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sábado, 26 de septiembre de 2020

Triunfo del Frejuli, Ezeiza, asesinato de Rucci, muerte de Perón. Reportaje a Fernando "el Pato" Galmarini, por Javier Garin.

 



 por Fernando "el Pato" Galmarini, reportaje de Javier Garin



                 -En marzo de 1973 la fórmula del Frejuli triunfaba en las presidenciales. Aunque por muy poco no se alcanzó el 50 por ciento de los votos, el radicalismo, que salió segundo, renunció al ballotage y así quedó consagrado Cámpora. Si bien la lucha popular había sido por la vuelta de Perón, el peronismo levantaba la consigna: Cámpora al gobierno, Perón al poder. ¿Cómo lo recordás?

                   -El 25 de mayo, día del cambio de gobierno, se acabó la clandestinidad para mí: dejé de ser Lucas y volví a ser Fernando Galmarini –dice el Pato. Y aclara-: Se acabó más o menos, porque se vivía un clima de mucha violencia y tensiones, y, aunque ya no estaba clandestino, teníamos que cuidarnos mucho.

               "Los primeros pasos del nuevo gobierno estuvieron impregnados de euforia, algarabía y un desorden que a muchos les parecía consustancial con un tiempo de cambio: se liberaba a los presos políticos, los edificios públicos eran ocupados por trabajadores y militantes, las marchas y movilizaciones permanentes provocaban caos en el tránsito. 

             -Pero el desorden no sólo inquietaba a sectores conservadores: también a Perón, que seguía los acontecimientos desde Puerta de Hierro con un disgusto creciente. Cámpora tuvo que viajar a Madrid a dar explicaciones sobre el rumbo que iban tomando los acontecimientos. ¿Esto era expresion del "quilombo interno" que vos mencionabas anteriormente y que ya se daba al interior de las organizaciones?

                 -En las filas de “la Tendencia”, en las que yo aún militaba –recuerda el Pato-, el comentario que bajaba desde la conducción era que el Viejo estaba “mal  informado”, que estaba “operado por la derecha del movimiento” (los sindicatos y los sectores ortodoxos) y después llegaron a decir que estaba “cercado”, y por eso adoptaba, según ellos, posiciones conservadoras. Que no eran tales, sino que eso era lo que la Tendencia quería ver.

            - Vos, ¿estuviste en Ezeiza, cuando regresó Perón el 20 de junio de 1973 y se produjeron esos enfrentamientos armados que impidieron que Perón se juntara con su pueblo?

            -Sí, sí, sí…. Te macanearía si te puedo aportar algo más de lo que todo el mundo sabe, de la puja entre el palco y las columnas de Montoneros, y el tiroteo que se armó. Allí se fue profundizando cada vez más la brecha, y ya había muertos que no los había ocasionado la dictadura –supuestamente- sino un enfrentamiento entre sectores que se decían parte del mismo movimiento, en el cual se habían infiltrado los mismos que habían sido desalojados del poder, esperando generar caos para hacer naufragar al gobierno popular y regresar. Leonardo Favio, que estuvo en el palco como todos sabemos, me contó más de una vez que estaba lleno de gente armada que él no reconocía ni sabía a quién respondían. Ahí metía la cuchara Osinde y otros personajes que sí eran de la derecha peronista, pero yo creo que además hubo mucho infiltrado que directamente venía de las fuerzas armadas derrotadas. Los servicios no se fueron nunca. Esto hay que tenerlo presente. Se fue la dictadura, pero los servicios seguían metidos en todos lados y después todo esto lo personificamos en la figura de López Rega, pero era algo mucho mayor a su persona, aunque haya sido una figura central de ese proceso. Por otro lado, también desde las organizaciones armadas se contribuyó a ese clima de violencia que conspiraba contra el éxito del Gobierno. Centenares de miles de peronistas se movilizaron para esperar a Perón. Fue una de las movilizaciones más gigantescas que se recuerden. En los alrededores del aeropuerto, alrededor del palco desde el que estaba previsto que el General saludara a su pueblo, se produjo una batalla campal. Yo marché con compañeros de la Tendencia y no había llegado al punto más caliente cuando se desataron los hechos. Después vi imágenes terribles: un muchacho que era izado por los pelos al palco, tiradores que apuntaban desde allí mismo a las columnas de la Juventud Peronista, otros que se parapetaban como podían, balas que nos silbaban cerca de nuestras cabezas.  En nuestras filas también había gente armada, y supongo que los que estaban en el lugar de la refriega, si tenían fierros, los habrán usado. En las organizaciones era vox populi que ese día seguramente habría enfrentamientos con la derecha del movimiento, de modo que estábamos preparados para el zafarrancho, aunque no imaginábamos la dimensión que iba a cobrar. Perón tuvo que aterrizar en Morón: se temía un atentado contra su vida. Poco tiempo más tarde, Cámpora presentó su renuncia y convocó a nuevas elecciones, en las que, al fin, concluiría la proscripción de Perón. La inmensa mayoría del pueblo pensaba que sólo él podía devolver orden al país y al movimiento.

                  “Toda esta división se termina de cristalizar cuando al año siguiente Perón llama a la Plaza por el primero de mayo y les dice a las columnas montoneras, que lo cuestionaban e insultaban a Isabel: “Estúpidos, imberbes”… Ese día fue el final de todo. En el medio, Rucci... A Rucci, Perón lo debe haber querido personalmente mucho, y políticamente le era muy necesario por su papel en el movimiento obrero y en la unificación de la CGT, así como en el Pacto Social que proponía Perón como un eje de gobierno.

               -Cabe recordar que Rucci tuvo un papel protagónico en la unificación de la CGT hasta poco antes dividida, y permitió armar una sola confederación, como quería Perón, que fue poderosa. Y él, al frente, le sostuvo el Pacto Social, junto con Gelbard, el Ministro de Economía, hombre proveniente de la Confederación General Económica, del empresariado nacional, y ese Pacto Social era la pata principal del plan económico de Perón, lo que le permitió recuperar el camino del crecimiento, frenar la inflación y tener pleno empleo.

                  -Así es. Sin duda fue un golpe muy grande para él, en lo personal y en lo político, el asesinato de Rucci –continúa el Pato-. Y en esa Plaza del primero de mayo de 1974 lo vuelve a reprochar de  en forma indirecta, al decir que los sindicatos “han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento..."

              -La oportunidad de ese crimen subraya el carácter de provocación que tuvo. Recordemos que ocurrió dos días después de haber ganado la elección de septiembre de 1973 con el 62 por ciento de los votos, con casi el mismo porcentaje que había sacado en la histórica elección del año 54. 

               -Fue una tocada de culo increíble a Perón –reconoce el Pato-. Fue ahogar en sangre el triunfo y la oportunidad de pacificación que se abría. Tengamos presente que Rucci no fue el único gremialista asesinado: hubo numerosos casos, desde Augusto Vandor, José Alonso, Rogelio Coria, Dirk Klosterman, Atilio López, hombres de distintas características pero todos provenientes del movimiento obrero y de mucho protagonismo en él. Pero lo de Rucci fue especial por la significación que tuvo. Rucci era un tipazo: no sólo masacran al dirigente de la CGT, sino a un peronista leal, un cuadro político y un hombre de la máxima confianza de Perón.

              -¿Lo conociste?

           -Sí. Aunque no lo había tratado mucho, yo conocía a Rucci, había conversado con él alguna que otra vez. El que me lo presentó fue el cura Mugica, que lo trataba con frecuencia, igual que a Lorenzo Miguel, a quien visitamos en la sede de la Unión Obrera Metalúrgica. Rucci me había impresionado como una persona franca, un luchador sindical, un hombre surgido de la resistencia. Cuando me enteré que lo masacraron, mi primera reacción fue culpar a los servicios extranjeros, a “la derecha”, etc. Pero después comprendimos que las balas habían salido de otro lado. Recordamos la consigna que se cantaba en las manifestaciones de la Tendencia: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo mismo que a Vandor”. La muerte de José Rucci fue un tiro al corazón de Perón.

              - Era la teoría de: “para negociar con Perón, tirémosle un cadáver en la mesa.” ¿Vos en ese momento seguías en Montoneros?

             -Estaba ya ayudando a formar la JP Lealtad. Nada de esto tuvo un día, fueron todos procesos. Un largo proceso de charlas, de puteadas, de discusiones.

               “Recuerdo que hubo una fuerte puja por el nombre que acompañaría a Perón en la fórmula para las presidenciales después de la renuncia de Cámpora. En la Tendencia se temía que esa puja la ganara “la derecha”: así se nombraba tanto a la conducción sindical como a una parte de la rama política y a un sector que rodeaba a Perón, cuya figura emblemática era José López Rega, su secretario personal y ministro de Bienestar Social, a quien muchos sindicaban con fundamentos como un tipo ligado a la CIA, como un agente de la CIA. Existe el comentario de que incluso Perón lo habría utilizado a “Lopecito”, como lo llamaba, para hacerles saber a los yanquis lo que él quería que supieran. Pero aclaremos que, más allá del justificado odio hacia López Rega, había una idea muy sectaria de que todo lo que no era “montonero” era “derecha”, incluido Perón. Lo mismo sucedía con la derecha, que no eran precisamente “nenes de pecho”, y en cuyas filas también había metida gente de los servicios y de las Fuerzas Armadas: todo lo que no les reportaba, para ellos eran “zurdos” y había que eliminarlos. Para muchos de estos sectores había que alimentar un quilombo permanente, porque en definitiva trabajaban para un nuevo golpe de Estado. La Tendencia quiso evitar que el vice fuera un peronista, porque sabía que en ese caso Perón elegiría uno del otro sector. Por eso, argumentando la necesidad de la unidad nacional, se presionó a favor de la fórmula Perón-Balbín, y también en algún momento se insistió con colarlo a Cámpora, a pesar de que Perón le había pedido la renuncia. El intento fracasó.

         -¿Pensás que con Balbín como vice en vez de Isabel hubiera cambiado algo?

         -Mirá. Todos comprendían que Perón estaba viejo y enfermo. Si –como de hecho ocurrió- el General moría durante su mandato, ¿qué suerte correría un sustituto radical, obligado a hacerse cargo del Poder Ejecutivo en un gobierno peronista cruzado por un millón de quilombos internos? Por eso, no acuerdo con quienes creen que ponerlo a Balbín hubiera solucionado algo en medio de semejante inestabilidad. Ni Balbín, ni Isabel, ni nadie quizás, podrían haber conducido eficazmente todo este despelote después de la muerte de Perón, no se trataba de un nombre o de otro. Si a Perón, que era el gran conductor del país, le había costado la vida intentar encauzar la situación política, es ilusorio pretender que Balbín lo hubiera conseguido. También es injusto demonizar a Isabel como se ha hecho. Isabel no era sólo la esposa de Perón, sino también su compañera de lucha política, que se había formado a su lado durante el prolongado exilio, y a la cual Perón había otorgado misiones de responsabilidad cada vez mayor. Ya volveremos sobre esto. Como sea, al fin se eligió a Isabel como compañera de fórmula, y para la Tendencia fue una derrota. Aunque en principio se evitó expresar públicamente la decepción, en las reuniones hacia adentro se sinceraba. Estábamos peleando contra una decisión avalada por Perón.

              Era una fuerte tensión interna. Sentíamos que habíamos hecho mucho para que Perón volviera al país, de modo que yo, en virtud de los lazos de solidaridad con tantos compañeros, me sentía tironeado en un sentido. Pero la verdad es que todos sabíamos que cuando Perón llegara a la Presidencia, el que llegaría no era un personaje más, sino el jefe del Movimiento Nacional Justicialista. Y teníamos que seguir sus instrucciones, su conducción. Nunca hubo un doble comando. Para el pueblo argentino había sólo una conducción. Cuando él empezó a hablar con el pueblo argentino dijo que volvía a reconstruir la Argentina en paz. “Bueno, muchachos –nos dijo-, ya pasó una etapa”. Se refería a la etapa de la Resistencia. “Ahora viene la etapa de la reconstrucción”. Y era una reconstrucción que evidentemente no se podía hacer ni a los palazos, ni a los gomazos, ni menos a los tiros. Perón dijo en ese momento que lo más destruido que tenía la sociedad argentina no eran ni sus fábricas ni sus calles, sino el hombre. Y teníamos que reconstruir al hombre argentino. La palabra del conductor pesa. Pesó sobre mí: aunque durante un tiempo me esforcé por mantener mi militancia en la “Tendencia” y la lealtad a Perón, paulatinamente esa situación se fue definiendo. Y como yo muchos. Y así fue naciendo la JP Lealtad.

              - ¿Quiénes eran la Lealtad?

               - No hubo un grupo de Lealtad. Hubo Lealtades por todos lados.

               - Pero algunos que motorizaban… Por ejemplo, el padre Galli, el cura que vos mencionaste.

             - Sí, Jorge Galli. Motorizaba mucho. Quique Padilla, un tipo que fue muy amigo mío, que se fue al exilio, después volvió y lo mataron en la puerta de su casa choreándole. Otro de nuestro grupo era el diputado Nicolás Gimenez. Otro, Dante Oberlín. Otra, Marcela Durrieu. Otro, Alejandro, Peyrou.  Otro, Ramón Canalis. Y muchos otros, no terminaría nunca de nombrarlos. Pero este era sólo un grupo, uno de los tantos que se referenciaban como JP Lealtad. A simple título de ejemplo, te puedo mencionar el grupo donde estaba Jorge Obeid, que fue de la Regional Santa Fe de la JP y con los años llegó a gobernador de su provincia. Pero hubo tantos grupos…  Se fueron armando en distintos puntos del país, hasta por necesidades del propio proceso, distintas JP Lealtad para irse de Montoneros o de otras agrupaciones cuando se enfrentaron a Perón y entroncar con el peronismo leal a Perón.

            -He oído el testimonio de que el Viejo, lejos de pretender eliminar a Montoneros mediante la represión parapolicial, como algunos le adjudican, quería vaciarlos políticamente, desautorizarlos y quitarles la gente por lo bajo, hasta que la conducción montonera quedara sin sustento. ¿Esto puede entroncar con el proceso de alejamiento que vos describís?

                -Es posible que algo de eso hubiera. Alguna bajada de línea. Porque vos fijate. El sindicalismo estaba furioso con Montoneros, no sólo era una disputa de poder, sino también la calentura por el asesinato de dirigentes obreros, por lo de Rucci. Las broncas inter-movimiento eran cada vez peores. La bronca del sindicalismo contra Montoneros dura hasta hoy. El sindicalismo había sido atacado y también respondía. Con un tiro más o un tiro menos, no lo sé. Pero para Montoneros el sindicalismo era la “burocracia sindical” mientras que para Perón era la estructura central del peronismo, su creación más importante. Por eso es que hoy día, todavía, la dirigencia del movimiento obrero "no perdona" la agresión montonera. Hubo, como se dice ahora, una “fractura", una “grieta” de la que es difícil "hablar", porque a mí me ha pasado con íntimos, muy amigos, del movimiento obrero, que no entienden razones, ...y desde sus puntos de vista, tienen motivos para este rechazo visceral. Otros  son más abiertos. Yo con Lorenzo Miguel, por ejemplo, tuve una relación especial, Lorenzo me salvó en cierta forma. Yo no sé cuánto entendía de quienes veníamos de la juventud; pero era capaz al menos de conversar. Y sin embargo, a pesar de todo ese rencor, a los que veníamos de la lucha armada a través de la JP Lealtad nos abrieron los brazos desde el movimiento obrero cuando decidimos alejarnos de Montoneros. Alguien les habrá dicho: “a los muchachos que se van de Montoneros hay que darles manija, hay que tratarlos bien”. Perón les debe haber dicho: “muchachos, no sean hijos de puta. Todo lo que llegue acá, abran los brazos y tráiganlo”. Los textiles, Lorenzo Miguel…

               -¿Creés, entonces que hubo algún pedido o bajada de línea para recibir a los cuadros que se fueran de Montoneros?

                - No tengo ninguna duda. A nuestro grupo de la Lealtad el sindicalismo nos recibió con los brazos abiertos –dice el Pato-. Adelino Romero, Secretarío General de los textiles y de la CGT, Manolo Pedreira, otro hombre importante de los textiles, y tantos otros de sectores sindicales y algunos de sectores políticos, nos dieron cabida. Textiles en ese momento era un pedazo interesante del sindicalismo. Y nos recibieron, como reyes. Y, en realidad, alguien les habrá dicho “que se queden estos, así no rompen más las pelotas”. Hoy miro esto a la distancia. Fuimos a varias reuniones en Solís e Independencia, donde todavía tienen lo que era entonces la sede central de la Asociación Obrera Textil.

                  -Volviendo a la Plaza del primero de mayo de 1974, la del apelativo de “imberbes”…

                 - Sí –dice el Pato-. Esa tarde, cuando las columnas montoneras se fueron de la Plaza, nos quedamos todos los que habíamos tomado la decisión de formar la JP “Lealtad”. Éramos leales a Perón. La siguiente plaza fue la del 12 de junio de 1974, la que se colmó con la movilización popular ante la posible renuncia de Perón por el boicot que venía sufriendo el plan económico. Ahí la gente fue a respaldar al Presidente, y ese fue el último gran discurso de Perón, un Perón de nuevo combativo, que enfrentaba a quienes querían frenar el proceso histórico, y reafirmaba que había trascendido la mera conducción del peronismo y que él hablaba para todos los argentinos, como dejó en claro en aquella frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino”. Y después, su muerte diecinueve días después. Y ahí fue el comienzo del fin…

                   -¿Cómo  viviste la muerte de Perón?

                   -Todo el mundo sabía que a partir de ese momento iba a haber un vacío de conducción difícil de llenar, que Perón no tenía reemplazo en esos momentos, y que se abría un período de mucha incertidumbre. Se sabía que su salud había desmejorado mucho por el viaje que hizo a Paraguay, que le había dejado una angina jodida. El era un tipo disciplinado, cumplía sus dietas, descansaba, dormía la siesta, tenía rutinas entrañables, como ver la serie del Zorro por la televisión y las películas de “cowboys”. Pero ese viaje lo sacó de sus rutinas y lo desestabilizó. De cualquier modo, mentiría si dijera que por mi cabeza pasaba la posibilidad de que se muriera. Para mí –y para centenares de miles de peronistas- era inmortal. Se especulaba mucho, obviamente, en los análisis políticos, sobre lo que pasaría después de la muerte de Perón. Pero no terminábamos de creer que eso realmente sucedería.

         -Cuando murió Perón –dice Javier- yo tenía diez años, y recuerdo nítidamente, como si la viera,  a una vecina, Beba, madre de mi amigo, mirando la televisión y llorando a lágrima viva, inconsolablemente. Y eso me impresionó. Recuerdo muy bien las imágenes de la televisión en blanco y negro, luctuosas, de los autos oficiales desfilando … ¿Vos cómo supiste su muerte?

           - Ese día me bajé del tren en Retiro –responde el Pato- y tan pronto pisé el andén noté una atmósfera distinta, un silencio, una pesadumbre… ¡fue algo notable! Cuando llegué al quiosco de diarios, me enteré: “Murió”, me dijo la señora que atendía con lágrimas en los ojos. No hacía falta que dijera el nombre del muerto. Sentí hondamente la pena de esa mujer, la tristeza de los que pasaban, mi propia angustia y sentí también que todos nos acompañábamos en ese instante, que ante la muerte del General todos éramos compañeros. Y sentí el vacío que se abría para todos. Para la Patria...  

domingo, 20 de septiembre de 2020

Luchas y amores en cladestinidad. Arrostito, Nell y Cullen. ¿Cómo nace La JP lealtad? Reportaje a Fernando "el pato" Galmarini por Javier Garin

 


Reportaje a Fernando "el pato Galmarini", por Javier Garin



 

             -Mencionaste que en que los tiempos de tu vida en cladestinidad forzada antes del regreso de Perón, conociste a Norma Arrostito. ¿Cómo sucedió?

   - Fue cuando estuve clandestino en la zona sur. Ella era como otros compañeros que habían quedado definitivamente inmersos en las organizaciones armadas. No tenían salida. Imaginate que era una chica muy joven, y había sido parte del secuestro y ejecución de Aramburu. Era un mito viviente. La buscaba medio mundo para meterla presa o amasijarla. Su cara estaba en todos lados, en las paredes y en los sitios públicos,  en afiches de “persona buscada por la justicia”. ¿Qué otra posibilidad tenía sino seguir adelante? Muchos como ella venían clandestinos, y su destino era estar en una organización, porque no podían salir de ahí. Muchos se quedaron trabados ahí adentro. No viví con Norma Arrostito, pero estuve junto a ella en una casa, en la que ella vivía clandestina, no mucho tiempo, en Lomas o en Lanús… Yo me pregunto, si ella hubiera tenido la posibilidad de salir de esa situación, y rearmar su vida, ¿lo habría hecho? Pero estaba atrapada. Yo lo veo así. Ya su camino no tenía retorno. ¿Cómo se iba, cómo salía de ese callejón?     

                      - Hay curiosidad de los historiadores y del público en general interesado en estos temas por saber cómo era ella.

              -A primera vista parecía una piba común, menudita, callada, introvertida, poco demostrativa, distante. No recuerdo el momento en que la vi por primera vez pero pienso que debe haber sido una fuerte impresión, porque ella era un mito, una leyenda de la mujer guerrillera. Su apariencia no se correspondía con ese mito. Yo no la veía como una persona temible. Al contrario. Una vez me dijo una compañera que entonces vivía con ella, que dormía en posición fetal, como un bebe. En alguna oportunidad, Norma, o Gaby, como era su nombre de guerra, habló de sus padres, de su familia, recordando con nostalgia los tiempos de su niñez. ¡Y todos se la imaginaban como una guerrillera implacable! Y claro, habían matado a Aramburu, era una de las personas más buscadas de la República…  Parecía frágil. Sin embargo, esa fragilidad aparente quedaba oculta cuando ella intervenía en una acción, pues todos los que actuaron con ella cuentan que entonces se trasformaba en una combatiente de mucha densidad, muy militar, muy resuelta, con unas agallas impresionantes. Así lo aseguran todos los que operaron en alguna oportunidad con ella o bajo sus órdenes. 

                -¿Y qué podés contar de José Luis Nell?

               -Otro mito de aquellos años, de trayectoria anterior a Norma Arrostito. Lucía Cullen, mi amiga, que había estado metejoneada con el cura Mugica, después fue la compañera de Nell. Lo llamábamos Raúl, porque ese era su nombre de guerra. Nell fue un personaje legendario: había participado en el golpe al Policlínico Bancario, uno lo escuchaba y decía “¡La puta! ¿Quién será este tipo?”. Porque, en algún momento, se rajó de acá y estuvo peleando en África o en alguno de los movimientos de liberación de ese momento. ¡Qué sé yo! Después aterrizó en Uruguay, y se hizo tupamaro; después cayó en cana, y fue uno de los que se fugaron, con Raúl Sendic y con el Pepe Mujica, de la cárcel de Punta Carreta. ¡Otro hecho mítico! Y terminó, de nuevo, acá, en los Montoneros, cuando yo lo conocí; y se puso de novio con Lucía Cullen. ¡Era un personaje muy notable! Me acuerdo de haber compartido momentos con él, y yo me sentía que estaba al lado de San Martín, del Che Guevara... Un tipo de una presencia impresionante. Era casi un milico, como un general. A mí ese tipo me impactó. Lo mirábamos como a una especie de héroe… Y él había comprendido, en ese momento, mucho al peronismo, mucho a Perón. Más tarde se alejó de Montoneros y se incorporó a la JP Lealtad. Cuando Perón volvió de su exilio para ser presidente, en 1973, en los enfrentamientos armados ocurridos en Ezeiza, a José Luis un disparo le dio en la médula y quedó paralítico. Lucía y él vivían enfrente de la cancha de Polo de Palermo. Allí fui varias veces a intentar mejorarlo de la rigidez de sus piernas. Lucía me llevó a que le hiciera masajes a su casa. ¡El tipo estaba clandestino casi desde que había nacido! Por supuesto, ni yo ni el kinesiólogo, que alguna vez vi ahí y me decía cómo tenía que masajearlo cuando él no estaba, pudimos ayudarlo en su recuperación. Imaginate un hombre como éste, que había combatido en medio mundo, y de repente queda paralítico de un balazo. ¡Lo que habrá sufrido! Un día Lucía lo sentó en el auto que ellos tenían, lo trasladó a las barrancas de Martínez, lo bajó a las vías cerca de una estación del tren del bajo, en la silla de ruedas, y le entregó el fierro… Era el pacto que tenían. Ella se despidió como en una ceremonia, se fue, lo dejó solo, y él se pegó un tiro. Así murió Nell. Otros cuentan otra cosa, pero esta es la versión que yo tengo

              -¿Y ella?

              -¿Lucía? Una chica militante, un ejemplo de los tiempos, una vida trágica. Fue una desaparecida. En el 76 la secuestraron los milicos, y nunca más. ¡Una polenta tenía, Lucía! ¡Se llevaba el mundo por delante! Una mina bárbara, inteligente, decidida, piola. También era bastante linda, muy linda. Una belleza.

             "Lucía estaba metejoneada con Nell, porque había encontrado un hombre que la podía conducir, un referente, alguien que ella podía admirar política y militarmente. A ellos, como a mí en mi primer matrimonio, los casó Carlos Mujica. La ceremonia fue en su capilla de Retiro. Luego supe que cuando José Luis muere Lucia estaba embarazada. Yo no volví a verla y me enteré de su muerte mucho tiempo después. 

             "No puedo olvidar un encuentro casual con la madre de Lucia, a quien hacía años había dejado de ver. Fue en la calle Tomkinson a cuatro o cinco cuadras de Centenario, en San Isidro. Alguien me llama, y me dice: "Soy la madre de Lucia Cullen”. La mamá de Lucía se llamaba Lucy. La conocí a Lucy y su marido, el escribano Rafael Cullen, décadas atrás en su departamento de Libertad y Libertador, creo no errar el lugar. No fueron pocas las veces que estuve allí, compartiendo un almuerzo con Rafael, el hijo mayor de la familia y también militante como su hermana. Por ahí andaba también Humberto, otro hermano pero menor, con quien me reencontré varias veces en el club Hindu. Allí jugaba al rugby con mis sobrinos Fernández Miranda, Nicolas, Juan de la Cruz y Francisco. Jugaba de wing, era fuerte y rapido, murió muy joven.

                No olvidare ese encuentro con la mamá de Lucía Cullen, que duró nada o casi. Quedamos en juntarnos y no se por qué no pudo ser. Pero lo que sí pudo Lucy es hacerme recordar esa sonrisa permanente que copió su hija. “¿Supiste lo de Lucia?” "Sí", pude decir. Y la vi seguir caminando por Tomkinson, una calle por la que yo caminaba siempre sin imaginar jamás que iba a tener ese encuentro, que como dije no quiero olvidar. 

              -¿Y cómo fue que conociste a Marcela Durrieu, tu segunda mujer?

            -Esa es una historia muy larga. 

             -Contala.

             -Yo estaba clandestino. En esas condiciones participaba en algunas operaciones de nuestra organización, cuya finalidad era desestabilizar a la dictadura militar para propiciar el regreso de Perón. Una noche de agosto nos tocó cumplir un objetivo en la Comisaría Ferroviaria de los Talleres de Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca. Irrumpimos enfierrados y de sorpresa. Los policías levantaron los brazos y preguntaron de qué venía la cosa. Uno de nuestros muchachos les dijo que estábamos trabajando para el retorno de Perón a la Argentina. “¿Y para hacer eso necesitan entrar armados y amenazarnos?”, preguntó un suboficial, “si nosotros también queremos el retorno del General.” (Risas). Estábamos ahí, adentro de la comisaría, los habíamos desarmado a los taqueros, y los taqueros nos decían: “Che, ¿quieren algo más? ¿Qué necesitan?” Y los tipos, en ese momento, según yo lo recuerdo de haberlos escuchado, eran más peronistas que nosotros; y estaban esperando el retorno de Perón, tanto como nosotros …

                 -¿El objetivo era desestabilizar a la dictadura?

                 -Claro. ;Mostrarles que la posición de la dictadura era frágil, que se caía a pedazos, y así acelerar el retorno de Perón y de la democracia. Hay que situarse en el contexto, no estamos hablando de hoy, con una democracia afianzada, sino de una dictadura antipopular, no se vivía en un Estado de Derecho sino bajo una dictadura militar con el principal partido popular y su líder proscriptos por la fuerza de las armas. La nación y sus instituciones estaba secuestrada por un grupo de militares. Entonces la toma de una comisaría demostraba la fragilidad de esa usurpación que hacían los dictadores. Demostraba que por más armas y tanques que tuvieran, no podían contra un pueblo que ejercía el derecho de resistencia a la opresión. Y como te digo: los propios canas nos ayudaban: nos llevábamos los gorros, los uniformes, más los tipos nos daban voluntariamente los palos, los equipos, hasta los patrulleros si les pedíamos. ¡Era así! Esto era el significado de Perón, en momentos en los que nadie sabía si volvía el 17 de noviembre, o cuándo volvía. Por ahí un mes antes, no sabías si llegaba Perón. ¡Pero todos queríamos ayudar de alguna manera a que volviera! Hasta los canas. ¡Las ganas de la Argentina de tenerlo a este tipo, después de tantos años! Por esas ganas te regalaban la comisaría. “¡Llevate todo, hermano!”. (Risas).

              En fin, a los dos minutos estábamos todos como chanchos: nos abrazábamos, gritábamos “Viva Perón”. Era evidente que el poder del gobierno militar se disolvía y que la figura de Perón crecía inconteniblemente. Salimos de la comisaría, y a mí me tocaba ir hasta Avellaneda a levantar la posta sanitaria.

                   -¿La posta sanitaria?

                  -Sí. Ya estábamos mejor organizados que en la época de los gordos que no podían correr. Cada vez que se encaraba un operativo había un grupo de médicos en alerta, por si había algún contratiempo. Al concluir había que tomar contacto personal con ellos, en un lugar previamente fijado. Si había algún herido, para hacerlo ver y curar velozmente. Si todo había andado bien, para levantar la posta: “Todo en orden. Cada uno a su casa”.

                   -¿Y qué pasó?

                   -La cita era en una pizzería que tenía su historia: la Real, de Avenida Mitre, donde unos años antes habían baleado de muerte a un dirigente metalúrgico combativo, Rosendo García. La historia que cuenta Rodolfo Walsh. Bueno. La médica que estaba a cargo de la posta era una piba jovencita y noté que era muy linda. Yo estaba solo en esa época. Estaba separado. De modo que aquella noche invernal observé muy interesado a la compañera médica, pero por supuesto me comporté como un cuadro disciplinado: rendí un informe rápido, nos fuimos en el colectivo 93 a Retiro, ella con su botiquín y yo con los fierros, cada cual por su lado. Sólo volví a encontrarla varias semanas después, en un campamento de la organización que tenía a mi cargo, y por las noches empezamos a intimar. Poco tiempo después, estábamos viviendo juntos. Ella era Marcela Durrieu, y compartimos más de veinte años desde entonces. Tuvimos tres hijos: Malena, Sebastían y Martín.

               -¿Y cuándo se dieron cuenta de qué Perón realmente volvería?

            -El año 1972 es inolvidable, porque fue el año en que nos dimos cuenta de que el triunfo político estaba cercano- Entonces fue que se produjo el primer retorno de Perón a la Patria. La dictadura de Lanusse lo mantuvo encerrado varias horas en el Aeropuerto de Ezeiza: estaban muy nerviosos. Lanusse había desafiado a Perón con que “no le daba el cuero” para volver a la Argentina, y allí estaba el Viejo, aceptando el reto y con el país movilizado por su presencia. Al  17 de noviembre, fecha en que Perón regresó, se lo ha designado Día del Militante. No está mal el homenaje pero no hay que sobrevalorar el rol de los cuadros políticos, porque la resistencia no fue sólo de la militancia política sino del pueblo peronista en su conjunto, con el movimiento obrero movilizado, columna vertebral, que resistió todos los intentos de quebrar su vínculo con Perón. Ese comportamiento masivo fue el que terminó venciendo la proscripción”.

              "Frente a la casa que ocupaba el General en Vicente López, en la calle Gaspar Campos, había siempre multitudes. Y él conversaba con todos los sectores políticos y propiciaba un amplio frente civil –“La Hora del Pueblo”-  destinado a aislar al régimen de Lanusse y a garantizar la futura gobernabilidad de la Argentina, estableciendo acuerdos básicos entre partidos que pronto serían  gobierno y oposición. “El que gana gobierna y el que pierde apoya”, resumía en esos días el jefe de la Unión Cívica Radical, Ricardo Balbín, asociado con Perón en la construcción del edificio democrático. El gobierno militar  convocó a elecciones presidenciales para marzo de 1973 y proclamaba su intención de respetar la voluntad popular, pero en la práctica establecía trabas y procuraba imponer condiciones arbitrarias al peronismo. Reformó por decreto la Constitución Nacional e introdujo el sistema del ballotage suponiendo que en una segunda vuelta el voto de todos los sectores no peronistas de la sociedad podía unirse para vencer al candidato del Frente Justicialista de Liberación, FREJULI, que reunía al PJ y a sus aliados. Ese candidato, además, no sería Perón. El gobierno militar dictó una cláusula que exigía  un tiempo  de permanencia en la Argentina previo al comicio, condición que Perón –exiliado en España- rechazaba cumplir, pues no quería someterse a la imposición del régimen. El candidato del FREJULI sería Héctor Cámpora, delegado personal del General, apoyado por “la Tendencia” y las organizaciones armadas peronistas, que habían colocado a muchos de sus hombres cerca de él.

          -Desde el punto de vista de la historia militante, ¿cómo se vivió el paso de Descamisados a Montoneros? ¿En qué momento se van delineando las diferencias que después dieron origen al desprendimiento de la JP Lealtad?

             -Los militantes más ingenuos –dice el Pato- tal vez veían la fusión con Montoneros en aquel momento como un paso lógico: nos suponíamos todos buena gente, todos sanos y heroicos jóvenes, desinteresados, queríamos lo mismo y nos teníamos que juntar; pero, lógicamente también, había luchas por el poder, muy fuertes. Había que negociar espacios, y los Descamisados decían: “No vayamos todavía a juntarnos con los Montoneros, mejoremos nuestra organización, crezcamos, para poder juntarnos en condiciones de relativa paridad”. Un razonamiento así. Y es que cuando fue lo de Aramburu, ese hecho, que fue la carta de presentación de Montoneros, los puso al frente respecto de todas las organizaciones. Éramos todos perejiles al lado de eso. Después la Calera, la toma de Garin por la FAR… Era una lucha a ver quién hacía acciones de mayor envergadura para desestabilizar al régimen. Todo eso se hacía en función del retorno de Perón, aunque por debajo ya empezaban a aflorar algunas diferencias entre los que defendían la lucha armada y el General. De a poco se fue comprendiendo que Perón tenía otro proyecto. Que el proyecto de gobierno no era “la guerrilla al poder”. Te voy a contar un recuerdo… En el año 70 o 71, no mucho más, viajan los tres capos de los Descamisados, todavía no fusionados con Montoneros, a España, a verlo a Perón. Habbeger, De Gregorio, y Mendizábal. Cuando vuelven, nos reúnen por grupo (en ese momento no recuerdo si ya éramos subcomandos, o como se llamaran), y venía cada uno de ellos (que eran los únicos que conocían la totalidad de la organización) a hablar con los integrantes de cada sector. Y ahí empezó el quilombo. Porque ellos ya lo concebían y lo describían a Perón como un moderado, reformista, no como un revolucionario.

              -Cuando vienen de hablar con Perón, ¿vienen decepcionados?

               -Claro. Eran los tres, los capos de los Descamisados, ya charlando con los Montoneros y la FAR para armar una única organización. Son los tres amigos que yo había conocido en lo de Julio Bárbaro. Decían que Perón no era revolucionario, que era reformista.

               -¿“Reforma o revolución” era la discusión en ese momento?

                -Ahí yo sí recuerdo que tenía, tal vez, bastante menos formación que muchos, que, por ejemplo, un compañero proletario de Tigre, Ramón Canalis, y que estábamos juntos en el mismo grupo, y este compañero dijo: “No, no, hermano. No pueden decir que son más revolucionarios que Perón”. Y algún quilombo se empezó a armar a fines del ’71, o en el 72… No es que esto explotó con la muerte de Rucci. Las diferencias ya venían de antes.

               -Pero ¿cómo era ese debate?

                -Como eran todas cosas clandestinas, no había debates de mil compañeros, ni de quinientos. No sé cuántos eran. En el caso de los Descamisados, entonces, se empezó a debatir sobre el rol de Perón y también el tema del “después” de las organizaciones armadas, cuando se recuperara el gobierno, o el quilombo que algunos ya veían venir con Perón. Ya éramos casi una organización tabicada, con unidades que ya no nos veíamos unos con otros. Ellos, los jefes, decían que les daba la impresión de que Perón era un hombre de la democracia, de los votos, y que para ellos la revolución pasaba por las armas, no por los votos. Esto fue en el 71-72. ¡Empezó la discusión! Estaba tabicada, se dificultaba. Pero la discusión ya estaba ahí.

             -¿La discusión consistía en que algunos planteaban que había que superarlo a Perón?

             -Exacto. Y los compañeros más lúcidos se enojan. “¿Cómo superarlo a Perón? ¿Vos te creés que sos más que Perón, que es el tipo que empezó todo esto?”. Y para apoyar la postura de la conducción, bajaba alguno de ellos a las reuniones a decirnos que Perón estaba equivocado, que era reformista. Venía el tipo, discutían, y quedaba ahí. Y además venían los documentos. A veces, ni siquiera venía nadie a discutir, discutíamos las pelotudeces que habíamos discutido en alguna otra reunión. Pero cuando fue la fusión con Montoneros, los dirigentes de Descamisados se tomaron el trabajo de ir a discutir de nuevo célula por célula. Pasado el tiempo, nos encontramos algunos amigos y varios decían: “No, viejo, no pueden decir que saben más que Perón.” Ya la cosa estaba impregnada de quilombo, de “todo fenómeno, pero no me lo toques a Perón”. Esto fue en el ’71.

           -O sea, bastante antes del asesinato de Rucci.

            -Sí. Empezó. No es que se rompió, pero empezó. Después se integran las FAR, Descamisados y Montoneros en una única organización. Y después la FAP. Todos juntos. Los de la FAP eran mucho más peronistas que otros grupos. Ellos habían estado en Tucumán, la Gorda Dieguez, el negro Moreno, otros que no conocí… Eran más peronistas.

                - Y con el tema del ERP, del PRT…

                - Yo estuve muy lejos de eso. Nunca fuimos cercanos con la guerrilla del ERP porque eran antiperonistas. En realidad, lo más cercano que hubo, en el momento de las fusiones, fue Montoneros-Descamisados. Y en otra instancia Montoneros-FAR. Y los Descamisados, con la FAR, teníamos poco que ver. Yo no conocía a muchos, y tampoco tenía demasiada afinidad. Eran procubanos. En cambio con los tipos que yo conocí de la FAP, me podía entender mejor, porque eran muy peronistas, más vagos, les gustaba el fútbol… Los otros te preguntaban si habías leído a Marx, a Lenin, a Mao… ¡Qué se yo! ¡Yo leía el Gráfico y la revista “Así es Boca”! (Risas). Y el Negro Moreno, todos estos muchachos de las FAP que conocí, cuando estuve rajado en Lomas, les gustaba más el fútbol que los discursos. Ya ahí simpatizábamos. Eran muy peronistas, de base. Me he seguido viendo con algunos familiares de estos compañeros, luego desaparecidos.

                En este punto de la charla con el Pato se suscita un interesante debate acerca del contexto, pues una cosa es cómo veía el proceso organizativo la gente de las distintas organizaciones, armadas o políticas –que percibían un proceso autogenerado, donde le daban mucha importancia a la discusión, a las diferencias, a las definiciones ideológicas- y otra es cómo podía percibirlo el propio Perón desde el punto más alto y general de la conducción estratégica, en donde la juventud y las organizaciones eran sólo una parte del proceso. Un fenómeno era el de la juventud, que él quería que se incorporara al movimiento, los quería formar, avanzar hacia el trasvasamiento, reemplazar a los viejos dirigentes. El otro fenómeno, eran las organizaciones armadas, a las que él llamaba “formaciones especiales”. “Especiales” significaba: “yo las empleo para una misión específica”. No se trataba de, en su concepción, estructuras permanentes. Una formación especial es una organización que cumple su objetivo dentro de la estrategia general y debe retirarse ordenadamente una vez concluida su finalidad. Esa concepción también la perciben en Perón, con desagrado, Firmenich y Galimberti: “El viejo nos llama formaciones especiales, esto quiere decir que no nos quiere para siempre”. Y cuando fue la reprimenda por los dichos de Galimberti acerca de las milicias populares, agregaba: “Ustedes creen que me bajó el pulgar a mí, pero nos bajó el pulgar a todos”. La versión que pinta a Perón dando un carácter meramente instrumental a Montoneros y después descartándolos, no se acerca a la realidad, ya que estaba claro cuál era el papel temporal que debían cumplir; Perón lo explicitó muchas veces, sólo que algunos dirigentes de esas organizaciones pretendían no darse por enterados.

              - Yo creo que a Perón,  viendo todo esto a la distancia, las organizaciones, al principio, le vinieron al pelo… -responde el Pato-. Y les dio toda la manija que les dio porque de esa manera generaba una inestabilidad creciente de la dictadura y apretaba a los milicos para afianzar el retorno. Porque desde el punto de vista general, que era el punto de vista de Perón, más importante que la organización armada, era el proceso juvenil, y lo que él quería era juntar ese proceso, que se formaran, y los empujaba a juntarse los unos con los otros. Perón no buscaba divisiones, él trataba de aglutinar y conducir en el marco de un proceso general. Que toda la juventud fuera parte. Después se rompió todo, y él no lo pudo controlar; pero allí hay un proceso más importante que la organización armada.

                -Si lo miramos sólo como el proceso de las organizaciones armadas y no como el proceso del pueblo argentino en el marco latinoamericano, lo estamos mirando desde la conciencia de Firmenich… Es una conciencia equivocada, ¿vos que pensás?  

               -Claro. Cuando Perón hablaba de la “juventud maravillosa”, no hablaba sólo de las jóvenes encuadrados en las organizaciones armadas, como muchos lo interpretaban en esa época, sino que también se refería a los jóvenes que militaban en las organizaciones políticas y sindicales. Referente a las organizaciones armadas, lo notable fue la actitud del pueblo peronista: cómo las bancaba al principio, y cómo las dejó de bancar después. Antes del retorno de Perón, si vos ibas escapando por un barrio y decías “me está corriendo la cana y soy peronista”, te abrían las puertas, te daban cobijo, te hacían el aguante, te miraban con simpatía. Al día siguiente del retorno de Perón, para poner una fecha… cuando no le dieron bola a Perón: “te cierro la puerta, tomatelas, ¡traidor!”. Las puertas que se abrían, se cerraban a la misma velocidad… ¡Increíble!  Como alguna vez dijo Julio Bárbaro, con otras palabras: cuando mataron a Aramburu el pueblo peronista los acogió como propios, y cuando mataron a Rucci los repudió y los consideró afuera del movimiento. Digamos que el final de este proceso encontró a todos estos grupos y orgas más y más unificados entre sí, pero al mismo tiempo cada vez más aislados del conjunto de la sociedad.

              - ¿Vos lo percibías, así?

                -Al final, sí.                             

               - Es decir, ¿cada vez más estaban en el microclima?

               - Era cada vez más fierro y menos política; porque además era inevitable que pasara eso. Un cuadro no podía estar discutiendo en una unidad básica, por la noche, cuando estaba armado y haciendo operaciones militares a la tarde. Era casi una necesidad de vida el aislamiento. Un círculo vicioso, cada vez más cerrado. Hacia eso conducía la militarización.

               “El proceso importante y masivo, fue el proceso generacional, de la juventud. Dentro de ese gran proceso de la Juventud Peronista, un subproducto son "las organizaciones armadas", ¡no al revés! Para Perón era así, para la gente era así, y apoyaba las organizaciones armadas mientras se mantenían en ese rol subordinado al proceso general. Para algunos tipos de las conducciones armadas, en cambio....

              -Ellos eran la vanguardia.

              -Claarooo. Ellos eran (algunos bien intencionados y otros no tanto) la Vanguardia. Basta repasar algunos documentos de las organizaciones, donde contaban cómo pensaban, el "Mamotreto" famoso… Leías los documentos y no entendías un carajo. Yo no era un lúcido o un intelectual de la política, pero lo que llegaba a entender es que … ¡era contra Perón! En esos documentos y en las discusiones de la época se hacían unas mezclas ideológicas llamativas, mucho Marx, Engels, Mao, Marta Harnecker, una chilena que hablaba del nuevo sujeto revolucionario, unos galimatías bárbaros, y lo que se entendía, en definitiva, es que era contra Perón. De lo que sí yo estoy seguro es que estos muchachos de Montoneros, mis amigos muchos de ellos, en algún momento se creyeron que, con esto, le afanaban el peronismo a Perón; que se quedaban con todo, y eran ellos y no Perón los que iban a conducir.

               “Pero igualmente, yo tengo la impresión de que en los finales, antes de Rucci, era una cosa monumental... no la orga, sino la Juventud, la movilización juvenil, en las que Montoneros le sacaba kilómetros a las otras organizaciones en cuanto a convocatoria.  En verdad, esto de "la vida por Perón", "Perón vuelve", es lo que englobaba a todo. Y le daba una  mística. En cierta forma, esa mística tapaba todo lo demás, incluso lo erróneo. Vivíamos en unas movilizaciones impresionantes.

             -Querría que expliques más la formación de la JP Lealtad.

              -La Lealtad fueron los peronistas que le dijeron a los montoneros, y a estas organizaciones armadas, “hasta acá llegamos”. Y se fueron yendo. Y ese, es un fenómeno interesantísimo, porque es el cierre de las puertas, no para crear otra orga, sino para ser parte del movimiento general. Fue una estación, donde vastos sectores de las distintas organizaciones alejadas de la conducción de Perón, salieron de esas organizaciones en búsqueda de reincorporarse al movimiento peronista.  No fue algo ordenado y único. Así como la formación de los Montoneros tampoco fue una cosa ordenada por un toque de clarín. Uno arrancaba por acá, el otro arrancaba por allá; ideológicamente había una diversidad total. ¡De todo! Deben haber sido muy pocos los que entendían la política de la misma manera. Por ahí había algún muchacho, de un barrio, no integrado a nada, que estaba más con los pies en la tierra, y entendía más de la cosa cotidiana que cualquiera de los que estaban en las organizaciones armadas.

             - ¿Ese fenómeno se profundiza con el asesinato de Rucci por Montoneros?

              - No, ya te lo dije. Había empezado mucho antes la disconformidad. Lo de Rucci es la culminación de este proceso de diferencias crecientes. Pero no era menor el despelote antes de Rucci, porque, en verdad, lo que se estaba discutiendo era la conducción del movimiento nacional. Nosotros éramos pendejos, y además inexpertos, y nos vimos enredados en una disputa que nos superaba. Yo ya estaba con la madre de mis siguientes tres hijos, Marcela Durrieu, y ella tenía un ascendiente político en la organización, aunque era una pendeja de veintipico de años, y era además, secretaria del Decano de Medicina. Y vivíamos todas estas discusiones muy intensamente, y por eso lo recuerdo bien. Estas discusiones sólo podían terminar con el alejamiento de muchísimos de nosotros, que comprendimos en ese momento que debíamos integrarnos al movimiento peronista y salir de las organizaciones que ya empezaban a recorrer un camino que las alejaba de Perón.

jueves, 17 de septiembre de 2020

LA LEY DE LA LIBERTAD. LA EPISTOLA BÍBLICA QUE ESCRIBIÓ EL HERMANO DE SANGRE DE JESUS DE NAZARETH

 


por Javier Garin



LA LEY DE LA LIBERTAD:  LA CARTA QUE ESCRIBIÓ SANTIAGO, EL HERMANO DE JESUS

           Uno de los textos más antiguos y también más hermosos del Nuevo testamento es la Epístola Universal de Santiago. Algunos estudiosos consideran que es el primero, cronológicamente, de los escritos neotestamentarios, anterior a las más viejas epístolas paulinas, y por supuesto a los Evangelios. Se la suele datar en la década del cuarenta de nuestra era, pues no existe en ella ninguna alusión a los temas debatidos en el Concilio de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 50 aproximadamente. No hace referencia a cristianos de origen pagano, ni a las tensiones entre estos y los cristianos de origen judío que marcaron las deliberaciones de aquel Concilio. Es evidente que fue escrita en el comienzo del desarrollo de la iglesia cristiana.

            La autoría de la misma no está probada, debido a la costumbre, muy frecuente entre los autores del cristianismo primitivo, de atribuir los escritos propagandísticos a personajes con autoridad y renombre entre la comunidad de los creyentes. Tampoco se sabe cuál de los Santiagos sería el supuesto autor de esta breve obra, pero existen razones de mucho peso – tales como su datación probable, su contenido manifiestamente judaico, sus destinatarios judíos dispersos, sus más de cuarenta citas directas e indirectas de textos de la Torá, sus solventes alusiones a los doctrinas del Sermón del Monte, etcétera-, para creer que el personaje aludido es Santiago “el Justo”, el hermano del Señor, quien fuera primer obispo de Jerusalén y jefe de la Iglesia primitiva.

               Un criterio usual para la conformación del cánon neotestamentario consistió en admitir solamente los epístolas escritas por personas de probada autoridad apostólica. De los discípulos de Jesús, que fueron después apóstoles, se conoce a dos Santiago: el hermano de Juan e hijo de Zebedeo y el hijo de Alfeo (Mateo, 10, 2-4); de este último, poco se sabe; pero al hermano de Juan se lo menciona muchas veces junto con Pedro y Juan, hasta que aproximadamente en el año 44 d.C. es decapitado por orden de Herodes (Hechos, 12, 1,2). Por eso se lo suele descartar como autor de esta epístola, que tiene como destinatarios, no a recién convertidos, sino a judíos cristianos fuera de Israel, que posiblemente huyeron de Jerusalén tras el martirio de Esteban (Hechos, 8, 1-4 y 11, 19). Que el autor se presente a sí mismo en el primer versículo simplemente como Santiago, demuestra que era una figura de sobrada autoridad y harto conocida, lo que nos lleva a concluir que debió haberla escrito, efectivamente, Santiago el Justo, que fuera obispo de Jerusalén durante treinta años ininterrumpidos, llamado por Pablo “una de las columnas de la Iglesia”.

              Como hemos explicado en otra nota, Santiago el Justo era uno de los seis hermanos de sangre de Jesús –cuatro varones y dos mujeres-, y fue el hombre elegido por los apóstoles para ejercer la máxima autoridad eclesiástica en Jerusalén, que a la sazón era el centro de la Iglesia primitiva. Debido a su autoridad general, era considerado el “obispo de obispos”, y gobernaba desde Jerusalén todas las iglesias existentes.

                 Santiago el Justo era un hombre de probada fe y reputación de santidad. Eusebio dice de él que, al igual que Elías, permanecía tantas horas en oración que sus rodillas presentaban callos como las rodillas de los camellos. Según Flavio Josefo, Santiago vivía como un nazareo, como Sansón, Samuel o Juan el Bautista, no tomaba vino ni otras bebidas alcohólicas, no pasó navaja por su cabeza y era apodado  “el Justo” porque observaba rigurosamente los preceptos de la Ley. Nazareos o nazireos se denominaba a los hombres o mujeres consagrados a Dios, que tenían un régimen estricto de prohibiciones emanadas del capítulo 6 de los Números, y eran un testimonio viviente de glorificación a Yavé, abandono de las cosas mundanas y santidad. Algunos sostienen que el epíteto de “nazareno” dado a Jesús resultó una confusión, ya que en realidad habría querido aludir a que era un “nazareo”, un consagrado; pero esto es dudoso, ya que los nazareos no podían beber vino ni vinagre ni acercarse a los muertos, cosas todas ellas que Jesús realizó.

                    Santiago el Justo era sumamente respetado y reconocido por todos los judíos, incluso aquellos que no creían en Cristo, como también nos indica Flavio Josefo al relatar las circunstancias de su muerte por instigación del  sumo sacerdote saduceo Ananías.

               Insistimos en que en aquellos tiempos el cristianismo aún no se había diferenciado del judaísmo, y que los creyentes en Jesús se consideraban a sí mismos buenos judíos en vez de profesantes de una nueva religión.

               Quienes se oponen a la atribución de la carta a Santiago el Justo argumentan que un carpintero hijo de carpinteros no tenía los conocimientos lingüísticos para escribir tan apropiadamente en griego, idioma original de esta misiva. Sin embargo, menospreciar la educación de Santiago y de Jesús por haber sido artesanos pobres es un prejuicio. El pueblo de Israel era el más alfabetizado de todo el Imperio Romano; los niños eran educados en escuelas religiosas siguiendo varios niveles de enseñanza hasta adquirir un conocimiento exhaustivo de la Torá; y uno de los más influyentes rabinos anteriores a Jesús, el celebérrimo Hilel, era tan pobre que de niño escuchaba las lecciones desde el techo del establecimiento porque su familia no disponía del escaso dinero para contribuir a la escuela. Hilel era de profesión zapatero, como Jesús y Santiago carpinteros, y estudiaba la Torá cuando terminaba de arreglar zapatos, lo que no le impidió ser uno de los mayores conocedores e intérpretes de la Ley. De manera que confundir la calidad de artesano con la falta de educación es no entender la naturaleza de la vida cotidiana en la Israel de Jesús.

            En cuanto al conocimiento popular del griego, ocurre otro tanto. Buena parte de los habitantes de Judea y regiones adyacentes hablaban entonces el griego como segunda lengua, y seguramente el propio Jesús tenía buenos conocimientos de griego, ya que Galilea y la aldea de Nazareth eran lugares de paso en una ruta comercial sumamente transitada, por la que circulaban muchos grecoparlantes. Por otra parte, en Jerusalén se reunían periódicamente judíos procedentes de las ciudades y regiones más diversas, casi todos ellos grecoparlantes, como surge de  reiteradas referencias de los Hechos y de las Antigüedades Judías; por lo que no parece verosímil que Santiago, jefe de la Iglesia de Jerusalén, fuera incapaz de expresarse en griego. Pero incluso suponiendo  que no dominara esa lengua como para escribir elegantemente en ella,  ello no impide que confeccionara la carta por medio de un escribiente, o que un editor posterior hubiera adaptado escritos originales de Santiago para los judeocristianos grecoparlantes.

           Es justo señalar que muchos estudiosos sostienen que esta epístola es de tiempos posteriores, y que la atribuciòn a Santiago lo es a manera de homenaje. No obstante, preferimos atenernos a la tradición que la adjudica al hermano de Jesús, por parecernos altamente defendible.

              Sus notables coincidencias con pasajes del sermón de la montaña y expresiones recogidas en los evangelios sinópticos, parecen vincularla de modo estrecho con el hipotético y perdido texto Q, el cual se supone volcaba por escrito una colección de dichos de Jesús conservados por tradición oral casi inmediatamente después de su muerte, y que sirvieron de fuente documental para los evangelios canónicos. Aunque en este caso podemos prescindir del hipotético documento Q, pues Santiago estaría citando de memoria o de la tradición oral las palabras de su hermano. Este punto resulta especialmente convincente, pues las referencias al Sermón de la Montaña no reproducen literalmente a los Evangelios, sino que son explicaciones sobre algo que se ha escuchado predicar, como es probable que el propio Santiago haya oído muchas veces hablar a su hermano.

                   La posición social fuertemente contestataria de la epístola de Santiago, así como sus destinatarios judeocristianos, hizo que generara resistencia al formarse el canon neotestamentario, pero como muchas comunidades cristianas sentían enorme veneración por esta  pieza, finalmente no hubo más remedio que incluirla.

                      "La Ley de la libertad". Un concepto llamativo, moderno y peculiar de esta misiva es el de “la ley de la libertad”. Jesús sostuvo: “la verdad os hará libre”. Santiago traza una dicotomía: la ley de la libertad o la esclavitud del pecado. El hombre libre es aquel que sigue la ley moral, el hombre sin ley es un esclavo de sus pasiones.

1:25 Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.

2:12 Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad."

                    “Paciencia, no violencia.”  Su constante llamamiento a la paciencia y la paz se aplica muy bien al contexto de violencia nacionalista y fanática que precedió al alzamiento de los judíos contra Roma y su posterior derrota por las huestes del general Tito. Santiago parece recomendar una fe paciente en la venida del Señor como alternativa  a la violencia.

“1:2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,
1:3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.”

“1:19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;

1:20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”

“5:7 Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía.

5:8 Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.”

            “Hacedores, no simples oidores”. Su contenido es revolucionario y aparece íntimamente ligado al mensaje de Jesús. No es una reinterpretación teológica de Jesús, sino un fiel trasunto del pensamiento de los judíos que seguían a Jesús, enfocado hacia la vida práctica, entendiendo las doctrinas de Jesús, no como una teología, sino como un camino y elección de vida, que se manifiesta en la conducta del creyente.

“1:22 Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.

“1:26 Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana.

1:27 La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo.

             “Obras, no sólo fe. La fe sin obras está muerta.” Posee además ciertas características relevantes. Polemiza con la doctrina de Pablo de la justificación por la fe, y pone el acento en las obras. Debido a ello tuvo muchos detractores, no sólo en los tiempos antiguos sino también entre los protestantes. Lutero quiso, en algunos tramos de su acción político-teológica, eliminar esta carta del Nuevo Testamento, porque no se amoldaba a su concepción de la salvación por la gracia, tomada de la Epístola a los Romanos de Pablo, como herramienta para combatir al papado. Llamaba a la Epístola de Santiago “una carta de paja”, escrita por “un judío que ha oído campanas y no sabe dónde”; decía que en cualquier momento encendería la estufa “con Santi”, y hasta se vanagloriaba de que “en Wittenberg hemos echado a Santiago de la teología, sí, casi le hemos echado de la Biblia”.

          “2:14 Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?

2:15 Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día,

2:16 y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?

2:17 Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma.”

“2:19 Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan.”
“2:26 Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta.”

            “Alabanzas al pobre, condenación al rico.” Pero lo que resulta más irritante a muchos cristianos de tiempos posteriores, y especialmente a muchos protestantes, es el rechazo y condenación de la riqueza y la exaltación de la pobreza, aspectos en que se Santiago se encuentra en sintonía directa con la predicación de Jesús, y que no es posible hallar en otras epístolas con tal crudeza.

             No hay nada en la carta de Santiago que no se contenga ya en la prédica de su hermano, pero  la condenación de los ricos aparece expresada de un modo tan enérgico, que el resto de las epístolas  recogidas en el Nuevo Testamento parecen blandas y concesivas en comparación. Sin duda Santiago conocía muy bien el pensamiento de Jesús y no intentaba adaptarlo al gusto terrenal de los gentiles, como haría Pablo.

“1:9 El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación;
1:10 pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba.

1:11 Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas.”

“2:5 Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?

2:6 Pero vosotros habéis afrentado al pobre. ¿No os oprimen los ricos, y no son ellos los mismos que os arrastran a los tribunales?”

“5:1 ¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.
5:2 Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla.
5:3 Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros.

5:4 He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.

5:5 Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza.

5:6 Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia.