Por Javier Garin
Ningún historiador serio discute la existencia histórica de Jesús. Afirma burlonamente el investigador español Antonio Piñeiro que el 99,9 por ciento de los historiadores actuales aceptan que Jesús existió y acuerdan en una gran parte de su biografía, con diferencias de detalles.De hecho, en las últimas décadas la llamada "búsqueda del Jesús histórico" se ha convertido en una verdadera especialidad de la ciencia histórica con numerosos y eruditos cultores en todo el mundo.
No podía ser de otra manera, ya que es una de las personalidades
históricas de las que más se ha escrito a través de los siglos, y los primeros
pasos de las comunidades cristianas están bastante bien establecidos a partir
de testimonios históricos y arqueológicos indubitables de múltiples procedencias.
¿Por qué, entonces, se ha puesto en duda con tanta frecuencia, en los últimos trescientos años, la existencia de Jesús?
El primer motivo es de orden ideológico-político.
En el siglo XVIII se produce el gran momento de ascenso de la burguesía en Europa, que alcanzará su punto culminante en la Revolución Francesa. Su expresión intelectual es la Ilustración. Este vasto movimiento, que encuentra en el Antiguo Régimen los obstáculos políticos y económicos a remover para el pleno desarrollo del nuevo orden burgués, identifica a la Iglesia como uno de sus principales enemigos. Por tanto, se pone como objetivo combatir directa e indirectamente al cristianismo y frontalmente a la Iglesia y su influencia y poder. Paul Hazard lo ha llamado “le proces du christianisme”, programa político que comprende la crítica integral de la tradición religiosa, filosófica e institucional del Catolicismo, la negación de la religión revelada y la promoción de la incredulidad en las clases gobernantes.(1) Voltaire identifica a la Iglesia con claridad como el gran enemigo a derrotar, y acostumbra a concluir sus miles de cartas, dirigidas a todos los conspicuos y poderosos personajes de su época, con el lema "¡Aplastad a la Infame!". Afirma asimismo, que ningun hombre sensato puede sentir frente al cristianismo otra cosa que horror. En mi libro “ANTICRISTO, HISTORIA DE UNA PROFECÍA JESUÍTICA SUDAMERICANA”, relato cómo varios de los monarcas europeos del “despotismo ilustrado”, inicialmente aliados a la burguesía, se coaligan contra la Compañía de Jesús, denunciada como brazo ejecutor del poder papal.(2) Dentro de esta embestida, se convierte en arma habitual la devaluación de la figura de Jesús, y se llega a rechazar su misma existencia.
Vale decir que la negación de la historicidad de Jesús,
convirtiéndolo en un mero invento literario, una mentira perversamente perpetuada para engañar a las masas, es una herramienta de la lucha
anticlerical que promueven los filósofos
burgueses a partir del siglo dieciocho por MOTIVOS IDEOLÓGICOS Y ESTRATÉGICOS en su cruzada contra el Antiguo Régimen.
Adviértase que esta tentativa “ilustrada” de negación de Jesús va incluso más lejos que la posición tradicional judía. Los rabinos posteriores a Jesús se han limitado a negar que fuera el Mesías y han sostenido, por ejemplo, que se trataba de un mago entrenado en Egipto para seducir al pueblo judío con falsos milagros, pero jamás pretendieron que no había existido. Las posiciones de judaísmo post cristiano contra Jesús aparecen reflejadas en la primera polémica filosófica entre cristianos y paganos, la emprendida por el cristiano Orígenes contra el griego anticristiano Celso. Allí leemos que Celso atribuye a un supuesto judío la siguiente imputación, luego retomada en el Talmud babilónico:
"(...) que se inventara el nacimiento de una virgen”. (...) que “proviniera de una aldea judaica, y de una mujer lugareña y mísera que se ganaba la vida hilando” ; (...) que “ésta, convicta de adulterio, fue echada de casa por su marido, carpintero de oficio, anduvo ignominiosamente errante y, a sombra de tejado, dio a luz a Jesús”. (...) que,, “apremiado por la necesidad, se fue a trabajar de jornalero a Egipto, y allí se ejercitó en ciertas habilidades de que blasonan los egipcios “ ; vuelto a su patria, hizo alarde de esas mismas habilidades (magia), y por ellas se proclamó a sí mismo por Dios”. (ver nota 3)
Tales acusaciones que el anticristiano Celso atribuye a un fariseo son ciertamente difamatorias e hirientes, pero no se les ha cruzado, ni al fariseo supuesto autor de la especie ni a Celso, sostener que "Jesús no existió".
Los argumentos negadores son pobres y malintencionados. Se cuestiona
que Jesús no dejara nada escrito y de discute la autenticidad y valor
documental de los Evangelios. Se sostiene que los historiadores y cronistas
contemporáneos no mencionan a Cristo. Se rechaza el valor histórico de los
testimonios provenientes del Cristianismo.
Argumentar la no existencia de Jesús a partir de la ausencia
de escritos legados de su puño y letra es ciertamente ridículo, y llevaría a la
negación de la existencia de todos los personajes históricos que no escribieron
una sola línea. Llevaría a negar la existencia de Sócrates, porque no escribió,
o de cualquier otra figura que no se ha dedicado a escribir o a dejar por escrito sus hechos y pensamientos.
Los Evangelios, tanto canónicos cuanto apócrifos, aunque no
puedan ser adoptados literalmente, como si se tratara de testimonios biográficos, sino como expresiones del intenso proselitismo cristiano de los
primeros siglos, son documentos contundentes en pro de la existencia real de Jesús.
Sus contradicciones no disminuyen su valor, y ofrecen un colorido panorama, no
sólo de la personalidad de Jesús, sino también del pensamiento –y de las
diferencias de concepción- de las comunidades que los produjeron y utilizaron.
¿O hemos de suponer que esas comunidades tampoco existieron y que todo fue una
superchería posterior ideada por los papas y los jesuitas?
La exigencia de fuentes externas al cristianismo tampoco
parece razonable, ya que los primeros años de este movimiento transcurrieron en
las periferias del Imperio Romano y su visibilidad era escasa para los
cronistas contemporáneos.
Sin embargo Jesús
aparece al menos dos veces mencionado en las Antigüedades Judías del historiador judío Flavio
Josefo, en forma directa, y una en forma indirecta cuando trata de su primo
Juan el Bautista: el llamado "testimonio flaviano".
El texto disponible tradicionalmente de Flavio Josefo ha sido
impugnado de haber sufrido interpolaciones cristianas posteriores, ya que
afirma que Jesús era el Mesías, lo cual resulta impropio de un judío, pero en 1971 se descubrió una versión árabe cuyo texto, levemente distinto al conocido en Occidente, expresa:
“En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su
conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras
naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos
no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su
crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los
profetas habían contado maravillas.” (4)
Al relatar la muerte de Santiago el Justo, hermano de Jesús y
jefe de la Iglesia en esos momentos, cuenta:
“Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al
Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El
sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el sanedrín juzgase
a Santiago, el hermano de Jesús, llamado Cristo, y a algunos otros. Los acusó
de haber transgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.” (5)
Sobre Juan el bautista es más extenso:
"Pero algunos judíos creían que el ejército de Herodes fue destruido por Dios: realmente, en justo castigo de Dios para vengar lo que él había hecho a Juan, llamado el Bautista. Porque Herodes lo mató, aunque era un hombre bueno e invitaba a los judíos a participar del bautismo, con tal de que estuviesen cultivando la virtud y practicando la justicia entre ellos y la piedad con respecto a Dios. Pues así, en opinión de Juan, el bautismo sería realmente aceptable, es decir, si lo empleaban para obtener, no perdón por algunos pecados, sino más bien la purificación de sus cuerpos, dado que sus almas ya habían sido purificadas por la justicia.Y cuando los otros se reunieron, como su excitación llegaba al punto de la fiebre al escuchar [sus] palabras, Herodes empezó a temer que la gran capacidad de Juan para persuadir a la gente podría conducir a algún tipo de revuelta, ya que ellos parecían susceptibles de hacer cualquier cosa que él aconsejase. Por eso decidió eliminar a Juan adelantándose a atacar antes de que él encendiese una rebelión. Herodes consideró esto mejor que esperar a que la situación cambiara y luego lamentarse cuando estuviera sumido en una crisis. Y así, a causa del recelo de Herodes, Juan fue llevado en cadenas a Maqueronte, la fortaleza de montaña antes mencionada; allí se le dio muerte. Pero los judíos opinaban que el ejército fue destruido para vengar a Juan, en el deseo de Dios de castigar a Herodes." (6)
Este texto demuestra asimismo la simpatía de los judíos hacia Juan el Bautista, simpatía que acompañará a Jesús hasta que la clase alta sacerdotal judía (no el pueblo judío en su conjunto) y el Imperio Romano decidieron también asesinarlo.
Plinio el Joven, entre los años 100 y 112, escribió al emperador Trajano pidiendo instrucciones sobre el proceder contra los cristianos e informando las medidas que tomó, imponiéndoles que maldijeran a Cristo y adoraran la esfigie del emperador, relatando que los cristianos acostrumbraban “reunirse al amanecer y cantan un himno a Cristo, casi como a un dios”. (7)
Tácito, en sus Anales, en el año 116, refiere sobre
Nerón: “Por lo tanto, aboliendo los rumores, Nerón subyugó a los reos y los
sometió a penas e investigaciones; por sus ofensas, el pueblo, que los odiaba,
los llamaba “cristianos”, nombre que toman de un tal Cristo, que en época de Tiberio
fue ajusticiado por Poncio Pilato; reprimida por el momento, la fatal
superstición irrumpió de nuevo, no sólo en Judea, de donde proviene el mal,
sino también en la metrópoli. “ (8)
Suetonio, en el año 120, escribe sobre Claudio: “A los
judíos, instigados por Chrestus, los expulsó de Roma por sus continuas
revueltas.” (9) Y en Vidas de los Doce Césares refiere que Nerón “infligió
suplicios a los cristianos, un género de hombres de una superstición nueva y
maligna.” (10)
Pero bastarían las fuentes cristianas para dejar establecida
con bastante claridad la existencia de Jesús y del primitivo cristianismo, ejerciendo
el discernimiento crítico para desmalezar los testimonios de las invenciones
proselitistas. Y entre las fuentes cristianas aparece con singular fuerza e importancia la tradición oral de las comunidades primitivas, que es recogida por escritores cristianos inmediatamente posteriores, tradición que se conserva de boca en boca desde los apóstoles que conocieron personalmente a Jesús y sus seguidores en las zonas donde desarrollaron su predicación.
Descartar los testimonios de prosélitos y adherentes
constituye una exigencia ajena a la disciplina histórica. La mayoría de los
testimonios que se conservan de cualquier personaje poderoso de la Antigüedad,
tales como monedas, inscripciones o monumentos, han sido brindados para exaltar
y propagandizar sus figuras. ¿Por qué los testimonios sobre un rey o general
victorioso, que buscan su exaltación, deberían dejarse de lado por el solo
hecho de que los legaron sus seguidores y lugartenientes? Es ridículo.
La segunda fuente de incredulidad respecto de la existencia
histórica de Jesús proviene de la pesada herencia mitológica y teológica que
rodea su figura. Los dogmas eclesiásticos que se empezaron a construir pocos
años después de su muerte (y que ya vemos en desarrollo en el Evangelio de Juan)
suelen confundirse con el problema de su historicidad. Cuestiones tales como la
virginidad perpetua de María, las curaciones milagrosas y resurrecciones, la
Santísima Trinidad o la naturaleza humano-divina de Cristo que nutre los
debates cristológicos, cuya fe se exige como dogma al creyente, constituyen,
fuera del ámbito de las diferentes iglesias, verdaderos escollos para la
aceptación del Jesús histórico, y llevan al no creyente a la falsa conclusión
de que se trata de unas pura fábula de principio a fin.
Pero en realidad, la carga mitológica sobre un personaje no
dice nada sobre su existencia histórica real, sino que revela desarrollos y
adiciones ulteriores que, en el caso de la historia del Cristianismo, pueden
ser situados con bastante precisión en determinados momentos y contextos y
hacen explicable la imposición de ciertos dogmas como parte de la estrategia
política y de las luchas entre sectas y congregaciones del cristianismo
primitivo. Pero esto último merece un análisis aparte.
2)Javier Garin, obra citada, paginas 75 a 96, "La conspiración antijesuítica mundial".
3) Orígenes, "Contra Celso", Libro 1, parágrafo28, pagina 64, La Editorial Católica S.A., Madrid, 1917.
4)Schlomo Pines, An Arabic Version of the Testimonium Flavianum and its Implications. 1971. El manuscrito perteneciò al historiador Agapio, del silgoX.
5) Flavio Josefo, Antigûedades Judìas, 20, 9:1.
6) Flavio Josefo, Antigûedades Judìas, 18, 5:2.
7) Plinio el Joven, Epist. X, XCVI, C. Plinius Traiano Imperatori
8) Tácito, Anales, 15:44:2-3
9) Suetonio, De Vita Caesarum. Claudio, 25.
10) Suetonio, De Vita Caesarum. Nero, XVI.2.