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sábado, 29 de agosto de 2020

LOS AÑOS SESENTA: FUTBOL, POLÍTICA, GUERRILLA Y RESISTENCIA, por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin

 



 Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin




            Fue en aquellos años de lo que algunos llaman “la primera resistencia”, en la época posterior al golpe de 1955, que se fue modelando mi ser peronista –reflexiona el Pato. Y agrega:- Aunque no sé si es correcto hablar de una “primera resistencia”, porque en verdad podemos sostener que hubo una continuidad de la resistencia frente a los intentos por eliminar al peronismo y todo lo que éste representaba que se prolongó hasta bien entrada la década del ochenta, con el breve intervalo del regreso de Perón…”

              Fue entonces que tuvo lugar el fin de su infancia, el comienzo de su adolescencia y juventud, la muerte de su padre, sus primeros trabajos para ganarse el pan y ayudar a su familia, sus primeras incursiones en el mundo del futbol como deportista y sus primeras aventuras como militante político en medio de la proscripción del peronismo. Todo esto aparece mezclado en sus recuerdos. El tiempo feliz de la infancia había coincidido con el tiempo feliz del primer peronismo. Esta segunda etapa de su vida era de luchas, de conflictos: los conflictos propios de la adolescencia y el crecimiento aunados a los conflictos de una Argentina desgarrada por el autoritarismo y la violencia represiva.

             Lo primero que me viene a la memoria al pensar en aquellos años, ya en parte lo conté: son aquellos días dramáticos del bombardeo de 1955, las noticias de tantos argentinos muertos por la metralla y las bombas, la gente alterada en las terrazas; unos meses después, ya caído Perón, la historia de los fusilamientos y los crímenes de junio de 1956[1]. Estos últimos hechos los fui conociendo y comprendiendo con el paso del tiempo y la gente que traté en la militancia, que me fue explicando lo que había sucedido”.

             Pero también evoca sus amigos del barrio, y el amor por el deporte que compartió con su padre: “Yo siempre digo que gracias a Perón y al deporte peronista me hice muy amigo de mi viejo, por todo lo que compartí con él, pues él era un amante del deporte, había jugado al futbol en los torneos interuniversitarios, jugaba conmigo para enseñarme a patear, hasta un mes antes de su fallecimiento jugábamos siempre a la pelota-paleta en la cancha de los Zubeldía en Bulnes y Córdoba, e incluso fue al regresar de una de esas noches de deporte que se descompuso y nunca pudo recuperarse. Y además de todo esto, siempre, desde pibe, él me llevaba a todas partes a presenciar competencias deportivas: al Luna Park, a las canchas de futbol de los grandes clubes, la Bombonera y la cancha de Racing recién estrenada, al velódromo, al autódromo, etc. Recuerdo una de las miles de veces que fui con mi viejo al Luna Park: peleaban Eduardo “K.O.” Lausse versus Ubaldo Sacco; en el primer round, el zurdo Lausse le mete un piñazo y lo deja fuera de combate; hace poco le pedí a Eva, la hija de Gattica que me confirmara datos de esta pelea, y me dijo que tuvo lugar el 31 de 1958, con Perón ya derrocado, pero nuestro amor por el deporte venía de los tiempos de Perón y la manija que le había dado a todo lo deportivo; y mirá lo que son las vueltas de la vida: pasan los años y conocí a ambos rivales: Lausse nos acompañó mucho en actividades político-deportivas, y siendo yo Secretario de Deportes, lo conozco a Sacco, que por entonces era entrenador y entre sus pupilos lo tenía a su hijo Uby Sacco, que fue campeón del mundo. “Yo vi tu pelea con Lausse”, le digo a Ubaldo padre, y me contesta: “Me sentó de culo, me mató, nunca supe dónde carajo estaba”. Esto me lo contó mientras íbamos caminando por Mar del Plata a visitarlo a su hijo el campeón, que estaba detenido por un hecho que le imputaban, tiempo antes de que muriera.

Esto es lo que tiene el deporte, que fortalece lazos familiares y desarrolla solidaridades y amistades. Todas esas imágenes –y tantas otras que se abren en la infancia y la adolescencia- fueron puertas al sentimiento y a la cultura del pueblo, de donde surge el peronismo”.

             Cuando cae Perón se precipitan las venganzas y violencias. El interés del pato por la política no nace de inmediato, sino mucho más adelante.  Tal vez las injusticias que le tocó presenciar de los tiempos de proscripción hayan influido: “A mí me parece que todo eso, en mi balero, debe haber quedado. Más adelante, con estas imágenes borrosas guardadas en un cachito de mi cabeza, más los pibes del barrio, lo de la pelota… Yo algo debo haber escuchado de estos pibes, del sentimiento popular peronista ¿No? La tristeza, la bronca, el final de los Evita, todo esto en mí debe haber pesado. Sobre todo cuando lo conocí al cura Mugica.”

            ¿Cómo era ese peronismo de la resistencia? “Era algo absolutamente inorgánico. Esto no es una definición mía, es parte de lo que vi y de lo que me contaron quienes fueron protagonistas de la resistencia, que fue muy heroica y tiene un rico anecdotario. En ese momento, el peronismo debe haber sido difícil, si ahora es difícil… Porque yo no tengo conciencia de los primeros años en los que me decía peronista, no entendía mucho, pero sí entendía que no había una estructura orgánica en el peronismo. Lo único orgánico eran las órdenes de Perón a sus delegados que después se bajaban a todas partes. Muchos peronistas se encontraban, uno fue después sabiendo, no tanto en Capital sino en las provincias. Había mucho más peronismo, como ahora se sabe, en la Provincia de Buenos Aires que en la Capital. Pero en la Capital, te encontrabas, por ejemplo, con unos compañeros que se reconocían por la florcita de “no me olvides” que llevaban en la solapa como señal identificatoria. Después, estaban las misas por Eva Perón, que eran un gran lugar de encuentro…  A fines del ’55, y muy claro lo recuerdan los que militaban entonces, fue el afano del cadáver de Evita de la sede de la CGT, donde descansaban sus restos. Esto no fue una simple anécdota sino un agravio muy profundo que sufrimos los peronistas. Entró una patota de las fuerzas armadas a las trompadas a la CGT, ahí estaban Framini –compañero a quien conocí, y entonces secretario general de la Asociacion Obrera Textil, y de la CGT hasta su intervención- y un compañero de apellido Natalini, de Luz y Fuerza; los atacaron, cerraron el cajón donde reposaba Evita y se la llevaron. Ahora han restaurado el lugar donde estaba el cajón en la CGT. Hicieron desaparecer por años el cuerpo de Evita, lo tuvieron en Italia, en un cementerio de Milán, bajo el nombre de fantasía “María Maggi de Magistris”, para que nadie pudiera ubicarla. Recién a comienzos de los setenta, cuando Perón estaba por volver, le devuelven el cadáver, se lo llevan los militares a Puerta de Hierro con signos de deterioro.  Bueno, otra barrabasada. Le afanan el cadáver a su marido, y al pueblo argentino, lo esconden durante años… Fue la primer desaparecida, decimos los peronistas, y el primer desaparecido varón fue Felipe Vallese, obrero metalúrgico secuestrado en 1962”.

              Tanta persecución, tantas vejaciones, y las que diariamente se vivían en los barrios, en los sindicatos, en todas partes, especialmente con la instauración del Plan Conintes, lejos de desalentar al pueblo peronista, incentivaban la resistencia.  “La militancia era un tumulto. ¡Era inordenable esto! Por eso es que les rompimos el orto a nuestros verdugos. No había una conducción centralizada (salvo Perón en el exilio) ni líneas de mando. Era casi espontáneo. La resistencia florecía por todas partes. Te cerraban una unidad básica, y decías: “Qué carajo me importa”… Cerraban el PJ, y abrían casas… ¿No? ¡Era imposible para los milicos, no lo entendía ni la KGB esto!” –se ríe.

               ¿En qué consistía la militancia en esa época? “En encuentros, diaritos mimeografiados que se hacían en los barrios y se distribuían de mano en mano, en los mensajes de Perón que llegaban desde el exilio de vez en cuando en cartas o en grabaciones, en actos de sabotaje en todas partes, robo de armas en armerías para hipotéticos levantamientos futuros… Reuniones. Muchas reuniones. Y mucha pertenencia…”  ¿Había debate? “¡Todo el día! Para los que recién empezábamos, era hablar más al pedo que otra cosa (risas). No se sabía ni lo que había que hacer, pero servía para mantenerse unidos, para sentirse parte…”

              Hubo momentos en los cuales la cosa se tranquilizaba y después se agitaba de nuevo. Cuando Arturo Frondizi llegó a la presidencia, en 1958, el Pato cursaba la escuela secundaria. El fútbol seguía siendo todavía su pasión principal, pero no le faltaban antenas para percibir un cambio de clima. “En esos años empezó una revisión de los odios que habían prevalecido. Frondizi[2] hablaba de desarrollo  y también de integración política: había llegado a la Casa Rosada por un acuerdo con Perón[3] y había prometido devolver los gremios y la CGT (que estaban intervenidos) al movimiento obrero.” Cumplió durante un tiempo. Trató de hacer equilibrios políticos para eludir las constantes amenazas de golpes de estado, amagó con permitir la participación electoral del peronismo y finalmente se vio obligado a anular las elecciones, cuando ganó Framini la gobernación de Buenos Aires[4], medida que no evitó su derrocamiento. Pero también con Frondizi se instauró el plan Conintes, que fue un plan general de represión interna por medio de las Fuerzas Armadas para sofocar toda protesta o movilización social. Era una aplicación de la Doctrina de Seguridad Nacional que promovía Estados Unidos[5]. Recordemos que Frondizi, además de incumplir sus propuestas nacionalistas en materia de petróleo, tuvo como ministro de Economía al ultraliberal Álvaro Alsogaray, y como operador político a Rogelio Frigerio. Pronto se comprendió que iba a traicionar el apoyo recibido en las urnas por parte del peronismo.

             “Oí muchas anécdotas de aquel período de lucha en relación al Frigorífico Lisandro de la Torre, al cual Frondizi quería privatizar y fue fuertemente resistido por las bases obreras. En aquel frigorífico trabajaba un jovencito que se llamó Saúl Ubaldini.[6]

              “Un hito de la resistencia por parte de los trabajadores fue la aparición de las 62 Organizaciones Peronistas, nacidas ante la convocatoria del Congreso Normalizador Patrón Laplacette[7]. Allí se empieza a articular el movimiento obrero como un eje de la resistencia.

             En las clases medias, inclusive en muchos hogares que habían combatido a Perón, comenzaba a manifestarse una desilusión con las promesas democratistas del antiperonismo.  Sobre todo entre los jóvenes, cundía la decepción ante esos “demócratas” que proscribían a una porción significativa del pueblo. Había una búsqueda de nuevos horizontes, un nacionalismo que se manifestaba, por ejemplo, en un masivo acercamiento al folklore. “Un impulso por encontrar las raíces, que se expresaba en el interés por la historia (Félix Luna vendía decenas de miles de ejemplares de la revista Todo es Historia) y en el auge del revisionismo, que venía de Forja, de Jauretche, de Scalibrini Ortíz. La revolución cubana[8] tiñó de romanticismo revolucionario a mi generación, mientras el marxismo soviético iniciaba una crisis con las revelaciones de Kruschev sobre los crímenes de Stalin[9] y con los enfrentamientos entre la Unión Soviética y China. Todo parecía estar en discusión. Me acuerdo que se hablaba mucho del “diálogo entre católicos y marxistas”. Ya estaba con bastante fuerza el tercermundismo en la Iglesia, porque esto arrancó con Juan XXIII, con el Concilio Vaticano II[10]. Tengo poca memoria de los primeros años de este movimiento, pero después fue una cosa muy influyente, en la Argentina y en el mundo. Acá hizo mucha fuerza. Así que, si sumás los curas y obispos tercermundistas, la revolución cubana, los movimientos de liberación que fueron naciendo en toda América Latina, en el África, en Asia, Perón en el exilio, el peronismo proscripto e inorgánicamente confabulado para que vuelva Perón, ¡todo contribuía a hacer del país un hervidero!

                   En 1966 cayó otro gobierno civil, el de Arturo Illia[11]: otra tentativa de gobernar excluyendo al peronismo. Adrede lo califico como “civil” y no “democrático” porque fue una presidencia montada sobre la proscripción de Perón y de nuestro movimiento. Con esto no quiero poner en duda el patriotismo de Illia, su honestidad o la nobleza de sus aspiraciones. Pero sufría ese pecado de origen de la proscripción de Perón, y fue electo con un magro veintidós por ciento del electorado. Esto se agravó cuando, por apriete de los militares y de Estados Unidos, solicitó a la dictadura militar brasileña que detuviera en El Galeao el avión en que Perón intentaba regresar a la Argentina y lo despachara compulsivamente de nuevo a Madrid. Así como la anulación de los comicios provinciales de 1962 no evitó la caída de Frondizi, gestos como este de Illia tampoco impidieron su desplazamiento. En junio de 1966 usurpaba la presidencia el general Onganía[12] y, a las pocas semanas  se producía la “noche de los bastones largos”, cuando fue intervenida la Universidad de Buenos Aires y se inició un terrible vaciamiento académico. En medio de todo esto, crecía el descontento y la politización de los jóvenes, que veíamos que constantemente se cercenaban los derechos del pueblo”.

            Y siempre la sombra de Perón exiliado en Madrid, como un recordatorio permanente. Al respecto comenta el Pato: “Justamente el otro día estábamos en un cumpleaños de un viejo dirigente sindical, Juan José Minnicilo. Conversando allí con él y Oraldo Britos (dirigente sindical ferroviario, y diputado y senador por San Luis), Juan José contaba que él fue uno de los que le llevaban guita a Perón a Puerta de Hierro, para ayudarlo a mantenerse en el exilio. Se la enviaba el movimiento obrero. Juntaban la guita, a él se la daban en la UOM, normalmente se lo daba Vandor, pero le decía: “Traemelo firmado, pibe”, para que ninguno metiera la mano y algo se quedara por el camino (Risas). Minnicillo llegaba allá con el bolsito y le decía a Perón: “General, no se enoje ¿Me lo puede firmar?” (Risas). Y, claro, esto pasaba mientras en el país a Perón lo trataban de “puto y ladrón”, decían que se había choreado todo. Pero nadie, hoy en día, te puede decir si Perón tenía algún mango de él, o vivía gracias a la ayuda del movimiento obrero. Porque además no le pagaban ni la pensión, ni la jubilación. Le habían bajado todo. No existía. Hasta la Iglesia, decían, lo había excomulgado. Estaba en pelotas y sin documentos (risas). Pero acá todos te decían “¿Y cómo vive allá, en Madrid, en ese barrio de la gran puta?”. Y en realidad, cuando se instaló ahí no era un barrio sino medio descampado en las afueras de Madrid. Durante años fue un centro de peregrinación de personajes políticos que iban a visitarlo en el exilio. Pero ya no existe más la casa, la vendieron”.

                Sintetizar la resistencia del peronismo es para el Pato empresa muy difícil: “hay miles, y miles, y miles de cuentos; cada uno tiene un cuento distinto, de lo que hizo cada uno en su pueblo, en su barrio, en su manzana, en su sector”. Y no había una conducción centralizada en el terreno. “Sí algunos grupos más ordenados, como el caso del MRP (Movimiento Revolucionario Peronista), que conducía Pancho Gaitán. Después hubo tipos, como Cacho El Kadri, Caride, Jorge Ruli, José Luis Nell, los Rearte, otros… Estos tipos eran los ídolos del momento para nosotros los pibes. Uno leía u oía, te contaban de sus hazañas, la provocación al régimen, algunos hechos que empezaban a circular de boca en boca, y se convertían en verdaderos mitos. ¡Hubo un loco, en el buen sentido, Osvaldo Agosto, que robó el sable corvo de San Martín para llevárselo a Perón de trofeo!  Imaginate. Y Perón, que era milico, cuando supo del sable corvo se puso de la nuca y dijo: “ni se les ocurra traérmelo a Madrid” (Risas). Y le ordenó al coronel Filipeau que lo hiciera restituir a las autoridades”.

                 “¡Pero fue todo una historia! Porque se convertía todo en mito. En estos años –rememora el Pato- en la resistencia peronista, aparece un tipo que se llamó José Luis Nell, yo lo conocí tiempo después por el nombre de “Raúl”. Él estaba inicialmente en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)[13], aunque después todo confluye en Montoneros. Él fue uno de los que afanó el Policlínico Bancario[14] para financiar la actividad de la resistencia: otro gran hecho mítico de la época. Un compañero que empezó a sonar mucho fue Dardo Cabo[15], hijo de un gran dirigente metalúrgico, Armando. Este muchacho participó en el desvío de un avión de línea a Malvinas como acto de reivindicación de la soberanía argentina en las islas: otro hecho mítico de la resistencia”.

               Sobre el surgimiento paulatino de las organizaciones armadas peronistas, durante la proscripción el Pato tiene la impresión de que fue “un paso más en la resistencia peronista, desde un inicio desorganizado hacia una creciente organización. Digamos, que esto vino gestándose en el tiempo; que nació de la escasa pero creciente organización que tuvo el peronismo, desde el ’55 en adelante, siempre reprimido, que pasó por milicos que se quisieron organizar y los cagaron a tiros; compañeros que se quisieron organizar y terminaron todos encanados… Algunos de los compañeros que nombré, y otros no mencionados, en algún momento de su militancia pasaron por la experiencia de estas organizaciones armadas”.

            ¿Cómo vivía el Pato esos sucesos? Admite que al principio ese clima lo tocaba de costado: “yo estaba dedicado a laburar. Mi viejo había muerto y en casa la situación económica era de bastante estrechez. El que había sostenido económicamente a la familia era mi padre. Mamá vendió el departamento de Capital y nos fuimos a vivir a la casa de mi abuela, en San Isidro. Salí a trabajar ni bien terminé la secundaria en el Colegio San Fernando. Afortunadamente, pude contar con muchos amigos que mi viejo había dejado en los lugares por donde había pasado, muchos de ellos vinculados a la industria de la alimentación. Mi primer empleo fue en “La Martona”, en la casa central, que quedaba por Solís y Caseros. Entré como empleado administrativo, mientras hacía el trámite para exceptuarme del servicio militar, como único hijo varón de madre viuda. Después trabajé en Nestlé, en el sector de comercialización. En homenaje a mi viejo, me ofrecieron una beca en la Universidad Argentina de la Empresa, que quedaba en Libertad y Alvear. Mi vida se convirtió en un ajetreo constante, porque al trabajo y el estudio se sumaban la política y el fútbol, dos  actividades que no estaba dispuesto a abandonar. En casa de mi abuela también vivían unos tíos con siete hijos varones. Mamá, mi hermana y yo nos acomodamos allí. Yo madrugaba muchísimo, viajaba en tren a Retiro, seguía en subte o colectivo, cumplía mi horario en Nestlé, me hacía tiempo para estudiar algo, iba a la UADE, trasnochaba con los amigos de la política o los del fútbol”.

                   Por esos días, el Pato jugaba fútbol “donde lo agarrara el desafío”. Una vez fue a probarse a Racing donde un “4” de la historia académica, Cachito Giménez, estaba a cargo de las inferiores. “Me llevaron a la prueba algunos amigos que todavía veo y que siempre me dicen que  fui un gil por no haberme quedado jugando allí. Pero con toda mi actividad de aquella época, no podía. Para colmo, viviendo en la zona norte, Racing me quedaba del otro lado del mundo. Quizás no tuve en ese momento alguien que me insistiera para hacer la carrera deportiva”. No había jugado nunca en equipos afiliados a la AFA, pero en el Club Mitre de San Martín había varios jugadores que sí lo hacían y lo invitaban a jugar los torneos de verano. “Un día me vio Federico Pizarro, que había sido full back de Chacarita, de San Lorenzo, de Huracán y la Selección Argentina. Pizarro era técnico de Estudiantes de Buenos Aires y me dijo: “Che, ¿por qué no venís mañana a la noche a jugar en mi equipo?”. Había un cuadrangular en la cancha de Atlanta. Acepté la propuesta y así aparecí, esa noche, jugando en Estudiantes de Buenos Aires contra All Boys. Mal no me fue, seguro, porque al día siguiente el Negro Pizarro me dijo: “Bueno, vení a ficharte”. Pero apareció una propuesta del Club Excursionistas que quedaba más cerca de mi casa, y acepté. Y acá se mezcla la política interfiriendo en mi incipiente carrera, porque para entonces ya el padre Mugica me había hecho el bocho y yo me borré un tiempo para ir al interior a conocer la vida de los hacheros de la ex Forestal”. Luego volveremos sobre esa incipiente experiencia militante.

                   Fue a los 24 años que el Pato intentó ser jugador profesional en Excursionistas. Al año siguiente, 1968, volvió a Estudiantes con Pizarro, pero éste dejó el club dos o tres meses después para dirigir Chacarita. “El nuevo DT era Jorge Elmer Banki, un húngaro que había llegado a la Argentina poco después de la guerra. Y yo estaba fusilado: ir a los entrenamientos era un sacrificio enorme, porque el club me quedaba muy a trasmano. Un día el húngaro me llevó aparte y me preguntó de qué jugaba. Como tenía tonada de extranjero, uno no entendía bien si hablaba en serio o para verduguear. ¿Cómo no iba a saber si él mismo me puso de 8? Se lo dije. “Se equivoca –me respondió- Usted no juega de nada. Usted dedíquese a estudiar y a trabajar, que tiene mejor porvenir en eso que en el fútbol” (risas). ¡Y me rajó! Cosas de la vida, años después me vino a ver cuando yo era Secretario de Deportes de la Nación. ¡Se ve que no le guardaba rencor, porque incluso hice el prólogo de un libro suyo!

                   ¿Y qué hizo entonces? “Yo estaba empeñado en seguir jugando porque no me desalenté y me fui a Pergamino, a “Douglas Haig”. Me entrenaba por mi cuenta y viajaba para jugar.  Una vez, siendo Secretario de Deporte de la Nación, anduve por aquellos pagos, y muchos se acordaban de verme llegar a jugar con el bolso lleno del diario de la CGT de los Argentinos, que repartía a otros militantes, acompañado a veces por el mismísimo Padre Mugica. Futbol y política, política y fútbol… Con todo esto mi cabeza debe haber sido un gran quilombo… Yo no sé cómo no me estalló. (Risas) Yo dudaba dónde quedarme: si con el fútbol, el hombre nuevo, el cura Mugica, las utopías, el peronismo…”

           Se quedó con el peronismo. Con la política. “La política era entonces un tsunami, un ventarrón que te llevaba por delante. Yo, en esos años, fana de Boca y del deporte, ya iba un poco menos a la cancha. Me acuerdo, sí, de que Boca salió campeón en el ’62 porque estuve en la cancha el día que le ganamos a River, que Roma le atajó el penal a Delén… Y que Valentín le hizo el gol, de penal, a Carrizo. Y fui con amigos, que todavía se acuerdan de ese día. Fue en el año ’62, y yo tenía 19 años. En el 64 Boca volvió a ser campeón. Y, en todo eso, se me aparece la figura de Carlos, el cura, que fue mi referente después de que murió mi viejo, imaginate.

               Empezó a conocer a muchos peronistas de la zona norte, de la JP. “Era un bolonqui en cuanto a su organización. Si vos me decís: “Quiénes eran los tipos”… ¡Era un desorden! Pero sí me acuerdo de haber estado varias veces en el Cementerio de Olivos, donde está todavía enterrado Juan José Valle, el general que se levantó en 1956 y que fue cobardemente fusilado por Aramburu. Me acuerdo que iba Lorenzo Pepe, Norberto Gabino, el “rengo” López, el gordo Teodoro Barbieri, unos cien compañeros a rendirle homenaje…” El Pato evoca  a Norberto Gabino como un personaje también mítico, unos años mayor, uno de los que salvaron la vida casi milagrosamente en el fusilamiento en los basurales de José León Suarez, en la “Operación Masacre”. “Después siguió en la resistencia, y también militó con nosotros, aunque era mucho mayor. ¡Era un tipazo! Gabino fue intendente de San Isidro en 1973, en el retorno de Perón, un ejemplo para nosotros, y murió hace veinte años. Vivía cerca, en una casa muy distinta a lo que son hoy las casas de los intendentes. Una casa común en un barrio de laburantes. Hace unos años fui, toqué timbre, y me dijeron: “Sí, acá vivió”… Y ese día de los fusilamientos logró salvarse también uno de los Lisazo”. También conoció a otros peronistas de la zona norte de entonces: Jorge Donofrio padre; el Nene Viviant, que fue intendente de San Fernando; Alberto Campos, que fue delegado de Perón e Intendente de San Martin, y en 1975 cae asesinado por  Montoneros cerca de las piletas que él mismo había hecho construir, próximas a José León Suarez; el “rengo Lopecito”, que fue intendente de Vicente López... En el peronismo de zona norte había muchos compañeros jóvenes y otros de generaciones anteriores, muy comprometidos con la resistencia, entre ellos Julio Troxler (otro sobreviviente de los fusilamientos, más tarde subjefe de Policía de la Provincia de Buenos Aires en la época del retorno de Perón, acompañando al coronel César Díaz). Y Teodoro Barbieri. Un militante, y amigo entrañable también, fue el Gordo Barbieri, que paraba en el Muqui, un boliche donde íbamos a tomar café. El gordo era el centro de todas las reuniones, porque era un tipo pesado. Tenía una herrería, que la hizo mierda (la guita), por el retorno de Perón. No fue el único. Hacían mierda su guita, para defenderlo a Perón, para rebelarse, digamos, para militar. Y el gordo, era un fenómeno. Y a ese, años después, cuando vino la dictadura de Videla, lo levantaron: lo fueron a buscar al Muqui, y el gordo salió corriendo, cruzó Maipú, lo engancharon en la vereda de enfrente, en una concesionaria de autos, y nunca más apareció. Unos días antes había estado en la casa nuestra, con Marcela Durrieu, mi segunda mujer, y conmigo... pero eso fue durante la segunda resistencia, muchos años después. ¡Cuántos han muerto, y a cuántos mataron a través de los años!”

            Otro personaje que conocí en aquella época fue Julio Migliozzi, que tambien iba al Muqui, militaba en San Martín y fue diputado en el 73, y compañero mío de bancada en el regreso de la democracia. Fue uno de los gestores de la recaudación del dinero para la compra de la casa de Gaspar Campos, donde se alojó Perón en su regreso a la Argentina. Cuento todo esto para que se entienda la valentía y compromiso de aquellos compañeros que hacían todas estas cosas sin importarles la proscripción y la persecución, pues su único objetivo era el regreso de Perón y consecuentemente la democracia. Por eso es importante que las nuevas generaciones no olviden aquellas luchas”.

            Y el Pato navegaba aún entre la militancia y el fútbol. Le viene a la memoria una anécdota: “En junio del ´67 decidimos  hacer una volanteada en Lavalle, la calle de los cines. Queríamos hacer ruido unos días antes de que se cumpliera un nuevo aniversario de los fusilamientos del 9 de junio de 1956.  Nos teníamos que encontrar a las 8 de la noche en el Bar Suárez. Recuerdo a algunos de los que estuvieron allí: Horacio Mendizábal, Norberto Habergger, el Sordo Oscar De Gregorio, Osvaldo Sicardi y la que sería muy pronto su mujer, Cristina Ruiz: todos ellos desaparecidos durante la dictadura militar. Estábamos en el Suárez, con panfletos hasta las pelotas,  cuando entra una brigada policial y cierran el bar. Nos piden documentos, nos palpan y, claro, ¡marche preso! Además de los volantes teníamos las bombas panfleteras, que sólo eran petardos para llamar la atención y hacer volar los papeles.  Todos derechito a la Comisaría 1ª de Capital. Eso fue un jueves a las ocho de la noche. Pasan las horas, pasa el viernes y muchos de los que estaban en el calabozo iban saliendo. El sábado a la mañana el único pelotudo que seguía preso era yo, y tenía que jugar para mi club. Llamé al agente y le expliqué: “Mire, jefe, tengo que salir rápido. Juego al fútbol esta tarde” “-¿Dónde?” “-En Excursionistas.” El tipo salió y volvió enseguida: “Lo llama el comisario”.  Me abrió la puerta y me acompañó hasta la jefatura. El comisario me miró de arriba abajo: “¡Así que vos jugas al fútbol! Lo hubieras confesado al entrar”, me dijo. Y al vigilante que me acompañaba: “Llévalo”. ¡Es esa cosa milagrosa que tiene el fútbol!  Piénsese que vivíamos bajo un gobierno militar. El comisario no sólo me soltó de inmediato, sino que me hizo trasladar en un patrullero hasta Excursionistas, en Pampa y Miñones. Recuerdo haberle pedido al chofer que me dejara a una cuadra de la cancha. ¡Me daba vergüenza llegar al partido en un patrullero! (risas)



[1] A raíz del levantamiento peronista del General Juan José Valle contra la dictadura militar de entonces, el 9 de junio de 1956 la autodenominada “Revolución Libertadora”, entonces encabezada por el General Pedro Eugenio Aramburu y por el Almirante Isaac Rojas, llevó a cabo fusilamientos públicos y clandestinos de militares y civiles peronistas. En esa acción fueron ejecutados doce civiles en los basurales de José León Suárez, de los cuales cinco murieron en el acto y siete lograron sobrevivir y escapar. Asimismo se dispuso la ejecución otras siete personas en Lanús. Entre el 9 y el 12 de junio de 1956, veintisiete civiles y militares fueron pasados por las armas. El general Valle fue fusilado públicamente el 12 en la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires. Los fusilamientos de José León Juárez fueron relatados por el periodista y escritor Rodolfo Walsh en su libro más célebre: “Operación masacre”. La “Revolución Libertadora” pasó a conocerse popularmente como “Revolución Fusiladora”.

 

 

[2] Luego de la dictadura de la “Revolución Fusiladora”, tras la derogación de la Constitución de 1949 por bando militar, y la reforma constitucional de 1957, en las siguientes elecciones –con el peronismo proscripto- fue elegido presidente el líder de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), Dr. Arturo Frondizi (1908-1995). Gobernó entre el 1 de mayo de 1958 y el 29 de marzo de 1962, cuando fue derrocado por otro golpe militar y sustituido por José María Guido. Su gobierno se vio atravesado por múltiples contradicciones y constantes amenazas de golpe y planteamientos militares, así como enfrentado con importantes conflictos sindicales. Intelectual muy formado, fue impulsor del denominado “desarrollismo”, que procuraba un nuevo modo de inserción económica en el mundo de la posguerra favoreciendo el ingreso de capitales extranjeros. Su proyecto de apariencia modernizadora no tardó en convertirse en una nueva frustración.

[3] El “Pacto Perón-Frondizi”, pese a haber sido negado con insistencia, fue un hecho notorio y determinante que aseguró el triunfo de Frondizi en las elecciones. Se cristalizó a través de una serie de reuniones en Caracas y en Ciudad Trujillo, con intervención del frondicista Rogelio Frigerio. Mediante dicho pacto, Perón resolvió dar su apoyo a Frondizi desde el exilio, aconsejando a los peronistas darle su voto y con ello el triunfo electoral, y a cambio Frondizi se comprometía a cumplir catorce puntos que  incluían preservar los sindicatos y la CGT, derogar los decretos de proscripción y restituir bienes. Frondizi se hizo célebre por el sucesivo incumplimiento de los numerosos y contradictorios compromisos que asumía con distintos sectores, y sólo cumplió parcialmente el pacto con Perón: sancionó la ley n.º 14.455 que establecía un nuevo modelo sindical y una amnistía para los peronistas, pero sin permitirles presentarse a elecciones libremente.

[4] Andrés Framini, (1914 - 2001), dirigente peronista de extracción sindical proveniente de la Asociacion Obrera Textil y directivo de la CGT, fue electo gobernador de la Provincia de Buenos Aires en las elecciones del 18 de marzo de 1962 bajo el lema “Framini- Angladamainia-anglada, perón a la Rosada”. No pudo asumir pues su triunfo fue desconocido por el presidente Frondizi debido a las presiones militares, lo que no impidió que él propio Frondizi fuera derrocado algunos días después.   Quedaba demostrado que si se restablecía la democracia plena, el peronismo seguía siendo imbatible.

[5] El 14 de marzo de 1960 el gobierno de Arturo Frondizi puso en marcha el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) dando lugar a una ola de persecuciones, allanamientos y arrestos en todo el país para derrotar la conflictividad obrera, con intervención directa de las Fuerzas Armadas en la seguridad interior, por aplicación de la denominada Doctrina de Seguridad Nacional que por aquellos años impulsaba Estados Unidos en América Latina, a través de la Escuela de las Américas, en el marco de la guerra fría, con el propósito declarado de involucrar a las fuerzas militares de los países sudamericanos en el objetivo hemisférico de “combatir el comunismo”, apelando para ello a métodos de “contrainsurgencia” que iban desde la represión clásica hasta la desaparición forzada de personas y las torturas, como sucedería masivamente en sucesivas dictaduras militares. El objetivo del Plan Conintes decretado por Frondizi, aunque sin  llegar a los extremos represivos que luego se volverían moneda corriente, era terminar con la conflictividad obrera que obstaculizaba sus planes de gobierno.

[6] El 15 de enero de 1959, Frondizi acordó la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. Los nueve mil obreros del frigorífico y los vecinos de Mataderos se levantaron durante varios días para enfrentar la entrega, y forzaron la declaración de una huelga general. La resistencia fue tan grande que Frondizi presentó el movimiento como una acción subversiva. El Gobierno utilizó todos los resortes para sofocarla. Durante el mes de febrero se reanudaron las tareas en el establecimiento con rompehuelgas. El 20 de febrero fue detenido Sebastián Borro, uno de los principales dirigentes. A fines de febrero solo tres mil obreros trabajaban en el frigorífico. Con cinco mil despedidos, el Gobierno anunció, a mediados de 1960, que se había efectivizado la venta del frigorífico a la CAP.

[7] Efectivamente, las 62 Organizaciones Peronistas surgen como respuesta organizativa frente all Congreso normalizador de la CGT convocado en agosto de 1957 por la Revolución Libertadora.

[8] El 1° de enero de 1959 las fuerzas del Ejército Rebelde encabezadas por Fidel Castro ingresan triunfales en Santiago de Cuba provocando la huida precipitada del dictador Fulgencio Batista a EE.UU y dando comienzo al gobierno castrista, originariamente de tendencia nacionalista y pronto volcado hacia el comunismo. La influencia de este acontecimiento resulta imposible de exagerar en América Latina, brindó inspiración a los movimientos guerrilleros y facilitó la paranoia anticomunista de la guerra fría,  sirviendo de inmejorable excusa para la difusión ilimitada de la Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense en todo el continente americano.

 

[9] En 1956, el nuevo líder de la Unión Soviética, secretario del Comité Central del Partido Comunista ruso, Nikita Kruschev, brinda un informe secreto sobre los excesos y crímenes del fallecido líder máximo José Stalin, dando comienzo al proceso de “desestalinización”, que signiificó una considerable convulsión ideológica en el mundo comunista y que condujo a una hasta entonces inédita crítica del culto a la personalidad y la dictadura estalinista. Luego del XX Congreso del PCUS se le dio estado público.

 

[10] Juan XXIII (1881-1963), llamado Angelo Giuseppe Roncalli y conocido como el "Papa bueno", fue elegido Sumo Pontífice el 28 de octubre de 1958 en sustitución de Pío XII. Inició la modernización doctrinaria y litúrgica de la Iglesia Católica con la convocatoria del Concilio Vaticano II el 21 de enero de 1959. Con este concilio, que se celebró el 11 de octubre de 1962, instó a promover la adaptación de la Iglesia a los nuevos tiempos, reemplazando el latín de los oficios religiosos por las lenguas populares,  y propendiendo a una inserción social más activa de los creyentes con los problemas de su tiempo. Medió en la “crisis de los misiles” de Cuba entre Estados Unidos y la URSS para evitar la guerra nuclear, y promovió el diálogo político e interreligioso. Publicó ocho encíclicas que marcaron un cambio sustancial en la vida de la Iglesia. Fue canonizado por el Papa Francisco.

 

 

 

[11] Arturo Umberto Illia (1900 – 1983) fue Presidente de la Nación Argentina entre el 12 de octubre de 1963 y el 28 de junio de 1966, siendo derrocado por un golpe de Estado militar. Su desempeño se vio opacado por la falta de legitimidad de origen, ya que fue electo bajo la proscripción del peronismo y mientras estaba detenido Arturo Frondizi. Aunque llevó adelante políticas económicas nacionalistas, procurando la anulación de los contratos petroleros de Frondizi, fomentando la industria nacional y la educación,  ​ aumentó el PBI, bajó la desocupación, disminuyó la deuda externa, y sancionó la ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil y la Ley de Medicamentos, entre otras medidas, no pudo consolidarse como gobernante debido a la debilidad de su base política, lo que facilitó su derrocamiento.

[12] Juan Carlos Onganía (1914-1995) encabezó el gobierno de facto autotitulado “Revolución Argentina” entre el 29 de junio de 1966 y el 8 de junio de 1970 en que fue removido. Su dictadura, teñida de cierto corte corporativista, se caracterizó por una política económica oscilante entre un inicial nacionalismo y el liberalismo más ortodoxo; una fuerte represión cultural, de la que la censura artística e informativa y la “noche de los bastones largos” –golpe tiránico contra la libertad de enseñanza en las universidades- fueron ejemplos claros; un moralismo conservador; una alianza esporádica con sectores sindicales; y una absurda vocación de eternizarse. Golpeado por levantamientos populares -de los cuales fue el “Cordobazo” el más notorio-, por la aparición de las guerrillas, y particularmente por el secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu por Montoneros, fue obligado por sus camaradas a renunciar de modo humillante y en forma personal en la sede del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas. ​

[13] Las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) fueron creadas en 1968 bajo la conducción de Envar Cacho El Kadri. Su aparición se produjo el 17 de septiembre de ese año con la fallida operación de Taco RaloTucumán. Tuvo varias divisiones a partir de 1972.

[14] Asalto ejecutado el 29 de agosto de 1963 por una banda que mató a dos empleados, hirió a  tres y huyó con el equivalente  a aproximadamente a 100 000 dólares. Parte del botín se destinó al financiamiento de la organización guerrillera Tacuara. Aunque inicialmente atribuido  a delincuentes comunes, se supo más tarde la filiación política de los autores, al ser identificados tras gastar algunos argentinos billetes provenientes del robo en un cabaret de París. Casi todos los participantes fueron detenidos. Algunos participaron luego en otras organizaciones guerrilleras.

[15] Dardo Cabo (1941-1977), hijo del sindicalista Armando Cabo, comenzó su militancia muy joven en el Movimiento Nacionalista Tacuara, del que luego se separó- El 28 de septiembre de 1966 dirigió el Operativo Cóndor, secuestrando con otros 17 militantes un avión de Aerolíneas Argentinas, desviado hacia las islas Malvinas, y plantando la bandera argentina en las islas. Más tarde fue parte de Descamisados, que se fusionaría con Montoneros. Detenido por la última dictadura militar, permaneció a disposición del PEN en la unidad 9 de La Plata, hasta que el 8 de enero de 1977 fue fusilado en un simulacro de fuga.

 

domingo, 28 de junio de 2020

RECORDANDO AL PADRE MUGICA JUNTO A FERNANDO "EL PATO" GALMARINI.


Fragmento del reportaje: “DE BOCA Y PERONISTA” -
Conversaciones sobre peronismo y deporte con Fernando “Pato” Galmarini. Reportaje y notas de Javier Garin.

(La foto fue tomada durante la boda de Fernando Galmarini que celebró el Padre Mugica en junio de 1969).

                  -A mí, el Padre Mugica me formó –dice el Pato-. Nunca hay un solo tipo que modele tu cabeza, pero el cura Mugica fue para mí muy importante.
       -¿Cómo lo conociste?
        -Jugando al fútbol. Si vos me preguntás cómo, te digo que con una pelota en la mano… No me imagino que por otra cosa, porque yo no era practicante religioso. A la Iglesia iba lo suficiente para cumplir con mi colegio. Jugué mucho al fútbol con él.
        -Pero ¿Dónde? ¿En qué lugar?
         -Yo era muy chico, tendría no más de 17 años. Fuera de Boca, que era la pasión de los domingos, me había hecho hincha de Excursionistas, como otros pibes del barrio. El club quedaba más o menos cerca, y los sábados íbamos a la cancha. Seguíamos jugando, pero ya no en la calle, sino en canchas que se armaban en terrenos baldíos, o en clubes de barrio. Fue en esos partidos que lo conocí, jugando en un equipo que se llamaba Curupaití, en un torneo de la Unión Argentina Amateur de Fútbol.  En ese equipo jugábamos nosotros dos y también Ricardo Pereyra Iraola y Miguel Tezanos Pinto. Y Hugo Anzorregui. Pibes de apellidos patricios, Y yo, un pibe de barrio de clase media. Esas son las mezclas que permite el futbol.
                       “Todavía no era el cura Mugica. Era un joven seminarista. Venía a los partidos del sábado o los domingos después de misa.  Luego de un tiempo, nos juntábamos a hacer fútbol en distintos lugares: a veces en el Seminario de Villa Devoto, otras en la Villa de Retiro, la 31, en la que él residía de a ratos, haciendo trabajo social. No era su domicilio permanente: turnaba algunas noches en la villa, otras en Devoto y otras en la casa de su familia, en la calle Arroyo y Esmeralda, un departamento de la gran puta, porque su padre había sido Ministro de Relaciones Exteriores de Frondizi en 1958. Yo visité esa casa. Su familia era de muy buena posición. 
                    “Con él, jugué mucho, mucho, mucho, en la villa 31. Todavía tengo amigos, como Alberto Orietta, que vivían entonces en la 31, y a veces nos vemos. Ellos son los que me han ido recordando algunas cosas. En ese entonces, la 31, que hoy es enorme, tenía cuatro o cinco barrios, uno al lado del otro, muy ordenados. Donde Carlos está enterrado era el barrio YPF, al lado había un barrio que se llamaba Comunicaciones, otro se llamaba Saldías, y otros dos que no recuerdo… Pero, entre esos cinco barrios se hacían, casi todos los fines de semana, torneos o desafíos.
          -¿Y qué era lo que hacía Mugica? ¿Jugaba él? ¿Dirigía? ¿Organizaba?
         -Era un zurdo de buen manejo, jugaba de 10 y a veces de 11. Carlos, yo creo que fue un loco del fútbol, un enamorado del fútbol. Hincha fanático de Racing. Muy jugador, muy bien entrenado, salía siempre a correr desde su casa en calle Arroyo. Adonde tuviera que ir se iba corriendo. Entre otros lugares, a la villa. Salía corriendo para entrenarse. Cuando no entrenaba salía en una motito.
    -¿Y él, qué edad tendría en esa época?
      -Cuando lo conocí, había entrado hacía poco al seminario de Villa Devoto. Me llevaba doce años. Donde lo invitaban a él a jugar un partido, me enganchaba a mí, para que fuera a reforzar su equipo. Y siempre lo invitaban, porque ya a comienzos de los sesenta debió haber sido un tipo muy conocido.
              “En la relación con Carlos siempre estaría el fútbol presente, pero un tiempo después de conocernos, empezamos a hablar de otras cuestiones: de la Argentina, de la situación social, de la necesidad de comprometerse con los más humildes. Carlos era peronista, pero no hablaba de política, sus comentarios y reflexiones eran fundamentalmente el producto de sus elucubraciones como cristiano y de la actitud que él esperaba de su Iglesia.
              “Yo hasta ese momento no había pensado demasiado en el compromiso social ni había sacado conclusiones de la identidad peronista que íntimamente me atribuía. Las charlas con Carlos avivaron ese fuego.
Al poco tiempo de consagrarse sacerdote, siendo el año ’62, Carlos da su última misa en la Iglesia del Socorro, a la vuelta de su casa. En la esquina de esa Iglesia era donde yo me juntaba muchas veces con él a charlar, a confesarme, y donde seguramente él me daba también un cacho de letra sobre el tema político… Que no era solamente a mí, era a todos los que lo frecuentábamos. Pero yo recuerdo especialmente esas charlas con Carlos en ese bar, frente a la Iglesia, donde empecé a abrir los ojos. Y en esa Iglesia, su última misa, fue la semana siguiente de que le impiden asumir la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires al candidato peronista, Andrés Framini, que había ganado holgadamente la elección. Y dio un sermón durísimo repudiando el acto antidemocrático. Y ese era un barrio muy gorila, muy antiperonista.
          -¿Y él ya era un tipo muy comprometido con el peronismo?
           -Debe haber sido. Empezaba el tercermundismo en la Iglesia, impulsado por el Concilio Vaticano II. No sólo acá, sino que eran muchos los obispos tercermundistas en toda América Latina. Los brasileros. Helder Cámara, un obispo del norte brasilero, que era un tipo muy polenta… Y estaba el colombiano Camilo Torres, el cura guerrillero. Eran figuras que pesaban en la imaginación.
                   “Recuerdo que un día, después de un partido en la villa 31, Carlos me propuso que lo acompañara a Fortín Olmos. Yo no tenía idea de dónde quedaba ese lugar. “Es en el Chaco santafesino, zona de obrajes”, me explicó. Vivían entonces muchas familias que habían laburado en La Forestal. La Forestal se había ido, y quedó un drama social espantoso. No sé qué más me habrá dicho, qué argumentación habrá desarrollado: se me perdieron esos detalles. Pero me convenció y allá fui con un amigo. Él debía reunirse con nosotros allá, pero por algún motivo finalmente no pudo viajar y quedamos nosotros. Descubrí los obrajes, hablé muchas noches con los hacheros de las compañías inglesas que trabajaban de sol a sol. Carlos había llevado a varios muchachos: la mayoría eran estudiantes del Nacional Buenos Aires, a los que él daba asistencia religiosa. Entre sus alumnos estaban Firmenich,  Ramus,  Fernando Abal Medina, que también fueron a Fortín Olmos y luego serían famosos como dirigentes montoneros.
         “También en aquella localidad había unos hermanitos de la Compañía de Jesús, que adoraban la hostia, y entonces se pasaban horas y horas velando o rindiendo culto. Había uno que, me acuerdo, siempre estaba en una capillita chiquitita junto al cáliz y la hostia, como en una penitencia, durante horas, rezando. Yo no entendía muy bien eso. Pero lo veía, y me hacía reflexionar. También había unos curas, o hermanos, franceses, ligados a un pensador católico muy importante en esos años, Teilhard de Chardin, que oraban parte del día y el resto trabajaban al mismo ritmo de los hacheros. Por la noche, en fogones, nosotros hablábamos de la situación social y del comportamiento que debía esperarse de auténticos cristianos ante ese desafío.
      - ¿Y él para qué quería que vayan?
         - Porque en la Iglesia estaba la idea de que había que conocer la pobreza. Había que vivir junto a los más humildes, para poder conocer realmente sus vidas y sus necesidades. Había que convivir con los demás para poder entenderlos. Por eso Carlos pasaba tanto tiempo en la villa. Cuando su familia se mudó de la calle Arroyo a Geli y Obes, recuerdo perfectamente el edificio en uno de los lugares más hermosos de Buenos Aires, los padres ocupaban el segundo piso, y él se hizo un “ranchito” en la azotea. Y ahí vivía él. Y otras veces apolillaba en la Iglesia que está en la  villa 31, la cual se la hizo construir uno de sus hermanos. Estos eran sus apolillos. Tal vez tenía otros, no lo sé.
          “Toda esa actividad de ir hacia los pobres, hacia los más necesitados, pegaba muy fuerte en la juventud de esos años. Yo fui en el 67 a Fortín Olmos. En el 68, se iniciaron los campamentos universitarios de trabajo. El padre Llorens, cura mendocino, muy piola también, era uno de los que los impulsaban. Iban cientos de pibes de entonces, estudiantes universitarios, a laburar por un mes a las provincias, a los lugares, conviviendo con la gente que laburaba en el campo. A pintar, a ayudarlos a levantar la zafra. A tomar conciencia de que había mucha pobreza en este país. Digamos, este era el resumen de todo eso.
           -¿Y eran pibes que venían de la Iglesia?
            -De clase media. Sí. Ligados a la Iglesia, porque los curas te empujaban hacia ahí. Servía para salir de la cuestión moralista de la Iglesia de esa época, que los tenía medio encerrados. Soltarse un poco, practicar la solidaridad: pero no sólo pasaba entre los católicos. También estaban los del Partido Comunista, por ejemplo, que organizaban tareas solidarias para su juventud. En Fortin Olmos habrá sido uno de los pocos lugares en que no pude jugar al futbol. Tenía que andar saltando los pajonales para que no me picaran las víboras. (Risas)
         -¿Y cómo era personalmente Mugica?
          -Un tipo muy seductor, carismático. Tenía una pinta que debe haber sido muy importante porque no faltaban hombres entre sus fieles, pero eran muchas más las mujeres que concurrían a sus misas y lo escuchaban extasiadas. (Risas).
          “Carlos era un tipo alegre, jodón, pero muy rígido en el aspecto moral y en el compromiso evangélico: esa cosa dura del cristianismo, del Evangelio. Él era incapaz de transgredir las prescripciones del Evangelio, o de la Iglesia.
            -¿Lo tentaban las chicas?
             -Seguramente (Risas). Pero de ahí a dejarse llevar por la tentación, jamás que yo sepa. Yo no era vigilante del cura, pero estuve muy cercano a él y jamás lo vi en nada.
                     “En el año ’68, me caso con mi primera mujer y quien oficia el matrimonio es precisamente Carlos. Como se ve, éramos muy amigos. Así que tengo el orgullo de decir que fui casado por el padre Mugica. 
                     "Fijate vos que el día de mi casamiento estuvieron presentes Horacio Mendizabal, Oscar de Gregorio, Norberto Habegger, Osvaldo Sicardi, Fernando Saavedra y otros compañeros más q recuerdo con mucho cariño. Seguramente estuvieron acompañados por sus compañeras de entonces, algunas de ellas, como todos ellos, desaparecidos durante las casi tres décadas de resistencia que afrontó el peronismo. En el momento en que llegaba a la iglesia para la ceremonia religiosa se asomó por una ventana de enfrente a la iglesia, Graciela Imaz de Ojea, que terminaba de parir a su primer hijo. A ella y a Tojo, su marido, detenidos durante muchos años, les guardó un enorme cariño a pesar de que no los volví a ver.
            “Por ese entonces, Carlos la conoció a Lucía Cullen, una chica que luego en la dictadura fue desaparecida; y, de Lucía, que era una piba muy hermosa, yo era también amigo. Ella vivía en Libertad y Libertador con los padres. Me acuerdo por haber ido a su departamento. Su viejo era juez, me parece… También, de una familia cajetilla… Pero ella era una chica muy peronista. Muy ligada a la Iglesia, a Carlos, y a todo el despelote, que en ese momento, era el tercermundismo. Y, yo no sé si fue en el ’68 o en el ’69, que fuimos los cuatro de vacaciones a Necochea. Mi primera mujer, yo, Carlos y Lucía. ¡Andá a saber por qué, y cómo terminó ahí, Carlos! Y yo tengo la impresión de que Lucía estaba  un poco metejoneada con él, pero Carlos corría más rápido que ella y la gambeteaba como un crack. Era un tipo muy estricto y nunca lo vi pecar. En otra oportunidad Carlos se fue a ver a Racing cuando jugó contra el Celtic, en Escocia; y después se quedó allá, un tiempo, a causa del Mayo Francés, porque quería informarse de lo que estaba pasando con los jóvenes en Europa. Y Lucía también estuvo en Francia pero no pasó nada, porque Carlos era muy estricto consigo mismo y con su compromiso pastoral.
             “Y ya en ese momento había muchos curas que abandonaban los hábitos, como el obispo de Avellaneda, Gerónimo Podestá, que se casó. Cuando íbamos a jugar al futbol a Villa Devoto, solía participar otro cura amigo de Carlos, Alejandro Mayol, ¡un cura que tocaba la viola! Este también colgó los hábitos y se casó y terminó viviendo en Villa Martelli con su mujer, muy humildemente, porque él también era de una familia acomodada, como Carlos, pero existía esa idea muy fuerte del compromiso social, de compartir la vida de los más humildes, como hacía Carlos en la Villa 31. Y había otros que, sin abandonar los hábitos, salían con mujeres. Pero Carlos no aceptaba compromisos a medias. Con nada. Con los pobres, con el Evangelio: todo tenía que ser firme. Era muy recto. Muy derecho. Y tampoco tenía ambiciones personales. En algún momento, cuando volvió Perón, no fueron pocos los que le dijeron: “Che, vos tenés que ser diputado”. Muchos. Y él nunca aceptó. No le interesaba. Vos pensá que fue una de las personalidades que acompañaron a Perón en el famoso chárter del regreso a la Argentina el 17 de noviembre de 1972.
         -¿Cómo era en el trato?
          -Tenía mucha convicción, mucha polenta para hablarte. A mí, seguramente me pegó un montón. Me hizo dar un brinco para adelante, de la puta madre. A mí, y a mucha pendejada de entonces. Tengo ese recuerdo de decir “este tipo a mí me dio muchas más cosas de las que puedo enumerar”. Tengo una imagen de él como una especie de ídolo. Me formó. Me instruyó.
         -¿Qué pensaba Mugica de Perón?
          -Él lo conoció al Viejo. Estuvo en Madrid. Perón lo recibió. Han estado acá, cuando Perón regresó, en Gaspar Campos. A Perón le tenía un respeto de la puta madre. Y yo creo que Carlos también se fue haciendo peronista. Era de cuna muy privilegiada, su familia era muy antiperonista. No sé si su familia también acompañó su evolución. Pero él se hizo muy peronista.
           “Mientras duró la dictadura y la proscripción del peronismo, Carlos daba mucha máquina promoviendo la rebeldía y justificaba la resistencia: “a la violencia de arriba, hay que combatirla con la violencia de abajo”. Yo creo que, Carlos, tuvo algo que ver, en el caso mío, para llegar a estar en una organización armada. Creo que tuvo que ver, no porque me haya dicho “metete”; sino porque hacia eso nos iba conduciendo todo el cuadro de la Iglesia rebelde, del Concilio Vaticano, de la nueva Iglesia, más la Revolución Cubana con el Che Guevara como bandera, más el Mayo Francés, más los curas, como Carlos, como Alberto Carbone, como Jorge Bernazza, como Domingo Bresci, como Rodolfo Ricciardelli, como Jorge Galli, como algún otro, que eran además peronistas, de ese peronismo tercermundista que empujaba el retorno de Perón; todo indicaba un camino, y parecía inevitable para un tipo joven y comprometido el querer tomar las armas.
            “Ojo. Nunca Carlos dijo “muchachos agarren los fierros”. Y fue muy contundente con el regreso de la democracia y de Perón. A partir de ese momento, estuvo abiertamente en contra de la violencia. Tomó clara distancia de todos sus amigos del Nacional Buenos Aires y de cualquier ámbito que seguían predicando y practicando la lucha armada en plena democracia. Digámoslo con total contundencia: Carlos se opuso a ese militarismo, lo condenó con energía. Y lo manifestaba abiertamente. En la Iglesia, en los sermones, en las charlas personales.
                 “Otra contradicción muy fuerte que él tuvo con Montoneros, muchos de los cuales habían sido poco menos que sus discípulos, fue la relación con el movimiento obrero. Para Montoneros el movimiento obrero estaba copado por la “burocracia sindical”. Él, durante la tercera presidencia de Perón, estaba ya muy ligado al movimiento obrero, a Lorenzo Miguel y a José Ignacio Rucci, entre otros muchos, y reivindicaba la organización sindical porque era la creación de Perón y de los trabajadores. Además lo quería mucho a Rucci, así que te imaginás que repudió totalmente su asesinato por Montoneros. En esa época Carlos estuvo durante un corto tiempo como funcionario en el Ministerio de Bienestar Social, que era el reducto de López Rega. Yo conocí a Rucci y a Lorenzo Miguel justamente gracias a Carlos, porque habremos ido más de un par de veces a la UOM, que quedaba en la Calle Cangallo. Él laburaba en Bienestar Social, pero sacaba todo lo que podía para los barrios más humildes.
        -¿Y qué choque o interna habrá habido allí para que López Rega lo mandase a matar?
          -Por lo pronto había tambien una contradicción, en ese momento, entre el movimiento obrero y López Rega. Mugica estaba con el movimiento obrero y eso pudo haber sellado su suerte. Él reivindicaba la estructura sindical. Estaba lejos de Lopez Rega y lejos de Montoneros. El final de Carlos con las organizaciones armadas fue durísimo. De cara de perro. Yo me acuerdo, porque charlé mucho con él, y no había “tutía”. No quería saber nada con el rumbo que habían tomado Montoneros, e hizo todo lo posible para que tipos como yo termináramos de alejarnos de ese camino, a través de la JP Lealtad, que fue el vehículo que a muchos que habíamos estado en Montoneros se nos presentó para alejarnos de esa orga.
           -Muchos dijeron en ese momento que a Carlos Mugica lo mataron los montoneros. O por lo menos sospechaban de ellos a causa de estas diferencias. Aunque hoy se afirma que lo mató Rodolfo Almirón, uno de los hombres de López Rega y de la Triple A.
            -Fueron momentos de mucha confusión, donde era imposible saber quién te mataba, por qué te mataba, a qué se debía la muerte… -rememora el Pato. Y agrega:- Él sabía que lo estaban buscando para bajarlo. Un tiempo antes del asesinato, él me lo contó, habían aparecido unos tipos en un Ford Falcon, armados con ametralladoras, en el domicilio de los padres, en la calle Gelly y Obes, y subieron hasta la casillita que él se había armado en la azotea. No encuentran a Carlos y lo capturan al portero del edificio, que justo estaba en la terraza, limpiándole la casilla. Le exigen que les diga dónde está el cura; y como el pobre tipo no sabe, lo sostienen colgando en el vacío y amenazan con dejarlo caer a la calle. Carlos se enteró ese mismo día y me lo comentó enseguida. “Soy boleta”, me dijo. Pensaba que la amenaza venía del lopezrreguismo. Dejó de parar en su “ranchito” de la terraza. A partir de ese momento, pasaba las tardes y las noches en la villa de Retiro o iba al Seminario de Devoto. Pero obviamente, encontrarlo era fácil. Era una cuestión de tiempo. Fijate vos, yo estuve con Carlos el día anterior a que lo mataran en la casa de Dante Oberlin, comiendo y charlando, en Berazategui. Y volví a estar con él el mismo día de su asesinato.
           -¿Cómo fue eso?
          - Me despedí de Carlos en el Club Atalaya, que es un clubcito de acá de San Isidro, donde todavía hoy juego. Él jugaba en un equipo, que se llamaba La Bomba. ¡Qué nombre, justito, en esos días en que en cualquier momento alguien te hacía volar con una bomba! Me despedí de él el mismo día, pasado el mediodía, sin imaginarme que me despedía para siempre, que no iba a volver a verlo con vida. Y yo siempre pregunto: ¿quién jugó ese día, en el equipo de él? Pero no recuerdo si jugué con él, si jugué en contra, o no jugué. A veces me encuentro con otros muchachos que también jugaron, como el Bebe Acevedo, y evocamos ese 11 de mayo de 1974 nefasto, que nos marcó a todos, y no logramos ponernos de acuerdo. La cuestión es que yo me despedí ahí. Y esa noche en el Bajo Flores, en la iglesia “San Francisco Solano” -donde era párroco otro sacerdote del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, el padre Jorge Vernazza-, es cuando lo matan. Esa noche llego a mi casa  y de pronto escucho por la radio que lo habían baleado apenas terminado el oficio religioso. Después discutían si lo había matado la izquierda o la derecha… Era una época terrible.
                           “A veces me quedo pensando por las noches en todos los compañeros y compañeras que conocí en la militancia juvenil de aquellos años, y un enorme porcentaje fueron asesinados o desparecidos. Es una lista interminable de ausencias..."