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sábado, 10 de octubre de 2020

JESUS, PREDICADOR DE LA QUINTA SECTA JUDÍA. Por Javier Garin.

 



Por Javier Garin.



1)    Nacionalismo versus universalismo en el antiguo Israel

         Toda la historia del antiguo Israel se encuentra marcada por la tensión entre nacionalismo y universalismo.

          Estas dos orientaciones antagónicas del espíritu judío impregnan las sagradas escrituras, plagadas de textos contradictorios que confrontan entre sí.

           El antiguo nacionalismo judío, de naturaleza político-religiosa, pero también con una fuerte base racial, es un fenómeno tan notable que no exageraríamos si atribuyéramos a los judíos la partida de nacimiento del nacionalismo fanático que ha infestado el mundo con sus guerras, crueldades y atrocidades hasta el presente.

          No es casual que la aparición de los Estados nacionales en Europa se haya producido en consonancia con el redescubrimiento y revalorización del Antiguo Testamento gracias a Lutero y los protestantes.

              El nacionalismo exclusivista de base racial del judaísmo antiguo -que proclama a Israel el pueblo elegido, que recibe de Dios terribles mandatos de exterminio contra los pueblos enemigos, a los cuales se debe pasar a degüello inmisericorde, que prohíbe el matrimonio con no judíos y que adopta toda clase de normas para asegurarse mantener a los judíos aparte de los otros pueblos en sus costumbres, sus hábitos alimentarios, sus rituales de circuncisión, sus prohibiciones de contaminación, etc.- tiene orígenes históricos precisos y comprensibles, en los que se trasuntan las fantasías compensatorias de un pueblo pobre, amenazado y con frecuencia sometido por imperios vecinos mucho más poderosos.

        A su vez, el universalismo judío aparece también como una reacción frente a la situación de precariedad y amenaza permanente en que sobrevivía el pueblo judío, vinculado a la dispersión geográfica y a la necesidad de insertarse en el mundo.

            Desde la invasión asiria, una parte del pueblo judío dejó de habitar la tierra de David, y en la época de Jesús, la mitad aproximada de la población judía mundial vivía fuera de Israel, formando colonias en Persia, Siria, el Asia Menor, las islas del mar Egeo, Chipre, Alejandría y Roma. Los judíos fuera de Judea estaban más o menos integrados a las sociedades en que vivían; tenían sus sinagogas y acogían en ellas a muchos paganos incircuncisos, a quienes se conocía con el nombre de  “hombres temerosos de Dios”, porque se acercaban a Jehová sin ser judíos y sin convertirse plenamente. Había, pues, ya antes del cristianismo, un proselitismo judío muy intenso entre los paganos.

              La lamentación permanente por las “diez tribus perdidas de Israel”, el exilio babilónico, la invasión helenística y luego romana, la fundación del reino nacionalista de los Macabeos, la erección del Segundo Templo por Herodes el Grande con la finalidad de restablecer en Jerusalén el centro del judaísmo, las tentativas de diversos gobernantes por quebrantar la identidad judía para someterlos, desde Antíoco IV Epífanes -que pretendió erradicar sin éxito la religión judía- hasta el propio Herodes- quien a la par que reedificaba el templo intentaba “helenizar” a los judíos para hacerlos más manejables-: todo ello constituye el marco en que se desarrolla un judaísmo tensionado entre la reivindicación nacionalista y la aspiración de universalidad.

            Los otros pueblos reconocían a los judíos una espiritualidad profunda, y varios historiadores romanos dan cuenta de que éstos habían conseguido convencer a las otras naciones del Mediterráneo oriental de que tenían una comunicación especial con Divinidad y una misión mesiánica. Dice Tácito: en su “Historia, 1; V, número 13: “Era universal la creencia en antiguas profecías, según las cuales el Oriente iba a prevalecer, y que de la Judea saldrían los señores del mundo”. Suetonio, en la “Historia de Vespasiano”, IV, afirmaba: “ Todo el Oriente resonaba con la antigua y constante opinión de que el destino había decretado que, en esta época, la Judea daría señores al Universo.”

            Para los nacionalistas judíos, Dios había prometido un Mesías nacionalista que no sólo liberaría a Israel del yugo extranjero sino que sometería a todas las otras naciones a la dominación israelí, poniendo a sus enemigos como "estrado de sus pies". Para los universalistas judíos de la escuela de Hilel o de las sinagogas fundadas en ciudades paganas y acostumbradas a convivir con los no judíos, la idea era muy diferente: el Mesías redimiría a los judíos y a toda la Humanidad, y la misión mesiánica del pueblo de Israel no consistía en dominar a los otros pueblos, sino en revelarles el conocimiento del único Dios verdadero. Jesús pertenecía a esta tendencia antinacionalista y universalista, y sus seguidores así lo pusieron de manifiesto al adoptar, mucho tiempo después, la palabra católico, que significa universal.

2)    Las “cuatro sectas filosóficas” según Flavio Josefo.

              Esta tensión atraviesa toda la sociedad judía en tiempos de Jesús y se expresa también en lo que Flavio Josefo, en “Antigüedades judías”, ha llamado las “escuelas o sectas filosóficas” de pensamiento judío.

             No se trata de verdaderas corrientes de pensamiento, como las había en el mundo grecorromano, sino de expresiones del fenómeno sectario y de la aguda lucha de clases que corroía una sociedad profundamente dividida.

            La contienda política y social, dado el carácter profundamente religioso del pueblo judío, y su constitución como teocracia, debía forzosamente expresarse como pelea de sectas e interpretaciones  religiosas.

           Nos dice Flavio Josefo al respecto: “Desde muy antiguo había entre los judíos tres sectas filosóficas nacionales: la de los esenios, la de los saduceos y la tercera que se denominaba de los fariseos.”

            La clase alta sacerdotal y oligárquica, en estrecha alianza con la monarquía herodiana y con el dominador romano, eran los saduceos. Flavio Josefo los define así:

“Los saduceos enseñan que el alma perece con el cuerpo; y se limitan a la observancia de la ley. A su juicio es una virtud discutir con los maestros que se consideran sabios. Su doctrina sólo es seguida por un pequeño número, aunque son los primeros en dignidad. No realizan acto especial ninguno; si alguna vez llegan a la magistratura, contra su voluntad, y por necesidad, se atienen a las opiniones de los fariseos, ya que el pueblo no toleraría otra cosa.”

          Los Sumos Sacerdotes se pretendían descendientes de Sadoc, que fue el primero de ellos. Poco a poco, después del exilio de Babilonia, el Sumo Sacerdote fue adquiriendo mayor relevancia política. Bajo el reinado de Herodes y de los romanos, el Sumo Sacerdote era nombrado y destituido por el rey o el gobernador romano, y para asegurarse su sujeción, las vestiduras ceremoniales eran guardadas por la autoridad política. Hubo 28 Sumos Sacerdotes entre los años 37 a C y 70 dC., que conformaban una rígida aristocracia sacerdotal, la cual, además de poseer poder y riquezas, ejercía sus funciones litúrgicas y su control sobre el Templo de Jerusalén. El Sumo Sacerdote, cuyo cargo era de duración anual, pero renovable, era el único que podía acceder al Sancta Sanctorum del Templo una vez al año para el Yom Kippur. Así como las sinagogas eran la sede del poder de los fariseos, el Templo de Jerusalen lo era de los saduceos. La familia de Anás, suegro de Caifás, ocupó el sumo sacerdocio durante buena parte de los años precedentes a la destrucción del Templo.

               Los saduceos aprovechaban su elevada posición para acaparar negocios y acumular riquezas. Todas las actividades del Templo con sus complejos rituales, sus sacrificios de animales que eran vendidos en las inmediaciones del mismo Templo, les eran provechosas. El impuesto que se debía pagar para acceder a los beneficios del Templo no sólo proveía de recursos directos sino también indirectos, pues los judíos venidos de todas partes del mundo, con multiplicidad de monedas, debían cambiarlas con los cambistas que tenían sus mesas de dinero junto a los vendedores de animales sacrificiales. Sin duda, para acceder a convertirse en uno de los mercaderes del Templo a que aluden los Evangelios era indispensable tener una buena “palanca” saducea: tales comerciantes eran invariablemente parientes y protegidos de las familias saduceas, y proveían, en calidad de coimas o contribuciones, cuantiosos aportes con los cuales el aspirante a Sumo Sacerdote podía comprar su cargo anual a las autoridades romanas. Además, a ellos les estaban confiadas actividades muy lucrativas, como la percepción de los tributos, actividad que delegaban en los repudiados y miserables “publicanos”, de baja condición.

            Esta confusión entre los intereses privados de los saduceos y el manejo público del Templo y de importantes resortes del Estado, como el tribunal del Sanedrín –cuyo control compartían con los fariseos-, aparece expresada por el hecho de que el Sumo Sacerdote emérito y presidente del Sanedrín, Anás, suegro de Caifás, tenía una cárcel en su casa, adonde llevaba a los revoltosos, y en la que fue encerrado Jesús mientras él terminaba de cenar. Allí mismo los prisioneros eran interrogados y sometidos a torturas, pared de por medio de la residencia familiar de Anás.

            Se comprende, entonces, que la intervención de Jesús echando a los mercaderes a latigazos y arrojando sus mercaderías y monedas al suelo, no fue un simple acto de enojo ante un ultraje religioso, sino un ataque directo a la clase de los saduceos, al cuestionar su manejo del Templo y perjudicar los negocios de sus comerciantes protegidos.

           El principal interés de los saduceos era la conservación del orden religioso, político y social. Sus riquezas, privilegios y hasta su misma existencia, dependían del favor de los romanos. Y para merecer ese favor necesitaban ofrecer a los romanos un ambiente de tranquilidad social y estabilidad, toda vez que la Tierra Prometida era desde siempre un territorio de abundantes y frecuentes convulsiones.

            Cuando el Sumo Sacerdote Caifás, cerebro de la captura y posterior ejecución de Jesús, sostiene su tesis –harto repetida por gobiernos y oligarquías de todos los tiempos- de que “es preferible que muera un hombre y no que perezca el pueblo” - argumento conocido como “la razón de estado”-, en realidad está expresando que la actividad proselitista de Jesús podría llegar a comprometer, en algún momento, si no se lo detenía a tiempo, la tambaleante estabilidad de la sociedad judaica, lo que, en su visión, traería aparejada la represión romana contra los judíos, o cuando menos –pero no por eso menos importante- la pérdida de los privilegios saduceos por su inoperancia en garantizar el único servicio que el Imperio romano esperaba de ellos: la paz social.

             Los saduceos no creían en la inmortalidad del alma, ni en resurrección ni en ángeles, y ello se debe a que eran seguidores literales de la Torá y no admitían la autoridad de los profetas ni ninguna de las adiciones de la evolución posterior de la religión judía. Desdeñaban las enseñanzas y reglas instituidas por los fariseos y atribuidas a la “tradición”, pues reconocer estas fuentes de fe y de derecho equivalía a dar a los fariseos un poder que ellos pretendían reservado a sí mismos. No obstante, estaban obligados a contemporizar con los fariseos, debido a la enorme popularidad de estos últimos. Además de estas razones políticas, existían razones meramente sociales para sus posturas religiosas. Como dominantes oligárquicos con acceso a bienes y los goces de la vida mundana, los saduceos habían adoptado una visión epicúrea; pensaban que los placeres deben disfrutarse en esta vida, pues no hay otra, y desdeñaban toda forma de ascetismo.

            Los Fariseos eran, por el contrario, la secta de mayor arraigo y simpatía entre la población. Con el tiempo pasarían a constituir todo el judaísmo, pues los rabinos del Talmud se reconocen como sus descendientes. Pero en aquellos años no expresaban más que una parte del pueblo judío, si bien la más numerosa. No constituían una masa uniforme: estaban divididos en escuelas y corrientes diversas, aunque sin duda no eran el conjunto de hipócritas, mentirosos y ladinos personajes que nos pintan los Evangelios, escritos cuando ya estaba avanzado el proceso de separación del cristianismo respecto del judaísmo.  Que el principal blanco de los ataques de Jesús resulten ser precisamente los fariseos, no debe llamarnos a engaño,  pues la confección de los Evangelios coincide con la puja creciente entre los judíos seguidores de Jesús –llamados “judeocristianos”- y los fariseos anticristianos que pronto darían lugar al judaísmo rabínico.

            De hecho, Pablo se declaraba abiertamente fariseo, y muchos estudiosos opinan que Juan el Bautista y Jesús formaban parte de un movimiento renovador dentro del fariseísmo, cercano a las enseñanzas del gran maestro fariseo Hilel. Hace muchas décadas ha quedado descartada la hipótesis, popular en el siglo XIX, de que Jesús hubiese pertenecido a la secta esenia. Hoy parece indudable para muchos estudiosos, que por su formación y pensamiento habría sido un reformador fariseo, opinión que no compartimos.

            Dice Flavio Josefo: “Los fariseos viven parcamente, sin acceder en nada a los placeres. Se atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de más edad, ajenos a aquella arrogancia que contradice lo que ellos introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la voluntad del hombre, para que éste se incline por la virtud o por el vicio. Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel pero los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de todo esto disfrutan de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo perteneciente a la religión, súplicas y sacrificios, se lleva a cabo según su interpretación. Los pueblos han dado testimonio de sus muchas virtudes, rindiendo homenaje a sus esfuerzos, tanto por la vida que llevan como por sus doctrinas.”

           Como puede notarse a simple vista, sus doctrinas eran muy semejantes a las sostenidas por Jesús y los cristianos primitivos. Jesús aparece como cuestionador de ciertos aspectos del fariseísmo dominante, como el rígidos formalismo, el legalismo y el cumplimiento compulsivo de rituales de todo orden, pero no aparece como un enemigo de todas las doctrinas fariseas ni mucho menos. Una de las críticas de Jesús contra los fariseos coincide curiosamente con los reproches que hacían los saduceos: que aquellos, con su tradición y sus reglas interpretativas, habían distorsionado la Ley. Dice Jesús que el fariseísmo introdujo mandamientos de hombres en vez de los mandamientos de Dios.

          Dentro del fariseísmo había dos escuelas de gran vigor contemporáneas a Jesus: la Casa de Hilel y la Casa de Shamai, que seguian a dos rabinos rivales. Ambas escuelas compartían la fe en la Torá, los preceptos relacionados al Templo y los sacrificios, la forma de fijar las festividades del calendario y la creencia  en la inmortalidad del alma y en la resurrección de los muertos, pero diferían en muchas interpretaciones de la Halajá, es decir, del conjunto de reglas judías elaboradas por el movimiento fariseo a partir de la Torá (escrita) y de la tradición oral, que incluye 613 minuciosos “mitzvot” o mandamientos. Se puede caracterizar a estas dos Casas o escuelas como dos partidos dentro del fariseísmo: Hilel representaba los sectores más liberales, compasivos y dispuestos a una apertura; Shamai era el preferido de los conservadores, ortodoxos y cerrados.

             Es de señalar que entre los saduceos y los fariseos existía una pugna sorda que en algunos momentos de la historia anterior había sido tremendamente sangrienta. Bajo el reinado de a Alejandro Janneo, éste, apoyado por los saduceos, reprimió cruelmente las sublevaciones fariseas, matando a dos mil en una sublevación, ocho mil en otra y cincuenta mil en una tercera. Finalmente, crucificó a tres mil fariseos después de haberlos obligado a ver cómo degollaba a sus mujeres y sus hijos. Los reyes posteriores restablecieron a los fariseos, y los que eran particularmente inteligentes, como Herodes, aprovechaban la rivalidad entre saduceos y fariseos para fortalecer a un grupo y debilitar al otro según les conviniera. En tiempos de Jesús, saduceos y fariseos de clase alta habían arribado a un modus vivendi mutuamente conveniente, pero los fariseos pobres odiaban yd espreciaban furiosamente a los saduceos.

               El tercer grupo mencionado por Flavio Josefo no era numéricamente importante, constituía una ínfima minoría, pero se hacía notar por su fuerte valor simbólico y su fama de santidad: los esenios. Entre las muchas objeciones que pueden plantearse al intento decimonónico de emparentar a Jesús con esta secta, resalta el hecho de que Jesús defendía la importancia de la participación en la vida social mientras que los esenios se consideraban a sí mismos por completo apartados del mundo. Mientras Jesús se mezclaba con los pecadores, los esenios se autosegregaban para evitar toda contaminación; mientras Jesús defendía el matrimonio y reivindicaba a las mujeres, los esenios practicaban el celibato y eran profundamente misóginos. Más bien se asemejan a los posteriores anacoretas y monjes medievales y no al Jesús predicante que recorre los caminos llevando la buena nueva entre publicanos y prostitutas.

            “Los esenios –dice Flavio Josefo- consideran que todo debe dejarse en las manos de Dios. Enseñan que las almas son inmortales y estiman que se debe luchar para obtener los frutos de la justicia. Envían ofrendas al Templo, pero no hacen sacrificios, pues practican otros medios de purificación. Por este motivo se alejan del recinto sagrado, para hacer aparte sus sacrificios. Por otra parte son hombres muy virtuosos y se entregan por completo a la agricultura. Hay que admirarlos por encima de todos los que practican la virtud, por su apego a la justicia, que no la practicaron nunca los griegos ni los bárbaros, y que no es una novedad entre ellos, sino cosa antigua. Los bienes entre ellos son comunes, de tal manera que los ricos no disfrutan de sus propiedades más que los que no poseen nada. Hay más de cuatro mil hombres que viven así. No se casan, ni tienen esclavos, pues creen que lo último es inicuo, y lo primero conduce a la discordia; viven en común y se ayudan mutuamente. Eligen a hombres justos encargados de percibir los réditos y los productos de la tierra, y seleccionan sacerdotes para la preparación de la comida y la bebida.”

            El descubrimiento de los Rollos del Mar Muerto y las excavaciones arqueológicas del sitio de Qunram, que se considera un asentamiento de la comunidad esenia, consolidan la idea de que se trataba de comunidades de fieles varones, misóginos, apartados del mundo, seguidores de un antiguo "Maestro de Justicia", profesantes del desprecio del cuerpo y precursores de las órdenes monásticas.

                      En tiempos en que Jesús y su pariente Juan el Bautista eran niños, cobró ímpetu un cuarto grupo, que es en realidad una corriente dentro del fariseísmo: los zelotes. El primer líder destacado de este grupo, Judas, era también de Galilea y provocó serias convulsiones sociales. Dice Flavio Josefo: “Sus seguidores imitan a los fariseos, pero aman de tal manera la libertad que la defienden violentamente, considerando que sólo Dios es su gobernante y señor. No les importa que se produzcan muchas muertes o suplicios de parientes y amigos, con tal de no admitir a ningún hombre como amo. Puesto que se trata de hechos que muchos han comprobado, he considerado conveniente no agregar nada más sobre su inquebrantable firmeza frente a la adversidad; no temo que mis explicaciones sean puestas en duda, sino que al contrario temo que mis expresiones den una idea demasiado débil de su gran resistencia y su menosprecio del dolor. Esta locura empezó a manifestarse en nuestro pueblo bajo el gobierno de Gesio Floro, durante el cual, por los excesos de sus violencias, determinaron rebelarse contra los romanos.”

               Eran rebeldes nacionalistas, expresión renovada del antiquísimo nacionalismo judío, y se distinguían por la apelación al uso de la violencia. Aunque el fundador de este movimiento, Judas el Galileo, logró sacudir la región con una prédica subversiva -que reclamaba la soberanía de Dios, rechazaba el Imperio Romano y negaba el pago de tributos-, ese primer alzamiento terminó con dos mil judíos crucificados, preanunciando todos los fracasos posteriores de los zelotes, que llevarían al pueblo de Israel al precipicio. Flavio Josefo es especialmente duro con este grupo ya que los responsabiliza del fatal alzamiento judío que culminó con la destrucción del Templo por los romanos en el año 70 de nuestra era. Entre sus prácticas se contaban los atentados de diversa índole, incluyendo los asesinatos individuales de romanos llevados adelante por expertos manejadores de la “sica”, una pequeña daga de la que se deriva el nombre de sicario.

        Un punto en que el movimiento zelote se aproxima a Jesús es su reivindicación de los pobres y humillados. Entre los seguidores de Jesús hubo zelotes y también se nos cuenta en los propios Evangelios que algunos de los discípulos., como Pedro en el huerto de los Olivos, estaban armados. Sin embargo, Jesús no predicó jamás el nacionalismo estrecho de los zelotes ni propugnó el uso de la fuerza.  La trágica experiencia de su paisano Judas el Galileo debió impresionar fuertemente a Jesús, convenciéndolos de la inutilidad e inconveniencia de la lucha violenta e inclinándolo a abrazar un acendrado pacifismo.

           Constantemente los adversarios de Jesús intentaban emparentarlo con Judas el Galileo, y pretendían comprometerlo en el rechazo de la autoridad romana y del pago de los tributos: trampas que Jesús habitualmente eludía con éxito.

           Por fuera de estos grupos políticos, sociales y religiosos más o menos organizados, una parte del pueblo vivía sumida en la miseria y la ignorancia, producto de su profundo sometimiento: se los llamaba “Am haaretz”, “la gente de la tierra”, y eran campesinos pobres, esclavos y proletarios. Hacia ellos se dirigen algunas de las prédicas de los primitivos cristianos, como lo muestra la Epístola de Santiago, el hermano de Jesús.

3)    Juan el Bautista, Jesús y la quinta secta judía

        Aunque Flavio Josefo no menciona a los seguidores de Jesús como una secta judía diferenciada de las restantes, hay razones para afirmar que Jesús no pertenecía a ninguna de las cuatro sectas existentes, sino que se propuso fundar un movimiento diferenciado dentro del judaísmo de su tiempo.

          Los argumentos de quienes aseveran que Jesús no quiso fundar ninguna nueva religión sino reformar el judaísmo parecen sólidos y se sustentan en claros pasajes evangélicos, teniendo a su favor la interpretación misma de los primeros cristianos, a quienes más tarde se denominaría “judeocristianos”.

            No obstante, es indudable que, sin romper con el judaísmo de que era fiel creyente, Jesús sí se propuso constituir una secta o escuela independiente, que cuestionaba y controvertía algunas de las creencias sustentadas por las restantes sectas. Seguía en esto los pasos de Juan el Bautista, de quien podemos legítimamente considerarlo un discípulo superador.

         Como los zelotes, reivindicaba a los pobres contra los ricos, y en ello se distinguía claramente de los saduceos libertinos y de los fariseos opulentos. Como los fariseos, creían en la inmortalidad del alma y la resurrección, y rechazaba el materialismo epicúreo de los saduceos. Como los saduceos, cuestionaba el obsesivo ritualismo fariseo y su tendencia a instituir “mandamientos de hombres”. Como los esenios, veía con buenos ojos la comunidad de bienes y el desprecio de las riquezas. Pero las diferencias que mantenía con cada uno de estos grupos son tantas y tan profundas que es lícito sostener que formaba parte de un quinto movimiento naciente, cuyas características principales eran: la creencia en la inmortalidad del alma, la esperanza mesiánica, la visión apocalíptica, el rechazo de las riquezas, la reivindicación de las mujeres, la exaltación de los pobres, el rechazo del mercantilismo del templo, la defensa del matrimonio, la inserción social plena en vez del apartamiento, la prédica utópica del reino de los cielos, la condenación de la violencia, el desprecio por el poder temporal. Las doctrinas de Jesús aparecen como expresión  de un espiritualismo que no obstante no rechaza ni contrapone lo corporal, y una religiosidad que no renuncia a modificar la realidad social pero desconfía profundamente del Estado, una suerte de anarquismo que busca liberar al hombre de las cadenas de las falsas creencias, la idolatría y el culto al dinero y al poder.

viernes, 2 de octubre de 2020

CÓMO VINO EL GOLPE DE 1976: TERRORISMO DE ESTADO Y SEGUNDA RESISTENCIA- recuerdos de Fernando "Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin


 



Por Fernando "Pato" Galmarini, reportaje por Javier Garin



                    

         -Con tu ida y la de otros compañeros a la JP Lealtad, ¿tuviste inconvenientes con Montoneros?

         -Fueron momentos duros, difíciles, por varios motivos. Uno, porque nos estábamos separando de compañeros a los que queríamos mucho por haber iniciado hacía años una trayectoria política común. Por otro lado, a pesar del cariño que les teníamos, nos dábamos cuenta de que eso no daba para más por los motivos que expliqué. Sufrimos algunos aprietes. Marcela en ese momento tuvo que afrontar una muy dura apretada de uno de los jefes de la organización. Entre muchos otros que padecieron situaciones similares. La historia cuenta de juzgamientos internos por traición, y desde ya amenazas de venganza por haber abandonado la orga. La cosa no venía fácil. No largamos los fierros inmediatamente porque temíamos las represalias. No era un juego, era en serio la cosa. No sabías si te mataba la triple A, los Montoneros, la cana, los servicios…

         -¿Iniciaste una actividad política abierta?

         - Sí. Muchos nos fuimos a vivir y hacer política en nuestros territorios. Fue en ese año de la muerte de Perón, pleno 1974, que hice mi bautismo de fuego como orador en un acto en San Isidro, donde también fueron oradores Norberto Gavino, sobreviviente de los fusilamientos de 1956, y en ese entonces intendente de San Isidro, el Negro Campos, intendente de San Martín vinculado a los metalúrgicos, y más tarde asesinado por Montoneros, y Abel Varela. A mucha gente del peronismo la conocía por jugar en Acasusso.

                   -¿Todavía seguías jugando al fútbol?

                   - Sí, pero ya me estaba despidiendo: recuerdo que en esos meses borrascosos de 1974, con los muchachos de Acassusso, jugamos de sparrings de la Selección Nacional. Con los años yo iba a conocer muy de cerca a algunos de los cracks de esa Selección, que no anduvo bien en el Mundial de Alemania, pero que eran grandes jugadores: Perfumo, Wolf, Fillol, Babbington, Brindisi, el “Hueso” Rubén Glaría (un amigo; años más tarde sería el primer Intendente de José C. Paz, cuando Duhalde,  siendo gobernador, dividió el distrito de General Sarmiento).

                -Hay una anécdota que siempre comentás de Perón poco antes de morir, hablando de fútbol…

                -Ah, sí. El que me la contó es justamente el Hueso Glaría al tomar unas gaseosas al final de uno de esos partidos. Contó que  lo visitó a Perón con otros jugadores de San Lorenzo y de otros clubes, algunos de los cuales iban a viajar a Alemania para jugar en el Mundial. Habían sido invitados a la casa de Gaspar Campos por Rucci. Después de un larguísimo introito de Perón, donde habló de ecología, de geopolítica, de todos los tópicos que solía tocar por esa época en todas sus reuniones, y que los jugadores a duras penas entendían, dice que Perón les preguntó quiénes iban a Alemania como mundialistas. Estaban el Ratón Ayala, el Hueso y algunos otros seleccionados. Perón les advirtió: “Tengan cuidado con los holandeses”. Y todos los jugadores pensaron que los estaba cargando, que el Viejo no entendía un joraca de futbol. ¿Los holandeses? ¿Y desde cuándo sabían jugar los holandeses? Antes del Mundial hubo un amistoso en Amsterdam donde los holandeses nos ganaron cuatro a uno. Vino el Mundial y fueron la gran sensación. El día que jugaron con Argentina nos pasaron por arriba, nos aplastaron cuatro a cero. “¡Ahí nos acordamos lo que nos había dicho el Viejo y que no le habíamos dado ni cinco de pelota!”, decía el Hueso (Risas).

         -Yo era chico y recuerdo ese partido. Me quedó grabado en la retina. Las camisetas “grises” holandesas, porque no había televisión color para ver el naranja, eran como una ola. Se defendían todos juntos y atacaban de golpe todos juntos también. Una pesadilla.

         -Bueno. Así era Perón. Siempre informado de todo. Acá algunos giles lo subestimaban.

          -En esos años entre la muerte de Perón y el golpe de Estado, ¿ocupaste algun cargo?

                - Sí –responde el Pato-. Yo estuve en dos lados. Primero en el Mercado Central de Buenos Aires en la Ricchieri. El Mercado había sido una idea de Perón ya en los años cincuenta… Como yo venía estudiando comercialización, y laburando en empresas de alimentación, me metieron ahí. Pero un día me encontré con Alejandro Yebra, que había sido técnico de la Selección Argentina de Fútbol con Cesarini, y me invitó a participar en el Gobierno en el área de Deportes. Era periodista deportivo. Fui a trabajar con él a la Secretaría de Turismo y Deporte. ¡Y ahí me pegué un embale!… ¡todo me gustaba! En medio del quilombo… Porque era todo un quilombo que seguía creciendo. El Secretario de Turismo y Deporte era el Coronel Adolfo Philippeaux, que se había sublevado en La Pampa en el 56, y que ahora, veinte años después de aquella sublevación, al ver que pasaban sobrevolando los aviones golpistas, subía a la azotea de Acción Social y les tiraba con su pistola reglamentaria. Bajaba, y estaba más tranquilo: había tiroteado un par de aviones (Risas).

           “Isabel hacía lo que podía…y no podía mucho. Era común enterarse por los diarios de los atentados políticos. Justo en el Ministerio donde yo trabajaba había estado López Rega hasta un tiempito antes de ingresar yo. López Rega manejaba la Triple A o una parte de ella, y era uno de los responsables de esa violencia con bandas parapoliciales que se había instalado. Pero ya no quedaba nadie de su gente en el Ministerio. Al “Brujo” lo rajó el movimiento obrero después del “Rodrigazo”, que fue un conjunto de medidas económicas muy perjudiciales para los trabajadores. Yo estuve en la plaza, cuando los laburantes pidieron su cabeza. Fundamentalmente las 62 organizaciones, con Lorenzo Miguel al frente… Hubo una enorme movilización para rajarlo al brujo, abiertamente enfrentado al sindicalismo. ¡Lo que lo putearon ese día! No le quedó otra que renunciar, con todo el poder y la triple A y los fierros y las bandas armadas que tenía. Por eso, cuando el movimiento obrero se para de mano, no hay violencia que valga. Y esta movida hay que reconocérsela a Lorenzo. Fue una movida muy polenta, pero tardía, para salvar, no sólo al gobierno, sino a la democracia. Isabel intentó mantenerse en el gobierno, y a pesar de los aprietes militares, se negó a renunciar. Los milicos no podían permitir una salida institucional, y estaban decididos a volver por todo y por todos. Creyeron que era la oportunidad de destruir de una vez al peronismo al haber muerto su creador

         -Cuando viste que se venía el golpe, con toda esa militancia previa que te comprometía, ¿pensaste en irte del país?

           -La verdad que no. El 23 de marzo de 1976 trabajé como habitualmente en la Subsecretaría de Deportes. Esa noche, mientras yo dormía, se llevaron detenida a la Presidenta en un helicóptero, y se inició una época nefasta en la que perdí muchísimos amigos, compañeros y ex compañeros, y en la que mi familia y yo pasamos situaciones muy jodidas. Claro que a otros les fue mucho peor. Yo estoy para contarla.

            “Me acuerdo exactamente cuatro días antes del golpe. Estaba en la casa de un compañero de San Isidro viendo el partido de la Selección contra la Unión Soviética, que se jugó bajo la nieve. Luis Belaustegui me hablaba de la posibilidad del golpe y yo no oía, o, como muchos de nosotros, no quería oír. Quería ver el partido. Ganó Argentina con gol de Kempes y una gran actuación del “loco” Gatti. El mismísimo día del golpe jugó Argentina contra Polonia y también ganó con goles de Houseman y de Scotta. No éramos conscientes de lo que se venía”.

                       "El vacío que produjo la muerte de Perón se sintió profundamente. Era una tarea sobrehumana soportar las tensiones que  inclusive a Perón le había resultado difícil contener y canalizar, agravadas por los efectos sobre la Argentina de esa etapa de la Guerra Fría en que las superpotencias desarrollaban su partida sobre el tablero del mundo usando a los pueblos como fichas."

             - El golpe de 1976 ya estaba previsto antes de que regresara la democracia. En Estados Unidos y en los círculos de la dictadura militar argentina se evaluaba con razón que impedir el regreso de Perón era imposible. Tomaron como táctica dar un paso atrás, dejar la escena a Perón y prepararse para boicotear su gobierno y dar un nuevo golpe de Estado que vendría por todo. Perón lo sabía y muchas veces advirtió a sus partidarios, y en especial al sector juvenil, que había una avanzada imperialista en América Latina –Banzer en Bolivia, dictadura militar en Brasil, golpe de Pinochet en Chile, un Perú jaqueado, golpe blando en Uruguay- y eran momentos de andar con cautela ¿Te parece que Perón no fue escuchado cuando advertía sobre este peligro? 

          -No. Muchos no lo escucharon, tal vez consideraron poco heroico cuidar la democracia y terminaron equivocando el camino. Lamentablemente a derecha e izquierda le hicieron el juego al golpe de Estado.

         -¿Era la teoría del “cuanto peor, mejor”?

         -Claro. Y cuando vino la represión ni se detuvo ni se limitó a los que estaban o estuvieron con el fierro en la mano: encarcelaron dirigentes gremiales y políticos. Intervinieron la CGT, los sindicatos, el PJ. Secuestraron, torturaron y desaparecieron compañeros a mansalva. La guerrilla –que además ya estaba militarmente derrotada cuando se produce el golpe- sirvió de excusa. El golpe fue contra el peronismo, como expresión de la democracia y la soberanía popular. Venían a hacernos pelota.

              -¿Y cómo repercutió eso en tu vida?

         -En esa época hacía un tiempo que vivía con Marcela Durrié. Fue a ella a la que vinieron a buscar una noche, no a mí. Primero fueron a la casa de mi madre. Los del Falcon subieron al departamento de mamá, en Rivadavia 195, San Isidro, con el portero. Quisieron que les dijera dónde vivíamos. Ella se hizo la tonta: “estos jóvenes, ya ni se acuerdan de visitar a la familia”, y no les informó nada. Igual alguien habrá hablado, porque varios en el vecindario sabían que Marcela estaba empleada en un sanatorio a media cuadra, y los del grupo de tareas fueron a buscarla allí, pero no la encontraron. Después fueron al Hospital de Niños de San Isidro, otro lugar en el que hacía guardias una vez por semana, y al no encontrarla tampoco, lo apretaron al Director, que se portó como los dioses, tampoco les dijo nada, se hizo el boludo. Y la verdad es que si la encontraban era boleta. Y si nos encontraban juntos, era boleta yo también. Ya vivía mi tercera hija y la primera con Marcela: Malena. Mi vieja, pobre, tuvo la iniciativa de venirse a casa en un taxi para avisar que nos estaban buscando.  “Si la siguieron, estamos listos”, pensamos con Marcela. Y nos rajamos de inmediato. Le avisé nuestro raje a un amigazo, un vecino profesor de judo, Angelito Stamboulis, y le pedí que por las noches encendiera las luces de casa, para que no nos vinieran a afanar durante la ausencia. Ángel era, además de profesor, gendarme.  Me dijo que iba a moverse y contactar gente para sacarnos de la situación en que nos encontrábamos.

         -¿Y dónde se rajaron?

         -Caminábamos mucho y dormíamos donde podíamos y, algún tiempo, lo pasamos en la zona de studs de San Isidro, donde nos cuidaban vareadores amigos, peronistas de ley. La otra vez una de mis hijas vio la película “Infancia clandestina” y me dijo que le hacía acordar algunos momentos de lo que vivimos en aquellos años.

         -¿Fue en esa época que perdieron un bebé?

         -Así es. No recuerdo exactamente las fechas, pero habrá sido por esos días que estábamos rajados y buscábamos refugio donde podíamos. Y había en San Isidro un matrimonio con hijos, unos militantes que habían pasado por la JP y luego por la JP Lealtad, y les fuimos a pedir de pasar un día o dos allí. Marcela estaba embarazada de nuevo, después de haber tenido a Malena, y era un embarazo reciente. La cuestión es que estos que creíamos compañeros se julepearon y nos dijeron que no, que no nos iban a recibir. Hoy uno puede entender el miedo que tenían, pero en ese momento fue un golpe muy duro, y fue tanto el disgusto de Marcela que ahí nomás, en la puerta de la casa de esta gente, tuvo un aborto espontáneo y perdió el bebe. Sólo nos detuvimos para que ella se higienizara, lógicamente ella era médica, sabía lo que había que hacer, y sin pedirle más nada a esta gente, nos fuimos.

         -Una situación terrible.

         -Bueno, eso ejemplifica un poco el momento que se vivía. Cada tanto llamábamos desde un teléfono público a  Angelito por novedades. Un día nos citó en la estación San Isidro. Fuimos. Nos cuenta que había estado tratando de tomar contacto con capos de un grupo de tareas que operaba en la zona, para explicarles que nosotros éramos buena gente.  Y me dice: “Pato, esta noche vienen cuatro de esos tipos a casa. Quieren hacerles preguntas. En realidad, es con Marcela con la que quieren conversar”. Nosotros estábamos muy complicados. No éramos clandestinos, no teníamos dónde ir, acabábamos de pasar por esto que te cuento, y Marcela me dice: “Vamos, Pato, Angelito es una garantía”. Así que esa noche estábamos en casa de Ángel, con él y su mujer María Rosa, esperando.

         -Qué momento.

         -¿Qué te parece? Al rato caen los tipos. De sólo mirarlos ya nos daba repugnancia: seguro que habían secuestrado, torturado y matado a amigos nuestros. Nos sentamos en el comedor. Por la ventana se alcanzaba a ver nuestra casa, que quedaba enfrente. El represor que llevaba la voz cantante (al que después bautizamos “Coquito”) era un gordo grandote y usaba una polera, aunque casi no tenía cuello. Coquito empezó el interrogatorio. Todas las luces estaban apagadas, menos una lámpara en el centro de la mesa que apuntaba a los ojos de Marcela. Coquito estaba del lado de la sombra. Los tres acompañantes junto a él. Yo estaba a un costado, con Ángel y su mujer. “¿De dónde sos, qué hacés, dónde trabajaste, dónde militás?” Pensá que estos cuatro tipos estaban interrogando a una pendeja recién recibida de médica y madre primeriza. Era muy difícil. Yo empecé a sentirme ansioso y me quise meter en la conversación para distender un poco. Me cagaron de un grito: “¡Silencio! Con usted no es. No rompa las bolas, después hablamos con usted”. Y siguió el interrogatorio como dos o tres horas más. Insoportable. Al final el gordo Coquito le dice a Angel: “No tengo las cosas claras. Ella nos va a tener que acompañar”. Yo protesté pero Marcela dijo: “Está bien, yo voy”.  Y Coquito: “Bueno, señora: la vamos a meter en el baúl, la vamos a llevar”. En ese momento reaparece en el comedor la mujer de Ángel, María Rosa, que había salido un instante, y le dice a Coquito: “Vos no te la llevás nada. Ella no va a ningún lado. El compromiso era que los interrogabas, pero no que te llevabas a alguien. ¡Acá se hacen las cosas como habíamos establecido!”. Menos mal que se plantó porque, si no, no sé cómo terminaba la cosa. Seguro que mal. Si en ese momento te chupaban, estabas jodido. Coquito le reclamó a Ángel que parara a su mujer, y al fin terminó comprometiéndose a no llevar a Marcela ni voltearnos la casa; harían una investigación complementaria y un nuevo interrogatorio allí mismo en tres o cuatro días.

         -¿Y se animaron a volver?

         -No teníamos otra. Nos volvimos a encontrar en lo de Ángel. Los tipos tenían el prontuario completo de Marcela. Lo único que parece que no sabían era su paso por Montoneros. Ella les había hablado de la Juventud Peronista, de la militancia universitaria y de su opción por la JP Lealtad.  “Está bien: no nos mintió”, explicaron.

“Zafamos gracias a Ángel y su mujer. Ellos  no eran militantes ni héroes ni nada parecido. No eran unos supuestos “tipos comprometidos” como los otros que nos rajaron de la casa. Sólo eran unos buenos vecinos, gente buena y valiente. Mis chicos varones lo conocieron a Ángel, porque nosotros seguimos siendo vecinos muchos años, y tanto Sebastián como Martín practicaron judo con él. Ya falleció.

-¿Y qué hicieron después?

-Volvimos a nuestra casa. Sentíamos un poco de cagazo, pero no teníamos otro lugar donde vivir: necesitábamos estar en familia, cuidar a Malena, que era muy chiquita, trabajar… Después de unas semanas, nos fuimos tranquilizando, pero una madrugada de verano de 1977, a eso de las 5 de la mañana, golpearon la puerta. Nos levantamos de un salto: “¡Vinieron a buscarnos!”, dije. ¿Qué íbamos a hacer? Había que abrir y ver. A pocos metros de nosotros dormía Malenita. Por la mirilla de la puerta no se veían autos ni gente. Si abría, ¿me encontraría con la cana? No quise quedarme con la duda y abrí despacito, despacito, preparado para responder a algún ataque. El tipo que estaba sentado en el jardín se puso de pie. Casi me caigo de culo: era mi amigo Quique Padilla, que acababa de fugarse de la cárcel. Entró a la casa sin saludar y nos dimos un abrazo. Después se tiró al suelo señalándose los pies: “Los tengo hechos mierda”. “Parecen dos pizzas”, dijimos. Mientras Marcela lo revisaba, él nos contó que llevaba un año preso en La Plata. Quique era sociólogo, de gran formación, y había sido un cuadro de la JP Lealtad. Su padre, gran peronista, fue de los primeros suboficiales de la Fuerza Aérea creada por Perón. A Quique lo habían detenido antes del golpe, y por eso se salvó, ya que estaba “legalizado”. “Pero me cansé de estar adentro -dijo-. El día que rajé me habían comunicado que mi condena sería de 15 años”.

-¿Y cómo pudo fugarse?

-En esas semanas había mucho fútbol de verano. Quique convenció a no sé qué autoridad del penal de permitir a los presos políticos ver un Boca-River por la televisión. El se comprometió a cebar mate para todos. Durante el partido, en alguna jugada que los distrajo, se tiró desde un segundo piso y se fugó. Necesitó siete horas para llegar a gamba desde La Plata. En el camino, en la Confitería  de Cabildo y Juramento, se encontró con su padre que le llevó sus documentos. Luego siguió viaje hasta nuestra casa. ¡Menos mal que nosotros habíamos regresado a vivir allí! Sus pies estaban destruidos por la caída y la caminata. Fueron tres días buscando hielo entre los vecinos para llenar un balde y deshincharlos. Entretanto, con otros amigos, encontramos la manera de que saliera del país. Partió en un camión de verduras del mercado concentrador de San Isidro: primero a Uruguay y después a Brasil, entre lechugas y tomates. Más tarde, no sé cómo, llegó a París. También estuvo un tiempo refugiado en casa otro compañero perseguido, Dante Oberlín, hasta que logró salir del país y terminó exiliado en Suecia.

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

Triunfo del Frejuli, Ezeiza, asesinato de Rucci, muerte de Perón. Reportaje a Fernando "el Pato" Galmarini, por Javier Garin.

 



 por Fernando "el Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



                 -En marzo de 1973 la fórmula del Frejuli triunfaba en las presidenciales. Aunque por muy poco no se alcanzó el 50 por ciento de los votos, el radicalismo, que salió segundo, renunció al ballotage y así quedó consagrado Cámpora. Si bien la lucha popular había sido por la vuelta de Perón, el peronismo levantaba la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder. ¿Cómo lo recordás?

                   -El 25 de mayo, día del cambio de gobierno, se acabó la clandestinidad para mí: dejé de ser Lucas y volví a ser Fernando Galmarini –dice el Pato. Y aclara-: Se acabó más o menos, porque se vivía un clima de mucha violencia y tensiones, y, aunque ya no estaba clandestino, teníamos que cuidarnos mucho.

               "Los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron impregnados de euforia, algarabía y un desorden que a muchos les parecía consustancial con un tiempo de cambio: se liberaba a los presos políticos, los edificios públicos eran ocupados por trabajadores y militantes, las marchas y movilizaciones permanentes provocaban caos en el tránsito. 

             -Pero el desorden no sólo inquietaba a sectores conservadores: también a Perón, que seguía los acontecimientos desde Puerta de Hierro con un disgusto creciente. Cámpora tuvo que viajar a Madrid a dar explicaciones sobre el rumbo que iban tomando los acontecimientos. ¿Esto era expresion del "quilombo interno" que vos mencionabas anteriormente y que ya se daba al interior de las organizaciones?

                 -En las filas de “la Tendencia”, en las que yo aún militaba –recuerda el Pato-, el comentario que bajaba desde la conducción era que el Viejo estaba “mal  informado”, que estaba “operado por la derecha del movimiento” (los sindicatos y los sectores ortodoxos) y después llegaron a decir que estaba “cercado”, y por eso adoptaba, según ellos, posiciones conservadoras. Que no eran tales, sino que eso era lo que la Tendencia quería ver.

            - Vos, ¿estuviste en Ezeiza, cuando regresó Perón el 20 de junio de 1973 y se produjeron esos enfrentamientos armados que impidieron que Perón se juntara con su pueblo?

            -Sí, sí, sí…. Te macanearía si te puedo aportar algo más de lo que todo el mundo sabe, de la puja entre el palco y las columnas de Montoneros, y el tiroteo que se armó. Allí se fue profundizando cada vez más la brecha, y ya había muertos que no los había ocasionado la dictadura –supuestamente- sino un enfrentamiento entre sectores que se decían parte del mismo movimiento, en el cual se habían infiltrado los mismos que habían sido desalojados del poder, esperando generar caos para hacer naufragar al gobierno popular y regresar. Leonardo Favio, que estuvo en el palco como todos sabemos, me contó más de una vez que estaba lleno de gente armada que él no reconocía ni sabía a quién respondían. Ahí metía la cuchara Osinde y otros personajes que sí eran de la derecha peronista, pero yo creo que además hubo mucho infiltrado que directamente venía de las fuerzas armadas derrotadas. Los servicios no se fueron nunca. Esto hay que tenerlo presente. Se fue la dictadura, pero los servicios seguían metidos en todos lados y después todo esto lo personificamos en la figura de López Rega, pero era algo mucho mayor a su persona, aunque haya sido una figura central de ese proceso. Por otro lado, también desde las organizaciones armadas se contribuyó a ese clima de violencia que conspiraba contra el éxito del Gobierno. Centenares de miles de peronistas se movilizaron para esperar a Perón. Fue una de las movilizaciones más gigantescas que se recuerden. En los alrededores del aeropuerto, alrededor del palco desde el que estaba previsto que el General saludara a su pueblo, se produjo una batalla campal. Yo marché con compañeros de la Tendencia y no había llegado al punto más caliente cuando se desataron los hechos. Después vi imágenes terribles: un muchacho que era izado por los pelos al palco, tiradores que apuntaban desde allí mismo a las columnas de la Juventud Peronista, otros que se parapetaban como podían, balas que nos silbaban cerca de nuestras cabezas.  En nuestras filas también había gente armada, y supongo que los que estaban en el lugar de la refriega, si tenían fierros, los habrán usado. En las organizaciones era vox populi que ese día seguramente habría enfrentamientos con la derecha del movimiento, de modo que estábamos preparados para el zafarrancho, aunque no imaginábamos la dimensión que iba a cobrar. Perón tuvo que aterrizar en Morón: se temía un atentado contra su vida. Poco tiempo más tarde, Cámpora presentó su renuncia y convocó a nuevas elecciones, en las que, al fin, concluiría la proscripción de Perón. La inmensa mayoría del pueblo pensaba que sólo él podía devolver orden al país y al movimiento.

                  “Toda esta división se termina de cristalizar cuando al año siguiente Perón llama a la Plaza por el primero de mayo y les dice a las columnas montoneras, que lo cuestionaban e insultaban a Isabel: “Estúpidos, imberbes”… Ese día fue el final de todo. En el medio, Rucci... A Rucci, Perón lo debe haber querido personalmente mucho, y políticamente le era muy necesario por su papel en el movimiento obrero y en la unificación de la CGT, así como en el Pacto Social que proponía Perón como un eje de gobierno.

               -Cabe recordar que Rucci tuvo un papel protagónico en la unificación de la CGT hasta poco antes dividida, y permitió armar una sola confederación, como quería Perón, que fue poderosa. Y él, al frente, le sostuvo el Pacto Social, junto con Gelbard, el Ministro de Economía, hombre proveniente de la Confederación General Económica, del empresariado nacional, y ese Pacto Social era la pata principal del plan económico de Perón, lo que le permitió recuperar el camino del crecimiento, frenar la inflación y tener pleno empleo.

                  -Así es. Sin duda fue un golpe muy grande para él, en lo personal y en lo político, el asesinato de Rucci –continúa el Pato-. Y en esa Plaza del primero de mayo de 1974 lo vuelve a reprochar de  en forma indirecta, al decir que los sindicatos “han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento..."

              -La oportunidad de ese crimen subraya el carácter de provocación que tuvo. Recordemos que ocurrió dos días después de haber ganado la elección de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos, con casi el mismo porcentaje que había sacado en la histórica elección del año 54. 

               -Fue una tocada de culo increíble a Perón –reconoce el Pato-. Fue ahogar en sangre el triunfo y la oportunidad de pacificación que se abría. Tengamos presente que Rucci no fue el único gremialista asesinado: hubo numerosos casos, desde Augusto Vandor, José Alonso, Rogelio Coria, Dirk Klosterman, Atilio López, hombres de distintas características pero todos provenientes del movimiento obrero y de mucho protagonismo en él. Pero lo de Rucci fue especial por la significación que tuvo. Rucci era un tipazo: no sólo masacran al dirigente de la CGT, sino a un peronista leal, un cuadro político y un hombre de la máxima confianza de Perón.

              -¿Lo conociste?

           -Sí. Aunque no lo había tratado mucho, yo conocía a Rucci, había conversado con él alguna que otra vez. El que me lo presentó fue el cura Mugica, que lo trataba con frecuencia, igual que a Lorenzo Miguel, a quien visitamos en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Rucci me había impresionado como una persona franca, un luchador sindical, un hombre surgido de la resistencia. Cuando me enteré que lo masacraron, mi primera reacción fue culpar a los servicios extranjeros, a “la derecha”, etc. Pero después comprendimos que las balas habían salido de otro lado. Recordamos la consigna que se cantaba en las manifestaciones de la Tendencia: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. La muerte de José Rucci fue un tiro al corazón de Perón.

              - Era la teoría de: “para negociar con Perón, tirémosle un cadáver en la mesa.” ¿Vos en ese momento seguías en Montoneros?

             -Estaba ya ayudando a formar la JP Lealtad. Nada de esto tuvo un día, fueron todos procesos. Un largo proceso de charlas, de puteadas, de discusiones.

               “Recuerdo que hubo una fuerte puja por el nombre que acompañaría a Perón en la fórmula para las presidenciales después de la renuncia de Cámpora. En la Tendencia se temía que esa puja la ganara “la derecha”: así se nombraba tanto a la conducción sindical como a una parte de la rama política y a un sector que rodeaba a Perón, cuya figura emblemática era José López Rega, su secretario personal y ministro de Bienestar Social, a quien muchos sindicaban con fundamentos como un tipo ligado a la CIA, como un agente de la CIA. Existe el comentario de que incluso Perón lo habría utilizado a “Lopecito”, como lo llamaba, para hacerles saber a los yanquis lo que él quería que supieran. Pero aclaremos que, más allá del justificado odio hacia López Rega, había una idea muy sectaria de que todo lo que no era “montonero” era “derecha”, incluido Perón. Lo mismo sucedía con la derecha, que no eran precisamente “nenes de pecho”, y en cuyas filas también había metida gente de los servicios y de las Fuerzas Armadas: todo lo que no les reportaba, para ellos eran “zurdos” y había que eliminarlos. Para muchos de estos sectores había que alimentar un quilombo permanente, porque en definitiva trabajaban para un nuevo golpe de Estado. La Tendencia quiso evitar que el vice fuera un peronista, porque sabía que en ese caso Perón elegiría uno del otro sector. Por eso, argumentando la necesidad de la unidad nacional, se presionó a favor de la fórmula Perón-Balbín, y también en algún momento se insistió con colarlo a Cámpora, a pesar de que Perón le había pedido la renuncia. El intento fracasó.

         -¿Pensás que con Balbín como vice en vez de Isabel hubiera cambiado algo?

         -Mirá. Todos comprendían que Perón estaba viejo y enfermo. Si –como de hecho ocurrió- el General moría durante su mandato, ¿qué suerte correría un sustituto radical, obligado a hacerse cargo del Poder Ejecutivo en un gobierno peronista cruzado por un millón de quilombos internos? Por eso, no acuerdo con quienes creen que ponerlo a Balbín hubiera solucionado algo en medio de semejante inestabilidad. Ni Balbín, ni Isabel, ni nadie quizás, podrían haber conducido eficazmente todo este despelote después de la muerte de Perón, no se trataba de un nombre o de otro. Si a Perón, que era el gran conductor del país, le había costado la vida intentar encauzar la situación política, es ilusorio pretender que Balbín lo hubiera conseguido. También es injusto demonizar a Isabel como se ha hecho. Isabel no era sólo la esposa de Perón, sino también su compañera de lucha política, que se había formado a su lado durante el prolongado exilio, y a la cual Perón había otorgado misiones de responsabilidad cada vez mayor. Ya volveremos sobre esto. Como sea, al fin se eligió a Isabel como compañera de fórmula, y para la Tendencia fue una derrota. Aunque en principio se evitó expresar públicamente la decepción, en las reuniones hacia adentro se sinceraba. Estábamos peleando contra una decisión avalada por Perón.

              Era una fuerte tensión interna. Sentíamos que habíamos hecho mucho para que Perón volviera al país, de modo que yo, en virtud de los lazos de solidaridad con tantos compañeros, me sentía tironeado en un sentido. Pero la verdad es que todos sabíamos que cuando Perón llegara a la Presidencia, el que llegaría no era un personaje más, sino el jefe del Movimiento Nacional Justicialista. Y teníamos que seguir sus instrucciones, su conducción. Nunca hubo un doble comando. Para el pueblo argentino había sólo una conducción. Cuando él empezó a hablar con el pueblo argentino dijo que volvía a reconstruir la Argentina en paz. “Bueno, muchachos –nos dijo-, ya pasó una etapa”. Se refería a la etapa de la Resistencia. “Ahora viene la etapa de la reconstrucción”. Y era una reconstrucción que evidentemente no se podía hacer ni a los palazos, ni a los gomazos, ni menos a los tiros. Perón dijo en ese momento que lo más destruido que tenía la sociedad argentina no eran ni sus fábricas ni sus calles, sino el hombre. Y teníamos que reconstruir al hombre argentino. La palabra del conductor pesa. Pesó sobre mí: aunque durante un tiempo me esforcé por mantener mi militancia en la “Tendencia” y la lealtad a Perón, paulatinamente esa situación se fue definiendo. Y como yo muchos. Y así fue naciendo la JP Lealtad.

              - ¿Quiénes eran la Lealtad?

               - No hubo un grupo de Lealtad. Hubo Lealtades por todos lados.

               - Pero algunos que motorizaban… Por ejemplo, el padre Galli, el cura que vos mencionaste.

             - Sí, Jorge Galli. Motorizaba mucho. Quique Padilla, un tipo que fue muy amigo mío, que se fue al exilio, después volvió y lo mataron en la puerta de su casa choreándole. Otro de nuestro grupo era el diputado Nicolás Gimenez. Otro, Dante Oberlín. Otra, Marcela Durrieu. Otro, Alejandro, Peyrou.  Otro, Ramón Canalis. Y muchos otros, no terminaría nunca de nombrarlos. Pero este era sólo un grupo, uno de los tantos que se referenciaban como JP Lealtad. A simple título de ejemplo, te puedo mencionar el grupo donde estaba Jorge Obeid, que fue de la Regional Santa Fe de la JP y con los años llegó a gobernador de su provincia. Pero hubo tantos grupos…  Se fueron armando en distintos puntos del país, hasta por necesidades del propio proceso, distintas JP Lealtad para irse de Montoneros o de otras agrupaciones cuando se enfrentaron a Perón y entroncar con el peronismo leal a Perón.

            -He oído el testimonio de que el Viejo, lejos de pretender eliminar a Montoneros mediante la represión parapolicial, como algunos le adjudican, quería vaciarlos políticamente, desautorizarlos y quitarles la gente por lo bajo, hasta que la conducción montonera quedara sin sustento. ¿Esto puede entroncar con el proceso de alejamiento que vos describís?

                -Es posible que algo de eso hubiera. Alguna bajada de línea. Porque vos fijate. El sindicalismo estaba furioso con Montoneros, no sólo era una disputa de poder, sino también la calentura por el asesinato de dirigentes obreros, por lo de Rucci. Las broncas inter-movimiento eran cada vez peores. La bronca del sindicalismo contra Montoneros dura hasta hoy. El sindicalismo había sido atacado y también respondía. Con un tiro más o un tiro menos, no lo sé. Pero para Montoneros el sindicalismo era la “burocracia sindical” mientras que para Perón era la estructura central del peronismo, su creación más importante. Por eso es que hoy día, todavía, la dirigencia del movimiento obrero "no perdona" la agresión montonera. Hubo, como se dice ahora, una “fractura", una “grieta” de la que es difícil "hablar", porque a mí me ha pasado con íntimos, muy amigos, del movimiento obrero, que no entienden razones, ...y desde sus puntos de vista, tienen motivos para este rechazo visceral. Otros  son más abiertos. Yo con Lorenzo Miguel, por ejemplo, tuve una relación especial, Lorenzo me salvó en cierta forma. Yo no sé cuánto entendía de quienes veníamos de la juventud; pero era capaz al menos de conversar. Y sin embargo, a pesar de todo ese rencor, a los que veníamos de la lucha armada a través de la JP Lealtad nos abrieron los brazos desde el movimiento obrero cuando decidimos alejarnos de Montoneros. Alguien les habrá dicho: “a los muchachos que se van de Montoneros hay que darles manija, hay que tratarlos bien”. Perón les debe haber dicho: “muchachos, no sean hijos de puta. Todo lo que llegue acá, abran los brazos y tráiganlo”. Los textiles, Lorenzo Miguel…

               -¿Creés, entonces que hubo algún pedido o bajada de línea para recibir a los cuadros que se fueran de Montoneros?

                - No tengo ninguna duda. A nuestro grupo de la Lealtad el sindicalismo nos recibió con los brazos abiertos –dice el Pato-. Adelino Romero, Secretarío General de los textiles y de la CGT, Manolo Pedreira, otro hombre importante de los textiles, y tantos otros de sectores sindicales y algunos de sectores políticos, nos dieron cabida. Textiles en ese momento era un pedazo interesante del sindicalismo. Y nos recibieron, como reyes. Y, en realidad, alguien les habrá dicho “que se queden estos, así no rompen más las pelotas”. Hoy miro esto a la distancia. Fuimos a varias reuniones en Solís e Independencia, donde todavía tienen lo que era entonces la sede central de la Asociación Obrera Textil.

                  -Volviendo a la Plaza del primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”…

                 - Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón. La siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía sufriendo el plan económico. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…

                   -¿Cómo  viviste la muerte de Perón?

                   -Todo el mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había desmejorado mucho por el viaje que hizo a Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado, cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables, como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”. Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo, mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera. Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.

         -Cuando murió Perón –dice Javier- yo tenía diez años, y recuerdo nítidamente, como si la viera,  a una vecina, Beba, madre de mi amigo, mirando la televisión y llorando a lágrima viva, inconsolablemente. Y eso me impresionó. Recuerdo muy bien las imágenes de la televisión en blanco y negro, luctuosas, de los autos oficiales desfilando … ¿Vos cómo supiste su muerte?

           - Ese día me bajé del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría para todos. Para la Patria...