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sábado, 29 de agosto de 2020

Ben Molar, el enorme gestor cultural porteño, por Catalina Pantuso

Ben Molar amigos








Por Catalina Pantuso




“El tango es un regalo que Argentina le hizo a hombres y mujeres de muchas partes del mundo, que inmediatamente se adaptaron y amaron esta tierra”.

 

Cuando nadie hablaba de “gestión cultural”, Ben Molar se adelantó a su tiempo y marcó el ritmo de toda una época. Fue un letrista y adaptador de temas extranjeros al castellano que se desempeñó como un destacado productor musical, promotor artístico y productor discográfico, en especial entre los años 1950 y 1970. Su talento y perseverancia no sólo buscaron nuevos rumbos con su obra “14 para el tango” sino que también lograron que el 11 de diciembre fuera declarado “Día Nacional del Tango.”

 “Poroto” el pibe del arrabal 

El 3 de octubre de 1915 nacía Moisés Smolarchik Brenner, popularmente conocido como Ben Molar. Toda su vida transcurrió en la Ciudad de Buenos Aires; desde una humilde vivienda del barrio de San Telmo —en la calle México 2041— que le dio la bienvenida a este mundo, hasta la casa de su hermana Raquel—en la Av. Santa Fe al 1700— que lo vio partir, a los 99 años, un 25 de abril de 2015.

Sus padres fueron inmigrantes polacos. Don León, un calificado pintor de brocha gorda, llegó a la Argentina en 1905 y Doña Fanny, un ama de casa que hacía flores de papel, lo siguió dos años más tarde. El matrimonio tuvo tres hijos: Rafael, Moisés y Raquel.

La familia Smolarchik Brenner compartía sus días junto a los vendedores ambulantes de cualquier origen; verduleros napolitanos; lavanderas, costureras y empleadas domésticas “gallegas”; albañiles calabreses; el director de banda alemán o el violinista ruso, entre tantos otros. Recordando aquellos tiempos Molar afirmó que: “Allí los tanos ponían un trípode y vendían 5 de pizza y 5 de fainá. Y muy cerca algún turquito, su baclavá; algún gallego, sus lupines; y nosotros, las semillitas de girasol. (…) Mis padres comprendieron que había que adaptarse al suelo de este querido y gran país, donde nunca encontramos nada que nos fuera en contra, sino vivencias cariñosas y afectuosas.”

En esta Babel porteña de lenguas y sueños, fue algún italiano que le puso el apodo a Moisés: “Me llamaron “Poroto” porque los vecinos italianos me decían ‘Fasulo’”(deformación dialectal de “fagiolo”). “Poroto” supo ganarse la vida desde chico, primero vendiendo las flores que hacía su madre y después, a los once años, trabajando en la fábrica de muñecas ubicada en la calle Acevedo, entre Vera y Velazco, pintando los labios y los ojos de las caritas. Sin embargo nunca tuvo quejas ni reproches. Todo lo contrario, supo aprovechar cada adversidad y aprender de ellas.

A principios de siglo, la familia vivía en Villa Crespo, allí donde se daban cita la música y las letras del 2×4. En varios reportajes Moisés recordaba: “Nosotros al tango le decíamos tánguele, porque nació en las mismas calles donde había inmigración judía.” A su madre, doña Fanny, le gustaban Bing Crosby y Frank Sinatra pero también amaba el tango y se los enseñó a sus hijos. En medio de su trabajo y sus tareas domésticas, la señora corría los muebles de la pieza para bailarlos mientras Raquelita los cantaba y Rafa dirigía un conjunto de actores aficionados que se llamaba “Proscenio”

La creatividad de “Poroto” se concretó escribiendo letras para las canciones de la murga “Los Presidiarios” de Villa Crespo, en la que todos los chicos vestían el típico traje a rayas. Pero él era diferente, se disfrazaba de “ladrón de guante blanco” porque su mamá le había confeccionado un traje con retazos de arpillera y raso negro.

El joven Moisés fue un verdadero buscavidas, para entrar gratis al cine repartía sus programas y, durante siete años, trabajó en una fábrica de marcos en el barrio de Palermo. Como todos los jóvenes, fue enrolado para hacer el servicio militar en el Regimiento de Patricios y compartió su instrucción con otros argentinos nativos y muchos hijos de inmigrantes. Dado que cada uno tenía sus propias costumbres, Moisés pensó que era necesario hacer una canción que los representara a todos. “Entonces les hice la letra a dos canciones que eran famosas mundialmente: “Noche de paz” de Franz Gruber y “Repican las campanas” de James Pierpont. En ese momento no tenían letra en castellano. Yo las escribí en un papel y las repartía en las iglesias, la de Canning entre Rivera y Lerma, la de Malabia entre Gurruchaga y Padilla”. Esas dos versiones se siguen cantando en la actualidad y son famosas en todo el mundo de habla hispana

Vivir por la cultura desde la empresa musical

Su vocación como letrista le hizo comprender que la mayoría de las canciones melódicas llegaban desde México o de Centroamérica, entonces inventó un personaje que vivía en Francia y le mandaba letras para que fueran musicalizadas y grabadas por artistas locales. “No creí que a ellos les interesase cantar boleros escritos por un argentino, así que decidí firmarlas como ‘el hijo de la muela’, es decir Ben Molar.” Con este seudónimo escribió temas que interpretaron dos de los más grandes cantantes mexicanos: Juan Arvizu, hizo “Sin importancia” y Pedro Vargas “Final” y “Volvamos a Querernos”. Durante tres años guardó el secreto hasta que un amigo, el cantante español Gregorio Barrios, lo descubrió. Ya asumida públicamente su autoría escribió algunas canciones para comedias musicales, entre ellas “Paren el mundo… quiero bajar”, “Mame”, “Dos Virginias para un Pablo” y “Te casarás Gaspar”.

Inquieto, conocedor de la calle y sus oficios supo ser un mediador entre la creación, la participación y el consumo cultural. Se convirtió en un empresario con dedicación, oficio e intuición; comprendió que la industria del disco debe apelar a la creación constante de nuevos ritmos para atraer especialmente a los adolescentes. “Un rasgo que me enseñaron mi papá y mi mamá, era que tenía que pisar en la tierra, nunca decir que estoy medio metro más arriba. Y yo logré demostrarles eso a los que estaban a mi lado, que también tenían que pisar en la tierra, con toda humildad.”

Tuvo sus oficinas en el corazón de la ciudad —en Corrientes y Montevideo— y en ella guardaba sus “tesoros”: revistas, fotos, afiches y partituras de los grandes maestros del tango; un busto de Jorge Luis Borges y un retrato de Ernesto Sábato. Siempre cortés y elegante, solía usar las guayabas —camisa paraguaya bordada, de “aó poí”— que le regalaban sus amigos paraguayos y vistosas corbatas gardelianas.

Ben Molar supo dar vida a verdaderos ídolos populares, muchos de los que nacieron en las décadas del ‘50 y ‘60. Introdujo a Guillermo Brizuela Méndez; inventó a las Trillizas de Oro; trajo a Paul Anka, Neil Sedaka y Maurice Chevalier. Como editor musical descubrió y promocionó a artistas populares como Mercedes Sosa, Violeta Rivas y Litto Nebbia. Fue uno de los creadores de la “Nueva Ola” —una forma, directa y simple, de sentir al música popular—que, según su opinión, empezó a gestarse en 1952 con Elder Baber, continuó con “Los 5 Latinos” en 1957 y logró el cimbronazo en 1959 con Baby Bell y Billy Cafaro; los primeros temas grabados por Palito Ortega y Sandro fueron suyos.

En su sello musical, FERMATA, se grabaron temas de todos los géneros de la música popular. Vale la pena recordar su cercanía con la cultura guaraní, gracias a la profunda amistad con el prolífico artista paraguayo Demetrio Ortiz —músico, compositor, dramaturgo y coreógrafo de danzas tradicionales— con quien compuso dos temas: “Tus lágrimas” y “Recuerdos del Paraguay.”

Por el tango y para el tango

Ya había alcanzado el éxito comercial cuando, en el año 1966, el tango sufría una de sus más graves crisis de difusión. Las grandes compañías discográficas pagaban para que las radios pasaran exclusivamente música extranjera; resultaba mucho más económico ya que no debían pagar ni matrices ni derechos de autor. A tal punto que RCA de Argentina había destruido las matrices de grabaciones de tango y folklore de varias décadas.

Los tangos se estaban olvidando pero los recuerdos infantiles de “Poroto” volvían con toda su fuerza; se decidió y emprendió la tarea titánica homenajearlo y rescatarlo del abandono. Ya había adquirido una visión panorámica del sector cultural, conocía las implicancias sociales y políticas del mundo tanguero y sobre todo tenía una clara visión del mercado. Se comprometió, como sólo él sabía hacerlo, en 

el proyecto “14 con el tango”, un emprendimiento de gran valor artístico que tuvo una inmensa difusión internacional. En el LP con los todos temas se incluyeron los diferentes estilos tangueros: el tango canción, el tango milonga, el tango salón, el tango de vanguardia y el tango lunfardo.

En “14 con el tango” reunió a los más importantes hombres de la literatura argentina para que escribieran las letras, entre los que se contaban: Jorge Luis Borges, Baldomero Fernández Moreno, Leopoldo Marechal, Manuel Mujica Láinez, Ernesto Sabato y César Tiempo. Estuvieron presentes los compositores más destacados del dos por cuatro como Juan D’Arienzo, Julio De Caro, Mariano Mores, Ástor Piazzolla, Héctor Stamponi y Aníbal Troilo. Importantes maestros de las artes plásticas se prestaron a ilustrarlo: Carlos Torrallardona, Raquel Forner, Raúl Soldi, Carlos Alonso, Julio Martínez Howard y Luis Seoane, entre otros. Una vez presentado en Argentina, este ambicioso proyecto comenzó una gira internacional. Ben Molar recordaba: “Y esa fue una muestra mundial, porque por todos lados se exhibieron esas 14 pinturas con el disco de fondo sonando sin parar. El primer lugar fuera del país en el que produje la muestra fue en un teatro de Tel Aviv, ya que yo quería que Israel fuese el padrino de esa muestra. Luego pasó por Grecia, España, Italia y un montón de países más, y en todos los lugares donde iba y les decía que era de Argentina, me decían ¡Tango!”.

El tango iba recuperando su espacio pero aún faltaba mucho. Molar había comprobado que la música porteña era un árbol de raíces profundas que volvía a florecer en todo el mundo. Recordó que una noche de 1965, cuando iba camino de la casa de Julio De Caro para festejar su cumpleaños, había tenido la idea que el 11 de diciembre —fecha de nacimiento de De Caro y de Carlos Gardel— se celebrara el Día del Tango.

Por su experiencia en la gestión conocía muy bien los escollos que presentaba la política y, para poder sortearlos, buscó apoyos institucionales. Su iniciativa logró el aval de muchas entidades representativas: la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic), la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), la Casa del Teatro, el Sindicato Argentino de Músicos (Sadem), la Unión Argentina de Artistas de Variedades (Uadav ), la Academia Porteña del Lunfardo, Radio Rivadavia, la Fundación Banco Mercantil, La Gardeliana, la Asociación Argentina de Actores y la Asociación Amigos de la Calle Corrientes. A pesar de todos los esfuerzos la propuesta dormía archivada en la Secretaria de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

Eran tiempos difíciles para nuestra música ciudadana y, a pesar de todos los apoyos, Ben Molar tuvo que esperar doce años para lograr que se aprobara celebración mediante el Decreto Municipal N.º 5830 del 29 de noviembre de 1977, y el 19 de diciembre de ese año se convirtió en el “Día Nacional del Tango”, por Decreto Nacional n.º 3781.

Los esfuerzos de Molar por mantener viva nuestra música rioplatense lograron el éxito que él había imaginado durante tantos años y, finalmente, se vieron coronados por el reconocimiento internacional cuando la UNESCO inscribió al Tango en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad(2009; 4.COM)

 Figura arquetípica del mestizaje cultural 

Moisés Smolarchik Brenner tuvo tres grandes amores e su vida: su esposa, la actriz Pola Newman, y sus dos hijos Daniel y Rubén. Disfrutaba de la música, la poesía y las artes plásticas. No cantaba ni bailaba el tango; nunca tuvo ningún cargo público ni solicitó favores políticos. Con la tenacidad de los inmigrantes, la sensibilidad del artista y la visión del empresario, se adelantó a su tiempo y lo transitó con pasión porque estaba seguro de que el tango era “una de las banderas argentinas más importantes en el mundo”.

 “Poroto”, el “Rusito de Villa Crespo”, se convirtió en una de las figuras centrales de la cultura ciudadana y uno de los más importantes difusores del tango. Ésto no pasó desapercibido para el escritor Leopoldo Marechal que le dio un espacio protagónico en su Novela “Megafón o la Guerra”: el demonio Ben (Molar) junto a su amigo el demonio Nelson (Julio Jorge)

Ben Molar, un porteño de nacimiento y de corazón, supo cultivar la amistad y formar equipos de trabajo; tuvo objetivos ambiciosos y metas claras que le posibilitaron concretar emprendimientos muy exitosos. Fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y fue homenajeado con una placa de la calle Corrientes.

En su larga trayectoria supo armonizar perfectamente sus raíces judías con sus amores argentinos: “El haber ido al idische shule de Murillo me dejó muchas huellas, porque era para mí muy valioso estar en un lugar que era parte de nuestro país pero muy diferente… y siempre festejé el Peisaj y otras festividades, eso estaba candente y fue permanente en mi vida, para mantener ese fuego interior”. Formó parte de la Comisión Directiva de las Escuelas Tecnológicas ORT; de la Comisión Directiva del Instituto Cultural Argentino-Israelita y miembro fundador de la Casa Argentina en Tierra Santa. Merecen destacarse algunas de sus múltiples distinciones: miembro de la Academia Nacional del Tango; de la Academia Porteña del Lunfardo; de la Asociación Amigos de la Calle Corrientes; Presidente Honorario de la Asociación Gardeliana Argentina y de la Biblioteca Juan Bautista Alberdi.

Por su experiencia vital, por su inquietud y su inteligencia, Ben Molar supo amar y difundir el incomparable estilo mestizo del ritmo rioplatense: “El tango es un regalo que Argentina le hizo a hombres y mujeres de muchas partes del mundo, que inmediatamente se adaptaron y amaron esta tierra. La prueba es que en las filas de su música y de sus letras hay un montón de hijos de inmigrantes, que nos regalaron su presencia, cultura y amor a las cosas de cada momento que tiene el tango. (…) Veníamos de puntos muy distantes, y encontrábamos sólo abrazos de los argentinos por medio del tango, pero también se dejaban atrás muchas cosas…”.


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