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domingo, 20 de septiembre de 2020

Luchas y amores en cladestinidad. Arrostito, Nell y Cullen. ¿Cómo nace La JP lealtad? Reportaje a Fernando "el pato" Galmarini por Javier Garin

 


Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin



 

             -Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?

   - Fue cuando estuve clandestino en la zona sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu. Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla. Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos,  en afiches de “persona buscada por la justicia”. ¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?     

                      - Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.

              -A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República…  Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes. 

                -¿Y qué podés contar de José Luis Nell?

               -Otro mito de aquellos años, de trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra. Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”. Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento, mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo

              -¿Y ella?

              -¿Lucía? Una chica militante, un ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También era bastante linda, muy linda. Una belleza.

             "Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después. 

             "No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.

                No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar. 

              -¿Y cómo fue que conociste a Marcela Durrieu, tu segunda mujer?

            -Esa es una historia muy larga. 

             -Contala.

             -Yo estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros …

                 -¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?

                 -Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos, hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón. ¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).

              En fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos “Viva Perón”. Era evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón crecía inconteniblemente. Salimos de la comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.

                   -¿La posta sanitaria?

                  -Sí. Ya estábamos mejor organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.

                   -¿Y qué pasó?

                   -La cita era en una pizzería que tenía su historia: la Real, de Avenida Mitre, donde unos años antes habían baleado de muerte a un dirigente metalúrgico combativo, Rosendo García. La historia que cuenta Rodolfo Walsh. Bueno. La médica que estaba a cargo de la posta era una piba jovencita y noté que era muy linda. Yo estaba solo en esa época. Estaba separado. De modo que aquella noche invernal observé muy interesado a la compañera médica, pero por supuesto me comporté como un cuadro disciplinado: rendí un informe rápido, nos fuimos en el colectivo 93 a Retiro, ella con su botiquín y yo con los fierros, cada cual por su lado. Sólo volví a encontrarla varias semanas después, en un campamento de la organización que tenía a mi cargo, y por las noches empezamos a intimar. Poco tiempo después, estábamos viviendo juntos. Ella era Marcela Durrieu, y compartimos más de veinte años desde entonces. Tuvimos tres hijos: Malena, Sebastían y Martín.

               -¿Y cuándo se dieron cuenta de qué Perón realmente volvería?

            -El año 1972 es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al  17 de noviembre, fecha en que Perón regresó, se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que terminó venciendo la proscripción”.

              "Frente a la casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”-  destinado a aislar al régimen de Lanusse y a garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos básicos entre partidos que pronto serían  gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”, resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno militar  convocó a elecciones presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El gobierno militar dictó una cláusula que exigía  un tiempo  de permanencia en la Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia” y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus hombres cerca de él.

          -Desde el punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?

             -Los militantes más ingenuos –dice el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes, desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros, mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho, que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso. Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más, viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal. Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.

              -Cuando vienen de hablar con Perón, ¿vienen decepcionados?

               -Claro. Eran los tres, los capos de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.

               -¿“Reforma o revolución” era la discusión en ese momento?

                -Ahí yo sí recuerdo que tenía, tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y este compañero dijo: “No, no, hermano. No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.

               -Pero ¿cómo era ese debate?

                -Como eran todas cosas clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la discusión ya estaba ahí.

             -¿La discusión consistía en que algunos planteaban que había que superarlo a Perón?

             -Exacto. Y los compañeros más lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir, discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.

           -O sea, bastante antes del asesinato de Rucci.

            -Sí. Empezó. No es que se rompió, pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez, el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.

                - Y con el tema del ERP, del PRT…

                - Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx, a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”! (Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.

                En este punto de la charla con el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones, armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno, eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”. “Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”. Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad, ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones pretendían no darse por enterados.

              - Yo creo que a Perón,  viendo todo esto a la distancia, las organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante que la organización armada.

                -Si lo miramos sólo como el proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?  

               -Claro. Cuando Perón hablaba de la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón: “te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble!  Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados del conjunto de la sociedad.

              - ¿Vos lo percibías, así?

                -Al final, sí.                             

               - Es decir, ¿cada vez más estaban en el microclima?

               - Era cada vez más fierro y menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.

               “El proceso importante y masivo, fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....

              -Ellos eran la vanguardia.

              -Claarooo. Ellos eran (algunos bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el "Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels, Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario, unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros, mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no Perón los que iban a conducir.

               “Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones en cuanto a convocatoria.  En verdad, esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que englobaba a todo. Y le daba una  mística. En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos en unas movilizaciones impresionantes.

             -Querría que expliques más la formación de la JP Lealtad.

              -La Lealtad fueron los peronistas que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista.  No fue algo ordenado y único. Así como la formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín. Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.

             - ¿Ese fenómeno se profundiza con el asesinato de Rucci por Montoneros?

              - No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad, lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

FINES DE LOS SESENTA: ENTRE DESCAMISADOS, FIERROS Y PELOTAS DE FUTBOL, por Fernando "Pato" Galmarini, entrevista de Javier Garin.


por Fernando "Pato" Galmarini, entrevista por Javier Garin.



                       

               Cuando se le pregunta al Pato sobre el sentido y el valor de las organizaciones armadas en aquellos años previos al regreso definitivo de Perón, reflexiona durante un momento y luego responde:

                -Lo primero que  debemos concluir es que fueron una etapa inevitable, producto de la situación de represión política y social que se vivía en el país. Yo creo que las “organizaciones armadas”, primero provienen, en alguna medida, de lo que había hecho anteriormente el peronismo, y en segundo término de todo ese movimiento mundial de que ya hablamos, de la revolución cubana, de los movimientos de liberación nacional de África y de América Latina, de las modificaciones del Concilio Vaticano en la Iglesia Católica, y lo que significaron en países como el nuestro, profundamente católico, los obispos y curas del Tercer Mundo en América Latina ... ¡que no fueron pocos, eh!... Me acuerdo de haber leído de Norberto Habbeger, que era periodista y uno de los fundadores de Descamisados, un libro suyo que me obsequió, y luego perdí, "Camilo Torres, el cura guerrillero": el cura colombiano[1] que fue uno de los tipos que agarró las armas, posterior a que lo mataran  en la Colombia del año 48 a ese gran líder popular, Jorge Eliecer Gaitán[2], que tenía puntos de contacto con Perón. Y así como este cura, hubo en todas las iglesias de América Latina tipos similares. A todo eso sumemos la incorporación a la política revolucionaria de nuevas generaciones provenientes de distintos sectores sociales. Hubo una expansión política fenomenal, sobre todo bajo la dictadura de Onganía. Pero esto ya se venía dando desde antes. Y las organizaciones armadas son producto de todas estas variables, juntas, mezcladas. Pero, si yo me acuerdo, digamos de lo que viví, que fue fundamentalmente el grupo conocido como Descamisados[3], que abrevaba en la Democracia Cristiana, no es que solamente estábamos tipos de clase media, ¡macanas! Yo te puedo contar de parvas de compañeros que fueron de los primeros tipos que se incorporaron a los Descamisados, antes de que esta orga se sumara a Montoneros, y no eran pocos los laburantes e hijos de laburantes. Ojo con ese mito de que las organizaciones armadas eran solo de clase media alta. Y como en esta, en otras organizaciones, se iba dando un agrupamiento. Porque al peronismo,  a la vuelta de Perón, le faltaba todavía una vuelta de tuerca para derrotar a las dictaduras militares. Yo no sé si solamente la lucha sindical o la lucha del conjunto del movimiento alcanzaban. Y ahí es donde estas organizaciones aparecían como una herramienta. En aquellos años,  a mí me pareció que este fenómeno le dio a Perón la posibilidad de decir: "A ver, muchachos, vengan para acá, rebélense!". Las introduce dentro de su dispositivo de conducción y su estrategia general. Después se les fue de las manos, se hizo incontrolable.

                        Pero esto de la dificultad de controlar el peronismo es algo que viene desde los comienzos. El movimiento fue siempre informe, con esa diversidad de lo popular ya desde sus mismos orígenes. No me entra en el balero cómo hizo Perón para ganar la elección en 1946, con muy poco tiempo de organización.  Los mismos tipos que hicieron el 17 de octubre, que arrancaban de Tigre, o de Lomas de Zamora, o de Avellaneda o Ensenada, caminando porque no tenían ni para el bondi, ese “subsuelo de la Patria sublevada” como dijo Scalabrini Ortíz, cuatro meses después ganaron una elección. No sé cómo. Porque el sindicalismo peronista recién se había iniciado, y no había partido organizado. Porque una cosa es la bronca y las ganas de cambiar  y otra es la organización indispensable para materializarlo en las urnas, donde tres años antes te decían: “Usted ya votó”, cuando no habías votado. Digamos, gente sin instrucción, en apariencia sin mucha organización, y de repente estaban manejando y ganando una elección popular en 1946. Es cierto que Perón había sumado dirigentes experimentados con una larga historia en el radicalismo, en el socialismo, etc. Pero así y todo, había que organizar aquello que era nuevo… Esto yo lo escuché de muchísimos compañeros viejos… Nadie sabía cómo se hizo. Juancito Molina, viejos amigos que ya han muerto, que fueron a votar en esa jornada gloriosa, cada uno te cuenta una cosa distinta.

             - ¿Juancito Molina es uno de los que están en la foto famosa del 17 de octubre, con las patas en la fuente?.

            - ¡Sí, sí! (Risas). Lo jodían, le decían “vos pusiste las patas ahí, para lavarte, hijo de puta” (Más risas). Y Juan decía: “Claro, si yo no tenía agua en casa” (Más risas). Juan, Cuellito… ¡Qué se yo! El peronismo fue así. Las grandes cosas populares. A uno le cuesta, años después, entender cómo se hizo esa epopeya. Y de esa manera extraña, colectiva, imparable, funcionó también la resistencia peronista, y se fueron articulando, o no, las organizaciones armadas. Por eso decía que esto ni la KGB y la Cia sumadas lo hubieran podido encuadrar.

              -Pero volvamos a tu vida en los sesenta y setenta.

              -Sí. Al mismo tiempo que me involucraba más y más en política –dice el Pato-, empecé a estar de novio con quien fue mi primera mujer. Ya conté cómo nos casó Carlos Mugica después de un noviazgo corto. Ella, como yo, y como tantos jóvenes de entonces, se sintió convocada por el compromiso social. Así como yo me había ido por Mugica a Fortín Olmos, ella viajó con otros compañeros a los Valles Calchaquíes, con la misma motivación. Noviazgo y matrimonio venían combinados con ese compromiso, con esa militancia. La militancia era nuestra vida.

         -¿Y cómo combinabas esa militancia con el futbol?

         -Eran vidas paralelas.  Lo que a mí siempre me dio más paz, me puso más los pies sobre la tierra, fue el futbol, el deporte… Yo seguía mi carrera deportiva en los clubes. En el fútbol me decían: “¿Pero vos estás loco? ¿Qué estás haciendo?”. Me cargaban en el ’71 cuando empecé a jugar en Acassuso y andaba clandestino, escondiéndome: “¿Vos sos medio pelotudo? ¿A qué te dedicás? El otro día teníamos que jugar contra Defensores de Belgrano, y nos cagaste, no apareciste…”

            -¿Quién te reclamaba?

             -¡Los compañeros de fútbol! Si hoy todavía los veo, y me dicen: “Vos eras un loco de mierda”. La política tampoco se entendía mucho cuando no militabas. La política había arrasado con todo, había llevado a todo lo otro contra un rincón. Era un vendaval. La JP brotaba de la mañana a la noche, y movía miles y miles; la juventud sindical movía menos, pero también movía. La juventud peronista eran grupos que vos no sabías ni a quién pertenecían, estaban más o menos encuadrados algunos, y otros eran pendejos de familias peronistas, y muchos que se fueron haciendo peronistas. Es muy difícil. Cuando uno lee las cosas escritas parece mucho más fácil de entender de lo que en realidad fue en ese momento. Después, el sindicalismo tuvo mucho que ver.

            -¿Cómo es eso? Porque siempre se pone esquemáticamente de un lado la JP y del otro el sindicalismo. Contá del sindicalismo y su influencia.

           - Yo me acuerdo de haber conocido, en aquella época, en la primera resistencia, a dirigentes gremiales, que además estuvieron también en las organizaciones armadas. No es que las organizaciones armadas estuvieran totalmente despegadas del movimiento obrero, porque había compañeros de esa extracción. Yo me puedo referir con más precisión a la orga que conocí, que es a la que pertenecí muy de entrada, Descamisados, donde estaban los tres que fueron los iniciadores: Oscar de Gregorio, Horacio Mendizábal, y Norberto Habbeger.

               - ¿En qué época fue eso?

               -Y, nos empezamos a conocer en el año 1967. A éstos tres compañeros, yo los veía con frecuencia en lo de Julio Barbaro, porque ahí morfábamos, ellos, nuestras novias, o las que eran nuestras mujeres entonces… Ahí charlábamos. Asimismo estaba el negro Sicardi, que era un pibe, que fue también de los iniciadores, que después se recibió de contador, pero no era de clase media, sino de condición más popular. Cristina Ruiz, la mujer de él, era también una piba de clase humilde. Estaba Fernando Saavedra, y su novia, ese sí era un tipo patricio.

               -¿Pero cómo se empezaron a conocer?

              -Los fundadores de Descamisados venían los tres de la Democracia Cristiana.  Y Julio también, claro, y era además un importante militante estudiantil. Yo me acuerdo perfecto de la casa de Julio, porque vivía a dos cuadras de la Federación de Box, por Castro Barros. Me acuerdo de su padre, que era colchonero… Lo conocí al viejo, a la madre… Morfábamos ahí con Julio. Y después a Julio, cuando empezamos a tabicarnos, por células, lo dejé de ver por mucho tiempo.

             - ¿Y cómo decidieron formar el grupo?

            - Porque muchos compañeros cristianos ya venían muy embalados con todo el tema este de la opción por los pobres y las orgas armadas… Norberto Habbeger lo había conocido al cura guerrillero, a Camilo, del que escribió ese libro que mencioné.  Entonces, imagínate el quilombo de mi cabeza… ¡Entre el fútbol, y eso, yo qué sé!…

           - Pero vos dijiste, hace un ratito, que lo que te salvó fue el fútbol; que no te hiciste tan intelectual; que te puso los pies sobre la tierra.

          -Sí. Pero estaba muy metido en esta orga, como nos enganchábamos todos, porque todo hacía que vos te emblocaras y te solidificaras en esos grupos. Yo estuve muy firme ahí.

            -¿Estaba Dardo Cabo, también?

             -Sí. Pero yo no lo conocí ahí. Lo conocía, pero no sabía que estaba. No siempre sabíamos qué otros compañeros estaban en la orga. ¡Un compañerazo! Un cuadro de acción que venía del nacionalismo y de la relación fuerte con los sindicatos: había estado en el desvío de un avión a las Islas Malvinas. Él ya estaba en la dirección de Descamisados cuando nuestra organización, tiempo después de la Operación Aramburu, se incorpora a los Montoneros. Y el padre, Armando, fue un dirigente gremial de mucho peso, de los metalúrgicos, que llegó a disputar una interna con Lorenzo Miguel. También hubo cierto mito alrededor de Dardo Cabo porque algunos lo sindicaban como el tipo que mató a Vandor: decían que fue unos de los que entraron en la UOM de Cangallo, que lo dejaron entrar porque lo conocieron, porque lo conocían a su viejo; que él fue el que subió y participó de la muerte de Vandor. Esta era la bola que se corría,  pero después nunca se comprobó.

            - ¿Y qué era Descamisados, en ese momento?

             - Y, antes de llamarse Descamisados, éramos unos “colifas” de la militancia, que debatíamos y hacíamos actividades militantes todo el tiempo. Delirábamos con formar una organización revolucionaria, que fuera más allá de distribuir volantes o hacer actos relámpago; creíamos en el “hombre nuevo”; nos influyó mucho el clima de época de la revolución cubana, el mayo francés, etc.. Veíamos cambios en el movimiento obrero: se fortalecían tendencias combativas; se empezaba a hablar de Raimundo Ongaro[4], el jefe de los gráficos; a su alrededor se congregaba el gremialismo peronista “duro”, la CGT de los Argentinos, en la sede de los gráficos, en Avenida Paseo Colón. Mis amigos y yo andábamos por allí, nos encontrábamos con compañeros que andaban en la misma búsqueda. No había posibilidad de no ir. Era como ir a tomar un café a la esquina de tu barrio. Iban todos ahí.

             - ¿A Raymundo Ongaro lo conociste?

            - Sí, un cuadrazo, pero no recuerdo si en esa época lo traté. A Julio Guillan[5] lo conocí mucho, porque después lo vi, a la vuelta de los años, en otros lados. Dante Oberlín, que fue un dirigente gráfico santafesino, fue mi amigo del alma, que murió hace un tiempo. Hugo Anzorregui, que fue de la SIDE con Menem, era el abogado de varios sindicatos; él también jugaba al fútbol con el cura Mugica. Su padre había sido presidente de la Suprema Corte bonaerense, con Perón, en la primera presidencia. Era de una familia cajetilla, de las que pudo haber enganchado Perón. Y, como ya conté, yo andaba repartiendo los diarios de la CGT de los Argentinos aprovechando los partidos. Por ahí tengo una nota periodística que hicieron años atrás en Pergamino recordando la anécdota. Ahí, dicen, que yo jugaba bien en Douglas High, pero les rompía las pelotas con esos diarios, y habrán dicho: “A estos no los traemos más ¡Qué carajo nos importa la Revolución en Pergamino!” Y nunca más (risas).

               -¿Cómo es que todo este movimiento se hace masivo?

              -Lo que hay que pensar es que se habían roto los diques. Había un dique, que era la Iglesia, y con el Concilio Vaticano II se rompe la Iglesia tradicional, y los pibes que iban a la Acción Católica… El dique Partido Comunista era otro, que con el Mayo Francés se termina, y surge la nueva izquierda… Toda esa gente suelta, se mezcla con Perón. Más el sindicalismo… Lo que unifica toda esa diversidad es la conduccion de Perón. Esto pasaba en todos lados, porque no es solo que en Argentina hubo gente que de la Iglesia y lo social pasó a la política, sino en todo el continente. No es solo que se rompe el Partido Comunista en Argentina, se rompe en el mundo, y empiezan a aparecer corrientes de izquierda alternativa. ¿Qué hace Perón? Perón encarrila todo eso, y lo liga a su propia historia, y a los trabajadores y el sindicalismo. Entonces, se genera un proceso muy masivo. Lo de los ’70 fue muy masivo. En apariencia inorgánico, para los cánones tradicionales de lo orgánico, pero Perón lo dirigía. Se rompe la Democracia Cristiana; se rompe el Ejército, y empiezan a aparecer los milicos nacionales. ¡Es decir, venía de todos lados la cosa! Venían tipos muy diversos, hasta contradictorios. De allí que hubiera también enfrentamientos muy fuertes por la gran diversidad de opiniones, orígenes, etc.

            -¿Hubo algún momento en el que dijeron “A partir de hoy somos el grupo Descamisados, nos vamos a organizar de la siguiente manera, cada uno tiene tal tarea…”?

                -Sí, si, por supuesto- dice el Pato-. Como te decía, queríamos pasar a otro tipo de lucha que nosotros creíamos en ese momento más decisiva frente a la asfixia política que vivía el país. Vos pensá que no había democracia, que el principal dirigente popular estaba exiliado, que el principal movimiento político estaba proscripto, y, ¿cómo se salía de eso? No se sabía. Pero creíamos que había que hacer algo. En el país ya había habido expresiones guerrilleras, tanto marxistas como peronistas. Por supuesto, habían existido los uturuncos[6], un grupo de pioneros que armó la primera guerrilla peronista a fines de los años cincuenta en tiempos de la Resistencia; una década más tarde, otro grupo de compañeros intentó desarrollar un foco en Tucumán, en Taco Ralo[7]. En Salta, un poco antes, un grupo activado directamente desde Cuba pero integrado por muchachos de Buenos Aires (la mayoría disidentes del Partido Comunista), había formado el llamado Ejército Guerrillero del Pueblo[8],  que concluyó desbaratado y con la mayoría de sus miembros presos. Y durante el gobierno de Arturo Illia un sector proveniente del nacionalismo, el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara, liderado por Joe Baxter[9], había iniciado una breve experiencia de insurgencia urbana que incluyó una “expropiación”, es decir, un choreo: el famoso golpe sobre el Policlínico Bancario[10] de la avenida Gaona, en Buenos Aires. Estábamos rodeados por toda esa atmósfera. Leíamos bastante, discutíamos mucho entre nosotros y con amigos que compartían a grandes rasgos nuestras inquietudes. También se estaban formando otros grupos como los “demetrios”[11], o como “Guardia de Hierro”, que dirigía el gallego Alvarez[12].

                    “Sea como fuere -dice el Pato-, nuestro grupo seguía pensando en pelear por ese retorno del General. Practicábamos tiro al blanco en descampados bonaerenses. Habremos sido treinta locos de la guerra. ¡Imaginate! ¡Yo era instructor de tiro! En mi puta vida había tirado, pero se suponía que yo debía saber tirar porque paraba bien la pelota ¿viste?... (Risas)

               -Claro. Tenías buena coordinación física como deportista.

               - Y sí, al lado de los gordos, yo era Gardel. Había guerrilleros gordos, como los canas gordos, que no podían ni correr. (Risas) Yo estaba entrenado, por el futbol, entonces parecía Cisco Kid. (risas) ¡Claro! Era así.

              - Y por eso ya eras el instructor…

              -Imaginate qué colifas que estábamos. Una instruida mía fue la mujer de de Norberto Habbeger, con la que hice mi primera operación militar, que mejor no te cuento lo que fue. Ella era rellenita, y  si nos veía un cana, y teníamos que correr diez metros, la agarraban de las pestañas… (Risas). Una mina bárbara, ojo. Pero era todo así. Y nosotros creíamos que éramos muy organizados. ¡La Argentina estaba loca, el mundo estaba loco, y nosotros también!

                   “Después, poco a poco, empezamos a imponernos una disciplina más rígida. Cuando nos hicimos una orga un poco más seria, vivíamos colectivamente, de a grupos, en viviendas asignadas con criterio organizativo. Hacíamos un pozo común con los ingresos y los administrábamos y distribuíamos con pautas decididas colectivamente. Nuestras familias no debían conocer nuestros domicilios. Mi primera mujer y yo vivíamos, por ejemplo, con otra pareja, Tate y Tojo,  en una casa en la calle Monroe 4140, cerca del Hospital Pirovano. Yo trabajaba en Kasdorf y Tojo estudiaba derecho y dedicaba buena parte de su tiempo a la militancia. Vivíamos los cuatro ahí. Ni unos ni otros teníamos pendejos, pero nuestros primeros hijos nacieron por esas épocas. Y de esa casa me acuerdo porque en ella recibíamos visitas de conspiradores militantes, con los que analizábamos cómo impulsar la organización popular, y también la de deportistas, aportados principalmente por mí. Recuerdo la presencia de Huguito Pezzi, que había jugado en Boca, donde fue campeón, y que ese año jugaba en Comunicaciones. También la de Juancito Tamburrino, que había jugado en Argentinos Juniors, y la de Horacio Rognoni, un marcador de punta duro, gran jugador de hockey y padre de una de “Las Leonas”. Y vos fijate qué loco: mi quilombo era que, cuando pasamos a ser una organización militar, los jefes lógicamente me decían: “Vos no podés jugar al fútbol”. Y yo los mandaba a la concha de su hermana. No entendía mucho eso. Me decían: “Vos no podés jugar al fútbol”, y ¡claro!, yo no jugaba ni en Boca, ni en River, jugaba en primera B, pero igual no quería largar ni loco. (Risas).

               -¿Puedo preguntarte algunos detalles de la vida cotidiana en la juventud vinculada a las organizaciones? Algunos me han hablado, por ejemplo, de moralismo. ¿Existió eso?

                -Siii. En algunas organizaciones te controlaban. Si te mandabas macanas en tu vida privada, te le tirabas a alguna compañera casada o algo así, ¡te aplicaban la castración! (risas).  Hablando en serio. Cierto puritanismo existía. Eso tenía que ver, no sólo con el compromiso absorbente con la política sino también, pienso yo, con todos los curas que rondaban. No era una pelotudez. Había todos esos curas cercanos a las organizaciones que influían mucho sobre nosotros. Mucho más en Capital Federal que en el Conurbano…. ¡Acá en el Conurbano, los muchachos se culeaban todo! (Risas). Era muy extraño el menjunje que se armaba entre dos mundos sociales distintos, a través de la militancia. Minas que venían de Filosofía y Letras a militar en la villa, con toda una visión idealizada del villero, y volvían orgullosas porque “esta noche me culeó un compañero de la villa”. (Risas). Pero tambien tenía que ver con el origen de las organizaciones. La nuestra era más moralista porque veníamos del cristianismo. Otro tema que se vincula a nuestro origen como organización era el “no matar”.

                -Explicate.

                -Los Desca, originariamente, rompíamos las pelotas con "no matar", cosa que en la guerrilla puede parecer un contrasentido, pero que a nosotros nos parecía lógica porque lo que buscábamos era dar un testimonio. Nos entrenábamos mucho para que los operativos no tuvieran víctimas. Sobre eso se hizo mucho hincapié en los Descamisados. Cuando nos unimos a los Monto fue todo más enquilombado; porque ya era más enquilombado el momento, también, y había avanzado mucho la violencia. En determinado momento la cosa se puso demasiado pesada y hasta tuvimos que rajarnos.

                    -¿Por qué estuviste rajado?

                    -Mi primera mujer y yo nos fuimos a vivir con otros dos compañeros, otra pareja, Ricardo Dios, y la “Petisa” Norma, su mujer, que vivían por Villa Urquiza… A él años más tarde lo asesinaron en la represión. ¡Un pibe fenómeno! Y nuestros compañeros anteriores, Tate y Tojo, se  mudaron a Olivos, y quedaron en la mira de la cana por una persona con la que compartían la casa, que se mandó una macana. Y la policía los fue a buscar a ellos de rebote. Ya había nacido Bernardita, mi hija mayor, y ellos tenían ya a su hijo Tomás… Y fijate lo que son las cosas: cae la cana a buscarlos  en Olivos, donde vivían, la detienen a Tate y a su hijo Tomasito, que tendría uno o dos años, y Tojo se raja. Habíamos comprado una camioneta para que Tojo (que años más tarde se recibió de abogado estando en cana), manejara e hiciera de fletero. Habíamos puesto la camioneta a nombre suyo y mío, entonces cuando los fueron a buscar a ellos aparecieron los papeles de la camioneta, y me fueron a buscar a mí también, y pasé a ser otro sospechoso. Fue así que con mi primera mujer nos tuvimos que rajar. Había que actuar rápido, dejar la casa, buscar otro lugar. Empezó mi etapa de clandestinidad. Recuerdo dónde pasamos la primera noche: en un hotel alojamiento, en Puente Saavedra. Después todo fue peregrinaje entre domicilios de compañeros. Eso fue en el ’71, 72..



[1] Jorge Camilo Torres Restrepo (1929-1966), fue un sacerdote católico colombiano y una de las cabezas de la Teología de la Liberación. Promotor del diálogo del catolicismo y el marxismo, fue cofundador de la primera cátedra de Sociología de Latinoamérica en la Universidad Nacional de Colombia. Pasó a ser conocido como “el cura guerrillero” a partir de su militancia en el Ejército Nacional de Liberación.  Murió el 15 de febrero de 1966 en el combate de Patio Cemento, contra el Ejército colombiano. Su cadáver fue ocultado en lugar secreto.

 

[2] Jorge Eliecer Gaitán Ayala ( 1903-1948) fue un notable intelectual y político colombiano, que ejerció varios cargos de importancia y destacó como orador popular de tendencia izquierdista y como jefe del Partido Liberal. Precandidato a la presidencia de Colombia, fue asesinado para detener su acceso al poder, desatando una ola de protestas masivas conocidas como “Bogotazo” e iniciándose un período de fuertes convulsiones y violencia. Dos ex agentes de la CIA han reconocido la intervención de la agencia norteamericana en el asesinato del líder colombiano.

[3] Descamisados fue una organización armada proveniente de la fusión de diversos grupos del nacionalismo católico y la democracia cristiana y del peronismo, y de la experiencia de trabajo en villas y fábricas, creada hacia 1968, y fusionada con Montoneros en 1972. Entre sus fundadores figuraban  el abogado laboralista Horacio Mendizábal, vinculado entonces a la CGT de los Argentinos,  el periodista  Norberto Armando Habegger, el militante Oscar de Gregori (1941-1978),  y   otros jóvenes. Aunque se menciona como una acción de esta organización el asesinato del dirigente metalúrgico Augusto Timoteo  Vandor, supuestamente ejecutado por Dardo Cabo, la autoría de esta acción no es para nada clara, y mucho menos que la organización Descamisados hubiera estado detrás de la misma. Mendizabal, incorporado a Montoneros, muere en 1979 durante la Contraofensiva, luego de un enfrentamiento con el Ejército. Habberger fue secuestrado en Brasil el mismo año permaneciendo desaparecido. De Gregorio fue secuestrado y asesinado en la ESMA.

 

 

[4] Raimundo José Ongaro​ (1925- 2016) fue el más destacado y representativo dirigente del ala revolucionaria del sindicalismo peronista. Fue durante muchos años secretario general del gremio de los gráficos, y en 1968, durante la dictadura de Onganía, fundó la “CGT de los Argentinos”, que se haría célebre por sus posiciones de enfrentamiento a la dictadura militar y de apoyo a los levantamientos populares como el Cordobazo. Encarcelado junto a Agustín Tosco y Elpidio Torres, a su salida de prisión organizó el Peronismo de Base, y tiempo más tarde participó en 1974 en el lanzamiento de  la Coordinadora de Gremios, Comisiones Internas y Fábricas en Conflicto. En 1975 fue nuevamente encarcelado , y luego se exilió fuera del país hasta el regreso de la democracia. A partir de  1989 apoyó a Carlos Menem.

 

[5] Julio Isabelino Guillán, dirigente telefónico proveniente de los Talleres Ciudadela, militó en la CGT de los Argentinos junto a Ongaro. Estuvo siete años preso durante la dictadura militar. Tras su liberación retomó la actividad política desde el sindicalismo combativo. Fue dirigente nacional de la Federación de Obreros y Empleados Telefónicos (FOETRA). Tras su paso por la renovación peronista, en 1987 se unió al Grupo de los 15, cercano al alfonsinismo. En 1989 apoyó a Menem y la privatización de Entel, despertando fuertes críticas de los defensores de la empresa estatal. Falleció en 1997.

 

 

[6] A partir de 1959 un grupo de miltiantes de la resistencia peronista del NOA intentan organizarse como guerrilla rural en la selva tucumana, en el departamento de Chicligasta, bajo la denominación Ejército de Liberación Nacional-Movimiento Peronista de Liberación, aunque se los conoció popularmente como “uturuncos”. Se los considera unánimemente la primera experiencia guerrillera del siglo XX en Argentina.

 

[7]Taco Ralo fue la acción que presentó en sociedad a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), organización armada creada en 1968 y liderada por Envar “Cacho” El Kadri. El 17 de septiembre de ese año las FAP instalaron un campamento integrado por 14 guerrilleros en la localidad de Taco Ralo, provincia de Tucumán, para realizar entrenamiento militar. El 19 de septiembre el grupo fue sorprendido y detenido por la Policía.

 

[8] El Ejército Guerrillero del Pueblo fue la primera experiencia foquista, de inspiración nítidamente guevarista, en el país, que intentó fallidamente hacer pie entre 1963 y 1964, en la selva de Orán, en la provincia de Salta. Dirigida por el periodista argentino Jorge Masetti en calidad de “comandante segundo” (el comandante primero era el propio Che Guevara desde el extranjero) e integrada por unos 30 guerrilleros, mayoritariamente argentinos, pero también con algunos veteranos cubanos, resultó un fracaso completo que pareció preanunciar la experiencia fallida del Che en Bolivia tiempo después. Al serle imposible sostenerse, fue derrotado por la Gendarmería sin mayores dificultades. Masetti desapareció en la selva.

 

[9] José Luis “Joe” Baxter ( 1940 - 1973) fue un pionero de la guerrilla argentina, de ascendencia irlandesa y uno de los fundadores, en 1957, del Movimiento Nacionalista Tacuara. Originalmente profesó el nazismo y el antisemitismo; viró más tarde hacia el catolicismo nacionalista, y adquirió paulatinamente creciente simpatía con el peronismo. El 1962 se separa del tracuara original y funda con otros el MNRT (Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara), filoperonista. Entre las acciones de esta nueva agrupación destaca el asalto al policlínico Bancario. Conoció a Perón en Madrid durante un periplo por Europa. Combatió en Vietnam contra los norteamericanos, siendo condecorado por Ho Chi Min. Asimismo participó de los Tupamaros en Uruguay. Recibió instrucción militar en China y en Cuba. A partir de 1968 vira hacia la izquierda marxista, conoce a Roberto Mario Santucho y se integra al ERP. Muere en un accidente de avión en Francia en 1973.

[10] 29 de agosto de 1963.

 

[11] El Encuadramiento de Juventud Peronista (los “demetrios”) fue una importante agrupación militante de las juventudes políticas. Dice sobre ellos un reciente estudio: “Los “Demetrios” definían su accionar dentro de lo que llamaban la “lealtad objetiva y doctrinaria” al general Perón, lo que nos permite ubicarlos dentro del peronismo “ortodoxo”, en una trayectoria semejante a la de Guardia de Hierro. No obstante, sus orígenes y ciertas formulaciones teórico-políticas los hicieron recibir motes tan disímiles que, en la jerga militante, iban desde el de “troskos” al de “hitlerianos” (Denaday, Juan Pedro, “ “Los “demetrios”: ¿troskistas, peronistas, nazis?” www.uel.br/ revistas/uel/index.php/antiteses/article/viewFile/14350/12806).

 

[12] “Guardia de hierro” fue una organización política peronista, de enorme influencia en la formación de cuadros, fundada por Alejandro “el gallego” Alvarez durante la Resistencia peronista, que defendió la conducción del General Perón y el trabajo militante en los barrios populares y se opuso a las posturas militaristas del Montoneros y el ERP. Entre sus cuadros o afines más relevantes se suele mencionar al jesuita Jorge Bergoglio, electo Papa en 13 de marzo de 2013.