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jueves, 17 de septiembre de 2020

LA LEY DE LA LIBERTAD. LA EPISTOLA BÍBLICA QUE ESCRIBIÓ EL HERMANO DE SANGRE DE JESUS DE NAZARETH

 


por Javier Garin



LA LEY DE LA LIBERTAD:  LA CARTA QUE ESCRIBIÓ SANTIAGO, EL HERMANO DE JESUS

           Uno de los textos más antiguos y también más hermosos del Nuevo testamento es la Epístola Universal de Santiago. Algunos estudiosos consideran que es el primero, cronológicamente, de los escritos neotestamentarios, anterior a las más viejas epístolas paulinas, y por supuesto a los Evangelios. Se la suele datar en la década del cuarenta de nuestra era, pues no existe en ella ninguna alusión a los temas debatidos en el Concilio de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 50 aproximadamente. No hace referencia a cristianos de origen pagano, ni a las tensiones entre estos y los cristianos de origen judío que marcaron las deliberaciones de aquel Concilio. Es evidente que fue escrita en el comienzo del desarrollo de la iglesia cristiana.

            La autoría de la misma no está probada, debido a la costumbre, muy frecuente entre los autores del cristianismo primitivo, de atribuir los escritos propagandísticos a personajes con autoridad y renombre entre la comunidad de los creyentes. Tampoco se sabe cuál de los Santiagos sería el supuesto autor de esta breve obra, pero existen razones de mucho peso – tales como su datación probable, su contenido manifiestamente judaico, sus destinatarios judíos dispersos, sus más de cuarenta citas directas e indirectas de textos de la Torá, sus solventes alusiones a los doctrinas del Sermón del Monte, etcétera-, para creer que el personaje aludido es Santiago “el Justo”, el hermano del Señor, quien fuera primer obispo de Jerusalén y jefe de la Iglesia primitiva.

               Un criterio usual para la conformación del cánon neotestamentario consistió en admitir solamente los epístolas escritas por personas de probada autoridad apostólica. De los discípulos de Jesús, que fueron después apóstoles, se conoce a dos Santiago: el hermano de Juan e hijo de Zebedeo y el hijo de Alfeo (Mateo, 10, 2-4); de este último, poco se sabe; pero al hermano de Juan se lo menciona muchas veces junto con Pedro y Juan, hasta que aproximadamente en el año 44 d.C. es decapitado por orden de Herodes (Hechos, 12, 1,2). Por eso se lo suele descartar como autor de esta epístola, que tiene como destinatarios, no a recién convertidos, sino a judíos cristianos fuera de Israel, que posiblemente huyeron de Jerusalén tras el martirio de Esteban (Hechos, 8, 1-4 y 11, 19). Que el autor se presente a sí mismo en el primer versículo simplemente como Santiago, demuestra que era una figura de sobrada autoridad y harto conocida, lo que nos lleva a concluir que debió haberla escrito, efectivamente, Santiago el Justo, que fuera obispo de Jerusalén durante treinta años ininterrumpidos, llamado por Pablo “una de las columnas de la Iglesia”.

              Como hemos explicado en otra nota, Santiago el Justo era uno de los seis hermanos de sangre de Jesús –cuatro varones y dos mujeres-, y fue el hombre elegido por los apóstoles para ejercer la máxima autoridad eclesiástica en Jerusalén, que a la sazón era el centro de la Iglesia primitiva. Debido a su autoridad general, era considerado el “obispo de obispos”, y gobernaba desde Jerusalén todas las iglesias existentes.

                 Santiago el Justo era un hombre de probada fe y reputación de santidad. Eusebio dice de él que, al igual que Elías, permanecía tantas horas en oración que sus rodillas presentaban callos como las rodillas de los camellos. Según Flavio Josefo, Santiago vivía como un nazareo, como Sansón, Samuel o Juan el Bautista, no tomaba vino ni otras bebidas alcohólicas, no pasó navaja por su cabeza y era apodado  “el Justo” porque observaba rigurosamente los preceptos de la Ley. Nazareos o nazireos se denominaba a los hombres o mujeres consagrados a Dios, que tenían un régimen estricto de prohibiciones emanadas del capítulo 6 de los Números, y eran un testimonio viviente de glorificación a Yavé, abandono de las cosas mundanas y santidad. Algunos sostienen que el epíteto de “nazareno” dado a Jesús resultó una confusión, ya que en realidad habría querido aludir a que era un “nazareo”, un consagrado; pero esto es dudoso, ya que los nazareos no podían beber vino ni vinagre ni acercarse a los muertos, cosas todas ellas que Jesús realizó.

                    Santiago el Justo era sumamente respetado y reconocido por todos los judíos, incluso aquellos que no creían en Cristo, como también nos indica Flavio Josefo al relatar las circunstancias de su muerte por instigación del  sumo sacerdote saduceo Ananías.

               Insistimos en que en aquellos tiempos el cristianismo aún no se había diferenciado del judaísmo, y que los creyentes en Jesús se consideraban a sí mismos buenos judíos en vez de profesantes de una nueva religión.

               Quienes se oponen a la atribución de la carta a Santiago el Justo argumentan que un carpintero hijo de carpinteros no tenía los conocimientos lingüísticos para escribir tan apropiadamente en griego, idioma original de esta misiva. Sin embargo, menospreciar la educación de Santiago y de Jesús por haber sido artesanos pobres es un prejuicio. El pueblo de Israel era el más alfabetizado de todo el Imperio Romano; los niños eran educados en escuelas religiosas siguiendo varios niveles de enseñanza hasta adquirir un conocimiento exhaustivo de la Torá; y uno de los más influyentes rabinos anteriores a Jesús, el celebérrimo Hilel, era tan pobre que de niño escuchaba las lecciones desde el techo del establecimiento porque su familia no disponía del escaso dinero para contribuir a la escuela. Hilel era de profesión zapatero, como Jesús y Santiago carpinteros, y estudiaba la Torá cuando terminaba de arreglar zapatos, lo que no le impidió ser uno de los mayores conocedores e intérpretes de la Ley. De manera que confundir la calidad de artesano con la falta de educación es no entender la naturaleza de la vida cotidiana en la Israel de Jesús.

            En cuanto al conocimiento popular del griego, ocurre otro tanto. Buena parte de los habitantes de Judea y regiones adyacentes hablaban entonces el griego como segunda lengua, y seguramente el propio Jesús tenía buenos conocimientos de griego, ya que Galilea y la aldea de Nazareth eran lugares de paso en una ruta comercial sumamente transitada, por la que circulaban muchos grecoparlantes. Por otra parte, en Jerusalén se reunían periódicamente judíos procedentes de las ciudades y regiones más diversas, casi todos ellos grecoparlantes, como surge de  reiteradas referencias de los Hechos y de las Antigüedades Judías; por lo que no parece verosímil que Santiago, jefe de la Iglesia de Jerusalén, fuera incapaz de expresarse en griego. Pero incluso suponiendo  que no dominara esa lengua como para escribir elegantemente en ella,  ello no impide que confeccionara la carta por medio de un escribiente, o que un editor posterior hubiera adaptado escritos originales de Santiago para los judeocristianos grecoparlantes.

           Es justo señalar que muchos estudiosos sostienen que esta epístola es de tiempos posteriores, y que la atribuciòn a Santiago lo es a manera de homenaje. No obstante, preferimos atenernos a la tradición que la adjudica al hermano de Jesús, por parecernos altamente defendible.

              Sus notables coincidencias con pasajes del sermón de la montaña y expresiones recogidas en los evangelios sinópticos, parecen vincularla de modo estrecho con el hipotético y perdido texto Q, el cual se supone volcaba por escrito una colección de dichos de Jesús conservados por tradición oral casi inmediatamente después de su muerte, y que sirvieron de fuente documental para los evangelios canónicos. Aunque en este caso podemos prescindir del hipotético documento Q, pues Santiago estaría citando de memoria o de la tradición oral las palabras de su hermano. Este punto resulta especialmente convincente, pues las referencias al Sermón de la Montaña no reproducen literalmente a los Evangelios, sino que son explicaciones sobre algo que se ha escuchado predicar, como es probable que el propio Santiago haya oído muchas veces hablar a su hermano.

                   La posición social fuertemente contestataria de la epístola de Santiago, así como sus destinatarios judeocristianos, hizo que generara resistencia al formarse el canon neotestamentario, pero como muchas comunidades cristianas sentían enorme veneración por esta  pieza, finalmente no hubo más remedio que incluirla.

                      "La Ley de la libertad". Un concepto llamativo, moderno y peculiar de esta misiva es el de “la ley de la libertad”. Jesús sostuvo: “la verdad os hará libre”. Santiago traza una dicotomía: la ley de la libertad o la esclavitud del pecado. El hombre libre es aquel que sigue la ley moral, el hombre sin ley es un esclavo de sus pasiones.

1:25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

2:12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad."

                    “Paciencia, no violencia.”  Su constante llamamiento a la paciencia y la paz se aplica muy bien al contexto de violencia nacionalista y fanática que precedió al alzamiento de los judíos contra Roma y su posterior derrota por las huestes del general Tito. Santiago parece recomendar una fe paciente en la venida del Señor como alternativa  a la violencia.

“1:2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
1:3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.”

“1:19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;

1:20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”

“5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.

5:8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.”

            “Hacedores, no simples oidores”. Su contenido es revolucionario y aparece íntimamente ligado al mensaje de Jesús. No es una reinterpretación teológica de Jesús, sino un fiel trasunto del pensamiento de los judíos que seguían a Jesús, enfocado hacia la vida práctica, entendiendo las doctrinas de Jesús, no como una teología, sino como un camino y elección de vida, que se manifiesta en la conducta del creyente.

“1:22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

“1:26 Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.

1:27 La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.

             “Obras, no sólo fe. La fe sin obras está muerta.” Posee además ciertas características relevantes. Polemiza con la doctrina de Pablo de la justificación por la fe, y pone el acento en las obras. Debido a ello tuvo muchos detractores, no sólo en los tiempos antiguos sino también entre los protestantes. Lutero quiso, en algunos tramos de su acción político-teológica, eliminar esta carta del Nuevo Testamento, porque no se amoldaba a su concepción de la salvación por la gracia, tomada de la Epístola a los Romanos de Pablo, como herramienta para combatir al papado. Llamaba a la Epístola de Santiago “una carta de paja”, escrita por “un judío que ha oído campanas y no sabe dónde”; decía que en cualquier momento encendería la estufa “con Santi”, y hasta se vanagloriaba de que “en Wittenberg hemos echado a Santiago de la teología, sí, casi le hemos echado de la Biblia”.

          “2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.”

“2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.”
“2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.”

            “Alabanzas al pobre, condenación al rico.” Pero lo que resulta más irritante a muchos cristianos de tiempos posteriores, y especialmente a muchos protestantes, es el rechazo y condenación de la riqueza y la exaltación de la pobreza, aspectos en que se Santiago se encuentra en sintonía directa con la predicación de Jesús, y que no es posible hallar en otras epístolas con tal crudeza.

             No hay nada en la carta de Santiago que no se contenga ya en la prédica de su hermano, pero  la condenación de los ricos aparece expresada de un modo tan enérgico, que el resto de las epístolas  recogidas en el Nuevo Testamento parecen blandas y concesivas en comparación. Sin duda Santiago conocía muy bien el pensamiento de Jesús y no intentaba adaptarlo al gusto terrenal de los gentiles, como haría Pablo.

“1:9 El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación;
1:10 pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba.

1:11 Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas.”

“2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?

2:6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?”

“5:1 ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
5:2 Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla.
5:3 Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.

5:4 He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.

5:5 Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza.

5:6 Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.


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