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domingo, 28 de junio de 2020

RECORDANDO AL PADRE MUGICA JUNTO A FERNANDO "EL PATO" GALMARINI.


Fragmento del reportaje: “DE BOCA Y PERONISTA” -
Conversaciones sobre peronismo y deporte con Fernando “Pato” Galmarini. Reportaje y notas de Javier Garin.

(La foto fue tomada durante la boda de Fernando Galmarini que celebró el Padre Mugica en junio de 1969).

                  -A mí, el Padre Mugica me formó –dice el Pato-. Nunca hay un solo tipo que modele tu cabeza, pero el cura Mugica fue para mí muy importante.
       -¿Cómo lo conociste?
        -Jugando al fútbol. Si vos me preguntás cómo, te digo que con una pelota en la mano… No me imagino que por otra cosa, porque yo no era practicante religioso. A la Iglesia iba lo suficiente para cumplir con mi colegio. Jugué mucho al fútbol con él.
        -Pero ¿Dónde? ¿En qué lugar?
         -Yo era muy chico, tendría no más de 17 años. Fuera de Boca, que era la pasión de los domingos, me había hecho hincha de Excursionistas, como otros pibes del barrio. El club quedaba más o menos cerca, y los sábados íbamos a la cancha. Seguíamos jugando, pero ya no en la calle, sino en canchas que se armaban en terrenos baldíos, o en clubes de barrio. Fue en esos partidos que lo conocí, jugando en un equipo que se llamaba Curupaití, en un torneo de la Unión Argentina Amateur de Fútbol.  En ese equipo jugábamos nosotros dos y también Ricardo Pereyra Iraola y Miguel Tezanos Pinto. Y Hugo Anzorregui. Pibes de apellidos patricios, Y yo, un pibe de barrio de clase media. Esas son las mezclas que permite el futbol.
                       “Todavía no era el cura Mugica. Era un joven seminarista. Venía a los partidos del sábado o los domingos después de misa.  Luego de un tiempo, nos juntábamos a hacer fútbol en distintos lugares: a veces en el Seminario de Villa Devoto, otras en la Villa de Retiro, la 31, en la que él residía de a ratos, haciendo trabajo social. No era su domicilio permanente: turnaba algunas noches en la villa, otras en Devoto y otras en la casa de su familia, en la calle Arroyo y Esmeralda, un departamento de la gran puta, porque su padre había sido Ministro de Relaciones Exteriores de Frondizi en 1958. Yo visité esa casa. Su familia era de muy buena posición. 
                    “Con él, jugué mucho, mucho, mucho, en la villa 31. Todavía tengo amigos, como Alberto Orietta, que vivían entonces en la 31, y a veces nos vemos. Ellos son los que me han ido recordando algunas cosas. En ese entonces, la 31, que hoy es enorme, tenía cuatro o cinco barrios, uno al lado del otro, muy ordenados. Donde Carlos está enterrado era el barrio YPF, al lado había un barrio que se llamaba Comunicaciones, otro se llamaba Saldías, y otros dos que no recuerdo… Pero, entre esos cinco barrios se hacían, casi todos los fines de semana, torneos o desafíos.
          -¿Y qué era lo que hacía Mugica? ¿Jugaba él? ¿Dirigía? ¿Organizaba?
         -Era un zurdo de buen manejo, jugaba de 10 y a veces de 11. Carlos, yo creo que fue un loco del fútbol, un enamorado del fútbol. Hincha fanático de Racing. Muy jugador, muy bien entrenado, salía siempre a correr desde su casa en calle Arroyo. Adonde tuviera que ir se iba corriendo. Entre otros lugares, a la villa. Salía corriendo para entrenarse. Cuando no entrenaba salía en una motito.
    -¿Y él, qué edad tendría en esa época?
      -Cuando lo conocí, había entrado hacía poco al seminario de Villa Devoto. Me llevaba doce años. Donde lo invitaban a él a jugar un partido, me enganchaba a mí, para que fuera a reforzar su equipo. Y siempre lo invitaban, porque ya a comienzos de los sesenta debió haber sido un tipo muy conocido.
              “En la relación con Carlos siempre estaría el fútbol presente, pero un tiempo después de conocernos, empezamos a hablar de otras cuestiones: de la Argentina, de la situación social, de la necesidad de comprometerse con los más humildes. Carlos era peronista, pero no hablaba de política, sus comentarios y reflexiones eran fundamentalmente el producto de sus elucubraciones como cristiano y de la actitud que él esperaba de su Iglesia.
              “Yo hasta ese momento no había pensado demasiado en el compromiso social ni había sacado conclusiones de la identidad peronista que íntimamente me atribuía. Las charlas con Carlos avivaron ese fuego.
Al poco tiempo de consagrarse sacerdote, siendo el año ’62, Carlos da su última misa en la Iglesia del Socorro, a la vuelta de su casa. En la esquina de esa Iglesia era donde yo me juntaba muchas veces con él a charlar, a confesarme, y donde seguramente él me daba también un cacho de letra sobre el tema político… Que no era solamente a mí, era a todos los que lo frecuentábamos. Pero yo recuerdo especialmente esas charlas con Carlos en ese bar, frente a la Iglesia, donde empecé a abrir los ojos. Y en esa Iglesia, su última misa, fue la semana siguiente de que le impiden asumir la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires al candidato peronista, Andrés Framini, que había ganado holgadamente la elección. Y dio un sermón durísimo repudiando el acto antidemocrático. Y ese era un barrio muy gorila, muy antiperonista.
          -¿Y él ya era un tipo muy comprometido con el peronismo?
           -Debe haber sido. Empezaba el tercermundismo en la Iglesia, impulsado por el Concilio Vaticano II. No sólo acá, sino que eran muchos los obispos tercermundistas en toda América Latina. Los brasileros. Helder Cámara, un obispo del norte brasilero, que era un tipo muy polenta… Y estaba el colombiano Camilo Torres, el cura guerrillero. Eran figuras que pesaban en la imaginación.
                   “Recuerdo que un día, después de un partido en la villa 31, Carlos me propuso que lo acompañara a Fortín Olmos. Yo no tenía idea de dónde quedaba ese lugar. “Es en el Chaco santafesino, zona de obrajes”, me explicó. Vivían entonces muchas familias que habían laburado en La Forestal. La Forestal se había ido, y quedó un drama social espantoso. No sé qué más me habrá dicho, qué argumentación habrá desarrollado: se me perdieron esos detalles. Pero me convenció y allá fui con un amigo. Él debía reunirse con nosotros allá, pero por algún motivo finalmente no pudo viajar y quedamos nosotros. Descubrí los obrajes, hablé muchas noches con los hacheros de las compañías inglesas que trabajaban de sol a sol. Carlos había llevado a varios muchachos: la mayoría eran estudiantes del Nacional Buenos Aires, a los que él daba asistencia religiosa. Entre sus alumnos estaban Firmenich,  Ramus,  Fernando Abal Medina, que también fueron a Fortín Olmos y luego serían famosos como dirigentes montoneros.
         “También en aquella localidad había unos hermanitos de la Compañía de Jesús, que adoraban la hostia, y entonces se pasaban horas y horas velando o rindiendo culto. Había uno que, me acuerdo, siempre estaba en una capillita chiquitita junto al cáliz y la hostia, como en una penitencia, durante horas, rezando. Yo no entendía muy bien eso. Pero lo veía, y me hacía reflexionar. También había unos curas, o hermanos, franceses, ligados a un pensador católico muy importante en esos años, Teilhard de Chardin, que oraban parte del día y el resto trabajaban al mismo ritmo de los hacheros. Por la noche, en fogones, nosotros hablábamos de la situación social y del comportamiento que debía esperarse de auténticos cristianos ante ese desafío.
      - ¿Y él para qué quería que vayan?
         - Porque en la Iglesia estaba la idea de que había que conocer la pobreza. Había que vivir junto a los más humildes, para poder conocer realmente sus vidas y sus necesidades. Había que convivir con los demás para poder entenderlos. Por eso Carlos pasaba tanto tiempo en la villa. Cuando su familia se mudó de la calle Arroyo a Geli y Obes, recuerdo perfectamente el edificio en uno de los lugares más hermosos de Buenos Aires, los padres ocupaban el segundo piso, y él se hizo un “ranchito” en la azotea. Y ahí vivía él. Y otras veces apolillaba en la Iglesia que está en la  villa 31, la cual se la hizo construir uno de sus hermanos. Estos eran sus apolillos. Tal vez tenía otros, no lo sé.
          “Toda esa actividad de ir hacia los pobres, hacia los más necesitados, pegaba muy fuerte en la juventud de esos años. Yo fui en el 67 a Fortín Olmos. En el 68, se iniciaron los campamentos universitarios de trabajo. El padre Llorens, cura mendocino, muy piola también, era uno de los que los impulsaban. Iban cientos de pibes de entonces, estudiantes universitarios, a laburar por un mes a las provincias, a los lugares, conviviendo con la gente que laburaba en el campo. A pintar, a ayudarlos a levantar la zafra. A tomar conciencia de que había mucha pobreza en este país. Digamos, este era el resumen de todo eso.
           -¿Y eran pibes que venían de la Iglesia?
            -De clase media. Sí. Ligados a la Iglesia, porque los curas te empujaban hacia ahí. Servía para salir de la cuestión moralista de la Iglesia de esa época, que los tenía medio encerrados. Soltarse un poco, practicar la solidaridad: pero no sólo pasaba entre los católicos. También estaban los del Partido Comunista, por ejemplo, que organizaban tareas solidarias para su juventud. En Fortin Olmos habrá sido uno de los pocos lugares en que no pude jugar al futbol. Tenía que andar saltando los pajonales para que no me picaran las víboras. (Risas)
         -¿Y cómo era personalmente Mugica?
          -Un tipo muy seductor, carismático. Tenía una pinta que debe haber sido muy importante porque no faltaban hombres entre sus fieles, pero eran muchas más las mujeres que concurrían a sus misas y lo escuchaban extasiadas. (Risas).
          “Carlos era un tipo alegre, jodón, pero muy rígido en el aspecto moral y en el compromiso evangélico: esa cosa dura del cristianismo, del Evangelio. Él era incapaz de transgredir las prescripciones del Evangelio, o de la Iglesia.
            -¿Lo tentaban las chicas?
             -Seguramente (Risas). Pero de ahí a dejarse llevar por la tentación, jamás que yo sepa. Yo no era vigilante del cura, pero estuve muy cercano a él y jamás lo vi en nada.
                     “En el año ’68, me caso con mi primera mujer y quien oficia el matrimonio es precisamente Carlos. Como se ve, éramos muy amigos. Así que tengo el orgullo de decir que fui casado por el padre Mugica. 
                     "Fijate vos que el día de mi casamiento estuvieron presentes Horacio Mendizabal, Oscar de Gregorio, Norberto Habegger, Osvaldo Sicardi, Fernando Saavedra y otros compañeros más q recuerdo con mucho cariño. Seguramente estuvieron acompañados por sus compañeras de entonces, algunas de ellas, como todos ellos, desaparecidos durante las casi tres décadas de resistencia que afrontó el peronismo. En el momento en que llegaba a la iglesia para la ceremonia religiosa se asomó por una ventana de enfrente a la iglesia, Graciela Imaz de Ojea, que terminaba de parir a su primer hijo. A ella y a Tojo, su marido, detenidos durante muchos años, les guardó un enorme cariño a pesar de que no los volví a ver.
            “Por ese entonces, Carlos la conoció a Lucía Cullen, una chica que luego en la dictadura fue desaparecida; y, de Lucía, que era una piba muy hermosa, yo era también amigo. Ella vivía en Libertad y Libertador con los padres. Me acuerdo por haber ido a su departamento. Su viejo era juez, me parece… También, de una familia cajetilla… Pero ella era una chica muy peronista. Muy ligada a la Iglesia, a Carlos, y a todo el despelote, que en ese momento, era el tercermundismo. Y, yo no sé si fue en el ’68 o en el ’69, que fuimos los cuatro de vacaciones a Necochea. Mi primera mujer, yo, Carlos y Lucía. ¡Andá a saber por qué, y cómo terminó ahí, Carlos! Y yo tengo la impresión de que Lucía estaba  un poco metejoneada con él, pero Carlos corría más rápido que ella y la gambeteaba como un crack. Era un tipo muy estricto y nunca lo vi pecar. En otra oportunidad Carlos se fue a ver a Racing cuando jugó contra el Celtic, en Escocia; y después se quedó allá, un tiempo, a causa del Mayo Francés, porque quería informarse de lo que estaba pasando con los jóvenes en Europa. Y Lucía también estuvo en Francia pero no pasó nada, porque Carlos era muy estricto consigo mismo y con su compromiso pastoral.
             “Y ya en ese momento había muchos curas que abandonaban los hábitos, como el obispo de Avellaneda, Gerónimo Podestá, que se casó. Cuando íbamos a jugar al futbol a Villa Devoto, solía participar otro cura amigo de Carlos, Alejandro Mayol, ¡un cura que tocaba la viola! Este también colgó los hábitos y se casó y terminó viviendo en Villa Martelli con su mujer, muy humildemente, porque él también era de una familia acomodada, como Carlos, pero existía esa idea muy fuerte del compromiso social, de compartir la vida de los más humildes, como hacía Carlos en la Villa 31. Y había otros que, sin abandonar los hábitos, salían con mujeres. Pero Carlos no aceptaba compromisos a medias. Con nada. Con los pobres, con el Evangelio: todo tenía que ser firme. Era muy recto. Muy derecho. Y tampoco tenía ambiciones personales. En algún momento, cuando volvió Perón, no fueron pocos los que le dijeron: “Che, vos tenés que ser diputado”. Muchos. Y él nunca aceptó. No le interesaba. Vos pensá que fue una de las personalidades que acompañaron a Perón en el famoso chárter del regreso a la Argentina el 17 de noviembre de 1972.
         -¿Cómo era en el trato?
          -Tenía mucha convicción, mucha polenta para hablarte. A mí, seguramente me pegó un montón. Me hizo dar un brinco para adelante, de la puta madre. A mí, y a mucha pendejada de entonces. Tengo ese recuerdo de decir “este tipo a mí me dio muchas más cosas de las que puedo enumerar”. Tengo una imagen de él como una especie de ídolo. Me formó. Me instruyó.
         -¿Qué pensaba Mugica de Perón?
          -Él lo conoció al Viejo. Estuvo en Madrid. Perón lo recibió. Han estado acá, cuando Perón regresó, en Gaspar Campos. A Perón le tenía un respeto de la puta madre. Y yo creo que Carlos también se fue haciendo peronista. Era de cuna muy privilegiada, su familia era muy antiperonista. No sé si su familia también acompañó su evolución. Pero él se hizo muy peronista.
           “Mientras duró la dictadura y la proscripción del peronismo, Carlos daba mucha máquina promoviendo la rebeldía y justificaba la resistencia: “a la violencia de arriba, hay que combatirla con la violencia de abajo”. Yo creo que, Carlos, tuvo algo que ver, en el caso mío, para llegar a estar en una organización armada. Creo que tuvo que ver, no porque me haya dicho “metete”; sino porque hacia eso nos iba conduciendo todo el cuadro de la Iglesia rebelde, del Concilio Vaticano, de la nueva Iglesia, más la Revolución Cubana con el Che Guevara como bandera, más el Mayo Francés, más los curas, como Carlos, como Alberto Carbone, como Jorge Bernazza, como Domingo Bresci, como Rodolfo Ricciardelli, como Jorge Galli, como algún otro, que eran además peronistas, de ese peronismo tercermundista que empujaba el retorno de Perón; todo indicaba un camino, y parecía inevitable para un tipo joven y comprometido el querer tomar las armas.
            “Ojo. Nunca Carlos dijo “muchachos agarren los fierros”. Y fue muy contundente con el regreso de la democracia y de Perón. A partir de ese momento, estuvo abiertamente en contra de la violencia. Tomó clara distancia de todos sus amigos del Nacional Buenos Aires y de cualquier ámbito que seguían predicando y practicando la lucha armada en plena democracia. Digámoslo con total contundencia: Carlos se opuso a ese militarismo, lo condenó con energía. Y lo manifestaba abiertamente. En la Iglesia, en los sermones, en las charlas personales.
                 “Otra contradicción muy fuerte que él tuvo con Montoneros, muchos de los cuales habían sido poco menos que sus discípulos, fue la relación con el movimiento obrero. Para Montoneros el movimiento obrero estaba copado por la “burocracia sindical”. Él, durante la tercera presidencia de Perón, estaba ya muy ligado al movimiento obrero, a Lorenzo Miguel y a José Ignacio Rucci, entre otros muchos, y reivindicaba la organización sindical porque era la creación de Perón y de los trabajadores. Además lo quería mucho a Rucci, así que te imaginás que repudió totalmente su asesinato por Montoneros. En esa época Carlos estuvo durante un corto tiempo como funcionario en el Ministerio de Bienestar Social, que era el reducto de López Rega. Yo conocí a Rucci y a Lorenzo Miguel justamente gracias a Carlos, porque habremos ido más de un par de veces a la UOM, que quedaba en la Calle Cangallo. Él laburaba en Bienestar Social, pero sacaba todo lo que podía para los barrios más humildes.
        -¿Y qué choque o interna habrá habido allí para que López Rega lo mandase a matar?
          -Por lo pronto había tambien una contradicción, en ese momento, entre el movimiento obrero y López Rega. Mugica estaba con el movimiento obrero y eso pudo haber sellado su suerte. Él reivindicaba la estructura sindical. Estaba lejos de Lopez Rega y lejos de Montoneros. El final de Carlos con las organizaciones armadas fue durísimo. De cara de perro. Yo me acuerdo, porque charlé mucho con él, y no había “tutía”. No quería saber nada con el rumbo que habían tomado Montoneros, e hizo todo lo posible para que tipos como yo termináramos de alejarnos de ese camino, a través de la JP Lealtad, que fue el vehículo que a muchos que habíamos estado en Montoneros se nos presentó para alejarnos de esa orga.
           -Muchos dijeron en ese momento que a Carlos Mugica lo mataron los montoneros. O por lo menos sospechaban de ellos a causa de estas diferencias. Aunque hoy se afirma que lo mató Rodolfo Almirón, uno de los hombres de López Rega y de la Triple A.
            -Fueron momentos de mucha confusión, donde era imposible saber quién te mataba, por qué te mataba, a qué se debía la muerte… -rememora el Pato. Y agrega:- Él sabía que lo estaban buscando para bajarlo. Un tiempo antes del asesinato, él me lo contó, habían aparecido unos tipos en un Ford Falcon, armados con ametralladoras, en el domicilio de los padres, en la calle Gelly y Obes, y subieron hasta la casillita que él se había armado en la azotea. No encuentran a Carlos y lo capturan al portero del edificio, que justo estaba en la terraza, limpiándole la casilla. Le exigen que les diga dónde está el cura; y como el pobre tipo no sabe, lo sostienen colgando en el vacío y amenazan con dejarlo caer a la calle. Carlos se enteró ese mismo día y me lo comentó enseguida. “Soy boleta”, me dijo. Pensaba que la amenaza venía del lopezrreguismo. Dejó de parar en su “ranchito” de la terraza. A partir de ese momento, pasaba las tardes y las noches en la villa de Retiro o iba al Seminario de Devoto. Pero obviamente, encontrarlo era fácil. Era una cuestión de tiempo. Fijate vos, yo estuve con Carlos el día anterior a que lo mataran en la casa de Dante Oberlin, comiendo y charlando, en Berazategui. Y volví a estar con él el mismo día de su asesinato.
           -¿Cómo fue eso?
          - Me despedí de Carlos en el Club Atalaya, que es un clubcito de acá de San Isidro, donde todavía hoy juego. Él jugaba en un equipo, que se llamaba La Bomba. ¡Qué nombre, justito, en esos días en que en cualquier momento alguien te hacía volar con una bomba! Me despedí de él el mismo día, pasado el mediodía, sin imaginarme que me despedía para siempre, que no iba a volver a verlo con vida. Y yo siempre pregunto: ¿quién jugó ese día, en el equipo de él? Pero no recuerdo si jugué con él, si jugué en contra, o no jugué. A veces me encuentro con otros muchachos que también jugaron, como el Bebe Acevedo, y evocamos ese 11 de mayo de 1974 nefasto, que nos marcó a todos, y no logramos ponernos de acuerdo. La cuestión es que yo me despedí ahí. Y esa noche en el Bajo Flores, en la iglesia “San Francisco Solano” -donde era párroco otro sacerdote del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, el padre Jorge Vernazza-, es cuando lo matan. Esa noche llego a mi casa  y de pronto escucho por la radio que lo habían baleado apenas terminado el oficio religioso. Después discutían si lo había matado la izquierda o la derecha… Era una época terrible.
                           “A veces me quedo pensando por las noches en todos los compañeros y compañeras que conocí en la militancia juvenil de aquellos años, y un enorme porcentaje fueron asesinados o desparecidos. Es una lista interminable de ausencias..."

Del “Muerte a Peron” al “Peron o Muerte”, por Aldo Duzdevich






Por Aldo Duzdevich


En octubre de 1953 un grupo de jovenes conspiradores planean matar a Peron, los lidera el joven aristocrata Diego Muniz Barreto, quien  años despues hara un giro politico sorprendente.


Atentado contra Peron.
El 15 de Octubre de octubre de 1953, los veinteañeros Diego Muniz Barreto y Mariano Narciso Castex,   se reunieron en Florida y Corrientes con un supuesto colaborador militar que les podia proporcionar armas. A el le contaron que tenian un grupo de 50 hombres entrenados, cuyo fin era matar a Peron y combatir si  se desataba una guerra civil. Contaban con fusiles mauser, ametralladoras y bombas de humo, pero necesitaban municiones 9 y 45 mm y trotyl. El plan era hacer volar a Peron, el dia 17, sobre la Avenida Alem, con un auto cargado de explosivos detonado a control remoto. Tambien volarian puentes de acceso a la Capital. Suponian que luego del asesinato estallaria una guerra civil, y si algo fallaba ya tenian preparada su fuga a Uruguay.
El “colaborador” era integrante de la division Control de Estado, de la Policia Federal quien rápidamente informo a sus superiores. El dia 16 de octubre, son detenidos Emilio Allende Posse (20años) e  Isidoro Martinez Castro (18años). Posse portaba un portafolio, con un revolver  Colt 32,  proyectiles de distintos calibres y el libro “Técnica de una traición” de Silvano Santander. El día 17 son detenidos Mariano N. Castex,  Hernan E Blackley, Gaston Garcia Miramon , Raul A Jorsiomo y Lorenzo Blanco. En poder de Blackley la policia secuestra dos carabinas  32 y un rifle Halcon de uso militar.
Castex confiesa que el jefe era Diego Muniz Barreto, pero  en el organigrama estaba el como “chief” (jefe) porque Diego era “muy temperamental”. Barreto logra eludir a la policía escapando  por una puerta disimulada en la “boisserie” de su lujoso departamento. Se refugia en la Embajada de Uruguay y luego cruza a Montevideo.
Todos los jóvenes pertenecían a familias adineradas; varios ex alumnos del Belgrano Day School (donde hoy concurre Antonia Macri). Según el informe policial tenían una organización tipo “maqui” (guerrilleros de la resistencia francesa). Usaban seudónimos y un código de alarma que era la palabra “molinari”. El día 21 fueron puestos a disposición del juzgado del Dr Miguel Rivas Arguello, la causa se caratulo:
“Actividades con el fin de atentar contra la vida el Señor Presidente de la Nacion”.
En sus primeras declaraciones,  alegaron que se estaban organizando para ser el apoyo civil, de un golpe de estado. Por indicación de sus defensores, el argumento vario a  ser grupos de autodefensa, ante las amenazas recibidas por sus familias de los  grupos peronistas.
En noviembre el Congreso sanciono una ley de anmistia N.º 14296 y el 31 de diciembre estaban todos en libertad.
Otro “comando civil”:  Florencio Arnaudo, en el 2005 confeso a Clarin : “según la teoría de Santo Tomás de Aquino, estábamos dispuestos al tiranicidio y liquidar a Perón". No es  extraño entonces, que otros discípulos de Santo Tomas: Fernando Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich, con el mismo argumento del “tiranicidio” hayan fusilado a Pedro Eugenio Aramburu el 1° de junio de 1970.
Diego Muniz Barreto y Mariano N. Castex no pudieron cumplir el objetivo de matar a Peron, pero 15 años después ambos lo van a conocer en Madrid y se van a convertir en sus seguidores.



La guerrilla de Barrio Norte
La violencia politica no comenzo en los 70.  Pero su antecedente mas cercano  se puede encontrar en los “comandos civiles” de los años 50.  Su impronta, y  su forma organizativa en células, nombres de guerra, etc., se asemejo  mucho a la guerrilla setentista. Claro, que  tenia otro color político, era antiperonista y la mayoría de sus miembros eran jóvenes de clase alta. Abundaban los doble apellidos  de Barrio Norte y San Isidro : Ruiz Moreno, De Vedia y Mitre, De las Carreras, Lanus, Sanchez Zinny, Martinez Paz, Villada Achaval, Beccar Varela, Rodriguez Larreta, Menendez Behety son algunos de los mencionados en las crónicas de la época. También es cierto, que muchos de los hijos de estos furiosos antiperonistas, quince años después, van a nutrir las filas de Montoneros y otros grupos guerrilleros.
Su debut  fue el 15 de abril de 1953 , cuando en una concentración en Plaza de Mayo pusieron bombas que dejaron 7 muertos y 90 heridos entre ellos 19 mutilados. Aclaremos que la guerrilla setentista nunca hizo este tipo de atentados  contra la población civil. Entre sus autores materiales estuvieron: Arturo Mathov, Roque Carranza, Carlos Alberto González Dogliotti, y los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse.


Diego Muniz Barreto  un niño mimado de la aristocracia
Diego nació en Mar del Plata, en 1934.  Sus bisabuelos paternos eran descendientes de familias portuguesas fundadoras de Bahía (Brasil), donde consolidaron una fortuna descomunal. Su bisabuelo materno, Emilio Vicente Bunge, compró al estado 28 mil hectáreas “ganadas en la campaña del desierto” en la zona de General Villlegas. Era una familia perteneciente a lo mas selecto de la oligarquía porteña. Diego se casó con la bellísima María Teresa J. Escalante Duhau, quien también procedía  de la alta sociedad.
Voladura de la Escuela Superior Peronista
Su exilio en Montevideo duro poco tiempo. El cuenta, que en julio del 1955 cruzó el rio en un bote de remos, con una carga de 20 kg de gelinita. Esta vez el operativo iba a tener éxito. La madrugada del 20 de julio él y su grupo llegaron a las puertas de la Escuela Superior Peronista en Avenida Corrientes y San Martin. Diego invitó al policía de guardia a tomar una cerveza en el bar de enfrente, mientras sus cómplices ingresaban con los explosivos. Los destrozos fueron totales. El director de la escuela, era el Dr Raul Mende. Su hijo Jorge Mende, fue un destacado cuadro montonero asesinado en la ESMA en noviembre de 1976.
Atentados contra policias
Ya en los meses previos al golpe de septiembre, los comandos civiles adoptaron la táctica de atentar contra policías que hacían consigna en templos y escuelas religiosas. Varios  resultaron muertos y otros sufrieron graves heridas. Los comandos se movían en jeeps desde donde abrían fuego. El 16 de agosto, la crónica periodística informaba que frente a la confitería La Biela, fueron detenidos seis adolescentes que escondían sus armas en un jeep allí estacionado. Los detenidos eran Ignacio Cornejo, Ricardo Richelet, Mariano Iturralde, Pablo Moreno, Jorge Castex y Hortensio Ibarguren. Logrando huir Diego Muniz Barreto sindicado como el organizador y proveedor de armas del grupo.
Del desengaño libertador a la dictadura de Ongania
Según cuenta su amigo Boby Roth el antiperonismo de Diego cesó con la revolución “Libertadora”. Se acercó al frondicismo y luego mediante sus contactos militares conspiró junto al sector “azul” del ejercito. En 1966  de la mano de Roth llegó al gobierno de facto del General Onganía, cuando éste ocupaba el cargo de Subsecretario Legal y Técnico. Su paso por el gobierno ira a cesar en 1968 por desacuerdo con la política económica de Krieger Vasena. Aunque  volvera a la Casa Rosada  el 8 de junio de 1970, en el momento que Lanusse obliga a Ongania a dejarle el gobierno a Levingston. Según relata su amigo Mariano Castex “Diego estaba esa noche armado con una pistola 45 y Barreto exaltado hubiese matado a Lanusse, Diego no era hombre de palabras añiñadas o amigo de autopromociones”.
Diego el mecenas de Galimberti
En 1970 Rodolfo Galimberti dirigia un grupo llamado JAEN. De tinte peronista y nacional, reconocía mas simpatías con Primo de Rivera, que con Trosky o el Che.  El primer contacto con Barreto, lo hizo Ernesto Jaurectche entonces periodista de El Economista. Galimberti era un muchacho picaro, con cintura politica, con ansias de poder y no muchos escrúpulos. Muniz Barreto se le presentaba, como una fuente de recursos económicos, pero ademas, algo que al “Galimba” lo perdia, y era su necesidad de “pertenecer” a una clase social que por su origen tano y clase mediero le estaba negado.  Por ejemplo, establecer relación con Julieta Luro Pueyrredon de Bulrrich y ponerse de novio con su joven hija “Julie” (hermana de la actual ministra). Y, para Muñiz Barreto, Galimberti era su via de acercamiento al peronismo y a Peron, para destruir a su archienemigo Agustin Lanusse (a quien estuvo dispuesto a matar de un tiro de 45).

Diego en Madrid ahora si,  “la vida por Peron”
En aquellos años un viaje a Europa era muy caro (no habían llegado las lowcost) Galimberti quería conocer a Peron y Diego financio generosamente su viaje. A Peron le cayo bien ese joven impertinente, que llegaba tarde a las citas, y se cuadraba taconeando frente a su General. Y rápidamente lo ungió como su delegado ante la naciente juventud peronista. Galimberti retribuyo a su mecenas presentándolo ante el General. “Este conspiro contra Vd en 1955, fue comando civil” lo presento “Galimba.” “Que bueno conocer viejos opositores” ...”Que gusto decirle  “compañero” --se alegro Peron y le estrecho las manos. Para Peron, no seria ni el primero ni el ultimo de sus viejos opositores, que ahora se le acercaban. El practicaba el arte de la conducción, que requiere humildad, tolerancia y empatia con el otro. Diego le habia llevado de regalo la película Rosas producida por el. El 8 de octubre del 72 Diego estuvo entre los veinte invitados al cumpleaños de General celebrado en un restaurant de Madrid. Diecinueve años habían pasado de aquel octubre del 53, en el que fracaso, su intento de matar a ese hombre, que hoy tenia sonriente frente suyo, y a quien reconocía como un gran líder.
De Montoneros al Ejercito Revolucionario del Pueblo ERP
A fines de 1972 Galimberti ingresara como aspirante dentro de la organización Montoneros. Diego va a caer preso por participar de un acto junto a su amigo “Galimba”. En Diciembre impulsado por Montoneros, Diego Muniz Barreto integra la lista de Diputados Nacionales del peronismo. Incluso filma un spot de campaña que cierra con la frase de guerra “la sangre derramada no sera negociada”. En febrero del 74 junto a otros siete diputados de la JP renuncia a su banca. Meses después, disconforme con Montoneros se acerca al troskista ERP con quienes colabora hasta el día de su asesinato.

Que parezca un accidente
El 16 de febrero en 1977, en una carnicería de Escobar, es detenido por el subcomisario Patti. Durante 20 dias es torturado y paseado por distintos centros de detención clandestina. Finalmente no se animan a desaparecerlo;  lo meten dopado a su auto y lo empujan a un cauce de agua para simular un accidente. Segun dicen Diego todavía mantenía buena relación con el general Jorge Olivera Rovere. Cada vez que le llegaba su nombre en la lista de secuestros, lo tachaba. Cuando Olivera Rovere  fue trasladado, Diego perdió protección, y no se dio cuenta.
Un hombre capaz de entregar sus bienes y su vida por un ideal.
Su amigo y cómplice del 53 Mariano N. Castex, lo recuerda asi: “Diego era una figura aventurera y controvertida. Capaz, arrebatado poseído de una arrolladora bondad y cautivante simpatia, poseía las cualidades que lo hacían necesario en la trinchera o en la vanguardia del asalto y desechable en etapas de trabajo reflexivo.”Fue un hombre capaz de entregar sus bienes y su vida por un ideal.”

El amigo de Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde lo recuerda ”Era un hombre de gran bonhomía, alegre e irónico. Era un espíritu libre y además un hombre de bien; sencillo, pero con algunos gustos refinados: uno podía decir que no era miembro de la oligarquía, pero conservaba el sentido aristocrático de la vida. De su desencanto con la autodenominada Revolución Argentina, del contacto con los detenidos políticos en la cárcel de Rawson,  terminó acercándolo al peronismo.”

El ex militante Alfredo Ossorio que compartio noches de lomo a la pimienta en su casa de Recoleta afirma: “Diego trataba el poder con mucha naturalidad, no porque lo hubiese conquistado, sino porque le venia de cuna”.

Tal vez para bien definir a Diego Muniz Barreto, sirva una cita de Peron : “Licurgo estableció en una de sus más sabias leyes ,que para mí es la más maravillosa de todas: "Hay un solo delito infamante para el ciudadano: que en la lucha en que se deciden los destinos de Esparta él no esté en ninguno de los dos bandos o esté en los dos”.
Diego equivocado o no, vivió y murió peleando en alguno de los dos bandos.

Aldo A Duzdevich
Autor de “La Lealtad-Los Montoneros que se quedaron con Peron”

lunes, 22 de junio de 2020

HUELLAS DEL CRUCE DE LOS ANDES, por Javier Garin



POR Javier Garin



Fragmento del libro El Discípulo del Diablo, vida de Monteagudo.

―"La facción es el enemigo irreconciliable de la libertad"‖. Bernardo Monteagudo

A casi siete mil metros sobre el nivel del mar se yerguen las dos cumbres hermanas del Aconcagua, unidas por el Filo del Guanaco, así llamado porque los primeros andinistas encontraron allí un esqueleto de guanaco, sin que nadie pueda explicar qué buscaba el infeliz animal a tan colosales alturas. Destino predilecto de los montañistas de todo el mundo, este cerro ya había sido escalado por los Incas, quienes no ascendían por orgullo deportivo sino como práctica religiosa comunitaria, según lo atestiguan las momias descubiertas en la llamada Pirámide -cerro cuya extraña remembranza egipcia se eleva a un costado del Aconcagua-, en el Llullaillaco y en otros grandes picos de América. Estas enormes moles eran consideradas "apu": espíritus tutelares, deidades protectoras de los pueblos incaicos, y como tales, objeto de veneración. Enajenado de la naturaleza, consumido por la codicia, la vanidad y el afán de dominio, el hombre blanco sólo las ve como obstáculos en su camino, como desafíos para medir sus fuerzas o como fuente de recursos minerales. El Aconcagua, terraza de América, es la montaña más alta del hemisferio sur y el hemisferio occidental. Sólo las cumbres del Himalaya la superan en el globo. Sus glaciares –hoy en inexorable retroceso- destellan al brillo del sol en las alturas o se ocultan bajo las grises morenas en los valles de los ríos Horcones Superior e Inferior. Su colosal Pared Sur –un abismo de casi tres mil metros que desciende a plomo desde el Filo del Guanaco hasta el Glaciar Horcones Superior- truena regularmente con los aludes de pavorosas masas de hielo. Sobrecoge contemplarla desde Plaza Francia, campamento de los andinistas más osados. Pero no es el único gigante. Lo rodean altas cumbres de extrañas formas, atravesadas por vetas de variados colores, que van desde el gris ceniciento hasta el rojo encendido o el amarillo de azufre, todas ellas desnudas, pues la gran altitud impide el desarrollo de especies vegetales. Sus laderas están ocasionalmente manchadas por nevés de "penitentes": formaciones cónicas de hielo que se levantan horizontales, más altas que un hombre, semejando peregrinos que atravesaran las pendientes escarpadas. Desde los elevados valles y desfiladeros, no es fácil precisar las alturas relativas de las montañas. Pero cuando un andinista llega a la cumbre del Aconcagua se le hace evidente su superior altitud, al contemplar toda la inmensidad de la Cordillera a sus pies, como si aquellas monstruosas elevaciones no fueran más que colinas y sierras insignificantes. Una bruma azul las envuelve y suaviza. Al tender la vista hacia oriente, verá la Cordillera diluirse en una vasta planicie. Hacia occidente, la tierra no es más que una esfera brumosa en la que le resultará imposible adivinar el mar. Sin embargo, al atardecer, desde algunos de los altos refugios, quizás desde Cambio de Pendiente, o desde las anfractuosidades por las que discurre la ruta normal de ascenso más allá de Berlín, ocasionalmente podrá el andinista divisar la línea del horizonte profundamente azul cuando se pone el sol, y entonces su imaginación llegará a comprender que ese es el gran Océano Pacífico, demasiado lejano para distinguir el menor rasgo en él. Desde allí, desde el Pacífico, provienen los vientos huracanados que azotan la cumbre, arrancándole estelas nebulosas de nieve –el temible "viento blanco"-, haciendo que se desplomen los termómetros a veinte o treinta grados bajo cero, volviendo locos los barómetros con extrañas oscilaciones en la presión atmosférica y arrastrando masas de nubes que de un momento a otro lo envuelven todo y convierten un día radiante en un infierno helado, arrebatando sin piedad las vidas de los expedicionarios desprevenidos. Más de un centenar de victimas se ha cobrado el Aconcagua a causa de estas tormentas y de los edemas cerebrales y pulmonares que ocasiona la altura.
               Precisamente las inesperadas tormentas constituían el gran terror de los viajeros en la época de la guerra revolucionaria. No era infrecuente que perecieran congelados por no haber podido hallar a tiempo alguno de los rudimentarios refugios de piedra que jalonaban el camino. Las crónicas registran muertes acaecidas incluso dentro de los refugios, al haber quedado aislados los viajeros por muchos días, agotándose sus provisiones, aún cuando era casi una obligación dejar mercaderías y leña para otros viajeros cuando uno pasaba por ellos. No faltaron los actos de canibalismo.
              Desde la cumbre del Aconcagua el escalador puede divisar dos enormes moles, casi tan imponentes como ella misma: al sur el Tupungato y al norte el Mercedario, ambas superiores a los seis mil quinientos metros. Los Andes Centrales son el sector en que se ha elevado más la Cordillera por el choque de las placas tectónicas. Sin embargo, durante siglos, cuando no existían instrumentos precisos de medición, se pensaba que el Chimborazo, en el Ecuador, era la montaña más alta del continente. A diferencia de lo que ocurre en el Alto Perú, en que Los Andes alcanzan una anchura extraordinaria, aquí la Cordillera está apretada y reducida a una pequeña franja de apenas trescientos kilómetros. Esto hace que el paso de Los Andes sea más corto que en el Alto Perú y el Perú. Fue una de las razones por las que San Martín y la Logia Lautaro, oyendo la proposición de Enrique Paillardell y Tomás Guido, o quizás inspirándose en llamado Plan de Maitland, resolvieron trasladar a estos confines la guerra revolucionaria, abandonando la idea original de Castelli de ir a Lima a través del lago Titicaca.
                   Se convirtió en un lugar común de los historiadores sanmartinianos presentar el paso de la Cordillera por el Ejército de Los Andes como una hazaña signada por las peores dificultades concebibles. Fue una de las operaciones militares más extraordinarias, mejor planeadas y más brillantemente ejecutadas de la historia. Pero, en el terreno de las dificultades geográficas, éstas son mayores en el Alto Perú, por las enormes distancias que hay que atravesar allí a altitudes similares. Los Ejércitos patriotas de Castelli, Belgrano y Rondeau, así como los ejércitos realistas que operaron desde el Perú, debieron realizar esfuerzos tremendos en territorios sin proporciones, desiertos interminables y abruptos cordones montañosos. Al fin y al cabo, la idea de San Martín de cambiar la estrategia militar e iniciar su campaña por Chile se debió, entre otras razones, a la menor dificultad relativa que el paso de Los Andes presentaba por Mendoza. Aquí el escollo era lo abrupto de la ascensión, el clima imprevisible y la estrechez de los pasos; San Martín mismo decía que "cincuenta hombres bastan para defenderlos con un mal reducto." Por tanto, debía hacerse el cruce con rapidez y sorpresa, sobreexigiendo a las tropas y animales. "En 1814 me hallaba de Gobernador en Mendoza –dirá San Martín años más tarde, evocando el tiempo posterior a la derrota de los chilenos en Rancagua-; la pérdida de éste país dejaba en peligro la Provincia a mi mando: yo la puse luego en estado de defensa, hasta que llegase el tiempo de tomar la ofensiva. Mis recursos eran escasos y apenas tenía un embrión de ejército; pero conocía la buena voluntad de los cuyanos y emprendí formarlo bajo un plan que hiciese ver hasta qué grado puede aguzarse la economía para llevar a cabo las grandes empresas. ―En 1817 el Ejército de Los Andes estaba ya organizado; abrí la campaña de Chile y el 12 de febrero mis soldados recibieron el premio de su constancia." Con palabras tan simples, concisas y modestas, evoca San Martín la extraordinaria proeza que llevó a cabo al cruzar la Cordillera y vencer a los realistas en la hacienda de Chacabuco. En carta a su amigo Tomás Guido había dicho tiempo antes: "Lo que no me deja dormir no es la oposición que puedan hacerme los enemigos sino el atravesar estos inmensos montes". Años después recordará con más detalle: "Las dificultades que tuvieron que vencer para el paso de las cordilleras sólo pueden ser calculadas por el que las haya pasado. Las principales eran la despoblación, la construcción de caminos, la falta de caza y sobre todo de pastos. El ejército arrastraba 10.600 mulas de sillas y carga, 1.600 caballos y 700 reses, y a pesar de un cuidado indecible solo llegaron a Chile 4.300 muías y 511 caballos en muy mal estado, habiendo quedado el resto muerto o inutilizado en las cordilleras. Dos obuses de a 6, y diez piezas de batalla de a 4, que marchaban por el camino de Uspallata, eran conducidos por 500 milicianos con zorras, y mucha parte del camino a brazo y con el auxilio de cabrestantes para las grandes eminencias. Los víveres para veinte días que debía durar la marcha, eran conducidos a mula, pues desde Mendoza hasta Chile por el camino de los Patos no se encuentran ninguna casa ni población y tiene que pasarse cinco cordilleras. La puna o soroche había atacado a la mayor parte del ejército, de cuyas resultas perecieron varios soldados, como igualmente por el intenso frío. En fin, todos estaban bien convencidos que los obstáculos que se habían vencido no dejaban la menor esperanza de retirada; pero en cambio reinaba en el ejército una gran confianza, sufrimiento heroico en los trabajos y unión y emulación en los cuerpos". Como se comprende, se debieron improvisar sobre la marcha toda clase de soluciones para facilitar el paso del Ejército por terrenos sumamente accidentados. Todavía se conserva como reliquia algun puente de piedra, construído por el ingenioso fraile patriota Beltran.
              Volvamos a nuestro mirador en la cumbre del Aconcagua. Desde ella podemos abarcar con un solo golpe de vista los caminos que siguieron dos de las principales columnas del Ejército de los Andes. Allá abajo, hacia el sur, por aquel desfiladero entre el Aconcagua y el Tupungato, por donde desagua el río Mendoza y circula en la actualidad la Ruta Internacional, ascendió fatigosamente la división mandada por Las Heras. Allá abajo, hacia el norte, en ese otro valle entre el Aconcagua y el Mercedario, surcado por las aguas cristalinas del río Los Patos, transitó el propio San Martín con O’Higgins, todo el estado mayor y la vanguardia patriota. Desde esta altura, sólo con catalejos habría sido posible distinguir las masas de los soldados y tropillas en movimiento. Al bajar de la Cordillera infligieron una aplastante derrota a los realistas, y Chile quedaba libre otra vez, aunque no asegurada su posición militar.
                   Hacia fines de 1817 ascendía por el camino de Uspallata un grupo de viajeros en mulas que se encaminaban a Santiago desde Mendoza. Entre ellos iba un joven de tez oscura y mirada penetrante, aunque ladina. Sus ojos no se maravillaban por el imponente paisaje montañoso, pues había vivido y guerreado en el Alto Perú. Tampoco lo afectaba, como a otros, el soroche o mal de Puna. Se había habituado a las grandes alturas en su juventud, aunque el brusco ascenso desde Mendoza, población ubicada a escasos metros sobre el nivel del mar, lo sofocaba ligeramente. Conocía de sus tiempos en Chuquisaca, Potosí y La Paz el mejor de los remedios: la hoja de coca, legado de los Incas, aliviadora infalible de los síntomas ocasionados por la falta de oxígeno y el descenso de la presión atmosférica; pero no pudo conseguir este bálsamo en Cuyo. El grupo había dejado atrás la parada de Villavicencio, más que rudimentaria, y tambien el modestísimo caserío de Uspallata con su iglesita ruinosa y su verde valle alfombrado de pastura. Siguieron ascendiendo día tras día al costado del río que orillaban grandes barrancos y escarpadas laderas. Las montañas se iban haciendo más y más altas, el aire más frío, las pendientes más acusadas. Ya no se veía vegetación, salvo en unos pocos parajes abrigados y bien irrigados por manantiales, donde se formaban pequeñas vegas, ideales para que las mulas repusieran sus fuerzas. Las laderas empezaban a estar manchadas de nieve: restos de una tormenta reciente. Al costado de la senda, una enorme peña coronada por una cruz marcaba el sitio en que había quedado aplastado, por un derrumbe, un peón de los que hacían el mantenimiento del camino. Los arrieros se santiguaron. Poco más adelante estaba Punta de Vacas, desde donde ya podía distinguirse la magnífica silueta del Tupungato; allí había un refugio de piedra y una nueva y forzosa parada. El camino seguía ascendiendo, sembrado de cruces de los innumerables viajeros muertos, víctimas de los repentinos temporales. Tambien blanqueaban los huesos de numerosos animales del Ejército patriota. Se llegaba al fin a Puente del Inca: singular estructura rocosa producida por un desmoronamiento y socavada en su base por las aguas del río. A poca distancia de allí los arrieros señalaron la montaña que se alzaba a la derecha, cuya toponimia indígena –Acón Kauac- tenía un significado más que expresivo: el Centinela de Piedra. Al fin se arribaba al refugio 159 159 miserable, al pie del último cerro que se debía repechar antes de Chile. Nueva parada y un ascenso infernal hasta rondar los cinco mil metros de altitud. Ese era el punto más alto del trayecto. Un refugio de ladrillo y techo abovedado, fuertemente apuntalado para resistir el peso de la nieve, salvaba al viajero de las tempestades y el frío, aunque la gran altitud hacía muy difícil conciliar el sueño, ocasionando apnea. Desde allí era todo bajada. Chile se extendía ante los ojos, siguiendo el curso del río cristalino que más adelante fluía entre cascadas de blancos penachos, ahora en dirección opuesta, hacia el Pacífico, porque se había traspasado la divisoria continental de las aguas. Se dejaba atrás la enorme sequedad mendocina y se ingresaba en las quebradas llenas de vegetación y los valles lujuriosos. Pero antes era preciso descender por una cuesta muy difícil, cubierta de nieve espesa, siguiendo los violentos zig zags del camino de mulas. Mientras bajaba, el joven viajero no podía ocultar su emoción. Iba al encuentro de los hombres que acababan de realizar la gran proeza libertadora: el triunfo de Chacabuco, expulsando por segunda vez a los españolistas. Volvía, después de una forzada ausencia, al júbilo, al peligro, a la adrenalina de las luchas sudamericanas. Quizás por el mal de altura, quizás por su agitación interior, tenía deseos de llorar. Otro refugio en Calaveras, otro más –el último- en Ojo de Agua. Ya el paisaje era esplendoroso, vivo el verdor, altos y floridos los árboles. Arroyos y riachos se descolgaban de las alturas. De pronto, una escena siniestra.
              ―¿Qué son esos huesos amontonados en aquel desfiladero?, preguntó el joven. Uno de sus acompañantes le respondió:
              ―Una guardia de godos que quiso resistir al Ejército de Los Andes. Los cóndores se ocuparon de ellos. ¡Qué le va a hacer, doctor Monteagudo! Así es la guerra.
               El joven Monteagudo –ahora un poco envejecido por los disgustos del exilio- se encogió de hombros:
               ―¿Eran españoles? Lo tienen merecido.

EL ABC SEGUNDA PARTE: La Triangularidad Argentina/Gran Bretaña/Estados Unidos. POR MARILINA JUAREZ




POR MARILINA JUAREZ


Capítulo II

La Triangularidad Argentina/Gran Bretaña/Estados Unidos.



La Guerra Fría y la Tercera Posición.

   La llamada Guerra Fría comenzó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando emergieron dos superpotencias: los Estados Unidos y la Unión Soviética, cada una de ellas expresando sistemas económicos y políticos distintos, conformando así dos bloques antagónicos. Esta denominación se debe a que no implicó otro conflicto bélico a escala mundial, sino que se basó más bien en enfrentamientos regionales y en foros internacionales. La temprana Guerra Fría fue sobre todo de carácter ideológico, dando lugar a la bipolaridad mundial.

  Este proceso estuvo ligado a la desintegración de los imperios coloniales existentes, especialmente el británico y el surgimiento de nuevas naciones y movimientos nacionalistas, reafirmando intereses propios que chocaron con los poderes hegemónicos, y constituyeron un bloque de países a los que se denominó el Tercer Mundo, tanto en Asia y África, como en América Latina. En cuanto al plano económico, Washington había impulsado la expansión del comercio internacional sin restricciones, para poner fin a las barreras nacionales y al bilateralismo tan característico de la etapa de preguerra.

   En este nuevo escenario mundial Perón planteó una doctrina: la Tercera Posición. Este concepto no se basaba en un simple distanciamiento respecto de los dos grandes bloques en que se dividió el mundo durante la posguerra, sino que nació de las propios dogmas peronistas, que especificaba que el justicialismo era una nueva filosofía de vida. El General Perón, planteaba en diversas oportunidades que la Tercera Posición era uno de los pilares de su pensamiento y su práctica política. En el año 1956 decía desde Panamá :



   “ Pensamos que tanto el capitalismo como el comunismo son sistemas ya superados por el tiempo. Consideremos al capitalismo como la explotación del hombre por el capital y al comunismo como la explotación del individuo por el Estado. Ambos “insectifican” a la persona mediante sistemas distintos. (...) La ideología justicialista implícita en las tres banderas (justicia social, independencia económica, y soberanía política) se proyecta en el orden internacional a través de una política autónoma”.



  Esta postura tercerista, no impidió que se mantuvieran relaciones diplomáticas con Estados Unidos y con la Unión Soviética, ni tampoco que en determinados momentos, dichas relaciones se hagan más intensas y se plasmen en provechosos acuerdos comerciales. La Tercera Posición se caracterizaba justamente por la independencia de criterio en cuanto a la política externa argentina.

   En cuanto a las relaciones económicas internacionales y a través de acuerdos bilaterales contrapuestos al multilateralismo impulsado por los Estados Unidos, la política exterior peronista tuvo tres rasgos fundamentales. Primero fortaleció las relaciones con América Latina, tomando distancia del “panamericanismo” estrictamente subordinado al país del Norte. Segundo, potenciaba las relaciones comerciales con Europa Occidental y especialmente con Inglaterra, con el objetivo de capitalizar el importante papel de la Argentina como proveedora de alimentos. Mediante esta política, el gobierno peronista procuraba “equilibrar” el peso de Washington en lo económico y diplomático, intentando lograr a partir de esto, su tercer objetivo: la recomposición, en mejores condiciones, de sus relaciones con los Estados Unidos.

   En la coyuntura internacional de los comienzos de la posguerra, la política externa argentina mantuvo el viejo esquema triangular con la intención de favorecer el proceso de industrialización: esto implicó exportar hacia Gran Bretaña y Europa para obtener las divisas necesarias para la compra de bienes de capital y materias primas esenciales, que en las condiciones mundiales, solo podían ser provistas por los Estados Unidos.

  Perón mantuvo también las relaciones diplomáticas con la URSS y el estrechamiento de vínculos económicos con España y otros países europeos, a fin de impulsar su Tercera Posición y combatir el aislamiento internacional y constante hostigamiento promovido por ciertos sectores del gobierno y la opinión pública estadounidenses, así como la no participación argentina en el Plan Marshall.



   En cuanto a la política interna durante el primer gobierno peronista, es importante destacar el rol decisivo del Estado como regulador de la economía. El proceso de industrialización durante el peronismo tuvo grandes diferencias del imperante hasta principios de los años cuarenta. Durante el régimen oligárquico, el proceso industrializador era excluyente respecto de las capas sociales más bajas, mientras que para el peronismo el desarrollo de la industria nacional, ampliando el mercado interno mediante una fuerte redistribución del ingreso en favor de los asalariados resultaba esencial.

El análisis de Mario Rapoport y Claudio Spiguel sostiene esta idea de redistribución del ingreso en favor del mercado interno como factor determinante del desarrollo económico:



  “El modelo económico peronista se sustentaba en cuatro pilares que rompían con las  concepciones tradicionales del pasado, aunque no se contraponen a las nuevas ideas económicas que comenzaban a imponerse en otras partes del mundo: la importancia del mercado interno, del nacionalismo económico, del estatismo y del papel central de la industrialización.”



   La orientación principal de la política exterior durante el primer peronismo, se dirigió a tratar de recrear, en lo económico, la triangularidad Argentina-Estados Unidos- Gran Bretaña y Europa, gestionando entre otras cosas que Norteamérica pusiera fin a su política de intimidación hacia la Argentina  y pudiera proveer con sus productos, los bienes de capital necesarios para el proceso de industrialización. A sí mismo, se intentaba diversificar las relaciones económicas y políticas internacionales,  afirmando la posición en América Latina.  Se buscaba afianzar los lazos con los países vecinos, en busca de favorecer la complementariedad económica entre los Estados del cono sur, para contrarrestar la injerencia del país del Norte en la economía de la región.

Juan Bautista Cabral, soldado, zambo y heroico Por Alberto Lettieri






Por Alberto Lettieri


El 3 de febrero tuvo lugar el célebre Combate de San Lorenzo, que significó el debut del General San Martín y de los Granaderos a Caballo en las lides por la Independencia Argentina. Fue la única confrontación que nuestro Libertador y el Regimiento que creó afrontaron en suelo argentino.
La historia argentina ha inmortalizado este combate, más que por su importancia real en términos de confrontación bélica -apenas duró 15 minutos y enfrentó a escasos 400 hombres entre ambos bandos-, por la acción de arrojo que convirtió en mártir a Juan Bautista Cabral, quien cubrió con su cuerpo al entonces Coronel José de San Martín, que había quedado aprisionado bajo su caballo en el campo de batalla.
Las controversias pasan por otro lado. ¿Quién era realmente Cabral? ¿Detentaba realmente el grado de Sargento, con que lo recordó la memoria oficial de la Nación? ¿Fueron realmente sus últimas palabras las que todos conocemos?
Poco es lo que se sabe sobre este mártir argentino. Nació en el municipio de Saladas, en la provincia de Corrientes, alrededor de 1789. De origen zambo – combinación entre negro africano e indígena americano, se ubicaba dentro de las castas más postergadas dentro de un sistema racista y discriminatorio. Su padre era un indígena guaraní, llamado José Jacinto, y su madre era una esclava de origen angoleño, Carmen Robledo. Al estar al servicio del estanciero Luis Cabral, adoptaron su apellido como mácula de pertenencia.
Cuando promediaba los 23 años fue incorporado a la fuerza al Ejército, por orden del Gobernador de Corrientes, Toribio de Luzuriaga. Más tarde fue enviado a Buenos Aires, y en 1813 se sumó al Segundo Escuadrón del naciente Regimiento de Granaderos a Caballo.
Según Pastor Obligado, un historiador del Siglo XIX, sus dotes le habrían permitido su ascenso a Cabo, y poco después al grado de Sargento. Bartolomé Mitre, en cambio, en su Historia de San Martín y de la Emancipación Americana, lo presenta como soldado raso, lo cual reviste mayor grado de credibilidad, ya que difícilmente un zambo podría conseguir algún tipo de ascenso en esa época, y mucho menos sin obtenerlo en el campo de batalla.
El momento culminante de su vida transcurrió durante los breves instantes en que protegió con su cuerpo a un Coronel San Martín que había quedado aprisionado bajo su caballo, que había sido impactado por el enemigo. La iconografía histórica hizo el resto, ya que no queda claro cómo se desarrolló la acción. Lo que sí sabemos es que no murió en el campo de batalla, sino poco después, en el Refectorio del Convento de San Lorenzo, utilizado a la sazón como hospital de campaña, a consecuencia de las graves heridas recibidas.
El mito sobre el Cabral se origina en una carta enviada por San Martín a la Asamblea del Año XIII, en la que destaca el arrojo de este héroe rioplatense, asignándole como palabras de despedida la frase: “Muero contento, mi General, hemos batido al enemigo”.
“No puedo prescindir de recomendar particularmente a la familia del granadero Juan Bautista Cabral natural de Corrientes, que atravesado el cuerpo por dos heridas no se le oyeron otros ayes que los de viva la patria, muero contento por haber batido a los enemigos.”-relataba la misiva de San Martín.
La historia oficial no dudó en convertirlo en ícono del patriotismo. Bartolomé Mitre asegura -varias décadas después- que el grado de Sargento le habría sido otorgado post mortem, por su desempeño en el combate que le costó la vida. Pero para entonces esa clase de ascensos aún no se concedían, por lo que murió como nació: pobre, sin grado militar y discriminado por la sociedad de castas.
Ahora bien, si bien la historiografía liberal estuvo dispuesta a reconocer su arrojo, lo hizo a condición de disfrazar su aspecto. La generosa iconografía que se le dedicó a Cabral lo presenta como blanco, o bien con piel oscura pero con rasgos occidentales, en lugar de respetar su color moreno y su aspecto guaranítico, ya que hubiera sido todo un contrasentido en pleno proceso de construcción del mito de la Nación blanca y occidental. Habitualmente, también, se lo presenta falleciendo en el campo de batalla, en lugar del lecho del hospital donde realmente murió. Finalmente, sobre las últimas palabras de Cabral que transmite San Martín -que sí dominaba el idioma guaraní-, no se aclara en que lengua habrían sido pronunciadas. Pero es altamente improbable que manejara el español.
Por el contrario, la Marcha de San Lorenzo, compuesta en su homenaje por Carlos Javier Benielli y Cayetano Alberto Silva es más respetuosa de la verdad histórica, al referirse a Cabral como “soldado heroico”.
La Escuela de Suboficiales del Ejército Argentino lleva el nombre de “Sargento Cabral”, tomando por ciertas las afirmaciones de Mitre sobre su ascenso post mortem. A la postre, un sargento que nunca lo fue. Un capítulo más de una historia oficial caracterizada por las falacias e imprecisiones para dar vida a un relato legitimador de un orden occidental y colonial para nuestro país.
Ni blanco, ni sargento, ni hablaba español, ni murió en el campo de batalla. Pero si un héroe criollo que entregó la vida por la causa de la Patria que anidó muy temprano en los corazones del pueblo argentino.


jueves, 18 de junio de 2020

DE COMANDO CIVIL A MONTONEROS, por Aldo Duzdevich.



Por Aldo Duzdevich 


Mesa de café de viejos militantes setentistas, recurrentemente hablando de historias. Alguien inicia una frase en tono de confesión: “bueno...yo en el 55...estuve con los comandos civiles”. 
Para mi no es sorpresa la confesión, desde hace tiempo rastreo ese peregrinaje. Sobre todo en militantes que provienen de la raíz católica. Desde que leí el libro de Florencio José Arnaudo (1), sobre  los Comandos Civiles, quede impresionado por las similitud de vivencias de aquellos muchachos y la de los jóvenes católicos de clase media  que en los
setenta nos iríamos a vincular con la lucha armada. 
En otras notas he contado la historia de Diego Muniz Barreto, un niño bien, jefe de comandos civiles, que destruyo con una bomba la Escuela Superior Peronista y terminó siendo diputado por la JP-Montoneros en 1973. De Mariano Castex compinche de Diego en el intento de matar a Peron en 1953 . Y la de otros jóvenes antiperonistas que terminaron siendo conocidos militantes en los 70 como: Rodolfo Walsh, Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Duhalde, Carlos Mugica, Augusto Conte Mac Donnel, Luis B Cerruti Costa, Conrado Eggers Lan, Emilo Mignone, Norma Kennedy, Carlos Corach, etc.. Y la repetición de apellidos de comandos civiles y montoneros; Landaburu, Nogueira, Bourdieu; Botto; Casares; Cullen; Van Gelderen; y por supuesto Bullrich Pueyrredon.
Gustavo quien ya pisa los 80 años, previo asegurarle no divulgar su nombre, accedió a contarme su historia: “Pertenezco
 al circulo de familias ricas o de la oligarquía de los años 40. Me forme con los jesuitas. Me mandaron pupilo al Inmaculada de Santa Fe, donde en los 60 estuvo de profesor Jorge Bergoglio. Un colegio fundado en 1610 por los jesuitas, con muchísima tradición. Recuerdo que en mi época, en las fechas patrias, los del Inmaculada desfilábamos de saco azul y mauser al hombro. Si bien eramos chicos de la oligarquía, los curas nos llevaban a los hospitales y a las villas a ayudar a la gente. Recuerdo una villa que se llamaba “el Piquete”. Por supuesto  el ambiente del colegio era muy antiperonista”. 
Así como en 1955 el Inmaculada irradio Comandos Civiles, amediados de los 70 las familias “bien” dejaron de mandar sus hijos al “Inmaculada” por considerarlo “cuna de montoneros”. Al menos 15 importantes cuadros montoneros pasaron por sus aulas, entre ellos los hermanos Molina Benuzzi, Juan Carlos Soratti,Carlos Laluff  y  Luis Roberto Mayol.  
“ Cuando ingrese a la facultad todos mis amigos eran antiperonistas –sigue relatando Gustavo- eramos los pibes de la oligarquía, todo nuestro ambiente familiar y social era muy anti peronista. Peron era sinónimo de todo lo malo, era ladrón, dictador...había miedo que nos expropien los campos. Había que sacarlos. Era un Boca-River, sin demasiados análisis políticos. Nosotros eramos los buenos y ellos -los peronistas- eran los malos.”
Una de las primeras cosas que hicimos fue ir a proteger la Iglesia de San Nicolás de Bari, pusimos las mangueras de incendio en las ventanas para repeler un supuesto ataque. Después el obispo nos saco cagando...”. “También recuerdo que el día del bombardeo el 16 de junio, nos juntamos en una esquina cerca de Plaza de Mayo, con brazaletes blancos; no sabíamos bien que iba a pasar, pero como a las 11 de la mañana nos dieron orden de desconcentrarnos”.
Los días después del golpe me toco acompañar a Gendarmería en el allanamiento a un sindicalista en el conurbano, recuerdo como lloraba la mujer. Otra vez durante una huelga de colectiveros, fuimos movilizados a manejar colectivos, íbamos de a dos, armados con pistolas 45.”
Esas son las cosas que recuerdo de mi paso por los comandos civiles, yo tenía 19 años, como te cuento no tenía mucha conciencia política de lo que pasaba, era mas bien una cuestión de pertenencia a una clase, y al grupo de amistades donde me movía”.
Seguí mis estudios, me recibí y me dedique a trabajar en mi profesión. Tal vez por la frustración que significó todo lo que siguió a la revolución libertadora, yo, como muchos otros jóvenes fuimos modificando nuestra visión de la realidad. No fue un acto individual, varios amigos míos fueron evolucionando en su manera de pensar y entender la historia y la política. En mi caso personal por mi profesión tenía mucho contacto con obreros. Comencé a  descubrir  la realidad de la gente humilde y trabajadora; las dificultades para sostener sus familias, los dramas que muchos vivían.  Aquella enseñanza cristiana, de "ponerse en el lugar del otro", que me inculcaron en mi adolescencia los jesuitas del Inmaculada, me hizo reflexionar y discernir nuevos rumbos en mi forma de pensar y actuar. Después de 1966 me acerque nuevamente a la universidad, donde ya había muchos vientos de cambio. Era un espacio donde se debatían las nuevas ideas. En esas charlas fui descubriendo otra forma de ver el peronismo. Luego alguien me conectó con el padre Carlos Mugica. Comencé a ir a la Villa 31. Y allí ya me  vinculé  con compañeros militantes del peronismo, y algunos que estaban en la lucha armada. Tiempo después me integre  a Montoneros. Por mi profesión, tuve a cargo algunas tareas clandestinas muy importantes. Pero, en el año 75 ya tenía muchas diferencias y varios compañeros míos dejaron la organización por diferencias políticas. Yo, decidí mudarme al interior y recomenzar una nueva vida alejado de la militancia. Y aquí estoy….”
En esta historia breve y simple se esconde todo un trasfondo histórico, que todavía no ha sido puesto en debate, como tantos otros temas de nuestro doloroso pasado reciente.
No soy amigo de los juicios apresurados, de las versiones cerradas y de las conclusiones fáciles. Solamente tomar como enseñanza que la historia no es lineal, ni mucho menos binaria. Que la versión de un mundo dividido en bandos de buenos y malos, solo sirve para explicarle a los niños las películas de piratas. Pero, en política suele suceder, que los “malos” de ayer, son los “buenos” de mañana y viceversa. Y segundo, que cada hecho histórico hay que analizarlo con la hermenéutica de la época, meterlo en el contexto en el que se desarrolló. 
Solo así,  revisar la historia nos servirá para aprender, y no repetir los errores y desencuentros del pasado. 

(1) Florencio Jose Arnaudo es el anciano que da testimonio (gorila) en la pelicula “Cristo Vence” recientemente emitida por la TV Publica. 

Aldo Duzdevich
Autor de “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron” y “Salvados por Francisco”