos, sellando así su suerte.

Esto ocurrió en el año 62 después de Cristo, es decir, más de una década después del Concilio de Jerusalén y pocos años antes de la destrucción del Templo. Josefo informa que la despiadada ejecución fue tomada como un asesinato judicial y provocó el enojo de muchos judíos de “los que eran considerados los más ecuánimes en la Ciudad, y estrictos en la observancia de la Ley”, quienes se dirigieron al nuevo procurador romano Albino en protesta, obligando al rey Agripa a reemplazar a Ananías al frente del sumo sacerdocio.

Todos los testimonios son contestes en reconocer el enorme respeto y prestigio de que gozaba Santiago el Justo entre los judíos, fuesen o no seguidores de Jesús, porque era un estricto observante de la ley y un hombre de bien, dedicado por completo a la piedad y a su función eclesiástica.

 La idea de que Pedro –y no Santiago el Justo- es el heredero designado de Jesús para dirigir la Iglesia universal constituye una construcción política destinada a justificar la primacía del obispo de Roma sobre los otros obispos del mundo. Forma parte de la ideología de poder de la Iglesia. Del mismo modo, durante la Edad Media la Iglesia invocaba un legado imperial a favor del Papa  -la “donación de Constantino”-, basado en documentos falsificados por un monje del siglo VIII, con la finalidad de disputarle el poder al Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Jamás Constantino hizo donación alguna de poder temporal al Papa, ni hay evidencia histórica de que diese un status especial al obispo de Roma por ser el “heredero de Pedro”.

Así como resultaría difícil hoy lograr que se aceptase como primer jefe de la Iglesia a Santiago el Justo y no a Pedro, tampoco se admite entre muchos creyentes el vínculo  biológico de aquel con Jesús.

             Si bien el dogma de la virginidad perpetua de María fue consagrado oficialmente en el Segundo Concilio de Constantinopla, en el año 553, ya era una tradición muy vieja, sostenida por diversas comunidades cristianas primitivas y por propagandistas como Orígenes o San Justino Mártir. Santo Tomás de Aquino, en la Edad Media, tejió complicadas elucubraciones para aseverar que María conservó la virginidad aún después del parto. Este dogma está seriamente contradicho por el  Evangelio de Mateo, cuando refiere (1:23 ) “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,Y llamará su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. 24Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. 25 Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito y le puso por nombre Jesús.” Ello indica que José y María llevaron vida marital normal después del nacimiento milagroso de Cristo, y así lo creen diversas iglesias partidarias de la interpretacion literal de ciertos pasajes evangélicos.

            En el esfuerzo de los evangelistas por convencer a los judíos de que Jesús era el Mesías anunciado en las profecías, resultaba necesario sostener que había nacido de una virgen, pero la virginidad perpetua no era un imperativo. Esta idea se adoptó tiempo después, cuando la Iglesia quiso enfatizar la pureza de María e instituyó el dogma de su ascensión a los cielos, como parte de su política de realzar la figura de la Mater Dei y su importancia simbólica.

            De allí que se negara la existencia de hermanos de Jesús y se sostuviera que el término “hermano” con que se designaba a Santiago el Justo y a otros personajes del Nuevo Testamento fue utilizado como sinónimo de pariente o primo, opinión sostenida tardíamente, en el siglo IV, por San Jerónimo, y que pasó a ser la tesis comúnmente aceptada. (San Jerónimo,  Adversus Helvidium).  En algunos casos, se interpretó el término "hermano", no como nexo biológico sino como metáfora de afinidad espiritual.

              No obstante, hay también tradiciones antiguas, rechazadas por la Iglesia, de que Jesús tuvo efectivamente hermanos, y el abandono paulatino de esta creencia resulta ilustrativo de la política de fijación y uniformización de dogmas que llevó a cabo la Iglesia.

              El Evangelio de Marcos nos cuenta que la gente que conocía a Jesús desde niño no creía que fuera el Mesías, y murmuraban: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él.” (Marcos 6:3)  Por su parte leemos en Mateo 13:55 “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas?” En estos versículos Santiago el Justo aparecería mencionado como Jacobo.

            Mateos, Marcos y Lucas refieren con palabras parecidas la siguiente escena:

               Entre tanto, llegaron sus hermanos y su madre y, quedándose afuera, enviaron a llamarlo. Entonces la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: «Tu madre y tus hermanos están afuera y te buscan». Él les respondió diciendo: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?» Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Juan cuenta  que Jesús fue de Caná a Cafarnaúm “con su madre, sus hermanos y sus discípulos”, y agrega que en la fiesta de los tabernáculos sus hermanos lo cuestionaron diciéndole: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo”.  Observa mordazmente:  “Ni aun sus hermanos creían en él.” En otro pasaje evangélico se afirma que su madre y hermanos llegaron a pensar que Jesús se había vuelto loco. 

Estas afirmaciones son de difícil interpretación, ya que llevan a pensar en un intento del evangelista de restar peso a la familia de Jesús en su prédica y valorizar a los discípulos; pero también pueden indicar una incredulidad inicial de los familiares, luego superada, ya que tanto María como varios de los hermanos pasaron a integrar el movimiento activamente. 

Lucas refiere en “Hechos” que los apóstoles “perseveraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos”.

       Entre los cristianos primitivos parece haber existido la creencia de que  los hermanos de Jesús eran hijos de José y María, por lo que la opinión de Tertuliano en el siglo II no era una rareza.

             De manera que son numerosos los textos del Nuevo Testamento que cuentan que Jesús tuvo muchos hermanos, que fue primo (y tal vez discípulo) de Juan el Bautista, que su hermano o primo Simeon también fue santo y que otros sobrinos y sobrinos nietos fueron mártires. Se sostiene asimismo que también tuvo dos hermanas, pero como eran mujeres nadie creyó necesario dejar registrados sus nombres.

              El apócrifo Evangelio del seudo-Mateo, tardío, del siglo VII, recoge la versión de que los hermanos de Jesús fueron medio hermanos, hijos de un matrimonio anterior de José, que Santiago era el primogénito, que además de éste, José, Judas, y Simeón, también hubo dos medio hermanas mujeres.

            Los expertos en filología neotestamentaria​ admiten que es poco probable que los llamados hermanos de Jesús fueran sus primos, aceptan que podrían ser simplemente medio hermanos, pero consideran mucho más probable que fueran hermanos de padre y madre.

                        Una tradición menos firme sostiene  que Jesús no sólo tuvo hermanos sino un mellizo, el apóstol Judas, llamado Tomás o Dídimo (apodos ambos que significan “mellizo”).

                De este personaje habla en repetidas ocasiones el Evangelio de Juan, y es quien protagoniza el famoso episodio de la incredulidad ante la resurrección. 

            Este Santo Tomás, “el mellizo”, recibió como misión la evangelización del Oriente y se le atribuye haber llevado el Evangelio a la India y haber fundado la Iglesia en ese país, iglesia que perdura hasta el presente. En el texto apócrifo “Hechos de Tomás” se da a entender que era hermano mellizo de Jesús, tradición extraña y poco clara, de la que no se habla en ningún otro lugar.

            

domingo, 16 de agosto de 2020

CURIOSIDADES DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO - LA EXISTENCIA DE JESUS - por Javier Garin



Por Javier Garin


Ningún historiador serio discute la existencia histórica de Jesús. Afirma burlonamente el investigador español Antonio Piñeiro que el 99,9 por ciento de los historiadores actuales aceptan que Jesús existió y acuerdan en una gran parte de su biografía, con diferencias de detalles.De hecho, en las últimas décadas la llamada "búsqueda del Jesús histórico" se ha convertido en una verdadera especialidad de la ciencia histórica con numerosos y eruditos cultores en todo el mundo.

No podía ser de otra manera, ya que es una de las personalidades históricas de las que más se ha escrito a través de los siglos, y los primeros pasos de las comunidades cristianas están bastante bien establecidos a partir de testimonios históricos y arqueológicos indubitables de múltiples procedencias.

¿Por qué, entonces, se ha puesto en duda con tanta frecuencia, en los últimos trescientos años, la existencia de Jesús?

El primer motivo es de orden ideológico-político.

En el siglo XVIII se produce el gran momento de ascenso de la burguesía en Europa, que alcanzará su punto culminante en la Revolución Francesa. Su expresión intelectual es la Ilustración. Este vasto movimiento, que encuentra en el Antiguo Régimen los obstáculos políticos y económicos a remover para el pleno desarrollo del nuevo orden burgués, identifica a la Iglesia como uno de sus principales enemigos. Por tanto, se pone como objetivo combatir directa e indirectamente al cristianismo y frontalmente a la Iglesia y su influencia y poder. Paul Hazard lo ha llamado “le proces du christianisme”, programa político que comprende la crítica integral de la tradición religiosa, filosófica e institucional del Catolicismo, la negación de la religión revelada y la promoción de la incredulidad en las clases gobernantes.(1) Voltaire identifica a la Iglesia con claridad como el gran enemigo a derrotar, y acostumbra a concluir sus miles de cartas, dirigidas a todos los conspicuos y poderosos personajes de su época, con el lema "¡Aplastad a la Infame!". Afirma asimismo, que ningun hombre sensato puede sentir frente al cristianismo otra cosa que horror. En mi libro “ANTICRISTO, HISTORIA DE UNA PROFECÍA JESUÍTICA SUDAMERICANA”, relato cómo varios de los monarcas europeos del “despotismo ilustrado”, inicialmente aliados a la burguesía, se coaligan contra la Compañía de Jesús, denunciada como brazo ejecutor del poder papal.(2) Dentro de esta embestida, se convierte en arma habitual la devaluación de la figura de Jesús, y se llega a rechazar su misma existencia.

Vale decir que la negación de la historicidad de Jesús, convirtiéndolo en un mero invento literario, una mentira perversamente perpetuada para engañar a las masas, es una herramienta de la lucha anticlerical que promueven  los filósofos burgueses a partir del siglo dieciocho por MOTIVOS IDEOLÓGICOS Y ESTRATÉGICOS en su cruzada contra el Antiguo Régimen.

Adviértase que esta tentativa “ilustrada” de negación de Jesús va incluso más lejos que la posición tradicional judía. Los rabinos posteriores a Jesús se han limitado a negar que fuera el Mesías y han sostenido, por ejemplo, que se trataba de un mago entrenado en Egipto para seducir al pueblo judío con falsos milagros, pero jamás pretendieron que no había existido. Las posiciones de judaísmo post cristiano contra Jesús aparecen reflejadas en la primera polémica filosófica entre cristianos y paganos, la emprendida por el cristiano Orígenes contra el griego anticristiano Celso. Allí leemos que Celso atribuye a un supuesto judío la siguiente imputación, luego retomada en el Talmud babilónico: 

"(...) que se inventara el nacimiento de una virgen”.  (...) que “proviniera de una aldea judaica, y de una mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando” ; (...) que “ésta, convicta de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero de oficio, anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado, dio a luz a Jesús”. (...) que,, “apremiado por la necesidad, se fue a trabajar de jornalero a Egipto, y allí se ejercitó en ciertas habilidades de que blasonan los egipcios “ ; vuelto a su patria, hizo alarde de esas mismas habilidades (magia), y por ellas se proclamó a sí mismo por Dios”. (ver nota 3)

Tales acusaciones que el anticristiano Celso atribuye a un fariseo son ciertamente difamatorias e hirientes, pero no se les ha cruzado, ni al fariseo supuesto autor de la especie ni a Celso, sostener que "Jesús no existió".

Los argumentos negadores  son pobres y malintencionados. Se cuestiona que Jesús no dejara nada escrito y de discute la autenticidad y valor documental de los Evangelios. Se sostiene que los historiadores y cronistas contemporáneos no mencionan a Cristo. Se rechaza el valor histórico de los testimonios provenientes del Cristianismo.

Argumentar la no existencia de Jesús a partir de la ausencia de escritos legados de su puño y letra es ciertamente ridículo, y llevaría a la negación de la existencia de todos los personajes históricos que no escribieron una sola línea. Llevaría a negar la existencia de Sócrates, porque no escribió, o de cualquier otra figura que no se ha dedicado a escribir o a dejar por escrito sus hechos y pensamientos.

Los Evangelios, tanto canónicos cuanto apócrifos, aunque no puedan ser adoptados literalmente, como si se tratara de testimonios biográficos, sino como expresiones del intenso proselitismo cristiano de los primeros siglos, son documentos contundentes en pro de la existencia real de Jesús. Sus contradicciones no disminuyen su valor, y ofrecen un colorido panorama, no sólo de la personalidad de Jesús, sino también del pensamiento –y de las diferencias de concepción- de las comunidades que los produjeron y utilizaron. ¿O hemos de suponer que esas comunidades tampoco existieron y que todo fue una superchería posterior ideada por los papas y los jesuitas?

La exigencia de fuentes externas al cristianismo tampoco parece razonable, ya que los primeros años de este movimiento transcurrieron en las periferias del Imperio Romano y su visibilidad era escasa para los cronistas contemporáneos.

 Sin embargo Jesús aparece al menos dos veces mencionado en las Antigüedades Judías del historiador judío Flavio Josefo, en forma directa, y una en forma indirecta cuando trata de su primo Juan el Bautista: el llamado "testimonio flaviano".

El texto disponible tradicionalmente de Flavio Josefo ha sido impugnado de haber sufrido interpolaciones cristianas posteriores, ya que afirma que Jesús era el Mesías, lo cual resulta impropio de un judío, pero en 1971 se descubrió una versión árabe cuyo texto, levemente distinto al conocido en Occidente, expresa:

“En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas.” (4)

Al relatar la muerte de Santiago el Justo, hermano de Jesús y jefe de la Iglesia en esos momentos, cuenta:

“Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase a Santiago, el hermano de Jesús, llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.” (5)

Sobre Juan el bautista es más extenso:

"Pero algunos judíos creían que el ejército de Herodes fue destruido por Dios: realmente, en justo castigo de Dios para vengar lo que él había hecho a Juan, llamado el Bautista. Porque Herodes lo mató, aunque era un hombre bueno e invitaba a los judíos a participar del bautismo, con tal de que estuviesen cultivando la virtud y practicando la justicia entre ellos y la piedad con respecto a Dios. Pues así, en opinión de Juan, el bautismo sería realmente aceptable, es decir, si lo empleaban para obtener, no perdón por algunos pecados, sino más bien la purificación de sus cuerpos, dado que sus almas ya habían sido purificadas por la justicia.Y cuando los otros  se reunieron, como su excitación llegaba al punto de la fiebre al escuchar [sus] palabras, Herodes empezó a temer que la gran capacidad de Juan para persuadir a la gente podría conducir a algún tipo de revuelta, ya que ellos parecían susceptibles de hacer cualquier cosa que él aconsejase. Por eso decidió eliminar a Juan adelantándose a atacar antes de que él encendiese una rebelión. Herodes consideró esto mejor que esperar a que la situación cambiara y luego lamentarse cuando estuviera sumido en una crisis. Y así, a causa del recelo de Herodes, Juan fue llevado en cadenas a Maqueronte, la fortaleza de montaña antes mencionada; allí se le dio muerte. Pero los judíos opinaban que el ejército fue destruido para vengar a Juan, en el deseo de Dios de castigar a Herodes." (6)

Este texto demuestra asimismo la simpatía de los judíos hacia Juan el Bautista, simpatía que acompañará a Jesús hasta que la clase alta sacerdotal judía (no el pueblo judío en su conjunto) y el Imperio Romano decidieron también asesinarlo.

Plinio el Joven, entre los años 100 y 112, escribió  al emperador Trajano pidiendo instrucciones sobre el proceder contra los cristianos e informando las medidas que tomó, imponiéndoles que maldijeran a Cristo y adoraran la esfigie del emperador, relatando que los cristianos acostrumbraban “reunirse al amanecer y cantan un himno a Cristo, casi como a un dios”. (7)

Tácito, en sus Anales, en el año 116, refiere sobre Nerón: “Por lo tanto, aboliendo los rumores, Nerón subyugó a los reos y los sometió a penas e investigaciones; por sus ofensas, el pueblo, que los odiaba, los llamaba “cristianos”, nombre que toman de un tal Cristo, que en época de Tiberio fue ajusticiado por Poncio Pilato; reprimida por el momento, la fatal superstición irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el mal, sino también en la metrópoli. “ (8)

Suetonio, en el año 120, escribe sobre Claudio: “A los judíos, instigados por Chrestus, los expulsó de Roma por sus continuas revueltas.” (9)  Y en Vidas de los Doce Césares refiere que Nerón “infligió suplicios a los cristianos, un género de hombres de una superstición nueva y maligna.” (10)

Pero bastarían las fuentes cristianas para dejar establecida con bastante claridad la existencia de Jesús y del primitivo cristianismo, ejerciendo el discernimiento crítico para desmalezar los testimonios de las invenciones proselitistas. Y entre las fuentes cristianas aparece con singular fuerza e importancia la tradición oral de las comunidades primitivas, que es recogida por escritores cristianos inmediatamente posteriores, tradición que se conserva de boca en boca desde los apóstoles que conocieron personalmente a Jesús y sus seguidores en las zonas donde desarrollaron su predicación.

Descartar los testimonios de prosélitos y adherentes constituye una exigencia ajena a la disciplina histórica. La mayoría de los testimonios que se conservan de cualquier personaje poderoso de la Antigüedad, tales como monedas, inscripciones o monumentos, han sido brindados para exaltar y propagandizar sus figuras. ¿Por qué los testimonios sobre un rey o general victorioso, que buscan su exaltación, deberían dejarse de lado por el solo hecho de que los legaron sus seguidores y lugartenientes? Es ridículo.

La segunda fuente de incredulidad respecto de la existencia histórica de Jesús proviene de la pesada herencia mitológica y teológica que rodea su figura. Los dogmas eclesiásticos que se empezaron a construir pocos años después de su muerte (y que ya vemos en desarrollo en el Evangelio de Juan) suelen confundirse con el problema de su historicidad. Cuestiones tales como la virginidad perpetua de María, las curaciones milagrosas y resurrecciones, la Santísima Trinidad o la naturaleza humano-divina de Cristo que nutre los debates cristológicos, cuya fe se exige como dogma al creyente, constituyen, fuera del ámbito de las diferentes iglesias, verdaderos escollos para la aceptación del Jesús histórico, y llevan al no creyente a la falsa conclusión de que se trata de unas pura fábula de principio a fin.

Pero en realidad, la carga mitológica sobre un personaje no dice nada sobre su existencia histórica real, sino que revela desarrollos y adiciones ulteriores que, en el caso de la historia del Cristianismo, pueden ser situados con bastante precisión en determinados momentos y contextos y hacen explicable la imposición de ciertos dogmas como parte de la estrategia política y de las luchas entre sectas y congregaciones del cristianismo primitivo. Pero esto último merece un análisis aparte.


 1)Paul Hazard, La Pensée européenne au XVIIIe siècle, de Montesquieu à Lessing (1946, edición Paris, Librairie Arthème Fayard, 1979), pp. 7-81 [versión electrónica del 2005 de la Bibliothèque Paul-Émile Boulet de l'Université du Québec]. Para la edición española: Hazard, Paul, El pensamiento europeo en el siglo XVIII (traducción castellana de Julián Marías, Madrid, Alianza, 1985), pp. 15-91.

2)Javier Garin, obra citada, paginas 75 a 96, "La conspiración antijesuítica mundial".

3) Orígenes, "Contra Celso", Libro 1, parágrafo28, pagina 64, La Editorial Católica S.A., Madrid, 1917.

4)Schlomo Pines, An Arabic Version of the Testimonium Flavianum and its Implications. 1971. El manuscrito perteneciò al historiador Agapio, del silgoX. 

5) Flavio Josefo, Antigûedades Judìas, 20, 9:1.

6) Flavio Josefo, Antigûedades Judìas, 18, 5:2.

7) Plinio el Joven,  Epist. X, XCVI, C. Plinius Traiano Imperatori

8) Tácito, Anales, 15:44:2-3

9) Suetonio, De Vita Caesarum. Claudio, 25.

10) Suetonio, De Vita Caesarum. Nero, XVI.2.